Gabe Abrahams
Las colonias de obreros nacieron en el Reino Unido, país pionero en la industrialización, a mediados del siglo XVIII, a la sombra de una invención: el uso de la fuerza de la máquina de vapor. Las máquinas movidas por el vapor multiplicaban notablemente la producción y aumentaban los beneficios de los propietarios capitalistas, los cuales a raíz de esa situación beneficiosa creaban colonias de obreros con unos mínimos sociales para evitar las reclamaciones de los mismos.
Ese paternalismo social de los propietarios capitalistas con respecto a los obreros fue una especie de feudalismo social que tenía como principal objetivo parar sus justas reclamaciones. La mayoría de obreros apostaban por ser ellos los propietarios de los medios de producción para redistribuir los beneficios igualitariamente y alcanzar el socialismo.
Durante el siglo XIX, las colonias de obreros se extendieron desde Gran Bretaña al continente europeo y a Estados Unidos, como una especie de panacea social. La colonia de New Lanark (Escocia) se creó en 1786. En Italia, la famosa colonia de Crespi d’Adda data de 1878. En Estados Unidos, la colonia de la empresa Pullman de los suburbios de Chicago data de 1880, colonia de 12.000 obreros con viviendas, mercado, biblioteca, iglesia y espacios de ocio.
En España, las colonias de obreros aparecieron en la segunda mitad del siglo XIX y se concentraron en Cataluña, junto a los ríos Ter y Llobregat. Algunas fábricas textiles, con sus respectivas colonias de obreros, se situaron junto a ríos para aprovechar la energía hidráulica como fuerza motriz de la maquinaria. La fuerza del agua que bajaba con enorme potencia desde el Pirineo resultaba una forma de abaratar costes respecto a otras fábricas textiles (conocidas como vapores).
Las colonias de obreros de las fábricas textiles situadas junto a los ríos Ter y Llobregat quedaron encuadradas dentro del paternalismo social de los propietarios capitalistas, tal como había ocurrido en otros países. Tenían viviendas, escuelas, tiendas, iglesia, espacios de ocio. Invariablemente, cada colonia del Ter o el Llobregat, además, disponía de una gran casa o torre del propietario de la fábrica, generalmente un edificio de bella arquitectura, repleto de comodidades, en contraposición a las viviendas más humildes de los obreros.
Siguiendo específicamente el curso del río Llobregat, todavía hoy se mantienen en pie numerosas fábricas textiles con colonias de obreros, también llamadas colonias textiles, a pesar de que se encuentran sin actividad industrial desde hace varias décadas.
En el Baix Berguedà, cuando el río Llobregat pasa por la Cataluña central, por ejemplo, hay una concentración de colonias de obreros única, extraordinaria. Quince colonias se encuentran en poco más de veinte kilómetros. Son las colonias de Cal Bassacs (1861), Cal Casas (1891), Cal Marçal (1886), Cal Metre (1860), Cal Pons (1865), Cal Rosal (1858), Cal Vidal (1896), El Guixaró (1885), La Plana (1884), L’Ametlla de Casserres (1858), L’Ametlla de Merola (1876), Viladomiu Nou y Vell (1868 y 1860), etc. No existe nada igual en Cataluña, tampoco en España. Me atrevería a afirmar que difícilmente se encuentra algo similar en Europa. En esos pocos kilómetros, las colonias se suceden ininterrumpidamente. Todavía están en pie y en buen estado la mayoría, algunas aún tienen vecinos y se pueden visitar.
Una visita a esas colonias de obreros del Llobregat, de ese otro tiempo, es recomendable, tanto a nivel histórico como artístico. Dentro del modelo colonial ya descrito (vivienda, escuela, tienda, iglesia, espacios de ocio…), se puede apreciar dónde y cómo vivían los trabajadores, lo que les rodeaba o con qué se entretenían en las escasas horas libres que tenían. También se puede descubrir la arquitectura imponente de grandes edificios. Grandes edificios que se mezclan con emblemáticas chimeneas y viviendas de obreros de ladrillos muy característicos.
La visita a las colonias del Llobregat supone, además, un pequeño homenaje a varias generaciones de obreros, originarios tanto de Cataluña como de diferentes puntos de España, que pasaron sus vidas en ellas, intentando superar las vicisitudes de su tiempo.
El movimiento obrero tomó forma en Cataluña en las décadas de 1830 y 1840. En esas décadas, se produjeron los primeros conflictos entre propietarios y obreros. En 1840, en Barcelona, se fundó el sindicato Asociación de Tejedores de Barcelona. En 1855, tuvo lugar una primera gran huelga general en Cataluña que reunió a más de 100.000 obreros de los principales centros industriales. Barcelona, Gràcia, Sant Andreu, Sants, Reus, Vilanova i la Geltrú, Manresa, Mataró y los valles del Llobregat, del Anoia y del Ter se quedaron literalmente parados. Estos hechos históricos alarmaron a los propietarios capitalistas de Cataluña y provocaron la creación de colonias de obreros con unos mínimos sociales, tal y como ya estaba ocurriendo en otros países, para intentar evitar las reclamaciones obreras.
Las colonias de obreros creadas en la segunda mitad del siglo XIX en Cataluña, y más concretamente en el Llobregat, pervivieron en el tiempo y han llegado hasta nosotros. Después de dos siglos de su creación, permanecen en pie como testigos mudos de la historia, de la historia del movimiento obrero, con toda su carga arquitectónica y simbólica, con toda su carga histórica. Es recomendable tenerlas presentes. Vale la pena visitarlas.