
¡Francisco no ha muerto ni morirá!
Dr. Óscar Aguilar Bulgarelli
Ya los restos mortales del Papa Francisco descansan en paz, en su humilde tumba en la Basílica de Santa María la Mayor, sin ornamentos ni lujos, humildemente como fue su ejemplo de vida.
Pero ahí, también, nació el Papa Francisco para la posteridad, pues su herencia intelectual, espiritual, ejemplar y símbolo de entrega a la humanidad, se mantendrá en la memoria histórica del mundo, al igual que la de Juan Pablo II o Juan XXIII y su gran Concilio Ecuménico que transformó la Iglesia e impactó universalmente, al igual que la voz disidente de los prejuicios de Francisco, que como dice el pensador italiano Diego Fusaro, la disidencia no es solo la puerta a la democracia, sino a la libertad. Francisco, libremente, rompió con estereotipos, con la rigidez de protocolos, pero, sobre todo, de viejos cánones eclesiásticos y prejuicios religiosos.
Su anillo y crucifijo de plata y no de oro, no fue una simple postura falsa y hasta demagógica; jamás, fue una muestra real y efectiva, un mensaje contundente no solo de su devoción por la sencillez de Jesús, sino de entrega, amor y trabajo por los pobres y abandonados de la Tierra.
Sus zapatos de cuero negro en vez de gamuzas rojas, fue el reto a todos los estratos de la catolicidad, había que salir a la calle a buscar al hermano, al necesitado de bienes espirituales y materiales, trabajar con ellos y para ellos; ¡ese mandato es eterno! Tal vez las jerarquías de la Iglesia costarricense ahora lo entiendan, y dejen de lado la Iglesia burocratizada y los encontremos en las callejuelas de barrios marginados.
Luchó por la naturaleza, por la casa de todos, como la calificó. Contra la miserable opinión de los intereses creados, habló sobre el cambio climático y abogó por volver los ojos a ese rica herencia de la naturaleza no destruida, ahí fue también un disidente.
Abogó por que nuestros propios prejuicios no nos lleven a abandonar a Dios, pidió respeto por las diversidades, pero siempre respetando las leyes de la naturaleza, los principios cristianos y las reglas de Dios.
Ante las injusticias y desigualdades sociales que vivimos hoy, acrecentadas por la ambición que genera la globalización, el libre mercado, el consumismo ilimite, la educación deficiente e insuficiente, Francisco lo dijo con toda claridad, la única solución es la justicia social fundamentada en los evangelios y salmos que enseña la Iglesia. Justicia social olvidada por los potentados políticos y económicos, que huyen de ella, pero que esperan que por lo menos sus ataúdes sean aspergeados con agua bendita; por eso su pensamiento estará siempre con nosotros.
Por luchar por la paz igual lo persiguieron, por ejemplo, los ortegas o los Trump y otros, que solo buscan implementar autocracias para su vanagloria, enriquecimiento propio y de sus adláteres, sobre las espaldas de pueblos sacrificados y explotados. En esto, no se dejó deslumbrar por el poder y fue un incómodo disidente.
No tuvo empacho de luchar contra la corrupción en todos sus ámbitos: políticos, económicos, sociales e institucionales, e incluso, dentro de la propia Iglesia, por lo que algunos sectores se opusieron con toda su fuerza al Papa disidente y aperturista, que deseaba heredarnos una Iglesia renovada y sana.
Bendita sea la memoria del Francisco eterno, producto del sacerdote que no lo perturbaron las cumbres y los honores, y siempre fue, primero, soldado de Cristo.