Detener el deterioro social

Óscar Madrigal

En 1982 el país, bajo el gobierno de Luis Alberto Monge, inició la era del neoliberalismo con un vasto programa de exoneraciones fiscales y subvenciones a los empresarios nacionales. Para ese efecto se promulgó una ley cuyo fin era promover la diversificación de exportaciones mediante las ayudas o beneficios fiscales, crediticios y monetarios que todos los costarricenses dieron al empresariado nacional y extranjero. 
 
Esa ley, según palabras de uno de los más conspicuo representante del neoliberalismo nacional, Roberto Artavia, “ tuvo un costo GIGANTESCO para el país”. (Delfino. 14-09-2020).
 
Los éxitos, según los defensores de ese cambio estructural, fueron muy positivos ya que hoy se exportan 4.000 artículos a 150 países. Eso es aceptable. 
 
Sin embargo, se debe entender que ese éxito se debe a un esfuerzo que hizo todo el país, en especial los trabajadores o asalariados en beneficio de un sector empresarial muy reducido. En otras palabras, los asalariados mediante el esfuerzo en el pago de impuestos o altas tasas de interés en los créditos, financiaron a las empresas. En otras palabras, la acumulación originaria de capital de esas empresas que hoy exportan o aún gozan de exoneraciones fiscales y de otro tipo, se produjo por el esfuerzo y el trabajo de  todos los costarricenses, especialmente los pobres y asalariados que son los que pagan más caro el esfuerzo nacional. 
 
Efectivamente los empresarios tuvieron éxito y amasaron gigantescas ganancias y enormes patrimonios individuales. De esa época surgen los poderosos banqueros (Liberman, Baruch, Loeb), los bananeros ( Álvarez), los arroceros (González), los piñeros, los comerciantes (Constela, Uribe), el turismo (Garnier), las farmacéuticas (Uribe), los constructores (Chacón, Solís, Cerdas) y muchos otros que exhiben actualmente su lujosa vida. 
 
El GIGANTESCO esfuerzo nacional creó también otra Costa Rica, de menos éxito: entre las más desiguales del mundo, con desempleo estructural permanente, una pobreza que no cede, inseguridad creciente, etc., por lo que ese costo nacional  se fue solo para un lado de la sociedad. 
Decimos lo anterior para afirmar que esta nueva época debe ser de subsidios, ayudas y exoneraciones pero para los sectores que no tuvieron éxito desde el 82, para los “perdedores” que llaman algunos economistas. 
 
El mundo está viviendo una guerra que aunque localizada, sus efectos se trasladan a nivel global. El aumento de los precios (de la inflación), la carestía de productos y las tendencias militaristas de una nueva guerra fría, crean el riesgo de un aumento de la pobreza, el desempleo e incluso del hambre. 
 
Entonces, es el momento de controlar los precios, subsidiándolos, especialmente los de efecto en los trabajadores, aumento verdadero de salarios que compense el alto costo de la vida. En fin, se trata de que ahora los que antes se beneficiaron con los subsidios, ayuden y subvencionen a los que mayoritariamente hicieron el esfuerzo por ellos en el pasado. Deberían retribuir algo. Sin embargo, es casi imposible dado el carácter estructural de nuestra sociedad. 
 
Por ello no basta la razón, hay que crear la fuerza, la fuerza de la razón.