El Observatorio por el Cierre de la Escuela de las Américas – Chile expresa su más enérgico rechazo a las maniobras militares llevadas a cabo recientemente por Reino Unido en las Islas Malvinas, las que incluyeron pruebas del sistema de defensa antiaérea Sky Sabre. Estas acciones constituyen una provocación y una abierta violación de las resoluciones de Naciones Unidas que llaman a ambas partes, Argentina y Reino Unido, a abstenerse de introducir modificaciones unilaterales en la situación del archipiélago.
Este despliegue constituye una nueva expresión de la ocupación militar británica en las Islas Malvinas, una situación que continúa siendo objeto del legítimo reclamo diplomático de la República Argentina. Lejos de avanzar hacia una solución pacífica, el Reino Unido persiste en reforzar su infraestructura bélica en el archipiélago, lo que contraviene abiertamente las resoluciones de las Naciones Unidas y el espíritu del diálogo y la diplomacia.
Expresamos nuestra plena solidaridad con el pueblo de Argentina en su justo y legítimo reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur.
La presencia militar británica en las Islas Malvinas, a más de cuarenta años de la guerra de 1982, revela la persistencia de una política colonial, en completa contradicción con los principios del derecho internacional y de la autodeterminación de los pueblos. Estas maniobras se enmarcan en la estrategia global de la OTAN, alianza militar encabezada por Estados Unidos y Reino Unido, que busca proyectar su poder hacia el Atlántico Sur. Nuestra América Latina como El Caribe, deben ser Zona de Paz como lo proclamó la CELAC el 2014.
Rechazamos categóricamente esta política de intimidación y advertimos que la creciente presencia militar de la OTAN en el hemisferio sur —ya sea mediante bases, acuerdos o ejercicios conjuntos— constituye una amenaza directa a la paz regional y a la soberanía de nuestros pueblos.
Desde Chile, hacemos un llamado a los gobiernos de América Latina a repudiar públicamente estas acciones y a fortalecer los espacios de coordinación política y defensa común frente a las pretensiones imperialistas que buscan convertir nuestro continente en un escenario de disputa geopolítica.
Observatorio por el Cierre de la Escuela de las Américas – Chile
Imagen: Fotografía usada en el transporte público.
“Vinieron buscando El Dorado y dejaron desiertos donde había pueblos enteros.” Fray Bartolomé de las Casas
España llegó al Nuevo Mundo no guiada por la ciencia ni por la fe, sino por la desesperación. Europa se moría de hambre, la monarquía estaba endeudada y el oro era la única salida.
Entre 1500 y 1820, los galeones transportaron 180 000 toneladas de plata y 3 500 toneladas de oro, equivalentes a más de 2 billones de dólares actuales, desde los Andes y Mesoamérica hasta Sevilla y Amberes.
El llamado “descubrimiento” fue, en realidad, un asalto sistemático contra civilizaciones que sabían contar el tiempo por las estrellas, construir ciudades flotantes y honrar la tierra como madre. No trajeron el progreso. Trajeron el látigo, la cruz y el hambre. La evangelización fue el disfraz de la codicia. “La cruz fue la coartada, el oro la razón, la esclavitud el método.”
En la Parte 1/2 analizamos los siguientes bloques
Colón y el inicio del saqueo
México, el corazón perforado
Colombia, la ruta del oro y las perlas
Venezuela, la fiebre de las perlas y el cacao
Ecuador, la cruz y la espada
Perú, el oro de los dioses y la sed del imperio
Bolivia, el cerro que lloró sangre
Chile, la frontera del silencio
Seguimos con la Parte 2
Argentina, la conquista del sur
En el extremo austral del continente la conquista se vistió de república, pero mantuvo el alma del imperio. Argentina llevó a cabo uno de los procesos más sistemáticos de exterminio indígena del siglo XIX. La llamada Campaña del Desierto, entre 1878 y 1885, no fue una campaña militar, fue una operación de limpieza étnica planificada por el Estado. Su objetivo declarado era “llevar el progreso” a la Patagonia. En la práctica significó la aniquilación de los pueblos pampas, tehuelches y mapuches, que habitaban esas tierras desde hacía miles de años.
Antes de la llegada masiva de colonos y del avance militar, la población indígena del territorio argentino superaba los 300 000 habitantes, distribuidos desde el norte chaqueño hasta Tierra del Fuego. En menos de medio siglo, esa cifra cayó por debajo de los 30 000 sobrevivientes. Nueve de cada diez desaparecieron bajo el fuego, el hambre y la esclavitud. El genocidio fue tan silencioso que ni siquiera figura en los censos nacionales hasta bien entrado el siglo XX.
Los registros oficiales y las crónicas de época hablan de más de 20 000 indígenas asesinados, 15 000 esclavizados y otros 10 000 deportados hacia Buenos Aires y el norte del país. En total, más de 45 000 personas fueron borradas de su territorio y de la historia. Las mujeres y los niños fueron repartidos como sirvientes entre las familias de las élites, y los hombres sobrevivientes enviados como mano de obra a los ingenios azucareros o al ejército. La Sociedad Rural Argentina celebró la expansión de la frontera como “la victoria de la civilización sobre la barbarie”. El progreso llegó con fusiles Remington y cruces bendecidas.
Detrás de esa masacre vino el reparto de tierras. Más de 40 millones de hectáreas —un área mayor que Italia— fueron entregadas a menos de 2 000 terratenientes. Familias como los Martínez de Hoz, Anchorena o Menéndez construyeron fortunas sobre el despojo. Las pampas se llenaron de vacas y alambrados, y los pueblos originarios desaparecieron de los censos, convertidos en peones invisibles de una nación que se fundó sobre su tumba.
El saqueo no fue solo humano, también material. Argentina exportó entre 1880 y 1914 más de 800 millones de dólares en carne y cuero y más de 500 millones en cereales, equivalentes hoy a más de 40 000 millones USD actuales. Esa riqueza sostuvo el crecimiento de Europa mientras el sur quedaba vacío de pueblos y lleno de estancias. Las campañas al desierto abrieron el camino al capitalismo agrario y sellaron la pérdida del equilibrio ancestral entre el hombre y la tierra.
En las escuelas se enseñó que aquello fue una gesta heroica. En realidad, fue un genocidio con uniforme. Los que resistieron en silencio, los últimos mapuches y tehuelches del sur, mantuvieron encendida la memoria. Y esa memoria sigue ardiendo.
“Bajo la bandera de una república nacida del exterminio, el desierto nunca fue desierto, fue cementerio.”
Paraguay, la resistencia guaraní
Paraguay fue la utopía que Europa no toleró. Las reducciones jesuíticas, levantadas entre los siglos XVII y XVIII, albergaron más de 300 000 guaraníes que trabajaban sin esclavitud, compartían la tierra y producían música, ciencia y alimentos en equilibrio con la naturaleza. En ese territorio se construyeron más de 30 pueblos autónomos, con hospitales, talleres, imprentas y orquestas, un nivel de desarrollo que ninguna colonia española o portuguesa conocía.
Cuando la monarquía entendió que allí había un ejemplo de autogobierno indígena y solidario, envió su castigo. Entre 1750 y 1768 las tropas ibéricas arrasaron las reducciones, quemaron templos y esclavizaron a decenas de miles. El robo de tierras superó los 8 millones de hectáreas, y los bienes confiscados (oro, ganado, madera y yerba mate) equivaldrían hoy a más de 200 000 millones de dólares. Fue el inicio del exterminio sistemático de un modelo de sociedad justa.
La tragedia se repitió en el siglo XIX. Paraguay, ya independiente, se negó a endeudarse con bancos europeos y mantuvo una economía autárquica, libre de dominio extranjero. Esa independencia fue su condena. En la Guerra de la Triple Alianza (1864–1870), alentada por Gran Bretaña e instrumentada por Brasil, Argentina y Uruguay, el país perdió el 80 % de su población masculina.
De 1,3 millones de habitantes quedaron apenas 220 000, en su mayoría mujeres, niños y ancianos. El saqueo posterior destruyó lo poco que quedaba: los vencedores se repartieron 160 000 km² de territorio, equivalente a una pérdida económica superior a 500 000 millones de dólares actuales.
Las minas de hierro, los bosques del Chaco, los cultivos y el ganado fueron vendidos a compañías extranjeras a precios de liquidación. Los archivos históricos calculan que entre 1870 y 1900 las exportaciones impuestas por los ocupantes sumaron más de 300 millones de dólares de la época, equivalente a 15 000 millones actuales, en maderas, cueros y minerales. El Paraguay quedó convertido en ruina, pero no en silencio. Las mujeres reconstruyeron el país con manos vacías. Los guaraníes resistieron la extinción cultural, preservando su lengua y su memoria.
“Lo que España, Portugal y sus herederos no entendieron fue que la verdadera riqueza no era el oro ni la tierra, sino la dignidad de un pueblo que nunca aceptó ser esclavo.”
Brasil, el látigo portugués
Brasil fue la mina y la plantación más cruel del imperio portugués.
Cuando Pedro Álvares Cabral desembarcó en 1500, más de 5 millones de indígenas habitaban el territorio, organizados en más de 1.400 pueblos y etnias que vivían del bosque, de los ríos y de la pesca. Su cosmovisión no conocía la propiedad privada ni la codicia. En menos de un siglo, esa población fue reducida a menos de 1 millón de sobrevivientes, víctimas de la esclavitud, las epidemias y la caza humana.
Américo Vespucio, el navegante florentino que acompañó las primeras expediciones portuguesas, marcó los mapas con su nombre y borró los de los pueblos que encontró. Brasil nunca lo perdonó: su nombre quedó como sinónimo de impostura y despojo.
Durante más de tres siglos (1500–1822), Portugal saqueó el país con precisión matemática.
El valor total de los recursos extraídos supera los 3,2 billones de dólares actuales (estimaciones comparadas con el PIB y la cotización del oro histórico).
1,1 billones USD provienen del oro de Minas Gerais, Goiás y Bahía, donde se extrajeron más de 1.100 toneladas entre 1690 y 1820.
1 billón USD corresponde al comercio de azúcar, tabaco, maderas y algodón, productos que transformaron a Lisboa en el puerto más rico del Atlántico.
Y más de 1 billón USD fue generado por trabajo esclavo no remunerado, con 5 a 5,5 millones de africanos capturados, de los cuales más de un millón murió en la travesía.
El puerto de Salvador de Bahía fue el epicentro del tráfico humano, y el de Río de Janeiro, la puerta del oro. Solo entre 1700 y 1800 se exportaron 3.000 toneladas de oro y 12 millones de toneladas de azúcar, equivalentes a unos 2,5 billones USD de riqueza robada. Las selvas atlánticas pagaron el precio: más de 80 millones de hectáreas deforestadas para los cañaverales y minas, y 6 millones de indígenas exterminados entre 1500 y 1800.
Brasil fue un laboratorio de la esclavitud industrial.
Los barcos portugueses llevaban cuerpos, no mercancías. Los capataces medían el valor de un hombre por la fuerza de sus músculos y el color de su piel. En las minas de Ouro Preto y Sabará, los esclavos morían antes de los 30 años. La tierra se volvió un cementerio sin cruces.
Y sin embargo, en medio del horror, surgió la resistencia. En Palmares, Zumbi y su pueblo fundaron el mayor quilombo de América, una república libre que sobrevivió un siglo al látigo portugués. Allí, el tambor sustituyó la cadena y la dignidad volvió a pronunciar su nombre.
“Brasil fue el espejo donde se vio el verdadero rostro del colonialismo: oro, azúcar, sangre y silencio. Nada más, y nada menos”
El saqueo continental
Durante más de tres siglos, América fue desangrada para financiar el ascenso de Europa.
De Alaska a Tierra del Fuego, de Veracruz a Potosí, de Cartagena a Bahía, el continente entregó su oro, su plata, su gente y su alma. Ningún imperio, antes ni después, extrajo tanto de un territorio conquistado.
Cifras duras del despojo (1492–1824)
Recurso o concepto · Volumen estimado · Valor actual aproximado (USD 2025) Principales potencias beneficiadas
Oro
180 000 toneladas
11 billones USD
España, Portugal
Plata
150 000 toneladas
5,8 billones USD
España
Azúcar y tabaco
200 millones toneladas
2,3 billones USD
Portugal, España, Holanda
Cacao, algodón, añil y maderas
1,2 billones USD
España, Portugal, Inglaterra
Trabajo esclavo africano (≈15 millones de personas)
14 billones USD (valor de producción no pagado)
Portugal, España, Inglaterra
Tierras usurpadas a pueblos originarios
80 millones km²
Incalculable
Todos los imperios europeos
Pérdida demográfica indígena
De 70 millones a 4 millones en 200 años
Genocidio reconocido
El total estimado del saqueo supera los 34 billones de dólares en valores presentes.
Esa riqueza alimentó el nacimiento del capitalismo europeo, la revolución industrial británica, la expansión naval de Portugal y la banca española que aún sostiene fortunas coloniales. Cuerpos y riquezas viajaban en la misma dirección:
América sangraba hacia Europa, África lloraba esclavos, Europa contaba monedas.
En México, los templos fueron fundidos para llenar galeones.
En Perú y Bolivia, los hombres murieron bajo montañas que no eran suyas.
En el Caribe, las islas quedaron vacías de taínos y llenas de africanos encadenados.
En Brasil, la selva se convirtió en plantación y el cuerpo humano en moneda.
En Chile y Argentina, los pueblos mapuches y pampas fueron cazados en nombre del progreso.
El saldo humano:
Más de 60 millones de muertos, entre indígenas exterminados, esclavos africanos y mestizos desplazados.
Más de 400 lenguas desaparecidas.
Más de 5.000 años de culturas arrasadas.
El saldo económico:
Un continente empobrecido que nunca recibió reparación, y una Europa que construyó su modernidad sobre un crimen impune.
El “descubrimiento” fue un eufemismo para el robo, y la “evangelización” una máscara para la esclavitud.
Eduardo Galeano lo escribió sin temblar la pluma:
“Las venas de América Latina siguen abiertas, porque nunca se cerraron. Solo cambiaron de manos los bisturíes.”
América no fue descubierta. Fue desposeída.
Los imperios europeos construyeron su riqueza sobre los huesos del continente y la memoria de los pueblos originarios.
Y mientras en Europa se levantaban catedrales, aquí se cavaban fosas.
El saqueo no terminó en 1824.
Hoy continúa en las minas, en los contratos, en los tratados comerciales y enlas multinacionales que siguen cobrando en oro lo que compran en silencio.
“Nada quedó fuera del botín: ni los cuerpos, ni los dioses, ni la tierra.”
El balance del saqueo
América entera fue convertida en una inmensa mina abierta, una plantación infinita, un taller sin salario. En tres siglos de dominio ibérico se exportaron hacia Europa más de 330.000 toneladas de oro y plata, equivalentes hoy a más de 16 billones de dólares. Con ese metal se financiaron las coronas de España y Portugal, las guerras de Europa y el nacimiento del capitalismo moderno.
El costo humano fue igual de descomunal. De los 70 millones de habitantes que poblaban el continente antes de la llegada de Colón, más de 60 millones fueron exterminados por las armas, las epidemias, el hambre o el trabajo forzado. Cada tonelada de oro enviada a Sevilla costó miles de vidas indígenas. Cada cargamento de azúcar o tabaco representó pueblos enteros desaparecidos.
Los virreinatos no fueron administraciones: fueron empresas extractivas al servicio del saqueo. En México, Perú y Bolivia se abrieron las entrañas de la tierra. En el Caribe y Brasil se arrancaron cuerpos de África para sembrar con látigos.
En Chile y Argentina se expropiaron tierras a fuego. En toda América se impuso una misma ecuación: riqueza europea, pobreza americana.
Mientras Europa construía catedrales con el oro robado, América levantaba tumbas. España y Portugal alimentaron el lujo de sus cortes y el poder de sus bancos, pero dejaron tras de sí un continente mutilado, desangrado, endeudado desde su origen.
Los archivos del saqueo no son leyendas: están en los galeones hundidos, en las cuentas de los Fugger alemanes, en las fortunas de Sevilla y Lisboa que aún brillan con oro americano.
Europa se civilizó con sangre ajena.
Y cuando el oro se agotó, empezó la nueva rapiña: las repúblicas endeudadas, las compañías extranjeras, las concesiones mineras. Nada cambió, solo cambió el nombre del dueño.
“Los conquistadores se fueron, pero los banqueros se quedaron.” Galeano
Reflexión sobre lo ocurrido
América no fue descubierta, fue interrumpida.
Antes de 1492 existían civilizaciones que conocían el cielo, los ciclos del agua, la arquitectura sin hierro y la medicina sin bisturí. Los pueblos originarios del continente no necesitaban redentores ni maestros, porque habían construido un equilibrio entre naturaleza y espíritu que Europa no entendía.
El “descubrimiento” fue en realidad una amputación: la ruptura de una historia que avanzaba por su propio cauce. La espiritualidad indígena fue reemplazada por la codicia cristiana. En nombre de Dios se destruyeron templos que no hacían daño a nadie, se impusieron dogmas sobre pueblos que nunca habían necesitado infiernos ni paraísos para entender la vida. Las almas se contaban como botines y la conversión se pagaba con sangre.
El oro se convirtió en sacramento, la tierra en mercancía, el hombre en instrumento. El Evangelio se usó como espada, y la cruz fue el primer estandarte del extractivismo.
Las cifras son tan elocuentes como los silencios.
Entre 1492 y 1824 se calcula que más de 80 millones de personas fueron asesinadas, esclavizadas o murieron a consecuencia directa del sistema colonial.
La Iglesia recibió entre el 10% y el 20% de las riquezas extraídas en América (lo que hoy equivaldría a más de 3 billones de dólares) a cambio de bendecir el genocidio y coronar la impunidad.
El cielo se llenó de santos, y la tierra de tumbas.
El saqueo no terminó: cambió de nombre y de bandera.
Hoy se llama minería a cielo abierto, deuda externa, tratados de libre comercio, inversiones extranjeras directas.
Los galeones se transformaron en multinacionales, los encomenderos en corporaciones, las mitas en contratos laborales.
América sigue exportando lo mismo: oro, litio, cobre, soja, energía y silencio.
Europa se enriqueció con la sangre del sur y ahora la llama “ayuda al desarrollo”.
Estados Unidos repite el patrón y lo llama “cooperación estratégica”.
Nada es nuevo, solo cambian los uniformes.
“No fueron los dioses los que nos abandonaron, fuimos nosotros los que les entregamos la tierra.” Subcomandante Marcos
“América no fue un milagro que se perdió, fue una herida que aún respira.”
El mayor exterminio de la historia
Ninguna guerra moderna igualó la devastación del siglo XVI y sus siglos siguientes. La cuenta de los muertos no es una metáfora, es un padrón de ausentes país por país.
México
Población estimada antes de 1521: veinticinco millones. Un siglo después, menos de dos millones. Más de veintitrés millones de vidas perdidas por guerras, epidemias, trabajos forzados y hambre.
Colombia
Población indígena estimada al contacto, entre tres y cinco millones en el territorio histórico muisca, quimbaya y caribe. Hacia 1700, menos de ochocientos mil. Entre dos y cuatro millones de muertos y desaparecidos. Más de un millón doscientos mil africanos subastados en Cartagena, vidas rotas que también cuentan en la pérdida humana.
Venezuela
Pueblos arawak y caribe en el oriente y centro norte con unos quinientos mil habitantes a inicios del siglo XVI. Tras el siglo de las perlas y las plantaciones, menos de cien mil sobrevivientes en la franja costera. Cuatrocientos mil exterminados o desplazados. Medio millón de esclavos africanos forzados al cacao, otra herida en la misma cuenta.
Ecuador
Cañaris, quitos y paltas sumaban cerca de un millón y medio antes de la conquista. Hacia 1700 quedaban menos de quinientas mil personas indígenas. Un millón desaparecido por epidemias, minas y mita. Trescientas mil muertes atribuidas a circuitos mineros y traslados forzados según registros coloniales.
Perú
Tahuantinsuyo con más de diez millones de habitantes antes de 1532. Un siglo después, poco más de un millón. Nueve de cada diez personas ausentes. Millones muertos en el corredor Cajamarca- Cusco- Potosí y Huancavélica.
Bolivia Alto Perú
Población originaria en el área andina y altiplánica: entre ocho y diez millones según estimaciones históricas previas. Un siglo y medio después, menos de un millón. Más de nueve millones perdidos por mita, minas y epidemias. Ocho millones de muertos asociados a la plata de Potosí según crónicas y padrones de repartimiento.
Chile
Población mapuche, diaguita, aymara y selk’nam: cercana a un millón antes de la ocupación hispana. Entre siglo XIX y primeras décadas del XX las campañas y epidemias dejan menos de doscientos cincuenta mil indígenas registrados. Más de setecientas cincuenta mil vidas perdidas o borradas del censo. En la llamada pacificación del sur, más de cien mil muertos y ochenta mil desplazados.
Argentina
Población indígena superior a trescientos veinte mil antes del avance militar decimonónico. A fines del XIX, menos de veinticinco mil reconocidos. Más del noventa por ciento exterminado o asimilado por la fuerza. Cuarenta y cinco mil víctimas directas entre asesinados esclavizados y deportados en la Campaña del Desierto. Cuarenta millones de hectáreas arrebatadas, que expulsaron a comunidades enteras.
Paraguay
En el ciclo jesuítico más de trescientos mil guaraníes organizados en reducciones. Tras la expulsión de los jesuitas y el reparto de tierras quedan comunidades fragmentadas. En la Guerra de la Triple Alianza, población total de un millón trescientos mil. Al terminar sobreviven doscientos veinte mil, en su mayoría mujeres y niños. Más de un millón de muertos y desaparecidos. Pérdida territorial y económica que condenó a generaciones.
Brasil
Población indígena superior a cinco millones en 1500. Un siglo después, menos de un millón. Seis millones de indígenas muertos por caza humana, epidemias y servidumbre. Entre cinco y cinco millones y medio de africanos esclavizados trasladados a ingenios y minas. Más de un millón fallecido en la travesía atlántica antes de tocar tierra.
Este es el inventario del vacío. Detrás de cada cifra hubo un nombre, una lengua, una ceremonia. un río sagrado. El crimen se llamó conquista, evangelización y progreso. La herida sigue abierta.
Los pueblos no murieron.
Resisten en sus lenguas, en su música, en su memoria.
Hablan con los mismos sonidos con que saludaban al sol antes de la llegada de las carabelas.
Sus cantos suben desde el altiplano, cruzan la selva y bajan por el Amazonas como si el tiempo nunca hubiera pasado.
El conquistador creyó haberlos enterrado, pero solo los cubrió de silencio.
Cada idioma indígena que sobrevive es una victoria sobre el olvido.
Cada niño que aprende una palabra en quechua, mapudungun o guaraní es una derrota de quinientos años de sometimiento.
La historia no puede reescribirse, pero sí contarse con dignidad.
América no pide perdón, exige respeto.
El saqueo se escribió con sangre, la memoria se escribe con verdad.
El futuro pertenece a los pueblos que recuerdan.
Y en ese recuerdo está la fuerza de una tierra que sigue girando, herida pero viva, bajo el mismo sol que vio nacer a sus primeros hombres.
“Lo que fue saqueado con sangre debe ser devuelto con verdad.”
Bibliografía
Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552)
Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno (1615)
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina (Siglo XXI, 1971)
ONU, Informe sobre genocidios históricos y derechos de los pueblos indígenas (2019)
CEPAL, Estimaciones económicas históricas del saqueo colonial (2024)
FAO y UNESCO, Lenguas y culturas originarias en riesgo de extinción (2023)
“Vinieron buscando El Dorado y dejaron desiertos donde había pueblos enteros.” Fray Bartolomé de las Casas
España llegó al Nuevo Mundo no guiada por la ciencia ni por la fe, sino por la desesperación. Europa se moría de hambre, la monarquía estaba endeudada y el oro era la única salida.
Entre 1500 y 1820, los galeones transportaron 180 000 toneladas de plata y 3 500 toneladas de oro, equivalentes a más de 2 billones de dólares actuales, desde los Andes y Mesoamérica hasta Sevilla y Amberes.
El llamado “descubrimiento” fue, en realidad, un asalto sistemático contra civilizaciones que sabían contar el tiempo por las estrellas, construir ciudades flotantes y honrar la tierra como madre. No trajeron el progreso. Trajeron el látigo, la cruz y el hambre. La evangelización fue el disfraz de la codicia.
“La cruz fue la coartada, el oro la razón, la esclavitud el método.”
Colón y el inicio del saqueo
Todo comenzó con una mentira. La historia repitió durante siglos que Colón buscaba una nueva ruta hacia las Indias, cuando en realidad perseguía oro, esclavos y prestigio. En 1492, España era un reino endeudado, rural y analfabeto. La guerra contra los moros había dejado al país exhausto y la nobleza quebrada. El viaje de Colón fue financiado con préstamos de banqueros genoveses y con la promesa de botines. No fue una expedición científica ni espiritual, fue la apuesta desesperada de un imperio hambriento.
Cuando las carabelas llegaron al Caribe, comenzó la noche del continente. Las Antillas fueron el primer laboratorio del saqueo. En menos de cincuenta años, más de un millón de taínos fueron esclavizados o exterminados en las minas de oro de La Española y Cuba. La población indígena de Haití pasó de 300 000 personas a menos de 500 a mediados del siglo XVI. Las crónicas de Fray Bartolomé de las Casas describen horrores inimaginables: niños arrojados a los perros, mujeres violadas, hombres marcados con hierro ardiente como ganado. La conquista fue la industrialización del dolor.
El oro extraído en esas primeras décadas fue enorme para la época. Solo entre 1493 y 1520, las minas de La Española y Puerto Rico enviaron a Sevilla más de 30 toneladas de oro, equivalentes hoy a USD 2 000 millones. Ese flujo de riqueza salvó a una España en bancarrota y alimentó el ascenso financiero de Flandes y Génova.
Pero tras cada lingote había una tumba anónima. Cuando los taínos desaparecieron, comenzaron a llegar los barcos negreros. Más de 400 000 africanos fueron traídos al Caribe en el primer siglo del dominio español. El trabajo forzado reemplazó la vida y el océano se transformó en cementerio.
Así nació el sistema colonial: oro hacia Sevilla, cuerpos al trabajo y silencio hacia la conciencia. El intercambio desigual más brutal de la historia humana. Las islas del Caribe quedaron vacías, sus selvas taladas, sus pueblos borrados del mapa. Europa celebró el “descubrimiento”, pero lo que descubrió fue su propia codicia. Colón abrió una puerta que no llevaba a la gloria, sino al infierno. De aquel viaje surgió la maquinaria que desangraría América durante tres siglos.
“El precio de ese “nuevo mundo” fue la muerte del viejo equilibrio del planeta.”
México, el corazón perforado
México fue el punto cero del saqueo. Allí comenzó la maquinaria que cambió el destino del continente y que convirtió la riqueza en ruina, la fe en violencia y la palabra “civilización” en una máscara del exterminio. En 1521 cayó Tenochtitlán, una ciudad que deslumbraba por su orden, su higiene y su arte. Las crónicas de los propios conquistadores reconocen que ninguna urbe europea igualaba su grandeza. Los canales de agua, los mercados de flores, las calzadas flotantes y los templos relucían como un espejo de equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Hernán Cortés no conquistó una aldea salvaje, destruyó una civilización más avanzada que la suya.
De esa ciudad nació el botín que alimentaría durante tres siglos al imperio español. Zacatecas, Guanajuato y Taxco se transformaron en heridas abiertas, minas de plata que devoraron montañas y hombres. Entre 1530 y 1820 se extrajeron más de 40 000 toneladas de plata, una riqueza equivalente hoy a 500 000 millones de dólares. Cada moneda acuñada en Sevilla llevaba el polvo de los pulmones indígenas que morían en los socavones sin aire. La riqueza viajó en galeones a Flandes, Génova y Roma, mientras en los pueblos de México quedaban la peste, el hambre y la soledad.
La población originaria pasó de 25 millones a menos de 2 millones en apenas un siglo. El colapso fue demográfico, espiritual y moral. La viruela llegó como un ejército invisible, los encomenderos como verdugos legales y los frailes como testigos que callaban ante la barbarie. Bartolomé de las Casas escribió: “Lo que hicieron no tiene nombre entre los hombres.” Tenía razón. Lo que ocurrió no fue una conquista, fue una amputación colectiva de un continente que respiraba sabiduría y fue condenado al silencio.
México fue el laboratorio de la conquista, la fábrica del modelo colonial que después se replicaría en Perú, Bolivia y toda América. La cruz se levantó sobre los templos destruidos, los códices fueron quemados, las lenguas prohibidas, las mujeres violadas. De esa noche larga nació un país saqueado y fragmentado que aún busca su alma entre ruinas de oro y lágrimas de maíz. El corazón de México fue perforado por la ambición de un imperio que jamás pidió perdón.
“Y ese agujero sigue latiendo, recordando al mundo que el verdadero oro era la vida que se perdió.”
Colombia, la ruta del oro y las perlas
Colombia fue una de las arterias doradas del imperio español. En sus montañas y ríos, los pueblos muiscas y quimbayas habían convertido el oro en una ofrenda al sol, no en una mercancía. Era símbolo de equilibrio y de comunión con la naturaleza. Los conquistadores confundieron esa espiritualidad con barbarie y la destruyeron con acero. Gonzalo Jiménez de Quesada, Sebastián de Belalcázar y Nicolás de Federmán llegaron con espadas y cruces, pero detrás de las cruces viajaban los banqueros europeos. Lo que para los pueblos originarios era sagrado, para España era botín.
Entre 1537 y 1820, las minas y ríos de Antioquia, Popayán, Chocó y Mariquita enviaron a Sevilla más de 2 millones de onzas de oro y 1 200 toneladas de plata, que equivalen hoy a más de 160 000 millones de dólares. En la ruta del Caribe, los galeones zarpaban desde Cartagena repletos de lingotes, vasijas fundidas y joyas arrancadas de templos sagrados. Ninguna de esas riquezas quedó en América. Todo fue consumido por los gastos bélicos del imperio español y por los banqueros de Flandes y Génova que financiaban sus guerras. Cada lingote representaba la vida de un hombre, la ruina de una aldea, la desaparición de una lengua.
Cartagena se convirtió en el mayor mercado de esclavos del Caribe. Más de 1,2 millones de africanos fueron subastados en sus plazas durante tres siglos. Cada cuerpo vendido generó ingresos equivalentes a 8 000 dólares actuales, lo que eleva el valor total de la trata en territorio colombiano a más de 9 000 millones de dólares. Era la economía de la crueldad, el comercio de la deshumanización.
Las perlas del Caribe también escribieron su capítulo de horror. En las costas de Santa Margarita y Cabo de la Vela, más de 200 000 perlas fueron extraídas entre los siglos XVI y XVII, valoradas hoy en más de 500 millones de dólares. Cada perla costó tres vidas humanas. Los buzos indígenas morían sin aire en el fondo del mar, sin nombre ni tumba.
Colombia fue saqueada por tierra y por mar. El oro y la plata viajaron a Europa, las cadenas y los cadáveres quedaron en América. En las catedrales de Sevilla y Toledo aún brilla el oro que nació en los ríos del Cauca y murió en el pecho de sus pueblos.
“El imperio español se levantó sobre esas minas, y esas minas aún gritan bajo tierra.”
Venezuela, la fiebre de las perlas y el cacao
Venezuela fue uno de los primeros territorios donde el mar se convirtió en mina. En las islas de Cubagua, Margarita y Cumaná nació el saqueo colonial del Caribe. Allí los pueblos arawak y caribe, que vivían del trueque y del agua, fueron reducidos a esclavos. Se los obligó a bucear sin descanso para arrancar perlas del fondo marino. El brillo del tesoro ocultaba la asfixia. Las crónicas del siglo XVI relatan que los indígenas bajaban con piedras atadas al cuerpo, sin cuerda ni aire, hasta que la sangre les salía por la nariz. Cada perla era una muerte.
Entre 1520 y 1620, las costas venezolanas produjeron más de 300 000 perlas naturales, enviadas a Sevilla, Lisboa y Amberes, valoradas hoy en más de 100 millones de dólares. Ese tesoro marino decoró los cuellos de las reinas europeas y las coronas de los príncipes, pero no dejó nada en el Caribe salvo huesos y silencio. Las comunidades originarias de Cubagua fueron exterminadas en menos de treinta años. La isla, antes llamada “la joya del mar”, quedó desierta y olvidada.
Cuando el mar se agotó, comenzó el saqueo de la tierra. En el siglo XVIII, Venezuela se convirtió en el mayor exportador de cacao del planeta. Más de 250 000 toneladas fueron enviadas a Europa, equivalentes a 5 000 millones de dólares actuales. Aquellas plantaciones, levantadas en las riberas del Orinoco y en las tierras de Barlovento, se sostuvieron sobre el trabajo forzado de medio millón de esclavos africanos.
Cada fruto dulce escondía el amargo sabor del látigo. El cacao reemplazó al oro y la esclavitud reemplazó a la dignidad.
El oro de los ríos de Guayana y del Caroní también fue arrancado con violencia. En tres siglos salieron de territorio venezolano más de 500 toneladas de oro, equivalentes a 32 000 millones de dólares actuales. Ni una sola onza quedó en el país. Todo fue fundido en Sevilla, enviado a los banqueros de Flandes o invertido en guerras europeas que nunca conocieron el rostro del indio ni del esclavo.
Venezuela fue un laboratorio de la rapiña imperial. El mar, la tierra y el río se convirtieron en mercancías. Las perlas se agotaron, el oro se perdió, el cacao cambió de dueño. Pero la memoria quedó. El Caribe aún guarda el eco de los buzos que no regresaron, los campos de cacao aún huelen a sudor y a cadenas.
“Esa riqueza manchada de sangre fue el primer pilar del lujo europeo.”
Ecuador, la cruz y la espada
Ecuador fue una tierra de oro y montaña, donde la codicia española hundió sus raíces en nombre de la fe. Las vetas de Zaruma, Loja y Nambija brillaban mucho antes de que llegaran los conquistadores. Los pueblos cañaris y paltas trabajaban el metal como arte ritual, no como mercancía. Cuando Sebastián de Benalcázar cruzó los Andes en busca del “país de la canela”, trajo consigo soldados, perros, pestes y una cruz que se clavó como espada. La corona llamó evangelización a lo que fue sometimiento y llamó civilización al despojo.
Entre 1535 y 1820, las minas de Zaruma, Portovelo y Loja enviaron a Sevilla más de 250 toneladas de oro y 900 toneladas de plata, equivalentes a más de 65 000 millones de dólares actuales. Esa riqueza monumental nunca regresó a la tierra que la produjo. Las ciudades coloniales crecieron sobre las espaldas de los indígenas forzados a trabajar bajo el sistema de mita. En los socavones de Zaruma, a 3 000 metros de altura, miles de hombres murieron respirando polvo de azufre y fe. Los registros coloniales estiman más de 300 000 indígenas muertos en tres siglos de explotación. Ninguno figura en las catedrales que se construyeron con su oro.
Las misiones religiosas acompañaron cada expedición minera. Los frailes establecieron reducciones para domesticar la fe y asegurar el trabajo. En los valles de Loja se levantaron escuelas para enseñar obediencia, no conocimiento. En las iglesias se fundió el oro indígena para moldear santos europeos. En nombre de Cristo, se bendijo la esclavitud. En nombre del cielo, se robaron los ríos.
El siglo XVIII trajo la rebelión de los pueblos del norte y del sur, pero el precio fue brutal. Cientos fueron ejecutados en Riobamba y Quito. El virreinato respondió con pólvora y penitencia. Galeano escribiría siglos después: “El oro brilla, pero no alumbra.” Tenía razón. El oro de Ecuador iluminó palacios lejanos mientras oscurecía las montañas que lo parieron. Hoy las galerías de Zaruma siguen abiertas, perforadas por nuevas manos que repiten el ciclo. Las empresas modernas llevan otro nombre, pero la herida es la misma.
“La cruz y la espada siguen colgando sobre el país, recordando que la evangelización fue la máscara más elegante del saqueo.”
Perú, el oro de los dioses y la sed del imperio
En Perú la conquista alcanzó su forma más brutal. Los españoles no sólo robaron un imperio, destruyeron una civilización que había domesticado la montaña y convertido la altura en templo. El Tahuantinsuyo, con más de 10 millones de habitantes, era la arquitectura viva de la sabiduría andina. Cuando llegaron los conquistadores, esa población fue reducida en menos de un siglo a poco más de un millón de sobrevivientes. Nueve de cada diez personas fueron exterminadas por la guerra, las epidemias, la esclavitud y el hambre. Ninguna peste natural puede compararse con la devastación que trajo la codicia.
El imperio inca había logrado unir desde Quito hasta el río Maule un territorio de más de 4 000 kilómetros, conectado por 40 000 kilómetros de caminos. Era una civilización sin hambre, sin mendigos y sin monedas. Allí la tierra era madre y el trabajo era sagrado. Todo cambió en 1532, cuando Francisco Pizarro capturó a Atahualpa, el último gran soberano inca, en Cajamarca.
Atahualpa ofreció su libertad a cambio de llenar una habitación de oro hasta donde alcanzara la mano de un hombre. Cumplió su palabra. En pocos meses se reunieron más de 7 toneladas de oro y 13 toneladas de plata, equivalentes hoy a 1 200 millones de dólares. Fue un rescate único en la historia, pero no hubo trato. Atahualpa fue ejecutado por garrote, y con él murió el equilibrio del mundo andino. La codicia se impuso sobre la palabra. Desde ese día, el oro de los dioses se transformó en moneda del crimen.
Potosí, fundado en 1545, fue el emblema de la fiebre minera colonial. En sus entrañas se extrajeron 60 000 toneladas de plata pura, una riqueza que hoy equivaldría a más de 750 000 millones de dólares. Esa montaña, llamada por los cronistas “el cerro que alimenta a los reyes”, devoró más de 8 000 vidas cada año.
Los indígenas eran reclutados por la mita, un sistema de trabajo forzado que los arrancaba de sus familias y los condenaba a la oscuridad. La esperanza de vida dentro de las minas era de apenas 25 años. Ni siquiera el infierno cristiano imaginó algo tan eficaz.
El mundo moderno nació con ese saqueo. Europa acumuló capital, América acumuló muerte. Las catedrales españolas aún brillan con el sudor andino. Bajo cada altar de oro reposa el cuerpo anónimo de un minero que nunca conoció el mar.
“Esa fue la verdadera misa del imperio: el sacrificio del hombre en nombre del metal.”
Bolivia, el cerro que lloró sangre
En Bolivia la tierra se convirtió en tormento. El Cerro Rico de Potosí, descubierto en 1545, fue el corazón ardiente del saqueo español. Los cronistas decían que con la plata extraída de esa montaña se habría podido construir un puente desde América hasta Madrid. No era una metáfora, era una condena. En casi tres siglos se extrajeron más de 60 000 toneladas de plata pura, cuyo valor actual supera el billón de dólares. Ningún banco moderno ha concentrado tanta riqueza en tan poco tiempo y con tanta muerte como el imperio español en los Andes.
Cada año eran enviados 45 000 indígenas desde las provincias del Alto Perú y del Cuzco a trabajar en el infierno subterráneo. Eran hombres y adolescentes reclutados por la mita, un sistema de esclavitud disfrazado de obligación. Entraban cientos a la mina cada semana y salían unos pocos vivos. Las condiciones eran inhumanas: polvo tóxico, derrumbes, trabajo de 20 horas, sin aire, sin luz, sin esperanza. Los sacerdotes bendecían la entrada del socavón, pero no el alma del minero. La montaña se tragaba generaciones enteras.
Antes de la llegada de los españoles el territorio que hoy es Bolivia tenía una población estimada de entre 8 y 10 millones de habitantes, organizados en señoríos aimaras y comunidades quechuas, con una red agrícola y cultural que se extendía desde el Titicaca hasta los valles tropicales. Un siglo después quedaban menos de un millón de sobrevivientes. Más del 90 % de la población originaria fue exterminada por guerras, epidemias, hambrunas y trabajo forzado. Esa desaparición masiva es uno de los mayores genocidios demográficos de la historia humana.
Los registros del siglo XVII hablan de más de 8 millones de muertos entre indígenas y esclavos africanos. Es una cifra que no tiene comparación en la historia minera de la humanidad. Mientras tanto, los galeones partían rumbo a Sevilla cargados con lingotes de plata que financiaron el siglo de oro español, las guerras europeas y las cortes del Vaticano. América se vaciaba para llenar cofres ajenos.
El saqueo no solo fue económico, fue espiritual. Las culturas del altiplano, que veneraban a la Pachamama, fueron obligadas a adorar una cruz bañada en el mismo metal que los asesinaba. Las montañas, antes sagradas, se transformaron en heridas abiertas. Los pueblos aimaras y quechuas aprendieron a resistir en silencio, pero nunca olvidaron.
Guamán Poma de Ayala escribió desde el dolor: “Los señores se hicieron reyes y los indios se hicieron bestias.” Esa frase resume el crimen de Potosí. Europa ascendió sobre la sangre andina. La modernidad nació entre gritos y oscuridad.
“Hoy el Cerro Rico sigue allí, hueco, a punto de colapsar, como un espejo de la conciencia humana que aún no ha aprendido a devolver lo que robó.”
Chile, la frontera del silencio
Chile fue la frontera donde la conquista tropezó con su propia soberbia. Desde el río Itata hasta el Biobío, los españoles creyeron que avanzar sería sencillo, pero se encontraron con un pueblo que no conocía el miedo. Los mapuches, guerreros del sur del mundo, fueron el único pueblo originario del continente que nunca se rindió. Resistieron durante más de tres siglos. Ni las espadas, ni las pestes, ni los evangelios lograron someterlos. En cada árbol había un vigía y en cada fogón una memoria de libertad.
Los cronistas lo admitieron con rabia. En 1598, tras la derrota española en Curalaba, los colonizadores abandonaron todas las ciudades del sur. Durante casi 300 años, el territorio mapuche siguió siendo independiente. Esa autonomía fue una vergüenza para el imperio y un símbolo de dignidad para América. Ninguna corona tolera que un pueblo libre le recuerde su impotencia.
La historia oficial habló de “pacificación”, pero fue una guerra de exterminio. Entre 1860 y 1883, el ejército chileno —ya bajo bandera republicana, pero con la misma mentalidad colonial— arrasó el Wallmapu. Más de 100 000 mapuches fueron asesinados y otros 80 000 desplazados. Se robaron 9 millones de hectáreas de tierras fértiles, entregadas a colonos europeos y compañías extranjeras. Las comunidades fueron empujadas a reservas miserables que apenas ocupaban el 5 % de su territorio ancestral. El saqueo cambió de idioma, pero no de dueño.
El oro, la plata y el cobre siguieron fluyendo hacia Europa y, más tarde, hacia Estados Unidos. Desde el siglo XIX hasta hoy, Chile ha exportado más de 70 millones de toneladas de cobre, valoradas en más de 1,2 billones de dólares actuales. El salitre enriqueció a Inglaterra y Alemania, y el oro de los ríos del norte llenó las arcas de bancos extranjeros. Ningún pueblo se benefició menos de su propia riqueza.
Gabriela Mistral lo escribió con una claridad que aún duele: “Toda conquista es una herida que no cicatriza.” Esa herida sigue abierta en el sur del mundo. El Wallmapu arde en silencio, entre forestales, pobreza y dignidad. Los nietos de Lautaro y de Janequeo siguen de pie, mirando la tierra con la misma ternura y el mismo coraje.
“La frontera del silencio no fue derrota, fue advertencia: un pueblo que no se rinde nunca muere del todo.”
En la Parte 2/2 de esta columna analizaremos:
Argentina, la conquista del sur
Paraguay, la resistencia guaraní
Brasil, el látigo portugués
Este es el inventario del vacío.
Detrás de cada cifra hubo un nombre una lengua una ceremonia un río sagrado. El crimen se llamó conquista evangelización progreso. La herida sigue abierta.
Los pueblos no murieron.
Resisten en sus lenguas, en su música, en su memoria.
Hablan con los mismos sonidos con que saludaban al sol antes de la llegada de las carabelas.
Sus cantos suben desde el altiplano, cruzan la selva y bajan por el Amazonas como si el tiempo nunca hubiera pasado.
Y en ese recuerdo está la fuerza de una tierra que sigue girando, herida pero viva, bajo el mismo sol que vio nacer a sus primeros hombres.
“Lo que fue saqueado con sangre debe ser devuelto con verdad.”
Bibliografía
Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552)
Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno (1615)
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina (Siglo XXI, 1971)
ONU, Informe sobre genocidios históricos y derechos de los pueblos indígenas (2019)
CEPAL, Estimaciones económicas históricas del saqueo colonial (2024)
FAO y UNESCO, Lenguas y culturas originarias en riesgo de extinción (2023)
Universidad Nacional Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión Programa Pueblos Indígenas Proyecto Tierra Encantada
Comunicado público
Ante hechos acaecidos el 10 de agosto del presente año 2025, donde la Asociación de Desarrollo Integral Indígena Brörán de Térraba (ADIIT), Cantón de Buenos Aires, Provincia de Puntarenas otorga la posesión de un terreno de 10 hectáreas frente a la recuperación Brörán de San Andrés sobre la carretera Interamericana a una pareja de persona no indígenas. Terreno en posesión desde hace 13 años por el defensor de los derechos humanos y coordinador del Frente Nacional de Pueblos Indígenas Pablo Sibar Sibar. El documento, como argumenta el afectado Pablo Sibar, es irregular y carece de fundamento jurídico y se da en el contexto de serios cuestionamientos a legitimidad y representatividad a la ADIIT:
1) La ADIIT ha operado como un instrumento colonial de gobernanza que desconoce y sustituye formas ancestrales de organización y ha favorecido intereses foráneos en perjuicio de los derechos colectivos del pueblo Brörán.
2) Las ADI en general son una imposición del Estado y se les percibe como “agentes del Estado” (Anaya, James, 2011)
3) La falta de legitimidad se fundamenta en su papel histórico de favorecimiento de personas no indígenas, (Finca Volcancito 2007 y San Andrés, 2020) mediante la emisión de certificados de uso de suelo y la administración irregular de tierras dentro del territorio indígena, violando la Ley Indígena 6172.
4) La negativa sistemática de la ADI a reconocer y apoyar los procesos de recuperación de tierras, (Caso finca San Andrés y Crun Shurín) obstaculizando el acceso a servicios básicos, vivienda y derechos fundamentales de familias indígenas que luchan por restituir lo que les ha sido arrebatado.
5) El no reconocimiento de la base de datos oficial de identidad y pertenencia, (Decreto 41903-MP del 8/8/2019), promovido por el Consejo de Mayores como herramienta legítima para garantizar identidad y pertenencia y que las decisiones sobre el territorio sean tomadas exclusivamente por personas con linaje del pueblo Brörán.
6) La expresión colonial de su estilo de gobernanza, que reproduce lógicas de exclusión, verticalidad y despojo, contrarias a los principios de respeto, reciprocidad y horizontalidad. La falta de alternancia en la dirección de la junta directiva evidencia falta de democracia interna y transparencia en la gestión.
Exigimos al Estado costarricense y a sus instituciones el reconocimiento pleno de las estructuras autónomas, como el Consejo de Mayores Brörán, y el respeto a los derechos territoriales, culturales y políticos. La continuidad de la ADI en su forma actual representa una amenaza y no representa los genuinos intereses de los habitantes originarios.
Reafirmamos nuestro compromiso con la defensa de los derechos humanos, la autonomía y el sagrado derecho de los pueblos originarios a vivir su vida según su cultura, espiritualidad y tradiciones.
Que la tierra, la Madre Tierra, sea devuelta a los habitantes originarios.
Este 2025 se conmemora el centenario del nacimiento de Frantz Fanon, psiquiatra, escritor y militante anticolonial nacido en Martinica. El Observatorio de Bienes Comunes de la Universidad de Costa Rica (UCR) ha publicado un artículo que recorre su legado, señalando cómo su pensamiento interpela las luchas actuales y exige coherencia entre palabra y acción.
A cien años de su llegada al mundo, su pensamiento no sólo conserva una vigencia inusitada, sino que sigue siendo una guía ética y política para los pueblos que resisten al racismo, el colonialismo y las múltiples formas de opresión que atraviesan el presente.
Fanon no solo fue un teórico radical del colonialismo y la subjetividad, fue un militante que vivió lo que escribió. En su obra “Piel negra, máscaras blancas” (1952), denunció cómo el racismo se incrusta en la subjetividad de las personas colonizadas, y cómo esa violencia simbólica las obliga a portar máscaras impuestas por la cultura blanca dominante.
En “Los condenados de la tierra” (1961), obra escrita poco antes de morir, afirmó que la violencia del colonizado no es gratuita ni irracional, sino una respuesta inevitable a la violencia estructural del colonialismo.
En la publicación el Observatorio destaca también su profundo compromiso político, ya que, renunció a su trabajo en el hospital psiquiátrico de Blida al no poder ser cómplice del régimen colonial francés, y se integró plenamente al movimiento de liberación argelino, asumió misiones diplomáticas y formó parte de una lucha que no era la “de su pueblo natal”, sino la de todos los pueblos colonizados del mundo. Fanon no defendía una causa local, sino una lucha humana y global contra la deshumanización.
Su pensamiento sigue interpelando las prácticas y discursos actuales: desde los movimientos indígenas hasta las juventudes precarizadas, desde las luchas contra el racismo ambiental hasta las búsquedas de salud comunitaria. La descolonización, advierte Fanon, no es solo una consigna académica o simbólica: es una ruptura concreta con las estructuras que jerarquizan vidas.
“El pensamiento de Fanon no se hereda; se activa en la práctica”, señala la nota.
El Sindicato Unitario de la Universidad Estatal a Distancia (SIUNED) invita a la comunidad universitaria y al público en general a la actividad presencial “Colonialismo y Resistencia: La Lucha del Pueblo Palestino”, un espacio para el análisis crítico y la reflexión sobre la situación histórica y actual del pueblo palestino. El evento se realizará el martes 29 de julio de 2025, a las 2:00 p.m., en el Paraninfo de la UNED, en Sabanilla de Montes de Oca y se transmitirá por los canales audiovisuales UNED.
El conversatorio contará con la participación de la M.Sc. Wajiha Sasa, Cónsul Honoraria de Palestina en Costa Rica, y la PhD. Elena Qleibo-Kogan, experta en resolución de conflictos, quienes abordarán temas de derechos humanos, geopolítica y solidaridad internacional. SIUNED extiende una cordial invitación a todas las personas interesadas en estos temas a sumarse a este importante encuentro académico y social.
SURCOS comparte el siguiente pronunciamiento de SiUNED a propósito de la situación en Palestina:
Pronunciamiento del Sindicato Unitario de la UNED en solidaridad con Palestina
A la comunidad universitaria de la UNED:
Desde el Sindicato Unitario de la UNED (SIUNED), expresamos nuestra profunda indignación y solidaridad ante la grave crisis humanitaria que enfrenta el pueblo palestino, especialmente en la Franja de Gaza. La comunidad internacional ha documentado masacres de civiles, bombardeos a hospitales y escuelas, y restricciones sistemáticas al acceso de alimentos, agua y medicinas. Estos hechos han sido calificados por organismos como la ONU, Médicos Sin Fronteras y War Child Alliance como posibles crímenes de guerra y de lesa humanidad.
La militarización de la ayuda humanitaria, controlada por fuerzas armadas y empresas de seguridad, ha provocado la muerte de personas que esperaban alimentos, evidenciando una deshumanización alarmante. Desde octubre de 2023, más de 55.000 palestinos han sido asesinados, incluyendo miles de mujeres y niños. Además, se reporta la separación de al menos 17.000 menores de sus familias, con consecuencias psicológicas devastadoras.
Como comunidad universitaria comprometida con la justicia social, la paz y los derechos humanos, no podemos guardar silencio ante lo que se configura como una estrategia de limpieza étnica por parte del régimen sionista de Israel. La ética universitaria, basada en el pensamiento crítico, el humanismo y la solidaridad, nos obliga a pronunciarnos.
Por tanto, desde SIUNED:
1. Expresamos nuestra más firme solidaridad con el pueblo palestino, que resiste con dignidad ante el asedio, la ocupación y la violencia.
2. Rechazamos la instrumentalización de la ayuda humanitaria como mecanismo de control y condenamos el modelo militarizado de distribución de recursos básicos.
3. Repudiamos la política sistemática de exterminio y reafirmamos el derecho del pueblo palestino a su territorio, cultura y soberanía.
Hacemos un llamado al Consejo Universitario de la UNED a pronunciarse pública y firmemente en respaldo a los derechos del pueblo palestino, sumándose a las voces internacionales que exigen el fin de la ocupación, el cese del genocidio y el respeto a la vida de civiles indefensos.
La UNED debe actuar con coherencia respecto a sus principios fundacionales de solidaridad y compromiso con las causas justas. Hoy, más que nunca, el mundo necesita instituciones valientes que no guarden silencio ante el exterminio en Gaza.
¡Por Palestina! ¡Por la humanidad!
Sindicato Unitario de la Universidad Estatal a Distancia
SIUNED invita a las personas interesadas en derechos humanos, geopolítica, historia y solidaridad internacional a unirse a la actividad “Colonialismo y Resistencia: La Lucha del Pueblo Palestino”, este martes 29 de julio a las 2:00 p.m. en el Paraninfo de la universidad, en donde participarán destacadas mujeres especialistas en el tema.
¿Qué tienen en común la creciente fortuna de los milmillonarios y la persistente pobreza de miles de millones? Una estructura global profundamente injusta, enraizada en el colonialismo histórico y perpetuada por mecanismos actuales de dominación económica.
Así lo plantea Oxfam en su informe 2025 El saqueo continúa: pobreza y desigualdad extrema, la herencia del colonialismo. El documento ofrece un análisis contundente del modo en que el poder económico del norte global sigue extrayendo riqueza del sur global, a través de instituciones financieras, monopolios, y sistemas fiscales desiguales.
Un mundo dividido entre “tomadores” y no “creadores”
Oxfam denuncia que el 60 % de la riqueza de los milmillonarios proviene de herencias, clientelismo o poder monopolístico, y no del emprendimiento o esfuerzo personal. A la vez, el 1 % más rico del planeta controla el 45 % de la riqueza global, mientras que el 44 % de la humanidad vive con menos de 6,85 dólares al día.
Algunos datos clave del informe:
En 2024, la riqueza de los milmillonarios creció tres veces más rápido que en 2023.
Surgieron 204 nuevos milmillonarios, casi cuatro por semana.
Entre 1765 y 1900, el Reino Unido extrajo de la India una riqueza equivalente a 33,8 billones de dólares actuales.
El sur global transfiere al norte global más de 30 millones de dólares cada hora, según cálculos de Oxfam sobre el sistema financiero.
La concentración de la riqueza no solo es injusta, sino también insostenible. El informe denuncia que esta acumulación no se explica sin considerar el legado del colonialismo, ni los actuales mecanismos que lo reproducen bajo formas modernas: deuda, comercio desigual, evasión fiscal, digitalización extractiva, y captura corporativa del poder político.
Conceptos clave del informe
Concepto
Explicación
Colonialismo moderno (neocolonialismo)
Formas actuales de dominación económica, financiera, cultural o tecnológica ejercidas por países del norte global sobre el sur global, sin necesidad de ocupación territorial directa.
Colonialismo milmillonario
Acumulación de riqueza extrema por parte de una élite global conectada, en gran medida, a dinámicas heredadas del colonialismo: explotación de recursos, clientelismo, y monopolios.
Clientelismo
Enriquecimiento a través de relaciones personales con el poder político o económico, como contratos preferentes, tráfico de influencias o corrupción.
Poder monopolístico
Capacidad de unas pocas empresas para controlar sectores clave, fijar precios y eliminar competencia, concentrando ingresos desproporcionados.
Descolonizar la economía
Transformar estructuras globales para que dejen de extraer riqueza del sur global; incluye reparación histórica, reforma fiscal internacional y soberanía económica.
¿Por qué leer este informe?
Porque nos interpela a actuar. Desde las universidades hasta los parlamentos, pasando por las organizaciones sociales, el informe de Oxfam nos recuerda que la lucha contra la pobreza es inseparable de la lucha contra la desigualdad estructural y el colonialismo persistente.
Desigualdad, colonialismo y bienes comunes: ¿quién se apropia de lo que es de todas y todos?
El reciente informe de Oxfam, El saqueo continúa, no solo documenta la concentración obscena de la riqueza global. Nos invita a una reflexión más profunda: ¿cómo hemos llegado a aceptar que los frutos del trabajo colectivo y de la naturaleza terminen en manos de unos pocos?
En un mundo donde el 1 % más rico controla casi la mitad de la riqueza global, mientras casi 3600 millones de personas viven en pobreza, urge repensar la economía no como una carrera individual, sino como una construcción social basada en bienes comunes.
¿Qué tienen que ver los bienes comunes con la desigualdad?
Los bienes comunes —naturaleza, saberes, territorios, sistemas públicos, incluso el conocimiento— son recursos que deberían estar al servicio de la vida y no del lucro. Sin embargo, el informe revela cómo muchos de estos bienes han sido y siguen siendo capturados por élites económicas, en gran parte mediante dinámicas que heredan el saqueo colonial.
La privatización del agua, el conocimiento científico, las tecnologías digitales o las tierras indígenas, por ejemplo, son formas contemporáneas de expropiación de bienes comunes que profundizan la desigualdad.
Pensar el mundo como bien común
Oxfam propone descolonizar la economía y repartir con justicia. Esto implica restituir lo arrebatado, pero también proteger lo que aún pertenece a todas y todos, desde los bosques hasta la salud pública. Pensar en bienes comunes es pensar en soberanía, en cuidados compartidos, en vidas dignas y en un futuro sostenible.
El informe es una herramienta valiosa para quienes defendemos que la universidad, la tierra, la cultura, el clima y la dignidad no son mercancías, sino bienes para la vida.
El fallo judicial que condena a Greenpeace a pagar más de 660 millones de dólares a la empresa Energy Transfer (ET) por supuestamente haber instigado las protestas contra el oleoducto Dakota Access (ver mapa 1) es un ataque directo a la libertad de expresión y a la defensa del medioambiente. Más que una sentencia aislada, este caso forma parte de una estrategia sistemática para criminalizar la protesta social y debilitar la resistencia indígena frente al avance de las industrias extractivas.
La demanda contra Greenpeace ha sido denunciada como un caso de SLAPP (Demandas Estratégicas contra la Participación Pública) o demanda mordaza, un mecanismo legal utilizado por corporaciones y actores poderosos para asfixiar financieramente a sus opositores mediante litigios costosos y prolongados. Su propósito no es necesariamente ganar en tribunales, sino generar miedo, censurar la disidencia y desgastar a quienes denuncian injusticias.
Colonialismo y racismo en la narrativa judicial
Más allá de la criminalización de Greenpeace, lo verdaderamente alarmante es el discurso implícito en este fallo: el pueblo sioux de Standing Rock es presentado como un actor secundario, carente de agencia propia y fácilmente manipulable por organizaciones externas. Esta narrativa colonial y racista se enmarca en una larga tradición de despojo y deslegitimación de las luchas indígenas, donde las comunidades que defienden sus territorios son vistas como obstáculos al «progreso» y no como sujetos políticos con derechos y autonomía.
En este caso, las protestas de Standing Rock, que denunciaban la construcción de un oleoducto sobre tierras sagradas y la amenaza a su suministro de agua, fueron presentadas como un «pequeño problema local» explotado por Greenpeace para sus propios fines. Este enfoque niega la legitimidad de la resistencia sioux y refuerza la idea de que las poblaciones indígenas solo actúan cuando son influenciadas por terceros, una visión que se remonta a la época colonial y que persiste en los tribunales y en los discursos empresariales.
Un precedente peligroso para los movimientos sociales
La sentencia contra Greenpeace no solo pone en riesgo la existencia de la organización, sino que envía un mensaje claro a activistas y comunidades en resistencia: cualquier forma de apoyo, visibilización o solidaridad con luchas ambientales e indígenas puede ser castigada con el peso completo del sistema legal y económico.
Este caso se suma a una creciente ola de criminalización de los movimientos ambientalistas y de defensa del territorio en todo el mundo. Desde América Latina hasta Norteamérica, activistas han sido perseguidos, encarcelados e incluso asesinados por desafiar los intereses de las grandes corporaciones extractivas. En muchos casos, los Estados no solo fallan en proteger a estos defensores, sino que se convierten en cómplices al reprimirlos y facilitar el avance de proyectos destructivos.
Frente a este escenario, la respuesta no puede ser la resignación. La lucha del pueblo sioux de Standing Rock fue y sigue siendo un ejemplo de resistencia ante el despojo, y su alianza con grupos ambientalistas y otros movimientos sociales demuestra que la solidaridad es una herramienta poderosa. Sin embargo, es urgente fortalecer los mecanismos de protección para activistas y comunidades, así como denunciar el uso de las leyes para silenciar la protesta.
Si la defensa del agua, la tierra y la vida se convierte en un delito, entonces el verdadero crimen es el modelo económico que pone el beneficio privado por encima del bienestar colectivo. ¿Permitiremos que la justicia siga siendo un instrumento de los poderosos, o exigiremos que responda a las luchas de quienes defienden el planeta?
¿Qué es el oleoducto Dakota Access?
El oleoducto Dakota Access (DAPL, por sus siglas en inglés) es un proyecto de infraestructura energética de aproximadamente 1,886 km de longitud, construido para transportar hasta 570,000 barriles de petróleo al día desde los yacimientos de Bakken, en Dakota del Norte, hasta Illinois, EE.UU.
El oleoducto ha sido altamente controversial porque atraviesa tierras cercanas a la reserva sioux de Standing Rock, poniendo en riesgo el acceso al agua potable y afectando sitios sagrados. A pesar de la resistencia indígena y ambientalista, la obra se completó con el respaldo del gobierno de Donald Trump en 2017, tras haber sido bloqueada temporalmente por la administración de Barack Obama en 2016.
¿Qué es una demanda SLAPP o demanda mordaza?
Una demanda SLAPP (Strategic Lawsuit Against Public Participation) es una demanda judicial utilizada como herramienta de intimidación y censura contra personas o grupos que ejercen su derecho a la libre expresión, especialmente en asuntos de interés público. Su objetivo no es ganar el caso, sino desgastar y silenciar a los demandados mediante procesos legales costosos y prolongados.
Características de una demanda SLAPP:
Suele dirigirse contra periodistas, activistas, organizaciones civiles o ciudadanos que denuncian corrupción, abusos o problemáticas sociales.
Implica cargos legales infundados o exagerados, como difamación o daño a la reputación.
Busca desmotivar la participación pública al generar miedo y costos económicos elevados.
Consecuencias y riesgos:
Limita la libertad de expresión y el acceso a la información.
Puede tener un efecto disuasorio, desalentando la denuncia de irregularidades.
Afecta la democracia al restringir la participación ciudadana en el debate público.
¿Cómo enfrentar una demanda SLAPP?
Buscar asesoramiento legal especializado.
Hacer visible el caso en medios y redes sociales para generar apoyo público.
Impulsar legislación contra el abuso de demandas SLAPP.
Estas demandas son un problema creciente en diversas partes del mundo, por lo que es fundamental conocerlas y denunciarlas para proteger el derecho a la libre expresión y la participación ciudadana.
Imagen de cabecera Fuente El Orejiverde. Tomado de: https://elorejiverde.com/el-don-de-la-palabra/2067-retratos-de-la-protesta-sioux-en-standing-rock
Foto 3 – Protesta Fuente Entre pueblos. Tomado de: https://www.entrepueblos.org/news/ddhh-extractivismo-5/
Referencias:
Agencia EFE. (2025, 19 de marzo). Greenpeace deberá pagar más de 660 millones de dólares a la empresa Energy Transfer. Swissinfo. Recuperado de https://www.swissinfo.ch/spa/greenpeace-deber%C3%A1-pagar-m%C3%A1s-de-660-millones-de-d%C3%B3lares-a-la-empresa-energy-transfer/89036958
Elbein, S. (2016, 17 de noviembre). EE.UU.: la estrategia sioux y la determinante decisión sobre el oleoducto Dakota Access. Mongabay. Recuperado de https://es.mongabay.com/2016/11/ee-uu-la-estrategia-siux-la-determinante-decision-oleoducto-dakota-access/
EntrePueblos. (s.f.). Protesta y resistencia Sioux a oleoducto en Dakota del Norte. Recuperado el [fecha de acceso], de https://www.entrepueblos.org/news/ddhh-extractivismo-5/
A 532 años de la llegada de los españoles, no como turistas o visitantes desinteresados, sino como conquistadores imperialistas, sin respeto al derecho de quienes aquí vivían hacía miles de años y eran los legítimos propietarios de muebles e inmuebles, de sus recursos naturales, de su tierra, de su cultura y sus lenguas, de sus creencias, no se vale practicar la distorsión o el olvido. Los recién llegados venían con una tecnología de guerra superior, visión política expansionista y sin intenciones de respetar a nadie. Así que se apropiaron de tierras y vidas (el holocausto del siglo XX de socialistas, judíos, gitanos, minorías sexuales y otras no logra aproximarse a la triste hazaña que dio muerte, desde 1492 hasta comienzos del siglo XVII, a 56 millones de personas). Muchos de esos conquistadores, sobre todo los de alta cuna, regresaron a España con los tesoros (los indianos de la famosa zarzuela), pasaron por la vía política y comercial, el oro y joyas, las semillas y los conocimientos de la civilización recién expoliada a la corona y enriquecieron el primer mundo. Otros, los que posiblemente jamás tendrían un futuro en España, se quedaron aquí, fueron los colonos y sus hijos, nuestros antepasados. Lo más sorprendente es que, al contrario de la conmemoración crítica de los 500 años, ahora nos vengan a vender la seudohistoria de la “leyenda negra” de fines autoexcusatorios, aprovechando el momento ultraconservador que vive la cultura planetaria y que usa, para efectos políticos muy convenientes, lo que se llama “la distorsión cognitiva”, donde la autopercepción manda y se impone, como dogma político, sobre lo real. Pues no, nadie pretenda, otorgándose carácter de investigador, convencernos de que la conquista y la colonia, con todos sus desmanes, no existieron, o que fue un momento de intercambio igualitario de bienes culturales. Primero que se lea los ríos de tinta escritos por los mismos conquistadores, por los cronistas, por los frailes, por los visitantes, por los indígenas, por las autoridades locales y muchos otros testimonios, de modo que llegue a ver las venas abiertas de este continente y a entender por qué fue necesaria la Independencia.
Cierto, las mayorías latinoamericanas del presente somos mestizos y gozamos de una valiosa herencia simbólica de las dos culturas, aunque debe decirse que de las tres principales (entre otras muchas), porque los afrodescendientes aquí estuvieron y están, con sus importantes raíces, formando parte de “este nosotros”, diverso y plural del presente. Reconocer nuestro mestizaje no puede tampoco hacernos olvidar que siguen presentes los herederos directos de los habitantes originales de América: las personas que aquí desarrollaron civilizaciones y culturas anteriores a la conquista, cuyos descendientes continúan aún invisibilizados, negados, privados de sus propiedades y asesinados, sin que muchas veces los tribunales señalen culpables.
En el presente, la mayor resistencia ante este pasado y, al mismo tiempo, la más grande reconciliación, es aceptar en toda su complejidad contradictoria, con todos sus claroscuros, incluidas las injusticias y violencias, esa historia que nos concibió de nuevo a partir de un 12 de octubre, y reparar, en lo posible, sus deudas.
Este 12 de octubre, muchas personas hacen memoria de lo que fue el «mal llamado descubrimiento». Una fecha que se convirtió en tragedia para los Pueblos Indígenas de América y para los Pueblos Africanos, para nuestra población ancestral, contra quiénes se cometieron atroces atropellos, abusos, arrebato de sus Tierras/Territorios, pueblos que fueron abusados, esclavizados, vendidos, «usados como bestias de carga», mucho de eso se hizo en nombre de Dios y de las coronas europeas; que entonces, lo «justificaron diciendo que eran incivilizados y paganos».
Con la errónea idea de «descubrirlos», estos pueblos, pasaron a ser propiedad de dichos reinos europeos. Hoy se reconoce que hubo genocidio y que ningún Dios puede ser parte de eso, menos aún seguir hablando de esos hechos como «gloriosos» y de «importancia» para la humanidad; hasta los Papas católicos han pedido perdón de esa barbarie etnocida.
Después de 534 años, se continúa el arrebato, el abuso contra los Pueblos Indígenas y afrodescendientes y sus culturas, son como objetos de comercio etno-turístico y mano de obra barata y /o esclava: discriminación, racismo, maltrato, cárcel y persecución hasta el asesinato, cuando protestamos o nos revelamos. Esto ocurre en todos los países – Estados – que se crearon después de la «Conquista y la Colonia», con fronteras que borraron la organización y Gobernanza propias de estos Pueblos.
El mejor ejemplo lo tenemos en nuestra Costa Rica, donde los Pueblos Indígenas son violentados por defender y recuperar sus Tierras/Territorios, no se les reconoce sus Autoridades ni Culturas Propias, encarcelando y persiguiendo a quiénes luchan por sus derechos, ejemplo: en el 2019, asesinaron a Sergio Rojas Ortiz, Bribri de Salitre, fundador y Coordinador del Frente Nacional de Pueblos Indígenas FRENAPI; y, en el 2020 asesinaron a Jehry Rivera Rivera, Brörán de Térraba, activista y luchador por los Derechos Indígenas; ambos crímenes quedan en la Impunidad; más aún con la Sentencia reciente del Tribunal de Pérez Zeledón que absolvió (dejó libre) al asesino confeso de Jehry, un terrateniente usurpador de tierras Indígenas, que había amenazado con matar Indígenas que «siguieran» luchando por recuperar sus tierras.
El 12 de Octubre es un día de duelo y silencio por todas las personas quienes fueron víctimas asesinadas, desaparecidas, abusadas y agredidas… no sólo con el genocidio de la Conquista y la Colonia, sino por todas las víctimas de las nuevas formas neocoloniales, del mismo sistema de muerte actual, vertical, machista, impositivo, patriarcal, voraz y violento, con sus gobernantes, jueces y empresarios y algunas cúpulas religiosas, quiénes, por «buenos negocios y ganancias» continúan conquistando, arrebatando, asesinando destruyendo y depredando la Madre Naturaleza, en todo el planeta, contra los Pueblos y personas que lo habitamos; las culturas y espiritualidades propias, como lo vemos aquí en Costa Rica y en el actual genocidio en Palestina.
12 de octubre: Nada que celebrar, una memoria triste, macabra, violatoria de todos los Derechos Humanos de todos los tiempos; sin justificación ni excusa.
Sólo la valentía y la resistencia de los pueblos que luchan, su fuerza y perseverancia, mantienen la esperanza de que un otro mundo es posible aquí y ahora. ¡¡Por eso seguimos!!
Ancestras y ancestros nos acompañan.
¡Berta, Sergio y Jehry Viven! junto a otras personas asesinadas por defender Derechos Humanos.
¡La Lucha Sigue y sigue!
Costa Rica, 12 de octubre 2024.
* Frente Nacional de Pueblos Indígenas – FRENAPI – Costa Rica.
* Comité Nacional de Apoyo a la Autonomía Indígena.
* Servicio Paz y Justicia Costa Rica – SERPAJ CR.
* Red Ecuménica de Lectura Popular de la Biblia.- Red Ecuménica.