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Etiqueta: Papeles de Pandora

Urrú

Luis Fernando Astorga Gatjens

En el diccionario de costarriqueñismos de Carlos Gagini aparece el vocablo «urrú» con las acepciones de podrido, carcomido y apolillado. Se utiliza este calificativo para definir la condición de un árbol, que ya sea por la edad o por que le atacó una plaga, está podrido. Así aunque en muchas ocasiones el tronco todavía luce bien y conserva su corteza, su parte interna está descompuesta mientras bacterias, hongos e insectos hacen de las suyas.

Valga este símil para caracterizar al Estado y algunos estamentos de la sociedad costarricense, en este lóbrego bicentenario, por su profundo deterioro ético y moral, que se manifiesta en los múltiples actos de corrupción que involucran tanto a actores públicos como privados.

Lo que se ha estado dando a conocer a través de las declaraciones del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), forma parte de un cadena de actos y procesos, que con certeza no muestra toda la dimensión de la corrupción en el país. Cochinilla, Azteca y Diamante son manifestaciones de una grave enfermedad –económica, política y social– que expresan el alcance de un fenómeno estructural.

Es seguro que emergerán más escándalos de corrupción ya sea en las municipalidades como otras entidades públicas, donde funcionarios corruptos se ponen de acuerdo con agentes privados, para obtener pingües ganancias. Se trata de perniciosas sociedades donde el corrupto y el corruptor le roban al erario público, de manera inescrupulosa.

El daño que ocasionan las acciones de corrupción son enormes tanto en el campo económico como en la lógica desconfianza que generan en el pueblo y que lo hacen concluir que no existe honradez ni probidad en las acciones y responsabilidades de los funcionarios públicos.

La podredumbre del Estado en materia de corrupción nos viene de lejos: Caja-Fischel, Alcatel, la Trocha, el Cementazo… Pero también es corrupción –como muy bien lo manifestó recientemente el Presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador en la ONU– el esconder las riquezas en paraísos fiscales (como lo muestran los Papeles de Panamá y los de Pandora), para evitar las responsabilidades fiscales, éticas y sociales, del pago de impuestos.

Mediante las distintas formas de corrupción, los funcionarios públicos corruptos y los corruptores privados han venido saqueando las finanzas del Estado en cifras que ya suman muchos ceros. Se trata de millones de colones y dólares que han encarecido obras públicas, las han atrasado, han afectado su calidad y el tiempo razonable de utilidad, han afectado programas sociales; entre otros perjuicios ocasionados. O dicho de otro modo: Han venido atrasando el desarrollo nacional y erosionado la democracia como un cáncer que hace metástasis tanto en el tronco como en distintas ramas del Estado costarricense.

La corrupción es una manifestación del egoísmo humano que se orienta por la premisa de primero yo, después yo y por último yo. La corrupción posibilita obtener dinero y riquezas, con facilidad y sin que lo que se obtiene sea fruto del esfuerzo y el trabajo productivo. Son acciones ilícitas que son contrarias a la solidaridad y a la responsabilidad social inspirada en el bien común.

En el presente, la corrupción en sus múltiples manifestaciones que tocan la estructura medular del Estado y la sociedad, son la expresión de la prevalencia de una doctrina económica y social, en la que se ha exacerbado el individualismo como nunca antes. El “sálvese quien pueda» que orienta el neo-liberalismo ha creado las condiciones idóneas para que se multipliquen los actos de corrupción, pequeños, medianos, grandes y gigantes. 

Este aserto no significa que en el pasado no se hubieran dado actos de corrupción. Ahí donde se junta poder político, ambición individualista y posibilidades de dinero fácil, puede aparecer el acto de corrupción. Pero se manifestaban como acciones aisladas. Mientras tanto en el presente neo-liberal son tan numerosas y sistémicas, que el urrú es la condición dominante del árbol estatal del país.

La pregunta que surge es cómo combatir esta grave enfermedad que daña al Estado de Derecho y la democracia costarricense. 

En primera instancia, es encomiar la labor de la Fiscalía Anti-Corrupción y el OIJ es sus labores escarmenadoras. Es seguro que tendrán mucho trabajo por delante.

Lo otro es el escarnio público y el repudio social a los corruptos. Obviamente que debe existir respeto ante el debido proceso; sin embargo, cuando el cinismo y el engaño salen de la boca de los corruptos y sus defensores de oficio, el rechazo social por el daño ocasionado debe emerger de inmediato.

La lucha contra la corrupción debe asimismo contar como antídoto con el fortalecimiento de las responsabilidades y labores de fiscalización en la administración de los recursos públicos y en la rendición de cuentas de las distintas instituciones, sean del gobierno central, entidades autónomas, Asamblea Legislativa y Poder Judicial. Del mismo modo es necesario generar normas que permitan la confiscación de bienes de actores privados que se han enriquecido, de manera ilícita, con recursos públicos.

Esta lucha debe contar con un frente estratégico que es hacer efectiva la democracia participativa –como lo establece el artículo 9 de la Constitución– para que el pueblo costarricense, se convierta en el mejor vigilante del mejor manejo de los recursos públicos.

Los recientes escándalos de corrupción y los que le precedieron obligan a situar este tema en el debate electoral. Muchos candidatos han sido salpicados de muchas maneras y quieren quitarse el lodo con frases efectistas y prefabricadas. Es necesario dar un seguimiento riguroso y atento a sus respuestas. Es un deber cívico aplicar el voto-castigo a los candidatos corruptos así como el voto-premio a quienes tienen techo de acero y una trayectoria limpia.

Cabe aquí recordar y hacer efectiva esta frase lapidaria, en nuestra lucha permanente contra la corrupción, del prócer José Martí: «Quien presencia un crimen en silencio, lo comete».

(18 de noviembre, 2021)

Paraísos fiscales, infiernos sociales

Por Zaray Esquivel Molina, presidenta de la APSE

Mientras los ricos y poderosos evaden y eluden en paraísos fiscales, una gran parte de la sociedad vive un infierno social. En Costa Rica la clase media está desapareciendo, los salarios en vez de subir, bajan, y la pobreza alcanza prácticamente a ¼ de la población. 

Y es que los paraísos fiscales son los lugares donde los más ricos esconden las fortunas que han acaparado, a base de explotación laboral y exoneraciones, con el fin de evadir sus responsabilidades tributarias en los países donde operan.  Así lo han demostrado los Papeles de Panamá en el 2016, y ahora los Papeles de Pandora en el 2021.

Por ejemplo, en Latinoamérica aparecen nombrados 3 presidentes, que al mismo tiempo son empresarios. Se trata de Sebastián Piñera, presidente de Chile, Guillermo Lasso, presidente de Ecuador y el mandatario de República Dominicana, Luis Abinader.

¿Y en Costa Rica? Bueno, aparecen nombres como el del exministro de Economía del gabinete de Oscar Arias, Alfredo Volio Pérez. También Juan Carlos Rojas, dirigente del equipo de fútbol Saprissa. También aparece la cooperativa Dos Pinos.

El caso de la cooperativa Dos Pinos y de Alfredo Volio son muy interesantes, porque a pesar que ambos juran y perjuran que sus sociedades en paraísos fiscales son legales y que no están haciendo nada malo, la historia dice otra cosa. 

Dos Pinos creó un sistema de salarios en una empresa de papel en Belice, para evadir impuestos de renta y cuotas de la Caja en el 2014. Por esa jugada financiera, la cooperativa lechera tuvo que pagarle a la Caja 617 millones como multa, y a Hacienda 257 millones de colones. 

A pesar de este manchado historial, cuando le preguntaron a Dos Pinos sobre su aparición en los Pandora Papers, la empresa dijo que no usaban esas empresas de papel para evadir y eludir. ¿Usted les creería?

Al final, son sólo las empresas más grandes, y los ricos más ricos, quienes pueden permitirse tener empresas de papel. Quienes pueden permitirse gastar millones de millones de colones para pagar bufetes, abogados y firmas que creen empresas fantasma. 

Y en Costa Rica, tenemos un déficit fiscal cercano al 8%, que curiosamente es muy similar al monto que por evasión y elusión el estado deja de percibir, o sea un 8% del PIB. Ante esta realidad es imposible no preguntarse por qué las autoridades no hacen nada.

 

Información compartida con SURCOS por Zaray Esquivel Molina.