Congreso de hidroeléctricas en Costa Rica y la farsa de las “energías limpias”

Osvaldo Durán Castro

Asoc. Proyectos Alternativos/PROAL-FECON-REDLAR

Sociólogo, profesor ITCR

En la “Conferencia sobre cambio climático (COP25)” recientemente celebrada se anunció que, en nuestro país, en el año 2021, se realizará el “Congreso Internacional de Hidroelectricidad”, con el lema “Energías renovables trabajando juntas en un mundo interconectado”, auspiciado por el Gobierno de Costa Rica. La escogencia de Costa Rica por parte de la COP25, o la oferta que no sabemos si fue del mismo Gobierno, responde a la visión “ambiental” y falaz de que las represas son energía “limpia, verde y sostenible”.

El problema energético y la generación de electricidad, en cualquiera de sus formas, responden a la visión de sociedad que defendamos y por tanto no están aislados o fuera de contexto. Cuando por ejemplo la burocracia técnica de la Comisión económica para América Latina, CEPAL, dice que “la región podría crear un gran sistema interconectado, pero para eso habría que modificar o ampliar las infraestructuras. Ahí está la gran oportunidad para invertir” y exalta que “Gigavatios, más gigavatios es lo que se necesita en América Latina”, (https://elpais.com/economia/2015/04/24/actualidad/1429894886_485908.html), es claro que alienta un modelo económico expansivo que requiere hacer uso intensivo de los ecosistemas, lo cual está asociado a toda la maquinaria financiera y política para promoverlo. Eso es imposible sin la competencia de los gobiernos y ninguno de ellos diría que construye represas o cualquier otro tipo de infraestructura energética, fuera de estándares “ambientales”. Todo queda ajustado y legalmente justificado, incluidos, claro está, los estudios de impacto ambiental. Pero los impactos de las represas en todo el planeta han sido letales por la destrucción social y ecológica provocada.

Podemos coincidir en que la agenda ambiental/climática es muy compleja, pero esa complejidad depende de qué definamos como problemas “ambientales” y cómo los atendamos. En realidad, lo que padecemos son las consecuencias del modelo de crecimiento económico ilimitado con aumento cada vez más grosero de la inequidad social. Esos no son problemas del “ambiente”; son los resultados provocados por la visión errada y las prácticas gubernamentales y empresariales en la mayoría de los países, que nos están llevando al abismo.

En general, ningún programa de “compensación de emisiones”, “energías limpias”, “carbono neutralidad”, etc, podrán detener la crisis que viven las sociedades y el planeta, porque no atienden el origen de los problemas. La crisis que vivimos es provocada principalmente por los países del norte del mundo por sus modelos de producción y consumo voraces a los que las élites de esos, y de nuestros países, han sometido al planeta. Hace unos años, cuando Donald Trump anunció que Estados Unidos abandonaría los acuerdos de París, los titulares del mundo alabaron la frase del presidente francés Macrón: “No importa donde vivamos, tenemos la misma responsabilidad”, lo cual no era más que una sugestiva falacia; una democratización de desastre, y una difuminación de la culpa, porque colocaba a toda la gente como igual; con la misma responsabilidad, y evadía señalar a quienes más responsabilidad tienen, empezando por ellos mismos, como generadores del desastre que vivimos todo.as. En todo caso esos acuerdos, como muchos otros documentos, no hacen más que plasmar “deseos” y obviedades, y nunca exigen nada ni a los gobiernos ni al mundo corporativo; hacer algo concreto es “voluntario”. Es lo mismo que ocurre cuando en el Foro de Davos, los multimillonarios y las corporaciones, dicen que el mundo es cada vez más inequitativo. Un papel más, y nada de acciones para cambiarlo. “Nada cambiará en Inglaterra, excepto el clima”, como dijera el escritor Oscar Wilde.

En el modelo de economías y sociedades que vivimos todo puede llegar a ser “sostenible” gracias a que los discursos se crean, se diseminan y se imponen en el imaginario de la gente como verdades; como la “verdad oficial”. Costa Rica es especialista en esto. Hasta la pesca de arrastre puede ser sostenible. Los monocultivos pueden ser ambientalmente implementados. La subasta del agua puede justificarse. Las energías sucias, como la solar, pueden devenir en limpias y verdes, porque se divulga la tecnología de punta, pero nunca se explica la hecatombe ecológica y social que provoca la extracción del litio, el “oro blanco” moderno, usado para las baterías de almacenamiento.

En Costa Rica podemos enumerar decenas de ejemplos de incongruencias entre el discurso del “país verde” exhibido en los escaparates del márquetin internacional y la realidad nacional. Todo se puede justificar legalmente, porque ser “ambientalista” muchas veces no es más que ajustarse a estándares legales, oficiales y asumir como válido y bueno lo que en realidad destruye. Para eso están las regulaciones de entidades como SETENA; para muchas veces hacer viable lo que de ninguna manera debería construirse. Ésa es la diferencia sustancial entre regular y limitar; entre lo ambiental y la justicia ecológica y social, estas 2 últimas absolutamente ligadas. Todo puede quedar perfectamente alineado con postulados verdes, y con eso la oficialidad y el espectro empresarial/corporativo estarán satisfechos, más no los pueblos y los ecosistemas a los que, de paso, ya es tiempo de adjudicarles derechos propios.

Cuando logramos la suspensión del PH Diquís (https://surcosdigital.com/ph-diquis-en-suspenso-un-triunfo-social-y-una-oportunidad-para-cambiar-el-modelo-electrico-de-costa-rica/) reafirmamos lo que hemos señalado desde hace muchos años: LA ÉPOCA MUNDIAL DE LAS REPRESAS YA PASÓ, y en paralelo, que Costa Rica requiere un nuevo modelo eléctrico sustentable, inclusivo de la gente y participativo; no uno excluyente y destructivo como ha sido hasta hoy. Debemos reorientarnos hacia un modelo ecológica y socialmente sustentable que sustituya y supere el que tenemos hoy “ambientalmente sostenible”.

Afiche de Allan Sojo García/Pacuare.

Los éxitos comunitarios del año 2019 como la suspensión del Diquís, la liquidación del PH San Rafael en Pérez Zeledón de la empresa nacional HSolís, (https://youtu.be/2vUTCys7DSk) y el freno a los PH Bonilla 510/6.1 MW y PH Bonilla 1320/5.4 MW en Turrialba, de la misma constructora (https://surcosdigital.com/ni-una-represa-mas-en-turrialba/) demuestran sensatez y reconocen que la generación de electricidad nacional debe ser reorientada. (En el caso de los PH Bonilla, las comunidades y organizaciones sostenemos la alerta pues ni el MINAE ni el ICE, que firmó contratos de compra de electricidad con la empresa, han emitido un dato oficial sobre la liquidación de los mismos).

Suspender Diquís (no liquidarlo), no dar conveniencia nacional al PH San Rafael y frenar los 2 PH Bonilla, han sido decisiones acertadas de esta Administración y en particular del MINAE y su ministro Carlos Ml. Rodríguez, pero que no son unilaterales, si no que responden a los argumentos técnicos y luchas de las comunidades y organizaciones sociales por más de 3 décadas y en la actualidad. Esto demostró oportunidades de coincidencia. Podríamos decir también que el anuncio del ICE de no construir más represas es un reconocimiento de la necesidad técnica y la urgencia ecológica de detener la destrucción de los ríos y sus ecosistemas asociados y de respetar los derechos de las comunidades, aspectos que desde el ámbito civil hemos sostenido por décadas. Otro asunto de fondo por discutir es con cuáles fuentes energéticas y en qué condiciones será atendida la demanda nacional. Es un problema que habrá que resolver, y si hay diálogo al respecto, la sociedad costarricense dará pasos importantes hacia los nuevos modelos de energía y electricidad que requerimos.

Esos son elementos del nuevo contexto de avances hacia el respeto de los ecosistemas y las comunidades, en el que el Congreso Internacional de Hidroelectricidad del 2021 para promover las represas, resulta un anacronismo, un sinsentido y una contradicción con lo que el mismo MINAE ha avanzado. En el mundo entero la destrucción, y no construcción de represas, es la tendencia prevaleciente. En Europa los estudios demuestran tan solo el 40% de las represas operan eficientemente, y el plan previsto es demoler hasta 30.000 de éstas, lo cual tendrá impactos positivos extraordinarios para los ecosistemas y las economías locales por la recuperación de los ríos y las nuevas oportunidades de economía de pequeña escala, asociadas con los ríos vivos y libres y no con los estanques (muchas veces hediondos y llenos de basura) como siempre han dicho sus promotores.

Lo mejor que puede hacer el Gobierno, y en este caso el MINAE, es desistir de realizar ese evento en Costa Rica. Ya no existe manera de justificar la promoción de las hidroeléctricas como energía “limpia”, “verde” o “renovable” a la luz de las evidencias de destrucción. Solo para titular, sabemos que los llamados “caudales de compensación” o “ecológicos” del 10 o 20% o el porcentaje que sea del flujo de un río, son la forma elegante en que los promotores de los PHs intentan ocultar su deterioro irreversible y hasta su muerte. En todo el planeta la multimillonaria “industria” de los estudios de impacto ambiental insiste en que esos “caudales mínimos” evitan la destrucción de los ríos y de elementos naturales asociados con ellos. A esto se suman todas las formas de usurpación, irrespeto y violación de derechos de las comunidades y, en muchos países, el desplazamiento forzado de comunidades enteras, la persecución y los asesinatos de gente opositora.

Desde las organizaciones sociales y las comunidades que soportan todos los impactos destructivos por las hidroeléctricas, la posición ante el Congreso Internacional de Hidroelectricidad del 2021 es y será de rechazo absoluto.

Ojalá que contrario a promover cualquier tipo de hidroelectricidad, encontremos espacios de diálogo y coincidencia para que Costa Rica inicie su propia era de demolición de represas y busque, como corresponde, un modelo energético inclusivo, justo y respetuoso de los ecosistemas y de la gente.

Si algo podemos sostener desde el mundo comunitario es que nunca, ni las empresas estatales ni las privadas, locales o transnacionales, han respetado los derechos de las personas, de las comunidades y de los ecosistemas. La historia de oposición a las hidroeléctricas es muy voluminosa en el mundo y por supuesto en Costa Rica. Y en todas las oportunidades que se ha logrado frenarlas temporalmente, condicionarlas o impedirlas, ha sido, exclusivamente, porque la gente se ha organizado, ha defendido sus derechos y logrado torcer el brazo de las entidades estatales y las empresas, tras incansables y desgastantes alegatos y disputas legales, técnicas y políticas. Los casos mencionados de suspensión del Diquís, la liquidación del PH San Rafael en Pérez Zeledón y el freno a los PH Bonilla 510/6.1 MW y PH Bonilla 1320/5.4 MW en Turrialba, son la mejor muestra reciente de que si las personas no enfrentan a la institucionalidad y a las empresas, sus derechos y los de los ecosistemas son simplemente arrasados. ODC.

Enviado por Osvaldo Durán Castro.

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