
¿Labriegos? ¿Sencillos?
Por Memo Acuña
Sociólogo y escritor costarricense
Escena 1
Dos conductores acaban de tener un percance con sus vehículos. Los dos se bajan al mismo tiempo a observar los daños. Es una tarde de un tránsito pesado en la ciudad capital. El de adelante increpa al otro por haberle golpeado el carro. El de atrás se exalta pues afirma que el otro frenó de frente. Hasta allí todo más o menos bien. Hasta que el enojo y la ira toman el escenario de la violencia física. El de adelante, exaltado e iracundo saca de su vehículo un bate de béisbol (pero de los que no dicen Tony Armas) y se dirige directamente hacia el otro conductor para descargar contra él la furia y la ira del momento. El segundo huye entre los vehículos estacionados en una gran presa vespertina. El iracundo al ver que su persecución no fructifica, la emprende contra el vehículo de su perseguido hasta dejarlo irreconocible.
Esta escena no ocurrió recientemente pero sí ha pasado en las carreteras costarricenses. Es ya una escena común.
Escena 2
Una pareja de personas adultas mayores se dispone a cruzar una calle y se devuelven. De un vehículo, un conductor los increpa por su indecisión. Minutos después la pareja se encuentra con el conductor en una acera y el señor adulto mayor le consulta por su indisposición. Sin mediar palabra el conductor tumba de un golpe al señor y lo vapulea en el suelo. Esta escena al contrario de la primera pasó en vía pública. Pasó en Orotina, cantón ubicado cerca de la zona del Pacífico costarricense. Lamentablemente el señor vapuleado, falleció.
Escena 3
Recientemente, Al finalizar un juego de la primera división costarricense, se formó una verdadera batalla campal. Golpes, gritos, ofensas iban y venían entre jugadores y miembros de los cuerpos técnicos. Pero lo que realmente sobresalió de esa trifulca fue una llave de artes marciales que un jugador aplicó sobre el cuello de un miembro del cuerpo técnico contrario. Se la aplicó una primera vez y cuando todo parecía haber sido controlado, salió en franca carrera a buscar de nuevo a su presa para aplicarle una segunda llave. El asunto no pasó a más. Pero pudo haber sido peor. Quedó grabado no solo en la transmisión televisiva, sino en la memoria reciente como uno de los más bochornosos actos de violencia deportiva vistos en la Costa Rica contemporánea.
El eje común de las tres escenas comentadas dibuja masculinidades iracundas y desenfrenadas, una incapacidad oral y material para dirimir conflictos y una ausencia total de control de las emociones. En la segunda escena el escaso manejo del enojo produjo un lamentable fallecimiento.
Si hay algo urgente que debe hacerse ya es declarar este flagelo como un problema de salud pública que deberá ser abordado desde una política de contención de las frustraciones, regresar a la oralidad como práctica y la conversación como herramienta.
Esto si es urgente.
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