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Etiqueta: aporofobia

ANEP: Acerca de la violencia política de los simpatizantes de Chaves

El día 16 de junio de 2023 la Junta Directiva de ANEP responde a los ataques recibidos el lunes 12 de junio de 2023 por parte de los seguidores del presidente Chaves, asimismo responde a los miles de muestras de solidaridad que han recibido.

Albino hace un llamado al diálogo social y movilización cívica pacífica. A su vez, se dirige al presidente Chaves resaltando que sus discursos de odio, confrontativos ha generado xenofobia, misoginia, violencia de género, homofobia, aporofobia y ha satanizado y vulgarizado a las dirigencias sindicales del país.

Para escuchar el mensaje de Albino Vargas ingrese al siguiente enlace:

La ira incontenible

Por Memo Acuña (sociólogo y escritor costarricense)

“Igualiticos nunca hemos sido”, decía con humor e ironía el querido y recordado Carlos Sojo en su obra “La construcción social de la desigualdad” (PNUD-FLACSO, 2012).

En este análisis, falto ahora de un complemento de cómo en los últimos 10 años los procesos de deterioro social y la imposibilidad de cumplir un contrato social de integración horizontal, Sojo desmenuzaba la matriz sociocultural e institucional que crea la base de la desigualdad en el país: componentes sociales, raciales, económicos y geográficos alimentan esa Costa Rica que las visiones hegemónicas insisten en borrar bajo el candor de un aparente idilio que nos crea como comunidad de iguales.

Nada más alejado de una realidad que nos golpea hoy más que nunca. Pero no solo ese tema debe leerse críticamente.

Junto a la igualdad como mito fundacional de una colectividad desagregada, otro gran referente discursivo e ideológico en la construcción de esa Costa Rica hegemónica, ha sido el de la paz como núcleo que vertebra las relaciones sociales de los costarricenses.

Recién concluí la lectura de “El año de la ira”, novela ficcional de corte histórico escrita por Carlos Cortés y publicada por Ediciones Alfaguara en 2019.

En esta obra Cortés propone con detalle una lectura al pasado militar y violento de la sociedad costarricense, basado en los acontecimientos sucedidos entre 1917, año en que el presidente Alfredo González Flores es derrocado por su Secretario de Guerra y Marina, Federico Tinoco Granados y 1919, cuando se produce el asesinato de José Joaquín, hermano de Federico y la caída del régimen dictatorial que ambos labraron por aquellos años.

A menudo se suele caricaturizar la abolición del ejército en Costa Rica, otorgándole una dimensión simbólica que no permite dimensionar el eje histórico de la violencia que ha marcado el desarrollo de la sociedad costarricense en su conjunto. La ausencia de institucionalidad no significa necesariamente que el ADN de la violencia siga operando como marcador en la sociedad costarricense.

Ni igualiticos ni pacíficos hemos sido. Ambas son narrativas sedimentadas en la necesidad de alimentar momentos devocionales a nivel colectivo.

Por ello, el origen de lo que ha ocurrido desde 2022 en cuanto a asesinatos y la violencia generalizada en el país, debe ser buscado en las bases históricas de lo que hasta hace muy poco (70 años) constituía un ejercicio social e institucionalmente naturalizado, basado en la aplicación de métodos violentos para construir democracia. Esta lectura crítica complementaría la predominante que ubica las violencias en una conflictividad de actores y poderes fácticos que prácticamente se han repartido el país y lo administran a su antojo.

La ira del tico bien podría dar cabida a otros análisis sobre sus formas expresas y veladas de comportamiento. La descarga discursiva en redes sociales, la xenofobia, la homofobia, la aporofobia se vinculan con todo tipo de violencias físicas hacia niños, niñas, personas adultas mayores, poblaciones indígenas, entre otros ejemplos cotidianos.

No es una ira solapada, sino abierta e incontenible. Para detenerla hay que asumirla. Trabajar sobre sus orígenes y desde allí empezar su desmontaje. Esta tarea es necesaria para la construcción de una experiencia colectiva en la que nos reconozcamos todos y todas.

VERTEDEROS QUE SI DEBEN CERRARSE

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

El país se aprestaba a conmemorar en una suerte de rictus sordo, los doscientos años de vida independiente. El discurso aquel sobre la patria, los valores, la democracia y sus bondades se instaló a lo largo de todo el mes que acaba de concluir.

Casi que, con la entrada de las celebraciones, volvimos a reeditar otros ritos, poco agradables, pero sí peligrosos por sus alcances, sus impactos, sus efectos en la sedimentación de eso que algún día llamamos comunidad costarricense.

Tan añeja como la misma celebración Bicentenaria, la problemática de la gestión de los residuos y los desechos sólidos en la Gran Área Metropolitana costarricense sigue representando un problema de salud pública, dada la cercanía de muchos espacios reconocidos como vertederos con comunidades y poblaciones.

Justamente al finalizar agosto, las personas vecinas de la comunidad La Carpio, un asentamiento informal conformado por la mixtura de familias costarricenses y migrantes, especialmente de origen nicaragüense, protagonizaron una serie de manifestaciones en vía pública que incluyeron pancartas en mano y el bloqueo a la principal vía de entrada y salida a la comunidad.

Demandaban a las autoridades competentes una pronta resolución sobre los olores que permanentemente, pero más en la época de invierno, se expiden desde un vertedero de basura localizado en un predio contiguo a la comunidad.

Conformado hace ya muchos años, La Carpio constituye ejemplo de los procesos de segregación y segmentación urbana, con problemáticas como la informalidad en su constitución, la precaria dotación de servicios y una constante desatención a sus problemas sociales más apremiantes.

Los discursos sociales a propósito de la comunidad en su mayoría están orientados a acotar, sin ningún sustento numérico y estadístico, la presencia de una población migrante a la que se le atribuyen características como la violencia y la delincuencia.

Quizá tras estas apreciaciones es que pueden leerse varios comentarios expresados en las redes sociales de un telenoticiero nacional al publicar la noticia sobre la manifestación de los vecinos de la comunidad.

Frases como “¡Yo propongo que cierren la Carpio mejor! O que cierren ambas… ¡o que las combinen y hagan un solo botadero!” La carpio tiene el vertedero que genera contaminación y el vertedero de asaltos” son solo algunos ejemplos de la continua construcción discursiva racializada e estigmatizante acerca de este asentamiento.

Estas y otras frases develan en extenso las entrañas de una discriminación que intercala al mismo tiempo aversión al extranjero y un odio rastrero contra la pobreza y las personas pobres.

Dice Adela Cortina en su trabajo ya conocido sobre la Aporofobia (rechazo a la persona pobre) que tanto la xenofobia como el racismo no son en estricto sentido resultado de una historia o experiencia personal de odio hacia una persona determinada: son una reacción contra personas que la mayoría de las veces no se conocen y que representan aún más eso que se teme o desprecia sin mediar experiencia alguna.

Pero no es cualquier persona la que produce esa animadversión y ese rechazo. Es, como bien lo refleja Cortina, el “aporos”, el pobre el que molesta, porque “se vive a la persona pobre como una experiencia que no conviene airear”.

Durante años en nuestra experiencia docente en el curso sobre Migraciones en Costa Rica en la Universidad Nacional, escuchamos experiencias de rechazo a las mismas personas estudiantes por su lugar de proveniencia : “yo prefiero no decir donde vivo”, “invento mi lugar de origen para no ser discriminada”, son solo algunos de los testimonios recogidos en aquel curso, que nos permiten señalar la necesidad de seguir profundizando en el conocimiento de esas otras geografías y espacialidades que experimentan todos los días el estigma y la discriminación sin motivo aparente.

Pasados los fuegos artificiales de las celebraciones patrias, descubrimos que todavía siguen sin ser incluidas muchas personas a esa comunidad imaginada que decimos ser. Corresponde en lo inmediato un ejercicio permanente de volver conscientes esas inequidades, cerrar la brecha, clausurar los vertederos donde se propagan discursos discriminantes y de odio, apagar de forma urgente las luces de la exclusión que en nada contribuyen a construirnos como colectivo.