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Etiqueta: pensamiento político

Chomsky, el político

Por Arnoldo Mora

En el polifacético y volátil panorama de la política mundial actual hay un hecho que no ha sido destacado ni dentro ni fuera de su país, pero que reviste gran importancia y cuya trascendencia podría ser capital en un futuro no lejano en los derroteros que recorra la política mundial. Me refiero al (re)surgimiento de la izquierda en la política doméstica de los Estados Unidos. Considerada y con sobrada razón como, no sólo la gran potencia occidental del mundo luego de la II Guerra Mundial, y el país donde mejor y más sólidamente se ha realizado en la historia universal el sueño o utopía del capitalismo en su versión más ortodoxa, como es la de tradición calvinista anglosajona, puede parecer paradójico, por no decir insólito y contradictorio, el hecho de que se esté dando una corriente de características “revolucionarias” en el seno mismo, no sólo de la sociedad civil yanqui, sino en las organizaciones y partidos políticos y que ya tienen una no desdeñable representación en las dos cámaras del Capitolio. Al hablar de “revolucionario” implico su doble condición de antimperialista y de anticapitalista, es decir, militante; lo cual implica definir la acción política como un compromiso “revolucionario” tal como se entiende en nuestro continente, a saber, como una lucha frontal dondequiera que el activista o militante se encuentre. No se trata tan sólo de una doctrina, ni menos de una simple retórica; hablamos de un programa de acción que no admite titubeos. Esta posición política tiene sus grados y matices, según sean las personas de que se trata; es más explícita y desafiante en un grupo de “representantes” (diputados) de la Cámara Baja, especialmente mujeres, pero más ideológica en quienes no militan en un partido o movimiento político, como es el caso del célebre intelectual Noam Chomsky. La figura que más alto ha llegado en el escalafón político del país y que suele ser considerado como el portavoz más calificado de esa corriente, es el longevo senador por el Estado de Vermont, Sanders. Todos pertenecen al Partido Demócrata, con lo que representan una corriente que ya alcanza cifras nada despreciables, pues se habla de que al menos 17% de la militancia de ese partido adhiere a posiciones de izquierda.

Lo señalado no tiene nada de insólito o novedoso, dado que ese partido se nutrió del movimiento obrero y del pensamiento de izquierda ya en los últimos decenios del siglo XIX. En el siglo XX llegaron al poder gracias a una alianza entre el líder máximo del Partido Demócrata, el presidente Franklin Delano Roosevelt, cuyo vicepresidente Wallace, surgió de los “trade unions” (sindicatos); en la práctica se convirtió en una alianza estratégica entre los socialdemócratas del Partido Demócrata y la izquierda sindical, alianza que hizo posible la superación de la crisis financiera producto del colapso de la bolsa de valores de 1929, y de la hecatombe que hubiera representado un triunfo de las Potencias del Eje en la II Guerra Mundial. Fue con el inicio de la Guerra Fría que se dio la persecución y el casi exterminio de la izquierda norteamericana en el nefasto período del macartismo, que se convirtió en la versión fascista de la derecha norteamericana. No será sino con el siglo XXI, que trajo aparejada la crisis del capitalismo en el año 2008, que se muestra una mayor presencia y beligerancia de la izquierda norteamericana, hasta el punto de que hoy representa un fenómeno novedoso y creciente en la escena política de ese país. Su ideólogo más representativo y de mayor prestigio intelectual es el connotado filósofo Noam Chomsky, cuya larga trayectoria y universal prestigio le han permitido gozar de una resonancia mundial. La aparición de su libro LA (DES)EDUCACIÓN (Austral, Barcelona, 2024, duodécima impresión) constituye el compendio más acabado de su pensamiento y de su acción política. Esa obra es una colección de ensayos y entrevistas hechos en diversas circunstancias pero que refleja de la manera más acabada de su pensamiento y el testimonio más calificado de su compromiso político. En concreto, no se trata sólo de teorías o de una exposición ideológica, sino también de denuncias y señalamientos críticos contra los gestores de las políticas reaccionaras y antidemocráticas de esa nación. Lo único que se presta a confusiones es el título, pues sólo se refiere al primero de los ensayos. Pero todos tienen en común la denuncia, no sólo de las agrupaciones o figuras políticas de la ultraderecha norteamericana, sino igualmente de los agentes de la sociedad civil, de lo que solemos llamar los “poderes fácticos”, el sistema educativo en primer lugar, la gran prensa y, por supuesto, el gran capital financiero, todos denunciados con alusiones directas y nombres concretos.

Merece destacarse que el propio Chomsky señala con gran claridad las fuentes ideológicas de que se nutre su pensamiento; lo cual es de suma importancia para calibrar el alcance de su implacable crítica y los principios doctrinales en que se basa su pensamiento. Aunque parezca paradójico, Chomsky no se inspira en fuentes marxistas, sino en la rancia tradición del pensamiento crítico liberal de su país. Explícitamente reconoce ser el continuador del pensamiento y de la acción política de quien considera ser uno de los más grandes filósofos de su país, John Dewey. Ideólogo detrás del presidente Roosevelt, Dewey fue el último gran representante de la corriente filosófica original de los Estados Unidos, el pragmatismo. Proveniente del pensamiento más representativo de la filosofía inglesa, como es el empirismo, el pragmatismo sostiene una posición epistemológica propia, pues afirma que la verdad no se logra mediante la constatación de los hechos, al igual que el empirismo inglés, sino en los resultados a tenor de los fines que la acción se propone; lo cual hace que el pragmatismo norteamericano sea más cercano del utilitarismo de Bentham y no del empirismo de Bacon. Sin embargo, Chomsky reconoce que igualmente se inspira en el racionalismo francés más ortodoxo, concretamente del cartesianismo. Esta “heterodoxia” del pensamiento de Chomsky nos permite entender su impresionante originalidad y, con ello, establecer la originalidad de las condiciones históricas y personales que lo caracteriza. Las estructuras e instituciones de la sociedad civil se dan en el ámbito de las acciones humanas; se explican no sólo por causa de los procesos físicoquímicos de la Naturaleza, sino también por la especificidad de la condición humana; lo cual se refleja en la complejidad de las ciencias sociales que explica el retraso que las mismas acusan respecto de la ciencias duras o naturales. Todo lo cual obliga a un mayor compromiso ético de parte los científicos cualquiera sea su especialidad. La otra fuente de la que se nutre nuestro autor es Bertrand Russell, cuyo liberalismo radical hace que la aplicación de los derechos humanos sea la razón de ser de su compromiso político. Este compromiso es crítico e inclaudicable; por lo que ambos consideran que la denuncia de la violación de los derechos humanos va más allá de toda consideración ideológica o geopolítica, hasta el punto de que la ven como la razón de ser de su lucha. El respeto irrestricto a los derechos humanos es lo que define qué se entiende por democracia.

De mi parte, no podría concluir estas breves líneas sin dejar de expresar mi posición personal un tanto crítica, entendiendo por tal lo que Kant definía como “razón crítica”; lo cual equivale a la dilucidación al mismo tiempo de los alcances y de los límites de las posiciones ideológicas de Chomsky. Nada de lo cual disminuye mi admiración en lo que se refiere a los méritos y valores de este genial intelectual y admirable ser humano que es Noam Chomsky, dado que siempre ha dado muestras de su lucidez y valentía en su denuncia del imperialismo en las entrañas del mismo, como diría Martí. Hay que enfatizar que esta denuncia se refiere no sólo a la política exterior de su país, sino también a la manipulación de los principios básicos de lo que debemos entender por “democracia”. Nuestra crítica a las posiciones ideológicas de Chomsky se refiere a su concepción filosófica de la ciencia de inspiración empirista, que hace del método científico experimental un sistema metafísico en desmedro de su condición epistemológica propia de un método de análisis científico racionalmente fundado, que explique la originalidad de la acción humana. La acción humana goza de una dimensión imaginaria que le permite explicar no sólo el pasado y dar lucidez a las acciones del presente, sino que excogita lo que debe ser el porvenir. Dado que la acción humana es formadora de la persona, por lo que la inspiración o motivación que hace posible los sueños y esperanzas en vistas a la construcción de un futuro digno de nuestra condición humana es parte constitutiva de la misma. Eso es lo que en filosofía política se llama “utopía”, la cual hace posible valorar y regir la acción del presente y, con ello, nos posibilita fundamentar científicamente el análisis de los hechos del pasado. Esa dimensión de la condición del ser humano es puesta en relieve por la concepción marxista del socialismo, que no se ve reflejada en visión teórica que asume nuestro autor.

Para concluir, séame permitido enfatizar que el libro que he comentado de Noam Chomsky es de lectura obligatoria para todo aquel que aspire a nutrirse de lo mejor e inspirador del pensamiento político actual. Sus opiniones y, sobre todo, su acción, son un rayo de luz y un clamor de esperanza en medio de un mundo donde sobran motivos para nutrir el pesimismo.

Entre el trópico y la revolución: costarricenses en la Revolución Mexicana y el imaginario político continental

Dr. Fernando Villalobos Chacón

Resumen:

Este artículo aborda la participación de ciudadanos costarricenses en la Revolución Mexicana (1910-1920) y examina el papel que México ha desempeñado históricamente como referente político, ideológico y cultural en el pensamiento costarricense. A través de un enfoque histórico comparado y con base en fuentes primarias y secundarias, se analiza la figura de Rogelio Fernández Güell como paradigma del intelectual comprometido, así como la presencia de otros costarricenses en distintos bandos del conflicto. El trabajo también contextualiza el interés político por México desde la época colonial hasta el siglo XX, destacando los nexos revolucionarios, las influencias mutuas y la circulación transnacional de ideas progresistas.

Palabras clave: Revolución Mexicana, Rogelio Fernández Güell, Costa Rica, pensamiento político, historia intelectual, republicanismo, transnacionalismo.

1. Introducción

La Revolución Mexicana fue uno de los acontecimientos políticos más decisivos del siglo XX latinoamericano. Su impacto trascendió las fronteras mexicanas y dejó una huella profunda en los imaginarios políticos de América Latina. En este contexto, resulta particularmente revelador analizar el vínculo entre México y Costa Rica, una nación que, aunque distante geográfica y estructuralmente distinta en términos de desarrollo social y político, produjo intelectuales y militantes que se involucraron de manera activa en la gesta revolucionaria mexicana.

2. La fascinación costarricense por México: raíces históricas

La relación de Costa Rica con México no se forja únicamente en el siglo XX. Ya durante la Guerra del Ochomogo en 1823 —conflicto entre monárquicos y republicanos costarricenses tras la independencia— uno de los principales puntos de disputa era si anexarse o no al Imperio Mexicano de Agustín de Iturbide (Chinchilla Aguilar, 2011). La facción conservadora de Cartago abogaba por la unión con México, mientras que los republicanos josefinos impulsaban la autonomía nacional. Esta temprana conexión revela cómo México operó, desde sus albores, como un polo de atracción política y símbolo de legitimidad imperial para las elites centroamericanas (Acuña, 2000).

3. México y el pensamiento liberal costarricense en el siglo XIX

Durante el siglo XIX, la Reforma liberal mexicana encabezada por Benito Juárez fue observada con atención por los sectores progresistas costarricenses. Las reformas constitucionales, la desamortización de bienes eclesiásticos y la secularización del Estado fueron ideas que, con matices, influenciaron a figuras del liberalismo costarricense como Tomás Guardia y Mauro Fernández (Molina & Palmer, 1997). Esta observación constante a los modelos mexicanos sugiere una continuidad de influencias que se intensificaría con la Revolución.

4. Costarricenses en la revolución mexicana: ideales en pugna

Uno de los casos más emblemáticos fue el del intelectual y periodista costarricense Rogelio Fernández Güell, nacido en San José en 1883. Tras estudios en Europa, se trasladó a México y se convirtió en un cercano colaborador del presidente Francisco I. Madero. Su adhesión al ideario maderista se plasmó en una serie de publicaciones y discursos en favor de la democracia, la no reelección y la modernización del Estado mexicano (González Navarro, 1966).

Tras el asesinato de Madero en 1913, Fernández Güell regresó a Centroamérica, pero nunca abandonó la causa revolucionaria. Fue perseguido por gobiernos afines al porfirismo, especialmente en Guatemala y Costa Rica, donde finalmente fue asesinado en 1918. Su muerte representa el sacrificio del intelectual comprometido con una revolución ajena pero profundamente latinoamericana en espíritu (Arias, 2012).

No fue el único. Se ha documentado también la participación de costarricenses en otras facciones revolucionarias, como la de Pancho Villa o Emiliano Zapata. Tal es el caso de Guillermo Zúñiga, quien habría combatido en el norte de México bajo el mando de las tropas villistas (Rojas Bolaños, 2009). En el bando constitucionalista, Salvador Sanabria, otro costarricense, desempeñó labores de enlace político entre Carranza y círculos diplomáticos de América Central (Castellanos, 2015).

5. Circulación de ideas y redes intelectuales

México, además de campo de batalla, fue un nodo intelectual para los pensadores latinoamericanos. La ciudad de México atrajo exiliados, revolucionarios e intelectuales perseguidos, funcionando como un laboratorio ideológico y un espacio de articulación regional (Sánchez, 2013). Fernández Güell formó parte de estos circuitos, junto con otros latinoamericanos como el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo o el nicaragüense Rubén Darío.

Asimismo, las universidades mexicanas y los centros editoriales como El Colegio de México sirvieron de plataforma para la formación de jóvenes costarricenses en los años 30 y 40, alimentando un diálogo que continúa hasta hoy (Zamora, 2008).

6. Impacto en el pensamiento político costarricense

La Revolución Mexicana impactó al pensamiento social costarricense, especialmente en los años treinta, cuando sectores progresistas como el Partido Comunista de Costa Rica (fundado en 1931) adoptaron muchas de sus banderas ideológicas. Temas como la reforma agraria, la justicia social y la educación popular fueron influenciados por los artículos 27 y 123 de la Constitución mexicana de 1917 (Aguilar Bulgarelli, 2004).

Intelectuales como Manuel Mora Valverde y Carmen Lyra manifestaron explícitamente su admiración por las reformas mexicanas, aun cuando Costa Rica no siguió una vía revolucionaria armada. En palabras de Torres-Rivas (2011), “la Revolución Mexicana fue para muchos centroamericanos el espejo posible de una revolución nacional sin traicionar el horizonte democrático” (p. 142).

7. Rogelio Fernández Güell: el intelectual mártir

Rogelio Fernández Güell nació en San José en 1883 en el seno de una familia ilustrada vinculada al ámbito periodístico. Fue nieto del periodista y político Francisco María Fernández y desde muy joven mostró aptitudes intelectuales notables. Estudió Filosofía y Letras en España y se relacionó con círculos republicanos, espiritistas y modernistas. Su aproximación ideológica al krausismo español y su fervor por el pensamiento democrático lo convirtieron en un republicano convencido.

Su llegada a México en 1911 coincidió con el auge del maderismo. Fue nombrado por Francisco I. Madero como su secretario particular, cargo desde el cual se convirtió en uno de sus asesores políticos más cercanos. Sus artículos en «El Antirreeleccionista» y su defensa de las libertades civiles evidenciaron su compromiso con la democracia en un país que salía de décadas de dictadura porfirista.

La caída de Madero y su asesinato marcaron profundamente a Fernández Güell, quien huyó del país ante la persecución huertista. Recorrió Centroamérica denunciando el golpe de Estado, y tras su regreso a Costa Rica fundó un periódico, “El Derecho”, desde el cual atacó a las oligarquías conservadoras. Fue asesinado en 1918 por una fuerza paramilitar ligada al régimen de Tinoco. Su figura es símbolo del intelectual comprometido con causas más allá de su nación, y su legado permanece vigente en los estudios de historia crítica latinoamericana.

8. Guillermo Zúñiga: el combatiente villista

Menos conocido que Fernández Güell, Guillermo Zúñiga fue un costarricense que se integró a las fuerzas del norte comandadas por Francisco “Pancho” Villa. Nacido en Heredia en 1890, Zúñiga emigró joven hacia México, atraído por las oportunidades económicas en el norte y luego involucrado con el movimiento revolucionario tras conocer las condiciones de explotación de los peones en Chihuahua.

Se enroló en la División del Norte y participó en acciones militares claves como la toma de Torreón y la Batalla de Celaya. A diferencia de Fernández Güell, su militancia no fue ideológica sino pragmática, aunque con el tiempo adoptó un discurso antioligárquico y pro campesino. Fue herido en combate y atendido en hospitales militares mexicanos. Más tarde, trabajó como maestro rural en el estado de Zacatecas.

El caso de Zúñiga revela otra dimensión de la relación Costa Rica-México: la del migrante pobre que encuentra en la revolución un espacio de agencia. Su figura representa la conexión entre estructuras de exclusión económica que compartían muchas regiones latinoamericanas y la posibilidad de inserción política a través de la lucha armada.

9. Salvador Sanabria: el enlace diplomático

Salvador Sanabria fue un abogado y diplomático costarricense, nacido en 1887 en Alajuela. A diferencia de Fernández Güell y Zúñiga, Sanabria representó a Costa Rica en círculos diplomáticos de Centroamérica y México. Fue nombrado como delegado especial del gobierno de Alfredo González Flores ante el régimen constitucionalista de Venustiano Carranza.

Su función principal consistió en establecer canales de comunicación para evitar el aislamiento diplomático del régimen costarricense durante la dictadura de Federico Tinoco. Sanabria también fue intermediario en asuntos humanitarios, facilitando el asilo de refugiados políticos y colaborando con misiones de observación del conflicto mexicano.

Aunque no empuñó armas ni escribió manifiestos, su participación fue clave para construir puentes diplomáticos en un momento de alta tensión regional. Representa el papel de la diplomacia costarricense en el mantenimiento de principios de legalidad y no intervención, principios que Costa Rica ha defendido históricamente. Su legado, aunque discreto, evidencia que la revolución no solo se libra en el frente militar, sino también en los corredores diplomáticos.

10. Consideraciones finales

Estudiar la participación costarricense en la Revolución Mexicana permite entender la dimensión transnacional de los procesos políticos latinoamericanos. Lejos de ser actores marginales, los costarricenses involucrados en la revolución encarnan una tradición latinoamericana de compromiso ideológico y lucha por la justicia. La figura de Rogelio Fernández Güell sintetiza esta fusión entre idealismo, acción y sacrificio, al igual que la relación histórica entre Costa Rica y México, marcada por el respeto mutuo, el influjo ideológico y la inspiración política continua.

Referencias bibliográficas.

Acuña, V. (2000). Costa Rica en el siglo XIX: Estado, política y nación. San José: Editorial Costa Rica.

Aguilar Bulgarelli, M. (2004). Reformas sociales y constituciones latinoamericanas. San José: EUNA.

Arias, L. (2012). La sombra del héroe: Rogelio Fernández Güell y la Revolución Mexicana. San José: Editorial Universidad Nacional.

Castellanos, J. (2015). Redes intelectuales latinoamericanas en el México revolucionario. México: El Colegio de México.

Chinchilla Aguilar, L. (2011). Costa Rica en tiempos de la independencia: La guerra del Ochomogo. San José: EUNED.

González Navarro, M. (1966). La Revolución Mexicana y sus actores extranjeros. México: Fondo de Cultura Económica.

Gudmundson, L. (1995). Costa Rica before coffee: Society and economy on the eve of the export boom. Baton Rouge: LSU Press.

Molina Jiménez, I., & Palmer, S. (1997). Historia de Costa Rica: Breve y actualizada. San José: Editorial UCR.

Rojas Bolaños, C. (2009). Centroamérica y México: conflictos, migraciones e ideas compartidas. San Salvador: FLACSO.

Sánchez, O. (2013). Pensamiento social y educación en América Latina: México y Centroamérica en el siglo XX. Bogotá: Universidad Javeriana.

Torres-Rivas, E. (2011). Revoluciones sin cambios revolucionarios: América Central en el siglo XX, San José: FLACSO.

Zamora, R. (2008). Educación y política en el México posrevolucionario. México: UNAM.

Alternativa frente a la guerra

Alberto Salom Echeverría

“Debemos aprender a pensar en una nueva forma. […] Está comprobado con gran autoridad que actualmente puede construirse una bomba con una potencia 2.500 veces superior a la que destruyó Hiroshima…” (Extracto del manifiesto conocido como “Manifiesto Russell-Einstein”. Se refiere desde luego, a Bertrand Russel y Albert Einstein. Dado a conocer el 9 de julio de 1955.)

“Urgimos a los Gobiernos del mundo a tomar conciencia y a reconocer públicamente que sus propósitos no pueden alcanzarse por medio de una guerra mundial. Los instamos a encontrar medios pacíficos para la solución de todo conflicto o disputa entre ellos”. (Extracto del mismo manifiesto conocido como “Manifiesto Russell-Einstein”.)

La Política y no la Guerra.

Los dos párrafos insertos arriba, forman parte de un artículo elaborado por el prestigioso intelectual, filósofo del siglo XX, Bertrand Russell, quien escribió sobre las armas que fueron hechas estallar en Hiroshima y Nagasaki. Desde el 18 de agosto de 1945, pasados apenas unos días después del estallido de las temibles bombas atómicas, ya Bertrand Russell había escrito en las páginas del Glasgow Forward un desafiante artículo sobre las armas que, acaso se convertiría después en la base del famoso Manifiesto Russell-Einstein”: “La humanidad -dijo uno de los más prestigiosos intelectuales del siglo XX- se enfrenta a una clara alternativa: O bien morimos todos o bien adquirimos un ligero grado de sentido común. Un nuevo pensamiento político será necesario si se quiere evitar el desastre final«.

Nueve años después, el mismo Russell apodado el “sabio de Trellech” redactó un manifiesto, el cual fue firmado por once de los más prestigiosos científicos de la época. El último en estampar su firma fue el gran genio alemán, Albert Einstein el 16 de abril de 1955, justo dos días antes de fallecer abatido por un aneurisma. Todos, con excepción de dos de ellos, en ese momento tenían la distinción de haber recibido el premio Nobel de la Paz. Los siniestros artefactos nucleares habían cegado la vida de miles de seres humanos en las dos ciudades japonesas mencionadas, célebres por aquel infausto acontecimiento, extendiéndose a otros lugares circunvecinos y dejando a muchos más marcados de por vida con las torturantes huellas de las mortíferas explosiones; mientras tanto, otros miles, incluidos entre ellos una gran cantidad de niños, fueron víctimas de la radiación ionizante que les ocasionó severas discapacidades.

Dice un artículo que comenta el documento: “El Manifiesto Russell-Einstein se dio a conocer el 9 de julio de 1955. Conciso pero cargado de intenciones, el escrito alerta de los riesgos que encara la humanidad si prosigue en el camino de la guerra y el desarrollo de armas cada vez más mortíferas. Lejos de lanzar una simple queja al aire, el manifiesto exigía a los gobernantes que buscasen una solución pacífica a la escalada de tensión entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética.” (Cfr. En: https://hipertextual.com/2018/08/manifiesto-russell-einstein. Por Carlos Prego 26 de agosto de 2018. Última actualización 10 de marzo de 2021).

Como puede observarse, después de la segunda posguerra, algunos de los más afamados científicos se echaron al hombro la tarea de sentar las bases para que las soluciones a los problemas del mundo bipolar, el cual nació jalonado de tensiones indecibles se dieran mediante la búsqueda de la paz, en lugar de que la ciencia se pusiera a la orden de la mentalidad guerrerista. Aquel mundo bipolar quedó atrás. Sin embargo, no bien acababa de hacer su aparición el mundo de la multilateralidad (después del interregno tan peligroso para el orbe al ser dominado por una sola gran potencia), cuando despuntó con nuevos bríos, el espíritu guerrerista de las élites mundiales que gobierna a las más grandes potencias mundiales.

Otra vez, el peligro de una nueva hecatombe mundial asoma sus fauces, está ominosamente presente, sin que todavía buena parte de la humanidad esté debidamente precavida del enorme riesgo que esta conflagración, de desatarse con toda su furia, representa para la vida entera sobre el planeta. Además, esta vez nos toca la puerta, cabalgando a lomos del calentamiento global. ¡Como si fuera poco! Bien sé que mi voz es apenas audible en un país pequeño, aunque renombrado por su vocación pacifista; sin embargo, este ensayo que escribo hoy, quiero que sea un esfuerzo humilde, aunque osado, para que se sume a muchos otros que ya han puesto su alerta temprana y retomar así la senda que aquellos once científicos de inigualable prestigio nos dejaron abierta desde el manifiesto de 1955. ¿Se podrán resolver los conflictos de hoy por una vía de negociación pacífica? Otra vez, la política a toda costa y no la guerra, debe ser la senda y la meta. ¿Se podrá?

Cuando la paz ha sido victoriosa.

1. Mahatma Gandhi. “La no violencia no es una prenda que uno se pone o quita a su voluntad. Su lugar reside en el corazón y debe ser una parte inseparable de nuestro ser.” Esta máxima la expresó Mahatma Gandhi, abogado, pensador y político hindú. Mahatma Gandhi (Mahatma por cierto quiere decir en hindi “alma grande”), ha sido uno de los seres humanos que más realce y éxito le han conferido a la lucha no violenta, desde que inició su Movimiento el 11 de setiembre de 1906. Aunque el extraordinario líder pacifista no regresó a la India, su país de origen, sino hasta 1915. Tal realce cobró su lucha, que logró reunir multitudes de gran diversidad religiosa y étnica en torno a su idea, logrando coronar con éxito la independencia hindú respecto del régimen colonialista del poderoso Imperio Británico. Gandhi emprendió su lucha por la independencia hindú, siguiendo el camino de la resistencia no violenta, combinándolo con la lucha contra la discriminación racial en todo el territorio. Por fin, la independencia de India se produjo el 14 de agosto de 1947. Es importante señalar que su enorme éxito y prestigio, no consiguieron impedir que su país quedara dividido en dos, la India con mayoría hindú por una parte y Pakistán de mayoría musulmana por la otra. Gandhi perseveró en el objetivo de alcanzar la reconciliación de los bandos en pugna, pero sufrió un atentado que acabó con su vida, el 30 de enero de 1948. Puede afirmarse sin titubeos que, desde entonces, el camino de la lucha por la vía no violenta adquirió carta de ciudadanía en pleno siglo XX. Tan es así que, unas décadas después, en junio del año 2007, la organización de las Naciones Unidas (ONU), en su Asamblea General, reconoce la filosofía de la No Violencia y acuerda que, en todo el mundo se celebre el 2 de octubre de cada año, en homenaje a Mahatma Gandhi, por ser el día de su natalicio. (resolución A/RES/61/271, la ONU decreta el Día Internacional de la No Violencia el 2 de octubre de cada año).

2. Nelson Mandela. “Mientras salía por la puerta hacia la puerta que me conduciría a mi libertad, supe que, si no dejaba atrás mi amargura y mi odio, todavía estaría en prisión.” Esta frase, la expresó Nelson Mandela después de ser liberado de un encierro en la cárcel durante 27 años. Mandela fue encarcelado en 1964, tras un juicio en el cual se le declaró culpable de sedición e intento por derrocar al gobierno racista de Sudáfrica, su Patria. Se le impuso la condena de cadena perpetua. En 1990, fue liberado por el gobierno de Frederic de Klerk. En cambio, hasta el año 2008, Los Estados Unidos lo mantuvieron en la “lista de Terror” que, ese país que ha desatado con sus guerras tanto terror por el mundo, exhibe. Ello fue así, aunque Nelson Mandela, desde 1994 había sido electo por abrumadora mayoría, al cargo de presidente legítimo de su país y gozaba de un reconocimiento mundial. Mandela había empezado su lucha contra el “racismo” y el “apartheid” a la edad de 20 años. Se enroló en el movimiento negro llamado “Congreso Nacional Africano” (ANC, por sus siglas en inglés). Se trataba de un movimiento de resistencia no violento contra las leyes injustas, hasta que se produjo la masacre de “Sharpeville”, en marzo de 1960. Esta masacre ocasionó la muerte de 69 africanos negros. Por lo tanto, Mandela no siempre siguió esa línea pacifista de lucha. No obstante, su larga trayectoria de resistencia pacífica contra el racismo y el apartheid no puede verse obscurecida por su decisión de combatir, incluso con las armas, al gobierno segregacionista de Sudáfrica, cuando este desató una violenta represión generalizada contra la mayoría negra. Prueba de lo anterior es que, en 1993, Mandela y el presidente blanco F.W. de Klerk, fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz por la transición pacífica de un sistema racial de segregación, a otro democrático.

3. Martin Luther King. “Tengo un sueño, sueño que mis cuatro hijos vivan un día en una nación donde no sean juzgados por el color de su piel sino por su carácter. (…) sueño que un día en Alabama los niños negros puedan tomarse de la mano con las niñas y los niños blancos como hermanas y hermanos.” King nació el 15 de enero de 1929 en Atlanta, Georgia, EUA. Difícilmente se pueda encontrar un ser humano que haya vivido tan intensamente, de manera tan congruente con sus principios y ética, en un período de tiempo tan corto; este fue el célebre caso de Martin Luther King. La información que he consultado pone de relevancia junto a lo expresado que: Luther King (parafraseo) es uno de los más grandes luchadores por los derechos humanos en la historia estadounidense en todo el siglo XX. Hizo estudios de sociología obteniendo su título en 1948, además incursionó en un posgrado en teología alcanzando en este caso el grado de doctor en Teología, por la Universidad de Boston. Llegó a ser Pastor de la Iglesia Baptista, en Montgomery, Alabama, y en tal virtud comenzó su lucha por los derechos civiles, liderando las acciones contra las líneas de autobuses durante 382 días por discriminar a la población afroamericana. Al mismo tiempo, fue el encargado de emprender otra lucha pacífica para conseguir la igualdad de derechos civiles de las personas afroamericanas. El extraordinario líder, poseía además una gran capacidad de oratoria, lo que contribuyó grandemente a que se convirtiera en uno de los personajes más mediáticos e influyentes de aquel momento. En un lapso de poco más de 10 años conquistó grandes metas en la lucha por los derechos civiles, manteniéndose siempre dentro de las posturas no violentas y manifestaciones pacíficas. (Cfr. https://www.cndh.org.mx/index.php/noticia/nace-martin-luther-king-defensor-de-los-derechos-civiles-y-ganador-del premio-nobel-de-la-paz.)

En las décadas de 1950 y 1960, Martin Luther King lideró un gran movimiento social, contra el racismo y la discriminación en su país, bajo el principio de desobediencia civil sin violencia. Célebre fue su determinación de enfrentar diversas empresas de autobuses que exigían a las personas no blancas que cedieran sus asientos a los blancos. (Ibidem). En 1963 dio otra batalla civil en Birmingham, donde encabezó manifestaciones pacíficas multitudinarias que las fuerzas policiales blancas combatieron con perros policía y mangueras contra incendios, generando una gran polémica presente en los titulares de diversos periódicos de todo el mundo. Las protestas pacíficas y los boicots llevados a cabo en la ciudad tuvieron como resultado su arresto en abril de 1963. Durante su estancia en prisión Luther King escribió la popular “Carta desde la cárcel de Birmingham.” Dentro de este ensayo explica el por qué de sus protestas. No duró mucho en prisión, debido a su relación con el entonces presidente John F. Kennedy, quien contribuyó a su liberación. (Ibid.).

Las posteriores manifestaciones multitudinarias en muchas poblaciones culminaron con una concentración estimada en unos 250,000 manifestantes, en Washington, DC. Fue ahí donde King pronunció su famoso discurso que tituló “Tengo un sueño” (I have a dream), en el que imaginaba un mundo donde las personas pudieran vivir en igualdad, sin estar divididas por su raza. (Ibid. Un extracto de este discurso encabeza el inicio de este relato).

El 14 de octubre de 1964, Martin Luther King fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz. Tenía solamente 35 años, por lo que se convirtió en el hombre más joven en recibir este reconocimiento. Años más tarde, a finales de marzo de 1968, viajó hasta Memphis, Tennessee, con el objetivo de apoyar la huelga emprendida por trabajadores de ascendencia afroamericana que laboraban en la recolección de la basura. El movimiento aspiraba a obtener sustanciales mejoras en sus condiciones laborales. Lamentablemente, el 4 de abril de 1968 a las 6:01 de la tarde, mientras estaba en la terraza de la habitación del Motel Lorraine, Martin Luther King con tan sólo 39 años, fue asesinado. (Ibid.) El mundo entero que ama la lucha no violenta lloró su muerte; ya que había perdido físicamente a un inigualable líder de la lucha por los derechos civiles de los afrodescendientes en los Estados Unidos, sin haberse separado nunca de los métodos de lucha no violentos.

4. Malala Yousafzai. “Queridos hermanos, no estoy en contra de nadie. Tampoco estoy aquí para hablar en términos de venganza personal […] Estoy aquí para defender el derecho a la educación de cada niño. Quiero educación para los hijos e hijas de todos los […] terroristas y extremistas”. (Discurso de Malala Yousafzai en la Asamblea General de las Naciones Unidas el 12 de julio del 2013). Malala pronunció este discurso a la edad de 16 años, con una serenidad y aplomo sorprendentes en una niña de su edad, sin que fuera posible advertir en ella ni una pizca de rencor por el atroz atentado que había sufrido a manos de un terrorista, el cual invadió el bus colegial en que viajaba disparando específicamente contra ella varias veces y ocasionándole heridas de gravedad, así como a tres niñas más. ¿La causa de aquel salvaje atentado? Los talibanes en Pakistán ya la habían amenazado de muerte, para impedir que la niña, inspirada por su padre, dedicase gran parte de su tiempo a defender el derecho de niños y niñas a la educación. Sabido es que Malala, con indecible valor, acometió la tarea de denunciar las arbitrariedades y reiteradas violaciones de los derechos humanos en que incurría el régimen del Tehrik-i-talibán (TTP). Este régimen despiadado y cruel, había ocupado militarmente el valle del río Swap, asesinando a muchos habitantes, destruyendo escuelas y prohibiendo la educación de las niñas entre el 2003 y el 2009. Cualquier persona que conozca estos antecedentes, la lucha de la joven niña Malala Yousafzai por el derecho a la educación, y quien además haya visto el video que se ha difundido de Malala dirigiendo el discurso ante los líderes de todo el mundo, debe haber experimentado el mismo sentimiento que yo tuve, un sobrecogimiento enorme ante su proverbial valor para una joven de su edad. Malala es grande, enorme espiritualmente; no alberga odio en su corazón, predica el derecho a la educación que tienen todos los niños del mundo, aún aquellos que les haya tocado en suerte ser hijos e hijas de Talibanes. Malala es también una activista de la lucha no violenta y ejemplo singular de la juventud consciente. Así como Martin Luther King Jr. Es el hombre más joven en haber recibido el premio Nobel de la Paz, Malala Yousafzai, es por mucho la mujer más joven que haya recibido con propiedad este merecido reconocimiento, cuando apenas contaba 17 años de vida.

Corolario.

La lucha pacífica ha sido muy exitosa en el mundo, aunque la especie se siga dejando llevar por la violencia. Creo que una y otra, cada una a su manera son contagiosas. Ni que hablar de la violencia, “siembra vientos, cosecha tempestades” reza una expresión en apariencia de origen bíblico atribuida al profeta menor Oseas, cuando dijo “Porque sembraron viento, torbellino segarán”. Pero, la paz se transmite de generación en generación, mediante acciones ejemplarizantes como las que he narrado en este ensayo. Eso sí, puede que resulte más difícil inculcar valores éticos de solidaridad, porque exige desprendimiento personal; de amor, porque el desamor camina fácil; de amistad, porque cuesta alcanzarla y más aún consolidarla, mientras que la envidia, la mezquindad, la insidia o las murmuraciones se desatan por doquier.

La violencia ha acompañado a nuestra especie desde tiempos remotos; la no violencia, aunque como creo haberlo demostrado tiene experiencias exitosas a su haber, es difícil para el ser humano llevarla consigo, porque requiere de mucha congruencia, de una gran fortaleza del espíritu, para no dejarse tentar por las veleidades mundanas, y somos ligeros y volubles. A nivel de las naciones para forjar la paz es imprescindible la educación constante y para todas las personas, se requiere justicia en lo económico, social y cultural, hay que eliminar la pobreza y la desigualdad y lograr un espíritu de colaboración y diálogo entre todas las naciones.

Hoy sin embargo y cada vez más, el ejercicio de la violencia conlleva mucho más peligro de destrucción global que nunca, por el enorme poderío de las armas nucleares que se han inventado, merced al vasto desarrollo tecnológico puesto al servicio de las empresas de la guerra y de la destrucción. Quiero concluir trayendo a colación otro fragmento del “Manifiesto Russell-Einstein”, considero oportuno recomendar que reflexionemos sobre ello: “Nadie sabe cuán ampliamente esas partículas radiactivas podrían diseminarse, pero las mejores autoridades expresan unánimemente que una guerra con bombas-H podría posiblemente poner fin a la raza humana. Se teme que si varias bombas-H fueran usadas habría una muerte universal repentina solo para una minoría, pero para la mayoría continuaría una lenta tortura de enfermedad y desintegración”.

 

Compartido con SURCOS por el autor.