Crónica – El Grande

Publicado en redes sociales el 30 de marzo de 2011,
un día después del partido Argentina-Costa Rica en el nuevo Estadio Nacional, en San José

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Transcurridos dos minutos de partido, un jugador tico levanta por los aires a un colega argentino.

La Tribuna se enardece y grita eufórica; mi padre recuerda, como si fuera ayer, que así sonó el estadio cuando empezando el partido él mismo le quita un balón al mítico Garrincha. Lo que dice, como me lo dice, donde me lo dice, para mi vale más que el barullo mediático, la estría boba y sosa de un sistema institucional deportivo que gatea en las artes del negocio transnacional que significa ahora el futbol en el planeta.

A partir de allí, el escenario adquiere para mi otra dimensión. Me dedico a recordar los incontables momentos en los que mi padre y yo asistimos en comunión a los partidos en el viejo estadio nacional. El ritual de la preparación, las madrugadas viajando de Heredia a La Sabana, los sanguches solidarios con el termo de café para aguantar la jornada. Esta vez, no fue una bolsa entera, pero si un par para cada uno, como correspondía. Para la ocasión.

Me reviste una emoción profunda estar sentado con una persona que vivió momentos de gloria al tocar cada balón, al ser ovacionado cuando venció a la legendaria araña negra, cuando se paseó junto con Carlos Alvarado, Juan José Gámez y Marvin Rodríguez por varias canchas en el mundo. Para él, y para mí, daba lo mismo que fuera Argentina, Brasil o Islas Guadalupe. Era un encuentro con la historia, con su historia personal que en cierto momento fue de todos también.

Ajenos al bullicio romano sobre si jugaba o no jugaba el ídolo de barro, nos concentramos cada uno, en silencio, en recordar lo que valía la pena recordar. Minutos antes, como siempre fue, nos abrazamos para cantar ese himno que he visto tantas veces mancillado por intereses espurios y pueriles; pero lo cantamos como se debe cantar una canción profunda y sincera para renovarnos los votos de compromiso con este país que se nos cae a pedazos; pero también, lo escuché cantar respetuosamente el himno de Argentina, desde la A a la Z; «es que antes, la educación era otra, eran otros los valores y nos enseñaban los himnos de varios países». En ese momento mi padre era un argentino más. Y yo lo escuché en silencio.

Luego todo transcurrió en cámara lenta, en super 8, en celuloide; la euforia, el ritus de la entrada, el miedo escénico de una selección desconocida jugando contra otra selección desconocida. Y los recuerdos fluyeron. Hablar de fútbol con alguien que sabe de fútbol es exquisito y yo lo tenía a la par, conmigo, entre tanta bullaranga comercial.

Caí en la cuenta de que el partido era lo menos que me interesaba. El pequeño ídolo de barro hizo su show, ayudado por los medios de comunicación deportivos y por unos cuantos jugadores ticos que escogieron un mal momento para saludar a su ídolo; pero el grande, el ídolo de verdad, estaba a menos de un metro de distancia, recordando, con agua en sus ojos, los momentos de gloria que no se olvidarán jamás.

El pequeño es una máquina de hacer millones; el grande, es una máquina de hacer sueños. Y el mío ya se cumplió.