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Etiqueta: soledad

Importancia de la amistad, la cercanía y la presencialidad

José Luis Pacheco Murillo

La presencialidad sigue siendo la mejor manera de relacionarnos. Vernos, darnos la mano, estrecharnos en un abrazo e incluso besarnos, no puede reemplazarse con ningún medio electrónico, por más avanzado que sea.

Pasamos más de dos años con medidas que nos distanciaron y que nos llevaron a vivir situaciones muy difíciles. Ese distanciamiento provocó tristeza, abandono y soledad. Muchas personas se vieron viviendo bajo condiciones de soledad que les provocaron sentimientos que aún hoy no se han superado. Incluso miles de personas murieron en soledad porque no era posible acompañarlos en sus últimos momentos. Que pena y que tristeza para el moribundo y para la familia.

Este domingo participé en una actividad en la que la presencialidad evidenció lo que significa la cercanía en todo su explendor. El saludo, el compartir, el bailar, el cantar, y especialmente el conversar por horas sobre cualquier tema fue algo maravilloso.

La emisora Radio Alajuela, reunió a cientos de sus oyentes en una maravillosa actividad. Después de casi tres años muchas personas, la mayoría adultos mayores se volvieron a juntar y a vivir la maravillosa experiencia de sentirse cercanos y poder disfrutarse, poniendo nuestra naturaleza de seres sociales como prioridad.

Fue muy agradable observar las sonrisas, ver esos ojos brillando de felicidad por el reencuentro y disfrutar de compartir experiencias que hacía tiempo no se expresaban. Máxime cuando quienes participaron en su mayoría eran personas mayores, que mostraron la juventud de su espíritu a cada momento.

La pandemia fue y ha sido muy cruel y afectó y sigue afectando a miles de personas, pero no podemos perder la esencia de nuestro ser humano como lo es el ser sociable, el compartimos y disfrutarnos. Eso no tiene precio y hay que vivirlo.

Dios quiera que a través de esos reencuentros se puedan sanar tantas heridas causadas por la pandemia y que olvidemos lo importante que es para nosotros el poder estar cerca, presentes y dispuestos a compartir lo que tenemos, especialmente lo que somos.

Felicidades s los organizadores de tan bella actividad que le dio oportunidad a cientos de personas de volver s vivir la experiencia de la amistad, la cercanía y la presencialidad en vivo y a todo color.

“El poder del perro” de Jane Campion. Una lectura muy personal de una gran película

Luis Paulino Vargas Solís. Economista / CICDE-UNED

“Cuando mi padre murió, no me importaba nada más que la felicidad de mi madre.
Qué clase de hombre sería si no ayudaba a mi madre, si no la salvaba”.

Esa es la frase que abre la película, la cual es pronunciada por Peter, un joven adolescente que es, asimismo, uno los personajes centrales de esta historia, ubicada en el estado de Nevada, Estados Unidos, en el año 1925. He leído diversos comentarios que parece encontrar ahí la clave para la interpretación de la película y, de hecho, un anticipo de su desenlace. Es, nos dicen, una historia de venganza, que asimismo da cumplimiento a aquel compromiso de vida: asegurarse que su madre sea feliz, aniquilando a quien intenta impedirlo.

Todo lo anterior tiene sentido, pero, según mi modesto entender, no pasa de ser una lectura más bien lineal y simplista.

Primero que nada, es claro que Rose, la madre de Peter, es una mujer buena y dulce, pero sumamente vulnerable e insegura. Ello se hace evidente, no solo cuando le toca enfrentar al despiadado Phil, sino, asimismo, frente a sus suegros y frente al gobernador y su esposa. Pero también es claro que establece una relación tóxica con su hijo, una relación a la vez dependiente y sobreprotectora. Que Peter sienta que su vida debe estar condicionada a darle felicidad a una madre de tan frágil carácter, es por lo menos llamativo ¿Un hijo dispuesto a dejar de ser él mismo, y a renunciar a su propia felicidad, en procura de proteger la felicidad de la madre? Al final resulta que sí, y, de hecho, la famosa frase del inicio lo anticipa, aunque esta forma de plantear las cosas no parece haber recibido atención. Sobre eso volveré luego.

Los hermanos Phil y George, por su parte, son un par de ricos hacendados. Phil hace ostentación de un machismo visceral y recalcitrante. George, en cambio, es de modales amables y educados. Phil, sucio y sudoroso, trabaja, hombro con hombro, con la peonada, en los trabajos físicos más agotadores. George viste pulcramente y cuida que sus manos no se encallezcan. Guiándose por los estereotipos usuales, no sería extraño que alguien, en algún momento, al inicio de la película, pudiese haber pensado que George era homosexual. De hecho, algunos diálogos entre ambos hermanos, por su carácter equívoco, podrían propiciar esa idea.

Pero luego resulta que, desmintiendo esa posibilidad para quien pudo haberla considerado, George y Rose se enamoran y se casan. El recibimiento que ella obtiene por parte de Phil al llegar a la hacienda, es brutalmente grosero. Esa noche, Phil está en su cama, ahora solo en el cuarto que anteriormente compartía con George. Le llegan los ruidos de lo que ocurre en el lecho del cuarto contiguo, donde yacen los recién casados. Las lágrimas asoman a sus ojos, y, enseguida, en aquella fría noche invernal, se va al granero y se dedica a frotar y limpiar la silla de montar de Bronco Henry. Phil, el macho correoso e irascible, da inusitadas muestras de debilidad, como si el matrimonio del hermano lo hubiera dejado al descampado y enfrentado a una soledad que le infunde terror.

A lo largo de la película, Bronco Henry es una presencia invisible, pero permanente y decisiva. Una y otra vez es evocado por Phil: es su mentor y su maestro. Más aún -Phil lo enfatiza- Bronco Henry es quien lo hizo hombre.

Peter, por su parte, es un chico amanerado, evidentemente homosexual. Phil, y los demás vaqueros, hace escarnio de él de forma terriblemente cruel. De visita a la hacienda durante el período de vacaciones, Peter descubre lo que podríamos llamar el escondite secreto de Phil, una sección del río de difícil acceso, donde, en una estrecha casucha de madera, él guardaba revistas comprometedoras, y en el cual podía bañarse en el río, desnudo…y solo. Peter descubre las revistas, ve a Phil desnudo en el río y luego huye despavorido cuando Phil lo persigue amenazadoramente. Algunos hechos importantes han acaecido: inmediatamente antes de que este incidente tuviese lugar, la cámara nos permitió ver con los ojos de Phil, a los vaqueros que, en grupo, se bañaban desnudos en otra parte del río, pero ahora Peter descubre, como para confirmarnos la insinuación que poco antes nos había sido hecha, que Phil es homosexual. Pero, en el proceso, algo más se nos había comunicado: el juego erótico que Phil realiza con un pañuelo que tiene las iniciales de Bronco Henry, claramente nos insinúa cuál fue la verdadera naturaleza de la relación que hubo entre ambos. No sé si decir que la sugerencia de que Bronco Henry lo hizo hombre, era en realidad la forma como Phil quería decir que fue él quien le enseñó a amar.

De ahí en adelante la relación entre Phil y Peter cambia, pero es un cambio fundamentalmente inducido por Phil, quien busca acercarse a Peter y establecer un lazo de afecto y complicidad entre ambos. El chico lo acepta, al parecer con agrado. Phil intenta anudar el vínculo, elaborando para Peter una cuerda, trenzada con correas de cuero de ganado. Luego se confirmará el enorme valor simbólico que aquella cuerda tiene para Phil.

Omito diversos detalles -todos muy significativos- para desembocar en un acontecimiento clave: Rose entrega a un hombre indígena y su hijo los cueros que, según orden de Phil, debían quemarse. Cuando éste se da cuenta, su reacción, es de furia, pero, sobre todo, transmite profundo dolor y verdadera desesperación, como si experimentara un catastrófico derrumbe interno. George le dice: “¿cuál es el problema? Ibas a quemar los cueros ¿no?”. Y Phil, con ojos llorosos y rostro de desolación: “los necesitaba…los necesitaba”

Simple y aplastante: los necesitaba para terminar la cuerda para Peter. Se adivina que, en la vida de Phil, aquello, al parecer tan trivial, representaba el acontecimiento más importante, al menos desde la muerte de Bronco Henry. Era volver a tejer un lazo afectivo y emocional, que, desde aquella muerte, había quedado roto, y jamás fue reconstruido.

Y, sin embargo, esa noche Phil terminará la cuerda, con cueros que le son proporcionados por el propio Peter. La escena nocturna en el corral de los caballos, es precedida por la escena, aún a la luz del día, en que Peter le hace saber a Phil que le puede proporcionar el cuero que le hace falta. Vemos entonces a un Phil fragilizado, lloroso y agradecido. El acercamiento físico entre ambos es casi un beso. Phil le dice a Peter: “las cosas serán mejores y más fáciles para ti”, como diciéndole: “tendrás lo que a mí me ha sido negado”.

Caída la noche, ya en el corral, Campion nos pone en un escenario de claroscuros profundos que recuerdan a Rembrandt, y enfatizan la intensidad emocional del momento. Phil termina la cuerda, en un ritual donde, como en un acto de amor y liberación, desnuda el alma ante Peter, y le comparte reminiscencias y confidencias de enorme significado para su vida. Peter pareciera ser partícipe de todo ello, aunque algunas de sus miradas insinúan algo más. Lo cierto es que ahí se sentenciaba el final trágico de Phil.

Al día siguiente Phil está enfermo y deberá ser llevado por su hermano al médico. Cuerda en mano, trastabillante y ansioso, se le ve buscar a Phil para entregársela. Lo miramos como si lo hiciéramos a través de los ojos de Peter y desde el interior de la casa. Phil ansía, con desesperación, terminar de cerrar el lazo con Peter, y para ello debe entregarle la cuerda. Y, sin embargo, no logra hacerlo: la cuerda queda tirada en el suelo. Para mí es una escena extremadamente dolorosa, al punto de hacerme llorar: lo que queda olvidado sobre la tierra no es la cuerda, sino más bien la esperanza de amor y liberación de un hombre sediento de otra oportunidad frente a la vida.

El macho agresivo y dominante resultó, a fin de cuentas, ser tan solo un antifaz que malamente buscaba disimular al hombre frágil, inseguro y vulnerable, pero sobre todo solitario. Ya el matrimonio de George lo asustó y desconcertó: era como perder el último rastro de apoyo emocional del que disponía. En Peter intenta un reencuentro consigo mismo y con su yo negado, el cual es, asimismo, su verdadero yo. Ello entraña, al mismo tiempo, un intento por recuperar lo que el mundo y la vida le habían proscrito: el amor. Cuando al fin cree encontrar la salida a ese largo y oscuro túnel, lo que se encuentra es el abismo. No hay un más allá, no tiene derecho al amor.

Peter mismo se encarga de negarle esa posibilidad de redención, pero, al hacerlo, renuncia a su propia redención. No es que quisiera proteger la felicidad de su madre. Más bien opta por ser el guardián de un orden que excluía a Phil, pero que también lo excluye a él. Hacia el final, el beso de Rose y George, que él presencia desde la ventana de su cuarto en el segundo piso, sella la inviolabilidad de ese orden.

Y viene entonces la inevitable evocación al Salmo 22:20, con que se cierra el filme: “libra mi alma de la espada, mi única vida de las garras del perro”. La peligrosa disidencia que Phil representa ha sido aniquilada; el perro deja de ser una amenaza.

La vida me ha hecho vivir mil historias que, de una u otra manera, en mayor o menor grado, están sintetizadas y simbolizadas en la tragedia de Phil y Peter. Comprendo, entonces, que mi lectura de esta película tiene mucho de personal: es una lectura labrada por mi propia historia de vida. Por ello mismo, entiendo perfectamente si otras personas no la comparten.

Compartido con SURCOS por el autor, publicado en https://sonarconlospiesenlatierra.blogspot.com/2022/01/el-poder-del-perro-de-jane-campion-una.html

HOLA SOLEDAD

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Pasada la parafernalia de entrega de medallas, ceremonias de apertura y clausura, marcas mundiales y olímpicas superadas, volvemos a encontrarnos con lo abrupto de una realidad pandémica: un rebrote violento e intenso producido por la mezcla de variantes, algunas de ellas con nombres impronunciables, se ensaña contra la humanidad de una forma brutal y sistemática.

De nuevo los confinamientos, toques de queda, restricciones han empezado a instalarse en medio de una falsa sensación de normalidad a medias. La desescalada que no fue. La normalidad que tampoco es.

Pero no solo la pandemia nos dibuja realidades. Por primera vez en los Juegos Olímpicos modernos y televisados algunos sonidos fueron perceptibles al oído humano: la voz de “en sus marcas”, el disparo que anuncia la salida de la carrera, el golpe frenético del calzado deportivo sobre el material sintético de la pista de atletismo. Por primera vez los telespectadores fuimos los convidados de piedra a esta fiesta deportiva mundial, detrás de la pantalla.

“Hola soledad, no me extraña tu presencia, casi siempre estás conmigo”.

A la disruptividad de unas justas que fueron despojadas de su rubor por atletas demasiado humanas, se sumó la ausencia como principal aficionada. En las instalaciones deportivas preparadas con el rigor y la exactitud japonesa, se observaban edecanes elegantemente ataviados en cada salida de emergencia, en cada línea de asientos. Acomodaban con sus manos el aire, lo que no estaba, a nadie.

La soledad fue la gran competidora en un país que cuenta ya con un ministerio para gestionar políticas que mitiguen los impactos de esta problemática de salud pública. En el año 2020, el año 0 de la pandemia, 15.000 personas fallecieron como consecuencia del virus; 21.000 se suicidaron y 5.000 murieron en el más completo abandono.

“Te saluda un viejo amigo, este encuentro es uno más”.

Durante las semanas previas al inicio de las competiciones, una nota periodística sobre el tema publicada por el sitio digital del medio Página 12 me dejaba perplejo. Contaba la historia de Shoji Morimoto, físico de profesión con 37 años, que se ha dedicado en el periodo reciente a “alquilarse” para hacer compañía. Su premisa de trabajo: “no hacer nada”, solo estar.

Durante los Juegos Olímpicos ofreció sus servicios dado el alto grado de depresión de muchas personas japonesas que les lleva a aislarse de la sociedad, inmolarse socialmente. Su anuncio de alquiler decía al pie de la letra:

“Alquilo una persona que no hace nada. Siempre acepto solicitudes. Solo debes pagar 100.000 yenes (85 dólares), gastos de transporte, comida y bebida. No hago nada, solo compañía”. (recuperado de https://www.pagina12.com.ar/357560-la-soledad-en-los-juegos-olimpicos el 27 de agosto de 2021).

Entre las cosas más extravagantes que ha hecho Morimoto en su “oficio”, se encuentran haber acompañado a recitales de música a personas temerosas de ir solas o hacer las de un entusiasta seguidor aficionado que apoyaba sin parar a un lacónico maratonista. Ambos desconocidos para él.

“Yo soy un pájaro herido que llora solo en nido porque no puede volar”

Al finalizar la fantasiosa ceremonia de clausura, una voz grave en inglés y en japonés daba las gracias a la concurrencia por haber “venido” a la actividad y les deseaba un feliz y seguro regreso a casa. Lo hacía ante un estadio completamente solo, absolutamente desolado, vacío.

Las dimensiones humanas de esto que estamos comentando son profundas y directas. Vivimos una cultura del descarte donde nosotros mismos somos descartados y nos autodescartamos a vivir lejos del colectivo.

La presión, la majadería del éxito mal entendido, la competitividad in extremis, nos han vaciado de sustancia y de contenido realmente importante. Por eso ya no damos más. Por eso urgen políticas públicas donde acciones como la ternura, el abrazo y el entendimiento sean las más importantes y no se midan con ningún indicador más que el del bienestar de la gente.

Quisiera sentarme alguna vez con Morimoto a tomarme un café o un vino, a saber con él esto que nos ha pasado como humanidad. A que me explique cómo nos salvamos del inminente desastre civilizatorio.

Mientras tanto es necesario volver a reconocernos, sentirnos, construimos de nuevo en colectivo. No se necesita mucho. Solo hacerlo.

“Y por eso hablo contigo soledad yo soy tu amigo ven que vamos charlar”.

 

Imagen: https://elmedicointeractivo.com