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Grupos estudiantiles paralelogramos VI

Se terminan las vacaciones en New York

Alberto Salom Echeverría

(Nuevo capítulo del relato “Los Estudiantes y el Aspirante a Dictador”)

El mismo día, una semana antes de que se reiniciara el curso lectivo universitario en Los Estados Unidos, Leonel Bajamonte y Gerardo Luján, regresaron a sus respectivos destinos en Costa Rica y España respectivamente. Iban colmados de nuevas y fulgurantes experiencias que, tardarían un tiempo en procesar después de conversar con sus seres queridos y amigos más cercanos.

Leonel, un joven estudiante costarricense con enormes inquietudes intelectuales, una sólida formación en economía política y un bagaje de lecturas diversas, en literatura, donde incursionó en varios géneros; en ciencias sociales en general y, en filosofía, regresaba al terruño con su mente todavía bullente; más aún bajo el estímulo de una elocuente conferencia ofrecida para estudiantes que querían ingresar por primera vez a la “Universidad de Princeton”. El conferencista fue el polémico profesor Peter Singer, filósofo australiano quien imparte el curso de ética práctica en la Universidad de Monash (Melbourne, Australia). Leonel había quedado muy impresionado por la idea del profesor Singer, de pregonar en el auditorio que todos los estudiantes pudientes deberían donar parte de sus recursos a las causas de los seres humanos más necesitados. Era una idea que coincidentemente con lo expresado por el profesor Singer, Leonel Bajamonte venía acariciando desde hacía algún tiempo. Ello fue así, no obstante que Leonel se había enterado de la dura crítica de la revistas Forbes, propiedad del gran multimillonario, Steve Forbes, patrocinador de Princeton, que amenazó con cortar sus donativos a la prestigiosa universidad, por la mencionada propuesta que enseña a sus alumnos a ser menos egoístas.

En segundo lugar, debe saberse que, Leonel daba por sepultada su relación con Margarita, la cual había sido tortuosa la mayor parte del tiempo; sin embargo, algo muy parecido al azar, la había hecho resurgir con fuerza inusitada en este viaje por New York y sobre todo por New Jersey. Margarita y Leonel, después de su extraño encuentro amoroso en el vergel de la casa de Lucía y Maripaz Bajamonte en Trenton, al día siguiente encontraron la plenitud del amor en la intimidad de la alcoba de Margarita. Ambos estaban ilusionados. Leonel en particular dispuesto a tomar en serio esta nueva oportunidad que la vida le ofrecía en el plano amoroso, prometiéndose a sí mismo dejar de flirtear por doquier con cuanta muchacha guapa se encontraba.

En tercer término, Leonel se había impresionado mucho con el relato que sus primas les hicieron cuando estaban en Ausbury Park, sobre la vapuleada que unos gamberros, sicarios según la mayoría de los supuestos, le propinaron a un par de líderes estudiantiles en Barrio Cuba, varios días atrás. En efecto, la mayor parte de los medios de prensa especulaban que, el móvil de los malhechores tenía un tinte político, por lo que, de cuajar esta hipótesis, convertiría a los ejecutantes de la fechoría en sicarios, más que en vándalos pura y simplemente. Leonel, sensible a estos asuntos de naturaleza política, estaba dispuesto en cuanto regresara al país, a buscar a Leopoldo que, la misma prensa lo denotaba como un joven estudiante de singular valor, destacado en su carrera de filosofía, comprometido con sus principios de lucha y férreo opositor del gobierno.

En cuanto a Gerardo Luján Donodelli, por ser un joven que apenas se iniciaba en sus estudios universitarios en España, regresó mucho menos impactado que Leonel Bajamonte por estos asuntos de naturaleza política; es por esto por lo que, por encima de cualquier otra cosa, se encontraba deseoso de encontrarse de nuevo con su novio, a quien no veía desde hacía como quince días, cuando se despidieron en el aeropuerto. Se hablaban, eso sí, por teléfono casi diariamente y Gerardo compartía por este medio con su amante español, la mayor parte de las experiencias vividas con sus amistades de siempre. Sin embargo, esta dicha, en lugar de calmar su ímpetu, no hacía más que avivar su ansiedad por el reencuentro.

Un día antes de la salida a España, el joven Luján buscó a su amiga Lucrecia Loría, quien ya casi era profesional en psicología clínica. No era la primera vez que acudía a ella para conversar acerca de su situación emocional derivada de lo que suponía era una crisis de identidad, la cual según el propio Gerardo Luján deducía, estaba directamente enlazada con su conducta homosexual.

Lucrecia y Gerardo tomaron asiento en un aposento adjunto a su habitación principal, donde ella solía conversar con los amigos más selectos.

-Gerardo tomó la palabra primero, pero como estaba muy circunspecto, probablemente algo tenso, fue interrumpido por Lucrecia, sin dejarlo siquiera desarrollar la primera idea, al contrario de lo que indica la terapia que ella habitualmente seguía con sus pacientes y le dijo muy cálidamente…

-Gerardo amigo, permitámonos hoy tener una conversación amistosa, te ruego que no te sintás metido en el formato de una terapia, porque no lo es. Estamos hablando como dos amigos que siempre nos hemos querido mucho.

El consejo fue providencial, porque a partir de ese momento, Gerardo se sintió relajado. Lucrecia sabía lo que hacía: ‘amigos son amigos y pacientes son pacientes.’ Reflexionó para sí misma.

-Gracias Lucre, el tono de Gerardo Luján era otro a partir de entonces. Mirá -yo creo saber quien soy, no obstante, me siento un varón, aunque mi gusto sexual por los hombres es irremediable y esto me genera una suerte de malestar que, algunas veces me lleva a la depresión.

-Muy bien querido amigo, ahora te devuelvo lo que yo acabo de escuchar de tu razonamiento, prestá mucha atención: primero dijiste “yo creo saber quien soy…” ¡Caray, que rico para tu identidad Gerardo! Eso es bálsamo para tu psique, te lo aseguro. Luego agregaste “no obstante, me siento un varón…” ¿Y qué sos, si no un varón? Ahí -enfatizó Lucrecia- lo único que mantengo entre comillas es esa expresión que usaste de “no obstante”, que me llamó la atención. Enseguida te escuché decir “…aunque mi gusto sexual por los hombres es irremediable.” Pocas veces -Gerardo- he escuchado a alguien afirmarse con tanta seguridad; en esa frase no hay lugar a duda alguna. Ahora te rehago la frase omitiendo -sin hacer desaparecer- aquello que te dije que mantendría entre comillas, porque es lo único que me genera ruido de lo comentado. ¿Qué te escuché decir, resumiendo? “…Sé quién soy -si bien precedido de un tono dubitativo, el cual se debe trabajar a ver qué encontrás de fondo en ello: “creo”. Después capté algo enorme e importante, “me siento un varón.” Otro aserto tan profundo como el universo mismo. ¿Sabés querido amigo que, con frecuencia, atiendo personas que siendo mujeres se sienten hombres y viceversa, hombres que se sienten mujeres, y hasta llegan a cambiarse el sexo? No me estoy metiendo en la dicotomía malo-bueno, tan propia de la mitología cristiana occidental. Solo te lo presento, para que te des cuenta, que son casos diferentes desde el punto de vista de la definición ante uno mismo, es decir, de tu identidad. Lo tuyo no va por ahí. Inclusive después cuando agregaste “mi gusto sexual por los hombres es irremediable…” constituye otro aserto contundente. Yo me permito decir, si alguna vez tuviste dudas respecto de tu autoconfianza en la propia imagen, parece que ya eso lo has superado. Ahora, desde luego, es controversial ese enlace que formulaste: “soy varón, aunque mi gusto sexual por los hombres es irremediable. En la psicología actualmente, se trabaja ese divorcio que, antes era un dogma entre el sexo de una persona y su predilección sexual por los igualmente dotados. Eso sí, hay que tener en cuenta la última frase, que es donde yo diría que hay que trabajar más, desde la perspectiva de la consolidación de la propia identidad y de la autoconfianza. Me refiero puntualmente a la última de tus afirmaciones de la oración: “…esto me genera -terminaste diciendo- una suerte de malestar, que algunas veces me lleva a la depresión.”

Gerardo Luján estaba con los ojos fuera de sus órbitas, en cuanto se vio reflejado como en un espejo, por todo el razonamiento de su amiga psicóloga. Entonces dijo: -qué bárbara Lucre, nunca lo había visto de esa manera, ¡cómo me ayuda esta conversación con tu persona!

– Espera un poco amigo -le reprochó Lucrecia- No vayás tan de prisa. “Vístanme despacio que llevo prisa, les dijo Napoleón a sus servidores cuando intentaban ayudarle en la vestimenta, preparándose para la próxima batalla.” Ahí justamente se ha producido lo que yo llamaría un quiebre abrupto en el razonamiento de Gerardo -agrego Lucrecia. – Observá que todo lo que te afianza en tu identidad, de acuerdo con tu propia percepción, te conduce, curiosa y contradictoriamente, a un malestar y, a veces hasta la depresión. Eso debés trabajarlo mejor en cuanto te podás examinar con un psicoterapeuta o con un psiquiatra, en beneficio de vos mismo.

Lo que más le penetró a Gerardo en su conciencia fue la última sentencia externada por Lucrecia a partir de sus estudios del psicoanálisis renovado en el que creía. Fue en efecto, lo que le quedó grabado en la mente y, a su parecer era el nudo que necesitaba deshacer con ayuda de una especialista en terapia. Este último aserto de Lucrecia fue el siguiente: Gerardo, tené en cuenta que las tres primeras declaraciones tuyas, “sé quién soy”, “me siento varón” y “mi gusto sexual por los hombres es irremediable”, expresan claramente la noción que tenés sobre vos mismo, tu yo, en la acepción de Freud. La segunda parte de tu oración, o sea, que todo ello te genere malestar y algunas veces hasta depresión, intuyo que corresponde más a tu superego, la forma como has internalizado a la sociedad. “Es el inconsciente del yo que se observa -decía Freud- se critica y trata de imponerse a sí mismo por referencia a la demanda de un yo ideal.” Según mi criterio, esta parte del análisis freudiano se encuentra vigente aún, no obstante, las críticas de que ha sido objeto el psicoanalista austríaco.

En medio de todas estas cavilaciones y experiencias regresaron a sus respectivos destinos Leonel Bajamonte Fernández, quien salió del aeropuerto Kennedy en horas de la mañana y Gerardo Luján Donadelli, quien iba con rumbo al aeropuerto de Barajas en Madrid. La fiesta había concluido entre los entrañables amigos; cada uno continuaba su destino.

Esta obra continuará…

Alberto Salom Echeverría, dictador, estudiantes