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La fe no se instrumentaliza: Un llamado desde la Navidad

Glenm Gómez Álvarez
Sacerdote y periodista

La Navidad es, siempre, una invitación a pensar. La encarnación —el misterio de Dios hecho hombre— ilumina nuestra mirada sobre la vida, al incorporar en nuestra historia una lógica distinta, hecha de cercanía, de verdad y de misericordia. Cuando el Evangelio proclama: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14), afirma algo decisivo: Dios entra en nuestra experiencia humana sin reservas, comparte nuestra fragilidad y camina con nosotros en lo cotidiano.

Esa presencia cambia la forma de estar en el mundo porque nos enfrenta a una verdad imposible de eludir: si Dios tomó en serio la condición humana, nosotros no podemos vivirla con superficialidad. La encarnación nos recuerda que el poder se ejerce de otro modo, que la dignidad de cada persona es inviolable y que nuestras relaciones solo encuentran sentido cuando se construyen desde la responsabilidad y el cuidado mutuo.

Este marco resulta especialmente pertinente en Costa Rica, en medio de un proceso electoral que pone a prueba nuestra convivencia social. En momentos así, cuando proliferan interpretaciones interesadas de Jesús y de su mensaje, la Navidad nos llama a volver a su verdad. Desde esa claridad, se abre un espacio para discernir con más lucidez: cuidar la dignidad de la palabra, fortalecer la transparencia en nuestras relaciones y sostener la esperanza compartida que hace posible la vida en común.

En ese discernimiento emergen dos tentaciones recurrentes: La primera es la neutralización simbólica, frecuente en ciertos discursos progresistas. No rechazan a Jesús, pero lo diluyen: lo presentan como un humanista inofensivo, compatible con todo y, por lo mismo, exigente con nada. Un Jesús culturalmente cómodo, siempre que no cuestione ni incomode. Es un Jesús “sin encarnación”: estético, no transformador.

La segunda tentación aparece en algunos discursos de quienes se autoproclaman “conservadores”. Realizan la operación contraria: la apropiación. Se adjudican una custodia exclusiva de Jesús y lo convierten en un arma cultural, como si defender la fe fuera equivalente a defender su propia agenda ideológica. Se proyectan como cruzados modernos, convencidos de que proteger el Evangelio es lo mismo que proteger sus posiciones. Es un Jesús “militante”: útil, pero distorsionado.

Ambos movimientos —la neutralización y la apropiación— comparten un mismo error epistemológico y espiritual: buscan que Jesús legitime una agenda previa. Pero la encarnación no respalda ideologías: las desborda. No se alinea con progresistas ni con conservadores: confronta a ambos. Y no permite convertir el discurso religioso en munición retórica sin degradarlo en el proceso.

Conviene hacer una aclaración necesaria: no se trata de expulsar el Evangelio de la conversación pública. De él brotan implicaciones éticas profundas, con consecuencias humanas y sociales que interpelan por igual a todos. La dignidad de la persona, el bien común, la opción preferencial por los pobres, la solidaridad, la subsidiariedad, la justicia, la paz y el cuidado de la creación no pertenecen a la derecha ni a la izquierda; pertenecen al Reino.

Pero una cosa es dejarse iluminar por el Evangelio, y otra muy distinta pretender domesticarlo para que respalde nuestras posiciones. La Navidad, con su sobriedad y su lenguaje de humanidad concreta, nos recuerda precisamente eso: que Jesús no es un argumento, sino una persona; que su palabra no es un arma, sino un llamado; que su presencia no respalda trincheras, sino que las relativiza.

En el país se habla mucho de unidad —es la consigna de moda—, pero esa unidad es inviable mientras Cristo, el único capaz de sostenerla, sea reducido a una pieza más dentro de un tablero que solo pretende ganancias. Quizá ahí radique la mejor contribución que la Navidad puede hacer a la conversación pública en plena campaña: recordarnos que la fe no es un instrumento de persuasión, sino una verdad que interpela a todos por igual.

Diálogos por la democracia y los derechos humanos: convocatoria abierta para este 2 de diciembre

Para este 2 de diciembre se propone un espacio abierto de reflexión y análisis sobre los desafíos actuales que enfrenta Costa Rica en materia democrática y de derechos humanos. La actividad, titulada “Diálogos por la democracia y los derechos humanos”, se realizará el martes 2 de diciembre, de 5:00 p. m. a 8:00 p. m., en el Café Kracovia, ubicado en el Hotel Ave del Paraíso, San Pedro de Montes de Oca.

El encuentro reunirá a personas investigadoras, docentes y autoras que abordarán procesos políticos, legislativos y sociales que atraviesa el país. La actividad incluye:

  • Presentación del libro “Nuevas cartografías para comprender la Costa Rica del siglo XXI”, a cargo de Carolina Sánchez y Carlos Sandoval.
  • Balance del Informe del Programa Estado de la Nación, a cargo de Leonardo Merino.
  • La agenda legislativa de la extrema derecha en Costa Rica, presentada por María Eugenia Román.
  • Entrega del libro “Pensamiento crítico, totalitarismo del mercado y extrema derecha. Franz Hinkelammert, in memoriam”, presentada por Norman Solórzano.

La actividad es organizada por tres organizaciones comprometidas con la promoción del pensamiento crítico y la defensa de los derechos humanos:

  • Fundación Rosa Luxemburg
  • Voces Nuestras
  • Instituto de Estudios Sociales en Población (IDESPO) de la Universidad Nacional

La invitación es abierta al público interesado en comprender los retos que enfrenta la institucionalidad democrática costarricense, así como en promover espacios de diálogo informados y plurales.

Bukele y el ascenso de la derecha autoritaria en El Salvador: claves para comprender sus riesgos y aprendizajes para Costa Rica

Seminario UNA: Jornadas por la democracia y los derechos humanos

En el marco del seminario de la UNA “Jornadas por la democracia y los derechos humanos”, cuya actividad pública del 27 de noviembre debió suspenderse por razones de seguridad institucional, compartimos el análisis central preparado por el académico salvadoreño Carlos Molina Velásquez. El documento completo —Bukele y el ascenso de la derecha autoritaria en El Salvador: lecciones para Costa Rica— ofrece una reflexión profunda sobre las condiciones que permitieron el surgimiento del régimen autoritario de Nayib Bukele y los aprendizajes que otros países, incluido Costa Rica, deben considerar ante el avance regional de los autoritarismos.

A continuación, un resumen de los contenidos expuestos por el autor.


1. Cómo surgió Bukele: condiciones políticas previas

Molina explica que Nayib Bukele inició en la política local bajo la bandera del FMLN, combinando elementos de marketing digital, liderazgo juvenil, una cuidada imagen pública y posiciones reformistas ambiguas. Aunque sus gestiones como alcalde tuvieron resultados limitados, logró proyectarse como la única figura “capaz de transformar la política”, especialmente en un contexto donde amplios sectores estaban desencantados con los gobiernos tradicionales.

La descomposición institucional previa fue decisiva: corrupción generalizada, descrédito de la función pública, vínculos de actores estatales con el crimen organizado y el desgaste de los principales partidos políticos —ARENA y FMLN— facilitaron la aparición de un liderazgo percibido como una ruptura radical.

2. El rol de las izquierdas y del movimiento social

Una parte de la militancia del FMLN migró hacia Bukele ante la frustración por la falta de renovación interna. Otras izquierdas sociales —feministas, ambientalistas, sindicales, organizaciones de derechos humanos— vieron en él una opción “progresista” frente al desencanto acumulado, más por rechazo al FMLN que por claridad programática.

El movimiento social llegó fragmentado y debilitado a este giro histórico, tras años de tensiones y divisiones generadas por las políticas neoliberales adoptadas por gobiernos autoproclamados de izquierda.

3. Economía, remesas y narrativa tecnológica

El texto señala que la economía salvadoreña —dependiente de las remesas y con sectores productivos debilitados— fue terreno fértil para las promesas de modernidad financiera que impulsó Bukele, como el bitcoin. Esta narrativa encontró eco en una población que por décadas ha sostenido su economía familiar gracias a ingresos externos y que ve en el éxito financiero un horizonte posible, aunque incierto.

4. Pandillas, crimen organizado y Estado de excepción

Las maras habían consolidado un control territorial amplio y una presencia violenta en zonas urbanas y suburbanas. Bukele negoció inicialmente con las pandillas —como gobiernos anteriores—, pero luego emprendió una intervención militarizada que suspendió garantías constitucionales y extendió un Estado de excepción permanente.

Aunque la criminalidad disminuyó en cifras oficiales y muchas comunidades experimentaron alivio frente a la violencia, miles de personas inocentes fueron detenidas, asesinadas o desaparecidas, y el aparato represivo se consolidó como herramienta central de gobierno.

5. Desmantelamiento del Estado de derecho

Desde 2021, Bukele consolidó un control total sobre los poderes del Estado: sustituyó magistraturas, suspendió el habeas corpus y promovió una “legalización de la ilegalidad” mediante la reserva o bloqueo de información pública, deuda opaca, opacidad en la gestión de la pandemia y debilitamiento de los controles democráticos.

El régimen se sostiene mediante:

  • culto a la personalidad,

  • partido único de facto,

  • eliminación de contrapesos,

  • persecución del pluralismo político,

  • control militar de la vida pública,

  • economía concentrada en la familia presidencial,

  • desinformación masiva y manipulación emocional.

6. Fascismo neoliberal y enemigo interno

El académico clasifica el régimen como fascismo neoliberal, caracterizado por:

  • culto mesiánico al líder,

  • vaciamiento de la representación democrática,

  • construcción de enemigos cambiantes (partidos, maras, periodistas, ONG, organismos internacionales),

  • criminalización de la pobreza como categoría política,

  • movilización emocional basada en el odio y la “deshumanización del otro”.

La narrativa del “enemigo” se ajusta según la coyuntura y sostiene una maquinaria de persecución que afecta especialmente a comunidades empobrecidas.

7. Ataque a los derechos humanos

Basado en análisis de Franz Hinkelammert, Molina plantea que la política de Bukele constituye una “metafísica de la inhumanidad”, donde los derechos humanos se presentan como obstáculos irracionales que deben ser sacrificados por la “seguridad” y la “medicina amarga”.

El régimen no oculta su desprecio por los derechos humanos: los muestra como instrumentos contra el pueblo y reivindica la violencia estatal como mecanismo legítimo de ordenamiento social.

8. ¿Puede replicarse el modelo en Costa Rica?

El autor concluye que el modelo puede inspirar intentos en otros países, pero depende de condiciones muy particulares. La tarea para Costa Rica, afirma, no es caer en el triunfalismo ni en el fatalismo, sino mantener una vigilancia activa sobre:

  • debilitamiento institucional,

  • erosión del pluralismo,

  • ataques a la prensa y a la independencia judicial,

  • uso político de la desinformación,

  • discursos de odio,

  • militarización simbólica y real,

  • concentración de poder en el Ejecutivo.

El mensaje final es una invitación al análisis responsable, la organización colectiva y la acción solidaria para impedir que derivas autoritarias puedan arraigarse en el país.


Descargar el documento completo

El texto íntegro de la exposición puede descargarse aquí:
https://surcosdigital.com/wp-content/uploads/2025/11/Bukele-y-el-ascenso-de-la-derecha-autoritaria-en-El-Salvador.pdf

Lo que escribe el odio

Por Memo Acuña
Sociólogo y escritor costarricense

Hace algunas semanas fue publicado en España el resultado de un año de seguimiento en redes sociales a los discursos racistas que permean sus contornos.

Es cierto. Detrás de una opinión que no es simple, se vierten los contenidos más espurios de ataque a las personas en razón de su nacionalidad, color de piel, identidad.

Le correspondió esta vez al atacante Lamine Yamal recibir calificativos como “moro de mierda” o “Mena”, según el Observatorio contra el racismo y la xenofobia de aquel país europeo. En el último año el jugador barcelonés concentró el 60% de los insultos racistas.

El otro jugador receptor de tales agravios es el brasileño Vinicius JR, contra quien incluso se han proferido insultos que han llegado a detener partidos y expulsar a quienes lanzaron los gritos desde las graderías.

Para que tengamos una dimensión real del significado del racismo hacia Yamal, la palabra “Mena” fue instrumentalizada por la derecha española para hacer referencia a cualquier persona con aspecto magrebí.

Ya su uso empezó a descuadrarse al vincular a los Menores Extranjeros No Acompañados que llegaban a países como España, Francia e Italia con peligro y delincuencia.

Rápidamente, como suelen ser las ideas del radicalismo de derecha, su significado alcanzó connotaciones racistas que pronto abordaron las canchas de fútbol.

Lo que el odio escribe y pregona es la barbarización del otro hasta restarle su humanidad. En tiempos donde justamente la humanidad vive uno de sus períodos más complejos, estos discursos deben ser erradicados y restados en su poder. Empezar por ejemplo a negarlos, eliminarlos como opción para que no vuelvan a tener espacio en ningún lugar con resonancia.

Esa es la tarea.

Un país que ya (casi) no existe

Por Memo Acuña
Sociólogo y escritor costarricense

Parafraseo al gran Roque Dalton en esta columna. Lo hago desde el más absoluto de los miedos sobre lo que somos y estamos a punto de llegar a ser. “País mío no existes”, dice Dalton con gran elocuencia.

Tiene razón.

Si con la narrativa del odio politico y a la institucionalidad democrática no nos fuera suficiente, quedan aún otras formas de legitimar la desigualdad cultural, exhibir un racismo solapado en una supuesta comunidad de iguales que ya no lo es más. Non existe más.

La semana anterior se conoció de un mensaje puesto en circulación en redes sociales que a la letra decía lo siguiente: “Necesito recolectores de café, si alguien tiene indios desocupados le agradecería que me lo preste para avanzar y no se caiga el café”.

A todas luces, la subjetividad que aquí se dibuja es una subjetividad negada, cosificada, mercantilizada. Este discurso no es casual en un país (que ya casi no queda) en el que el otro continúa siendo menguado en razón de su origen, etnia y color de piel.

Por otro lado, la subjetividad que enuncia se ampara en siglos de exclusión, hegemonía blanca, poder cultural.

En el contexto de pandemia la situación de la recolección de café fue un tema central que hizo emerger la importancia de las manos recolectoras provenientes de Panamá y Nicaragua. Ante el cierre de fronteras, los productores nacionales apelaron a convocar a la mano de obra nacional con un éxito reducido.

Pero entonces, como ahora, el reconocimiento al otro se estructura sobre la base de su rol económico, nunca como subjetividad y colectividad sociocultural.

En una época en la que el escenario de la confrontación y la descalificación oficial a los contrarios está pautado, estas narrativas racistas constituyen una más de las vergüenzas que nos tocó escuchar.

“Antes creía que solamente eras muy chico que no alcanzabas a tener de una vez Norte y Sur, pero ahora sé que no existes y que además parece que nadie te necesita”. Dice Roque en su texto. Yo creo ciertamente que hemos perdido ese país y que para encontrarlo toca, una vez más lo declaro, refundarnos desde el fondo.

«Su batalla cultural y la nuestra» de Fernando Buen Abad

Henry Mora Jiménez

La disputa por los significados

Hasta hace algunos días pude leer el artículo “Su batalla cultural y la nuestra”, del filósofo mexicano Fernando Buen Abad (publicado a inicios de julio pasado en LaRedH). Creo que la propuesta de Buen Abad merece al menos un comentario de nuestra parte.

¿De qué hablamos cuando hablamos de «Batalla Cultural»?

El término «Batalla Cultural» se ha vuelto central en el discurso de políticos, medios de comunicación y redes sociales a nivel global. Originalmente, es un concepto que las derechas y los sectores conservadores utilizan para describir su lucha contra lo que ellos llaman una «hegemonía progresista» o «dictadura progre» que, según alegan, domina espacios como la educación, los medios, el arte y las leyes. Afirman estar resistiendo para defender «valores tradicionales» como la familia, la patria y la libertad, que sienten amenazados. El artículo analiza esta estrategia no como una defensa genuina, sino como una poderosa ofensiva ideológica para mantener el control sobre los significados que estructuran nuestra sociedad.

El análisis de la «Batalla Cultural» de la derecha y la propuesta de respuesta

Fernando Buen Abad explica que, desde un punto de vista de izquierdas, esta «batalla» es en realidad una disputa por el poder simbólico: es una guerra por controlar el significado de las palabras, las narrativas y las emociones que dan forma a nuestro sentido común.

¿Cómo funciona la estrategia de la derecha?

Se presentan como «rebeldes»: Aunque suelen detentar el poder económico y político, se pintan a sí mismos como víctimas de una élite cultural progresista dominante. Esto es una inversión del concepto de «hegemonía cultural» de Gramsci.

Usan palabras cargadas y emocionales: Emplean significantes como «libertad», «adoctrinamiento», «ideología de género» o «marxismo cultural» de manera flexible. Estos términos no tienen un significado fijo, sino que se llenan de contenido emocional (miedo, indignación, nostalgia) para movilizar a la gente. Por ejemplo, «libertad» puede significar para ellos libertad de mercado o de no pagar impuestos, no la libertad social o la libertad de expresión.

Construyen un «enemigo»: Crean la figura de un «Otro» negativo (la feminista, el migrante, el maestro «adoctrinador», el «comunista») que funciona como una amenaza unificadora para su base.

Dominan las redes sociales: Su batalla se libra eficazmente en plataformas como TikTok, YouTube y con memes. No apelan a la razón con datos, sino a la afectividad y las emociones con relatos simples, gestos e imágenes virales, ganando terreno especialmente entre audiencias jóvenes.

La propuesta: Nuestra batalla cultural
Frente a esto, Buen Abad argumenta que la izquierda no puede limitarse a denunciar hechos o defender instituciones. Debe aprender a disputar el sentido. Esto significa:

– Producir símbolos, relatos y prácticas alternativas y emancipadoras.

– Romper las asociaciones de ideas que impone la derecha (ejemplo: feminismo = destrucción de la familia).

– Apropiarse de los lenguajes populares y generar contra-narrativas deseables, no solo verdaderas.

– Entender que la política es, también, una lucha por los significados que organizan la vida social.

La importancia de este análisis para entender la realidad de Costa Rica

Este tipo de análisis es también de enorme importancia para Costa Rica porque nos permite decodificar la política actual más allá de la superficie. El país no es ajeno a esta «batalla cultural» global. Discusiones intensas y polarizadas sobre la educación sexual, el lenguaje inclusivo, el papel de la religión, las instituciones, la identidad nacional (Tercera república) o la figura de los sindicatos son reflejo de esta misma disputa por el sentido común.

Entender que detrás de eslóganes emocionales y campañas en redes hay una estrategia semiótica organizada para resemantizar conceptos como «familia», “liderazgo” o «libertad», nos ayuda como ciudadanos a:

No caer en polarizaciones simplistas: Permite analizar críticamente los mensajes, identificando los intereses reales que hay detrás de un discurso que se vende como «rebelde» o «antisistema».

Comprender la raíz de los conflictos: Muchas tensiones sociales no son solo sobre leyes o economía, sino sobre qué valores y significados queremos que definan nuestra sociedad.

Exigir una disputa de ideas más robusta: Empuja a quienes defienden propuestas progresistas, de justicia social o de emancipación humana a comunicarlas mejor, con narrativas potentes y emocionalmente resonantes que conecten con la gente, yendo más allá de los informes técnicos y las declaraciones académicas.

En esencia, este marco analítico nos da herramientas para ser ciudadanos más críticos de la información que nos ahoga y participantes más conscientes en la vida democrática costarricense, reconociendo que la lucha por el poder pasa, inevitablemente, por la lucha por el significado de las palabras con las que entendemos el mundo.

¿Dónde nos encontramos?

Por Memo Acuña
Sociólogo y escritor costarricense

A lo largo de estos años en los cuales he compartido mis reflexiones y análisis, un tema ha sido recurrente no solo por su importancia sino porque ha aumentado en intensidad.

Me refiero a la pérdida del espacio público en Costa Rica como constructor de sentido, de pertenecía y de socialización. Esas ideas también. Las he expuesto a los medios de comunicación que me consultan cada cierto tiempo por la violencia en carretera, la ausencia de diálogo y cortesía, la ira tras el volante.

En el país es claro que algo ha cambiado. Una rápida revisión a las notas de los medios de comunicación nos habla de ajusticiamientos, balaceras, zafarranchos y otras acciones en los que media el conflicto, la defensa de territorios y negocios ilícitos y la disputa por ese espacio público donde antes se construía comunidad y horizontalidad.

Hoy hay miedo a salir, a encontrarnos. Es cierto que la proliferación de actividades relacionadas con la naturaleza como el senderismo, por ejemplo, resultan una alternativa posible más no al alcance de todos y todas. Algo tendremos que hacer para volver a encontrarnos.

Pero si esto pasa a nivel general, siento mucha perplejidad al notar que en actividades que debieran mostrar vigorosidad en ese espacio público amplio y necesario, la tendencia más bien es, al contrario.

Hablo por ejemplo de mi universidad, a la que quiero tanto. Mi impresión es que ese espacio público ha sido pulverizado por las formas. Ciertamente las tecnologías de la comunicación, las transformaciones en las dinámicas laborales y los efectos desactivadores de la pandemia han producido cierto “achatamiento” de ese espacio necesario. Es que ya ni en las propias redes institucionales nuestras podemos hablarnos, porque no hay lugar para el debate en ellas.

Es prudente no confundir, desde luego, la amplia y variada oferta de conferencias, mesas redondas, talleres, clases magistrales con eso que yo llamo el espacio público universitario aniquilado. ¿donde nos encontramos? ¿Cómo socializamos? ¿Dónde y cómo discutimos el futuro de nuestra universidad, de nuestras facultades? ¿De nuestras escuelas?

Sé que se hacen esfuerzos, pero no alcanzan. En definitiva, mucha de la despolitización que se siente tiene que ver con esas lógicas de silenciamiento y poco apalabramiento.

Algo urgente como un “Resetearnos” podría ser la respuesta. Resignificar la lógica de las comunicaciones, para que la virtualidad sea una excepción y no la constante, volver a encontrarle al concepto de “opinión”, eso que significa justamente: la emisión de un mensaje, el intercambio de ideas, el fondo por la forma.

Volviendo al nivel social, esas formas de encontrarnos de nuevo son urgentes y necesarias. Reconstruir ese pacto social que una vez fuimos.