Armonía

Dr. Ignacio Salom Echeverría.
Médico Internista e Inmunólogo.
Invitado de ACANAMED.

misalome51@gmail.com

El ser humano, y en este caso me refiero al Homo sapiens, ya que todos los homínidos son humanos, vive un proceso permanente que se debate entre el sufrimiento y la paz. Hay una especie de tensión entre ambos estados o condiciones mentales que, dependiendo de condiciones internas del cerebro y el medio externo, se ubica entre un estado de alegría exorbitante y el más profundo dolor psíquico. Entre ambos estados hay un abanico de matices; se calcula que existen unas ciento ochenta variantes emocionales. Reacciones en ambos grupos de condiciones mentales son a veces necesarias, por ejemplo, algún grado de estrés con el que se aborden los deberes cotidianos.

Este cerebro, puede tener entre 200.000 o 300.000 años de evolución, si lo contamos a partir del origen del sapiens, o más de 4 millones de años si consideramos los primeros homínidos que se bajaron de los árboles a la sabana en el este de África y, 65 millones de años si hacemos el jalón desde la desaparición de los dinosaurios, que dio espacio a la generación de especies más pequeñas, de donde a brincos y saltos genéticos, provenimos nosotros.

Todos los seres animales de la naturaleza están atrapados en sus necesidades alimenticias y de abrigo, así como ponerse a salvo y no convertirse en el desayuno de cualquier carnívoro. Una lucha por la sobrevivencia, que demanda no ser presa de la entropía. Nosotros, los seres humanos modernos, desde esa perspectiva somos predadores. Necesitamos del impulso vital desde el eje neuro-adrenal, para producir las hormonas que nos permitan buscar el alimento y aquellos neurotransmisores que, desde nuestro cerebro, nos confieran la saciedad, la serenidad y el gozo.

Claro que no nos hemos quedado ahí, desde épocas muy remotas, empezamos a sembrar las semillas de la moral, la ética, las religiones, las leyes, los ejércitos, las sociedades, la educación que han venido a veces a paliar, a veces a complicar las relaciones humanas y de estas con la naturaleza.

La interrelación entre los conflictos internos del sujeto y de este con su entorno, construyen circuitos neurales que nos deparan, por ejemplo, ansiedad, culpa, enojo, envidia, angustia, tristeza, sufrimiento, estrés, y condiciones más severas de alteración de la salud mental como la Esquizofrenia, Enfermedad Bipolar, Anorexia, Depresión, Autismo, Déficit atencional y muchos otros diagnósticos, más del resorte de los profesionales en el campo de la psiquiatra y la psicología. Algunas de estas patologías tienen un componente genético.

Muchos son los detonantes que contribuyen a generar trastornos de la armonía de nuestro ambiente físico y mental y de este con el entorno. Algunos provienen de nuestro fuero interno, otros se gestan desde el entorno social. La pobreza, el desequilibrio familiar, la violencia intrafamiliar, los abusos sexuales, la drogadicción y el alcoholismo, los conflictos sociales como las guerras, por citar sólo algunos. La atención de algunos de estos condicionantes pertenece al orden político, social y económico; las más severas son detectadas y tratadas por los profesionales, psiquiatras, psicólogos, enfermeras y trabajadoras sociales; otras menos patológicas, requieran del empoderamiento de las personas, para que con su aporte logren estados prolongados de paz, armonía, serenidad y gozo interior.

El ejercicio, la buena alimentación, los encuentros familiares, las amistades, la buena lectura, la creación de ambientes saludables, el contacto con la naturaleza, el apoyo a los menos favorecidos, el baile, la música, la autoestima, entre otras dinámicas, se confabulan para generar estados emocionales, estados de ánimo y personalidades, más proclives a la salud y al bienestar físico y mental.

No se puede quedar en el tintero, el trabajo que cada individuo puede realizar, aprovechando la neuro-plasticidad del cerebro, para realizar ejercicios mentales orientados a desarrollar habilidades y destrezas mentales, que contribuyan a crear y disfrutar estados de serenidad prolongados por algunos minutos diarios, obtenidos a partir de la concentración enfocada en un sólo objeto, del silencio mental y la paz interior. Este proceso implica una remodelación de las interacciones neuronales y sus neurotransmisores, en función de controlar la intensidad y la duración de emociones destructivas, así como lograr para el practicante consumado, menos exabruptos de enojo, intolerancia, miedo, ansiedad o culpa, con repercusión en estados mentales y físicos más saludables y amorosos.