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Etiqueta: antisemitismo

Antisemitismo y dolorosa realidad

Por Ann Marie Saidy

Con profunda tristeza los costarricenses se enteraron del IV Foro Anual Latinoamericano contra el Antisemitismo en San José en noviembre. Sí, muy tristemente, ha habido un aumento del antisemitismo desde el comienzo de la guerra en Gaza, y además es global. En Estados Unidos solamente, el antisemitismo ha aumentado 400%.

¿Se les ocurre a los judíos de todo el mundo a quién responsabiliza este agresión contra ellos?

Cuando Israel sufrió el ataque el 7 de octubre 2023, Netanyahu contestó con un genocidio de toda la población de Gaza, de residentes en un campo de concentración abierta, mal nutridos, con poco agua y electricidad, desempleados, un genocidio de hombres, mujeres, niños, hasta de bebes en brazos.

El mundo le dio cuenta por televisión, por posteo en YouTube, por medios sociales, del primer genocidio televisado en la historia.

¿Se le ocurrió a Netanyahu que las consecuencias iban a rebosar no solo en contra de él y en contra de Israel, sino en contra de los judíos en todo el mundo?

Eso es sin mencionar la islamofobia que ha aumentado globalmente desde al ataque a los torres en Nueva York en 2001. Además de ataques a civiles árabes y musulmanes, el oeste ha arruinado 7 países enteros, o árabes o musulmanes: Libia, Somalia, Iraq, Afganistán, Siria, Palestina y ahora Líbano.

Muy trágicamente, ese odio no va a parar en el Medio Oriente por ahora. Con la elección del rey de odio como presidente de EUA, la violencia solo va en aumento.

Imagínese si Abraham, Mohammed y Jesús regresan ahora, en pleno siglo 21. Van a ver que sus consejos de paz y amor al vecino no servían al Medio Oriente para ellos. Van a ver la decisión de la Corte Penal Internacional de arrestar a Netanyahu.

Cuando un gran filósofo se limita a desempeñar el papel de un político ordinario, la filosofía está muerta. El suicidio de Habermas

 Paolo Becchi

La reciente declaración firmada, entre otros, por Jürgen Habermas, último exponente de la «Escuela de Fráncfort», reivindica, tras las «atrocidades» cometidas por Hamás y la respuesta israelí, la existencia de ciertos «principios que no deberían cuestionarse», y que serían «la base de una solidaridad correctamente entendida con Israel y los judíos en Alemania». El argumento es, en esencia, el siguiente: dado que el objetivo de la acción de Hamás sería «eliminar la vida judía en general», criticar la reacción israelí sería de hecho imposible sin caer, intencionadamente o no, en una posición antisemita. Por eso la solidaridad es con Israel y los judíos de Alemania: porque -se acaba sugiriendo- atacar a Israel es también atacar a los judíos alemanes, es atacar a los judíos como tales. Un argumento que un Robert Habeck podría esgrimir, y también lo ha hecho, pero de un filósofo, y de uno del calibre de Habermas, habríamos esperado algo más. Por ello, nos permitimos hacer algunas observaciones críticas.

Acusar de antisemitismo a cualquiera que critique a Israel, a cualquiera que apoye los motivos palestinos, es un recurso que a menudo ha demostrado su eficacia retórica, pero que no deja de ser moralmente vergonzoso. Esto ya lo había observado, mucho mejor que yo, el filósofo, judío, Jacques Derrida, que había hablado en ¿Qué mañana? de una «trampa mortal»: «no me parece justo negar a nadie -incluido yo mismo- el derecho a criticar a Israel o a una comunidad judía en particular con el pretexto de que esto podría parecerse o ser funcional a una forma de antisemitismo». Y añadió: «Lo peor a mis ojos, desde mi punto de vista, es la apropiación y sobre todo la instrumentalización de la memoria histórica. Es perfectamente posible y necesario, sin implicar la menor forma de antisemitismo, denunciar esta instrumentalización, así como el cálculo puramente estratégico -político o no- que consiste en servirse del Holocausto, utilizándolo para tal o cual fin». Una lección, diría yo, que Habermas debería saber, sobre todo porque estuvo en diálogo filosófico con Derrida.

No se trata, pues, de negar que el antisemitismo no pueda seguir siendo hoy un problema, una plaga, ni, por supuesto, que deba tolerarse. Pero hay que ser lo suficientemente honesto y lúcido para asumir la responsabilidad que conlleva acusar a alguien de antisemitismo y privarle así de su libertad de expresión y de crítica. No se puede tener miedo a criticar todas las posturas que adopta Israel, y no se puede privar a la gente del derecho a ponerse, si quiere y si cree que es lo correcto, del lado de los palestinos. La persecución contra los judíos durante el nacionalsocialismo no fue sólo contra los judíos, sino contra esa idea de humanidad, de dignidad humana, que les fue negada a los judíos y que hoy como ayer debería ser universalmente defendida kantianamente.

En cambio, Habermas cae en la «trampa mortal». Con su «principio de solidaridad», que de hecho ha ocupado el lugar del «principio de dignidad humana», Habermas ha acabado justificándolo todo en los últimos años: desde la guerra en Ucrania, y el necesario apoyo a Zelens’kyj con el continuo envío de armas, hasta la lucha contra quienes consideraban ilegítimos los encierros y las vacunaciones forzosas: Putin es un criminal y quienes protestan contra la política pandémica del gobierno son negacionistas y conspiradores de extrema derecha que deberían ser (casi) ilegalizados. A veces, si la «solidaridad» no es aceptada por la población, el Estado, esta es la conclusión de Habermas, tiene que imponerla. ¡Devuélvannos a Horkheimer y Adorno y la Dialéctica de la Ilustración!

Así muere, o más bien está muerta, la ‘Escuela de Frankfurt’: de la crítica de lo existente se pasa a su justificación incondicional. Pero ¿cómo puede Habermas ignorar que la reacción de Israel está más allá de cualquier posible ‘proporcionalidad’? Más allá de la posible «intención genocida», ¿cómo puede Habermas no ver que Israel ha aprovechado la oportunidad para completar la limpieza étnica de Palestina, por tomar prestado el título del libro del historiador israelí Ilan Pappé, que comenzó con la formación del Estado de Israel? ¿Cómo puede olvidar que Noam Chomsky, otro distinguido judío, lo ve de la misma manera? Según las cifras más recientes publicadas por la ONU, la guerra en curso ha costado la vida a más de 10.000 palestinos, el 68% de los cuales eran mujeres y niños. La cifra de muertos para Israel ronda los 1.200, entre ellos 31 niños. ¿Vamos a negar la desproporcionalidad de estas cifras?

¿No tuvo siempre cuidado Habermas de distinguir el si del cómo de la guerra, insistiendo en el funcionamiento de un principio de proporcionalidad necesario para evitar sacrificios de civiles? ¿No había escrito, en el caso de la Guerra del Golfo, que nunca es posible apoyar una intervención militar que emprenda un bombardeo indiscriminado? ¿No fue Habermas el filósofo que pensó en una «paz perpetua», según el modelo kantiano de libre unión entre Estados? ¿Acaso esa paz requiere primero, como condición, la justificación de la violación de los derechos humanos en la Franja de Gaza?

Harold Abrahams, el campeón olímpico que venció a la intolerancia

Gabe Abrahams

Harold Maurice Abrahams (1899-1978) nació en Bedford, Reino Unido. Sus abuelos paternos fueron Abraham Klonimus y Esther Klonimus, judíos residentes en Lituania. Uno de sus hijos, Isaac Klonimus, emigró a Gran Bretaña y se instaló en Bedford, lugar en el que escogió el nombre de Isaac Abrahams, en honor al nombre de su padre: Abraham. Isaac Abrahams fue el padre de Harold Abrahams.

Harold Abrahams tuvo varios hermanos. Su hermano mayor, Adolphe, fundó la medicina deportiva británica. Su hermano mediano, Sidney, destacó como saltador de longitud y representó a Gran Bretaña en los Juegos Olímpicos de Estocolmo 1912.

Educado en las prestigiosas Escuelas de Bedford y Repton, Harold Abrahams cursó sus estudios de derecho en la Universidad de Cambridge entre 1919 y 1923, tras ser subteniente del ejército británico.

Durante su primer curso en Cambridge, el joven Harold se dedicó a dos disciplinas atléticas: la velocidad y el salto de longitud. Entrenó y compitió con gran empeño y, gracias a eso, consiguió clasificarse para los Juegos Olímpicos de Amberes 1920.

En los Juegos de Amberes, fue eliminado en los cuartos de final de los 100 y los 200 metros, así como en salto de longitud. Pero, en el relevo de 4×100 metros, quedó cuarto y rozó la medalla olímpica.

Durante los años siguientes, Harold Abrahams se dio cuenta de que no podría conseguir la anhelada medalla olímpica sin un entrenador de prestigio y contrató al reconocido técnico Sam Mussabini.

Mussabini sometió a Abrahams a un entrenamiento muy exigente, extraordinariamente exigente para aquella época, dando importancia especial a la salida, la técnica de carrera, el aspecto psicológico de la competición…

En los Juegos Olímpicos de París 1924, en el Estadio de Colombes, llegó el fruto del trabajo de ambos. El 7 de julio, Harold Abrahams consiguió la victoria en la final de los 100 metros en una memorable carrera y la ansiada medalla olímpica, el oro olímpico.

Abrahams derrotó a sus rivales con una gran autoridad, dejando en evidencia al campeón olímpico de los Juegos anteriores, el norteamericano Charlie Paddock.

En la prueba de relevos de 4×100 metros, en la que había sido cuarto cuatro años antes, Abrahams consiguió la medalla de plata. La prensa británica se rindió ante él, la prensa deportiva del mundo entero mostró asombro por su gesta.

Harold Abrahams había luchado durante años contra sus rivales, y también contra el antisemitismo existente en el seno de la sociedad británica, un antisemitismo muy arraigado que se había vuelto en su contra en algunas ocasiones. En cualquier caso, el antisemitismo en Gran Bretaña y en toda la Europa continental era un fenómeno muy anterior y hundía sus raíces en la Edad Media. Con su oro olímpico, Abrahams lo había vencido. En París, lo había derrotado.

Harold Abrahams se retiró del deporte poco después de su éxito olímpico por culpa de una lesión. Y ejerció de abogado y de periodista y comentarista deportivo en el Sunday Times y en la BBC radio, entre otros medios, actividad que ya había llevado cabo en el All Sports o el Evening News desde los inicios de los años veinte y que mantendría a lo largo de décadas.

En 1934, Harold Abrahams inició su relación con la cantante de ópera Sybil Evers y se convirtió al catolicismo. En 1936, se casó con ella y, poco después, ambos adoptaron a sus hijos Alan y Sue.

En el mismo año de 1936, Harold Abrahams también acudió como comentarista de la BBC radio a los Juegos Olímpicos de Berlín, organizados por la Alemania nazi. Antes del acontecimiento, las autoridades británicas y la BBC avisaron a los organizadores de que el campeón olímpico y periodista deportivo de origen judío Harold Abrahams iba a cubrir los Juegos Olímpicos. Abrahams pudo realizar su labor periodística en los Juegos sin ser molestado por su origen judío.

En la segunda mitad de los años treinta, los sectores conservadores de la sociedad inglesa sintieron simpatía por la Alemania nazi y se produjo un nuevo rebrote del antisemitismo y de la intolerancia contra los judíos en Gran Bretaña. Abrahams no podía pelear contra el antisemitismo y la intolerancia desde el deporte como lo había hecho una década antes, porque se encontraba retirado. Pero respondió auxiliando a judíos perseguidos por el nazismo en los años de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En su propia casa de Londres, encontraron refugio algunos judíos procedentes de Austria y Alemania.

Concluida la Segunda Guerra Mundial, Harold Abrahams prosiguió su carrera como periodista y escribió un par de libros de interés histórico: The Olympic Games, 1896-1952 y The Rome Olympiad, 1960.

En 1957, Abrahams recibió la Orden del Imperio Británico. Y, en 1976, dos años antes de su muerte, se convirtió en el presidente de la Federación Británica de Atletismo.

Harold Abrahams falleció en Enfield en 1978 a los 78 años. Su fallecimiento causó una gran conmoción en el mundo del deporte.

En 1981, la película Chariots of Fire (Carros de Fuego), dirigida por Hugh Hudson, se centró en su historia, mostrando su gesta olímpica y su pelea contra el antisemitismo y la intolerancia de su tiempo.

En 1981, el International Jewish Sports Hall of Fame lo admitió en su seno y, en 2009, hizo lo propio el England Athletics Hall of Fame.

El 17 de mayo de 2007, su hija Sue Pottle y su sobrino Anthony Abrahams inauguraron una placa dedicada a él en la que fue su casa de Londres, concretamente en Hodford Lodge, 2 Hodford Road, Golders Green.

Hace un siglo de la historia de Harold Abrahams, del campeón olímpico que luchó y venció en el deporte y en la vida. En un par de años, se cumplirá un siglo de su oro olímpico. Aquel oro que ganó en pocos segundos, en 10 segundos que justificaron toda su existencia. Vale la pena recordarlo.