Ser útil hasta el final de nuestras vidas
Alberto Salom Echeverría
-Maestro, ¿para qué sirve la poesía?
-para hacer más poesía, creo.
-y ¿para qué más poesía?
-Para llenar al mundo, creo.
– y ¿para qué llenar el mundo de poesía, Maestro?
– Para que no esté vacío.
– Pero si está lleno de cosas.
-Sí, pero sigue vacío.
-Maestro, no entiendo este enigma.
– Hijo, toma el lápiz y escribe tu primer poema.
Isaac Felipe Azofeifa, Cruce de vía, 1982, p.15-16.
Al Maestro con cariño.
Les digo a todas mis amistades, si lo que escribí para ustedes hoy le encuentran algún valor, les cuento que he decidido dedicarlo a uno de nuestros mejores y más sensibles poetas, el maestro Isaac Felipe Azofeifa.
Solo que hoy no le dedico estas letras, solo por haber sido un poeta magistral, sino principalmente, por haber vivido casi 88 años (cuando murió le faltaban unos pocos días para cumplirlos), una intensa, plena y fructífera existencia.
Me precio de haber disfrutado de la amistad de don Isaac, como yo le decía, cuando ya el poeta había entrado a la edad en la que, sin proponérselo hacía gala de gran sabiduría, derrochaba además humanismo, abundancia de amor genuino hacia sus semejantes y era como siempre extraordinariamente fecundo en la expresión de un lirismo excelso, para entonces ya muy maduro.
Sin embargo, pude conocerle también una faceta muy atractiva suya, en la que hacía las veces de un niño pícaro que, lo expresaba con cierta dosis de ingenuidad y candor; unas travesuras que cualquier ser humano hubiera desaconsejado para su edad.
Un vivo ejemplo de lo anterior ocurrió cuando un grupo de amistades, todas las personas normalmente muy serias e intelectuales patriotas de gran calidad, más jóvenes que don Isaac, después que salieron de una reunión del grupo Patriótico llamado “Soberanía” del que, el poeta Azofeifa era su principal animador, quisieron llevarlo un rato a divertirse con unos vinitos y otras bebidas espirituosas de por medio, con el único afán de prolongar ese día que había sido trabajoso, la relación con el poeta y lograr departir con él en un espacio más relajado. Nada malo parecía haber en ello. Aun así, don Isaac prorrumpió un tanto inquieto –“Jóvenes, eso que me proponen me encantaría hacerlo, pero, no será posible, porque a esta hora mi esposa “Menchita”, (me parece que él le decía así), no me perdonaría que no estuviera en casa con ella; si despertara y cae en la cuenta de que yo no estoy a su lado, como todas las noches, no creo que me vaya muy bien”; detrás del relato al poeta ilustre se le salió una risita maliciosa como de “teenager”. Por otra parte, me luce que la conjetura era lógica, por la hora ya algo avanzada de la noche (eran como las 9:00 pm ó 9:30 pm), y aparte, porque sabiéndose que aquella era una pareja tan respetada y estable, podría resultar algo no muy bien visto, desde la óptica de alguien conservador claro está, encontrar al honorable Isaac Felipe Azofeifa, solo, sin su amada esposa a “altas” horas de la noche en una especie de parranda inédita, como la imaginó; podría hasta ser considerado un hecho insólito.
Al poco rato, habiendo avanzando el vehículo hacia la residencia del respetabilísimo intelectual, ya entonces ubicada en alguna “vereda” de la carretera vieja a Tres Ríos, conforme se acercaba a su destino, bajo cierta presión de sus contertulios, el mismo poeta ilustre, se vio embargado nuevamente por la risita de adolescente que se le salió de nuevo, esta vez, procurando que fuera como para sí mismo, tratando por todos los medios de no dejarla salir de su corporeidad, como si estuviera viéndose sorprendido cometiendo una “fechoría”. A estas alturas, la tentación ya se había convertido en realidad. Don Isaac estaba dispuesto a incurrir en la “maldad”, pensando que, si no era ahora, cuando se escapaba con aquellos “forajidos”, no sería nunca. Ahora o jamás, profirió en voz alta, como dándose ánimo y ya completamente dispuesto a practicar una especie de “toccata e fuga” en su propia casa, es decir, entrar, abrigarse y luego rápida y lo más sigilosamente posible volver a salir… pero escapado.
Me esmorecí de la risa cuando me contaron que, don Isaac hasta se había hecho de una estratagema por si le tocaba en suerte al entrar a su residencia toparse con su amada “Menchita”, la misma Clemencia Camacho Mora. El argumento que se mal inventó, para evadirse de aquel probable instante indeseado, si se encontrara de súbito con “Menchita”, ya más bien fugándose a la improvisada parranda, era que le habían solicitado ayudar al arreglo del carro de uno de los amigos de las “Tertulias Patrióticas” de los jueves, que había quedado estropeado en el camino. Como puede verse, es evidente que el poeta no era bueno inventando coartadas, se le salía el candor o la ingenuidad tan inherentemente suya, por todas partes. Como un simple ejemplo, a don Isaac se le vio salir acompañado de un destornillador que llevaba en sus manos, extraído de la caja de herramientas legada por uno de sus hijos, como si aquel instrumento fuese útil en el arreglo del vehículo que supuestamente se había averiado.
Don Isaac logró por fin montarse al carro, o más bien zambullirse en el mismo, adonde lo esperaba aquella “barra brava” en que se había convertido de momento el grupo de intelectuales patriotas que, lo recibió en medio de un jolgorio esplendoroso, que festejaba su osadía, un escándalo de risas y algunos gritos, cualquiera de los cuales podría haber despertado a “Menchita”, si era que dormía. Don Isaac no pudo llamar al orden a la marabunta de truhanes, como solía hacerlo cuando era necesario, en las prolongadas sesiones del grupo Soberanía, de las que todos disfrutaban por la laboriosidad, disciplina, espíritu de grupo, compañerismo y eficacia con las que se llevaban a cabo.
Así transcurrió esa noche única para los patriotas del secular “Grupo Soberanía”, tras haber departido con su presidente, el poeta Isaac Felipe, un rato memorable, que de seguro todos los que sobreviven a ese ser humano extraordinario que era don Isaac Felipe Azofeifa, recuerdan hasta el día de hoy, con un enorme cariño. Fue una noche fantástica, esplendorosa, llena de magia.
Aquel hombre, ni habiendo entrado en edades avanzadas dejó de mostrar su rostro más sonriente, su espíritu pleno de jocosidad y candor. Un hombre leal con su esposa (contabilizadas las excepciones con los dedos de una mano; esto dicho más en broma que en serio, porque en estricto rigor no hubo ninguna), con sus colegas universitarios, intelectuales de fuste, con el pueblo trabajador, con la Patria que lo vio nacer en Santo Domingo de Heredia, y la que lo acogió con ternura en su regazo, cuando llegó al final de sus días, un 3 de abril de 1997.
“De veras hijo, ya todas las estrellas han partido. Pero nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer”, letras hermosísimas del poeta, considerado por muchos el mejor del siglo XX en Costa Rica y, tal vez en toda Centroamérica. Esas letras están estampadas en bronce, creo, en una de las paredes del Instituto Nacional de Seguros. La frase posee un contenido profundo porque nos invita a no dejarnos llevar por las apariencias de las cosas, ni en el plano individual, ni en el social; nos conmina a no desmayar cuando parece que todo sucumbe y se ensombrece a nuestro alrededor.
Ese don Isaac, pleno de alegría en el vivir, siempre jovial, fue como lo acabo de adelantar el mejor poeta del siglo XX que, sin embargo, nunca se dejó marear por la embriaguez de la fatuidad; una vez escribió también, en el ocaso de su existencia, habiendo recibido ya todos los premios nacionales y algunos internacionales habidos y por haber, lo siguiente: “El poeta es también un ser ordinario, común, y más semejante que los demás al hombre. Ama, come, duerme y es rencoroso y dulce y también trabaja como los honestos bueyes vencidos para ser útil y quizás por esto recordado”.
Este poeta imperecedero en la memoria de su amado pueblo costarricense y más allá, fue además proverbial educador, en el Liceo de Costa Rica, en la Universidad de Costa Rica, ensayista y político social demócrata, cofundador del Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales, del Partido Liberación Nacional y, ya en su senectud, pero plenamente lúcido, fundador y candidato presidencial por el Partido del Progreso y fundador de Fuerza Democrática. Además, como lo acabo de escribir, fundó el notable “Grupo Soberanía”, del que formaron parte 18 preclaros pensadores, intelectuales, ensayistas y profesores de la vida nacional. Este “Grupo” jugó un papel clave en la década de los ochenta y parte de los noventa, convocando a la ciudadanía costarricense y centroamericana a la defesa de la amenazada soberanía de estas naciones. En la literatura, desde que estudiaba en Chile entre 1929 y 1934, estableció contacto con el así llamado “Movimiento Vanguardista” y después recibió influencia del “Posmodernismo” y del “Vanguardismo”.
¿Pueden imaginarse ustedes una vida más fructífera e ingente al servicio de los demás? Quiero ahora, dejar para todos aquellos que fallan en el trato a los adultos mayores, una especie de admonición. Es fácil tratar bien a una persona adulta mayor como don Isaac que, alcanzó su vejez con plena lucidez y prácticamente íntegro físicamente. Lo más difícil es brindar un buen trato, para aquellas personas que comienzan a defeccionar física o intelectualmente. Recomiendo gratitud para ellas y ellos, respeto siempre, paciencia en el trato, acompañamiento, y aprender a rodear a esa persona de un ambiente optimista y saludable. Hay que hacerlos sentir útiles hasta el final.
Alberto Salom Echeverría, Grupo Soberanía, Isaac Felipe Azofeifa