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Etiqueta: Salvador Allende

Lecciones para aprender – Los ejércitos, a 50 años del golpe contra Allende

El golpe de Estado contra Salvador Allende debe hacernos entender la verdadera función de los ejércitos. El ascenso al poder de un proyecto socialista y revolucionario por vía electoral fue una enorme cantera de experiencias sociales. El brutal golpe militar significó, en un corto plazo, la diáspora del pueblo chileno.

Frank Ulloa*
11 | 09 | 2023

Imagen: Allan McDonald | Rel UITA

El inventario de estas experiencias está lejos de haber sido terminado: lo que caracterizó este ascenso de las ideas socialistas fue precisamente la irrupción en la historia de nuevas ideas y un nuevo mensaje, que multiplicó las formas de acción, las iniciativas, en la lucha por sociedades democráticas y respetuosas de los derechos humanos.

El golpe de Estado en Chile del 11 de septiembre de 1973 fue una acción militar llevada a cabo por las Fuerzas Armadas de Chile en colaboración con sus similares de Estados Unidos.

A cincuenta años, podemos recordar cómo en la Facultad de Derecho de Costa Rica los estudiantes nos organizamos y nos fuimos a protestar al centro de San José, frente a la emisora de Radio Monumental.

Toda Costa Rica se sentía indignada como si se tratara la muerte de alguien muy cercano, querible y sin excepción no hubo quien manifestara simpatía por los criminales. Esta solidaridad se multiplicaría cuando miles de chilenos migraron a nuestro país y se los recibió como hermanos.

Agazapados

Hoy los ejércitos están en los cuarteles, pero en cualquier momento, si las fuerzas reaccionarias lo requieren, los tienen a su disposición. Sucedió recientemente, en 2009, cuando el golpe de estado en Honduras contra el presidente Manuel Zelaya.

Los derechos humanos son subsidiarios de la ambición de las corporaciones transnacionales y naciones imperialistas que, a toda costa, llegan para apropiarse de nuestras riquezas y recursos.

Un nuevo aniversario del golpe de Estado en Chile debe convertirse en una oportunidad para comprender que “los militares actuaron (actúan) como un ejercito de ocupación en sus propios países, sirviendo de brazo armado” al gran capital, como bien lo supo definir Eduardo Galeano.

Desde la Segunda Internacional (14 de julio de 1889) el rol de los ejércitos en el capitalismo había quedado claro desde la óptica de la teoría política del movimiento obrero.

Pero esta lección nunca fue aprendida. Los trabajadores europeos no fueron capaces de parar las guerras mundiales, y sus pares de otras partes del mundo abandonamos esta importante lucha por acabar con los ejércitos y luchar por el desarme. Muchos sindicatos se forman inclusive en las fábricas de armas de los países desarrollados.

La amenaza continúa

Hoy, más que nunca, desde Rel UITA debemos impulsar un debate profundo en torno a la definición de una nueva estrategia contra la carrera armamentista, la lucha por la paz y el desarme.

En Brasil o el nuevo Chile, el ejército sigue siendo una fuerza política más o menos silenciada pero igualmente peligrosa. Las tropas siguen amenazando al pueblo y sus intereses.

Depende de los dirigentes jóvenes no olvidar y aprender de la historia. Este recordatorio obliga al movimiento sindical, que se había sustraído al debate, a participar en él ante una nueva conmemoración de esta tragedia histórica.

Publicado en https://www.rel-uita.org/chile/lecciones-para-aprender/ y compartido con SURCOS.

Osvaldo “Chato” Peredo. «Volvimos a las montañas»

Osvaldo “Chato” Peredo es un médico de 80 años (Beni- Bolivia). Su vida está marcada por las luchas populares que sacudieron Bolivia en las últimas décadas. Los hermanos mayores del Chato (Antonio, Emma, Guido “Inti” y Roberto “Coco”) fundaron el Partido Comunista Boliviano (PCB) en Trinidad-Beni. Inti y Coco, además, formaron parte del grupo de combatientes que acompañaron al Che Guevara en su campaña boliviana. Coco murió en combate el 26 de septiembre de 1967, pocos días antes de que fusilaran al Che. Inti fue uno de los sobrevivientes de esa experiencia, pero fue asesinado años más tarde cuando trataba de organizar un nuevo foco guerrillero en las montañas de Teoponte.
La vida militante de Osvaldo Peredo comenzó cuando tenía 13 años. “De niño me decían que no podía participar” dice el Chato, y cuenta que su primera tarea en la juventud comunista fue organizar a los hijos de los compañeros que militaban en el Partido. Su hermano Inti alcanzó un nivel de dirección muy alto en el PCB cuando apenas tenía 24 años. Junto a Coco, Inti participó en acciones de apoyo a grupos rebeldes de Argentina y Perú. Las relaciones que el PCB mantenía con Cuba le permitieron a Inti conocer al Che, quien luego de su regreso desde el Congo (y tras un tiempo en Europa) decidió emprender una campaña en Bolivia. Osvaldo estaba en Moscú cuando sus hermanos preparaban la incursión en Ñancahuasú y quiso sumarse a ellos, pero le asignaron otra tarea: “debía organizar un grupo de estudiantes bolivianos que se incorporarían a la guerrilla más tarde”, recuerda el Chato.
En las montañas de Teoponte
La muerte del Che significó un golpe muy duro para el movimiento de liberación boliviano. Sin embargo, para quienes combatieron con él y lograron salvar su vida, la vía de lucha no estaba agotada. Inti Peredo pudo huir del cerco militar que hirió y tomó prisionero al Che en la Quebrada del Churo, junto a los combatientes cubanos Harry Villegas, Dariel Alarcón Ramírez y Leonardo Tamayo Nuñez y el boliviano David Adriazola Velzaga. Los cubanos lograron huir y llegar a Cuba, por Chile con la ayuda del entonces senador Salvador Allende, y los bolivianos se quedaron clandestinos en La Paz. Como responsable del Ejército de Liberación Nacional (E.L.N.) que comenzaba a reagruparse, Inti lanzó la proclama de “volver a las montañas” con la que intentaría reavivar la llama guevarista en Teoponte, al norte del país. Pero muere asesinado por fuerzas militares en La Paz a fines del ‘69. El Chato fue entonces quien tomó la posta y decidió continuar el camino emprendido por sus hermanos. Tres años después de la muerte del Che Guevara lideró un grupo rebelde que se internó en las montañas de Teoponte, 300 km al norte de La Paz, con los mismos objetivos. Esta experiencia revolucionaria no tuvo mejor suerte que la expedición iniciada por el Che en Ñancahuasú. Sin embargo, Peredo sostiene que, a pesar de la derrota militar, Teoponte permitió “la ruptura del pacto militar campesino y dio pie a la organización del primer sindicato de campesinos libres” de Bolivia.
De los 67 hombres que se internaron en el Alto Beni, solo nueve salvaron su vida, el resto fueron fusilados. La acción insurgente de Teoponte fue resultado de la persistencia del ideal de revolución latinoamericana del Che y del ELN creado por él. En el gobierno de Evo Morales se logró exhumar y entregar los restos de algunos de los caídos en Teoponte a sus familias. De este modo se empezó a recuperar una parte silenciada de la historia reciente de Bolivia.
Con Evo desde el comienzo
El Chato conoció al actual presidente boliviano en el mismo lugar donde el Che pasó a la eternidad: La Higuera. Hasta allí había llegado Evo Morales, luego de participar del 1º Encuentro Mundial Ernesto Che Guevara en Vallegrande, en el 30 aniversario de su muerte. «Fue el primer puntapié para la convergencia de la izquierda” asegura Osvaldo, uno de los organizadores de esa jornada. Desde entonces no se separó del líder cocalero y participó activamente del proceso que lo llevó al poder en 2005. Como integrante del MAS, colaboró en una ardua construcción política. El Chato relata una anécdota que da cuenta de lo difícil que fue para Evo el camino a la presidencia. Hacia 1998, aunque había logrado reunir 70.000 adhesiones para inscribir su fuerza política y participar de elecciones, no pudo hacerlo porque “solamente tenían carné de identidad 5.000”. Esto, recuerda el Chato, era resultado “de un sistema político que negaba en los hechos la ciudadanía a la inmensa mayoría campesina e indígena”. Años más tarde, el MÁS logró su inscripción y obtuvo el segundo lugar en las elecciones del 2002.
Hoy martes 12 de enero de 2020 Osvaldo ‘Chato’ Peredo ha fallecido en su domicilio en la ciudad de Santa Cruz – Bolivia.
Hasta siempre Comandante Chato Peredo.

Imagen tomada de Radio Luis de Fuentes.

 

Compartido con SURCOS por Trino Barrantes.

Chile, medio siglo después: una mirada de aquella tragedia con “otros ojos”

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

“En la era de la industria cultural, la conciencia existe en estado mítico, de ensoñación, estado contra el cual el conocimiento histórico es el único antídoto. Pero el tipo particular de conocimiento histórico que se requiere para liberar el presente del mito no se desvela fácilmente. Dejado de lado y olvidado, yace enterrado en cultura que sobrevive, siendo invisible justamente porque es de escasa utilidad para quienes están en el poder” (Susan Buck-Morss DIALÉCTICA DE LA MIRADA Walter Benjamin y el proyecto de los Pasajes La Balsa de la Medusa Segunda edición Madrid 2001 p. 14).

Las múltiples discusiones entre los historiadores contemporáneos, siempre tan celosos ante la irrupción de “extraños” dentro de lo que consideran, al parecer como su exclusivo ámbito de acción profesional, acerca del sentido que asume la consideración del tiempo histórico, visto en los términos de la larga duración (v.g.r. Ferdinand Braudel, Marc Bloch, Lucien Febvre  entre otros impulsores de la Escuela Histórica Francesa de los Anales, con su perspectiva de la “longue durée”), resultan ser sin embargo un tema, también fascinante para el resto de nosotros los mortales, necesitados de incursionar en la naturaleza(o, más bien especificidad) de algunos acontecimientos y procesos históricos que continúan afectándonos, aunque no tengamos siempre conciencia de ello. Por eso es, que cuando hablamos de la conmemoración de un hecho complejo de cierta relevancia histórica, en este caso los mil días de la Unidad Popular Chilena que culminaron en un sangriento golpe militar, en el mes de septiembre de 1973, sólo comparable a los dramáticos eventos que 18 años atrás, culminaron con la caída del gobierno del general Juan Domingo Perón, en la República Argentina, durante el mes de septiembre de 1955, los que a semejanza del caso chileno dieron lugar a cruentos enfrentamientos armados o a masacres, como la resultante del bombardeo a civiles en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, durante el primer intento de acabar con el régimen peronista, en junio de 1955, por parte de unos pilotos de la aviación militar (una rama que entonces dependía de la marina) que llevaban como lema “Viva Cristo Rey” en sus aparatos, unos fanáticos que asesinaron a cerca de 500 personas, en su gran mayoría civiles o, como fue el desigual combate de la Moneda, en Santiago de Chile, aquel 11 de septiembre, un evento político militar mucho más profundo en sus nunca analizados, ni asumidos alcances históricos, tanto por parte de los militares golpistas como por parte  de la mayoría de la izquierda chilena oficial y concertacionista (v.g.r la posdictadura de la concertación), que se niega todavía a valorar en su sentido más profundo el testimonio y la vivencia de sus combatientes, mientras que los militares como el general Javier Palacios, quien dirigió el ataque al Palacio de la Moneda, sobredimensionaron la mediocre actuación de sus subordinados. En cuanto a la derecha civil, en cambio no constituye algo esencial, y les resulta muy problemático todavía entrar en consideraciones específicas acerca del hecho en sí mismo, es mejor no hacer olas consideran.

Existe una necesidad imperiosa de romper con el papel legitimador de la historia como un acto político de la mayor importancia (Walter Benjamin), y en concreto con las visiones inmovilistas del tiempo histórico que se derivan de ese papel que se le ha impuesto, las que mantienen el pasado que se evoca en las conmemoraciones, como si fuera un presente mítico cuyas posibilidades de interpretación se reducen a las que expresan los intereses o visiones de las élites protagonistas de los conflictos sociales en el escenario histórico, a partir  de algunas de sus exteriorizaciones en la interpretación canónica de los hechos político militares que se produjeron, no ha lugar a otras versiones, y mucho menos, a interpretaciones alternas de lo acontecido.

El extraordinario documental que acaba de publicarse en Chile, bajo el título de “LA ÚLTIMA ESCOLTA” (Realización de Isidro García y Fernando Galeas. Documental Formato HD/16:9), nos da un valioso testimonio que nos permite resignificar los hechos político-militares de aquel día funesto para los trabajadores, y los sectores más desfavorecidos de la sociedad chilena: El valioso y pormenorizado testimonio de Isidro García, a lo largo de ese documental que abarca otros elementos historiográficos, se torna esencial para dimensionar y valorar ese combate tan desigual desde una perspectiva más amplia, vista en términos del devenir histórico y de la larga duración, a partir de una narrativa en la que nos cuenta como con un pequeño grupo de compañeros del Partido Socialista de Chile, se atrincheró en el Ministerio de Obras Públicas, situado al otro lado de la Calle Morandé, un edificio casi paralelo al Palacio de la Moneda, desde donde resistió, durante muchas horas, a la asonada militar, poniendo en aprietos a los militares golpistas con apenas una ametralladora punto 30, y unos cuantos fusiles ametralladoras AK 47, enfrentando así a quienes, con tanques e infantería, atacaron el Palacio de la Moneda, en cuyo interior no habían más de treinta combatientes civiles, incluido el propio presidente Salvador Allende. Después del desenlace de aquel combate, como resultado del que fueron muertos, o más bien asesinados, el propio presidente y la mayoría de los combatientes del Grupo de Amigos Personales de éste, integrado por militantes del Partido Socialista, mientras que los soldados de infantería, contando con apoyo de los tanques, fueron incapaces de derrotar en primera instancia, al tan desigual pero decidido adversario, representado por los combatientes que se encontraban en La Moneda, y en las instalaciones del Ministerio de Obras Públicas, dentro del llamado barrio cívico de la capital chilena, razón por la recurrieron a la aviación para bombardear el Palacio de la Moneda, el que dejaron en llamas y casi destruido para alcanzar sus objetivos político-militares, con lo que agrietaron y devaluaron para siempre su inmenso valor simbólico ante la mirada de los habitantes de la capital chilena, y  de las gentes del mundo entero, algo que nunca ha podido ser restituido  en una sociedad o estado-nación como Chile, dentro de la que esa grieta nunca ha podido ser soldada o sellada, a lo largo del medio siglo transcurrido desde entonces. Es por eso, que el conflicto en términos de legitimidad se vuelve recurrente, especialmente si lo vemos bajo la perspectiva de la larga duración histórica, pues ahora como nunca esa ruptura se ha hecho evidente: nos basta con mirar las imágenes de la lucha popular en Santiago, y otras ciudades de Chile frente a un aparato represivo, cada vez más violento y sanguinario, para constatarlo de manera irrefutable.

Valgan las reflexiones de Isidro García, un combatiente de aquel día en el Ministerio de Obras Públicas, quien en el documental nos cuenta también su vida desde niño, en medio de las mayores carencias como eran las que experimentaban las mayorías chilenas, en un país donde hasta los años sesenta los campesinos de la zona central de Chile, vivían aún en un régimen de servidumbre casi feudal, donde el hambre y la desnutrición castigaban a la niñez. Refiere con orgullo su permanencia hasta el final al lado de Salvador Allende, siempre fiel a esa memoria en términos de la larga duración histórica, nos dice “nos quitaron el partido, otros que dicen llamarse socialistas”, quienes por cierto prefieren hacer caso omiso de la memoria y el testimonio de aquellos combatientes, forjadores de esperanzas y utopías.

Chile: ¿Medio siglo después, los latinoamericanos aprendimos algo de aquella tragedia histórica?

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

La avalancha de lugares comunes, de frases acartonadas repetidas hasta el cansancio, la repetición de verdades a medias, o de mentiras a lo sumo piadosas, el encierro dentro de las percepciones colectivas de nuestro entorno, propias de algunos grupos o clases sociales o de los “patriotismos” adscritos a los estados nacionales, las que nos impiden –por así decirlo- ver más allá de nuestra propia nariz, conforman un conglomerado de equívocos y sinrazones inconmensurables, las que han terminado por petrificar e imposibilitarnos la asunción del “recuerdo” de un acontecimiento histórico determinado, como algo que vaya más allá de los mitos o de las profecías autocumplidas o no, acerca de la imposibilidad de escapar a la fatalidad de un cierto destino “histórico” que nos acecha, sin importar lo que hagamos o dejemos de hacer, llevándonos en muchos casos a sumirnos en las más inútiles y esterilizantes lamentaciones. Sucede así que el hecho histórico, en su especificidad, es por lo general asumido de manera fragmentaria, dentro de la óptica de un cierto presentismo y de una ubicuidad espacial a ultranza que nos impiden captar el sentido y la presencia de poderosas corrientes sociales, las que van mucho más allá del hecho en sí mismo, y que actúan como poderosos ríos subterráneos que amenazan con arrasar cualquier esperanza para una acción, de verdad revolucionaria en términos de la praxis y  de la forja del conocimiento, a partir del cual aprendamos de verdad de las enseñanzas implícitas en los acontecimientos históricos, conduciéndonos a retomar los caminos de la acción y la rectificación de lo actuado en cierta coyuntura, recuperando la memoria de nuestros muertos y de nuestros combatientes, aún en medio de la desesperanza, destacando el sentido de esas luchas para que no terminen siendo cooptadas para los intereses de unas clases dominantes que no han cesado de vencer (Walter Benjamin, dixit, sexta tesis sobre la historia).

La conmemoración de los cincuenta años del triunfo electoral de la Unidad Popular Chilena (el 4 de septiembre de 1970) y de los trágicos acontecimientos, acaecidos tres años después, exteriorizados en un primer momento por la brutal naturaleza del golpe militar del 11 septiembre de 1973, con el  que se puso fin al gobierno del presidente Salvador Allende (los mil días de la Unidad Popular Chilena) y se dio inicio a una era, no sólo de terror y de muerte masivas,  sino también de una reingeniería social retrógrada con pérdida de las conquistas sociales y económicas, alcanzadas tras décadas de duras luchas de la clase trabajadora, no sólo en Chile, sino en el resto de los países de la región( Argentina, Uruguay, Bolivia, Brasil, Paraguay, Perú y Ecuador), debe ir acompañada de un cuidadoso análisis de lo que en efecto ocurrió. Sin dejar de destacar la importancia de los hechos del 11 de septiembre de 1973, ubicándolos en su contexto nacional y dentro de la especificidad de la historia chilena, no podemos dejar de insistir en que se trató apenas de una parte de un evento histórico de más larga duración, y con alcances geopolíticos que trascienden con mucho los hechos luctuosos, tanto de aquel día como de los terribles años que siguieron. El golpe militar en Chile, considerado desde una perspectiva más amplia, fue apenas una parte de una contrarrevolución global y regional que se tradujo en el Plan Cóndor y cuyos orígenes pueden llegar hasta los tiempos del golpe militar contra el general Juan Domingo Perón, en el mes de septiembre de 1955 o bien, al derrocamiento del presidente brasileño Joao Goulart, en abril de 1964, con los que se puso fin a la era de los odiados “populismos” peronista y varguista en los dos países más extensos de la América del Sur.

La falta de reflexión crítica y la ausencia de una construcción de conocimiento que permitan superar (dialécticamente) esos “agujeros negros” de nuestra historia contemporánea, en todos los países de la región, siguen siendo los factores que impiden a muchas gentes de la “izquierda” mirar en retrospectiva, e intentar acercarse a lo que efectivamente ocurrió hace medio siglo, mientras otra encrucijada histórica tan temible como aquella nos envuelve ahora, sin que hayamos sido capaces aún de sacar las lecciones de lo ocurrido entonces y la importancia de dimensionarlo en sus alcances. El pico más alto de la represión en aquellos tiempos del Plan Cóndor no fue el que tuvo lugar en Chile, a pesar de lo dura que fue allí la represión, más bien fue la dictadura militar argentina, de más corta duración es cierto (1976-1983), precedida por la criminal traición de la derecha peronista, la que marcó el exterminio de toda una generación de jóvenes revolucionarios e importantes líderes y militantes de las organizaciones de la clase trabajadora, con más de treinta mil detenidos desaparecidos, además de que la Argentina fue desindustrializada en beneficio del capital financiero y de los intereses imperialistas durante esos años, tal era el odio hacia la clase obrera que tenía la vieja oligarquía rural en el país situado al otro lado de la Cordillera de los Andes. Empecemos por la verdad y un dimensionamiento más aproximado de lo ocurrido para empezar a marchar de nuevo, tal vez a la manera de Sísifo pero esperanzados y poniéndole cara a la realidad.

Chile: morir en septiembre, la primavera que nunca fue

Rogelio Cedeño Castro

 

Para los países del hemisferio sur la entrada del mes de septiembre significa también la llegada gradual de la primavera, pues desde que termina agosto y da inicio el nuevo mes los días empiezan a ser más largos, amanece cada día más temprano y la luminosidad comienza a apoderarse de nuestras emociones y de toda la cotidianidad; en el caso de Chile es el mes de las ramadas o festejos populares donde abunda la chicha y el vino, donde pronto las flores y los frutos abundantes alegrarán la vista de todos, también es el mes de las fiestas patrias tan lleno de remembranzas, sólo que en el año de 1973 cuando la derecha se preparaba para dar el último zarpazo al gobierno de los mil días de la Unidad Popular Chilena, con el transcurso del tiempo los días se fueron tornando lúgubres y tensos mientras se conmemoraba el tercer aniversario del triunfo electoral de la Unidad Popular, el día 4 de septiembre de 1970, los rumores de golpe de estado ya habían corrido entre los marinos y soldados en Valparaíso y Talcahuano, algunos dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria(MIR) y el Partido Socialista habían hecho denuncias sobre el complot en marcha, mientras el gobierno vivía un trance difícil e incierto.

Amanece el martes 11 de septiembre, con la marina alzada en armas en Valparaíso, desde las cuatro de la mañana de ese día, en la capital y en el resto del país corren toda clase de rumores, el presidente Salvador Allende y sus colaboradores se dirigen muy temprano al Palacio de la Moneda, pensando todavía contar con algunas lealtades en el resto de las fuerzas armas y el cuerpo de carabineros, mientras la dura realidad mostrará que la traición ha llegado muy hondo y sólo un puñado de civiles, policías de investigación, pero sobre todo amigos cercanos al presidente encararán el ataque militar al Palacio de la Moneda, en un combate desigual que duró varias horas, durante las que la aviación bombardeó y provocó el incendio de la casa de los presidentes de Chile. Hacia las dos o tres de la tarde el combate ha concluido, los combatientes que resistieron se rinden y durante cuatro décadas se mantendrá la desinformación y la tergiversación acerca del final de la vida del presidente Allende, llegando a afirmarse que se había quitado la vida, con argumentaciones que nunca resultaron convincentes y por lo tanto creíbles, ahora ante la foto que muestra el cadáver acribillado del líder y símbolo más importante de la Unidad Popular Chilena, con gran dolor para nosotros, la verdad ha terminado por abrirse paso: Salvador Allende fue asesinado por los militares golpistas, sólo que ante la evidencia de la foto los momios ya no podrán seguir mintiendo, ni riéndose miserablemente de los vencidos, cuya historia se va haciendo cada día más nítida e inocultable.

Siempre, a lo largo de las más de cuatro décadas transcurridas, estuve convencido de que nuestro querido compañero, el entonces presidente chileno Salvador Allende Gossens (1908-1973), cuya grandeza y ejemplo han crecido con el paso del tiempo, había sido asesinado por los criminales golpistas, unas gentes carentes de dignidad y humanidad como puede apreciarse a partir de lo dicho por Pinochet en su cuartel de Peñalolén sobre el avión que se caía, por parte del propio Pinochet, traidor y golpista de última hora, con toda la vulgar bajeza de su vocabulario soez y cargado de odio, como bien lo relata la periodista Patricia Verdugo, en un libro en que reproduce la grabación que quedó de las comunicaciones de los golpistas ese día, el infausto martes 11 de septiembre de 1973. Al respecto dije en un texto años atrás: «En honor a la verdad, hay que hacer un reconocimiento a Salvador Allende y sus compañeros por no haberse doblegado a la intimidación y a la vulgaridad de quien dirigía el golpe militar bien oculto en el cuartel de Peñalolén, pero también extraer la lección que nos da el testimonio de un pequeño grupo de francotiradores, ubicados en el Ministerio de Obras Públicas, al otro lado de la calle Morandé, quienes mantuvieron a raya al ejército durante muchas horas ayudando a quienes, como el propio Salvador Allende, de una manera suicida, resistieron desde las vulnerables instalaciones del Palacio de la Moneda, la casa de los presidentes de Chile» (Los mil espejos de la realidad social, UNA Heredia Costa Rica 2013, pág. 129). Entiéndase, entonces que el acto de resistir en condiciones tan desiguales era, en sí mismo, un acto suicida, no que el presidente Allende se haya suicidado. Ahora cuando han pasado más de cuarenta años se pudo constatar al fin su asesinato, por parte de algunos militares de los que ya fallecieron entre los que recuerdo al capitán Palacios, encargado de dirigir el asalto a la Moneda. Por mi parte, sigo pensando que algún día se abrirán las grandes alamedas para que pase el hombre libre, como dijo el Chicho por las ondas de Radio Magallanes, cuando ya la suerte estaba echada, en la mañana de ese terrible día y para algunos como Salvador Allende, Augusto Olivares, Claudio Jimeno y otros compañeros significaba, ni más ni menos, que morir en septiembre cuando se anunciaba una primavera que nunca pudo ser.

 

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Sobre el asesinato de Salvador Allende

Rogelio Cedeño Castro

Rogelio Cedeño

Siempre estuve convencido que nuestro querido compañero, el entonces presidente chileno Salvador Allende Gossens(1908-1973), cuya grandeza y ejemplo han crecido con el paso del tiempo, había sido asesinado por los criminales golpistas, unas gentes carentes de dignidad y humanidad como puede apreciarse a partir de lo dicho por Pinochet en su cuartel de Peñalolén sobre el avión que se caía y la vulgar bajeza de su vocabulario, como bien lo relata la periodista Patricia Verdugo, en un libro en que reproduce la grabación que quedó de las comunicaciones de golpistas ese día infausto, el martes 11 de septiembre de 1973.

Al respecto dije en un texto años atrás: «En honor a la verdad, hay que hacer un reconocimiento a Salvador Allende y sus compañeros por no haberse doblegado a la intimidación y a la vulgaridad de quien dirigía el golpe militar bien oculto en el cuartel de Peñalolén, pero también extraer la lección que nos da el testimonio de un pequeño grupo de francotiradores, ubicados en el Ministerio de Obras Públicas, al otro lado de la calle Morandé, quienes mantuvieron a raya al ejército durante muchas horas ayudando a quienes, como el propio Salvador Allende, de una manera suicida, resistieron desde las vulnerables instalaciones del Palacio de la Moneda, la casa de los presidentes de Chile» (Los mil espejos de la realidad social, UNA Heredia Costa Rica 2013). Entiéndase que resistir en condiciones tan desiguales era, en sí mismo, un acto suicida, no que el presidente Allende se haya suicidado.Ahora cuando han pasado más de cuarenta años se pudo constatar al fin su asesinato, por parte de algunos militares de los que ya fallecieron algunos como el capitán Palacios.

Por mi parte, sigo pensando que algún día se abrirán las grandes alamedas para que pase el hombre libre, como dijo el Chicho por las ondas de Radio Magallanes, cuando ya la suerte estaba echada, en la mañana de ese terrible día.

 

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Los dos 11 de septiembre (1973 y 2001): ni perdón ni olvido

Los dos 11 de septiembre (1973 y 2001) - ni perdón ni olvido

David Morera Herrera

Mucho se ha escrito sobre el 11 de septiembre. Particularmente, acerca del horror que significó el atentado que, mediante aviones kamikazes, destruyó las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York. Ocurrió el 11 de septiembre del 2011.

Este acto bestial se lo atribuyó el supuesto islamista saudí Osama Bin Laden (supuestamente muerto, aunque su cuerpo no aparece) y su organización AL Qaeda. Esta oscura organización, emparentada con los talibanes afganos, fue fabricada en sus orígenes por la archimillonaria oligarquía saudita, la CIA y el MOSSAD, instrumentalizando la resistencia a la ocupación soviética de Afganistán en los ochenta. Contó con la promoción y el amplio financiamiento de las madrasas fundamentalistas como centros de reclutamiento y adoctrinamiento.

Más allá de lo que se pueda inferir o especular, lo cierto es que los atentados al WTC le sirvieron como anillo al dedo al ex presidente texano (y magnate petrolero), Bush Junior para desplegar la ofensiva de los halcones del Pentágono (“blood for oil”). Algo parecido a lo que ahora hace Obama sirviéndose de ISIS, que el propio Snowden, ex agente de la Seguridad Nacional norteamericana, ha filtrado como otro Frankenstein imperialista, para justificar una nueva escalada guerrerista y desviar la atención sobre el genocidio de Israel en Gaza.

Pues hoy, es justo recordar otro 11 de septiembre, tan trágico o más, que el del 2001. En la punta austral de nuestra América, Chile jamás se olvida.

Otro 11 de septiembre, en el año 1973, se produjo el golpe militar contra el Gobierno electo de la Unidad Popular, encabezada por Salvador Allende. El golpe fue liderado por el General Augusto Pinochet, supuesto militar constitucionalista de confianza de Allende. El golpe fue promovido por la CIA, como parte de su estrategia de contrainsurgencia en el Cono Sur (Plan Cóndor), que llevó a la instalación de las dictaduras de seguridad nacional en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay. El golpe fue diseñado por el sionista Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano, mano derecha del presidente Richard Nixon, así como fue alentado con todo por las corporaciones mineras como la Anaconda Minning Company y la corporación ITT, en represalia por las nacionalizaciones del cobre y las telecomunicaciones, implementadas por el gobierno de la UP. Asimismo contó con la complacencia de la oligarquía del Partido Nacional, y desde luego el concurso de los paramilitares de la ultraderecha fascista de “Patria y Libertad”, así como con la venia o complicidad por omisión -eso sí, más disimulada y circunspecta- de la Democracia Cristiana encabezada por Eduardo Frei padre.

El saldo trágico: más de 30 000 detenidos- desaparecidos; sucumbió la flor y nata del activismo del movimiento obrero, estudiantil, popular, mapuche, del arte y la intelectualidad de izquierda. Entre ellos destaca el gran cantautor Víctor Jara, encontrado desfigurado en un predio cerca del río Mapocho el 15 de septiembre.

La mañana del 11 de septiembre, Víctor Jara acudió disciplinadamente al llamado del Partido Comunista para defender el campus de la Universidad de Chile en Santiago. Como Víctor, salieron miles de trabajadores, mujeres y jóvenes desarmados o con armas livianas, a poner el pecho frente a la bestia fascista. Víctor fue torturado espantosamente, y al negarse a delatar a sus camaradas, fue ejecutado, en algún oscuro rincón del Estadio de Chile, que se usó como campo de concentración, tortura y muerte.

Mucho se debatió y se movilizó la izquierda latinoamericana y mundial en esos tiempos aciagos. El proyecto del Partido Comunista chileno, expresado en la formulación de Luis Corvalán: “la vía pacífica al socialismo”, fue hecho añicos por la barbarie fascista.

Producido el golpe, tampoco pudo resistir mucho la organización guevarista, por su débil implantación en la clase obrera y sus métodos ultraizquierdistas. Me refiero al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que criticaba con razón la confianza de Allende y el gobierno de la UP en las instituciones y el ejército burgués. Ante la consigna de la UP inmortalizada por Quilapayún: “el pueblo unido jamás será vencido”, la izquierda más radical postulaba otra consigna: “el pueblo armado, jamás será aplastado”.

Muchas y muchos de las y los fundadores del trotskismo costarricense a mediados de los setenta, entre ellos las y los camaradas Manuel Sandoval, Olga Carrillo, Pablo Hernández, Héctor Monestel, Allen Cordero, siendo muy jóvenes, ante esa terrible lección de la lucha de clases, llegaron a la conclusión de tomar un camino distinto al callejón sin salida del estalinismo. De hecho, no por casualidad, la Liga Comunista Internacionalista (LCI), antecesora del PRT, fue fundada el 11 de septiembre de 1976 en un acto en la UCR en el tercer aniversario del golpe de Pinochet.

Por mi parte, yo termine de aprender a leer y escribir en Santiago. Mi madre y mi padre, militantes comunistas costarricenses a la sazón, nos llevaron a vivir a Santiago, donde permanecimos de 1970 a 1973.

Uno de mis recuerdos más vívidos de infancia es la escena de una tarde de paseo, en la que, repentinamente, los carabineros armados de imponentes guanacos[2], dispersaron violentamente una manifestación. Mi madre Rosalila, con el vientre rebosante en el que florecía mi hermana menor: Margarita, y mi padre Oscar, nos tomaron fuertemente de las manos a Gabriel (5 años), a Oscar (3 años) y a mí (7 años), para huir de los gases lacrimógenos y los chorros de agua que lanzaban al pavimento a la gente. Aun me veo, con la familia nuclear entera, corriendo a todo pulmón por callejuelas desconocidas.

También recuerdo el primer tankazo (el ensayo del golpe), y el miedo en los ojos de mis compañeras y compañeros de escuela, al ver a los milicos registrando con bayonetas las micros escolares en que viajábamos hacia nuestras casas, con un Santiago en alarma constante. Recuerdo también las evidencias del desabastecimiento en la alacena, por efecto del acaparamiento patronal.

Pero lo que recuerdo con más fuerza e impacto, es la vez que por primera vez, con mis ojos de niño, vi a mi padre llorar. Era una noche cualquiera en la casa de Ñuñoa, en la calle Agustín Vigorena. En la pantalla de TV blanco y negro de la sala, Allende daba uno de sus últimos discursos, desde luego, meses antes de asumir personal y heroicamente la defensa del Palacio de La Moneda, atacado con furia por tierra y por aire, con bombas y metralla a granel.

Allende, hasta donde puedo recordar, suplicaba al Ejército y a la oligarquía conspiradora respeto a la Constitución. Se respiraba un ambiente de derrota inminente. La crónica de una muerte anunciada. Y entonces, un poco avergonzado ante mi mirada inquisitiva, pude ver correr lagrimones en las mejillas aceitunadas de mi padre. Luego, yo mismo entiendo -y lloró aún- por las mismas razones y sinrazones.

Estos eran los últimos momentos de la Unidad Popular, aproximándose su trágico desenlace. Dichosamente mi padre tuvo el instinto de vida para apurar los requisitos académicos de la especialidad en endocrinología que cursó, y regresamos a San José Costa Rica, un mes exacto antes del infame golpe, con mi hermana Margarita con menos de un año de nacida.

Por último, agrego que, pese a mi precoz niñez, mi vida ha estado marcada por la tragedia chilena. Pero no para lamentarse como letanía, sino para preparar la revancha de los pueblos y la clase trabajadora ante un capitalismo cada vez más degradado y degradante. Porque el color de la sangre jamás se olvida, Chile y América Latina, tarde o temprano, reivindicarán a Víctor Jara, y tantas y tantos héroes anónimos del bravío pueblo de Caupolicán, Angelita Huenuman y O’ Higgins.

El terror y la muerte no han podido doblegarnos. Estoy seguro.

 

[1]Escuelas de fundamentalismo islámico, de donde salieron los talibanes, en la línea del archireaccionario, patriarcal y homofóbico salafismo saudita.

[2]Chilenismo que refiere a un vehículo blindado policial que dispara chorros de agua a alta presión.

 

Enviado a SURCOS Digital por el autor.

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