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Etiqueta: científico

El Premio Magón para el Dr. José María Gutiérrez

Dr. José María Gutiérrez, galardonado con el Premio Nacional de Cultura Magón. Foto: Archivos Universidad de Costa Rica.

El merecido reconocimiento a una inveterada tradición científica en Costa Rica

Luko Hilje

Creado el 24 de noviembre de 1961, el Premio Magón correspondió a un galardón literario en sus inicios. Así consta en el libro Los premio Magón, del recordado amigo Elías Zeledón Cartín, publicado en 1992. De hecho, su denominación corresponde al pseudónimo o hipocorístico de Manuel González Zeledón (1864-1936), célebre escritor costarricense.

Y, como era de esperar, con él se honró a autores de gran fuste, a quienes poco a poco se sumaron otros artistas e intelectuales. En orden cronológico, los premiados fueron Moisés Vincenzi Pacheco, Julián Marchena Vallerriestra, Carlos Salazar Herrera, Carlos Luis Fallas Sibaja, Hernán Peralta Quirós, Carlos Luis Sáenz Elizondo, José Marín Cañas, Fabián Dobles Rodríguez, Luis Felipe González Flores, Francisco Amighetti Ruiz, Juan Rafael Chacón Solares, León Pacheco Solano, Francisco Zúñiga Chavarría, Teodorico Quirós Alvarado, Joaquín Gutiérrez Mangel y Alberto Cañas Escalante. De estos primeros dieciséis galardonados, así como de los que les siguieron, hasta 1991, Elías incluye en su libro muy valiosas reseñas biográficas, que permiten captar mejor los sólidos méritos de cada uno.

Me he detenido aquí de manera deliberada, pues en 1977 se rompió la tradición, al asignar el Magón a un científico: el Dr. Rafael Lucas Rodríguez Caballero. La verdad es que siempre pensé que a don Rafa le habían otorgado el Magón no solo por su labor científica, sino que también porque fue un excelso dibujante, sobre todo de sus amadas orquídeas. En realidad, la resolución del jurado, integrado por Carlos Salazar Herrera, Samuel Rovinski, Virginia Sandoval de Fonseca, Marco Retana y Joaquín Garro, indica que lo fue:

Por su intensa, seria y permanente labor de investigación en el campo de la botánica, con especialidad en las umbelíferas y las orquídeas, que se encuentra registrada en numerosas publicaciones nacionales y extranjeras, que dio origen a una escuela de investigación en esa especialidad. Su vida ejemplar en el campo de la investigación y de la docencia ha servido de inspiración para los jóvenes científicos, que hoy enriquecen la cultura de nuestro país.

Al respecto, es pertinente indicar que ya en 1971 se había modificado el nombre, para que se llamara Premio Nacional de Cultura Magón, y que sería:

Otorgado anualmente a un escritor, artista o científico costarricense, en reconocimiento a la obra que lleve realizada en el campo de la creación o la investigación hasta la fecha en que se conceda el premio.

Es decir, de manera explícita, esta vez se reconocía que la actividad científica es parte indisoluble de la cultura de una sociedad, sensu lato. Esto no solo es loable, sino que también lógico. De hecho, esa dimensión la recoge el Diccionario de la Real Academia Española, al definir la cultura —en su tercera acepción— como el «conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.».

Sin embargo, en realidad esto no ha calado suficientemente en algunas personas, sectores sociales y decisores políticos. Al respecto, recuerdo que hace exactamente 50 años, cuando se fundó la Universidad Nacional (UNA), tuvimos la cercana colaboración del Dr. Rodrigo Zeledón Araya, microbiólogo y parasitólogo de renombre mundial, así como sobresaliente profesor en la Universidad de Costa Rica (UCR), quien además fue uno de los integrantes de la Comisión ad hoc que le confirió visión, estructura y rumbo a la UNA. En 1975, con el fin de fortalecer los incipientes programas de investigación que deseábamos impulsar en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, una tarde-noche por semana nos quedábamos ahí para que nos ofreciera una especie de seminario, en el que se propiciaban muy ricas discusiones. Y me acuerdo de que, en una de sus presentaciones, de manera lapidaria expresó que «ser científico en Costa Rica es como ser torero en Nueva York».

Pero no lo decía con fatalismo ni desánimo, sino con la profunda convicción de que había que cambiar, y pronto, tan lamentable situación. Y tenía criterio y credenciales para decirlo. Intelectual de pensamiento claro, así como de acciones concretas, además de escribir al respecto por la prensa con frecuencia, para entonces ya había gestado su primera criatura, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT), nacido en 1972, y del cual fue su primer director. Y, para dar más amplias dimensiones a sus aspiraciones, después logró la hazaña de fundar el Ministerio de Ciencia y Tecnología (MICIT) en 1990, e incluso convertirse en el primer ministro del ramo.

Creo que, sumados a su destacada carrera científica, estas realizaciones ameritan y justifican que a este egregio ciudadano —hoy con 93 años— se le otorgue el Premio Nacional de Cultura Magón, distinción que ha seguido alejada del mundo científico. De hecho, desde que se galardonó a don Rafael Lucas, debió transcurrir casi un cuarto de siglo para que se premiara a dos notables investigadores provenientes de los campos antropológico y arqueológico, la Dra. María Eugenia Bozzoli Vargas (2001) y don Carlos Aguilar Piedra (2004), respectivamente.

No obstante, de las disciplinas asociadas con las ciencias exactas y naturales, o con sus aplicaciones agrícolas o biomédicas, habría que esperar un decenio para que, en 2011, se honrara al Dr. Rodrigo Gámez Lobo —eso sí, compartido con Rogelio López, artista de la danza—, virólogo de fama mundial, fundador y director del Centro de Investigación en Biología Celular y Molecular (CIBCM) en la UCR, así como fundador y presidente del Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio). Un lustro después le correspondería el turno al médico Juan Jaramillo Antillón (2016), destacado académico de la UCR, exministro de Salud Pública y prolífico escritor, con casi 40 libros publicados, no solo en el campo de la salud pública, sino que también en las áreas de la historia y filosofía de la medicina y la ciencia.

Así, a grandes trazos, este es el panorama histórico en que hace apenas dos semanas recibimos con verdadero júbilo la noticia de que el Magón de 2022 le fue otorgado al microbiólogo José María Gutiérrez Gutiérrez.

Con Chema, como cariñosamente se le conoce en el ámbito universitario y científico del país, nos une una relación de amistad desde nuestra época de estudiantes. Dos años menor que yo, nos conocimos allá por 1973-1974, cuando el gobierno de turno se proponía entregar la prístina y paradisíaca isla del Caño a manos extranjeras, para instalar casinos y lupanares de lujo, con el fin de atraer turistas millonarios al país, ante lo cual varias asociaciones y partidos políticos estudiantiles de la UCR emprendimos una intensa lucha, que culminó con éxito.

Además, yo era amigo cercano de mis compañeros de estudios Rafael Quesada Vargas y Richard Taylor Rieger, interesados ambos en el estudio de serpientes venenosas, al punto de que Richard trabajaba con el Dr. Róger Bolaños Herrera, visionario fundador del Instituto Clodomiro Picado, uno de los pioneros en la producción de sueros antiofídicos en América Latina. Eso me acercó a Marco Gómez Leiva, bioquímico que coordinaba las actividades del serpentario de la Facultad de Medicina, así como a Luis Cerdas Fallas, quien trabajaba con don Róger, a la vez que ejercía la docencia en la Facultad de Microbiología. Como el edificio de esta colinda con el de la Escuela de Biología, en una que va y otra que viene nos topamos de nuevo con Chema, de quien todos ellos decían que era un verdadero portento.

Y tenían plena razón. Brillante, inquisitivo, analítico y metódico, Chema empezó a desplegar sus dotes de científico, primero como asistente de investigación y después como investigador titular en el Instituto Clodomiro Picado, al punto de obtener en 1980 el Premio Nacional de Ciencia y Tecnología por sus investigaciones acerca de la acción biológica de los venenos de serpientes. Posteriormente, con su formación acrecentada al obtener el doctorado académico en Ciencias Fisiológicas en 1984, en Oklahoma State University, su carrera científica escaló de manera realmente rutilante, como se capta al leer su extensa y rica hoja de vida.

Sin embargo, hay una dimensión más, que un lector desprevenido podría no captar, y es que Chema siempre ha realizado investigación de primer mundo, pero sin omitir su compromiso con la sociedad. De exquisito don de gentes, rebosante de sensibilidad social, y con ese silencio propio del hacedor de ciencia, en eso Chema ha sabido emular en bonhomía y estatura científica a sus dos mayores mentores, a quienes también ha honrado de varias maneras: Clodomiro (Clorito) Picado Twight (1887-1944) y Alfonso Trejos Willis (1921-1988).

Cuando, con apenas 21 años y becado con gran esfuerzo por el gobierno de Costa Rica, en 1908 Clorito partió hacia Francia, su aspiración era convertirse en un biólogo «puro», y así lo hizo, al obtener en 1913 el doctorado en la Universidad de París. Sin embargo, poco antes de graduarse —con una tesis acerca de la fauna asociada con plantas epífitas, o «piñuelas»—, al efectuar una pasantía en el Instituto Pasteur y el Instituto de Medicina Colonial de París, su mente dio un viraje radical. En efecto, para fortuna de Costa Rica, ahí percibió que podía serle más útil a nuestra patria en el campo de la salud pública. Por eso, en vez de visualizarse como investigador en el Museo Nacional o como eventual profesor universitario, eligió el Hospital San Juan de Dios para impulsar su obra científica. Y, al fundar ahí el Laboratorio de Análisis Clínicos, como en una especie de apostolado científico, hizo de este un centro de investigación en campos como la endocrinología, la hematología, la inmunología y los sueros antiofídicos, todo en beneficio de sus semejantes.

Fue a ese prodigioso recinto donde —llevado por su padre— llegó un día un mozalbete llamado Alfonso Trejos Willis, para que le ayudara durante las vacaciones colegiales de este. Sin embargo, aunque su primer encuentro fue algo áspero, como lo relato en el artículo «Dos anécdotas sobre Clorito» (Semanario Universidad, 9-VIII-02), el sabio supo captar y aquilatar el potencial de Trejos, y poco a poco lo estimuló, hasta convertirlo en un destacado investigador; y tanto, que en 1942 publicaban juntos el libro Biología hematológica elemental comparada, cuando Trejos frisaba los 21 años. No obstante, Clorito fue más allá, pues insufló en Trejos no solo el compromiso con su pueblo, sino que también la valentía y el vigor para denunciar por la prensa lo que no le parecía, no solamente en el ámbito propiamente científico, sino que también en otros planos de la sociedad.

Para quien desee conocer acerca de Trejos, he tenido la fortuna de coordinar dos dossiers dedicados a él: «Para recordar al Dr. Alfonso Trejos» (Esta Semana, 21-IV-89) y «En el centenario del Dr. Alfonso Trejos Willis» (La Revista, 3-XI-2021). En ambos tuve la colaboración de Chema, con los artículos «Semblanza del Dr. Alfonso Trejos Willis» y «El aporte del Dr. Trejos Willis a la investigación científica» en el primero de ellos, y «Alfonso Trejos Willis y el desarrollo de las ciencias biomédicas en Costa Rica» en el segundo. Debo decir que, a pesar de la distancia física, pues nunca he laborado en la UCR, sino primero en la UNA y después en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE), hurgar en la vida y la obra de Clorito y don Alfonso ha sido un motivo de reencuentro con Chema a lo largo de los años.

En realidad, a su manera, Chema es el heredero, a la vez que el promotor, de una inveterada tradición científica en el campo de la salud pública, con ciencia de alto calibre, pero también con sentido social, iniciada en 1914 por Clorito —acerca de quien Chema ha escrito también de manera abundante y esclarecedora— y prolongada por Trejos Willis, mentor de Chema. Es decir, como en una carrera de relevos, Chema es el portador de una estafeta de gran significado humano y patriótico, al hacer ciencia de relieve mundial, pero con aplicaciones a la realidad particular de Costa Rica y de otros países del «tercer mundo», porque las labores del Instituto Clodomiro Picado en cuanto a salvar vidas humanas, sobre todo en zonas rurales, sobrepasaron nuestras fronteras desde hace muchos años.

Ahora bien, al igual que sus dos predecesores, Chema no se ha encerrado y aislado en su laboratorio. De ninguna manera. Porque, además de las actividades de acción social que realiza el Instituto Clodomiro Picado —que él dirigió por varios años— para prevenir envenenamientos, o para contrarrestarlos con los sueros antiofídicos que producen, él se ha proyectado con escritos acerca del quehacer y la relación del científico con el mundo en que está inmerso. De ello dan fe varios artículos periodísticos, y especialmente Reflexiones desde la academia. Universidad, ciencia y sociedad (2021), un reciente libro de ensayos en el que con excelente pluma y sobrada lucidez Chema nos alerta sobre las visiones, desafíos, riesgos y avatares de las universidades públicas —hoy víctimas de la miopía de los gobernantes de turno— como entidades ideales para que, con libertad plena y sin apremios financieros, florezca el conocimiento a través de la investigación y el diálogo académico, así como en relación con las necesidades más sentidas de nuestro pueblo.

Pienso que fue todo esto lo que el jurado del Magón valoró, aunque tal vez sin percatarse de que, al conceder el galardón a Chema, en realidad se honra una trayectoria que data de más de un siglo, vale decir, un tenue pero firme hilo conductor que enlaza a Clorito, don Alfonso y Chema, y que, por original, fecundo y prolongado, quizás sea único en América Latina.

 

Publicado en https://www.meer.com/es y compartido con SURCOS por el autor.

Immanuel Kant. El gran filósofo que era también científico

Johann Gottlieb Becker; Immanuel Kant, Schiller-Nationalmuseum, Alemania, 1768 (detalle).

El gran filósofo que era también científico

JUAN JARAMILLO ANTILLÓN

Debo señalar que he tenido temor de escribir sobre esta gran figura, ya que no sé si seré lo bastante claro para señalar sus ideas al lector usual, y me temo que los filósofos expertos considerarán muy deficiente este pequeño ensayo, pues él escribió tanto y sobre tantas cosas que, al leerlas, queda uno completamente abrumado al igual que cuando uno lee a Aristóteles. Kant es uno de los pensadores más influyentes de la filosofía universal y fue precursor del idealismo alemán en su tiempo.

Nació en 1724 en Königsberg, Prusia, ciudad de la que nunca salió, (murió ahí en 1804). Creció en un hogar muy religioso donde la Biblia era interpretada literalmente, recibiendo por eso una educación muy rígida y estricta. Estudió en su ciudad la primaria y secundaria, y, a los 16 años ingresó a la Universidad de Königsberg a estudiar filosofía, ciencias y matemáticas, siendo con los años nombrado profesor de filosofía, metafísica y hasta antropología, cátedras que ejerció durante 40 años.

Ahora que el mundo está en vilo por la invasión de Ucrania por Rusia y que puede dar lugar a una catástrofe militar universal, Kant consideraba la necesidad de que el mundo tome una serie de medidas para lograr una «paz perpetua» que pusiera fin a las guerras y creándose así una paz duradera mediante la creación de repúblicas constitucionales, donde los gobiernos deben proteger los derechos y libertades de pueblo.

Las tres grandes obras que escribió están relacionadas con tres preguntas filosóficas:

  • ¿Qué puedo conocer? en Crítica de la razón pura, ahí trata sobre la razón.
  • ¿Qué debo hacer? en Crítica de la razón práctica, habla de la ética.
  • ¿Qué puedo esperar? en Crítica del juicio, habla sobre teleología.

A Kant le interesaba conocer al hombre, algo que en su tiempo lo había iniciado Sócrates en la antigua Grecia.

Es considerado como el pensador que logró hacer ver que el racionalismo y el empirismo juntos eran la causa del entendimiento humano. Él decía, nuestra experiencia es en parte determinada por nuestro aparato sensorial y solo por esta nos podemos imaginar la existencia específica de algo. Sin embargo, además, la razón nos hace reflexionar sobre lo que vemos y nos proporciona ideas sobre la verdadera realidad. Algo que es aceptado actualmente.

La originalidad y profundidad de su pensamiento hace que muchos lo consideren difícil de entender, sobre todo en su tiempo y, por eso, escribió a continuación de la Crítica de la razón pura, los Prolegómenos, un pequeño librito para darse a entender mejor.

Me deslumbran muchos de sus pensamientos, incluso científicos, otros los considero difíciles de entender como su metafísica y otros conceptos, pero en todo caso, era una de esas mentes privilegiadas que se dan muy de poco, hasta antropólogo era. Formuló la hipótesis correcta de que el sistema solar se formó de una gran nebulosa y que el universo estaba compuesto de galaxias (acumulo de estrellas), algo aceptado actualmente. La NASA el 21 de octubre del 2022 señaló que, con el nuevo telescopio llamado James Webb, ha captado a 6500 años luz de distancia de la Tierra nubes de gas y polvo, sitio donde se forman nuevas estrellas.

Es considerado el más grande filósofo de su tiempo y de hecho para muchos uno de los más grandes de todos los tiempos. Pero, además, hay que agregar que, era un físico teórico, ya que opinaba sobre la física de Newton y los conceptos de Descartes en ciencias. Sí, para Newton, la física era no solo independiente de cualquier metafísica, sino idónea en sí misma para ofrecer el único punto de partida verdaderamente sólido desde dónde alcanzar una concepción racional de Dios y del universo. Para Kant, la ciencia de la naturaleza no necesita de la metafísica, ni la metafísica tiene que apoyarse en modo alguno en la ciencia. La física o la cosmología deben ser tratadas de manera exclusivamente naturalista sin referencia alguna a realidades que no pertenezcan al mundo de la naturaleza. Con lo anterior corregía adecuadamente nada menos que a Newton. El señalaba eso, porque consideraba que, la metafísica y la religión deben construirse sobre bases diferentes a las de la ciencia ya que no deben interferir con el conocimiento exacto de la naturaleza.

Lo anterior es un reconocimiento explícito y filosóficamente consciente de la absoluta autonomía de la investigación científica, como en su momento lo señalara Galileo. Para él, a la filosofía le quedará una nueva tarea; no ya la de ofrecer las bases últimas a la ciencia ni de recabar de la ciencia alguna sugerencia metafísica, sino la de reflexionar con el máximo rigor crítico sobre el trabajo científico, con el fin de hacer al hombre cada vez más consciente de los métodos concretos con los que actúa la investigación racional. Se dice, que con los años él renunció a su metafísica.

Es interesante conocer su pensamiento con relación a cómo aprendemos. Decía: todo lo que vemos, oímos, tocamos, en fin, todo lo que pasa a través de los sentidos al cerebro se traducirá en experiencia, mientras que lo que no pasa por este tamiz no se llegará a aprender. Para él, en su tiempo, hace dos siglos, y pese a lo manifestado en contra por diversos filósofos, en especial John Locke, estaba muy claro que el hombre para entender las cosas no solo cuenta con los sentidos. Los sentidos, decía, son válidos para comprender ciertas cosas, pero no lo son en cambio para otras, debido a su propia naturaleza, que impone toda una serie de limitaciones. Por ejemplo, el concepto del tiempo no es objetivo sino subjetivo, es propio de la mente y al igual que el espacio, sin ambos como conocimientos a priori, no podríamos comprender el sitio que ocupan las cosas en el medio o la naturaleza. Y son meras formas de intuición. Kant sostiene que la razón pura forma ideas que no pueden probar su realidad, pero tiene sus usos prácticos.

Todo lo que conocemos, objetos y seres, se encuentra sujeto a las dimensiones de espacio y tiempo, y sin ellas es imposible concebir el conocimiento. Como no era fácil entenderlo para ejemplificar eso señalaba que no es posible imaginar un efecto sin una causa que lo produzca y le dé sentido. Todo objeto que conocemos existe como tal en unas dimensiones específicas de espacio y tiempo, formas sin las cuales no podríamos percibir o aprehender nada. Y como aun así podría considerarse muy compleja esa idea para aclararla decía que lo que se expresa en nuestra consciencia es el producto de nuestro aparato sensible que viene modificado por la naturaleza de los sentidos con los que percibimos el mundo exterior. No podemos obtener imágenes visuales sin los ojos, ni oír los ruidos o la música sin los oídos, de igual manera que no puede haber ideas o pensamientos sin cerebro.

Por supuesto, en su tiempo no se conocía que en el cerebro existían áreas visuales y auditivas donde los rayos de luz y los sonidos se vuelven comprensibles. Aunque eso fue un descubrimiento muy posterior, sin embargo, no estaba tan alejado de la realidad, ya que Kant señalaba que estas dimensiones del espacio y del tiempo forman parte indisoluble del proceso del conocimiento del ser humano, es decir, existen en su interior, pero en ningún modo se constituyen en entidades independientes y ajenas al objeto percibido.

Entre sus consideraciones estaba que «una cosa determinada es válida» o una razón es válida siempre, no solo cuando interese; no tiene sentido afirmar que una cosa es buena para alguien y mala para otra persona que se encuentra en las «mismas circunstancias». Así como el mundo empírico se gobierna por leyes de validez universal, lo mismo ocurre con el universo moral, cuyas leyes deben ser aplicables en cualquier contexto. De acuerdo con eso, la moral se fundamenta en la razón, al igual que la ciencia.

Cuando le preguntaron, ¿usted cree en Dios? señaló, sí, sin embargo, no es posible probar la existencia (conocer) de algo que no se puede comprender a través de los sentidos. Pero, así como no se puede demostrar la existencia de Dios, tampoco podemos negarla. Para él, la razón humana es incapaz de sacar una conclusión sobre el problema de la existencia de Dios y por eso insistía en que, no puede afirmarla ni refutarla.

Sobre la moral señalaba que, el sujeto racional se autoimpone una ley moral a priori que debe cumplir y que se deriva de la buena voluntad, a la que llamó imperativo categórico.

Cuando le preguntaron ¿qué es tener dignidad?, respondió: tener dignidad es el derecho del ser humano a ser siempre tratado como fin y no como medio.

Notas

García Morentes, M. (1975). La filosofía de Kant. Madrid, España: Ed. Espasa-Calpe.
Geymonat, L. (1985). Vida y obra de Kant. Historia de la Filosofía y de la Ciencia. Barcelona, España: Editorial Crítica. Vol. II; Cap. 16: 304-337.
Goldman, L. (1974). Introducción a la filosofía de Kant. Buenos Aires, Argentina: Ed. Amorrortu.
Kant, E. (1975). Crítica de la razón pura. Traducción de E. Miñana y M. García Morentes. Madrid, España: Espasa-Calpe.
Kant, E. (1977). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. 5ª ed. Traducción De M. García Morentes. Madrid, España: Espasa-Calpe.
Kant, E. (1989). Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza. Madrid, España: Alianza Editorial S. A. Madrid.

Publicado en https://www.meer.com/

Compartido con SURCOS por el autor.

Galileo Galilei

Joseph-Nicolas Robert-Fleury; Galileo frente al Santo Oficio, 1847 (detalle).

Un científico fuera de su tiempo

7 OCTUBRE 2022, 

JUAN JARAMILLO ANTILLÓN

En estos días en que el último y más valioso telescopio espacial llamado James Webb, puesto por los Estados Unidos en los cielos, está mostrando el universo en sus profundidades, nos acordamos de que Galileo, hace casi quinientos años, inició el estudio científico del cosmos empleando un instrumento, por eso se le considera el padre de la astronomía.

Nació en Pisa, Italia, en el seno de una familia con cierta nobleza, en febrero de 1564. Falleció en enero de 1642. Su padre era músico y matemático, pero para vivir se dedicaba al comercio. Galileo tuvo dos hijas y un hijo con una mujer de Venecia con la que nunca convivió. Con ayuda de su padre estudió filosofía y matemáticas en la Universidad de Pisa; logró posteriormente puestos de profesor en esos campos. Se le considera matemático, físico, astrónomo, ingeniero y filósofo.

El primer telescopio con el que se vieron las estrellas más allá de la simple vista fue construido por Hans Lippershey un fabricante de lentes en Holanda por esos años. Galileo, con la información que obtuvo de parte de un amigo de cómo se había construido el mismo (no sabemos si compro uno), lo mejoró ampliamente y comenzó por ver y describir las estrellas de la constelación de Orión y señaló que las estrellas que se ven a simple vista, en realidad son cúmulos de galaxias. Vio los cuatro satélites de Júpiter, que llamó mediceos, y las manchas de la Luna del Sol. Además, al examinar el universo se convenció que Copérnico tenía razón al proponer su sistema heliocéntrico, en contra del geocéntrico de Ptolomeo, que se basaba en los conocimientos aristotélicos, apoyados por los seguidores de San Agustín y Santo Tomás. Por esa razón los jesuitas y los dominicos lo acusaron de herejía.

Fue llevado ante el tribunal de la Inquisición en el siglo XVI, y condenado ya que se le atribuía el doble crimen de sostener que la Tierra giraba alrededor del Sol, teoría esbozada un siglo antes por Copérnico y Kepler, y que él había confirmado, y por añadidura agregarle que, además, giraba sobre su eje.

Se salvó de no ir a la hoguera renegando públicamente de sus teorías, aunque posteriormente sus publicaciones lo reivindicaron. Estas eran, El diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, el ptolomeico y el copernicano; donde hizo un diagrama del sistema heliocéntrico con el Sol en el centro y la Tierra y los planetas girando alrededor de él en año 1632. Además, Principios sobre la mecánica, y Discursos sobre las nuevas ciencias. Por cierto, el primer telescopio que construyó lo vendió en mil florines en 1609 al gobierno de Venecia, cuando mostró que con él se podían ver los barcos de lejos, una o dos horas antes de poder ser observados a simple vista, ventaja estratégica para la guerra marítima. En 1633 fue condenado a prisión con cadena perpetua, pero su amigo el papa, lo salvó cambiando la sentencia por arresto domiciliario permanente.

Es considerado el primer gran científico moderno porque descubrió el principio del péndulo, perfeccionando el mecanismo empleado en los relojes de la época. Inventó un termómetro. Postuló una teoría extraordinaria para su época, en ella afirmaba que todos los cuerpos caen a una misma velocidad con independencia de su peso, siempre y cuando se encuentren en el vacío y libres de cualquier tipo de presión (en esa época no se conocía la falta de gravedad). Señalo que los proyectiles de los cañones describen una parábola.

Sentó las bases de la ciencia de la dinámica y formuló el principio de la objetividad de la ciencia, según el cual los científicos debían prescindir de las experiencias subjetivas para investigar haciendo sus propias observaciones directas, llevando a cabo experimentaciones y haciendo incluso especulaciones previas a la comprobación.

En su tiempo existía la idea religiosa de que el hombre era un ser privilegiado y por voluntad divina puesto en la Tierra, la que debía ser considerada el centro del universo pues era la obra más grande hecha por Dios y por eso se señalaba que el Sol, los planetas y las estrellas habían sido puestos a girar en torno al hogar del hombre, la Tierra. Por esa razón, suponer lo contrario era dudar de la sabiduría divina, aunque la tesis de Galileo era un planteamiento científico, no religioso o teológico. Algunos señalan que este astrónomo era muy arrogante y creído y no admitía que dudaran de él.

Nunca hizo caso a Kepler sobre las órbitas elípticas de los planetas y tuvo que reconocerlo tiempo después. Pero, además, él en la primera convocatoria a Roma para que respondiera a las acusaciones que le hacían los dominicos al Santo Oficio, se comportó beligerante y polemista y eso disgustó a los religiosos y nunca se lo perdonaron. El papa Pablo V condenó el heliocentrismo en 1616 y ordenó requisar todos los ejemplares del libro De revolutionibus de Copérnico, Galileo pensó que a él le permitirían apoyarlo debido a tener el suficiente prestigio y experimentos que lo probaban, pero se equivocó, no aceptaron sus explicaciones; de hecho, el papa siguiente, Urbano VIII, amigo de él, pensaba entonces que el sistema copernicano no era herético, sino una conjetura temeraria lo que le hizo pensar que aceptaría su tesis.

Fue nuevamente denunciado al Santo Oficio en 1625, porque su teoría de que la materia estaba compuesta de partículas invisibles o átomos socavaba el principio de la transustanciación, un hecho de fe. El atomismo ponía en duda que, en la eucaristía, la sustancia del pan y el vino, se convertían en el cuerpo y la sangre de Cristo, ya que él afirmaba qué el vino permanecía inalterado en sus características de textura, color, sabor o gusto. Logró que lo perdonaran porque el cardenal Francesco, sobrino del papa, era muy amigo y era miembro de la Inquisición con lo que evitó que la denuncia siguiera adelante.

Galileo hizo un señalamiento muy importante en el juicio que se le siguió sobre la libertad de investigación pues defendió el principio de que tanto el poder como la autoridad, incluida la Iglesia, no debían interferir en las investigaciones realizadas por la ciencia, que en el fondo lo que buscaba era el esclarecimiento de la verdad última.

Esta era una afirmación de Galileo en favor de la libertad de investigación y de la búsqueda del conocimiento. Con el tiempo sería reconocida y tendría consecuencias enormes en la vida científica de la Europa de los siglos posteriores. Sin embargo, aún siglos después, algunos gobiernos y la Iglesia continuaron oponiéndose a la libertad de la investigación. Él trató de mostrar que la verdad de la Biblia no era incompatible con el sistema copernicano, insistía en que, en la Biblia, Dios no quiere revelarnos las verdades astronómicas, sino que usó un lenguaje que podía ser comprendido por aquellos a los que hablaba. Él pensó que lo entenderían, pero fracasó y muy enfermo, fue conminado a no volver a hablar del tema. El 22 de junio de 1633, de rodillas sufrió la humillación de verse forzado a renegar de la teoría copernicana.

La leyenda dice que se rebeló y murmuró suavemente: Eppur si mueve («y sin embargo se mueve»), refiriéndose a la Tierra, pero eso es falso; era así en su íntima convicción, pero él estaba aterrado y hubiera sido imprudente expresarla, ya que en lugar de arresto domiciliario lo hubieran enviado a la cárcel.

Él consideraba que entre las verdades religiosas y las científicas surge una aparente contradicción, el hombre no debe partir de la posición de Santo Tomás de que la ciencia está equivocada, sino más bien aceptar los resultados de la ciencia, con la reserva de considerar con cuidado los textos sagrados en los que se apoyan los dogmas, ya que es inútil querer conocer la naturaleza a través de las sagradas escrituras. Pero, como señalamos, no logró inducir a la Iglesia a reconocer la libertad de la ciencia y, lo que es peor, a los científicos de esos tiempos no les quedó otro camino que el de evitar cualquier debate con la autoridad eclesiástica, como fue el caso de Descartes, que modificó su publicación al saber de la condena de Galileo. En todo caso, Galileo expresó el más franco y absoluto reconocimiento del valor de la ciencia y de su autonomía frente a la religión.

Se le considera como el primero en insistir en el carácter preferentemente empírico de la investigación, aunque señalaba la necesidad del uso de las matemáticas que deben ser el instrumento eficaz en todas las investigaciones fenomenológicas, porque el gran libro de la naturaleza fue escrito por Dios justamente en términos matemáticos. El primer paso en una investigación es medir lo más exactamente posible los fenómenos a estudiar. En segundo lugar, formular una hipótesis con carácter matemático lo más simple posible. Y, en tercer lugar, verificar o probar lo pensado sobre la realidad empírica, si esta es positiva, la hipótesis es verdadera, aunque no siempre la naturaleza está en condiciones de darnos espontáneamente el medio para realizar la deseada verificación.

Siempre ha intrigado por qué Galileo fracasó en demostrar a los jesuitas astrónomos de la Iglesia el movimiento de los astros cuando los invitó a ver con su telescopio el universo (el mejor que existía en ese momento, aunque él no lo había inventado, sí lo había perfeccionado), que las lunas de Júpiter giraban alrededor de ese planeta como él lo había observado. Lamentablemente ellos no vieron nada. La razón es muy sencilla; ellos no tenían conocimiento del cosmos ni experiencia para valorar o entender lo que les mostraba. Además, no querían ver, ya que eso hubiera sido reconocer que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés, tesis sostenida como dogma de fe por la Iglesia católica y era además una interpretación del Antiguo Testamento.

Extraña por qué la Iglesia católica tardó tanto en reconocer que se había equivocado respecto a Galileo, si en 1757, el papa Benedicto XIV anuló el decreto contra Copérnico, 141 años después de que el Santo Oficio lo condenara. Sin embargo, en el año 1893 el papa León III, en su encíclica Providentissimus Deus, reconoció la validez de sus teorías, en lo que respecta a la relación entre la ciencia y las escrituras.

En todo caso el cardenal Ratzinger en 1990 insistió en que la condena era lo correcto a pesar de que científicamente se había probado que Galileo tenía razón. En el año 1992 el papa Juan Pablo II, públicamente señalaba que la Iglesia lo había rehabilitado. Algo que no fue muy aceptado, ya que el error era de la Iglesia y no de Galileo.

En el año 2009, dentro de la celebración de Año internacional de la Astronomía, la Santa Sede organizó un Congreso Internacional sobre Galileo, donde se dijeron todas las verdades científicas.

Cuando le preguntaron si creía en Dios, respondió que sí, pero que no era un buen cristiano, pues no se confesaba ni asistía a misa y, además, estaba el asunto de su querida y los hijos fuera del matrimonio.

La realidad es que sus conocimientos iniciaron «la primera revolución científica», proceso que posteriormente Newton, Darwin y Einstein entre otros, continuaron y gracias a los descubrimientos de todos nos explicamos ahora no solo cómo son las cosas, sino por qué suceden. Con ello nos ha sido posible ir comprendiendo mejor los hechos de la naturaleza y la extraordinaria y a la vez modesta posición del hombre en el universo.

Todavía en el año 2003, la Iglesia católica trata de minimizar su error al publicar la Congregación para la Doctrina de la Fe presidida por el cardenal Ratzinger un documento titulado «La Inquisición nunca persiguió a Galileo», con ello, incurrió en una flagrante tergiversación de lo que en realidad sucedió. En el año 2008, siendo ya Joseph Ratzinger papa, debía inaugurar el curso académico de la Universidad La Sapienza, pero no lo pudo hacer porque la mayoría de los alumnos y profesores lo declararon persona non grata debido a su posición en contra de Galileo.

Notas

Beltrán, A. (1983). Galileo. El autor y su obra. Barcelona, España: Ed. Barcanova S. A.
Cortes, P. (1964). Galileo Galilei. Buenos Aires, Argentina: Ed. Espasa Calpe.
De Santillana, G. (1953). Galileo Galilei. Dialogue on the Great World System. Chicago, EE. UU.: University of Chicago Press.
Fernández, A. (2007). Galileo. La ciencia contra la Inquisición. Revista CLIO. 74-8, junio. Barcelona, España.
Geymonat, L. (1985). «Galileo Galilei». Historia de la filosofía y de la ciencia. Barcelona, España. Cap. 7; 108-128. Sharratt, M. (1994). Galileo. Decisive Innovator. Cambridge, England: Cambridge University Press.
Sobel, D. (1999). La hija de Galileo. Madrid, España: Editorial Debate, S. A.

 

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