Dr. Luis Paulino Vargas Solís
Economista
Investigador CICDE-UNED
Leer la columna de Luis Mesalles en La Nación del domingo 29 de mayo de 2022, despejó cualquier duda que yo pudiera haber tenido sobre ese particular. Me dejó claro en qué consiste ese diagnóstico de los economistas “oficiales”, o sea, los de la corriente dominante (no hablo de “las economistas” porque no he visto que ninguna participe del debate).
La cuestión es así: durante el gobierno de Carlos Alvarado, y con Rodrigo Cubero en la presidencia del Banco Central, se siguió una “política monetaria expansiva”, que hizo descender las tasas de interés. Los “agentes económicos racionales” actuaron entonces según pronostica la teoría económica y prescriben las leyes del “libre mercado”: optaron por buscar formas de inversión más rentables, lo cual los llevó a sacar sus capitales del país, en busca de mejores y más atractivas opciones. Esa migración de capitales introdujo presiones sobre la tasa de cambio colón-dólar, que el Banco Central, bajo la conducción de Cubero, moderó echando mano de sus reservas en dólares. De ahí las desatinadas quejumbres del presidente Chaves: “me dejaron sin suficientes reservas para hacer yo, lo que critico que Carlos Alvarado hizo”. En todo caso, sabemos (y seguramente Chaves lo sabe), que no es el presidente de la República el que toma tales decisiones.
O sea, y en resumidas cuentas, Cubero y el Banco Central, no debieron propiciar tal baja en las tasas de interés, no obstante que el país sufría los violentos embates de la pandemia y la recesión económica asociada a ésta. He ahí el error y el origen del problema. Eso dicen los economistas “oficiales”.
Podríamos decir que hasta elegante resulta la lógica interna de esta narrativa. El problema es que parte de premisas incorrectas y deja muchos cabos sueltos.
En primer lugar, es demostrable que los bonos de deuda pública emitidos por el Ministerio de Hacienda, mantuvieron en todo momento, tasas de interés bastante altas. Inferiores, quizá, a sus promedios históricos, pero aún así muy favorables, y claramente superiores a las tasas de inflación nacionales.
Es también sabido que los bonos del Tesoro estadounidense, los bonos alemanes y otros bonos emitidos por gobiernos de países ricos, pagan un rendimiento ridículamente bajo. Por lo tanto, si de obtener una mejor rentabilidad se trataba, habría entonces que moverse hacia los circuitos de la especulación financiera, que domina ampliamente las bolsas de valores y los mercados financieros del mundo rico. El riesgo, en tal caso, sería mucho más alto.
Difícilmente hay detrás de esto nada racional. Todo lo contrario, más bien. Lo que hay son una serie de prejuicios ideológicos que maquillan, con tintes glamorosos, la jungla de la especulación financiera global, y un comportamiento de manada: “si todos van para allá, yo también iré en la misma dirección”. Y por ahí se fueron, entre algunos otros, los fondos de pensiones.
Por otra parte, sucede que durante este período de persistente fuga de capitales (desde mediados de 2020 en adelante), Hacienda nunca tuvo problemas para financiarse, y realizó todas sus colocaciones de bonos sin mayores contratiempos. Entretanto, escuchábamos reiterarse, una y mil veces, la trillada cantaleta: “no hay dinero para financiar la obra pública, por lo que ésta debe ser entregada en manos de las transnacionales”. Pero, contradictoriamente, “sí hay dinero” que, desde Costa Rica, es lanzado imprudentemente al agujero negro de los mercados financieros globales. En realidad, lo que no hay, y de lo que carecemos, es de un sistema financiero que haga su trabajo en serio, y genere los mecanismos -expeditos, confiables y transparentes- que permitan canalizar los fondos disponibles hacia el financiamiento de inversiones públicas que al país le urgen grandemente. Como tampoco ha habido liderazgos políticos con la lucidez y la capacidad para romper los cuellos de botella que, desde la normativa y la institucionalidad, ralentizan la ejecución de la inversión pública.
No puedo, además, dejar de referirme a la dogmática subyacente en el discurso de los economistas “oficiales”, la cual básicamente proclama: “dios mercado” ordena que lo “racional” es llevarse la plata para afuera, ante lo cual no hay nada que hacer, excepto mostrar resignación y humilde obediencia.
Las consecuencias que de esto derivan son conocidas y ya se han observado en otros países (por ejemplo: países del Asia Oriental hacia 1997): esa inflexible dogmática del “libre movimiento de capitales” puede resultar sumamente dañina. Y, claramente, le está haciendo daño hoy a Costa Rica. Si no se corrige esa ruta, sino se aplica cierta mínima dosis de racional pragmatismo en las políticas económicas, lo que pueda venir podría ser peor.
Objetivamente hablando, no cabe esperar que, ni Rodrigo Chaves ni el Banco Central, bajo la conducción de Roger Madrigal, quieran intentar ninguna corrección.
Concluyo: quedan diversos aspectos, todos importantes, a los cuales no hago referencia aquí (por ejemplo, el efecto derivado de las rentas del capital extranjero). Intentaré retomarlos posteriormente.