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Etiqueta: periódico La Nación

La interminable puesta en escena de un naufragio cultural

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

Mientras la Sala Constitucional, o Sala Cuarta del Poder Judicial, con sus fallos disparatados a favor del de los propietarios del diario La Nación (que al parecer ya no es sólo una empresa periodística) se dedica a proteger los intereses de una cierta casta de políticos y tecnócratas oficiosos, los que se han hecho “empresarios” a costillas de las grandes mayorías populares, la diputada ultraderechista de esta legislatura, además de integrista religiosa neopentecostal Gloria Navas, hace un artificioso e interesado “Homenaje a la Sala Constitucional” en las páginas del diario La Nación, del domingo 23 de octubre de 2022, donde hace caso omiso de las demandas de los habitantes de las proximidades del Parque Viva, para que se respeten sus derechos establecidos en el artículo 50 de la Constitución Política de Costa Rica, so pretexto de defender una libertad de expresión que nunca ha estado amenazada, como bien lo indica el historiador Iván Molina Jiménez, resaltando los aspectos paradojales evidenciados en este caso: “El fallo de la Sala Constitucional sobre el Parque Viva: tres interpretaciones.

  1. Victoria de la libertad de expresión y de la democracia frente al poder arbitrario.
  2. Reconocimiento a un modelo empresarial que se vale de una empresa rentable (Parque Viva) para subsidiar a una empresa no rentable (La Nación), para que esta última pueda cumplir con el sagrado deber de informar objetivamente sobre la realidad del país y del mundo y, de paso, mantener sus intensas y permanentes campañas a favor de los derechos de las clases trabajadoras, en contra de la defraudación fiscal y en defensa del Estado Social de Derecho.
  3. DERROTA DE LOS VECINOS DEL PARQUE VIVA, CUYO DERECHO “A UN AMBIENTE SANO Y ECOLÓGICAMENTE EQUILIBRADO” TUTELADO POR EL ARTÍCULO 50 DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA, QUEDÓ FUERA DE LOS SONARES Y LOS RADARES DE LA SALA”. (Molina Jiménez, op. cit).

Lo más extraño de todo este alborozo democrático de algunas gentes que ahora se rasgan las vestiduras por las libertades democráticas, y la presunta libertad de expresión en peligro, la que aplica sólo para los dueños de ciertos medios de comunicación, es que no se habla de la censura y el estado de excepción en que nos han mantenido a lo largo de nuestras vidas. Ahora resulta que La Nación ya no es La nazí-ón ni es una prensa vendida, y hasta algunos progres del PAC (cuyos gobiernos la compraron con buen billete publicitario, exoneraciones fiscales y hasta dudosas inversiones con los fondos de pensiones de la caja y otros) e incluso gentes de una cierta izquierda boba o interesada (vaya uno a saber) la encuentran hasta objetiva, por lo que defienden hasta sus intereses comerciales de “libre empresa”, olvidando sus prácticas monopólicas en el manejo de la “información”, frente a un gobierno como el actual al que La Nación ataca por no haberles abierto las arcas del gasto publicitario.

Por otra parte, la propuesta legislativa para designar a la inolvidable artista e intérprete musical latinoamericana con resonancias planetarias, Chavela Vargas, nacida en Costa Rica, como Benemérita de las artes patrias, no pasa de ser una bufonada vallecentralina (¿cuáles serían esas artes y cuáles no lo son?), muy semejante a la propuesta de celebrar el Thanksgiving day como si fuéramos puritanos anglosajones, según me decía en estos días una amiga muy querida, mientras hablábamos de la espesa, además de mediocre y disparatada atmósfera cultural en la que nos movemos.

No hay duda alguna del menudo galimatías en que nos han metido estos incultos y fanáticos diputados, habría sido mejor reconocer sus aportes universales a la cultura de nuestro tiempo, a su inevitable interculturalidad… a su inmensa obra interpretativa que trasciende las fronteras nacionales y las del tiempo histórico en la larga duración. No son los políticos y mucho menos los diputados, no sé a título de que, los llamados a hacer este tipo de reconocimientos a quienes hicieron de la cultura y las artes la razón esencial de sus vidas. Lo bueno de todo esto, a manera de efecto colateral, es que mostró en toda su miseria e inmensa desnudez espiritual a muchas gentes de la Costa Rica Vallecentralina y etnocentrista, siempre volcada y encerrada en sí misma, aunque paradojalmente carente de identidad propia, e imitadora servil de las culturas imperiales de nuestro tiempo.

La hora de la muerte del diario La Nación

Carlos Morales Castro.

Carlos Morales Castro, periodista y escritor

La muerte de un periódico no es una buena noticia. Es un amargo y triste suceso. Y no debería alegrar a nadie, ni siquiera a sus más nítidos adversarios.

Cada vez que un diario se suspende, o se muere, es como una luz que se apaga en el firmamento del pensar humano. Puede que sea una luz brillante, transparente o incluso negra, pero siempre es un rayo de expresión, que, por afinidad o por contraste, sirve para ordenar y afinar lo que meditamos, lo que constituye nuestro welstanchaum o visión de mundo.

A mí me duele muchísimo que desaparezca La Nación, pero anoche, como a la una de la mañana, me despertó la moto que la reparte, y, el golpecito de su escaso peso contra mi puerta desató estas cavilaciones.

Para un periodista –con tinta en las venas– esa hora de reparto (1 a.m.), solo significa que el tiraje fue muy breve, y además el “paff” suficientemente fuerte. Por la mañana pude comprobar que eran solo 32 páginas, y que en ellas no había ni siquiera un anuncio pagado. Bueno, sí, había uno, pero era una auto promoción de la misma compañía que la financia.

Estos síntomas, en un periódico comercial que se supone vive de sus anuncios y sus ventas, solo se puede interpretar como un anticipo de la muerte. Como una agonía.

Es bien sabido que me he enfrentado por años al pensamiento de esa empresa, pero tal vez ya se ha olvidado que allí dí mis primeros pasos como profesional y, que dejé en sus páginas momentos estelares de mis cincuenta años de periodismo. Por eso, me da mucha pena lo que le está pasando. Aunque estimo que se lo ha buscado. En La Nación hay épocas de épocas. No siempre ha sido la misma, de seguro les quedará el digital, pero eso ya es otro cantar.

Cuando el elenco de Guido Fernández emprendió los cambios liberales de ese diario, en 1968, se procedió a ventilar y modernizar todo su contenido y formato, empezando por el catecismo anquilosado de la clase cafetalera propietaria, que marcaba todo su estilo. Con gran lucidez, Guido alegró los espacios, los humanizó, contrató servicios periodísticos modernos (Europa Press, ACAN-Efe, Cartoon Network), abrió mentes, inventó la página Quince, con colaboradores de todo el espectro ideológico, incluida la izquierda de Patio de Agua. Planificó la introducción del color y con ello la salida del plomo y la linotipia. Estimuló todo lo cultural (Áncora, cine, teatro), y mil cosas más.

Su presencia inteligente, muy culta, de exquisita pluma y magnífico trato, nos inyectó una mística de trabajo que nos hacía partícipes del triunfo económico redundante. Éramos solo 14 periodistas, pero llenábamos un periódico de 128 páginas que pesaba más de medio kilo. Solito, íngrimo, Leví Vega Martínez, se mandaba hasta 50 gacetillas diarias. El tiraje superaba los 110.000 ejemplares y llegaba a todo rincón del país antes de las 7 de la mañana.

¡Trabajábamos como hormigas!, aunque ganábamos poco.

Tal era el entusiasmo, que una noche, como a las 1 de la mañana, cuando pasábamos con Bosco Valverde por la rotativa para mirar cómo había quedado nuestro trabajo ya impreso, descubrí un lamentable error en la portada. No recuerdo ahora cuál era, pero se trataba de algo muy grave, inaceptable para nuestro orgullo profesional. Estaba en “la primera” y era tan vergonzoso como escribir cajón con “g” o kilo con “u”.

No sé de adonde saqué pecho (que nunca he tenido), y le dije a Cabeto (jefe de talleres) que había que parar la máquina para corregir la estulticia aquella.

Esto era talvez más grave que el error, pues una vez que la Koenig de seis bovinas arranca con sus tres toneladas de peso, detenerla implica un atraso de alto riesgo. Tan peligroso como llamar a don Guido a esas horas.

No obstante, se detuvo el tiraje y empezó la meticulosa reparación.

Esto no es cosa fácil: Hay que desacelerar el monstruo (le llamábamos la “María Cecilia”, como la vetusta locomotora del FalP), desatornillar la plancha cónica de plomo adherida al rodillo, ir a la platina, para sacar del marco la línea errónea, pedirle al Macho Lindberg que lanzara en su Mergenthaler la línea correcta, encajar el lingote otra vez en el marco, montar en carretillo la doble plana de plomo, decirle a Gorgojo que proceda a “matrizar” la plancha suave y que vaya Canfinera a traer en “la perra” (carretilla), la nueva teja desde el crisol ardiente.

Con recorridos de unos 100 metros, entre la rotativa y la caldera, esto se tomó por lo menos media hora.

Pero eso no era todo, ahora había que pegar planchas, ajustar y alinear la cinta de papel blanco en cada rodillo, disparar la alarma, activar el monstruo, y empezar a sacar pruebas hasta que se pudiese acelerar la Koenig a la velocidad de producción de 500 periódicos por minuto. Nadie usaba protectores de oído, el escándalo era infernal y había que hablar a gritos. (A Bosco no le costaba).

Todo salió bien. La flamante Nación del sábado circuló esa mañana sin ningún error de ortografía. Pero ya el lunes, a mediodía, don Guido me llamó a su despacho y me pegó una raspada como pocas veces en mi carrera. Sólo porque me quería mucho, no me despidió del trabajo.

Yo, que me sentí epopéyico periodista bohemio, a los 20 años de edad, no podía saber que, los 30 minutos largos gastados en la corrección, sirvieron para que los transportes (buses, trenes, barcos, aviones, bicis y motocicletas, como la que me despertó) perdieran sus entronques, y los paquetones de diarios se quedaran botados en las verdulerías de los pueblos, listos para envolver yuca y guineos, porque después de las 8 a.m. ya eran tan inútiles como el pan añejo.

Cito todo este nocturnal, para ejemplificar lo que era el periodismo apasionado de los 60 y 70, y dejar claro que La Nación de hoy tiene poco que ver con la de aquellos tiempos. Aunque se llame igual. Empezando por la libertad interna que reinaba en la Redacción, por el pensamiento liberal que le imprimió Guido, y por la calidad y dimensión de lo que hacíamos periodistas académicos de la UCR con los veteranos más famosos de su momento, como Danilo Arias Madrigal, Manuel Formoso Peña, Joaquín García, Santiago Pedraz, Fernando Naranjo, Marco A. Salazar.

Esa pobrecita Nación que hizo “plop” en mi puerta, pasadita la medianoche, cuando en los 70 no habría ni arrancado el tiraje, solo me indica que ha perdido terreno. Que ya son pocos sus suscriptores, que en media hora se hace todo el envío y que, encima, nadie quiere suscribirse ni anunciarse.

Eso es una tragedia, y es producto de muchas causas, pero se pueden aventurar algunas.

Cuando Guido partió a Canal 6, por discrepancias con la Directiva, las derechas recobraron fuerza en la orientación del diario: descuidaron el servicio público de la información que lo motivó a nacer, eliminaron pensamientos abiertos, aplicaron censura, triplicaron los anuncios, Cuba se volvió el Leviatán de sus páginas, acentuaron partidarismo con el PUSC, apoyaron la presencia yanki en Guanacaste, azuzaron la guerra contra los sandinistas, suscribieron el Acta de Santa Fe, aplaudieron el Friedmanismo Reagan-Pinochet, apoyaron a los Chicago boys, destruyeron el Colegio de Periodistas, frivolizaron el contenido y, así por el estilo, hasta lapidar este año al advenedizo Rodrigo Chaves, quien, muy a su pesar, ganó la Presidencia de Costa Rica y les cerró el único canal de ingresos que tenían (Parque Viva).

Así, perdieron toda la antigua clientela, y se quedaron sólo con sus íntimos seguidores y con un broncón en Zapote que puede aligerar su muerte y que durará cuatro años.

Ya para este año, se habían echado encima a medio mundo –no solo a Juan Diego–, y claro, con el triunfo de Chaves les empezó a llover: Cero publicidad del Gobierno, retiro de suscripciones, pocos canjes de socios millonarios y las esquelas mortuorias de sus parientes y afines, como rédito escaso.

Con eso no se puede pagar una planilla de 70 periodistas, ni sostener los gastos de una rotativa inmensa que apenas vende flyers o prospectos a otras entidades. No da ni para el gas de la moto que me puso a pensar en esto.

La circulación habrá bajado a la quinta parte de los años 70 y los libros de contabilidad solo marcan números rojos. El destino está echado. Parece muy difícil que ese órgano de prensa logre reparar los daños infligidos a su público y que pueda hacer viable un matutino que ya no sirve ni como propagador de ideologías. Su arremetida contra Chaves y la consecuente derrota electoral, demuestra que ya ni como influencer funciona. La gente no lo aprecia, no lo respeta, se ha echado al país en contra… No es que le vayan a prender fuego –como a La Información, en 1919–, pero al dejar de comprarlo, y de anunciarse, van a tener que cerrarlo. Eso explica la actual diversificación de su capital en carreras de autos, sector turismo, industria cervecera, hotelera, espectáculos, construcción de viviendas, radios fallidas, corridas de toros, etc., etc.

También han apretado en Llorente la desaparición de impresos por todo el mundo, el auge implacable de las redes sociales y las querellas más variados por injurias o manejo fiscal. Una verdadera agonía. Todo parece indicar que su hora final está llegando. Para decirlo con un colofón cursi:

Ex nihilo nihil, finis coronat opus. (Nada viene de la nada, el final corona lo hecho).

Mas prefiero, de verdad, que Dios no me haga profeta, que me deje como novelista, que es lo mismo que mentiroso, pues no le deseo la muerte a ninguna luz de la galaxia Gutenberg, aunque sea una luz negra, titilante. Como esa.

 

Publicado por el autor en su página web, compartido con SURCOS por Rogelio Cedeño Castro.

Periódico La Nación es el medio de comunicación con peor imagen de Latinoamérica

Óscar Aguilar Bulgarelli

Óscar Aguilar Bulgarelli

Comparto la siguiente información, cuya autoría es de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación:

La Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación ha revelado hace unos días que el medio de comunicación de prensa escrita La Nación de Costa Rica, es el peor periódico de la historia de Latinoamérica, esto después de un censo realizado a toda la población de Latinoamérica, donde específicamente en Costa Rica ha recibido calificaciones muy denigrantes por parte de los encuestados.
Así mismo, de acuerdo al Análisis de más 100 publicaciones en redes sociales como Facebook, Twitter y otras más, donde la misma población emite criterio denigrantes constantes contra este periódico. Dentro de los aspectos investigados por parte de la AIMC fue la veracidad y confianza de contenidos que este medio comunica, el cual con un 95,6% de la población consultada no cree, ni confía en este medio de comunicación para enterarse del acontecer nacional.
El estudio deja ver tal el nivel de desconfianza que el medio de comunicación expresa a su público. Es importante, señalar que otro de los aspectos que denigran la imagen por parte de la población a este medio de comunicación es que los artículos periodísticos son hechos de forma muy irregular y poco comprensibles, así mismo, pretende enseñar temáticas no muy a favor de los valores del costarricense como por ejemplo en temas de orientación sexual y de la actual pandemia.
Emiten criterio superfluos que pretenden engañan al lector y del cual, terminan siendo denigrados ante la opinión pública. Recalcamos que la coherencia y irracional forma de los periodistas que hacen los guiones parece ser orientada no por el pensamiento libre del periodista sino siguiendo una línea totalitaria y represora de pensamiento por lo tanto, mediática mente entre sus seguidores hacen ver ante la crítica como lectores débiles de poca razonabilidad y pensamiento objetivo.
El informe brinda más de 600 medios de comunicación de Latinoamérica y es La Nación el peor visto por encima de medios de comunicación escrita de países con régimen totalitarios como Nicaragua, Cuba y Venezuela.
Hoy podemos decir con toda certeza que Costa Rica es el peor medio de comunicación de Latinoamérica debido a estos y muchos aspectos más que se presentaron en el informe de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación https://www.aimc.es/aimc/que-es-aimc/
Como medio de comunicación escrita somos objetivos al brindar este tipo de información y a todas luces, todo parece indicar que este medio de comunicación es un riesgo grave a nivel social para la sociedad costarricense, por lo tanto, lo invitamos a la próxima vez que lea un artículo de este medio, recuerde esta información, necesitamos gente culta y razonable en la sociedad, no con conceptos erróneos y temerarios que infunden este tipo de medio de comunicación.