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Sección número 17 de la novela LA RUTA DE LOS HÉROES

Adriano Corrales Arias

Anteayer fue la refriega de verdad. Cerca de las 9 de la mañana se recibió un parte urgente. El Jeneral Mora mandaba replegar la tropa hacia Rivas porque el propio Walker los había atacado. Avisados todos a una voz exclamamos: ¡Viva Costa Rica! ¡Muera el invasor de nuestro suelo! Y dando un beso a nuestras cantimploras o calabazos con coñac “martum” o cususa, jefes, oficiales y soldados, partimos aceleradamente dejando medio batallón al mando del coronel Alejandro Escalante. Llegamos a Rivas cerca del mediodía. La cosa estaba fea. Había mucho muerto del lado nuestro. Los filibusteros que habían atacado por la madrugada de sorpresa se habían refugiado en un mesón. Nos acuartelamos en una gran casa cerca del Mando principal. Me contaron que mi Mayor don Juan Francisco Corrales, que había regresado la noche anterior, cayó valientemente espada en mano en la calle que teníamos al frente. Nos tenían a fuego graneado desde el mesón y los techos de otras casas. Se escuchaban las voces de los oficiales enemigos. ¡Un cañón, un cañón, tomad aquel cañón!, gritaba alguien que luego, según traducción de Barillier, supe era Sanders, uno de los mejores capitanes de Walker. ¡Ya tenemos artillería! ¡No tenemos fuego para prender la mecha!, le respondían. Desde la casona donde estábamos presencié el acto heroico de Juan Santamaría. Lo vi desprenderse del cuartel donde estaban los compañeros de Alajuela, los que estaban al mando de don Juan Francisco Corrales; llevaba una tea, atravesó la calle y la aplicó al alero de una esquina del mesón. Regresó sano y salvo. A rato lo vi salir de nuevo y hacer lo mismo, pero esta vez, al retirarse, cayó hacia media calle. No tengo palabras ni fuerza para contar todo lo demás. Estoy muerto en vida. Después de la partida de Juan y del incendio el tiroteo fue más intenso. Toda la noche pasamos en refriega. Hoy como a las cuatro de la mañana los filibusteros huyeron dejando muchas bajas. Los perseguimos hasta las afueras y en la carrera recibí un balazo en el muslo derecho. Por suerte, como estábamos agotados, se dio la orden de regresar a recoger heridos y enterrar a los muertos. Hubo mucha mortandad. Hiede a azufre, pólvora y carne chamuscada, a podredumbre, a infierno. Según el capellán, don Francisco Calvo, mi herida no es grave y sanará pronto. Por dicha y gracias al consejo del Dr. Don Carlos Hoffmann, me han dado una cantimplora casi llena de coñac “martum” para poder dormir.

**(De la novela LA RUTA DE LOS HÉROES de Adriano Corrales Arias, BBB Producciones, 2017).

Enviado por el autor.

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Adriano Corrales Arias, la ruta de los héroes