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Etiqueta: multipolaridad

Trump, crisis hegemónica y multipolaridad

Mauricio Ramírez

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

La política internacional está atravesando una transformación sin precedentes: la transición hacia un mundo multipolar. Durante varias décadas, el sistema internacional ha girado en torno a una hegemonía occidental que imponía su versión del multilateralismo, un orden basado en reglas, pero en realidad diseñado para perpetuar su supremacía en todos los campos.

Sin embargo, ese modelo muestra signos irreversibles de desgaste, erosionado por el renacer de varias potencias, la reconfiguración de alianzas estratégicas y la creciente resistencia de diversos actores a la imposición de un orden unilateral global. En esta transición llena de turbulencias, Europa reacciona como bloque frente a EE. UU. y su guerra arancelaria, Asia responde de manera coordinada, África desempeña un papel distinto al de décadas pasadas y los BRICS emergen como el verdadero motor de un multilateralismo real, no subordinado a un solo poder. Es así como se está configurando una estructura más realista donde las posibilidades de romper la vieja hegemonía son más tangibles que nunca.

Bajo las administraciones demócratas globalistas y liberales, EE. UU. proyectaba su influencia bajo la fachada del consenso, la defensa de la democracia y la promoción de los derechos humanos, asegurando que las instituciones internacionales sirvieran a sus intereses sin aparentar imposición directa. Este fue el soft power que muchos hoy añoran, demostrando una alarmante falta de imaginación y profundidad analítica, como si la única alternativa a la prepotencia de Trump fuera el retorno a una hegemonía disfrazada de benevolencia.

Sin embargo, con Donald Trump en la Casa Blanca, las reglas del juego cambiaron, evidenciando la crisis a la que ese modelo ha llevado a su propio país. Consciente de esta realidad, la política de «América Primero» no solo profundizó el aislamiento de EE. UU., sino que también desaceleró el dinamismo económico global, al priorizar una agenda proteccionista con una política arancelaria nunca vista en la historia reciente, y enfocarse en resolver los problemas internos, antes que en sostener el clásico liderazgo internacional de Washington.

El historiador francés Emmanuel Todd describe a EE. UU. en su último libro titulado La Derrota de Occidente, como un “Estado posimperial”, es decir, una potencia que aún se aferra a su antigua gloria, pero que ya no puede ni va a poder sostener por mucho tiempo más su dominio. La crisis que enfrenta EE. UU. no es solo externa, sino también interna, afirma Todd. Mientras intenta proyectar poder a nivel global imponiendo aranceles a todos, el país se desgarra desde adentro con una fractura política y social irreconciliable. Los valores de los dos bandos políticos son diametralmente opuestos, hasta el punto de que ya no hay un espacio de consenso nacional y el mismo Trump coquetea con la idea de un tercer mandato.

La paradoja de Trump es que, a pesar de su retórica nacionalista, su política ha contribuido involuntariamente a abrir espacios para que otros países y regiones, incluida América Latina, busquen nuevas alianzas fuera de la órbita de Washington. Aunque Trump promovió una agenda de «América Primero» con la intención de reforzar la hegemonía estadounidense y reducir la dependencia de otros países, sus políticas proteccionistas, su distanciamiento de aliados tradicionales y su enfoque transaccional en la diplomacia están debilitando la influencia de ese país y fomentando un mundo más multipolar. En lugar de consolidar su liderazgo como antes, su postura impulsa a muchas naciones a diversificar sus relaciones internacionales, fortaleciendo bloques como los BRICS y acercándose a potencias emergentes como China, India y Rusia.

Ante esta transformación, el liberalismo globalista occidental se ha quedado atrapado en su propio laberinto conceptual. En lugar de ver la multipolaridad como una oportunidad para corregir las fallas del viejo orden, la interpretan como una amenaza o incluso como el preludio de una nueva forma de autoritarismo. Nada más alejado de la realidad. Su ceguera epistemológica les impide ver más allá de sus propios dogmas, llevándolos a aferrarse a un EE. UU. en decadencia, que, incluso bajo administraciones demócratas, libraba guerras y derrocaba gobiernos legítimos en nombre de la libertad. Prefieren la ilusión de un orden hegemónico disfrazado de benevolencia, aun cuando ello signifique perpetuar su propia subordinación, en lugar de adaptarse a una nueva realidad donde el poder ya no tiene un solo centro.

Esta actitud no solo es un error estratégico, sino también una manifestación explícita de lo que en psicoanálisis se conoce como un complejo de Edipo no resuelto o una identificación con el agresor. Durante décadas, el mundo ha sido condicionado a depender de EE. UU. y Europa occidental como las únicas fuentes de legitimidad y orden. Ahora, ante su declive, muchos reaccionan con miedo, rechazando alternativas y aferrándose a un sistema que los ha mantenido subordinados.

¿De verdad creen que hemos llegado al “fin de la historia” y que cualquier otro orden mundial sería peor que este? ¿No se supone que somos optimistas y que creemos en la posibilidad de un futuro mejor? La ironía es evidente: quienes se autoproclaman defensores del progreso y la innovación son los mismos que hoy temen el cambio y se resisten a imaginar un mundo donde no solo uno mande.

El mundo multipolar no será un proceso ordenado ni libre de turbulencias. La transición conlleva costos, especialmente para aquellos países más dependientes de la esfera occidental. Sin embargo, esta reconfiguración es inevitable y necesaria. El monopolio del poder global por parte de EE.UU. no solo ha sido injusto, sino que también ha limitado el desarrollo de otras naciones. En este nuevo escenario, los países que se adapten y busquen diversificar sus relaciones internacionales tendrán mejores oportunidades de crecimiento. América Latina, por ejemplo, puede fortalecer sus lazos con Asia, África y los BRICS.

Si lo analizamos a fondo, Trump no está haciendo nada que EE. UU. no haya hecho siempre; la diferencia es que, al no poder imponer su voluntad mediante el soft power porque ya hay otros países que defienden sus intereses de manera soberana, ahora recurre a la vía dura: proteccionismo, sanciones y confrontación directa. Su objetivo sigue siendo el mismo de siempre: mantener su dominio y dictar las reglas del juego. Lo que Washington se niega a aceptar es que ya no es el imperio que alguna vez fue y que el mundo ha cambiado de manera irreversible.

Paradójicamente, la postura de Trump nos ofrece una oportunidad. Al despojar a EE. UU. de su máscara de hegemonía benevolente, nos obliga a reconocer la realidad y a pensar con mayor astucia en una nueva arquitectura de las relaciones internacionales. En lugar de lamentar el colapso del viejo orden, es momento de diseñar uno nuevo, basado en el equilibrio de poder y la cooperación sin imposiciones.

La multipolaridad no es una amenaza, sino una realidad que ofrece nuevas posibilidades. El problema es que aquellos que han sido moldeados por la hegemonía estadounidense aún no logran imaginar un mundo donde EE. UU. no sea el centro. Pero ese mundo ya está aquí, y lo único que queda por decidir es quién sabrá aprovecharlo y quién seguirá atrapado en una nostalgia imperial anacrónica.

Frente a esta realidad, la comunidad internacional debe abandonar la reacción superficial y apostar por una comprensión estratégica de estos cambios. En lugar de lamentar el fin de una globalización idealizada, es necesario replantear los términos de la integración económica, fortalecer mecanismos de cooperación autónomos y diversificar las relaciones comerciales. Solo así los Estados podrán navegar en este nuevo escenario con mayor independencia, sin quedar atrapados en las tensiones de una potencia que lucha por redefinir su rol en el mundo.

EE.UU. elige la multipolaridad

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

Mauricio Ramírez Núñez.

Esta segunda administración del presidente Donald Trump ha marcado un hito en la política exterior estadounidense. Por primera vez desde el final de la Guerra Fría, Washington está abandonando su papel de guardián del orden unipolar y aceptando la nueva realidad del sistema internacional: un mundo multipolar donde grandes potencias como Rusia, China o India desempeñan un papel central en la recomposición del equilibrio global. Este giro estratégico nos recuerda a la escuela realista de relaciones internacionales, donde el Estado y la soberanía nacional vuelven a ser los ejes primordiales de la política global.

Un aspecto clave de esta transformación es el desacoplamiento de EE.UU. respecto al Occidente político tradicional, entiéndase, de Europa y sus centros de poder clásicos. Durante décadas, Washington dirigió la agenda global en conjunto con sus aliados europeos, pero el nuevo enfoque geopolítico de la administración Trump pone en duda este alineamiento incondicional, lo cual tiene a los europeos con los nervios de punta. Estados Unidos prioriza ahora sus intereses nacionales y redefine sus alianzas en función de la competencia global con China y Rusia, en lugar de seguir sosteniendo el peso del sistema occidental en su conjunto.

Durante años, se sostuvo la idea de que la unipolaridad era un orden natural, propio del “fin de la historia”, pero en realidad se trataba de una anomalía histórica disfrazada de multilateralismo y libertad. No puede existir un mundo con un solo poder sin un contrapoder que lo limite o lo regule. La estabilidad requiere equilibrio, y la unipolaridad, al no tener frenos efectivos, generó desorden y conflictos interminables en distintas partes del mundo. La OTAN fue el brazo armado de ese (des)orden. Ahora, con el ascenso de otras potencias al escenario de la toma de decisiones, ese espejismo de dominio absoluto ha quedado atrás.

El actual secretario de Estado Marco Rubio, lo expresa con claridad en una entrevista el pasado mes de enero en el programa de Megyn Kelly:

Y creo que eso se perdió al final de la Guerra Fría, porque éramos la única potencia en el mundo, y por eso asumimos esta responsabilidad de convertirnos en el gobierno global en muchos casos, tratando de resolver todos los problemas. Y están pasando cosas terribles en el mundo. Hay. Y luego hay cosas que son terribles que afectan directamente a nuestro interés nacional, y tenemos que priorizarlas de nuevo. Así que no es normal que el mundo simplemente tenga un poder unipolar. Eso no lo era, eso era una anomalía. Fue un producto del final de la Guerra Fría, pero eventualmente ibas a volver a un punto en el que tenías un mundo multipolar, múltiples grandes potencias en diferentes partes del planeta. Nos enfrentamos a eso ahora con China y, hasta cierto punto, con Rusia, y luego tienes estados rebeldes como Irán y Corea del Norte con los que tienes que lidiar”.

El reconocimiento de esta nueva realidad por parte de Washington plantea grandes incógnitas. Uno de los desafíos más relevantes es el de la desigualdad soberana, es decir, la brecha entre Estados en cuanto a su capacidad para ejercer plenamente su soberanía dentro del sistema internacional. En teoría, todos los Estados son iguales en términos de soberanía, pero en la práctica, las potencias pueden influir en las decisiones de los más débiles mediante presiones económicas, militares y diplomáticas. La multipolaridad no elimina esta desigualdad, pero sí redistribuye el poder entre varios actores, dificultando que una sola nación imponga unilateralmente su voluntad global.

Es evidente que los desafíos no desaparecerán, pero se abre la posibilidad de actuar desde una postura diferente a la hegemonía unipolar occidental. En la misma entrevista citada anteriormente, Rubio reconoce esta verdad. En sus propias palabras:

Ahora más que nunca debemos recordar que la política exterior de Estados Unidos debe estar orientada a promover nuestro interés nacional y, en la medida de lo posible, evitar la guerra y los conflictos armados. En el siglo pasado, vivimos dos guerras mundiales que demostraron su alto costo. Este año se conmemora el 80 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, un conflicto de escala y destrucción sin precedentes. Hoy, el impacto de una guerra global sería aún más catastrófico, posiblemente amenazando la vida en el planeta. Y aunque pueda sonar exagerado, la realidad es que múltiples países poseen ahora la capacidad de aniquilación total. Por ello, debemos esforzarnos al máximo para evitar conflictos armados, pero nunca a expensas de nuestro interés nacional”.

Rubio deja entrever un cambio en la lógica estratégica de Estados Unidos; la guerra ya no es una opción sostenible en un mundo donde el equilibrio de poder se ha diversificado. Su declaración refleja el reconocimiento implícito de que la unipolaridad ha caducado y que la coexistencia con otros polos de poder es inevitable. En este contexto, las naciones que sepan moverse con pragmatismo y estrategia podrán aprovechar las oportunidades que ofrece un sistema más distribuido, sin quedar atadas a los dictados de una sola potencia.

Es contundente y queda claro, que la era del mundo dominado por una única superpotencia ha llegado a su fin. El modelo en el que Estados Unidos determinaba unilateralmente la política global sin restricciones externas ha colapsado, y Washington lo ha entendido. Europa hoy debe reinventarse, se encuentra sola y sin ese compañero que en los últimos treinta años fuera su amigo fiel. Ahora, el reequilibrio del poder global dependerá de la interacción entre múltiples actores, donde Rusia, China, India, Turquía, Irán y otras naciones históricas pero emergentes en este contexto serán claves en la configuración del siglo XXI y sus retos globales.

Trump y el nuevo orden multipolar: hacia el fin del globalismo liberal

Mauricio Ramírez Núñez.

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

El regreso del presidente Donald Trump a la Casa Blanca y a la escena internacional está redefiniendo el tablero geopolítico de Occidente. Su reciente conversación con el presidente Vladimir Putin para iniciar las negociaciones y poner fin a la guerra en Ucrania no solo confirma que este conflicto fue inducido por Occidente, sino que también representa un giro fundamental en la política exterior de Estados Unidos. Con este movimiento, Trump ha puesto en su lugar a una Europa que durante décadas ha dependido de la protección estadounidense sin asumir la responsabilidad de su propia seguridad. Ahora, el mensaje es claro: si Europa no es capaz de garantizar su propia defensa, Estados Unidos no seguirá sacrificando sus recursos y su gente por ellos.

Desde la Segunda Guerra Mundial, Europa convirtió a Estados Unidos en su principal herramienta de seguridad, delegando en Washington la respuesta ante cualquier amenaza externa. La Guerra Fría y la expansión de la OTAN reforzaron esta relación, pero los tiempos han cambiado. Trump ha entendido que Estados Unidos no tiene por qué seguir asumiendo el rol de protector absoluto de Occidente, especialmente cuando sus propios intereses estratégicos están en juego. Su postura hacia Rusia ya no es de confrontación como la pasada administración del presidente Biden, sino de cooperación estratégica, lo cual es correcto y necesario en un mundo que avanza hacia la multipolaridad.

El caso de Ucrania es un claro ejemplo de la nueva visión de Trump. En lugar de seguir financiando sin límites al gobierno de Volodímir Zelenski, la prioridad será recuperar lo invertido. La administración Trump probablemente exigirá el pago en forma de petróleo y tierras raras, recursos fundamentales para la economía y seguridad energética de Estados Unidos. Así lo ha mencionado el destacado coronel estadounidense Douglas McGregor en una reciente entrevista. Se acabó el financiamiento descontrolado a gobiernos que no aportan beneficios tangibles a Washington.

La eventual conclusión de la guerra en Ucrania podría marcar el principio del colapso definitivo de la OTAN, una organización que nació como un dique contra la Unión Soviética pero que, tras la caída del bloque comunista, sobrevivió a base de conflictos diseñados para justificar su existencia. Mantenida artificialmente por las élites globalistas de Occidente, la Alianza Atlántica ha demostrado ser más un instrumento de hegemonía estadounidense que un verdadero garante de seguridad.

Hoy, la paradoja es innegable: la izquierda, que durante décadas exigió el desmantelamiento de la OTAN, ahora titubea y evita confrontarla abiertamente. Su institucionalidad, hábilmente adaptada al lenguaje del progresismo, ha logrado cooptarla mediante un sofisticado ejercicio de soft power. Prueba de ello son las declaraciones del entonces secretario general Jens Stoltenberg en 2023, cuando, en un mensaje grabado y difundido por la Alianza, afirmó: “Existimos no solo para defender y proteger nuestras tierras, sino también a las personas en toda su variedad”. Ahora, la OTAN no solo se presenta como un bastión militar, sino también como una supuesta defensora de la diversidad. Y así, la izquierda, que en otro tiempo habría denunciado su existencia, prefiere callar.

Si Washington deja de sostener esta estructura caduca, Europa se verá obligada a redefinir su seguridad bajo sus propios términos, sin el paternalismo estadounidense. La disolución de la OTAN, un escenario antes impensable, hoy ya no parece una utopía, sino una posibilidad concreta en el tablero geopolítico.

En el caso de Asia, la posible desmilitarización de las relaciones con China y la estabilización del tema de Taiwán podrían ser otros de los grandes logros de una política exterior más realista y pragmática. Garantizar la paz en la región del Indo-Pacífico es esencial, y para ello es necesario abandonar la lógica de confrontación impuesta por el globalismo liberal. Un entendimiento entre Estados Unidos y China sobre los asuntos estratégicos de la región aseguraría una estabilidad duradera y reduciría los riesgos de conflicto.

La única región donde no está claro cuál será el accionar de Washington sigue siendo Oriente Medio, y los compromisos que tiene Trump con Israel, donde la situación sigue siendo tensa y las posibilidades de un gran conflicto regional que incluya a EE. UU. siguen vivas. Sin duda, este puede ser el talón de Aquiles del gobierno norteamericano en temas geopolíticos.

En este contexto, la política de Trump moldea un mundo donde las grandes potencias negocian desde sus propios intereses sin estar atadas a una visión hegemónica impuesta por una élite occidental decadente. Sí, es el fin de la globalización neoliberal tal como la conocemos. Esto marca el inicio de una era multipolar en la que el globalismo liberal, con su agenda de intervención y control absoluto, empieza a desmoronarse. El futuro se encamina hacia un equilibrio de poder más natural, donde cada nación puede defender sus propios intereses y zonas de influencia sin ser obligada a seguir un modelo único e impuesto desde arriba. Trump no solo está tratando de reordenar Occidente, sino que, junto con Rusia y China está poniendo los cimientos de un mundo verdaderamente soberano y multipolar.

Rusia, China y la lección aprendida sobre el islam radical

Mauricio Ramírez Núñez.

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

La historia de la Guerra Fría dejó muchas enseñanzas estratégicas, pero quizás una de las más importantes para Rusia y China fue el uso que Estados Unidos y Occidente hicieron del islam radical como herramienta de desestabilización contra la influencia soviética y comunista en Asia Central.

Durante décadas, Washington financió y promovió grupos yihadistas para enfrentar a la URSS en Afganistán y otras regiones, basándose en la incompatibilidad ideológica entre el materialismo marxista-leninista y la cosmovisión religiosa islámica. Sin embargo, con el tiempo, esos mismos grupos entendieron que solo fueron utilizados por Occidente, lo que llevó a su enfrentamiento directo con EE.UU. en episodios como el 11 de septiembre y la expansión de la insurgencia islamista global con el Estado Islamico posteriormente, y su guerra santa contra occidente.

El comunismo soviético, al ser un producto de la modernidad ilustrada, compartía con Occidente un mismo origen filosófico basado en la razón, la secularización y el materialismo. En el mundo islámico, que mantiene una visión profundamente espiritual y tradicionalista, este enfoque resultaba profundamente ajeno, lo que facilitó que Occidente explotara esas diferencias ideológicas. Estados Unidos financió figuras como Osama bin Laden y promovió el surgimiento de grupos como Al Qaeda con el propósito de debilitar la presencia soviética en Afganistán, en lo que se conoce como la «trampa afgana». Sin embargo, una vez que la URSS colapsó, el islamismo radical, lejos de ser un aliado eterno de Washington, comprendió que sus patrocinadores occidentales solo los habían instrumentalizado, lo que llevó a una ruptura de sus relaciones.

La contradicción más evidente en la estrategia estadounidense quedó expuesta con la victoria de los talibanes en Afganistán en 2021. Los mismos Estados Unidos que se presentan como defensores de los derechos humanos y la igualdad de género fueron los que financiaron, entrenaron y armaron a los talibanes en los años 80, ayudándolos a convertirse en la fuerza política y militar que son hoy. Sabían perfectamente que este grupo no permite ni siquiera que las mujeres hablen en público, que impondrían un sistema de gobierno basado en una interpretación extrema de la sharía y que restringirían libertades fundamentales.

Sin embargo, en nombre de la democracia y la libertad, les dieron apoyo logístico, dinero y armas. El colapso del gobierno prooccidental de Kabul y el regreso de los talibanes al poder fueron la prueba final del fracaso de la política estadounidense en la región. Durante 20 años, Washington vendió la idea de que estaba construyendo una democracia en Afganistán, pero la realidad es que nunca tuvo un proyecto sostenible. Cuando llegó el momento de la retirada, abandonaron el país al mismo régimen que décadas atrás habían financiado y utilizado como instrumento contra la URSS.

Rusia aprendió de esta experiencia y, tras la disolución de la URSS, abandonó el comunismo en favor de una revalorización de su identidad histórica basada en el cristianismo ortodoxo y la tradición nacional. Este giro no solo sirvió para cohesionar su sociedad internamente alrededor de la figura del presidente Putin, sino que también le permitió redefinir su política exterior hacia el mundo islámico.

A diferencia del Occidente liberal, que insiste en imponer su visión de democracia, derechos humanos y progresismo (nihilismo) moral, Rusia se ha posicionado como una potencia respetuosa de las tradiciones y creencias de los pueblos musulmanes. Esta estrategia de soft power ha permitido que muchos países islámicos, en lugar de ver a Rusia como un enemigo, la perciban como un aliado en la defensa de los valores tradicionales frente a la ofensiva cultural, y en algunos casos hasta militar, de Occidente.

China, por su parte, también ha tomado nota de esta historia. A pesar de sus propias tensiones internas con minorías musulmanas, Pekín entiende que el islamismo radical fue una creación occidental y que, en términos geopolíticos, es preferible construir lazos pragmáticos con el mundo islámico basados en el respeto mutuo y la no injerencia en asuntos internos. Su estrategia en Medio Oriente y África refleja esta visión, centrada en el comercio, la inversión y la cooperación, en lugar de intentar imponer modelos políticos o ideológicos.

De esta manera podemos contrastar y ver grandes diferencias que marcan la pauta hacia un mundo cada vez más multipolar. Occidente sigue atrapado en su lógica de superioridad civilizatoria, donde se presenta como la cúspide del desarrollo humano y descalifica a cualquier sistema que no encaje en su esquema liberal-democrático. Esta actitud, que remite a la vieja dicotomía entre civilización y barbarie de la época colonial, ha generado un profundo rechazo en muchas partes del mundo, incluidas las sociedades musulmanas. Mientras EE.UU. y Europa predican valores de «progreso» y «derechos humanos», al mismo tiempo imponen sanciones, intervenciones militares y desestabilización política en países que no siguen su línea.

Así, el mundo musulmán ha comenzado a ver en Rusia y China socios más confiables y menos intrusivos que Occidente. Esto es algo que tiene muy claro el presidente Trump. El tiempo ha demostrado que la estrategia de instrumentalizar el islam radical terminó siendo un arma de doble filo para Estados Unidos y Europa, mientras que Rusia y China, con su enfoque de respeto por las tradiciones, han logrado acercarse a un mundo que antes les era hostil. La lección de la Guerra Fría ha sido bien aprendida, y la reconfiguración del poder global así lo demuestra.

El desafío de América Latina frente a Trump: ¿Subordinación o soberanía en el nuevo orden multipolar?

Mauricio Ramírez Núñez

Mi tesis central radica en que las posturas agresivas y unilaterales de Trump hacia la región, lejos de ser exclusivamente negativas, podrían generar un punto de inflexión en el que los países latinoamericanos se vean obligados a tomar una postura más clara, soberana y unificada frente a Estados Unidos, a diferencia de la estrategia «soft» de los demócratas, que suele ser percibida como más sutil pero igualmente intervencionista. Esta es una tesis que países como Rusia la deben de tener muy clara en todo aspecto.

Durante el primer mandato de Trump, México vivió una transformación política significativa. Las posturas abiertamente xenófobas y agresivas de Trump hacia los mexicanos minaron el discurso tradicional de partidos como el PRI, que históricamente habían mantenido una relación servil con Estados Unidos. Esto abrió paso a un sentimiento nacionalista que favoreció el ascenso de Andrés Manuel López Obrador, cuya retórica de soberanía resonó con una población cansada de la corrupción de aquellos partidos, así como de la subordinación política y económica a Washington.

Aquí trazo un paralelismo interesante de considerar: lo que ocurrió en México podría replicarse en toda América Latina. La lógica detrás de esta afirmación es que las amenazas y actitudes confrontativas de Trump, como la idea de recuperar el Canal de Panamá o imponer sanciones unilaterales, podrían obligar a los gobiernos y las sociedades de la región a articular una respuesta más firme y cohesionada, anclada en la multipolaridad emergente liderada por actores como India, China y Rusia. Además de reactivar en la región la semilla para el surgimiento de nuevas fuerzas políticas e ideológicas.

Sin duda Trump seguirá la doctrina Monroe que busca reafirmar el control estadounidense sobre la región mediante una estrategia directa y matonesca, a diferencia de la estrategia más «soft» de los demócratas, que se reviste de un lenguaje progresista y diplomático pero que, en esencia, busca los mismos objetivos hegemónicos. Este contraste pone de relieve una cuestión clave: ¿es preferible enfrentar una hegemonía explícita y directa o una que actúa tras bambalinas? Desde mi perspectiva, la primera opción, aunque más dura, podría ser un catalizador para una mayor autonomía o despertar regional.

En este contexto, queda en evidencia la decadencia de Estados Unidos — por su desesperación por recuperar influencia y recursos— lo cual representa una oportunidad única para América Latina de redefinir su papel en el sistema internacional, dejando de ser un «patio trasero» y posicionándose como una región estratégica dentro del nuevo orden multipolar. Creo que Rusia y China pueden tener una lectura algo similar de esto.

La pregunta central es, ¿Qué postura tomaremos?, es tanto un llamado a la acción como un desafío político. En un escenario de crisis y confrontación, América Latina podría optar por dos caminos: mantener la subordinación histórica a Estados Unidos o construir una respuesta soberana y colectiva que aproveche las dinámicas del sistema multipolar. Esto último implicaría fortalecer la integración regional, diversificar las relaciones exteriores y revalorizar los principios de autodeterminación y soberanía.

Tampoco podemos dejar de lado riesgos de esto. Aunque Trump pueda actuar como un catalizador de cambios, la posibilidad de enfrentar sanciones, desestabilización económica o conflictos internos podría complicar la consolidación de una postura unificada en la región. Además, la creciente influencia de actores como China y Rusia en la región plantea sus propios desafíos en términos de dependencia y negociación.

Es momento de pensar en lo que desde hace tiempo ya varios políticos y académicos han planteado sobre un No Alineamiento Activo que nos permita tener equidistancia estratégica, así como una postura independiente y soberana en la política internacional.

La Cuarta Teoría Política: Un faro para reencontrar la vía costarricense

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

Mauricio Ramírez Núñez.

Como docente e investigador en el área de Relaciones Internacionales, ha sido un honor tener la oportunidad de entrevistar hace un tiempo al profesor, geopolítico y filósofo ruso Alexandr Dugin, uno de los intelectuales más influyentes del mundo no occidental. Sus ideas no solo han moldeado el pensamiento político de la Rusia contemporánea, sino que también han impactado a numerosos pensadores a nivel global, incluido en Occidente. Paradójicamente, en estas tierras que se proclaman defensoras de la libertad de expresión y de conciencia, su obra ha sido objeto de censuras que contradicen estos principios.

Uno de los aportes más importantes del profesor Dugin, a quien además tuve el agrado de conocer personalmente en Moscú, es su célebre Cuarta Teoría Política, una propuesta disruptiva y audaz que desafía el pensamiento político moderno occidental y sus tres grandes ideologías: comunismo, fascismo y liberalismo. Dugin sostiene que, ante el evidente desgaste de estas corrientes y sus inclinaciones totalitarias, es imprescindible una nueva teoría política que supere las limitaciones de una modernidad atea, materialista y marcada por un nocivo complejo de superioridad. Este modelo ha sido la herramienta central para consolidar la hegemonía política, ideológica y económica de Occidente durante los últimos 500 años, un dominio que su teoría invita a cuestionar radicalmente.

La Cuarta Teoría Política se fundamenta en la premisa de que la modernidad atraviesa una profunda crisis. Esta crisis se refleja en la pérdida de valores tradicionales, reemplazados por un sistema centrado en el materialismo, el consumo desmedido y la ausencia de propósito existencial. El nihilismo actual así lo demuestra en todos los campos. Se traduce, además, en la desintegración de las comunidades, el incremento de la desigualdad social y un vacío antropológico que despoja al ser humano de su conexión con los principios fundamentales que rigen el universo y la existencia misma. En esencia, la crisis de la modernidad es una crisis de sentido, un colapso de las bases éticas y espirituales que históricamente han dado dirección y significado a la vida de la civilización Occidental.

Esta teoría plantea la identidad como fundamento central de la organización política. Esta identidad se entiende como la pertenencia a una comunidad, una cultura y una historia compartidas. El profesor Dugin incorpora el concepto del Dasein o «ser-ahí», desarrollado por el filósofo alemán Martin Heidegger, reinterpretándolo en clave geopolítica para vincularlo al «ser-ahí» de cada pueblo y su desarrollo dentro del espacio y contexto que le son propios. La identidad, según esta visión, no solo nos define como seres humanos, sino que también nos otorga un sentido de pertenencia auténtico, en oposición a ideas impuestas desde posiciones de enunciación que se autoproclaman superiores. Cada pueblo posee su propio logos (racionalidad) y ethos (esencia cultural), los cuales deben ser respetados como expresión única de su devenir histórico y espiritual.

Las tres grandes ideologías de la modernidad han tenido como base sujetos históricos que, en última instancia, niegan a la comunidad y al pueblo como tal. En el fascismo, el sujeto histórico es el Estado o la raza; en el comunismo, la clase proletaria; y en el liberalismo, el individuo. Sin embargo, Dugin sostiene que estos paradigmas son insuficientes para enfrentar los desafíos contemporáneos, ya que fragmentan la esencia colectiva de las sociedades.

Por eso, el planteamiento de este filósofo ruso propone una simbiosis en la que el Dasein de cada pueblo, como sujeto político, sea el eje alrededor del cual giren tanto el Estado como el mercado. Todo ello debe estar fundamentado en las tradiciones y creencias genuinas de cada sociedad, capaces de resistir la manipulación y las imposiciones ideológicas de actores externos. La meta es que cada pueblo encuentre su propio camino hacia el desarrollo, respetando su identidad propia y fomentando relaciones internacionales basadas en el respeto mutuo y la cooperación.

Dugin aboga por un verdadero mundo multipolar, donde las diferentes civilizaciones puedan coexistir sin la dominación de hegemonismos, y en el que la diversidad de creencias, culturas, saberes y filosofías se valore como una fortaleza que enriquezca a la humanidad en su conjunto. A continuación expongo un pequeño extracto de la entrevista que hice al profesor Dugin donde se refiere a la Cuarta Teoría Política:

“La Cuarta Teoría Política es precisamente la crítica radical del liberalismo y al mismo tiempo no tiene nada que ver ni con comunismo ni con fascismo, es la invitación para despertar la imaginación de los pueblos, de las sociedades, para imaginar, crear y proponer alguna cosa más allá del status quo. En las relaciones internacionales, este proyecto de la Cuarta Teoría Política, corresponde orgánicamente a la Teoría del Mundo Multipolar, donde América Latina debe fungir como un polo independiente y soberano, hay que pensar en la integración de los pueblos de toda América Latina basándose en su identidad profunda, tradicional y común para poder crear este polo de la multipolaridad para llevar a cabo esta tercer fase de la liberación latinoamericana que empezó con Bolívar y otros héroes de la región.

Esta es hoy la necesidad porque no es posible superar la unipolaridad actual con socialismo que no provoca ya el entusiasmo popular, o el sobre racionalismo por otro lado, que opone a unos pueblos contra otros y ayuda a los liberales a manipular a la gente. Hay que clarificar esa visión continentalista para desarrollar de manera más clara y transparente esta visión de un futuro común, que es más o menos, lo mismo que el euroasianismo en Rusia, porque en Rusia nosotros queremos juntar los pueblos euroasiáticos alrededor de un destino común. Lo mismo tiene que suceder en América Latina, donde pueda desarrollar su sentido de destino común diferente al de América del Norte, de Europa, de Rusia, del mundo Islámico, no es tampoco necesariamente pro ruso, la Teoría del Mundo Multipolar es objetiva, no sirve a los intereses de unos u otros, porque se trata de crear y defender esta identidad propia de cada civilización”.

Después de estas palabras del profesor Dugin, surgen muchas preguntas y un cúmulo de ideas que invitan a reflexionar sobre cada una de sus afirmaciones, especialmente en relación con el caso costarricense y la coyuntura histórica que enfrentamos. En un contexto de creciente polarización política y odio, la Cuarta Teoría Política se presenta como un llamado a redescubrir la vía costarricense, esa trayectoria histórica que ha hecho de nuestro país un lugar único, con una identidad y una historia propias.

Hechos como el Pacto de Ochomogo, el «comunismo a la tica”, las Garantías Sociales y la abolición del ejército son expresiones del ser-ahí profundo del pueblo costarricense, caracterizado por su solidaridad y su sentido de pertenencia a una matriz común. Estas lecciones del pasado nos recuerdan que nuestro desarrollo debe basarse en nuestra identidad, en nuestros valores, y no en modelos ni modas impuestas desde fuera. La reflexión de Dugin nos invita a pensar críticamente en nuestro propio camino, a fortalecer nuestra identidad y a retomar las raíces que han definido nuestro proyecto nacional. Es tiempo de construir un modelo que honre nuestra historia y proyecte a Costa Rica hacia un futuro auténtico y solidario, en armonía con nuestra propia historia, así como con nuestra esencia como pueblo.

¿Tiene Venezuela posibilidades de ingresar a los BRICS+?

Mg. José A. Amesty Rivera

Acaba de concluir la 16 Asamblea de los Brics+, celebrada en la ciudad de, Kazán-Rusia, durante los días 22 al 24 de octubre de 2024. Esta ha tenido una repercusión histórica —pre-durante y post-a la celebración de la misma. Esta generó expectativas en torno a la entrada de nuevos participantes en la misma. En esta, a su vez, hubo sorpresas; una de ellas fue el veto por parte de Brasil a Venezuela, para su no ingreso a los Brics+. Asimismo, «fue seguida con cautivadora atención por toda la Mayoría Global y con perplejidad por gran parte del decadente orden occidental».

Atendiendo a la pregunta del título del presente artículo, veremos que Venezuela tiene muchas posibilidades-caminos para ingresar al organismo integrador, aún y a pesar del veto de Brasil.

Antes veamos algunos elementos importantes:

  1. La primera Cumbre del BRIC se celebró en Ekaterimburgo en 2009, donde los líderes electos de los primeros cuatro países (Brasil, Rusia, India y China) anunciaron oficialmente su adhesión al bloque económico del BRIC. Luego, en diciembre de 2010, Sudáfrica fue invitada al bloque, dando como resultado el surgimiento del BRICS.
  2. Los primeros objetivos de esta etapa fueron:

– Fortalecer su posición en el mundo a través de una cooperación activa entre sí, por medio de las principales potencias con economías emergentes.

– Crear las condiciones para una cooperación efectiva y un fortalecimiento significativo del potencial económico y tecnológico de los países participantes.

  1. Más adelante, en el año 2015, los BRICS se reunieron en la ciudad de Ufa-Rusia, lanzando el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) de la institución. Comprometiéndose con los siguientes principios:

– Promover un desarrollo para todos

– Ser transparente y democrático

– Establecer estándares fuertes y asegurar su cumplimiento

– Promover el desarrollo sustentable.

  1. El Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), comenzó a funcionar, realmente, en julio de 2014, y los miembros fundadores de los BRICS, aportaron 100.000 millones de dólares como capital autorizado del banco. Cada miembro fundador del BRICS, posee una participación igualitaria en el NDB y contribuye con una parte igualitaria a los activos del banco. Otros países se han convertido en miembros del NDB desde su creación.
  2. Junto con el NDB, los BRICS pusieron en marcha el Acuerdo de Reserva de Contingencia (CRA), cuyo objetivo es proporcionar moneda líquida a los países que atraviesan dificultades económicas. A diferencia del NDB, el CRA no está sujeto a una estipulación de contribución igualitaria, y China aportó el 41 por ciento de los activos iniciales del acuerdo.
  3. Ahora, ante lo expuesto, se pretende mostrar que los BRICS+, desde sus inicios, tienen una estructura, que luego con los años se ha venido fortaleciendo y evolucionando, como los veremos adelante.

A su vez, los BRICS, entre los objetivos señalados en el documento oficial de la asociación «Estrategias BRICS», se encuentran los siguientes:

  • Buscar un crecimiento económico inclusivo para erradicar la pobreza, abordar el desempleo y promover la inclusión social (objetivo clave de BRICS).
  • Consolidar los esfuerzos para garantizar un crecimiento de mayor calidad mediante el fomento del desarrollo económico innovador basado en tecnologías avanzadas y el desarrollo de habilidades con el fin de construir una economía del conocimiento.
  • Esforzarse por una mayor interacción y cooperación con los países que no pertenecen a BRICS, así como con las organizaciones y foros internacionales. Los miembros del BRICS trabajarán con la comunidad empresarial de sus países para implementar la Estrategia. La meta de BRICS es fomentar una cooperación más estrecha entre los círculos empresariales de los países del BRICS.

También entre los objetivos y metas del BRICS, está el desarrollo de cálculos en monedas nacionales para acelerar el crecimiento económico. Esta debe ser una de las áreas de cooperación para lograr conjuntamente el crecimiento económico.

Estos objetivos establecidos por los BRICS, darán un nuevo impulso a la cooperación económica global. Por ejemplo, el comercio y las inversiones de BRICS, con los países de bajos ingresos, han servido como el principal sistema de apoyo después de la crisis financiera mundial.

  1. Igualmente, en el documento oficial, ya citado y titulado «Estrategias BRICS», se especifica las siguientes funciones:
  1. Cambio Económico de BRICS, así como otras plataformas acordadMejorar el acceso a los mercados y facilitar las interconexiones de los mercados.
  2. Promover el comercio y la inversión mutuos y crear un entorno empresarial favorable para los inversores y empresarios en todos los países BRICS.
  3. Ampliar y diversificar la cooperación comercial y de inversión que contribuya a la creación de valor añadido entre los países del BRICS.
  4. Fortalecer la coordinación de las políticas macroeconómicas y aumentar la resiliencia ante las crisis económicas externas.
  5. Facilitar el intercambio de información a través de la Secretaría Virtual de BRICS y la Plataforma de Intercas.

8) Y finalmente, los países BRICS, reúnen características que se consideran claves para el potencial de crecimiento económico, como son la gran extensión territorial, la riqueza en recursos naturales y población absoluta, lo que puede traducirse en mayores oportunidades y competitividad.

– A estos factores de crecimiento se suman otros rasgos característicos de las economías emergentes:

+ Ingreso per cápita menor al promedio.

+ Potencial de crecimiento rápido.

+ Volatilidad de sus mercados.

Reiteramos que, ante lo expuesto anteriormente, los BRICS+ tienen una estructura administrativa, objetivos, metas, principios, funciones y características, que revelan que Venezuela sí cumple con los requisitos para poder ingresar a al organismo multipolar.

Además, según el escritor Luis Britto García señala que, «como alternativa, el Brics+ propone una divisa con respaldo de 40% en oro y recursos naturales, y un 60% en una canasta de monedas de los miembros, llamada 5-R por su composición en reales, rupias, rublos, renminbis y rands. Venezuela, el país con la primera reserva de oro de América Latina, y segunda de América a pesar del latrocinio efectuado por el Bank of England, podría contribuir a ese respaldo, que a su vez implicaría la desdolarización global, la dilución del efecto de las medidas coercitivas unilaterales y el fin del mundo unipolar.

Finalmente, para aclarar la posibilidad o los caminos que tiene Venezuela para ser parte de los BRICS+, en el ámbito práctico de las diferentes formas en las que el BRICS ha buscado ampliar su membresía, evaluando así, cuáles han sido los criterios y condiciones que se han aplicado hasta el momento en el proceso de admisión de nuevos miembros, que es el principal aporte de este artículo, los vemos:

  1. Los BRICS han incorporado miembros en tres lugares institucionales diferentes:

– a) Los miembros que componen el acrónimo inicial.

– b) Los BRICS plus.

– c) El Nuevo Banco de Desarrollo NBD.

En cada uno de los casos, los procedimientos seguidos no fueron similares, pero, sí, fueron experiencias que informaron e incidieron en la manera en que se dieron las posteriores negociaciones y deliberaciones, en relación con quiénes incorporar, dónde hacerlo y en qué momento.

Pero haciendo un resumen de la historia de estos tres lugares diferentes y sus procedimientos, para asociarse a los BRICS+, por parte de los países fundadores, serían los siguientes:

  1. Todos los países han entrado, con el auspicio de uno de los países miembros, siendo casi siempre el miembro fundador proveniente de la región correspondiente el que asume este papel.
  2. El tener vinculaciones económicas de importancia con varios de los miembros fundadores.
  3. Siempre se ha procurado, durante el proceso de incorporación, el mantener una representación equitativa de todas las regiones, a las que pertenecen los países fundadores.
  4. Otra posibilidad es hacerse socio del Nuevo Banco de Desarrollo NBD, cumpliendo todos los requisitos necesarios, y de allí ser potencial asociado a los BRICS+.

Es evidente, que Venezuela reúne casi la totalidad de las características y/o es poseedor de condiciones para ser miembro de los BRICS+; además de todos los rasgos, símbolos, lenguaje corporal y actitudes de parte de los miembros de los BRICS+ en Kazán-Rusia, hacia Venezuela que fueron igualmente obvios.

30 de octubre, 2024

103 Años del PC Chino: Transformación, Evolución y Liderazgo

Mauricio Ramírez Núñez.

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

El Partido Comunista Chino (PCCh) celebra 103 años de existencia, marcados por una historia que ha transformado a una de las naciones más grandes del planeta. Desde su fundación en 1921, el PCCh ha recorrido un camino lleno de desafíos y victorias, llevando a China a convertirse en una potencia mundial que compite de tú a tú con las grandes potencias (hoy en declive) de Occidente, que en algún momento vieron al pueblo chino como inferior o incluso como parte de sus conquistas.

La Revolución y la Evolución del Partido

El PCCh inició su travesía con la misión de liberar a China del yugo colonial y feudal, liderando una revolución a cargo de Mao Tse Tung, que culminó con la fundación de la República Popular China en 1949. Esta revolución no solo derrocó a las fuerzas imperialistas y feudales, sino que también sentó las bases para la construcción de una nueva sociedad basada en los principios del socialismo, superando así el periodo conocido como el “siglo de la gran humillación del pueblo chino”.

A lo largo de su historia, el PCCh ha demostrado una notable capacidad para evolucionar y adaptarse a las cambiantes realidades del mundo. Más allá de la teoría, el partido ha aplicado sus principios de manera pragmática, amalgamando valores tradicionales, cultura y economía para crear lo que hoy conocemos como el «socialismo con peculiaridades chinas». Este modelo, único y no replicable, ofrece lecciones valiosas para los países en vías de desarrollo, mostrando que es posible desarrollar un camino propio hacia el progreso y la prosperidad basado en las raíces y tradiciones que caracterizan a cada pueblo.

Una Visión de Nación Completa

Uno de los aspectos más destacados de la evolución del PCCh es su visión del pueblo chino no como una mera clase social, sino como una nación completa. Esto es clave para comprender la China contemporánea. La lucha contra la pobreza y la desigualdad no se limita a la clase obrera, campesina o proletaria, sino que se ha convertido en una responsabilidad colectiva de todo el pueblo chino, independientemente de su clase social o nivel educativo. Este enfoque inclusivo ha sido una de las claves del éxito del partido y marca una diferencia fundamental con los partidos de izquierda en Occidente, especialmente en América Latina, que a menudo permanecen atrapados en un sectarismo doctrinario propio de la Guerra Fría.

Mientras en estas latitudes todavía se enfrascan, tanto la derecha como la izquierda, en debates ideológicos añejos entre lo público y lo privado, el marxismo chino, en una comprensión dialéctica superior, ha entendido en la práctica que lo público y lo privado no son antagonistas, sino complementos de una realidad superior: el bienestar de todo el pueblo. Ambos deben trabajar juntos, no por separado ni de manera egoísta, para lograr este objetivo. El garante de que esto sea así es el Estado.

Política Exterior y Multipolaridad

En el plano internacional, el PCCh se alinea con la verdadera multipolaridad del mundo, la nueva estructura del sistema internacional. Trabajando de la mano con Rusia y otros países, China busca construir un sistema antihegemónico donde las imposiciones ideológicas, económicas o culturales sean cosa del pasado. En su lugar, se promueven relaciones de cooperación y beneficio mutuo, basadas en el respeto verdadero a la soberanía, así como al derecho internacional.

La política exterior de China se basa en cinco principios fundamentales: respeto mutuo por la soberanía y la integridad territorial, la no agresión mutua, la no interferencia en los asuntos internos de otros países, la igualdad y beneficio mutuo, y la coexistencia pacífica. Estos principios son clave para mantener buenas relaciones con todos y para construir un mundo verdaderamente diverso y anticolonial.

Desarrollo de Alta Calidad y Liderazgo Económico

China, bajo la dirección del PCCh y después de la época de la reforma y la apertura llevada a cabo por Deng Xiaoping en 1978, se ha esforzado en alcanzar un desarrollo de alta calidad. En 2023, contribuyó con un 32 por ciento al crecimiento económico mundial, consolidándose como el mayor motor de la economía global. Este logro ha generado incomodidad entre las potencias occidentales, que a menudo predican la competencia y el libre mercado, pero en la práctica buscan impedir una competencia real. Aún hoy, algunos países occidentales actúan como si estuvieran en tiempos de colonialismo imperial, negándose a aceptar que una nación considerada de tercer mundo y con un sistema político diferente pueda superarlos.

Los niveles de modernización que ha alcanzado la China comunista no tienen paralelo en ningún país desarrollado. Occidente sigue sin aceptar que otra nación, con un sistema político distinto, pueda rivalizar o superar sus logros, perpetuando la idea de ser los únicos dueños del «logos» y la verdad.

El Milagro Chino y su Relevancia Global

El milagro chino merece ser estudiado con detenimiento. Desde la forma en que el PCCh toma decisiones hasta el pragmatismo estratégico utilizado para sacar a más de 800 millones de chinos de la pobreza en 2021, cada aspecto ofrece lecciones valiosas. A pesar de las sanciones ilegales y las restricciones impuestas a empresas chinas, China ha logrado no solo sobrevivir, sino también prosperar, demostrando una capacidad de resistencia y adaptación que merece reconocimiento.

Estos 103 años del PCCh y los 75 años de la República Popular China representan una experiencia acumulada y demostrada de dignidad, desarrollo y bienestar popular que pocos países han logrado emular. El PCCh ha creado un modelo de socialismo con peculiaridades chinas, que incluye su milenaria tradición filosófica y espiritual que no solo ha transformado a su nación, sino que también ofrece un faro de esperanza y una fuente de aprendizaje para todos los países en vías de desarrollo.

La Biblia dice que se juzga a alguien por sus obras y la causa por sus resultados. Siguiendo esta lógica, el Partido Comunista Chino es digno de respeto y admiración. Ha recorrido un camino impresionante desde su fundación, transformando a China en una potencia mundial. Su capacidad para evolucionar, adaptarse y liderar con pragmatismo y visión inclusiva lo convierte en un modelo digno de estudio, donde los resultados hablan por sí solos y rompen estereotipos.

Don Pepe y la Multipolaridad

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

Mauricio Ramírez Núñez.

En la historia reciente de Costa Rica, pocas figuras han dejado una marca tan indeleble como José Figueres Ferrer, «Don Pepe”, como de cariño se le dice. Su legado no solo reside en su papel decisivo en la abolición del ejército tras la guerra civil de 1948 y la fundación de la Segunda República, sino también, en la configuración de una política exterior valiente y visionaria que ha permitido al país mantener relaciones constructivas con diversas naciones, independientemente de su alineamiento con las grandes potencias, y en medio de aquella compleja coyuntura conocida como la Guerra Fría. Don Pepe se caracterizó por tener, sin lugar a dudas, una visión política adelantada a su época.

Don Pepe entendió que la verdadera independencia y el desarrollo soberano de una nación pequeña como Costa Rica, dependían de su capacidad para mantener una política exterior flexible y pragmática. Este enfoque se centraba en establecer y mantener relaciones diplomáticas y comerciales con una amplia gama de países, evitando así caer en la trampa de las alianzas exclusivas o los juegos de poder y amenazas impuestas por las grandes potencias de aquel momento.

El caso más emblemático y sobresaliente de esto que menciono fue el establecimiento de relaciones diplomáticas con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en el año 1972, durante su tercer mandato. Don Pepe, como estadista y líder audaz, demostró una valentía notable al desafiar las tensiones de la Guerra Fría, esta postura no solo fue un acto de coraje, sino, asimismo, de astucia política y visión de largo plazo, lejos del calor de la coyuntura en un período dominado por la confrontación ideológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

El 24 de enero de 1972, San José recibió al Embajador Soviético, Vladimir Kazimirov, recientemente fallecido por cierto, marcando la apertura de la primera embajada de la URSS en territorio centroamericano. Este evento histórico y revolucionario, si se quiere, simbolizó un cambio significativo en la política exterior de Costa Rica y reflejó la convicción de Don Pepe de que el diálogo y la cooperación internacional eran esenciales, incluso con naciones de sistemas políticos radicalmente diferentes al costarricense. Por su parte, nuestro primer embajador en la URSS fue el señor Fernando Berrocal, quien tuvo el honor y la responsabilidad histórica de echar a andar las relaciones de nuestro país con Moscú en tierras soviéticas.

Además, Don Pepe no se limitó a establecer vínculos con la Unión Soviética. Su administración extendió relaciones diplomáticas a otros ocho países de la órbita socialista, reafirmando su compromiso con una política exterior inclusiva y plural. Esta postura no solo diversificó las alianzas internacionales de Costa Rica, sino que también mostró al mundo la independencia y soberanía de la nación en la arena global. La valentía de Don Pepe en estos actos continúa siendo un testimonio de su liderazgo visionario y su capacidad para navegar en medio de complejas dinámicas internacionales en pos del beneficio de su país.

Hoy, el mundo parece estar viviendo una nueva Guerra Fría 2.0. La actual contradicción ha dejado de ser ideológica para convertirse en geopolítica y comercial. En este escenario, el bloque globalista liderado por el Occidente colectivo y caracterizado por un enfoque unipolar, con Estados Unidos y la OTAN a la cabeza, se enfrenta a una visión multipolar del mundo. En esta visión alternativa, Rusia, China, India y otros países están adquiriendo un papel cada vez más prominente a diversos niveles, desafiando el liderazgo occidental en todos los planos. Estos actores se atreven a proponer un orden internacional alternativo, donde su amplia participación se convierta en un elemento clave para la construcción de dicho orden.

Esta realidad geopolítica en el contexto de la política exterior costarricense actual, implica en primer lugar retomar nuestra postura estratégica de neutralidad, promulgada el 15 de septiembre de 1983 por el presidente Luis Alberto Monge Álvarez. En segundo lugar, conlleva la capacidad de relacionarse y cooperar con múltiples actores en el escenario internacional. Esta estrategia no solo diversifica las opciones de cooperación económica y desarrollo del país, sino que minimiza la dependencia de cualquier potencia en particular, brindándonos un mayor margen de maniobra en todos los sentidos.

En un mundo cada vez más interconectado y lleno de tensiones geopolíticas, la habilidad de maniobrar entre diferentes polos de poder se convierte en un activo invaluable para una nación pequeña y sin ejército como Costa Rica. Alinear nuestra política exterior exclusivamente con una sola potencia sería el peor error histórico que podríamos cometer. Costa Rica ha ejemplificado este enfoque a través de su historia reciente, manteniendo relaciones diplomáticas y comerciales con países de todos los continentes, incluidos aquellos con sistemas políticos y económicos muy diferentes. Por ejemplo, Costa Rica ha sabido balancear sus relaciones con Estados Unidos, una potencia histórica en la región, mientras fortalece lazos con países emergentes como China y Emiratos Árabes, y al mismo tiempo, mantiene vínculos estrechos con naciones europeas y latinoamericanas en el marco de una diplomacia basada en el respeto mutuo y la cooperación.

El Pragmatismo en la Política Exterior de hoy es la clave

El pragmatismo ha sido otro pilar de la política exterior costarricense heredada de aquella amplia visión de Don Pepe. Este enfoque implica tomar decisiones basadas en el interés nacional y en las oportunidades concretas de desarrollo, en lugar de seguir ciegamente ideologías o alineamientos geopolíticos. Así, Costa Rica ha sido capaz de sortear las dificultades y aprovechar las oportunidades que surgen de su posición estratégica y de su reputación como un país pacífico y estable.

Un ejemplo reciente de este pragmatismo es la incorporación de Costa Rica a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Este paso no solo ha abierto nuevas oportunidades de inversión y cooperación internacional, sino que ha reforzado el compromiso del país con la transparencia y las buenas prácticas en la administración pública y la economía.

El enfoque “no alineado” que Don Pepe implementó en su momento es una estrategia que podríamos retomar en el actual contexto de confrontación geopolítica y ante las puertas de un nuevo orden multipolar. En un mundo donde Asia se ha convertido en el epicentro de los negocios, la innovación y el futuro, y donde surgen nuevas formas de integración económica con un potencial enorme, este enfoque ofrece oportunidades significativas para Costa Rica y todos los países del sur global.

Económicamente, la visión pragmática de Don Pepe de las relaciones internacionales ha permitido a Costa Rica diversificar sus mercados y atraer inversiones de diversas fuentes. Políticamente, ha otorgado al país un grado de independencia que le permite tomar decisiones soberanas sin la presión de alinearse con una potencia dominante. Diplomáticamente, ha consolidado la imagen de Costa Rica como un actor confiable y respetado en la arena internacional.

La historia de Costa Rica y su política exterior es un testimonio de cómo una visión política clara y una estrategia pragmática pueden abrir posibilidades y construir un futuro próspero, sin que ello implique entrar en contradicción con nuestros principios, como muchos erróneamente argumentan. Siguiendo los pasos de Don Pepe, Costa Rica ha demostrado que es posible estar bien relacionados con todos los actores internacionales, sin caer en los juegos de poder de las grandes potencias. Este enfoque ha contribuido al desarrollo y la estabilidad del país, así como ha convertido a Costa Rica en un ejemplo a seguir en materia de política internacional contemporánea.

Ante la coyuntura actual de esta nueva Guerra Fría 2.0, surgen dos preguntas cruciales: ¿cómo actuaría Don Pepe en este escenario? y ¿cómo actuarán quienes dicen ser los herederos de su pensamiento y práctica política?