Te veré en primavera…
El 20 de marzo de 2025 a las 09.01 GTM, llegó el equinoccio de primavera…
Caryl Alonso Jiménez
Eran posiblemente las 23 horas en Atenas, el frio es intenso en invierno… como todos los meses de enero cuando la llegada de la primavera resulta ser la puerta hacia las temporadas estivales.
Sam venia de un pueblito cercano en Londres. Era el infatigable profesor universitario que había repasado todos los libros de historia política, pero siempre mantuvo el interés de un año sabático en Atenas para estudiar el mundo helénico, del que estaba convencido que era allí donde el renacimiento y pensamiento político tenían una rara combinación de ética y estética.
Había llegado en el programa de estudios de investigación de Inglaterra, solo había durado siete meses y era su última noche en Atenas. Aquello le parecía la liberación de una historia agotadora, volvía a un reencuentro de preservación de valores familiares al que se había atado en matrimonio de joven…
Nada, pero nada hubiera alterado la noche. Era esa curiosa sensación de orfandad que se sienten las últimas horas antes de terminar un viaje… fue en el barrio de Plaka, un encuentro inesperado. Y más, porque tiene el encanto inventado por pequeños bares nocturnos que hacen de la nostalgia, una excusa para evadir el peso de los años.
Son esas pequeñas tabernas nocturnas donde el jazz resulta ser aquella manera de guardar las consideraciones emocionales. Esa noche, por una de esas casualidades… aunque Sam sabía que no hay coincidencias… pero justo, escuchó una voz en tonalidades resueltas que cuestionaba la política y ponía en duda la democracia.
-¿Conoces la historia de Atenas?, le imprecó Sam desde la distancia. Aunque las noches de frio en Atenas son una invitación a la cercanía. Clara, en tono un tanto burlón alcanzó a decir que los ingleses son aquella sociedad que preserva historias de las que no cree.
Sin mediar un encuentro predispuesto y sin mayor ambage de intenciones ocultas, se acercó y dijo sin el protocolo social. -Clarita, ¿y tú? – Sam. Le dijo, también sin perder de vista que era una rubia con rara tez oscura, y una sonrisa resuelta que refrendaba cordialidad. El acento era de un inglés impecable del norte de Estados Unidos.
Pocas veces tenía la disposición de discutir temas académicos y docentes en salones ni tabernas. Pero esa noche no tenía ninguna duda que el tiempo y las ocurrencias del clima siempre tienen una razón para detenerse… y más, porque estaba despidiéndose y una noche perdida a la luz del jazz, que le parecía una buena conversación, tal vez sin las razones para emociones que acontecen en encuentros inesperados.
Hacía muchos años, demasiados de repente, entendía que debía salir de Londres ya no para encontrar verdades políticas, sino para encontrar su propia verdad sobre aquello que siempre había abrigado… entre pasiones no entendidas y libertades contradictorias, en las que una noche, hacen del libre pensamiento un acto esclavo del invierno.
Nunca lo pudo entender, pero esa noche entre coincidencias literarias y narrativas que tienen esos raros sentidos de proximidad, en los que no se trata de pasiones que se apagan en noches fugaces…. No. No era eso. Era justamente aquella razón que termina invadiendo espacios que Freud llama id, que tienen que ver con instintos inconscientes, y del que algunas veces no somos más que prisioneros…
No sabía de esas liviandades que tienen los encuentros furtivos… Clara tampoco. Era de esas mujeres resueltas que se asientan en la profesión, de aquellas libertades que solo se entienden por eso que llamamos plenitud…. Pero también sabía que no era eso. En su pueblo natal sus padres conservadores terminaron por llevarla al matrimonio con esos raros personajes de pueblo que parecieran curiosas antigüedades…
Nunca lo entendió, porque es un raro y extraño acontecimiento, que por lo pequeño resultaba ser el motivo de la noche. Coincidieron que la cigarra periódica que vive oculta por diecisiete años y abre su capullo para salir y cantar una sola noche…. Sentía que algo parecido estaba pasando…. Nunca imaginó que la entomología resultaría ser el motivo más trascendente para despedir una visita de siete meses a Atenas. Su vuelo salía a las siete de la mañana y no quedaba más tiempo que una despedida, como resultan ser aquellas circunstancias que tienen más sentido a un café nocturno… intenso, pero finalmente fugaz.
No sabía exactamente que debía ocurrir, el descubrimiento de esa noche abría una nueva manera de ver el futuro y no podía entenderlo sin Clara. Pero Clara tampoco podía entenderlo sin Sam. Por esas razones que tampoco pueden explicarse. Sam lo tenía más cristalino, había alcanzado el descubrimiento de su tiempo y se resumía en Clara.
No sé qué pasará mañana en Londres, y tampoco contigo, pero quiero verte, y te prometo que estaré aquí, para encontrarnos el primer día de la primavera….
(El relato lo escuché una mañana de otoño a principios de siglo. Clara y Sam son profesores universitarios, viven juntos hace 34 años. Los nombres y lugares fueron cambiados)