El neoliberalismo ha muerto. ¡Viva el pueblo chileno!

Hernán Alvarado

 

El modelo neoliberal implantado, ejemplarmente, a sangre y fuego, por el dictador Augusto Pinochet, en 1973, finalmente ha muerto, después de una larga agonía. Heroicamente, el pueblo chileno lo ha enterrado en las calles de Santiago y en todas las esquinas del país, bajo un oleaje incesante de protestas, propuestas, danzas y canciones. Una chispa estudiantil, simbólica, tierna y solidaria, encendió la pradera de las cacerolas vacías. Allá se ha izado la bandera de una vida digna.

Hasta el último momento, ese modelo fue sostenido por el ejército, el cual actúa ilegalmente, contra la misma Constitución, cada vez que lo requiere el «orden público»; o más bien, su lealtad a los que más riqueza acumulan. ¡Cuánta indignación provoca un militar que dispara contra el pueblo que ha jurado defender! Así como los que se disfrazan de civiles para provocar el caos que después, uniformados, vienen a ordenar, cuando el presidente llama a la guerra. ¿A la guerra contra quién? Con las manos de Víctor Jara los señalaremos eternamente por sus abominables actos represivos. Los que traicionan a su pueblo son traidores de su patria. ¿Para qué otra cosa han servido los ejércitos en América Latina? Después de tantos años, los pueblos latinoamericanos deberían haber aprendido la lección de la pequeña Costa Rica. Una constituyente en Chile debería abolir a ese ejército cobarde.

Habrá que reconocer que el modelo neoliberal fue altamente exitoso en su único objetivo: hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Ese experimento social vino a romper los pactos históricos con el fin de aumentar al máximo la explotación del prójimo. Operó como un patrón que provoca una crisis en su empresa para imponer una rebaja de salarios, solo que a escala macroeconómica. Para eso se propuso desarmar el estado social de derecho y asaltar las instituciones públicas, después de desprestigiarlas, con el fin de ponerlas al servicio de los intereses privatizadores del gran capital y sus voraces necesidades de acumulación. Toda su racionalidad cabe en una frase que acuñamos en los años 80, en pleno auge del «ajuste estructural»: socializar las pérdidas y privatizar las ganancias. En eso fue eficiente y eficaz.

En lo demás fue un rotundo desastre. Quienes gobernaron bajo su sombra fueron, en su mayoría, políticos corruptos. Sus programas fallidos, basados en teorías de caricatura, innumerables veces rebatidas, dieron lugar a políticas fracasadas. Tanto que sus gobiernos solo se han sostenido por un masivo endeudamiento cuyo dinero ha sido extraído a las mismas economías asesoradas por los neoliberales. Ese modelo de política económica pasará a la historia por sus rasgos autoritarios y usureros, tanto como por sus consecuencias genocidas. Se recordará como el «nuevo» liberalismo que defendió con violencia, real y simbólica, la libertad del 1% de la población, mientras condenaba a los demás a un salario decreciente que les encadenaba, cual esclavos, a los intereses usureros del sector financiero. El «neo» desnudó así al liberalismo, tanto como el sector financiero dejó al descubierto la naturaleza depredadora del capitalismo. En el colmo del cinismo, esa ideología barata pretendió convencer a la gente de que el enriquecimiento acelerado de unos pocos no solo era resultado neutral de una «mano invisible», de un mecanismo ciego que premia el mérito, sino que era el mejor de los mundos posibles, para el desarrollo, para la patria y para los que menos tienen. Los más ingenuos se quedaron esperando el «goteo» del bienestar prometido y que llovieran los empleos en el campo y la ciudad.

Ese modelo ha sido apoyado por las fuerzas más retrógradas y egoístas del continente. Recientemente, verbigracia, por el señor Luis Leonardo Almagro, Secretario General de la OEA, que no tardó en «comunicar» que lo que pasa en Chile es una «estrategia» desestabilizadora financiada por Cuba y Venezuela. Cero fidelidad a los hechos históricos, cero escucha, cero empatía con las demandas de todo un pueblo. Estos son los «demócratas» que no dudan en desprestigiar la democracia cuando no se acomoda a sus intereses. América Latina entera debiera pedirle la renuncia, de pie e ipso facto.

No obstante, ahora que el barco se está hundiendo, más de uno entiende que ha llegado la hora de tirarse al agua. En adelante, encontrar un neoliberal será como encontrar una aguja en un pajar. Hace unos días se escuchó al presidente Carlos Alvarado, por ejemplo, referirse al periodo «llamado neoliberal» como algo del pasado, como si nada tuviera que ver con su gobierno; como si su «plan fiscal» remendón, deslegitimado por amnistías corruptas y amplias exoneraciones a los privilegiados de siempre; así como el actual ataque a los sindicatos y a los pensionados, no fueran signos incontrovertibles de un neoliberalismo anacrónico contra el cual ha votado este pueblo, una y otra vez, y contra el cual toda América Latina se viene levantando. Siguen creyendo que pueden apagar el fuego con gasolina. Pero, cuidado, de ahora en adelante, decirle neoliberal a alguien será un insulto; porque, señoras y señores, ¡el mercado va desnudo!

Ya el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) vienen preparando, como lo han hecho cada diez años, las correcciones del caso. Siempre impunemente, pero esta vez debieran irse todos, por recetar un ajuste que debieron haber aplicado, de acuerdo con sus propias argumentaciones, a la economía más endeudada del planeta y la que más desperdicia los escasos recursos en espantosas máquinas de guerra. Pero, probablemente todo cambiará de nuevo para que nada cambie: los marcos conceptuales, los discursos, los instrumentos e indicadores. Sin que se pierda la brújula: el firme propósito de que los más ricos se sigan enriqueciendo hasta el final de los tiempos. Aunque quizá, ahora, a una tasa menos acelerada.

La fórmula será, en lo que sigue, mercado + estado. La fórmula con la que los países del sudeste asiático desobedecieron a los neoliberales fundamentalistas para forjar su gran éxito económico. Total que ambos pueden servir para lo mismo. ¡Alianzas público-privadas será la nueva moda! Y así, por lo siglos de los siglos amén, hasta que los recursos materiales del planeta se hayan agotado y el capitalismo patriarcal y depredador termine de destruir las dos fuentes de toda riqueza: trabajo y naturaleza. Para entonces todo el dinero se habrá concentrado en unas cuantas cuentas bancarias y no servirá para nada; ni para invertir, ni para gastar, ni para quemar en sus hornos atómicos y automáticos.

A no ser que, junto con los chilenos, los ecuatorianos, los bolivianos, los argentinos, también los centroamericanos y todos los demás pueblos oprimidos, despierten de una buena vez y hagan valer, ante los «genios» de la economía, que la desigualdad causa ineficiencia, tanto como crisis, y que la injusticia es intolerable e insostenible en un marco verdaderamente democrático, cuente o no con la fuerza bruta a su favor. El capitalismo «salvaje» es un tren sin frenos y el neoliberalismo ha sido su acelerador, solo la fuerza democrática de los pueblos podrá evitar que lleve a los sobrevivientes hasta su previsible e insensato «paraíso» infernal, ese que promete el dios dinero a sus pocos elegidos. ¡Democracia participativa o barbarie! ¡Viva Chile insurrecto!

 

Imagen ilustrativa.

Enviado por el autor.

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