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Etiqueta: ultraderecha

“Estados Unidos primero” … ¿y Costa Rica?

Óscar Madrigal

Oscar Madrigal

El sistema capitalista parece retado a una renovación dirigida por Donald Trump. Estamos en presencia de un cambio de paradigma en el desarrollo del régimen capitalista, el cambio de la globalización al nacionalismo. Y el nacionalismo exacerbado, xenófobo, ha sido la fuente de los fascismos y de la ultraderecha.

Desde el mismo Manifiesto Comunista se planteaba que el capitalismo por su misma mecánica tendía a llevar el mercado y la producción mercantil que promovía, a todos los rincones del planeta y con ello a imponerlo a todas las naciones. Así se impuso y consolidó el sistema capitalista a nivel mundial.

Actualmente el gobierno de EE. UU. con Trump a la cabeza, se propone iniciar un movimiento contrario a la globalización: recogerse en sus fronteras. El propósito es reindustrializar el país, atrayendo nuevamente a las industrias gringas que emigraron al extranjero para que produzcan en el país, retornar la iniciativa y control de la innovación tecnológica y fortalecer la producción agrícola. Si no regresan las empresas a USA se verán enfrentadas a aranceles o impuestos, es la lógica del gobierno gringo.

El complemento de esta política en el plano social es el repudio y la expulsión de los inmigrantes, especialmente los latinoamericanos; en el campo ideológico es la supremacía blanca y el miedo y en el político el control de la ultraderecha de todos los mecanismos de contrapeso estatales.

El capital necesario para volver a hacer grande a USA, como dice Trump, provendrá, supuestamente, de los aranceles, tarifas o impuestos a las importaciones que producirán miles de miles de millones de dólares, al decir de Trump, ya que es dudoso que EE. UU. tenga el capital financiero para iniciar esta transición por su alta deuda pública y por la caída de las bolsas de valores que ha significado grandes pérdidas financieras especialmente para las grandes trasnacionales. Trump apuesta a los aranceles para acumular el capital necesario para su programa. Por supuesto que estos aranceles los pagarán los consumidores estadounidenses y el resto de los pueblos del planeta.

El otro elemento para poder impulsar el programa MAGA es el capital humano. ¿Tendrá USA la mano de obra para impulsar la industria y la agricultura? La situación actual indica que no tiene esa capacidad. Actualmente la falta de mano de obra inmigrante tiene a estados como Nebraska, que, en 6 meses de continuar la situación, entrarían en quiebra del Estado y los obreros de la industria norteamericana no podrán igualar a los trabajadores de otras partes del mundo, especialmente en cuanto a salarios y experiencia. La producción de las mercancías en EE. UU. será a un valor y precio mucho más elevado.

El capitalismo se fortaleció en los países más desarrollados por la expoliación y los beneficios extraídos especialmente del sur del planeta. Eso fue parte de la acumulación originaria de capital que dio origen a la riqueza de USA y Europa.

El globalismo propuso una nueva forma de explotación mundial, el traslado de los excedentes a las trasnacionales norteamericanas producto especialmente de la mano de obra barata del llamado mundo subdesarrollado. Trump y su grupo plantean retornar a un expansionismo de viejo cuño, el de finales del siglo XIX e inicio del XX, que es el dominio directo de zonas del mundo, como Groenlandia, Canadá o Panamá y la entrega incondicional de las materias primas del suelo y subsuelo. Es un expansionismo para poner en los territorios la bandera de las barras y las estrellas.

“USA primero”, es el dominio de los intereses estadounidenses por encima de cualquier otro, sin importar reglas (como los TLC), alianzas o amistades. Primero yo y el resto se alinea o es castigado, es la máxima de Trump. El presidente Trump está tan fanatizado con sus medidas que está dispuesto a llevar incluso a su país a una recesión económica, a una mayor inflación y a la quiebra de varios estados de la Unión.

Trump ha desatado una guerra mundial, una guerra comercial contra todos los países del mundo.

Estamos en medio de una guerra comercial por si no nos habíamos dado cuenta.

Probablemente Costa Rica sufrirá de alguna manera esa guerra comercial y de seguro de una probable recesión económica de EE. UU. La economía costarricense es totalmente abierta, volcada hacia las exportaciones, es decir, hacia el mundo exterior porque así lo diseñaron los gurús economistas del neoliberalismo criollo. El problema ahora es ¿Cómo enfrentar una crisis internacional de tal magnitud?

El gobierno de Chaves no está pensando en esto porque simplemente se ha montado al cabús de Trump; no están pensando en medidas de contención a una situación mundial que podría afectarnos de una u otra forma. Costa Rica es un país sumamente expuesto a los vaivenes de los mercados internacionales, máxime cuando estamos en presencia de toda una hecatombe comercial a nivel global.

Tal vez Trump eche atrás en sus políticas, por la resistencia y respuesta categórica que muchos países como México, Canadá y Europa están dando.

El gobierno de Chaves debería estar pensando en esta situación que es muy grave, que obligaría a adoptar políticas consensuadas a nivel nacional, en vez de seguir azuzando los ánimos de unos contra otros.

¿Podríamos esperar alguna reacción responsable del presidente Chaves? Ya veremos.

¿Quién ha fracasado?

Seidy Salas y Juan C. Cruz, comunicador@s

“La democracia está muriendo”. “No funciona más”. “Es un modelo que no ha logrado cumplir las promesas de bienestar que le hizo a la ciudadanía”. Estas son frases que se repiten en cientos de análisis y que cobran aún más sentido ante el auge de regímenes autoritarios que llegan al poder utilizando procedimientos democráticos. Pero ¿estamos ante un fracaso de la democracia o la responsabilidad es del sistema socioeconómico que la sustenta?

Para responder a esta pregunta, es importante considerar varios aspectos. La democracia occidental, es el resultado de una larga y cruenta lucha de la burguesía juntos con otros sectores sociales, contra el absolutismo y que tuvo un momento culminante con la Revolución Francesa. Desde entonces, los avances y los retrocesos democráticos han sido el resultado de distintas correlaciones de fuerza, en diferentes contextos espaciotemporales, asimismo, las nociones de “libertad”, “igualdad” y “justicia” derivadas de dicha revolución, no han sido productos acabados, sino conquistas por mantener y profundizar.

Lo mismo sucede con los pilares que sustentan la edificación democrática: el equilibrio entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, para que ninguno prive sobre otro; el reconocimiento de los derechos individuales y colectivos de la ciudadanía y la posibilidad de que cualquier grupo de ciudadanos, reunido en un partido político, pueda aspirar a gobernar el Estado y que esta potestad de gobernar se someta a la voluntad popular, que podrá decidir periódicamente cuál grupo gobierna.

Mientras existió el campo socialista, los Estados del «mundo libre» se presentaron como los modelos de democracia frente a lo que calificaron como gobiernos totalitarios antidemocráticos. Estableciendo Estados de derecho y optando por modelos de bienestar social, buscaron garantizar el ejercicio de los derechos básicos a la mayoría de sus habitantes, mostrando el bienestar logrado como fruto de la democracia. Todo esto sobre un modelo económico que permitía lucrar y acumular riquezas, pero con mecanismos de redistribución más o menos eficientes.

En América Latina, en la segunda mitad del siglo XX, la mayoría de las democracias formales no lo eran en la práctica y las desigualdades socioeconómicas generaron tensiones que explotaron en graves conflictos armados, dictaduras y represión, especialmente en el cono sur y en Centroamérica. En los países tomados por la violencia, la democracia ni siquiera llegaba a hacer promesas.

Con la caída del socialismo, las potencias capitalistas iniciaron el proceso de desmantelar el marco jurídico del estado social de derecho, incluyendo compromisos con la salud y la educación públicas, así como con los derechos laborales conquistados a inicios del siglo XX. Se mantuvieron las libertades individuales, pero se erosionaron profundamente los derechos colectivos.

Esta nueva etapa del capitalismo mundial, caracterizada por «más mercado y menos estado», implicó la privatización de servicios públicos y medidas restrictivas de inversión social, profundizando las brechas sociales y la pobreza.

Para los países de América Latina que habían sufrido las dictaduras y los conflictos armados, el “retorno a la democracia” coincidió con la implantación de las medidas neoliberales[1], (con la excepción de Chile, donde el neoliberalismo floreció sobre la dictadura) y la construcción de la institucionalidad democrática tuvo que hacerse en el marco de los discursos de reducción del Estado. ¿Qué podría prometer la democracia en términos de bienestar e igualdad en ese marco de capitalismo salvaje?

No se puede dejar por fuera el fenómeno de la corrupción que crece y se multiplica entre las élites políticas en contubernio con sectores tanto empresariales como del crimen organizado, que minan desde dentro de los estados, la confianza ciudadana en la institucionalidad pública y en la política.

Ya entrado el Siglo XXI, la sindemia[2] generada por la pandemia del COVID 19, evidenció las profundas desigualdades sociales y desnudó las deudas de los estados con las personas más desfavorecidas, deudas forjadas desde la década de los 80 por el capitalismo neoliberal. La forma tan clara en cual las sociedades se dividieron entre las personas que tenían su supervivencia asegurada en medio del encierro y quienes sintieron que lo perdían todo, propició el resentimiento de estas personas hacia quienes conservaron sus empleos e ingresos. Esto llevó a importantes sectores de la población a reaccionar contra un sistema “que les abandonó” y a apoyar a figuras mesiánicas que prometen venganza contra las élites y libertad frente a los gobiernos.

Profundizando en los principales impactos socioeconómicos y políticos de la pandemia del COVID-19:

Socioeconómicos

  1. Desempleo: La pandemia provocó un aumento significativo del desempleo a escala mundial, con millones de personas perdiendo sus trabajos debido a la interrupción de actividades económicas. Las personas que generaban ingresos en el sector informal se vieron también entre la población más vulnerable.
  2. Recesión Económica: Muchas economías entraron en recesión en 2020, con una caída drástica en la producción económica y el cierre de numerosas empresas.
  3. Desigualdad: La pandemia amplificó las desigualdades existentes, afectando de manera desproporcionada a las personas y comunidades más vulnerables.
  4. Industria del Turismo y Servicios: Sectores como el turismo, la aviación y los servicios se vieron gravemente afectados, con pérdidas económicas significativas.
  5. Educación: El cierre masivo de escuelas y la transición a la educación en línea en sistemas que no estaban preparados para ello, generaron desigualdades en el aprendizaje y afectaron el desarrollo educativo de millones de estudiantes.

Políticos

  1. Gobernanza y Respuesta: Las respuestas gubernamentales variaron significativamente, con medidas de confinamiento de diversos grados y restricciones que generaron controversia y protestas. En muchos casos, las restricciones sanitarias sirvieron de laboratorio para el autoritarismo.
  2. Políticas de Estímulo: Muchos países implementaron programas de estímulo económico para mitigar los efectos de la crisis, aunque por lo general fueron insuficientes.
  3. Desconfianza en las Instituciones: La pandemia aumentó la desconfianza en las instituciones gubernamentales y sanitarias, en parte debido a la propagación de desinformación y teorías de conspiración.
  4. Políticas de Salud Pública: Hubo un enfoque renovado en las políticas de salud pública y la importancia de la preparación para futuras pandemias. Pero también se evidenció la falta de soberanía de los sistemas nacionales y la dependencia de la industria farmacéutica globalizada.

Culturales

  1. Como ya se mencionó, la pandemia hizo evidente la convivencia de personas privilegiadas y desprotegidas, fomentando la fragmentación social. En muchos casos, las personas que estaban seguras en sus casas, con sus despensas llenas, recriminaban fuertemente contra quienes rompían el encierro para buscar ingresos.
  2. El sentido de libertad: La imposición del encierro con la consiguiente limitación a la libertar de tránsito y reunión se vivió en muchos sectores, especialmente entre las juventudes, como un abuso del Estado. Las personas de jóvenes de los sectores privilegiados, pero también en las clases populares, burlaron este sistema organizando fiestas clandestinas y rechazado las restricciones.
  3. El auge de las teorías de conspiración y el sentimiento anti-ciencia: Sobre bases reales que exponían el sentido de lucro de la gran industria farmacéutica, se crearon fuertes teorías antivacunas que impulsaron corrientes totalmente anti-ciencia. A la vez, la noción de que existen élites globales súper poderosas que buscan controlar las mentes y voluntades de las mayorías, se expandieron. La facilidad con que la información falsa y la desinformación se mueven en las redes sociales, ampliamente accesibles para todas las personas, contribuyó a este fenómeno.
  4. El gran agotamiento: En la post pandemia, se generó un estado emocional -y físico- caracterizado por un enorme cansancio que se expresa en todas las esferas de la vida social. Hay una disminución del activismo presencial, un rechazo generalizado a la información que genere preocupaciones, y un aumento en la búsqueda de “información” de fácil consumo que genere gratificaciones inmediatas.

Estas consecuencias profundas y variadas en diferentes aspectos de la vida global, aunadas al deterioro generalizado de las condiciones de vida de grandes sectores de la población, ayudan a responder la pregunta que da origen a esta reflexión.

La pandemia de COVID-19 ha tenido efectos profundos en la economía y la sociedad. Ha amplificado las desigualdades existentes, aumentado el desempleo y generado una crisis económica global. Las medidas de confinamiento y distanciamiento social han afectado a diferentes grupos de manera desigual, exacerbando las tensiones sociales y económicas. Por su parte, el neoliberalismo, con su énfasis en la desregulación, la privatización y la reducción del gasto público, ha contribuido a aumentar la desigualdad económica y social. Las políticas neoliberales han debilitado las redes de seguridad social y han dejado a muchas personas más vulnerables a las crisis económicas. En este contexto, las propuestas formales de la democracia no tienen mucho que ofrecer y los mecanismos que ofrece se muestran obsoletos o insuficientes.

Quienes sí parecen estar ofreciendo respuestas a esta crisis, o al menos narrativas que son bien recibidas, son los movimientos de extrema derecha. La ultraderecha viene ganando terreno en varios países, aprovechando el descontento social y económico generado por la pandemia y las políticas neoliberales. Estos movimientos suelen prometer soluciones rápidas y simples a problemas complejos, lo que les atrae a muchos votantes desilusionados.

La pandemia de COVID-19 y las políticas neoliberales han creado un contexto de inestabilidad y descontento, que ha sido aprovechado por los movimientos de ultraderecha para ganar apoyo. La combinación de crisis económica, aumento de la desigualdad y la percepción de que las instituciones tradicionales no están respondiendo adecuadamente ha llevado a muchos a buscar alternativas más radicales.

Entonces, el retroceso en los procesos de democratización expresado en la desconfianza o desprecio hacia el Estado y capitalizado por la ultraderecha en auge, el influyente tecno-feudalismo y la poderosa narco burguesía, más que una falla democrática, obedece a la naturaleza del sistema económico capitalista, al que nunca le interesó el bienestar de las mayorías. Ha sido sobre esa base en la que surgieron y se desarrollaron las democracias. Si seguimos culpando a la democracia por su fracaso, estaremos dejando impune al capitalismo, que seguirá rampante su curso hacia el control total de las sociedades. Sin justicia social y económica, no hay democratización que perdure.

Imágenes: 1- https://www.anred.org, 2- OXFAM

[1] El neoliberalismo surgió en la década de los 80, impulsado por los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido, liderados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, promoviendo la reducción del papel del estado en la economía, la desregulación de los mercados y la privatización de empresas públicas. Estas políticas se basaban en la creencia de que los mercados libres y competitivos eran la mejor manera de generar crecimiento económico y prosperidad. Sin embargo, llevaron a un aumento de la desigualdad y la pobreza, ya que los beneficios del crecimiento económico no se distribuyeron equitativamente.

En América Latina, el neoliberalismo se implementó a través de programas de ajuste estructural promovidos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que exigían a los países reducir el gasto público, privatizar empresas estatales y abrir sus economías al comercio internacional. Estas medidas provocaron mayores niveles de pobreza y desigualdad.

El neoliberalismo promovió políticas de austeridad, que implicaban recortes en el gasto social y la reducción de los servicios públicos. Esto llevó a un debilitamiento de las redes de seguridad social y a un aumento de la precariedad laboral. La globalización y la liberalización del comercio favorecieron la expansión del neoliberalismo, permitiendo a las empresas multinacionales operar en múltiples países y aprovechar las diferencias en costos laborales y regulaciones ambientales.

[2] Sindemia es un término acuñado por primera vez en la década de 1990 por el antropólogo estadounidense Merrill Singer y proviene de la unión de los conceptos de sinergia y pandemia. Se considera sindemia cuando dos o más enfermedades interactúan de forma tal que causan un daño mayor que la mera suma de estas dos enfermedades.

Emisario de Trump en Iberoamérica

Marlin Óscar Ávila.

Por Marlin Oscar Ávila

No cabe dudas que al presidente de EUA le gusta mucho ser el centro de atención mundial. Para ello ha tenido exabruptos con temas que no son de su dominio. Sus actitudes se distinguen mucho de la modestia en las de representantes de otras potencias mundiales. Su perfil es de un neofascista que se considera dueño no solo del mundo occidental, sino de la compleja economía política mundial. Después de décadas de haberse superado al imperio invasor, expansionista y guerrerista que tuviéramos en los años 70s y 80s, volvemos al asecho de la ultraderecha, esta vez, con una fuerza intervencionista que puede acabar con los procesos democráticos en nuestro continente, los que nos ha costado más de una generación construirlos.

Lamentablemente, tenemos algunos gobiernos que se aferran al mandato inconsulto, a los cuales les atrae gobernantes imperialistas como Donald Trump, ya vemos la gran cercanía del gobernante salvadoreño y no sería extraño que Rodrigo Chávez, se alinee fácilmente con ese gobierno. El presidente Novoa de Ecuador, con facilidad se inclinaría ante los mandatos de Trump. Títeres hay suficientes como para montar una ofensiva fascista en nuestra Iberoamérica.

Sin embargo, cuando vemos las grandes movilizaciones de mexicanos y de migrantes iberoamericanos que protestan por las acciones del gobierno racista y sectario de EUA, nos damos cuenta de que hay esperanzas en nuestra democracia y en nuestra juventud.

Sabemos que debemos seguir con la educación política sin temor a las amenazas de los grupos oligarcas en cada país. El proceso democrático debe seguir, aunque con la aparición de un líder estadounidense con ese perfil, estamos en un grave riesgo de retroceder. Trump nos ha enviado a su secretario de Estado, Marco Rubio, como emisario de un emperador romano, para asegurar sus posiciones territoriales y la voluntad de sometimiento de los gobernantes locales. Es claro que ese emisario no visitará Nicaragua, Honduras y Venezuela, menos a la isla de Cuba.

Nuestro proceso de democratización debe seguir creciendo sin permitir el vasallaje de nuestros gobiernos y pueblos. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum nos sigue mostrando diariamente cómo se debe hacer.

No hay que ceder en el terreno ideológico

Manuel Delgado

Cuando Trump ganó las últimas elecciones, el político español Pablo Iglesias dijo: “Hay que radicalizarse”. ¿Paradoja?

Él explica que fue “una expresión provocadora para llamar la atención” acerca de un fenómeno político sobre el que hay una enorme confusión, y que resume así: La actitud de los demócratas de EEUU, que profesan a menudo algunas fuerzas de izquierda en el mundo, de hacer cualquier cosa para detener a la ultraderecha, “es regalarle el terreno del juego ideológico a la derecha”. Cuando se dejan sus consignas “radicales” y se corren al centro, la derecha gana, porque ella está imponiendo a sus opositores y a la sociedad sus formas de pensamiento.

Es lo que él llama el “malmenorismo”, la política del mal menor. “Esa cosa de los liberales asustados buscando un centro para enfrentar a la ultraderecha, me parece de una enorme ingenuidad”, dice. Es la política de no asustar, de moderar lenguaje (y no solo lenguaje) cuando la lucha arrecia, de evitar todo, y aquí todo es todo, lo que se sospecha que pueda asustar. Frente a esto una cita más de Iglesias: “La táctica de no dar miedo al adversario puede dar réditos en el terreno corto, pero al final quien domina la ideología se lleva el gato al agua” (es decir, ganar la pelea).

Me gusta Pablo Iglesias, primero, porque es un político y un académico de enorme talento; pero sobre todo porque él ha probado eso que critica en carne propia. Él fue uno de los promotores de ese “malmenorismo” en la izquierda española, camino que lo llevó al fracaso. Ahora su partido, Podemos, se ha separado de la socialdemocracia y ha comenzado un camino en solitario, con avances lentos pero seguros. Para dar solo un ejemplo, él dirige una red de comunicación alternativa con varios canales. El de Youtube, llamado La Base, tiene entre 200 mil y 300 mil reproducciones diarias.

El tema de la ideología es una constante en el pensamiento de Iglesias. Él afirma que la derecha tiene muy claro que el gran escenario de combate político es la ideología, lo que ellos llaman “guerra cultural”. Por el contrario, las fuerzas de izquierda dan relativa poca importancia al tema, acentuando su acción más en la reivindicación económica y la denuncia puntual, de la corrupción por ejemplo, en detrimento de acciones tendientes a ganar la conciencia de las masas, de dar esa guerra cultural. Un ejemplo de ello es cuánta gente tiene la izquierda dedicada a la labor ideológica respecto a la destacada en otras labores. Mi experiencia me dice que siempre fue y que sigue siendo muy poca. Lo mismo podemos decir de los recursos materiales.

Por el contrario, la derecha siempre le ha dado enorme importancia a la guerra cultural, pero esto se ha acentuado en las últimas décadas. Muchos de los votantes de Trump o de Chaves son gente desinformada, sin estudios, guiados solo por los instintos. Pero muchos otros están claramente ganados por su ideología. Los postulados neoliberales son realmente apoyados por mucha más gente que hace unas décadas. Nos han ganado la batalla ideológica. De eso no hay duda.

“En ese sentido, dice Iglesias, creo que la izquierda tiene que entender que hacer política no solamente es mejorar las condiciones materiales de existencia de los sectores subalternos, de la clase trabajadora… sino también dar una batalla de tipo ideológico que es probablemente condición de probabilidad de éxito”. Pablo Iglesias y su grupo, es decir, su red de canales alternativos, tienen 30 personas a tiempo completo dedicadas a esto y que se mantiene de manera autónoma, es decir, por contribución de los lectores.

Un gran ejemplo de todo lo que hay que hacer, por un lado, y de lo que se puede hacer y se puede lograr, por otro.

Una alianza para transformar

Oscar Madrigal

Los partidos políticos y los gobiernos de extrema derecha o de ultraderecha, aparecen como anti-sistema, sea enemigos del viejo modelo de gobierno basado en el bipartidismo, la corrupción y los privilegios. Las banderas que levantaron por décadas la izquierda y el movimiento progresista fueron arrebatadas por la extrema derecha, que se rebeló contra un sistema político necrosado, con gangrena.

Esta “rebelión” de la extrema derecha contra ese sistema anquilosado es lo que le genera influencia y apoyo en amplios sectores populares, incluso de los trabajadores y de las trabajadoras. El pueblo ya estaba cansado de tanta promesa que no cambiaba nada.

En Costa Rica ese hartazgo se empezó a manifestar en el gobierno de Laura Chinchilla y fue el partido Acción Ciudadana, PAC, quien logró aprovecharlo; era claro, entre Johnny Araya y Luis G. Solís, que la decisión fue contra el statu quo político corrupto.

El PAC capitalizó todo el malestar popular contra el sistema político desde una perspectiva progresista. En otras palabras, el PAC fue la expresión progresista contra el sistema bipartidista, corrupto y anti-democrático.

El gobierno de Solís rápidamente se distanció de sus postulados anti-sistema para caer en las redes de la politiquería, torpedeado incluso desde sus propias filas por Ottón Solís.

El segundo gobierno fue producto aún de la lucha entre el modelo político corrupto bipartidista (PLN-PUSC) y una nueva forma de hacer política. Ante el peligro de que la ultraderecha neopentecostal tomara el gobierno, las fuerzas progresistas y otras, inclinaron la balanza. Pero ya se percibía en el horizonte a la ultra-derecha queriendo capitalizar todo ese descontento, pero lo reducimos solo a un asunto de derechos sexuales.

La entrega y traición del PAC de Alvarado, entregando el gobierno a la ultraderecha del PUSC, terminó de alejar a los sectores populares de cualquier alternativa progresista. El PAC pagó su traición con la muerte.

Sin embargo, los sectores populares no querían volver al viejo sistema corrupto del bipartidismo y menos después de la enorme decepción del supuesto progresismo proclamado por el PAC. Era preferible un desconocido que Figueres, sin lugar a dudas.

Rodrigo Chaves es la manifestación de la ultraderecha contra el bipartidismo corrupto y ahora contra el progresismo que incumplió con su traición.

Sus improperios contra diputados, jueces, magistrados, universitarios y todo aquel que ose oponérsele, es bien recibido por esa masa que considera que cualquiera que esté mejor es su enemigo y debe ser condenado. Es la gente contra un sistema de justicia que no solo es lento, sino que ha favorecido a los ricos, un poder legislativo improductivo, un sistema tributario inequitativo, pensiones de lujo, etc., que ha calado hondo en las gentes. Aunque, Chaves y su gobierno no han resuelto los problemas más sensibles de la gente, lo apoyan por su actitud contra esos privilegios y corruptelas.

Me refiero rápidamente a estos elementos porque son el contexto en que se encuadra una política de alianzas.

Los retos, peligros y amenazas a los cuales se enfrenta el país son reales e inmediatos y hay que hacerles frente. Por eso ante ello es conveniente una política de alianzas y unidad de puertas abiertas, para aglutinar a todos los ciudadanos dispuestos a detener el deterioro democrático y defender las libertades conquistadas.

Pero la unidad no es para volver al pasado.

La Alianza no puede ser para defender el viejo “orden” del bipartidismo corrupto.

Se trata de una alianza para avanzar, para recuperar el sistema democrático, pero para mejorarlo y ampliarlo, para iniciar una trasformación progresista, sea en bien del pueblo, ante el sistema corrupto del bipartidismo.

Una Alianza para acabar con los peligros del grupo ultraderechista de Chaves y su séquito, pero también para superar el viejo sistema político del bipartidismo-corrupción.

UCR: “Calladita ¿más bonita?”

Gabriela Arguedas Ramírez, docente de la Escuela de Filosofía, tuvo a cargo la conferencia de clausura del primer ciclo lectivo del 2024 en el marco de la celebración del quincuagésimo aniversario de la Facultad de Letras. Foto: Laura Rodríguez Rodríguez, UCR.

Lección de clausura del primer ciclo lectivo de la Facultad de Letras impartida por filósofa Gabriela Arguedas

El intento de anular el pensamiento crítico de la universidad pública

¡No! La Universidad nunca será más bonita quedándose callada ante la problemática social. Jamás será más bonita guardando silencio ante los abusos de poder del Gobierno de turno. Y, si por levantar su voz contra las injusticias y la desigualdad, pierde belleza para algunos, ¡enhorabuena!, porque ¿a quién le interesa una estética sin ética?

Sin embargo, para Gabriela Arguedas Ramírez, docente de la Escuela de Filosofía, la Universidad de Costa Rica viene padeciendo de una modorra desde hace muchos años y ha guardado silencio en torno a los recortes sistemáticos en inversión social que ha hecho el país para que grupos específicos sigan maximizando sus beneficios sin ningún tipo de límite.

Para la académica, la crisis educativa que atraviesa el país no es casualidad ni el efecto adverso no previsto de decisiones anteriores, sino que obedece a decisiones políticas perfectamente conscientes que apuntan a un tipo de sociedad, a un tipo de modelo de desarrollo y a un tipo de Estado.

“Creo que todas las universidades públicas están llamadas a tomar la decisión de si van a doblar la rodilla frente a los mandatos de la lógica neoliberal, que implica pactar con el neoconservadurismo, o si van a resistir esa fuerza”, manifestó Arguedas durante su conferencia titulada “El pensamiento crítico bajo ataque: narrativas extremistas y el giro discursivo de las derechas”, reflexión que presentó en la lección de clausura del primer ciclo lectivo en el marco del quincuagésimo aniversario de la Facultad de Letras.

“Extraño la Universidad que le seguía el pulso a los problemas nacionales, extraño la Universidad que por lo menos trataba de generar grupos de trabajo y grupos de discusión para analizar problemas particulares. Esa Universidad yo no la veo, parece que desapareció, que está consumida por pleitos internos, que está consumida por el cortoplacismo. Entonces abandonó una de sus obligaciones que están en el Estatuto Orgánico, pero además es una obligación que tenemos con la sociedad porque la sociedad nos financia”.

Gabriela Arguedas Ramírez, docente de la Escuela de Filosofía

El deterioro en la calidad educativa que apunta Arguedas lo han percibido las universidades públicas en los últimos años entre la población de nuevo ingreso, la cual reporta serias deficiencias en su formación en matemática y en su dominio de un segundo idioma. Pero lo más grave son las dificultades que manifiestan a la hora de comprender un texto, escribir de manera coherente y expresarse oralmente.

Si esa es la realidad educativa de la juventud que logró aprobar el examen de admisión, ¿en qué situación estará la inmensa mayoría que no pasó la prueba de ingreso a las universidades o de quienes no han concluido su educación secundaria?, cuestionó la expositora.

Para la docente e investigadora, el menoscabo planificado de la educación pública tiene el objetivo de cercenar el pensamiento crítico en la población para convertirla en una masa fácilmente manipulable de acuerdo con los intereses de sectores políticos y económicos neoliberales aliados con grupos neoconservadores.

“Sectores neoconservadores hablan de una guerra cultural en la cual las universidades constituyen un campo de batalla. Lo que buscan de modo incesante es anular el legado destacable de la modernidad, terminar de destruir lo que queda de confianza en la democracia, quieren anular el sistema político de pesos y contrapesos, de transparencia y rendición de cuentas y, para ello, necesitan anular las condiciones de posibilidad para el pensamiento político”, señaló Arguedas.

De acuerdo con la expositora, un individuo que no tenga la capacidad para lidiar con la incertidumbre, con la complejidad, con la contradicción y con el disenso caerá fácilmente en las narrativas absolutistas neoconservadoras que dividen al mundo en buenos y malos y que encuentran chivos expiatorios a quien culpar de todas las desgracias de sus líderes. En este sentido, recalcó que “la ignorancia arrogante es una de las más graves amenazas que enfrentamos en este siglo”.

A lo largo de su disertación, Arguedas recapituló acontecimientos en la historia reciente del país que han consolidado el discurso neoconservador y la yunta que ha hecho con el sector neoliberal para hacerse del poder político e imponer su agenda, lo cual representa un retroceso en todos los ámbitos, desde los derechos humanos y la protección ambiental, hasta el acceso a la salud y a la educación.

Uno de esos acontecimientos ocurrió la noche del 8 de marzo del 2024 frente a la Facultad de Ciencias Sociales de la UCR, cuando un nutrido grupo de manifestantes ingresó al campus con antorchas encendidas y se colocó frente al edificio de la Facultad para orar en dirección a que Dios volviera a tomar control de la Universidad.

Un mes después, un profesor de Humanidades de la Sede de Guanacaste de la UCR organizó la presentación de un libro antivacunas escrito por una médica que fue suspendida del ejercicio profesional por el Colegio de Médicos y Cirujanos de Costa Rica justamente por promover información falsa que atenta contra la salud.

“Ambos eventos pasaron sin pena ni gloria, sin que se generara ninguna reacción por parte de la administración de esta Universidad. Podría alguien argumentar que solamente se permitió el ejercicio de la libertad de expresión, cátedra y conciencia, pero yo no estoy de acuerdo, comenzando porque no creo que esa haya sido la razón por la que no hubo ninguna reacción. No hubo ninguna reacción porque vivimos en este momento en una especie de modorra, de indiferencia generalizada. Los primeros en padecer ese desinterés son los miembros de la comunidad universitaria y nuestras autoridades”, aseveró Arguedas.

“El avance de estos movimientos ha sido exitoso porque se están cosechando los frutos de lo que han sembrado en las últimas décadas y se están cosechando también los frutos de lo que los otros grupos no han hecho. Me refiero a la indiferencia y a la complacencia de quienes han observado estos procesos durante las últimas dos o tres décadas y no han hecho absolutamente nada al respecto. Dicen ser defensores de la democracia, dicen estar en contra de regímenes opresivos, dicen estar en contra de la violencia y la discriminación, pero ¿cuáles son sus actuaciones concretas? Y también estoy hablando aquí de la Universidad de Costa Rica”.

Gabriela Arguedas Ramírez, docente de la Escuela de Filosofía

Arguedas fue clara en que, si bien la Universidad debe ser un espacio de circulación y debate de ideas con apertura, no significa que se deba permitir la legitimación de abusos, tergiversaciones, falsedades y desinformación con propósitos políticos antidemocráticos.

La académica explicó que los movimientos neoconservadores de los que forma parte la manifestación con antorchas que se realizó frente a la Facultad de Ciencias Sociales comenzaron a articularse en la década de los setenta del siglo pasado en Estados Unidos y se han extendido y complejizado durante las últimas dos décadas.

“La articulación estratégica del neointegrismo católico y el fundamentalismo neopentecostal con sectores de extrema derecha e, incluso, con organizaciones criminales, les ha permitido conquistar impresionantes éxitos electorales en todo el mundo. Sí, también tienen alianzas con grupos criminales en diferentes países, en donde las comunidades están controladas por el narco y por la iglesia evangélica del barrio”, reveló Arguedas.

Entre los éxitos de esta articulación neoconservadora, la docente destacó la victoria electoral de Donald Trump en los Estados Unidos en el 2016 y la “buena salud” de la que goza su movimiento, el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil y el de Nayib Bukele en El Salvador, así como el del régimen de Viktor Orbán, en Hungría y el de Vladímir Putin, en Rusia.

“Todos estos líderes, aunque tengan diferencias políticas e ideológicas entre sí, se caracterizan por un estilo profundamente conservador en asuntos sociales y todos, de un modo u otro, han pactado acuerdos de alianza político-religiosa”, subrayó.

La investigadora complementó este escenario con el crecimiento y consolidación de la derecha extrema en los países europeos, apoyada por movimientos neofascistas de jóvenes que realizan saludos nazis y atacan a migrantes sin distingo de nacionalidad o credo.

Tres características, estrategias y narrativas que comparten los grupos y líderes neoconservadores:

  1. La complacencia populista antiintelectual y anticientífica, como la negación de la pandemia de Covid-19, la narrativa antivacunas, los discursos que descalifican la gravedad del cambio climático y múltiples formas de teorías de la conspiración.
  2. El impulso antisecular o reconfesional del ámbito público y de las instituciones del Estado.
  3. La gestión política del odio. El odio ha sido la punta de lanza en sus campañas electorales a través de estrategias retóricas misóginas, antifeministas y homofóbicas.

“Se intensificó así una estrategia discursiva conservadora que asocia el hecho de ser feminista, estar a favor de la legalización del aborto o de la igualdad de derechos para personas no heterosexuales o el apoyo a políticas de justicia migratoria o reconocer que el cambio climático es algo que realmente está sucediendo, con haber pasado por un proceso de adoctrinamiento durante la educación superior. Entonces, se proyecta la idea de que son las universidades los centros adoctrinamiento y no las iglesias fundamentalistas neopentecostales o neointegristas católicas”, apuntó Arguedas.

Según la expositora, estos son algunos hechos que reflejan el refortalecimiento conservador en Costa Rica y el impacto que ha tenido en la educación y en el ejercicio del pensamiento crítico:

  1. La declaración de inconstitucionalidad de la práctica de la fecundación in vitro en el año 2001. Ese caso le valió al país una sentencia en contra de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
  2. En el 2007 se generó una intensa oposición a la reforma constitucional para eliminar de la Constitución de la República el carácter confesional del Estado. La defensa de la educación religiosa fue liderada por la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica y apoyada por sectores evangélicos que se aliaron con la Iglesia Católica en contra de la secularización del Estado y sus instituciones. Es decir, los protestantes no estuvieron opuestos en ese momento a que el Estado fuera confesional católico mientras pudieran ir ganando algo de los privilegios que tiene la Iglesia Católica.
  3. En el año 2012, cuando el Ministerio de Educación Pública aprobó un nuevo programa de educación sexual, varias asociaciones evangélicas, asociaciones católicas y de padres de familia se opusieron a que fuera obligatorio que sus hijos recibieran ese nuevo plan de educación sexual en el colegio o en la escuela.
  4. A partir del año 2016 surge una nueva estrategia neoconservadora coordinada por Joseph Ratzinger, quien fue Papa Benedicto XVI: la narrativa de la ideología de género, la cual ha servido en toda América Latina y en algunos países europeos para que partidos políticos populistas de derecha aliados con organizaciones religiosas conservadoras acumulen un enorme apoyo popular. Esta narrativa se basa en falacias, inexactitudes, prejuicios y estereotipos que buscan, por ejemplo, volver a normalizar la maternidad y lo doméstico como único destino femenino.
  5. En el año 2020, el mundo entró a una fase hasta entonces desconocida, aunque haya habido pandemias anteriores. En Costa Rica, y en casi todo el mundo, explotó la desconfianza en la ciencia, en la educación superior y en la institucionalidad del Estado y en la democracia. Este es el resultado de un proceso de larga data y largo alcance de desmantelamiento de las instituciones del Estado, de debilitamiento de la confianza, de arrogancia epistémica, de cerrarnos en el mundo universitario y académico, cerrarnos al diálogo con los que están fuera. En todo caso, lo que vimos fue una reacción tremendamente ágil y oportuna de estos grupos religioso-políticos que se aliaron también con grupos neoliberales y con actores antidemocráticos.
  6. Durante la negociación de la Ley de Empleo Público, la fracción parlamentaria del Partido Acción Ciudadana (PAC) aceptó la moción del sector neoconservador, presentada a través del partido Nueva República, de incluir en la Ley de Empleo Público un artículo sobre objeción de conciencia dentro de los servicios públicos.

“El giro hacia la extrema derecha ha estado precedido de un incansable trabajo de base fundamentado en la cohesión social mediante la misoginia, la homofobia, el racismo y la xenofobia. Es decir, esta es la gestión política del odio. Es a través de esa gestión política que logran amasar cantidad de gente que se encuentra huérfana políticamente, que está harta del estado de situación, que no tiene cómo identificarse con otros grupos. Al final, son atrapados a través de estas narrativas que ofrecen un chivo expiatorio”, subrayó Arguedas.

Para Arguedas, este recuento de hechos que ilustran el avance del neoconservadurismo y sus narrativas estratégicas debe interpretarse a la luz de otros datos desalentadores, como el hecho de que la tasa de cobertura de cuarto y quinto año de secundaria es menor al 50 %, o que la mitad de la población entre los 25 y los 34 años no ha terminado la educación secundaria.

“Entonces, la supuesta apuesta por STEM es mentira, esa es una narrativa absolutamente manipuladora y falaz. Si fuese cierto que el Gobierno actual está preocupado por apoyar STEM, debería estar haciendo algo por la enseñanza de la matemática en la escuela y en el colegio. Si esta gente no termina el colegio, la universidad no puede hacer absolutamente nada para que entre a las carreras STEM. Nos están pidiendo que solucionemos un problema que no hemos creado y que, además, tampoco podemos solucionar.

“Entonces, esto es solo un espejismo, una cortina de humo para debilitar las Humanidades, las Ciencias Sociales y el pensamiento crítico, porque las áreas que fomentan el pensamiento crítico son un obstáculo en esta avanzada antidemocrática, neoconservadora y refeudalizadora.

“El giro neoconservador global que va tomando un carácter extremista requiere que las grandes mayorías no tengan habilidades mínimas para pensar y cuestionar, necesitan individuos preparados únicamente para recibir instrucciones, para recibir órdenes. Recordemos a líderes fascistas como Mussolini. Él lo tenía clarísimo: hay que uniformizar el pensamiento para construir masas de personas que sean fácilmente lideradas en la defensa de un proyecto nacional, ordenado, disciplinado, efectivo, que es el Estado-nación fascista, que luego debe seguir en un proceso de conquista de resto del mundo. Esas ideas están más vivas hoy que hace 50 años y eso lo estamos viendo en este momento en Europa, en Estados Unidos, en Argentina, en El Salvador y, cuidado si no, las semillas también las estamos viendo en Costa Rica”, advirtió Arguedas.

Fernando Montero Bolaños
Periodista, Oficina de Comunicación Institucional, UCR

La violencia en la historia humana

Alberto Salom Echeverría

Introducción

Hoy hay tanta violencia en las sociedades humanas, que nos mueve a preguntarnos si es este el destino del mundo, si las guerras y la destrucción constituyen impulsos connaturales a la esencia misma del ser humano. La perversidad de los malos -argüía Hobbes- pone incluso a los buenos en la obligación de recurrir si quieren protegerse, a las virtudes bélicas, la violencia y la astucia, o mejor dicho a la rapacidad bestial. Hay en el filósofo, en primer término, un reconocimiento implícito de la violencia como algo, innato al ser humano. Después Hobbes lo reconoce explícitamente al afirmar que la maldad del “hombre” le es innata. Pero aquí hay algo más, el filósofo razona que el uso de la violencia es incluso una “virtud bélica”, cuando el ser humano la emplea con el objeto de protegerse. Este es ya un juicio de carácter ético, que tiene por lo tanto que ver con el bien y el mal. Ya sabemos cuál es la teoría que se desprende de ese razonamiento: las sociedades requieren de gobiernos fuertes, de un poder absoluto sin descartar el autoritarismo para poder ejercer el mandato y controlar el impulso agresivo que deviene de “la motivación egoísta” que anida en todos los seres humanos. De ahí que los gobiernos “blandos” no son concebidos en la filosofía política de Thomas Hobbes.

Rousseau, opuestamente a Hobbes le atribuyó al ser humano una bondad connatural, es la sociedad la que lo incita a la maldad, consecuentemente es ella la que lo corrompe. Sin embargo, paradójicamente, en punto a la cuestión ética, expresa un pensamiento que es simétrico al de Hobbes, aunque solo cuando un hombre o un país es agredido por otro; en esta circunstancia, el pensador nacido en Ginebra, antigua confederación suiza, consideró que el “hombre” tiene derecho a ejercer la fuerza y contestar con la misma violencia que -eso sí- solo en tal caso, es legal y legítima. El hecho de que Rousseau conceptualizara el “derecho a ejercer la violencia para cualquier ser humano o país”, como una excepcionalidad, no invalida que, dentro de su juicio ético, haya quedado un espacio, un momento en el que la violencia puede ser considerada como un bien deseable. (Cfr. “La filosofía de la violencia en la modernidad.” http://www.bib.uia.mx> tesis. Pdf. Biblioteca Francisco Xavier Clavigero, México)

Dos corrientes filosófico-políticas, que se han ramificado hasta el presente, opuestas en la concepción de la naturaleza humana, presentan una convergencia relativa -como ha quedado expresado- desde el punto de vista ético, en cuanto a la permisividad en Rousseau, obligación en Hobbes, de que debe gozar el ser humano para echar mano de la violencia y, ejercer la fuerza para contestar con violencia la agresión de otro.

Estas dos corrientes, determinantes como han sido hasta el presente en el pensamiento filosófico y en el quehacer político de occidente, no son, sin embargo, las únicas. Existe entre ellas una gama de pensares y prácticas políticas que, más recientemente han comenzado a contar sin haberse convertido en dominantes todavía, pero que han adquirido relativa importancia. Digamos únicamente por ahora que, muchas de las más novedosas, ya no se debaten entre la naturaleza buena o mala de los seres humanos, sino que, consideran que estos, nacen sin valores y la orientación filosófico-política la obtienen en su relación con el entorno familiar, o con la sociedad en condiciones históricas particulares y, alguna de ellas, probablemente la que ha adquirido mayor influencia, considera que son las relaciones materiales de existencia, las relaciones de producción económico materiales, las que resultan determinantes en la conformación de la conciencia y en los valores de las clases y grupos sociales, sin que haya necesariamente unos valores innatos preponderantes. Claro que, sin descartar que la ciencia y su progreso entran a jugar un papel significativo para modificar la manera de pensar y hasta la conducta sociopolítica de aquellos individuos, hombres y mujeres, que logran sobresalir como académicos o intelectuales, especialmente cuando establecen una relación con las clases menesterosas y explotadas, o con los movimientos sociales que las representan. No profundizaré en esto, porque, por ahora, mi objeto de análisis pretende dilucidar otras cuestiones, ya habrá ocasión para profundizar en la inmensa complejidad de lo recientemente expresado.

Recuento de las guerras más sangrientas en la Historia humana.

El sociólogo estadounidense de origen ruso ya fallecido, Pitirim Sorokin hace un recuento de la cantidad de hombres que perdieron los romanos en los campos de batalla entre los años que transcurrieron entre el 400 antes de nuestra era (a.d.n.e) y el 500 d.n.e. y lo establece en 885.000 seres humanos. En tanto que en la polis griega, entre el año 500 a.d.n.e y el 146 a.d.n.e. afirma que la cantidad de muertes provocadas por las guerras fue de 305. 000 combatientes. En las Guerras Púnicas, que se extendieron entre los años 264 y el 146 a.d.n.e., solo en la primera de éstas, las bajas fueron de 400.000 muertos, 300.000 en la segunda de las Guerras Púnicas y 500.000 en la tercera.

Las Guerras Púnicas fueron en resumen tres conflictos que se produjeron a lo largo de 118 años, que enfrentaron a Roma (capital del Imperio Romano), frente a Cartago en el África, las cuales eran consideradas entonces las principales potencias del Mediterráneo. Sumado a lo anterior, hay que recordar que los sobrevivientes de una guerra perdida tenían como destino ineludible la esclavitud. Estas muertes durante el período de la esclavitud humana, acaecidas no solo en occidente, sino también en el oriente lejano y en el oriente medio, Sorokin contabiliza no solo los combatientes caídos, sino también las muertes que se produjeron en el seno de la sociedad civil, ya fuera en forma violenta por las mismas guerras, o producto de las enfermedades que brotaron a causa de ellas.

Extrayendo del estudio de Sorokin un estimado del número de muertes, civiles y militares solo en las guerras más sangrientas de toda la historia humana, tomando en cuenta las de la antigüedad, las de la edad media y las que hubo en la época moderna, hasta la segunda guerra mundial, el sociólogo contabiliza la suma de 341 millones de muertes. Estas guerras, se extendieron por los continentes más habitados del mundo, que son cinco excluyendo la Antártida, a saber: África, América, Asia, Europa y Oceanía.

A partir de lo expresado, es fácil deducir que el influjo de la violencia sobre la conducta humana ha sido prolongado, dejando una herencia profunda y por tanto difícil de erradicar de la memoria colectiva. Me refiero tanto a la crueldad practicada en las guerras, como la destrucción de ciudades enteras, la violación de la vida y devastación del ambiente. Durante todo el período que llamamos Historia humana y, quizás desde antes, la especie humana practica la violencia, empleando para ello armas cada vez más sofisticadas y destructivas. No parece importar cuánto dolor y desgracias se hayan ocasionado en todas partes ejerciendo la violencia; el ser humano no solo persiste en tratar los conflictos sociales e individuales por ese medio salvaje, sino que se ha ido perfeccionando en el ejercicio de la conducta violenta en contra de sus semejantes, sin parar mientes siquiera en respetar decisiones de los organismos internacionales modernos, como la ONU y los que se han creado para defender los derechos humanos, o proteger de la violencia a las mujeres, niños, personas con discapacidad o los ancianos.

La violencia humana se ha equiparado frecuentemente con una actitud depredadora, salvaje contra la naturaleza, el medio ambiente y conculcadora de los derechos de los demás, llegando inclusive en su desmedida ambición económica a poner en riesgo la vida misma de todas las especies. ¿Con qué vara vamos a medir hoy entonces a las sociedades contemporáneas supuestamente más desarrolladas y poseedoras de culturas ancestrales, pero que han intervenido en las guerras más recientes, como las acaecidas en Afganistán, Irak, Gaza, Ucrania-Rusia y las que tienen lugar en el África, con los armamentos más sofisticados y destructivos, y con frecuencia en clara violación de los más elementales derechos humanos e irrespetando a los organismos internacionales creados para garantizar la solución pacífica de los conflictos? Ni hablar de las guerras que se han escenificado en la supuestamente “culta y desarrollada” Europa, tanto en pleno siglo XX, como en el actual siglo XXI. Las guerras napoleónicas de los siglos XVIII y XIX, hasta llegar a las dos guerras mundiales han tenido como escenario principal, el viejo continente y, han sido, sobre todo las dos guerras mundiales, las más sangrientas y devastadoras de toda la Historia.

Una cultura de violencia campea por todo el orbe.

Ningún sistema social contemporáneo, por más que haya sobresalido en el ámbito de la edificación de instituciones democráticas o haya desarrollado, lo que es loable, la educación, la salud y la cultura en general, ninguno -insisto- escapa de haber ejercido la violencia a su interior en diferentes momentos y formas. Unos porque han permitido que en ellos se perpetre una constante conculcación de las más elementales libertades individuales; otros porque desde el ejercicio del poder han promovido con arbitrariedad flagrantes violaciones de derechos individuales y sociales garantizados en la Constitución. Los sistemas de gobierno más despóticos han promovido desapariciones, encarcelamientos sin juicio previo a personas, expatriaciones individuales y ahora hasta se ponen de moda expatriaciones colectivas sin sostén jurídico alguno. En otros casos, los poderes públicos han aprobado la abolición de derechos sociales que estaban consagrados en la Constitución, como es el caso de la abolición del derecho de huelga para la clase trabajadora, o, cuando menos han promovido una seria limitación al mismo. En otros contextos, se ha limitado palpablemente el derecho de organización de los trabajadores y las libertades de expresión y manifestación contra diferentes grupos sociales. Todo lo dicho forma parte de lo que podemos llamar “violencia institucionalizada” de gobernantes autoritarios y despóticos en contra de mayorías y aún de minorías populares.

La más significativa violencia institucionalizada, es la que en un vasto número de países especialmente en occidente han ejercido gobiernos neoliberales que, han accedido al poder, en un gran número de casos mediante “elecciones libres”. Estos gobiernos llevan adelante un conjunto de políticas públicas, con el apoyo de organismos financieros multilaterales, las cuales se han encaminado a desregular la economía, a empequeñecer o disminuir los regímenes de bienestar social (el Estado social de derecho), provocando, por un lado, una gran concentración de la riqueza, mientras por el otro, han desatado una enorme desigualdad social y en ocasiones un crecimiento de la pobreza y de la pobreza extrema. No hay peor caldo de cultivo para estimular la incubación de la violencia en las sociedades que desatar la polarización social y política desde gobiernos de corte autoritario o populistas. Someter a los pueblos a políticas hambreadoras, discriminatorias, de recortes de la educación y la salud públicas, o que los marginan de los beneficios de la cultura, generando desempleo y produciendo desesperanza, no hace más que inducir a la disconformidad social y a soliviantar el ánimo en los sectores populares afectados, en contra de gobernantes y los poderes públicos.

Hoy, la violencia está presente en la sociedad humana, ya que como nunca mueren mujeres por la conducta patriarcal y la arbitrariedad, mueren niños no solo en guerras, sino en la vida cotidiana a consecuencia del maltrato, ejercido en ocasiones por los propios padres o adultos encargados de su cuido y educación hasta el punto de ocasionarles la muerte. También está muy arraigada en la cotidianidad el trato cruel contra ancianos y personas con discapacidad. Aunque, paradójicamente, tampoco nunca ha habido tantos organismos en el ámbito internacional o nacional creados para defender el derecho a la vida, preservar la naturaleza y proteger los ecosistemas. Aún así, prolifera la violencia.

No he escrito para crear pesimismo ni sentimientos de culpa; lo hago con el afán de contribuir sé que, en una pequeña medida, a cimentar una consciencia sólida de humanismo, amor por la naturaleza y contra las guerras, la creación de armamento bélico, en especial el sofisticado armamento nuclear actual que, lejos de ayudar a la solución de los problemas, constituyen un aguijón para espolear la violencia. Escribo convencido que la acción política, hoy en ebullición, en Estados Unidos, en Europa y en países de América Latina de la extrema derecha es un suelo fértil a la violencia, pues como ha dicho el Papa Francisco en una entrevista reciente, sin citarlo textualmente, le preocupa el avance de la ultraderecha en el mundo, que tiene una gran capacidad para recomponerse y agregó que el antídoto contra ese tipo de movimientos políticos es la Justicia Social, en su caso su pensamiento está cimentado en Mateo 25 (ahora sí lo cito textual:)“…tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y mediste de beber, tuve hambre y me saciaste. Estaba desnudo y me vestiste, estaba preso y me viniste a visitar. Esa es la regla de conducta.”

«Para derrotar a la ultraderecha, las izquierdas deben ser radicales»

Álvaro García Linera, Buenos Aires, 2020. (Ariel Feldman).

UNA ENTREVISTA CON

Álvaro García Linera afirma que para derrotar a las nuevas derechas los progresismos y las izquierdas deben comenzar por resolver los problemas económicos de las mayorías, entendiendo realmente el nuevo mapa de la informalidad en América Latina.

Fuente: https://jacobinlat.com/

A raíz de su viaje a Colombia para inaugurar el ciclo de pensamiento «Imaginar el futuro desde el Sur», organizado desde el Ministerio de Cultura de Colombia por la filósofa Luciana Cadahia, el exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera habló con Jacobin sobre el escenario político y social que transita América Latina en este «tiempo liminar» o interregno que deberemos transitar durante los próximos 10 o 15 años, hasta la consolidación de un nuevo orden mundial. Está claro que esa inestable oscuridad es el momento para la entrada en escena de las ultraderechas más monstruosas que, en cierta medida, son consecuencia de los límites del progresismo. En la nueva etapa, Linera plantea que el progresismo debe apostar por una mayor audacia para, por un lado, responder con responsabilidad histórica a las demandas profundas que se encuentran en la base de la adhesión popular y, por otro, neutralizar los cantos de sirena de las nuevas derechas. Esto implica avanzar en reformas profundas sobre la propiedad, los impuestos, la justicia social, la distribución de la riqueza y la recuperación de los recursos comunes en favor de la sociedad. Sólo así, empezando por resolver las demandas económicas más básicas de la sociedad y avanzando en una democratización real, plantea Linera, se podrá volver a confinar a las ultraderechas a sus nichos.

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En la región, el siglo XXI comenzó con una oleada de gobiernos progresistas que reorientó el rumbo de América Latina, pero esta dinámica comenzó a estancarse después del triunfo de Mauricio Macri en Argentina en 2015, lo que dio lugar a que muchos vaticinaran el fin del progresismo regional. Así, comenzó una oleada de gobiernos conservadores, pero, en contratendencia, en países como Brasil, Honduras o Bolivia el progresismo retornó. Y en otros, como México y Colombia, logró llegar al poder por primera vez. ¿Cómo lee esta tensión actual entre los gobiernos populares o progresistas y otros conservadores u oligárquicos?

AGL

Lo que caracteriza al tiempo histórico que va desde 10 años o 15 años atrás hasta los siguientes 10 o 15 años es el declive lento, angustiante y contradictorio de un modelo de organización de la economía y de la legitimación del capitalismo contemporáneo, así como la ausencia de un nuevo modelo sólido y estable que retome el crecimiento económico, la estabilidad económica y la legitimación política. Es un largo período, estamos hablando de 20 o 30 años, en cuyo interior, entonces habita esto que hemos llamado «tiempo liminal» —lo que Gramsci llamaba «interregno»—, donde se suceden oleadas y contraoleadas de múltiples intentos por dirimir ese impasse.

América Latina —y ahora el mundo, porque América Latina se adelantó a lo que luego sucedió en todos lados—, vivió una oleada progresista intensa y profunda, pero que no logró consolidarse, seguida por una contraoleada regresiva conservadora y luego por una nueva oleada progresista. Posiblemente, todavía veamos durante los siguientes 5 o10 años estas oleadas y contraoleadas de victorias cortas y de derrotas cortas, de hegemonías cortas, hasta que el mundo redefina el nuevo modelo de acumulación y de legitimación que le devolverá al mundo y a América Latina un ciclo de estabilidad por los siguientes 30 años. En tanto no suceda eso, estaremos asistiendo a esta esta vorágine propia del tiempo liminal. Y, como decía, uno asiste a oleadas progresistas, a su agotamiento, a contrarreformas conservadoras que también fracasan, a una nueva oleada progresista… Y cada contrarreforma y cada oleada progresista es distinta a la otra. Milei es distinto a Macri, aunque recoge a parte de él. Alberto Fernández, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador son distintos a los referentes de la primera oleada, aunque recogen parte de su herencia. Y creo que seguiremos asistiendo a una tercera oleada y a una tercera contraoleada hasta que en algún momento el orden del mundo se defina, porque esta inestabilidad y esta angustia no pueden ser perpetuas. En el fondo, como sucedió en los años 30 y 80 del siglo XX, lo que vemos es el declive cíclico de un régimen de acumulación económico (liberal entre 1870 y 1920, de capitalismo de Estado entre 1940 y 1980, neoliberal entre 1980 y 2010), el caos que genera ese ocaso histórico, y la pugna por instaurar un nuevo y duradero modelo de acumulación-dominación que retome el crecimiento económico y la adherencia social.

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Podemos observar que la derecha vuelve a implementar prácticas que creíamos superadas, incluyendo golpes de Estado, persecución política e intentos de asesinato… Incluso usted mismo sufrió un golpe de Estado. ¿Cómo cree que seguirán evolucionando estas prácticas? ¿Y cómo las podemos resistir desde los proyectos populares?

AGL

Algo propio del tiempo liminal, del interregno, es la divergencia de las elites políticas. Cuando las cosas van bien —como hasta los años 2000—, las élites convergen en torno a un único modelo de acumulación y de legitimación y todos se vuelven centristas. Las izquierdas mismas se atemperan y se neoliberalizan, aunque siempre va a haber una izquierda radical pero marginal, sin audiencia. Las derechas también se pelean entre ellas, pero meramente por recambios y retoques circunstanciales. Cuando todo eso entra en su declive histórico inevitable, comienzan las divergencias y las derechas se escinden en extremas derechas. La extrema derecha comienza a comerse a la derecha moderada. Y las izquierdas más radicalizadas emergen de su marginalidad e insignificancia política, comienzan a adquirir resonancia y audiencia, crecen. En el interregno, la divergencia de proyectos políticos es la norma, porque hay búsquedas, disidentes unas de otras, por resolver la crisis del viejo orden, en medio de una sociedad descontenta, que ya no confía, que ya no cree en los antiguos «dioses», en las antiguas recetas, en las antiguas propuestas que garantizaron la tolerancia moral hacia los gobernantes. Y, entonces, los extremos comienzan a potenciarse.

Eso vamos a ver con las derechas. La centroderecha, que gobernó el continente y el mundo durante 30 ó 40 años, ya no tiene respuestas a los evidentes fallos económicos del globalismo liberal y, ante las dudas y las angustias de las personas, surge una extrema derecha que sigue defendiendo al capital pero que cree que los buenos modales de la antigua época ya no son suficientes y que ahora hay que imponer las reglas del mercado por la fuerza. Esto implica domesticar a la gente, si es necesario a palos, para regresar a un libre mercado puro y prístino, sin concesiones ni ambigüedades, porque –según ellos- eso fue la causa del fracaso. Entonces, esta extrema derecha tiende a consolidarse y a ganar más adeptos hablando de «autoridad», «shock de libre mercado» y «reducción del Estado». Y si hay levantamientos sociales corresponde utilizar la fuerza y la coerción, y si es necesario el golpe de Estado o la masacre, para disciplinar a los díscolos que se oponen a este regreso moral a las «buenas costumbres» de la libre empresa y de la vida civilizada: con las mujeres cocinando, los hombres mandando, los patrones decidiendo y los obreros trabajando en silencio. Un síntoma más del ocaso liberal se evidencia cuando ya no pueden convencer ni seducir y necesitan imponer; lo que implica que están ya en su tiempo crepuscular. Pero no por ello dejan de ser peligrosos, por la radicalidad autoritaria de sus imposiciones.

Frente a eso, el progresismo y las izquierdas no pueden tener un comportamiento condescendiente, intentando contentar a todas las facciones y sectores sociales. Las izquierdas salen de su marginalidad en el tiempo liminal porque se presentan como alternativa popular al desastre económico que ha ocasionado el neoliberalismo empresarial; y su función no puede ser la de implementar un neoliberalismo con «rostro humano», «verde» o «progresista». La gente no sale a las calles y vota electoralmente a la izquierda para decorar el neoliberalismo. Se moviliza y cambia radicalmente sus anteriores adherencias políticas porque está harta de ese neoliberalismo, porque desea deshacerse de él pues solo ha enriquecido a pocas familias y a unas pocas empresas. Y si la izquierda no cumple eso, y convive con un régimen que empobrece al pueblo, es inevitable que la gente gire drásticamente sus preferencias políticas hacia salidas de extrema derecha que ofrecen una salida (ilusoria) al gran malestar colectivo.

Las izquierdas, si quieren consolidarse, deben responder a las demandas por las que surgieron y, si quieren en verdad derrotar a las extremas derechas tienen que resolver de manera estructural la pobreza de la sociedad, la desigualdad, la precariedad de los servicios, la educación, la salud y la vivienda. Y para poder realizar eso materialmente, tienen que ser radicales en sus reformas sobre la propiedad, los impuestos, la justicia social, la distribución de la riqueza, la recuperación de los recursos comunes en favor de la sociedad. Detenerse en esa obra va a alimentar la ley de las crisis sociales: toda actitud moderada ante la gravedad de la crisis, fomenta y alimenta los extremos. Si las derechas hacen eso, alimentan a las izquierdas, si lo hacen las izquierdas, alimentan a las extremas derechas.

Entonces, la manera de derrotar a las extremas derechas, reduciéndolas a un nicho —que va a seguir existiendo, pero ya sin irradiación social— radica en la expansión de las reformas económicas y políticas que se traduzcan en visibles y sostenidas mejoras materiales en las condiciones de vida de las mayorías populares de la sociedad; en la mayor democratización de las decisiones, en una mayor democratización de la riqueza y de la propiedad, de tal manera que la contención a las extremas derechas no sea meramente un discurso, sino que se apoye en una serie de acciones prácticas de distribución de la riqueza que resuelva las principales angustias y demandas populares (pobreza, inflación, precariedad, inseguridad, injusticia..). Porque, no hay que olvidar, que las extremas derechas son una respuesta, pervertida, a esas angustias.  Cuanto más distribuyas la riqueza, ciertamente más afectas los privilegios de los poderosos, pero ellos van a ir quedando en minoría en torno a la defensa rabiosa de sus privilegios, en tanto que las izquierdas se consolidaran como las que se preocupan y resuelven las necesidades básicas del pueblo. Pero, cuanto esas izquierdas o progresismos más se comporten de manera miedosa, timorata y ambigua en la resolución de los principales problemas de la sociedad, las derechas extremas más van a crecer y el progresismo quedará aislado en la impotencia de la decepción. Entonces, en estos tiempos, a las extremas derechas se las derrota con más democracia y con mayor distribución de la riqueza; no con moderación ni conciliación.

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¿Hay elementos novedosos en las nuevas derechas? ¿Es correcto llamarlas fascistas o deberíamos nombrarlas de otra manera? ¿Las derechas están organizando un laboratorio posdemocrático para el continente (incluyendo a Estados Unidos)?

AGL

Sin dudas, la democracia liberal, como mero recambio de elites que deciden por el pueblo, tiende inevitablemente hacia formas autoritarias. Si, en momentos, pudo rendir frutos de democratización social fue por impulso de otras formas democráticas plebeyas que se desplegaron simultáneamente —la forma sindicato, la forma comunidad agraria, la forma plebeya de la multitud urbana—. Son estas acciones colectivas múltiples y multiformes de democracia las que le dieron a la democracia liberal una irradiación universalista. Esto pudo suceder porque siempre estaba siendo rebasada y jalada por delante. Pero si uno deja a la democracia liberal tal cual, como mera selección de gobernantes, inevitablemente tiende a la concentración de decisiones, a su conversión en lo que Schumpeter llamaba la democracia como mera elección competitiva de quienes van a decidir sobre la sociedad, lo que es una forma autoritaria de concentrar las decisiones. Y, ese monopolio decisional por medios autoritarios y, llegado el caso, por encima del propio procedimiento de selección de elites, es lo que caracteriza a las extremas derechas. Por eso, no hay antagonismo entre extremas derechas y democracia liberal. Hay una colusión de fondo. Las extremas derechas pueden coexistir con este tipo de democratización meramente elitista que alimenta la democracia liberal. Por eso no es raro que lleguen al gobierno por medio de elecciones. Pero, lo que la democracia liberal tolera marginalmente de mala gana, y las extremas derechas rechazan abiertamente, son otras formas de democratización, que tienen que ver con las presencias de democracias desde abajo (sindicatos, comunidades agrarias, asambleas barriales, acciones colectivas…). Se oponen a ellas, las rechazan y las consideran como un estorbo. En este sentido, las extremas derechas actuales son antidemocráticas. Solamente aceptan que se los elija a ellos para mandar, pero rechazan otras formas de participación y democratización de la riqueza, lo que les parece un insulto, un agravio o un absurdo que debe combatido con la fuerza del orden y de la disciplina coercitiva.

Ahora, ¿esto es fascismo? Difícil de decidir. Hay todo un debate académico y político sobre qué nombre tomará esto y si vale la pena la evocación de las terribles acciones del fascismo de los años 30 y 40. En el preciosismo académico tal vez vale la pena estas digresiones, pero tiene muy poco efecto político. En América latina las personas de más de 60 años pueden tener recuerdos de las dictaduras militares fascistas y la definición puede causar un efecto en ellos, pero para las nuevas generaciones hablar de fascismo no dice gran cosa. No me opongo a ese debate, pero no veo que sea tan útil. Al final, la adhesión o rechazo social a los planteamientos de las extremas derechas no vendrá por el lado de los antiguos símbolos e imágenes que evocan, sino por la eficacia de responder a actuales angustias sociales que las izquierdas son impotentes de resolver.

Quizás, la mejor forma de calificar a estas extremas derechas, más allá de la etiqueta, sea entendiendo a qué tipo de demanda responde, que por supuesto, son demandas distintas a las de los años 30 y 40, aunque con ciertas similitudes por la crisis económica en ambos periodos. En lo personal, prefiero hablar de extremas derechas o derechas autoritarias; pero si alguien usa el concepto de fascismo, no me opongo, aunque tampoco me entusiasma demasiado. El problema puede venir si, de inicio, se las califica de fascistas y se deja de lado la pregunta respecto a qué tipo de demanda colectiva responden o ante qué tipo de fracaso emergen.  Por ello, antes de etiquetar y tener respuestas sin preguntas, es mejor preguntarse sobre las condiciones sociales de su surgimiento, el tipo de soluciones que plantea y, sobre esas respuestas, ya se puede elegir el calificativo que corresponda: fascista, neofascista, autoritaria…

Por ejemplo, ¿está bien decir que Milei es fascista? Tal vez, pero primero hay que preguntarse porqué ganó, con el voto de quién, respondiendo a qué tipo de angustias. Eso es lo importante. Y además preguntarse qué hiciste tú para que eso sucediera. Hoy es más útil preguntarnos eso que el colocarle una etiqueta fácil que te resuelva el problema del rechazo moral pero que no ayuda a comprender la realidad ni a transformarla. Porque si respondes que Milei convoco a la angustia de una sociedad empobrecida, entonces queda claro que el tema es la pobreza. Si Milei le habló a una juventud que no tiene derechos, entonces hay una generación de personas que no accedieron a los derechos de los años 50, ni de los 60 ni del 2000. Ahí está el problema que el progresismo y la izquierda debe abordar para frenar a las extremas derechas y a los fascismos.

Hay que detectar los problemas con los que las extremas derechas interpelan a la sociedad porque su crecimiento también es un síntoma del fracaso de las izquierdas y el progresismo. No surgen de la nada sino después de que el progresismo no se animó, no pudo, no quiso, no vio, no entendió a la clase y a la juventud precaria, no captó el significado de la pobreza y de la economía por encima de los derechos de identidad. Ahí está el núcleo del presente. Esto no significa que no hables de la identidad, sino que jerarquices, entendiendo que el problema fundamental es la economía, la inflación, el dinero que se te escurre de los bolsillos. Y no se puede olvidar que la propia identidad tiene una dimensión de poder económico y político, que es lo que ancla la subalternidad. En el caso de Bolivia, por ejemplo, la identidad indígena conquistó su reconocimiento asumiendo el poder político, primero y, gradualmente, el poder económico dentro de la sociedad. La relación social fundamental del mundo moderno es el dinero, enajenada pero todavía relación social fundamental, que se te escurre, que diluye todas tus creencias y lealtades. Ese es el problema a resolver desde las izquierdas y el progresismo. Creo que la izquierda tiene que aprender de sus fracasos y deben tener una pedagogía sobre sí misma para encontrar luego los calificativos para denunciar o etiquetar algún fenómeno político, como es en este caso el de la extrema derecha.

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Volviendo a los proyectos populares, ¿cuáles son los principales desafíos del progresismo para superar estas crisis, estos fracasos de los que hablabas? ¿Es solo por no haber podido comprender o interpretar de manera suficiente las necesidades y demandas de la ciudadanía que ahora las extremas derechas retoman?

AGL

El dinero es hoy el elemental, el básico, el clásico, el tradicional problema económico y político del presente. En tiempos de crisis, la economía manda, punto. Resuelve ese primer problema y luego el resto. Estamos en un tiempo histórico en que surge el progresismo y las extremas derechas, y decae la centroderecha clásica neoliberal, tradicional, universalista. ¿Por qué? Por la economía. Es la economía, señores, la que ocupa el centro de mando de la realidad. El progresismo, las izquierdas y las propuestas que vengan del lado popular tienen que resolver en primer lugar ese problema. Pero la sociedad a la que la antigua izquierda de los años 50 y 60, o el progresismo en la primera ola en algunos países, le resolvió el problema económico, es distinta a la actual. Las izquierdas siempre trabajaron sobre el sector de la clase trabajadora asalariada formal, y hoy es una incógnita para el progresismo la clase trabajadora no formal. El mundo de la informalidad agrupado bajo el concepto de «economía popular» es un agujero negro para las izquierdas que no lo conocen, no lo entienden y no tienen propuestas productivas para ella que no sea los meros paliativos asistenciales. En América Latina ese sector abarca al 60% de la población. Y no se trata de una presencia transitoria que va a desaparecer luego en la formalidad. No señores, el porvenir social va a ser con informalidad, con ese pequeño trabajador, pequeño campesino, pequeño emprendedor, asalariado informal, atravesado por relaciones familiares y de vínculos muy curiosos de lealtad local o regional, subsumido en instancias donde las relaciones capital-trabajo no son tan diáfanas como en una empresa formal. Ese mundo va a existir por los siguientes 50 años e involucra a la mayoría de la población latinoamericana. ¿Qué le dices a esas personas? ¿Cómo te preocupas por su vida, por su ingreso, por su salario, por sus condiciones de vida, por su consumo?

Estos dos temas son la clave del progresismo y la izquierda latinoamericana contemporáneas: resolver la crisis económica tomando en cuenta a ese sector informal que es la mayoría de la población trabajadora de América Latina. ¿Qué significa eso? ¿Con qué herramientas se hace? Por supuesto, con expropiaciones, nacionalizaciones, distribución de riqueza, ampliación de derechos, etc. Esas son herramientas, pero el objetivo es mejorar la condición de vida y el tejido productivo de ese 80% de la población, sindicalizada y no sindicalizada, formal e informal que conforma lo popular latinoamericano. Y además con mayor participación de la sociedad en la toma de decisiones. La gente quiere ser oída, quiere participar. El cuarto tema es el medioambiental, una justicia ambiental con justicia social y económica, nunca separado ni nunca por delante.

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Usted está aquí en Colombia para asistir a un Ciclo de pensamiento coordinado por la filósofa Luciana Cadahia para el Ministerio de Cultura. ¿Qué cambios está pudiendo observar aquí con el triunfo del Pacto Histórico y el liderazgo de Gustavo Petro y Francia Márquez? ¿Cree que Colombia tiene algún rol protagónico para el progresismo de la región?

AGL

Tomando en cuenta los antecedentes históricos de la Colombia contemporánea, en la que al menos dos generaciones de luchadores sociales y activistas de izquierda han sido asesinados o exiliados, en la que las formas de acción colectiva legal han sido arrinconadas por el paramilitarismo y en la que EEUU ha intentado crear no solo una base militar a escala estatal sino también un pivote de cooptación cultural, es por demás heroico que un candidato de izquierda haya ganado electoralmente el gobierno. Y claro, cuando uno palpa el poderoso sedimento de la Colombia profunda que brota en los barrios y comunidades, entiende el estallido social del 2021 y el porqué de esa victoria.

El que un triunfo electoral progresista venga precedido de movilizaciones colectivas, habilita un espacio de disponibilidad social a reformas. Y es por eso que, pese a las limitaciones parlamentarias, el gobierno del presidente Petro es ahora el más radical de esta segunda ola progresista continental.

Dos acciones colocan a la gestión de Petro a la vanguardia del resto de los presidentes de izquierda. Por una parte, la aplicación de la reforma tributaria con carácter progresivo, es decir, que impone mayores tributos a quienes más dinero tienen. En la mayoría de los otros países latinoamericano, la más importante fuente de ingresos tributarios es el IVA, que claramente obliga a una mayor tributación a los que menos tienen.

En segundo lugar, el avance en la transición energética. Claramente ningún país del mundo, ni siquiera los que más contaminan como EEUU, Europa y China, ha abandonado de la noche a la mañana los combustibles fósiles. Se han planteado unas décadas de transición, e incluso, todavía, unos años más de producción record de esos combustibles. Sin embargo, Colombia, junto a Groenlandia, Dinamarca, España e Irlanda, son los únicos países del mundo que han prohibido cualquier nueva actividad exploratoria de petróleo. El caso colombiano es más relevante, porque para él, la exportación de petróleo representa más de la mitad del total de sus exportaciones, lo que hace de esta decisión algo mucho más audaz y avanzada a nivel global.

Se trata de reformas que ciertamente miran el porvenir de una manera comprometida con la vida y que alumbran el curso de lo que otras experiencias progresistas tendrían que también realizar a corto plazo.

Sin embargo, para que estas decisiones, y otras que aún faltan para cimentar condiciones de necesaria igualdad económica, sean sostenibles en el tiempo, no habría que descuidar la continua mejora real de los ingresos de las clases populares colombianas, ya que cualquier justicia climática sin justicia social, no pasa de ser un medioambientalismo liberal. Ello va a requerir un acople milimétrico entre los ingresos que el Estado dejará de percibir los siguientes años, con unos nuevos que deberá garantizar vía otras exportaciones, mayores impuestos a los ricos y palpables mejoras en las condiciones de vida de las mayorías populares.

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Me gustaría finalizar con su lectura del papel que va a tener América Latina y el Caribe en el mundo. O, mejor dicho, qué rol político podremos ocupar en un escenario de transformaciones radicales como las que estamos viviendo.

AGL

A inicios del siglo XXI, América Latina fue la que dio el primer campanazo del agotamiento del ciclo de reformas neoliberales que se había instaurado globalmente desde los años 80 del siglo pasado. Aquí fue donde se inició la búsqueda de un régimen híbrido entre proteccionismo y librecambio, que luego, desde el año 2018 hasta hoy, han comenzado a ensayar paulatinamente en EE. UU. y los distintos países de Europa. A estas alturas, a pesar de puntuales recaídas melancólicas en un paleoliberalismo de patas cortas como en Brasil con Bolsonaro y Argentina con Milei, el mundo está en el tránsito a un nuevo régimen de acumulación y legitimación que sustituya al globalismo neoliberal.

Sin embargo, a estas alturas, el continente se halla algo extenuado para seguir liderando las reformas globales. Pareciera ser que la transición posneoliberal ahora deberá avanzar primero a escala global para que América Latina renueve sus fuerzas a fin de retomar los ímpetus iniciales. La posibilidad de unas reformas estructurales posneoliberales de segunda generación, o incluso, más radicales, que recuperen la fuerza transformadora continental, deberá esperar a mayores cambios mundiales y, por supuesto, una nueva oleada de acciones colectivas plebeyas que modifiquen el campo de las transformaciones imaginadas y posibles. En tanto no suceda eso, el continente será un intenso escenario de disputas pendulares entre victorias populares cortas y victorias conservadoras cortas, entre derrotas populares cortas y derrotas oligárquicas igualmente cortas.

Sobre la entrevistadora 

Tamara Ospina Posse es politóloga, feminista y militante de Colombia Humana y del Centro de Pensamiento Colombia Humana (CPCH).

https://jacobinlat.com/2024/01/02/si-las-izquierdas-quieren-derrotar-a-la-ultraderecha-tienen-que-ser-radicales/?mc_cid=bc08a442e7&mc_eid=943c20bae5

Gobierno de Rodrigo Chaves de extrema derecha

Oscar Madrigal

Han pasado 6 meses del gobierno de Rodrigo Chaves. Transcurrido este plazo podemos atrevernos a hacer una caracterización acerca de la esencia de la orientación política, económica e ideológica del mismo.

Los hechos fundamentales de esta administración han sido: promover la privatización de instituciones del Estado, apertura de fronteras en especial para la agricultura, enfrentamiento con la Asamblea Legislativa y el Poder Judicial, ataque constante a la prensa, manejo de las redes sociales mediante bulos y fake news, endeudamiento del país, congelamiento de salarios, ataque a la seguridad social, debilitamiento del ICE…

A raíz de esos hechos, enumerados rápidamente, puede concluirse que estamos ante un gobierno que va más allá de una orientación de derecha en el campo ideológico.

Ideológicamente el gobierno de Chaves se ha ubicado a la par de los neopentecostales de Fabricio Alvarado en cuanto a la regresión de los derechos humanos del movimiento feminista y de la diversidad sexual. En este campo también tenemos un Gobierno retrógrado.

Los logros de Chaves y su gobierno son muy difíciles de ubicar. En el campo social, la pobreza, el desempleo o el costo de la vida no ceden ni se ven medidas o propuestas que tiendan a minimizar el agravamiento social. En infraestructura vial no hay nada nuevo, ni siquiera la continuidad de las obras de Carlos Alvarado. 

En materia de lucha contra la corrupción, lo evidente es el favorecimiento con contratos y liberación de medidas para los financiantes de su campaña electoral y la complicidad con actos fácilmente identificables de corruptos como los de la Caja, el Inder o la compra de votos de diputados a cambio de embajadas. La reacción contra la corrupción en todos los casos no llega ni siquiera a ser tibia. Se compra a los diputados del PUSC con un puesto en el BCIE para uno de sus dirigentes o a los evangélicos con una embajada a la hija del presidente de las iglesias neopentecostales. Es la política reducida a la vulgar mercantilización, del tome y deme.

Su metodología de gobierno es parecida a la forma de Trump y de otros dirigentes ultraderechistas del mundo: bronca con la prensa, bronca con los Tribunales, bronca con los legisladores, formas dictatoriales o como las llama “gerenciales” para con sus subalternos inmediatos. Sin embargo, estas formas no han resuelto un solo problema, sino que han agudizado las relaciones y su solución.

La mentira se ha convertido en una forma de gobierno. Nunca se ha visto, por lo menos en el último siglo, tantas mentiras de gobernantes como en este gobierno. Un día afirman algo y al día siguiente lo contrario, sin inmutarse siquiera. Pareciera que esto le gusta a la ciudadanía, la bronca o el pleito de cantina, aunque no signifique solución a los problemas que los aqueja.

Al cabo de 6 meses tenemos un gobierno bochinchero, que no resuelve los graves problemas nacionales y que con toda esta fanfarria oculta sus verdaderas intenciones: vender el país, acabar definitivamente con nuestro Estado de Bienestar y de Derecho, imponer el más descarnado neoliberalismo.

Con estas características tenemos que llegar a la conclusión que el Gobierno de Rodrigo Chaves es un gobierno que va más allá de la derecha, que es de ultraderecha.

La extrema derecha en el mundo no pretende un golpe de estado para acabar con la democracia, lo hace desde la institucionalidad. Quitarle legitimidad al Poder Judicial, al Poder Legislativo, destrozar la crítica, eliminar el Estado de Bienestar, privatizar instituciones, concentrar el poder, gobernar a base de noticias falsas, mediatizar o comprar a la oposición, reducir los derechos de las organizaciones sociales y los derechos humanos de las mujeres y otros grupos.

Todo indica, en fin, que estamos en presencia de un gobernante de extrema derecha.

Fingimientos del totalitarismo de nuestro tiempo

COLUMNA LIBERTARIOS Y LIBERTICIDAS (32).
Tercera época.
Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.

Cualquier intento de plantear siquiera como existente determinado tema, o dimensión de la realidad que se salga de los cánones o versiones preestablecidas por las gentes que conforman los poderes fácticos, le acarrea al transgresor una interminable cantidad de epítetos, incluso relacionados con su vida personal, aflorando el odio hasta dimensiones insospechadas, sobre todo en las llamadas redes sociales. Todo esto implica la existencia de un culto descarado hacia la mentira, como una parte esencial de eso que ahora llaman la posverdad, sin tener en cuenta las afirmaciones, argumentaciones o demostraciones de quien se atreva a salirse de la unanimidad establecida dentro de lo asumido como “políticamente correcto”, por parte de la gran mayoría de la población, la que viene siendo hábilmente manipulada por los medios corporativos de la gran prensa escrita, radiofónica o televisada, aunque buena parte de ella se sume en la indiferencia de una manera inconsciente.

Los reporteros y entrevistadores de esos medios, en realidad meros apéndices del capital financiero, se han convertido, ni más ni menos, que en los operadores políticos por excelencia del conservadurismo y de la ultraderecha totalitaria en este cambio de siglo, mientras que buena parte de las gentes de la llamada izquierda, ni siquiera atinan a reaccionar y tampoco logran entender el fenómeno en su totalidad, mucho menos en lo que se refiere a sus raíces en el pasado, dentro del tiempo de la larga duración histórica. Su anclaje en una especie de presente continuo, a la manera anglosajona, ha terminado por reducirlos a la inmovilidad, a la indefensión o incluso los ha llevado a hacerle el juego a sus declarados e implacables enemigos. La falta de profundidad en el análisis de la atmósfera política prevaleciente, tanto en términos coyunturales como estructurales, cuando no su manifiesta ausencia, les impiden salir del fango de la politiquería de lo puramente contingente, de ahí su ausencia de metas que les permitan salir de su manifiesta crisis, sus voceros si acaso alcanzan a mostrar una cierta nostalgia hacia un pasado que ya no mantiene ninguna relación de correspondencia con la realidad, de ahí que buena parte de los “progres” y una cierta izquierda boba han terminado por hacerle el trabajo a la llamada “derecha”, tampoco exenta de la acelerada decadencia que ha terminado por afectar a todo el espectro político, dentro del que ya no hay partidos políticos sino meras franquicias electorales, donde se afinca la corrupción más desenfrenada.

Sucede así que las prioridades en materia de información e interpretación de eso que llamamos eufemísticamente “la realidad” están en manos de quienes de verdad mandan en nuestros países, no precisamente los presidentes de la república o los políticos circenses a su servicio, más o menos encubierto, a pesar de los telones de humo de los discursos que acostumbran a lanzar con cierta periodicidad.

Los rasgos más refinados del totalitarismo contemporáneo residen en esa capacidad para distorsionar lo que ocurre: sin necesidad de acudir a la brutalidad, o a la violencia física descarnada propias del fascismo italiano, español o alemán de hace un siglo, sus cultores se llaman o se consideran a sí mismos como demócratas o califican a sus prácticas detestables como “democráticas”, aunque en realidad no pasan de ser las de puños de hierro con guantes de seda, para el caso.

Estos liberticidas, enemigos descarados de cualquier tipo de libertad para los seres humanos de carne y hueso, pretenden establecer una tutela sobre nuestros pensamientos, o al menos intentan, con cierto éxito, evitar que nos expresemos en voz alta. De esta manera, en la España de la falsa transición a la democracia, se pena hasta con cárcel a quienes se atrevan a ironizar al corrupto monarca, impuesto por el déspota Francisco Franco, poco antes de morir, y en la poscomunista y católica Polonia hoy se pretende castigar a quienes ironicen sobre las prácticas de esa iglesia y sus jerarcas, los que por lo general no se han caracterizado por ser ejemplares “demócratas” o algo parecido.