12 Años y Día 21 de Aquel Mes

Testamentum Ab Eo Tempore

Macv Chávez

Los recuerdos de aquel día suelen ser un tanto más borroso, desde la primera vez que me puse a pensar en ello, debido a que cuando sucedió no me había puesto a contemplarlo como tal, hasta que un día una persona cercana a mí me preguntó: “¿Cómo así empezaste a escribir?” Y, evidentemente, por la confianza que le tenía, más la decisión de hablar con honestidad, empecé a hacer memoria, logrando llegar al punto de inicio, un concierto en el estadio nacional por el día internacional del Sida, en aquel año, algo que años más tarde tuve que buscar en internet para confirmar que mis recuerdos no eran una ilusión, aunque, a veces todavía dudo que sea un enredo de muchas experiencias vividas.

No recuerdo cómo fue en sí, no sé si nos hicieron ir en la mañana o si fue apenas ingresamos a la escuela: al medio día, más o menos. Lo cierto es que habían delegado a los salones de tercero a quinto de secundaria para que fueran al Estadio Nacional a disfrutar del Día Internacional del Sida, porque se presentarían muchos músicos peruanos y extranjeros que darían un concierto para dicha celebración, buscando concientizar a los jóvenes en el uso del condón y la importancia de la lucha por la no discriminación a las personas con Sida, debido a que por aquellos días la noticia del Sida era como hoy lo es el Covid-19, pan caliente de la prensa sensacionalista.

Un bus nos recogió de la escuela y “todos los que queríamos un punto de más” fuimos, bueno, no solo los que queríamos un punto de más, sino también todos aquellos que celebraban no tener clases, por lo tanto, creo que fuimos más del 80% de mi salón, algo que favorecía a todos, porque ya no íbamos a tener clases aquel día, encima dos puntos más a favor, y todo gracias a la bondad del día.

Recuerdo que aquella vez yo tenían unos cuántos meses de recién llegado, era un alumno nuevo, y por lo tanto, en aquel momento, solo conocía de vista a la mayoría de mi salón, logrando hablarme en amistad solo con tres personas, cosa que siempre me ha pasado, finalmente solo suelo tener tres amigos en cada grupo de amigos que he conocido. El primero de ellos fue Luis Alberto, recuerdo que fue él quien me dio la acogida en el salón, siempre fue bastante amable conmigo -y con todos-, porque apenas me vio me invitó a sentirme uno más del salón. Además, durante todos los años que me quedaron de escuela continuó siendo mi vecino, yo vivía cerca a la escuela, lo máximo que me fui a vivir fueron tres cuadras de distancia, mientras que él todavía vive al frente. El segundo fue Carlos, quien también vivía un poco cerca a la casa o a casas de casas de donde vivía, bueno a la mitad de ellas durante mi época escolar, que se reducen a dos años, porque me he mudado muchas veces de un lugar a otro por las cuestiones económicas de mamá. El tercero fue Danny, quien si mal no recuerdo no fue ese día al concierto porque su religión le prohibía, debido a que en su religión que hoy ocupa la mayoría en el congreso decían que era música del diablo. Aunque ahora que hago memoria de sus gustos él sí gustaba de la buena música, siempre decía eso, sobre todo cuando la mayoría de mi salón solía poner su música de cerros, diría mi buen amigo, quien lo más probable -si no fue- es que haya sido porque aborrecía a la mayoría de mi salón, ya que algunos les parecían un tanto cojudos. En fin, lo cierto es que estos tres personajes fueron y son mis amigos hasta el día de hoy, a pesar que muchas veces no nos hemos visto, aunque al último que vi fue a Luis Alberto, con quien me tomé los últimos tragos antes del encarcelamiento nacional en el cumpleaños de su ahijada, donde todavía no tenía ni idea de lo que pasaba a nivel mundial, porque simplemente no miraba las noticias, esas que hoy puedo contemplar que nos trauman hasta realmente debilitarnos la vida, porque son tan paupérrimos de honestidad que decir la verdad o contradecir una “verdad” política es ser miembro de algún partido político que ha deplorado al país, porque no se apoya para nada al presidente que no deja de cometer horrores que nos llevarán a la muerte indudable y discriminadamente, mientras él se lava las manos como Poncio Pilato.

En fin, como iba diciendo, estos tres ya eran mis amigos para aquel entonces, tanto que -si mal no recuerdo- con Danny ya compartíamos carpeta, debido a que éramos -un tanto- uno de los más chancones del salón, aunque en sí lo era Danny, porque sí era un chancón, se esforzaba mucho, estudiaba realmente, al punto de que si yo he aprobado literatura ha sido por él, porque en sí él era él quien se devoraba los libros que nos mandaban a leer para hacer un resumen de lo que habíamos entendido de la obra, debido a que por aquel entonces todavía no había desarrollo ni siquiera un poquito de gusto por la lectura, algo que hasta el día de hoy me cuesta mucho, porque no suelo leer mientras pienso y pienso buscando razones para comprender mejor al mundo, motivo por el cual leo muy poco, tanto que no sé si llamarla una malformación o una buena formación de mi madre, porque ella siempre nos invitó a tener conciencia, por eso sus grandes consejos siempre fueron: “El que quiere se malogra y el que no, no”. “La comida no se mezquina ni se desprecia a nadie”, entre tantos otros que he podido recopilar en algunos de mis escritos, porque simplemente mi madre es la mejor maestra de humanidad que he tenido, porque a pesar de sus defectos como persona supo darme la mejor lección de vida: “hay que ser mejor que otros, por más que los otros te lastimen o hagan daño, uno siempre debe dar lo mejor de uno”, aunque evidentemente yo no lo he aprendido en ese sentido mártir que muchos lo pueden tomar, porque sí suelo ser muy tajante con la gente que está lista para cumplir las órdenes de Hitler, razón por la cual mi madre me suele decir que soy un tanto insensible, tanto que a veces parezco Hitler, pero no es porque sea un genocida, sino porque en sí si veo que la persona no merecen la pena, por diversas razones que iré desglosando en el camino, y digo que es mejor decir adiós, muchas veces haciéndoles decir a ellos ese adiós, pero siempre deseándole el bien, hasta que finalmente su rastro desaparece del todo, simplemente porque a veces por querer hacer un bien seguimos contribuyendo a que la persona siga haciéndose mal, algo que no deberíamos apoyar, y por lo tanto, es mejor alejarnos que ser cómplices de sus desgracias, porque una persona que no quiere ser ayudada ni aunque le caigan todas las bendiciones del mundo dejará de ver plagas en su vida, sencillamente porque anda encerrada en un círculo vicioso del que no es capaz de salir nunca, simplemente porque ya se ha acostumbrado a vivir así, por lo tanto, todo apoyo que se realice es inútil, porque simplemente es una contribución para que siga haciendo más de lo mismo, y por eso lo mejor es irse. Y por eso agradezco enormemente que Danny nunca se fuera en ese momento, porque a pesar de que sabía que debía leer, él siempre, siempre me prestó su cuaderno para revisar su resumen de la obra, aunque a veces ni siquiera le pedía, simplemente lo revisaba y hacía mi resumen de su resumen, logrando de ese modo aprobar el trabajo con una nota mayor a la de él, algo que le hacía renegar solo un momento, felizmente, porque en el siguiente trabajo pasaba lo mismo, él leía y yo leía su resumen, como de “Tus Zonas Erróneas”, “Juventud En Éxtasis”, entre otros que no recuerdo, pero creo que él celebró con gran alegría cuando una vez nos mandaron a hacer un trabajo de resumen sobre el libro “El Poema Del Mío Cid” en diferentes grupos, cosa que me llevó a tener que leer el libro para hacer el resumen, tanto que -si mal no recuerdo- el resumen de aquel trabajo terminó siendo de 171 o 71 páginas, no recuerdo bien, pero era una cosa abismal, porque me había gustado el libro y como creo que ya había empezado a desarrollar el gusto por la escritura, recuerdo que plasmé todo lo que recordaba del libro con algunas cosas que quizás me invitaba por ahí, pero en sí gran parte del libro era copia fiel, para que quede bonito y la profesora se entere de que había leído completito, y ese fue el único libro que me leí en los once años de estudios básicos y todo gracias a que Danny no estuvo en mi grupo y mi grupo eran más vagos que yo para leer. Pero igual siempre vivo muy, pero muy extremadamente agradecido con Danny por los resúmenes, caso contrario creo que hubiera tenido unas notas peores de las que ya tenía por ser vago para los estudios, tan vago que él siempre terminaba prestándome sus cuadernos -en los tres últimos años- para ponerme al día una semana antes de fin de año escolar, debido a que nunca estaba al día, algo que le inspiraba a mi madre a decir: “para eso vas al colegio, para que te estés prestando cuaderno para ponerte al día”, y eso que a la escuela faltaba raras y por raras excepciones.

Entonces, como iba diciendo, yo me encontraba con estos tres mosqueteros, porque a veces me sentía así con ellos, ya que eran mis tres amigos, aunque Danny era como un amigo aislado, en su mundo, sus pensamientos y experiencias, que a veces solía compartir conmigo, porque podíamos tener buenas conversaciones y no pendejadas como con la mayoría, y por eso siempre él fue bastante protocolar con el resto, y por ello lo veían como un alumno aislado, por más que sabía sobrellevar las cosas a buen puerto. Entonces, como iba diciendo aquel día estaba con los tres mosqueteros escuchando el concierto, mientras que un grupo de chicas de mi salón andaban chillando como gallinero alborotado, aunque en un principio nadie las prestaba atención, porque algunos disfrutaban de la música y otros como Danny, Carlos, Luis y yo conversábamos o mirábamos alrededor, aunque de seguro más hablaba con Danny, si es que fue, si no con los otros de rato en rato, mientras seguía callado escuchando la música, hasta que de un momento a otro, terminó el concierto de no sé quién diablos y empezó habladuría de no sé quién, creo que de La Chola Chabuca, porque su voz aún resuena en mi mente cuando pienso en aquel día, que empezaba a hablar de la importancia de la lucha contra el Sida, de no menospreciar a las personas que lo tuviera, entre otras cosas que suelen decir en dichos eventos, cosa que en sí me importaba un carajo, por más que oía algunas partes muy atento, para poder justificar mis dos puntos más, y lo hacía tan atento como de un momento a otro me encontraba oyendo las notas de una canción que apenas empezó a sonar pude reconocer, porque era una de mis canciones favoritas, de las que oía interminablemente, porque la repetía y repetía, una y otra vez sin casarme, mientras que el gallinero empezaba a gritar con más escándalo que la escena anterior, logrando quitarme el disfrute de los tímpanos, acto que me llevó a mirarlas y ver que una de ellas estaba con un librito en la mano, algo que me pareció un divino milagro del concierto, mientras las otras iban diciendo “hay que lindo” o cosas parecidas, esas que las mujeres suelen decir cuando ven porno para sus oídos, perdón, romance para sus oídos, porque de inmediato pregunté “¿qué carajos andan haciendo?”, porque el ruido que hacían era insoportable. “Eligiendo versos para el Slam”, contestaron a coro. Slam era un cuaderno muy famoso por aquellas épocas, donde la persona que lo hacía ponía una serie de preguntas personales, desde las más inocentes hasta las más candentes, razón por la cual -con el paso de los años- lo había bautizado como el chismógrafo de la época, porque si querías saber de alguien ahí podías encontrar datos muy interesantes, sin necesidad de recurrir a los ampayes de Magaly Medina, porque la mayoría solía contestar con la verdad que tenía. Y con este dato puedo dar fe de que Danny sí fue al concierto, porque fue con él con quien terminé poniendo el toque de sabor al Slam, algo que ya contaré más adelante.

Entonces, yo les dije “no jodan”, que no hicieran bulla y que deberían usar sus neuronas para que ellas mismas hicieran los versos, con la finalidad de que no hicieran bulla. Ellas manifestaron que era difícil, como si fueran a hablar de la teoría de la relatividad, mientras que una de ellas me retó a que yo hiciera uno en ese momento por hablador, porque lo decía tan fácil de hacer que entonces debía ser capaz de hacerlo, debido a que les había dicho que debían usar sus neuronas. Y no recuerdo que estupidez les dije, pero era con respecto a los ojos, y ellas terminaron contestando con un “Ay, qué bonito”, cosa que me llevó a decirles: “Ya ven. Usen sus neuronas y no me jodan”. “Pues hazlos tú”, me dijo una de ellas, volviéndome a retar, solo que con ganas de pegarme. Lo más seguro que sí me pegaba si le decía que no, porque si mal no recuerdo esa chica era un hígado con patas, una chica de temer, porque ahí mismo era capaz de pegarme. “¿Cuántos necesitan?”, pregunté con firme decisión de aceptar el reto y también con autoridad, porque si no el hígado con patas podría asesinarme. “20”, dijo una de ellas, como buscando no darle pies al hígado para saltar a pegarme. Y así acepté hacerlo, pero solo con una única condición: que desde ese momento se callaran para dejarme escuchar el concierto en paz, porque caso contrario iba a terminar tirándolas a la cancha si me hacían bullar, mientras que se quedaban sin sus 20 versos para el día lunes.

Finalmente ellas cumplieron con su palabra y yo pude disfrutar del pequeño concierto que dio Pedro Suárez Vertiz y otros músicos, logrando volver a casa todos juntos, aunque algunos queríamos quedarnos, pero los profesores no nos permitieron, porque nos trajeron en un bus y debían dejarnos en la escuela también. Los que se pusieron contentos con el retorno fue porque la música que presentaron ahí no era de su agrado, debido a que sus gustos musicales eran de barrio, música para el populacho, como la chicha, cumbia y esas vainas que la gente gusta para ponerse a chupar como si se fueran a morir de amor, y digo esto debido a que cuando oía a esos cantantes -sobre todo a los exponentes de la chicha- sentía que el cantante cantaba borracho, era como escuchar a los borrachitos del barrio que pasaban cantando sin que uno les entienda bien, y para canción de borrachos me quedo con los Boletos o la de Pedro Navaja, en la parte del borracho, razón por la cual no me gustaba para nada la música que oía la mayoría de mi salón, y así también no me gustaba para nada el compromiso en el que me había metido solo por querer escuchar una canción. Recuerdo que aquel día era viernes y el lunes debía presentar los 20 versos de amor para el famoso Slam, y yo de versos no tenía ni la menor idea, más allá de que un verso era algo bonito que se decía con el corazón, un concepto romántico que no estaba en mi diccionario, a pesar de que siempre fui un tanto enamoradizo, por así decirlo, motivo por el cual me metía en más de un amor “platónico”, idealizado, como buen iluso que era, tan iluso que me había comprometido en hacer versos de amor cuando eso para mí era un “ag”, algo que me causaba cierta repulsión, porque en sí el romanticismo me parecía baboso, estúpido, absurdo, debido a que nos vendían una imagen babosa del hombre enamorado, uno que solía hacer cada estupidez para que lo acepten y por tanto era incapaz de contemplar la belleza del amor y el romance en sí mismo, motivo por el cual le agarré cierta repulsión al amor sanvalentinesco, ese que me había cegado los ojos en ese momento para envolverme en un “y ahora qué hago” que me preocupaba por demás, porque no tenía ni la menor idea de cómo escribir los 20 versos, pero tenía que cumplir mi palabra, esa palabra que hoy me deja ver que en ese momento yo “no pensé que era amor y lo dejaba correr, [porque] iba atando mis manos, [mientras] me alejó del ayer y el mar que antes miraba estando solo, hoy vale nada sin ti”, simplemente porque me enamoré de escribir indudablemente y heme aquí, confesando todo lo que hice y pensé al escribir.

 

Lima, 15 de abril de 2020 a las 22:54 horas

 

Enviado por el autor.

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