Los versos del Capitán

Manuel Delgado

En mi artículo “Todo Neruda” cometí la tremenda omisión de no mencionar “Los versos del Capitán”. Pasé olímpicamente del “Canto general” a “Las uvas y el viento”. ¡Vaya lapsus!

Demás está decir que es uno de los libros más leídos de Neruda y uno de los más encantadores. Lo cierto es que por su ubicación, su estilo y su contenido, él reafirma la madurez ha que ha llegado el poeta. Todo formado, como Atenea saliendo de la cabeza de Zeus con todo y armadura, Neruda se muestra en esa doble dimensión del cantor intimista y del luchador social. Esas dos facetas no son dos componentes contrapuestos en el poeta. Son, por el contrario, dos aspectos de su misma esencia humana, de su convicción teórica y práctica de que el mundo interior y el mundo social son uno, que su poesía tan solo acentuará ya un aspecto, ya otro, de esa personalidad dual pero única, sin abandonar ninguna de las dos.

Hay en torno a este poemario una serie de anécdotas que acentúan el furor que sentimos por él. “Los versos del Capitán” fue publicado, en 1952, de manera anónima, porque el poeta estaba terminando su relación con su segunda esposa, Delia del Carril, y comenzando su pasión con Matilde Urrutia, a quien fueron dedicados los poemas. Neruda pensó que ocultando su identidad haría menos daño a la esposa que estaba dejando.

Se publicó en Italia porque allí se habían establecido el poeta y su amada, y la edición solo tuvo 44 ejemplares, numerados y dedicados a algunos de sus amigos, como el novelista brasileño Jorge Amado, a escritores y artistas italianos como Visconti, Quasimodo, el dirigente comunista Palmiro Togliatti y otros. Lo curioso es que el primer ejemplar está dedicado, por supuesto, a Matilde; el tercero, a Pablo Neruda; y el segundo a una persona de apellidos Neruda Urrutia: era el hijo que soñaba tener y que nunca se hizo realidad.

Anónimo se siguió publicando en Argentina y Colombia hasta una década más tarde.

Dice mi cuñado César, dominicano de origen, que durante la dictadura de Trujillo, donde Neruda era visceralmente prohibido, el libro circulaba con toda naturalidad, como un ciudadano más. Claro, era anónimo.