Cupido Entre Líneas

Macv Chávez

Mis clases en Cepeban marchaban conforme podía destinar dinero al pago de la media beca del instituto, sin descuidar las cosas del hogar. Durante tres ciclos me tuvo que aguantar dicha institución, aunque en los dos últimos mi paso por dicha institución casi fue de visitador médico, gracias a que había empezado mis dizque prácticas profesionales como asistente administrativo en Solidaridad en Marcha, una ONG, y todo por haber ido a la cena que realizó Rubén Díaz Hartley y su esposa Patricia para ver el video de su boda, junto al Padre Mario y Javier Cusihuamán, los acólitos, con la ausencia de Pablo Contreras, debido a que tenía clases en la universidad.

Recuerdo que cuando empecé a hacer mis prácticas con Rubén, luego de que me preguntó qué hacía por la vida, donde le contesté que estudiaba administración bancaria, mientras le devolvía la misma pregunta, respuesta que adelantó Patricia con un “Tacaño con Título”, por no decir economista; las cosas se complicaron para mis estudios, porque me era un tanto complicado llegar todos los días a tiempo, pues algunas veces llegaba quince minutos después como también a la mitad o pasada la mitad, logrando no entrar a algunas clases, a tal punto que, a finales del segundo ciclo, un viernes falté a clases de contabilidad y el lunes teníamos el mismo curso, algo que me puso en ocio aquel día, cosa que me inspiró en usar ese tiempo para transcribir en un cuaderno mis dizque primeros escritos “poéticos” para dejar de tenerlos en hojas sueltas, hasta que de un momento a otro, como nunca, entró el director académico de la institución para conversar con el profesor, quien le comentó que la clase de ese día era un ponerse al día, porque penosamente la mayoría había faltado el día viernes por razones laborales, dando como resultado a dos alumnos con toda la clase del viernes, sin la que no podíamos avanzar, porque era un ejercicio constante, algo que a él le fastidió un poco, y empezó a mirar las carpetas de todos los alumnos, hasta llegar a la mía, donde enfurecido bramó diciendo que ¿cómo era posible que yo estuviera haciendo otra cosa en clases de contabilidad? Algo que pude explicar de forma sencilla, o sea, con la serenidad del caso, cosa que pude haber mantenido si es que no hubiera continuado con su fastidio diciendo que al menos debería de tener mis hojas contables en vez de estar haciendo otra cosa, algo que me fastidió demasiado, porque el tono de su voz se había intensificado por demás, cosa que me inspiró a mirarle a los ojos y decirle: Y usted, ¿cómo sabe que no tengo hojas? ¿Quiere que las saques y no haga nada? Pues bien, así será; y en ese momento mi cuerpo dio medio vuelta, cogí mi mochila, la puse en mi carpeta, guardé mi cuaderno y hojas sueltas, para finalmente sacar un paquete de hojas contables, las que había comprado el domingo al encontrar a una conocida que vendía las hojas, junto el cuaderno en el que transcribía los dizque poemas, y lo puse sobre la mesa antes de decirle: Está bien, si quiere que no haga nada y que tenga las hojas encima de la carpeta, las tendré, mientras espero que mi compañera termine de corregir algunos errores que había encontrado en su hoja contable. Y dicho esto el director académico se marchó sin decir ni una sola palabra. Acto seguido el profesor me miró fijamente antes de decir: Chávez, te pasaste. Un poco más y le pegas al director; y yo solo atiné a decirle: ¿Quién le manda a hacer juicios que no debe y a hablar tan fuerte? Eso sí que no se lo permito a nadie. Y todos se echaron a reír, y continuamos con la clase.

Después de ese día pasé a ser el Sr. Chávez para el director académico, quien siempre que me veía me saluda con respeto, aunque mi profesor siempre decía que lo hacía con miedo, algo que un día de café con otros profesores lo compartió cuando me vio llegar temprano y se sorprendió por ello, logrando mostrarme como el alumno al que el director lo saludaba con respeto por miedo, cosa que sucedió aquel día, cuando estaba conversando con ellos y el director fue al cafetín a comprar algo para comer, algo que le sirvió al profesor para decir: ya ven que les decía la verdad. Y todos se echaron a reír, mientras que yo me dirigía a mi salón, para una clase que no recuerdo.

Por otro lado, debo confesar que la institución tenía ciertos inconvenientes con algunos profesores, sobre todo con el que nos enseñaba  macroeconomía y microeconomía en el tercer ciclo, quien siempre llegaba pasando los 15 minutos, normalmente, otras veces lo hacía más; y nos tocaba dos veces a la semana a primera hora, los miércoles y viernes; tanto que de ese modo logramos instaurar los viernes de quince minutos de tolerancia o juerga, es decir, lo esperábamos quince minutos y sino llegaba nos largábamos, algo que hicimos cerca de un mes, hasta que un día nos prohibieron la salida, porque hasta ese entonces salíamos con la excusa de que nos íbamos a sacar copia a la vuelta del instituto para la clase del día, algo que se hacía muchas veces para varios cursos, solo que cuando nos tirábamos a la fuga lo hacíamos con la mochila, algo que al vigilante le prohibieron, pero como ese día yo estaba con toda la adrenalina del caso me aproveché de mi fama de achorado o rebelde y me animé a decirle a Williams que me diera su mochila versión mochilero, donde metí 8 mochilas y me dirigí a la puerta, y el de seguridad me dijo que no podía salir con mochila, porque el director académico lo había prohibido, cosa que me dio la idea de decirle que no se preocupe, y que cualquier cosa le diga al director que el Sr. Chávez fue el que dijo que se iba, y que se iba a su casa porque le daba la gana, porque así como pago para estudiar, también puedo decidir pagar para largarme de la clase que me dé la gana; y el vigilante me abrió la puerta y me marché con la mochila de la mayoría, indicando que le haría saber así y yo le dije que estaba bien, porque era la verdad. Los otros salieron con la excusa de sacar copias, y después nos fuimos al billar, donde todos me decían que no creían que iba a salir, y yo les dije que claro que sí, porque tampoco el vigilante me podía retener, más sabiendo que el director me tenía respeto o miedo, y se echaron a reír, recordando ese momento, cuando le puse en su sitio con el mismo tono de voz con el que él me estaba hablando. Y luego de eso, a algunos les entró la curiosidad de saber qué demonios era lo que yo estaba escribiendo en ese momento, como para haberme molestado tanto, pensando que era alguna tarea de algún curso; y les dije que eran mis dizques poemas que tenía en hojas sueltas para que no se sigan perdiéndose ni malogrando, logrando causar gracia en la mayoría; y prácticamente desde ese entonces Erick, un compañero, me empezó a pedir que le ayudara a conquistar a una chica que quería caerle, cosa que en principio lo tomé como una forma de escribir más cosas, algo que luego cambió a que no le iba a escribir todo yo, porque me resultaba falso que le diera como suyo un poema que no tenía nada de su ser, y de ese modo dejó de pedirme. Al poco tiempo se flechó de otra chica y me pidió nuevamente el favor, razón por la cual le dije que no lo haría si es que él no me decía qué cosas quería expresarle, en mayoría siempre terminaba en me gustan tus ojos, cómo me miras, caminas y cosas que son tan comunes como los te amo o te quiero o me gustas cuando intentas decirlo por voz de otros.

De ese modo empecé escribiendo para otros usando la voz de ellos, aunque simplemente las palabras fueran más comunes de las que yo usaba, porque eran cosas que todo el mundo te decía, pero al menos podía leer en sus expresiones más o menos el cómo él quería decirle o hacerle saber su sentir; tanto que recuerdo que un día, saliendo de clases, mientras caminábamos al paradero, Erick confesaba que ya estaban de enamorados y que quería ahora convencerla para que tuvieran un delirio a cuarto cerrado, evidentemente él lo dijo con palabras más simples, y le pregunté qué quería decirle y no supo decir nada, pero estaba jodiendo tanto que le dije que ya, que lo iba a hacer, y de ese modo escribí una dizque carta de amor, donde los mensajes candentes se manifestaban en varias líneas con diversas frases románticas y eróticas que dejaban el mensaje más que claro, tan claro como que lo habían disfrutado los dos, algo que les llevó a una larga temporada de buen romance, cosa que me alegraba, porque sentía que mis escritos servían para algo bueno, hasta que un día vino a pedirme que le escribiera algo para la reconciliación, cosa que ya me pareció bastante descarado, y le dije que le iba a cobrar 10 soles, algo que accedió, pero que jamás me pagó, cosa que me inspiró para nunca más volver a escribirle algo, haciéndole escribir su propia carta, aquella que finalmente la invitó a dudar de la autoría de los escritos anteriores, restándole punto en su intuición femenina.

Arequipa, 05 de mayo de 2021 a las 19:47 horas