El Partido de Nicoya por los senderos de la historia
Dr. Freddy Pacheco León*
Un hecho histórico que cimentó la construcción de nuestra Patria, fue la creación en 1573 de la Provincia de Costa Rica, previo a la designación del gobernador de Costa Rica, Nicaragua y, muy importante, Nicoya, Diego de Artieda Chirino. Eventualmente la Audiencia de Guatemala otorgó la autonomía a las tres por separado, y así, por los siguientes 15 años, hasta 1593, Nicoya fue una entidad políticamente autónoma, tanto de Costa Rica como de Nicaragua. La semilla estaba sembrada.
Si desde 1602, y por 182 años, la Alcaldía Mayor de Nicoya no hubiera ejercido su soberanía frente a los gobiernos de Costa Rica y, principalmente al de Nicaragua, el Partido de Nicoya consecuentemente no habría sido una realidad. También, si a fines de 1820 no se hubiera dividido el territorio en siete partidos, el Partido de Nicoya no habría brotado bajo el gran sol que lo ilumina. Y si luego de la firma del Acta de Independencia de América Central el 15 de setiembre de 1821 (menos de un año después) no se hubiera proclamado el Pacto de Concordia el 1° de diciembre de 1821, en que se restituye la Provincia de Costa Rica separada de la Provincia de Nicaragua, el Partido de Nicoya quizá hubiera sido «absorbido» por la vecina del norte. Así, paso a paso y sin vislumbrar siquiera el grandioso mañana que le esperaba, ese territorio fue manteniendo su presencia manifiesta, cual si la Providencia le tuviera señalado un sendero hacia su sitial histórico. ¡Y llegó el año 1824!!
Pensamos que, si Costa Rica hubiera tenido una población total suficiente para así elegir un diputado para las Cortes de Cádiz, el gobernador Tomás de Acosta jamás hubiera propuesto a la autoridad de la Audiencia de Guatemala, que se permitiera sumar a sus 60.000 habitantes con los del partido de Nicoya, para realizar la importante elección. Así, por esa inesperada situación, en que se eligió al brillante cartaginés Florencio del Castillo, se fueron estrechando lazos muy cordiales entre nicoyanos y costarricenses, reforzados por las participaciones electorales conjuntas, como para los representantes ante la Diputación Provincial de Nicaragua y Costa Rica. Así, el destino, seguiría marcando ese sendero que ni los mismos actores percibían siquiera a donde conduciría.
Tres poblaciones tenía el partido de Nicoya cuando se consumó el hito histórico del enlace. Unos tres kilómetros al norte de la pequeña ciudad colonial, estaba la cabecera sede del Alcalde Mayor, desde donde sus cerca de 2.000 habitantes mantenían un activo comercio con la siempre bella ciudad de Puntarenas. La ciudad de Santa Cruz, en Diriá, con unos 2.500 habitantes (muchos aborígenes) era la segunda ciudad, mientras la ciudad que hoy le da el nombre a la provincia, Guanacaste (Liberia), con 1366 habitantes, lugar de comercio ganadero principalmente con la ciudad de Rivas, en Nicaragua, estaba ubicada al norte del río Salto, separado de Nicaragua por el sitio llamado La Flor y de Costa Rica por el río Tempisque.
O sea, de no haber sucedido esos hechos que nos cuenta la historia, ¡jamás! se habría presentado siquiera la oportunidad de que los habitantes del, para otros, poco importante partido de Nicoya, se vieran ante la decisión de unir lazos con la provincia de Costa Rica, que los acogiera con el cariño que se habían forjado con el paso de dos siglos y medio de relaciones fraternales. Algunos dirán que fueron «accidentes», pero para nosotros fue el destino, la Providencia, que fue abriendo un sendero que nadie podría haber imaginado, y mucho menos diseñado. Gracias a ello, de esa unión pacífica, nació una nueva Patria, grandiosa, formidable, única en el continente, sin que hubiera que sanar heridas, ni violentar la paz idílica que respiraban desde las altas montañas a las costas del Pacífico y el Caribe; desde el valle intermontano a las sabanas nicoyanas.
Pero vendrían nuevos desafíos, principalmente desde un sector nicaragüense que no se resignó a recibir como debería de ser, la decisión voluntaria de los habitantes del partido de Nicoya, de incorporarse a la provincia de Costa Rica. Y como no lo entendieron o ¡no lo quisieron entender!, muy pronto fue objeto de conspiración. «Nicoya era y es un territorio de Nicaragua», decían. Por esa razón «los habitantes de Guanacaste (hoy Liberia) no quisieron ser parte del acuerdo tomado en cabildo abierto», agregaron. La tensión limítrofe estaba presente casi cotidianamente, pues en realidad no existía acuerdo limítrofe alguno entre Costa Rica y Nicaragua. Por tanto, ante ese vacío, en reiteradas ocasiones Nicaragua reclamó ese territorio. Se suscribió media docena de tratados entre 1838 y 1857, pero ninguno fue aprobado por ambos países. Parecía imposible un acuerdo satisfactorio para ambos. Con la heroica Campaña Nacional de 1856-1857 que como gesta libertadora fuere dirigida por nuestro heroico Presidente don Juan Rafael Mora, lejos de aplacarse las aguas, más bien se hicieron más turbulentas.
Como muestra de esa situación, leemos en El Nuevo Diario de Nicaragua, que el fortalecimiento del ejército tico pretendía «servir de amenaza a Nicaragua, consolidar la posesión de (…) la provincia de Guanacaste (que antes había pertenecido a los nicas) y expandir la frontera norte por la fuerza» (…) «Los poderosos ‘hermaniticos’ aprovecharon nuestro conflicto (la Guerra Nacional en la que Nicaragua estaba sumida) para apoderarse de la ruta del canal y del tránsito», publicó dicho periódico, en reflejo del pensamiento de algunos nicaragüenses.
Así llegó el año 1858, recién terminada la guerra contra los invasores expansionistas estadounidenses, que encabezados por William Walker fueron derrotados por los costarricenses en la hacienda Santa Rosa (que algunos nicas decían que era territorio nicaragüense), en la ciudad de Rivas y en el río San Juan. Esa presencia militar costarricense, fue una de las razones circunstanciales que propiciaron la redacción de un nuevo tratado de límites, negociado en San José por el nicaragüense Máximo Jerez Tellería y el Gral. salvadoreño José María Cañas Escamilla, designado por el Presidente Mora, que fuere suscrito el 15 de abril, y aprobado luego por el Congreso de Costa Rica y la Asamblea Constituyente de Nicaragua. Los congresistas costarricenses que no le dieron el voto positivo, cometieron el gravísimo error de no percatarse que con el Tratado Cañas-Jerez, quedaba plasmado en tan importante acuerdo, que el límite de Nicaragua con Costa Rica hacia el oeste, lo marcaba nuestra provincia de Guanacaste. Primer reconocimiento explícito de los nicaragüenses, de la soberanía costarricense sobre las tierras que formaron parte en el pasado del partido de Nicoya.
Pero los conflictos no terminaron. Luego vendrían nuevas objeciones desde Nicaragua, ahora hacia la validez del tratado, que fueron resueltas en 1888, a favor de la posición costarricense en defensa del mismo, por el Presidente de los EUA señor Grover Cleveland, que fuere ratificado en su vigencia hace pocos años, por la Corte Internacional de Justicia de la ONU.
Y como las amenazas sobre la soberanía de Costa Rica, específicamente sobre la pampa guanacasteca parecían no terminar, otra situación habría de presentarse. Sucedió hace 69 años, cuando durante el primer gobierno constitucional del Presidente José Figueres Ferrer, se invadió Costa Rica el 11 de enero de 1955, con fuerzas armadas del dictador nicaragüense Anastasio Somoza, en apoyo al expresidente Rafael Ángel Calderón Guardia. Invasión que contaba con el interés mal disimulado de las dictaduras de República Dominicana y Venezuela. La principal batalla, como sucediera 100 años antes, sucedió en la hacienda Santa Rosa, en Guanacaste. Invasión que, si hubiera tenido éxito, no es difícil imaginar ¡cuál habría sido el botín reclamado por el despreciable sátrapa nicaragüense!
Pues a celebrar con espíritu patriótico la anexión, o como también se le ha llamado quizá más correctamente, la incorporación del partido de Nicoya a Costa Rica. Nuestra provincia más bella, la del ramillete formidable de playas, sabanas, montañas humeantes y encendidas flores multicolores de sus árboles de hojas deciduas. ¡Brindemos con vino de coyol al son de la marimba de preciosas maderas! Los acontecimientos lo merecen.
Foto de pintura de Miguel Allan.
(*) Freddy Pacheco León es doctor en Ciencias Biológicas.