Temporada Viciosa De Monada

Testamentum Ab Eo Tempore

Macv Chávez

Luego de haber estado como disco rayado, preocupado por el hecho de haber tenido que cumplir con mi palabra, repetí dicho acto como un vicio desde aquel incansablemente domingo hasta el día de hoy, sin pensar en ser escritor, porque, como había empezado traduciendo música, tiempo después me cayó a pelo las clases que me daría Charo Pinglo, quien -según me comentaban- eran familia del famoso músico Felipe Pinglo, además de ser una de las guitarristas del corro del grupo parroquial Jumisa, en la iglesia de Santa Ana y San Joaquín en Barrios Altos, donde estuve viviendo una temporada y donde estuve llevando catequesis de primera comunión con quince años, aproximadamente.

Charo había sido mi maestra para aprender a tocar guitarra y era buena maestra, aunque a veces me torturaba los dedos separando el uno del otro en el mango de los trastes, porque decía que así se desprenden los dedos, menos mal que era figurado, porque si no, mejor ni pensarlo. Recuerdo que la primera canción que toqué bien fue “No puedo amarte” del Gasparín peruano, Gian Marco, y luego vino la clásica de clásicas para los aprendices derramababas: “Mi pequeña traviesa”, debido a que las chicas deliraban con esa canción, tanto que solían ser coristas.

Por otro lado, debo confesar que no pasé más allá de entonar algunas canciones más, debido a que siempre me apegué a la realidad de las voces de mi madre y hermanos, quienes decían que cantaba sin ton ni son y que mejor me callara. Y por eso solo me dediqué a hacer bulla con la guitarra, hasta que finalmente descubrí que con ella podía conversar mejor que con mucha gente, razón por la cual en un retiro de jóvenes aspirantes al Seminario Santo Toribio de Mogrovejo, cuando todavía estaba en la escuela, calculo que cursando el quinto año de secundaria, escribí mi primera dizque canción, una que a estas alturas no recuerdo, aunque seguro debe estar por ahí, en alguna de mis agendas, si mal no recuerdo en una agenda de diario que acabo de ver y que habíamos encontrado en una limpieza en la casa de una “tía”, cuando vivía en el centro de Lima, en la quinta la Confianza.

No voy a decir que en ese momento pensaba ser cantante, porque no es cierto, pero sí me gustaba escribir tocando la guitarra, bueno, al menos haciendo bulla, porque esas dos cosas producían en mi ser una sensación de adrenalina que no lo encontré en una relación de pareja, una sensación de levitación, algo así de alucinante para los que quieran fumar un poquito de pajas mentales de niveles literarios, algo que en ese momento indudablemente no comprendía, porque como todo niño explorador simplemente me dedicaba a jugar con la escritura y la guitarra, tan igual como lo hago hasta el día de hoy, simplemente porque si algo me hace sentir bien y es bueno sigo haciéndolo, sigo disfrutando de ello. Y por esa razón, cada vez que una canción toca mi alma, porque logra encantarme, -como la canción que me llevó a comprometerme para escribir esos versos para el Slam (No pensé que era amor de Pedro Suárez Vertiz) y la que me llevó a escribir mis dizque primeros versos (El amor de José Luis Perales), entre tantas otras que- la he escuchado por más de 24 horas sin cansarme ni aburrirme de ella, simplemente porque me llevan a comprender poco a poco y silenciosamente que debía escribir para intentar tocar el alma de las personas. Por ello mis escritos de esa época se graban entre ese amor romántico y sufrido y esa necesidad espiritual de una fe religiosa, debido a que mi vida giraba entre mi familia, la escuela, el grupo parroquial y el círculo vocacional, a raíz de un chantaje de una “tía” para hacer la primera comunión: propina y primera comunión o nada. Decisión que finalmente me llevó a ser monaguillo, para finalmente recibir una invitación para descubrir la vocación sacerdotal, desde un 26 de julio, día de mi cumpleaños, y la invitación vino de parte de uno de los tres diáconos que acompañaron a Mons. Carlos García para la celebración de la Santa Misa, por el día de San Joaquín y Santa Ana, aniversario de la parroquia y día que me pasé acolitando desde las siete de la mañana, si mal no recuerdo, hasta la una, para luego pasarme al comedor de ancianos a atender, porque dicha labor para mí era realmente bella, encantadora, debido a que mi madre desde pequeño siempre nos enseñó a ser serviciales; tanto que ese día llegué a almorzar a casa cerca de las cuatro de la tarde, a tal punto de que la única que me espero para el almuerzo fue mi madre, mientras mi hermano menor y “tíos con mi primo” atendieron su necesidad ante el hambre, porque se cansaron de esperar, tan igual como lo hicieron en la noche, porque volví a salir a las cinco de la tarde hacia la iglesia para seguir acolitando, debido a que me gustaba poder servir, para llegar a mi casa a las diez y tanto, porque después de la misa de las ocho, mi buen amigo Ernesto, que de seguro anda en algún lugar de la otra vida, mirando como ahora escribo su nombre, me invitó a cenar por mi cumpleaños; y como mi madre siempre nos dijo que la comida no se rechaza, terminé llegando tarde otra vez, encontrando a todos con cara de sueños, debido a la hora y a que querían cantarme el cumpleaños feliz, con la deliciosa torta selva negra que en aquel entonces era mi favorita, porque era capaz de comerme una entera sin problemas. Bueno, fue así que me cantaron el cumpleaños feliz plan de diez y media y cómo mi vida empezaba a dar un giro que me ayudaría a comprender más cosas de la realidad del ser humano la pasé muy bien aquel día, sin importarme si había pasado todo un día fuera de casa, pero sin dejar de compartir con mi familia, al menos un rato, logrando romper por primera vez la costumbre de estar con ellos todo el día.

Uno de esos diáconos, con quien no traté más que un saludo se convertiría en uno de mis grandes y mejores amigos, uno con el que puedo conversar temas personales a pesar de que hace mucho vengo dándome de agnóstico o ateo de las religiones, una pendejada que me inventé para no andar dando explicaciones de que creo en Dios, como ser superior, pero no en las iglesias o religiones, debido a que me recuerdan a los partidos políticos o equipos de fútbol, aunque no por eso niego las bondades que tienen, como tampoco justifico sus pendejadas, pero eso son temas para después; porque por ahora basta decir que estos 3 diáconos cumplieron una misión en mi vida, por así decirlo, porque uno es de invitación y formación, otro solo de preparación, porque a estos dos solo les interesaba un objetivo, mientras que al último, quien llegó a ser mi amigo y hermano, siempre le ha importado la persona como tal, algo que valoro mucho, incluso hasta tenerlo como uno de los personajes que me ayudó a comprender que si vamos a conocer a una persona es mejor saberla, antes que conocerla, porque el saber implica acción, interrelación real, en cambio el conocerla solo implica noción de lo que parece ser.

Entonces, los días escolares pasaban entre la bulla musical, la transcripción de canciones, la parroquia, el comedor de ancianos, el círculo vocacional y la familia, entre una que otras mudanzas, debido a que los bolsillos nos pedían cambios, tan igual como iba cambiando mi idea de estudiar derecho por ingresar al seminario para seguir discerniendo la posibilidad de saber si tenía o no vocación, algo que fui descubriendo en el tiempo, logrando saber que no, porque apenas salí del colegio ingresé al seminario y duré un año. No puedo negar que la experiencia del seminario fue muy bonita, una de las mejores vidas, siempre he dicho, pero que finalmente no era la vida que siempre perseguía, y parte de ello se lo debo a los formadores que me ayudaron a verlo mejor, sobre todo a un buen amigo, de quien solo sé por medio de mi amigo y hermano sacerdote, quien siempre termina haciéndome saber que todavía está vivo Efrén, el buen amigo que finalmente me hizo comprender algo cuando me dijo la razón del por qué se iba del seminario.

“Yo puedo quedarme aquí, mostrar que tengo vocación y hacer bien las cosas. Traer muchas vocaciones, porque sé que soy bueno en eso, pero sé también que tarde o temprano voy a terminar enamorándome y formando una familia y me iré con la primera mujer que me enamore o tiente en la parroquia y eso sería hacer perder la fe a la gente más de las que pueda acercar quedándome. Entonces, por eso prefiero irme, porque sé que tengo vocación para una familia”, me manifestaba con toda la cordura del mundo, tanto que me dejó pensando hasta decirme que debía esperar la respuesta que había solicitado el primer día que volví al seminario luego de las vacaciones de medio año. “Fiat Voluntas Tua, Non Mea. (Hágase tu voluntad y no la mía)”, recuerdo que dije cuando quise hacer mis maletas para irme a casa, debido a que sentía que ese no era mi lugar. Me sentía ausente frente al santísimo y no porque no lo respetara ni nada, sino porque simplemente sentía que no era lo mío. Logrando comunicárselo a mi formador y director espiritual -obligatorio-, porque luego de eso me busqué un director espiritual personal, aunque eso estaba prohibido por ser del primer año, pero igual me valían madre las prohibiciones sin sentido, porque yo era libre de elegir a quien quisiera para abrir mi ser, así que elegí al Padre Joaquín por su calidad humana, y escribo Padre con mayúscula porque realmente fue un gran y admirable sacerdote, a tal punto que logramos desarrollar una gran amistad viéndonos por varios años, hasta que se volvió a su tierra natal, razón por la cual llegué a admirarlo muchísimo por quién era como persona, pues tenía una calidad humana indiscutible, era un hombre que me enseñó a que el bueno corazón y la pureza del alma no se debe perder jamás, pase lo que pase, golpee lo que golpee la vida, algo que venía a afianzar la formación que había recibido de mi madre y también mi padre, quienes a pesar de sus limitaciones humanas siempre nos enseñaron a ser personas y no animales salvajes, para saber tolerar a los demás por más que no estemos de acuerdo con ellos y sus acciones, sin dejarnos dañar por nadie.

Finalmente la respuesta del seminario llegó por parte del rector, luego de seis meses de espera y de haber andado una corta temporada en cuidados médicos, porque un par de meses después de las vacaciones, a las cinco de la mañana, un dolor en el pecho me despertó llorando, logrando notarse por primera vez una vena en el lado izquierdo de mi pecho, algo que definitivamente me asustó en cuanto lo vi, porque era raro, más raro porque era consciente desde los diez años sufría del corazón, una cosa de cuidado -según el médico-, pero que con el paso de los años empecé a mandar al carajo, luego de que mi buen “abuelo” de cariño y espiritual, Don Manuel Moreno, me curara del principio de epilepsia que me habían detectado un tiempo después del corazón y la hernia umbilical, enfermedades que fueron detectadas al mismo tiempo, enfermedades que venían como las siete plagas de mi apocalipsis con tan solo diez años, algo que me volvía en la cancha de futbol durante el curso de educación física como un Andy de los Súper Campeones, motivo principal por el cual el rector me dijo que no tenía vocación, algo que en ese momento me disgustó bastante, porque pude notar que su razón principal para decirme que no tenía vocación era mi enfermedad, debido a que por ello causé un gran problema en el seminario: la prohibición de las salidas de a uno a cualquier gestión que se tenga que hacer fuera del seminario, debido a la llamada de atención que Juan Luis Cardenal Cipriani realizó al rector por mandarme solo al hospital, solo porque me encontré con él -mismo Chavo: “sin querer queriendo”- en un pasillo del hospital de policías, donde me pude hacer ver gracias a la generosidad del Padre Joaquín y del doctor Ricardo Paredes, quien era muy amigo del Padre.

Recuerdo que aquel día había asistido a hacer unos análisis para ver cómo iba mi corazón, debido al problema del sobresalto de mi vena, algo que les había preocupado a los médicos al verlo, decían que era una cosa rara, razón por la cual me mandaron a hacer una serie de análisis, siendo la prueba de fuerza la última instancia, por eso, en ese momento, yo estaba esperando en una silla que se encontraba en el encuentro de los tres pasillos del ala derecha de esa zona del Hospital de Policía en el que me encontraba, mientras el médico se encontraba en el pasillo derecho, en su consultorio y con un grupo de médicos, celebrando el día del médico interno o algo parecido, mientras que en el lado izquierdo empezaba a sonar un golpe de zapatos que venía acompañado de una voz que me hacía decir: “no jodas”, las mismas palabras que usaba en mis pensamientos cada vez que veía al Cardenal en la capilla de la Catedral de Lima, en el seminario o en algún evento religioso, porque después de que un compañero de seminario me lo presentó en el patio de Los Naranjos, un domingo después de misa, no dejó de saludarme cada vez que me veía, llegando al punto de estar en círculo con algunas autoridades del seminario y otros chicos de mi año, saludando a todos hasta llegar a mi persona y preguntarme cómo estoy e irse sin seguir saludando a los otros, dejando en el aire a algunos compañeros, algo que había inspirado al director espiritual obligatorio la frase que me hizo mandarle a la mierda, un tiempo después de ese encuentro con el Cardenal en el hospital, del que quise escapar tapándome con el libro Rosarium Virginis Mariae que había llevado para leer mientras me hacía las pruebas y esperaba los resultados, cosa que no sirvió de nada, porque a pesar de que tenía la cara tapada oí como lo pasos se detenían frente a mí mientras mis oídos recibían un “Hola” que me condujo a saludar: “ah, señor Cardenal”, con cierta ganas de decirle “no joda”, y no porque me tratara o cayera mal, sino porque sabía bien que no iba a terminar en nada bueno ese saludo, y así fue. Me preguntó qué estaba haciendo ahí, le dije lo que sucedía y se asustó cuando le mencioné que me iban a hacer una prueba de fuerza. Me pidió hablar con el doctor. Le dije dónde estaba, pidiéndome que lo condujera ahí. Tocó la puerta y la abrió de inmediato preguntando por el doctor. Casi todos dijeron a coro “Señor Cardenal”, mientras que el doctor descendía avergonzado de la mesa de su consultorio, donde estaba sentado mientras brindaban con su gaseosa. El doctor salió, el Cardenal le dijo lo que yo le había dicho y el doctor le confirmó que era así, pero el Cardenal le prohibió que me lo hicieran la prueba por mi edad, salvo que fuera realmente necesario. El doctor le dijo que eso lo estaba evaluando el médico especialista y que cuando trajeran los resultados de los otros análisis me confirmarían si me iban a hacer el análisis o no. Entonces el Cardenal le dijo que estaba bien y que me tuviera cuidado, mientras que a mí me dijo que le diga al rector de su parte que si me tenían que hacer la prueba de fuerzo tenía que mandarme con alguien más, es más, que para cualquier cosa tendría que mandarme con alguien, dejándole en claro al doctor que si estaba solo no me podían hacer la prueba de fuerzo, algo que le dio cierto miedo o nervio al doctor, a tal punto que apenas el Cardenal se retiró me hizo saber de qué me podía ir y que cualquier cosa me iban a hacer saber con el Padre Joaquín para que le avisara al rector, cosa que fue así, porque el Padre Joaquín le dio los resultados al rector, quien recién me los hizo saber fin de año, el día que me invitó a irme a casa.

Al volver al seminario tuve que cumplir la orden, fui donde el rector, le toqué la puerta y no necesité decir más que “el Cardenal me dijo” para que el rector dije: “sí, ya me llamó”; y fue así como aquel suceso causó un gran revuelo en el seminario porque, para buena suerte mía, aquellos días estábamos en retiro de silencio por tres días, donde nos daban diversas charlas, meditaciones y oraciones, logrando sacar el tema uno de los formadores en plena charla, diciendo que “gracias a que el Cardenal había encontrado a uno de sus hijitos en el hospital, a partir de esa fecha nadie sale solo ni siquiera a comprar”, algo que hizo que algunos voltearan la mirada hacía mí, porque para mala suerte el único que iba al médico por esos días era yo, debido a que me ausentaba en algunos desayunos y almuerzos, logrando recibir la mejor atención de las señoras de la cocina, al punto de que un día el rector les pescó de cómo me engreían con la comida, incluyendo a la jefa de la cocina, con quienes soltaron unas carcajadas porque se suponía que yo andaba enfermo y debía comer dieta, dieta que era un buen banquete, porque aparte de servirme muy bien me trataban como en casa, con mucho amor, con bastante cariño, como para que la comida sea más deliciosa, porque el mayor secreto de un buen plato de comida es el amor, algo que había aprendido a valorar gracias a las señoras de la cocina, quienes hacían maravillas para darnos de comer delicias divinas, a tal punto que un día sirvieron un plato que parecía vómito y nadie quería comerlo al principio por su apariencia, pero apenas lo iban probando querían más.

Luego, al terminar la charla, mientras íbamos rezando el rosario, algunos se cruzaban conmigo solo para decirme: “así que tú eres el culpable”, “así que tú eres el engreído”, “así que es tu culpa”, “así que tú eres el hijito” y cosas parecidas, debido a que unos contados sabían que yo era el que iba al médico por esos días, porque algunos eran mis compañeros o porque me habían visto en la cocina fuera del horario de la comida, logrando romper su silencio con esas palabras que me hacía tener cierta cólera hacia el Cardenal, porque tampoco era para tanto, pero bueno, eran sus normas y había que acatarlas, aunque no estaba de acuerdo con ello, aunque en sí era lo mejor, por más que no era nada agradable andar recibiendo esos desagradables comentarios que empezaron a llegar desde ese momento, siendo la gota que derramó el vaso el comentario que hizo el director espiritual obligatorio, quien en una tertulia decía que ahí nadie tenía preferencia, “así sea el hijito del Cardenal”, mientras me miraba fijamente al decirlo, algo que me hizo buscarlo en su oficina para decirle que se fuera a la mierda, porque yo no era ningún hijito del Cardenal ni de nadie; y que si me quedaba era para seguir descubriendo si tenía vocación para ser sacerdote o no, porque él sabía muy bien que yo ya me hubiera ido, motivo que me llevó a decirle también que a partir de esa fecha dejaba su dirección espiritual, aunque igual iría a verlo solo para cumplir con las normas del seminario y me fui, no sin antes hacerle recordar que yo me quise ir el primer día que volví de vacaciones y que tanto él como mi formador me habían pedido que recibiera la respuesta del Señor, algo que acepté con gusto y dando lo mejor de mí, pero sin aceptar cosas que no son, porque no en vano muchas personas estaban rezando por mí, incluso ayudándome como las monjitas de la cuadra quince de la avenida Brasil, como mi prima hermana, Ofelia, con su esposo, Jaime, a quienes no dejo de admirar, porque mi prima con su gran bondad humana me hizo ver que uno debe sentir gozo al dar lo mejor de uno cada vez que se puede; mientras que su esposo es admirable porque se hizo un hombre de bien solito, a pesar de las grandes dificultades que le tocó vivir, siendo una de las personas que me inspiró a que uno puede lograr cosas en la vida sin ser corrupto ni ladrón ni mentiroso, y que uno mismo puede autoformarse con grandes y extraordinarias aspiraciones en una sociedad tan podrida por la corrupción. Y esa fueron las razones por las cuales cuando llegó la respuesta del recto me sentí un tanto aliviado, pero también un tanto molesto, porque sabía que dicha decisión no solo era solo porque no tenía vocación, sino también motivado por la cuestión de mi salud, cosa que con el tiempo logré comprender que definitivamente era lo mejor, porque finalmente hubiera terminado saliendo casi como Efrén, solo que no porque quisiera casarme con una, sino porque no era mi vocación, debido a que comprendí que las mujeres son lo más cerca que uno puede estar de Dios, por eso pienso que debemos admirarlas y venerarlas más y más, pero sobre todo cuando vemos que son mujeres madres, algo que no es fácil de lograr en estos tiempos, donde las mujeres son mamá, por el título que obtienen al tener un hijo, casi como los padres que engendran.

Lima, 03 de mayo de 2020 a las 02:01 horas

 

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