Homilía exequias fúnebres Mario Devandas Brenes

Pbro. Luis Alejandro Rojas A.
Catedral Metropolitana, San José,
26 de diciembre de 2020
Homilía, Exequias Fúnebres

Hoy nos convoca una vez más don Mario Devandas Brenes, pero esta vez para despedirnos.

Ha iniciado su viaje más allá de la muerte y venimos a darle nuestro abrazo fraternal y solidario a su querida familia.

Abrazo que extiende el señor Arzobispo de San José, que me ha pedido manifestarlo, como un gesto solidario y de consuelo para sus seres amados.

Esta mañana las puertas de la Catedral Metropolitana de San José se abrieron para recibir los restos mortales de un costarricense ilustre. De un compatriota que se dejó interpelar por la fe, para vibrar y reaccionar desde el amor, ante las necesidades del prójimo, a semejanza del Buen Samaritano del Evangelio.

Don Mario comprendió la urgencia de encarnar la fe en la vida, y así, el Evangelio del Hijo del Carpintero, se le hizo necesario en la realidad social, política y económica de su país, para levantar su clara voz en favor de la justicia social, y la defensa de los derechos de las trabajadoras y los trabajadores. 

Desde los caminos de la fe, no extraña que su deceso aconteciera en la celebración de la Navidad, cuando brota la vida en un establo de Belén en Judá, y se manifiesta ese Niño pobre con el que se identificó Mario; tal vez, por ser hijo del sastre de Calle Siles, donde se acrecentó su conciencia de clase, al verse pobre y de familia empobrecida.

Ese Niño Dios vulnerable y perseguido por el Rey Herodes, que obligó a su familia a ser migrante en Egipto, interpeló a ese otro niño de ancestros hindúes, de apellido Devandas.  Al final todos somos migrantes y trashumamos por el mundo.

La fe en el Hijo de Dios lo motivó a ser monaguillo en el altar del Señor, sirviendo a los padres jesuitas de Lourdes de Montes de Oca.

Hoy venimos a despedir al defensor beligerante del Estado Social de Derecho y de la Seguridad Social costarricense, fruto de un encuentro de voluntades de auténticos actores sociales y políticos, amantes de su Patria. Que forjaron en los años cuarenta instituciones como la Caja Costarricense del Seguro Social, patrimonio histórico social de las presentes y futuras generaciones.  Por eso, su cercanía con la Iglesia Católica y con el señor Arzobispo de San José, ante la necesaria defensa de la institución de todos, baluarte del bien común y de solidaridad social. Campea en el horizonte las amenazas de la mercantilización de la salud pública, el desmantelamiento institucional y el riesgo de la sostenibilidad financiera de la Caja y sus regímenes de pensiones, y la voz profética no se hizo esperar. La voz fuerte y serena de Mario Enrique. 

Fue sabroso conversar con Mario del magisterio del Papa Francisco, en defensa de los pobres y excluidos. Le llamó la atención el concepto de ecología integral de Laudato Sí, por la visión integradora del grito de los pobres y el grito de la tierra.

Le encantó la expresión: Fratelli Tutti, (hermanos todos), al punto de escudriñar el mensaje de fraternidad universal, de la amistad social, la dignidad de las mujeres, la crítica a la economía de mercado y a los populismos, presentes en la Encíclica del Papa Francisco, bajo ese título. De su análisis emergió el economista que promovía un rostro humano y solidario a la economía.

Así, en don Mario aplica la sabiduría del patriota:

“El patriota valora
que somos muchos,
todos hermanos con derecho
al abrazo seguro
de una tierra que canta.

Y que nadie podrá,
so pretexto de gobernar,
ahondar las diferencias,
empobrecer las vidas,
despedazar los sueños ciudadanos
para erigirse en dueño y mercader”.

(Julieta Dobles Izaquirre, Sabiduría del patriota)

Tenía muy claro que “la política es una de las formas más altas de la caridad”, como la valora la Iglesia. La política es buena por sí misma, lo que tenemos son malos políticos.

En estas últimas horas, ante la noticia de su fallecimiento, se ha reconocido en don Mario Devandas haber sido un buen esposo, excelente padre, abuelo y hermano, su familia la energía  amorosa que le dio sentido a todo su esfuerzo, luchador social, hombre estudioso, defensor de la Caja,  el encarcelado por causas justas, el promotor de la unión sindical y de los sectores progresistas y democráticos, el buen consejero, el rebelde con causa, un maestro, buen negociador, diputado que salió tan pobre como entró, al amigo,  y sobre todo un ser humano bueno, un patriota insigne sembrador de esperanza para este bello país.

Mario se caracterizó por su crítica democrática de nuestro sistema económico y político, y se constituyó en signo de contradicción para muchos, a semejanza del Obispo brasileño Hélder Cámara: «Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista».

Consciente de su grave enfermedad, agotó hasta su último suspiro, construyendo pensamiento y acciones con los sectores sociales, que reflejaron su espíritu indómito y su anhelo solidario. Por eso siempre estuvo dispuesto al “lenguajeo”, a la búsqueda y a la construcción de caminos mediante el diálogo y la discusión inteligente; de ahí, su perenne presencia en debates, foros, redes sociales y otros.

Como buen maestro procuró dejar discípulos para continuar su obra educativa, tal vez, sin procurarlo.  Era un educador que con su testimonio enseñaba, porque “las obras son amores y no buenas razones”, de nada servía el discurso ideológico, si no se llevaba a la práctica en el cultivo de sus valores y principios.

Como profeta social sudó la camiseta sindical, llevando el significado etimológico en su corazón, sindicato: “hacer justicia”.

En sus últimas comunicaciones por whatsapp me dijo:

“Hola hola, el viernes estoy todo el día en el Hospital Calderón”.

“Hola hola, me prescribió el médico un antibiótico y la reacción me tiene volcado. Lo siento mucho. Ojalá todo haya salido bien”.

“Hola hola, estoy internado desde el jueves y espero que me den mañana la salida, a ver cómo retomamos lo del IVM. Un abrazo” (4 de diciembre).

Se apagó la vela que agotó el cáñamo y la parafina, pero para seguir iluminando después de su muerte.

Hoy venimos a honrar y a despedir al amigo, y

“Cuando un amigo se va
Queda un tizón encendido
Que no se puede apagar
Ni con las aguas de un río” (Alberto Cortez).

Hablando de despedidas, un funcionario de la CCSS, por la década de los sesenta escribió:

“El camino, despacio,
retrocede a nuestras espaldas.

Todos los árboles se han alejado
hacia el poniente.

Todo en la tierra
se aleja alguna vez.

La luna y el paisaje.
El amor y la vida.

El reloj, en mi muñeca,
dice que son las cinco de la tarde.

La hora de los adioses,
la hora en que la misma tarde
agita nubecillas en despedida” (Jorge Debravo)

Mario honró la vida y no le temió a la muerte.  Tal vez, porque leyó el pasaje de san Mateo 25, 34-40 y lo hizo vida: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me recibieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel y me vinieron a ver (…) Y el Rey dirá: En verdad les digo que cuanto hicieron a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron”.

También, por eso, hoy venimos a reconocer al Maestro de Galilea que llamó bienaventurados, dichosos, felices, a los que trabajan por la paz y la justicia.

Entonces que nuestras lágrimas, ante la partida del amigo Mario, no sean como la de los demás, que no tienen esperanza. “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, – dice san Pablo- de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús” (Tes. 4,13-18).

Hoy Jesús llora con nosotros, sus lágrimas son de solidaridad y siente nuestro dolor. Así, como en Betania, por la muerte de su amigo Lázaro, llora con nosotros. Y es capaz de cambiar nuestras lágrimas, porque los que “sembraban con lágrimas recogen entre cantares”, como nos dice el salmista.

El Niño Dios que nació en Belén y fue crucificado en Jerusalén, es capaz de devolvernos la alegría. Así, como se gozó Marta y María, cuando vieron salir a su hermano del sepulcro, dejando mortaja y vendas a su paso. Aquello era un anticipo de lo que sucedería más adelante y nos afectaría a todos.

Por eso resonó en ese tiempo, y ahora aquí, en esta Catedral Metropolitana: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá” (S. Jn. 11,27).

Amigo Mario Devandas Brenes descansa en paz.

Compartido con SURCOS por el padre Luis Alejandro Rojas A.