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Etiqueta: convenciones colectivas

¿El simplismo autoritario como atajo frente a la crisis fiscal? (Acerca de las propuestas de Gerardo Corrales)

Luis Paulino Vargas Solís
Economista, director a.i. CICDE-UNED

Me refiero aquí a un texto escrito por el economista y banquero Gerardo Corrales, que pareciera ser un mensaje dirigido al presidente Alvarado, y el cual, en los últimos días, circuló profusamente en redes sociales. Se trata de un listado de medidas gracias a las cuales lograríamos resolver, al parecer en forma definitiva, el problema fiscal. Con cada medida, viene la cuantificación respectiva. Algunas de esas cifras provienen de fuentes oficiales. En su mayoría son de la propia hechura del susodicho. De dónde salen los números que se ofrecen, nadie lo sabe; tienen un origen arcano y misterioso, solo al alcance del señor Corrales. Finjamos demencia, y limitémonos a repetirlas.

En lo que sigue, examino brevemente cada una de esas propuestas.

1) La aprobación de la ley de empleo público, incluyendo la prohibición de las convenciones colectivas (según lo indicado por Rubén Hernández) aportaría un ahorro del 1% del PIB en cuatro años. Así lo plantea Corrales. Yo, por mi parte, me permito decir ¿qué tal si, con una perspectiva menos autoritaria, admitimos que el tema es, como mínimo, opinable? Porque, ciertamente, es muy debatible la idea de imponer un régimen de empleo uniforme en todo el sector público, y un control centralizado de las políticas de empleo público. Por ejemplo, y para ilustrar el punto, mientras Corrales fue gerente del BAC ¿los regímenes laborales y salariales aplicados en ese banco eran idénticos a las que aplicaban el resto de las empresas, en el propio sector bancario y en otros sectores de la economía? ¿Será que había acaso algún estímulo especial a favor de quienes jaqueaban las bases de datos de la Caja, o para quienes embaucaban a gente humilde con tarjetas de crédito que cobraban tasas de interés arriba del 50%?

2) Aplicación generalizada del SICOP (Sistema Integrado de Compras Públicas): 1% de ahorro. La idea es por lo menos, rara. El SICOP debería ser una herramienta para lograr mayor eficiencia, de forma que, gastando lo mismo, las cosas se resuelvan con más rapidez, y, entonces, los servicios sean de mayor calidad y más oportunos. Debería haber mejora que incremente la calidad y cantidad de los servicios, no recorte del gasto ¿de dónde saldría ese recorte? ¿Acaso se compraría menos? ¿Consistiría acaso la idea en hacer el mismo volumen de compras con menos gente, procediendo entonces a realizar despidos? Supongamos, en todo caso, que el ahorro proviene de economías de escala en las compras ¿no deberían emplearse entonces esos recursos que quedan disponibles para ampliar y mejorar servicios, en vez de irse a hinchar los recortes? Porque una cosa es cierta: las necesidades y demandas destendidas o mal atendidas, son muchas. Recortar, en vez de aprovechar lo que quede disponible para ampliar la capacidad de atención, es una vía regresiva.

3) Reforma organizacional (reorganización): 2% del PIB. Dejemos de lado, por un segundo, el autoritarismo implícito a la forma como la propuesta se formula, y admitamos que ningún proceso de reorganización está exento de conflictos y fricciones. Que si tal cosa ocurre -y en el mundo de los seres de carne y hueso es usual que ocurra- el resultado podría ser incierto. Acaso ello podría evitarse si de por medio hubiese un proceso, necesariamente complejo y laborioso, de diálogo y construcción de consensos. Pero, bueno, no parece que eso calce con el talante autoritario y la impaciencia que caracteriza la propuesta que estamos comentando.

4) También en este caso -como con el SICOP- cabe preguntarse ¿por qué reorganizar deba implicar ahorrar, es decir, recortar? Debería, en cambio, implicar mejoría. Es decir, sí es una buena reorganización, que genera ganancias en la eficiencia y motivación y compromiso en las personas, debería propiciar que, con la misma cantidad de recursos, se presten más servicios y servicios más expeditos y de mejor calidad. Proponer que habrá ahorros, equivale, poco más o menos, a proponer que se mantendrá la misma calidad y cantidad de servicios, pero utilizando menos recursos ¿Querrá esto decir que se despedirá gente, de forma que, aproximadamente, se mantengan los mismos servicios, pero con menos personal? De ser ese el caso, ello agregaría nuevos elementos de conflicto y fricción, los cuales, aunque ajenos a la racionalidad autoritaria, sí forman parte inherente de la realidad, y sí tienen consecuencias reales, generalmente negativas.

5) Aparentemente (el planteamiento es sumamente oscuro) hay también una propuesta de recorte de los altos salarios, por un monto equivalente al 2% del PIB. No sé cómo se amolda eso con las leyes vigentes, ni parece que sea algo que preocupe a Corrales. No lo dice, pero se adivina que la cuestión queda resuelta como un ejercicio tan simple como arbitrario: agarre las tijeras y corte.

6) Corrales admite que podríamos recuperar hasta un 2% mediante el combate a la evasión. Curioso: no dice nada de la elusión, herramienta favorita de los muy ricos para evitar pagar impuestos. Asimismo, llamativo: solo menciona los “movimientos subterráneos” en Aduanas ¿y las ganancias empresariales que, comprobadamente, son la principal fuente de evitación del pago de impuestos?

7) Privatización de empresas públicas. Las ideas aquí vuelven a ser oscuras y enrevesadas, lo que, de nuevo, obliga a un ejercicio de adivinación. La cuestión va como así: que un 60% de la propiedad de esas empresas pase a los fondos de pensiones, lo cual al parecer reduciría la deuda en el equivalente al 5% del PIB y reduciría los pagos por intereses en, al parecer, un 2% del PIB. Recalcó lo del “al parecer”, inevitable cuando hay tal oscuridad en la expresión de las ideas. Es muy llamativo que una reducción del monto de la deuda por cinco puntos genere un ahorro en intereses de dos puntos ¿cuáles son las tasas de interés que implícitamente el señor Corrales asume? Pero, en fin, como es él quien lo dice hay que creerle. Eso exigen sus fans, que tanto lo idolatran.

8) Quedaría algunas otras nimiedades por resolver: ¿o en serio alguien podría creer que basta con un movimiento de la varita mágica para que ese proceso de privatización llegue a su gloriosa realización? Creer que esas son fruslerías irrelevantes, solo es propio, o bien de una mente autoritaria, o bien de un razonamiento abstracto que perdió todo contacto con la realidad. Lo más probable es que ambas cosas a la vez.

9) Ahora que todavía restaría preguntarse: una vez privatizadas, ¿esas empresas seguirán contribuyendo al financiamiento del sector público de la misma forma y en los mismos montos como lo hacen hoy día? La pregunta cobra especial relevancia en el caso de los bancos públicos, aunque no solo con estos. Si la respuesta es negativa, ello implica que Corrales nos está debiendo la deducción correspondiente a los montos de las contribuciones fiscales (o más bien parafiscales) que esas empresas hoy día aportan, y que en el futuro desaparecerían.

10) La “reingeniería de la deuda”: aquí reaparecen las oscuridades discursivas del señor Corrales, de manera que no queda claro cuánto es el monto del ahorro estimado, aunque aparentemente (estoy adivinando) podría ser del orden del 2%. En todo caso, lo llamativo es que esa reingeniería deba limitarse exclusivamente a la deuda colocada en el sector público. Al parecer, los rentistas del sector privado merecen ser mimados.

11) Algunos ajustitos en materia tributaria darían un 1,5%, con afectación mínima para los más ricos. La supresión de algunas exoneraciones, aportarían, por su parte, un 1,16%. Puesto que, en este último aspecto, se acoge lo planteado por el propio gobierno, queda claro que zonas francas han de preservar intactos sus privilegios.

12) Y, por supuestísimo, la regla fiscal, materia en la cual Corrales también hace suyas las estimaciones oficiales, para sumar 3,3% a la buchaca de los recortes.

13) Para reactivar la economía, Corrales propone un “War Economic Room” (sic) de donde debe salir una reactivación de la economía que incrementará los ingresos en el equivalente al 2% del PIB. No se sabe cuáles son las medidas de reactivación -eso lo decidirá el “War Economic Room”- solo sabemos cuáles son los numeritos de Corrales, cuyo origen preciso igualmente desconocemos, pero ¿a quién le importa eso? Cuando lo afirma este señor, solo un camino queda disponible: creerlo.

14) En resumen, tenemos lo siguiente:

  1. Más del 13% (al parecer alrededor el 13,3%) del PIB en reducción de gastos.
  2. Aproximadamente un 6,7% de incremento de ingresos, incluyendo los 2 puntos que presuntamente rendiría la reactivación de la economía.
  3. Total: 20% del PIB, que, aparentemente, se obtendrían a lo largo de cuatro años, aunque eso no es claro (en algunos casos se menciona ese plazo, en otros se omite indicar plazo alguno).
  4. Al parecer, la mitad de ese monto se dedicaría a reducción (amortización) de deuda. La otra mitad para lograr reducir el déficit a cero. Recalco: al parecer es así, y es importante tenerlo en cuenta, en vista de las reiteradas imprecisiones en que el susodicho incurre, lo cual obliga a interpretar, suponer, imaginar y, en último término, adivinar. La cuestión no tiene que ver con la complejidad de las ideas planteadas. En realidad, éstas no son simples, sino simplistas, ajenas a cualquier problematización que tenga ni dos centímetros de profundidad. El problema es que las cosas están dichas de forma muy desprolija, con un manejo del discurso escrito que da pena.
  5. La cuestión tiene algo (o mucho) de delirante: nos quiere hacer creer que un ramillete de medidas puntuales e inconexas, no solo rendirían un monto gigantesco, sino que, además, podrían aplicarse sin que ello genere interrelaciones problemáticas y efectos secundarios, que, potencialmente, podrían ser muy complejos, y eventualmente muy conflictivos y dañinos. Como dije más arriba: es un planteamiento simplista, de tono autoritario y demagógico. Supongo que es justo por ello que resulta tan atractivo, puesto que, ante la ansiedad inevitable que toda esta situación genera, hoy son multitud quienes añoran una salida fácil, o algún milagro caído del cielo. Corrales, según parece, ha querido oficiar de profeta, a cargo de transmitir tan venturosa nueva.

15) En lo que no se dice -y lo que no se dice es muchísimo más que lo que está torpemente dicho- quedan muchas preguntas sin ser contestadas. Por ejemplo: ¿cómo se compatibiliza un proceso de ajuste fiscal de (al parecer) 5 puntos del PIB como promedio anual, con la presunta reactivación que el “War Economic Room” impulsaría? Quizá nos saque a relucir entonces las tesis de la “austeridad expansiva”, que, bien se sabe, enfrenta durísimos cuestionamientos teóricos y empíricos, y la cual, en un contexto de agravada incertidumbre como el que enfrentamos, y con índices de desempleo y pobreza realmente catastróficos, vendría a ser una apuesta al desastre. Pero, bueno, no sabemos. Este viene a ser otro más, en el interminable rosario de ejercicios de adivinación a que obligan las impresiones, vaguedades, silencios y omisiones de Corrales.

UNA sola voz…UNA sola lucha. Tiempos aciagos azotan a la U pública

Con estupor somos testigos de una oleada de medidas y descalificaciones orquestadas contra la universidad pública costarricense. La primera embestida ha sido fraguada en contra del FEES a través de la violación a los principios constitucionales que lo reguardan y sus resultados son ya realidad en nuestra institución. El recorte sistemático al presupuesto en el último lustro, contribuyó a una formulación presupuestaria deficitaria para el año 2020, de cerca de 2.500 millones de colones; situación que obligará a hacer más ajustes en áreas sensibles. Ello augura un deterioro aún más significativo de cara al futuro inmediato y, en consecuencia, conllevará una limitación directa al cumplimiento de la misión universitaria.

El segundo golpe arremete contra las convenciones colectivas y los derechos laborales logrados por los trabajadores universitarios. Algunos de estos logros fueron gestados y defendidos desde la creación misma de la UNA. La estrategia se ha enfocado en crear una imagen social distorsionada del funcionario universitario tergiversándolo como un personaje ominoso, cuyo aporte a la sociedad costarricense es casual, simple y mínimo, sumado a lo especialmente caro que le resulta al país por estar cargado de privilegios económicos.

El tercer frente y, desde mi perspectiva, el más peligroso por su carácter perversamente desarticulador de la Educación Superior Costarricense, es el manifiesto interés de algunos diputados de la Asamblea Legislativa de modificar los artículos 84 y 85 de Constitución Política, los cuales resguardan la autonomía universitaria y que desde 1949, aseguran que la educación universitaria se constituya en un bien público social y no en un servicio público más. Dichos artículos garantizan el compromiso financiero del Estado costarricense con la educación, concebida como un medio de desarrollo social, cultural y económico y un vehículo de movilidad social en una sociedad democrática como la nuestra, que apostó por la educación como un derecho humano insoslayable.

Los principales actores de tan feroz ofensiva no ocultan sus rostros ni mucho menos sus pretensiones. Se aglutinan alrededor de la Asamblea Legislativa y de otras instituciones con componendas más o menos evidentes con el gobierno central: se trata de las cámaras empresariales, de la gran mayoría de medios de comunicación, de los grupos asociados al capital nacional y transnacional aunados a una opinión pública profundamente mediatizada que, posiblemente por primera vez en la historia, rebaja el papel cultural y dinamizador de la universidad en su misión y acción a órgano detentador de prebendas. Estos actores han venido orquestado una campaña sistemática que busca la privatización de las instituciones públicas y también eliminar el presupuesto constitucionalmente establecido de las universidades estatales. Con ello se consolida el más duro golpe al estado social de derecho y a la democracia costarricense.

Creo decididamente que para enfrentar estos planes destructivos que afectan a nuestra sociedad como un todo y a la universidad pública en particular, debemos unirnos como comunidad universitaria que somos. Debemos reconocernos como un solo colectivo para luchar contra la desarticulación de la educación superior. Este unirnos bajo un solo objetivo es el reto más grande y urgente. No debemos caer en la trampa de prácticas políticas nacionales partidistas ejercidas fuera o dentro de la universidad para profundizar aún más la ya seria polarización social. Son discursos y prácticas que dividen, que excluyen y que nos roban la ilusión de un futuro más floreciente, de mayor justicia y madurez democrática. Órganos superiores, autoridades electas y aspirantes, funcionarios sindicalizados al SITUN y la Anepuna, funcionarios no sindicalizados, personal académico y administrativo, FEUNA, estudiantado becado y no becado, colectivos universitarios, todos somos la Universidad Nacional. Todas y todos debemos elevar UNA voz, porque hay UNA lucha inminente y esa es la de la defensa de la Universidad Pública Costarricense.

La estrategia a seguir no puede –ni debe– reposar exclusivamente en las autoridades actuales, en el Rector y su Consejo de Rectoría. Allí, lamentablemente para nuestra universidad, el poder de convocatoria ha demostrado ser insuficiente.

Es tiempo de que el tejido universitario fundamental compuesto por las unidades académicas vibre de otra vez. Que la academia como un todo se empodere, convoque al diálogo y articule esfuerzos nuevos, sin dejar de lado la posibilidad de la lucha en las calles. Son las sedes y las unidades académicas, articuladas desde los decanatos, con el apoyo y participación conjunta de las instancias administrativas, quienes conforman la red neurálgica del funcionamiento académico. Ellas son el lugar donde la universidad adquiere sentido para nuestra sociedad, para nuestro pueblo, para nuestro estudiantado. Es desde allí, en las asambleas, los consejos académicos, en las reuniones, en los pasillos y, sobre todo, en las aulas, con nuestros jóvenes, donde debemos recuperar el diálogo y establecer las estrategias de la defensa de la U pública. No tengo duda de que en esta cruzada las organizaciones gremiales universitarias comprenden su papel histórico y que reconocen la importancia de hacer nuevas lecturas sociales y actuar consecuentemente.

Es claro que estos son tiempos complejos que exigen nuestro mayor compromiso y responsabilidad que asegure heredar una universidad pública mucho más fortalecida y legítima, que la que a cada uno de nosotros nos tocó en diferentes momentos de la historia institucional. Llamo, sobretodo, a recuperar su memoria, a reconocer sus principios fundacionales, los aportes sociales logrados en casi cinco décadas, pero también llamo a reflexionar y a actuar sobre las deudas pendientes y los nuevos retos, donde la sostenibilidad financiera asoma preponderantemente. Sólo así podremos defendernos, con todo ahínco, del ataque neoliberal contra la educación superior pública y como Universidad Nacional construir un futuro con sentido y pertinencia social.

Respetuosamente,

Med. Francisco González Alvarado

Académico

División de Educología-Escuela de Historia

Exvicerrector Académico 2010-2015

204510487

 

Imagen ilustrativa de rector de la UNA en firma de acuerdo del FEES con Gobierno.

Enviado a SURCOS por M.Sc. Efraín Cavallini Acuña, Asesor Comunicación, Rectoría UNA.

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Las convenciones colectivas en el martirio de la cruz

Las convenciones colectivas en el martirio de la cruz

“Quo vadis”

Hace casi un año, la Sala Constitucional dictó el voto -sólo su parte dispositiva-, que declaró la inconstitucionalidad del artículo 47 de la convención colectiva de trabajo del finado BCAC (qdlgsg*), en materia de auxilio de cesantía (Voto N° 2018-008882). No es sino hasta ahora, en vísperas del Acto de la Pasión MCMLXXXVI, que quedó redactada integralmente la correspondiente sentencia, más anunciada y esperada que la Segunda Venida. Pues bien, así las cosas, para no distraer a nadie de sus dedicados rituales de esta Semana Mayor, no queda más que hacer en esta ruta, un ejercicio litúrgico de este histórico pronunciamiento judicial, que en algo contribuirá a cumplir las obligadas penitencias. ¿Cuáles fueron los extremos que el Tribunal del Santo Oficio resolvió en este veredicto? Y, ¿cuáles fueron los motivos que fundamentaron esta resolución, al mejor estilo de los pretores romanos? Básicamente fueron tres cuestiones que se analizaron y decidieron, las cuales se comentan a continuación, en una versión de viacrusis comprimido, tan sólo de tres estaciones, pero que para los efectos expiatorios, tan necesitados en estos días que estamos, tiene la misma efectividad que el común de 14 estaciones. I V+: El Tribunal Constitucional reitera la condena del derecho de renunciar con pago de prestaciones (auxilio de cesantía) Invocando su jurisprudencia conservadora, que en este aspecto se consolidó desde hace unos 6 años, se determinó que resulta contrario al artículo 63 de la Constitución Política, que en una convención colectiva se pacte que el trabajador que renuncia tiene derecho al auxilio de cesantía. Esta norma garantiza que el trabajador que sea despedido, sin justa causa, tenga derecho a una indemnización, cuando no esté protegido por un seguro de desocupación. La jurisprudencia constitucional ha realizado una interpretación restrictiva de la norma, de cuyo contenido y finalidad jamás se podría sostener que la norma esté prohibiendo el reconocimiento de la cesantía en este particular supuesto (renuncia). En realidad, la sentencia no contiene ningún elemento novedoso en este punto, la cual simplemente remite a sus precedentes conocidos.

II V+: El Tribunal condena que la indemnización por reestructuración o reorganización de servicios no tenga un máximo. Además, se determinó que el reconocimiento de la indemnización o auxilio de cesantía, sin límite, en los supuestos de reestructuración o reorganización de servicios, supresión de plazas y otros similares, resulta también inconstitucional, por quebrantar los principios de proporcionalidad y razonabilidad. Esta declaratoria de inconstitucionalidad de aquella cláusula convencional, prácticamente se vuela, de un sólo plumazo, las disposiciones contenidas en el inciso f) del artículo 37 y 46 del Estatuto de Servicio Civil. Estas normas establecieron que si el servidor era cesado, por reestructuración, tenía derecho a aquella indemnización, sin tope, únicamente en proporción a los años servidos en la Administración Pública. De toda suerte, estas disposiciones legales fueron derogadas y modificadas por la Ley N° 9635, del mismo cuño fiscal que este pronunciamiento del Tribunal Constitucional; cuya reforma, por cierto, ha pasado ampliamente inadvertida por moros y cristianos. III V+.- El Tribunal impone un límite, ex novo, del auxilio de cesantía, recortado a 12 años Desde hace más de 10 años, el Tribunal Constitucional determinó que el reconocimiento del auxilio de cesantía no podía ser indefinido, sin límite. Al amparo de este criterio, estableció, probablemente inspirado en algún tango, que el límite razonable era 20 años: “Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada” A la vuelta de una década, por contrario a la letra de aquella conocida canción argentina, que a la larga pareciera que ahora 20 años son muchos, demasiados, en su lugar, en este último pronunciamiento, el Tribunal determinó que 12 años es el límite razonable y proporcionado; desde luego, en aquellos supuestos delimitados restrictivamente, en que de acuerdo con su jurisprudencia únicamente procede este reconocimiento. En este punto este pronunciamiento de la Sala Constitucional es totalmente novedoso, marcando un hito regresivo, incompatible con el principio de progresividad, recogido en la Convención Americana Sobre Derechos Humanos.

Pero, ¿cuáles fueron las imperiosas razones del Tribunal para resolver de esta sobreviniente y hasta insospechada manera el recorte del máximo del auxilio de cesantía? No obstante que la Sala advierte que en sintonía con el desarrollo de los derechos fundamentales vinculados con el entorno laboral, “ha ejercido con gran mesura su labor de control de inconstitucionalidad”, que Dios guarde no hubiera tenido esta desenfrenada generosidad con las personas trabajadoras, no puede desconocer “la carga que la sociedad debe soportar para cubrir tales sumas: “Así pues, debe afirmarse que las disposiciones de naturaleza económica que acuerden los administradores de las instituciones públicas cuando negocien colectivamente con sus trabajadores, no pueden evadir la necesaria coherencia y proporcionalidad en relación con lo que constituye el marco general de beneficios económicos del Estado (en su concepto amplio) ha venido reconociendo a lo largo del tiempo, en favor de sus trabajadores, ni puede dejarse de tomar en cuenta las posibilidades financieras de las entidades en general y la manera en que estas disposiciones van a incidir en los gastos y obligaciones económicas estatales, dado que tales compromisos determinan y son determinantes a la vez por las distintas variables y situaciones económicas y repercuten directamente en la situación económica general del país.” La sentencia del Sumo Pretor refleja, como se denota, una concepción de política pública, de carácter fiscalista, de ajuste económico, en línea directa con la sacrosanta doctrina de OCDE, enervando el derecho de negociación colectiva, a contrapelo de los Convenios de OIT ratificados por nuestro país. Hay que reconocer que este pronunciamiento se adelantó, por algunos meses, a la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, matriculada en esta misma concepción ideológica. Pero, además, desvinculándose del principio de autocontención, la sentencia impuso un nuevo tope del auxilio de cesantía, reducido abruptamente a un máximo de 12 años, lo cual implica, en definitiva, que el Tribunal Constitucional está materialmente legislando, desbordando las competencias constitucionales, convirtiéndose en una especie de Senado Romano, que es el rol político que ha venido asumiendo la Sala Constitucional, cada vez más acentuado. Por último, si usted leyó con devoción las tres estaciones de este apócrifo viacrusis, y sus rodillas presentan algún síntoma de enrojecimiento o inflamación, seguro que de sobra ganó indulgencias plenas, con mayor razón si es funcionaria pública.

Manuel Hernández

*quedeluisguillermosolísgoce

Enviado a SURCOS por el autor.

El demonio del año

Oscar Núñez Olivas

Cada época tiene sus demonios. Para la Edad Media, las brujas. Para el siglo XVI los protestantes. Para la Alemania nazi, los judíos. Para el siglo XX, el comunismo (o el capitalismo, según quien lo viera). Para la Costa Rica de 2015, las convenciones colectivas.

De repente, pareciera que el enemigo público número uno son estos acuerdos laborales, a los que se señala inquisitoriamente como generadores de déficit fiscal y privilegios “desaforados” para los empleados públicos.

Usted pone la radio y alguien está expresando su indignación contra las convenciones colectivas; prende el televisor y un diputado libertario promete empeñar todo su poder de representación para abolir las convenciones colectivas; abre el periódico y un economista escribe sobre los efectos dramáticos de las convenciones colectivas para la economía.

En redes sociales, usted encontrará andanadas de insultos y comentarios insufribles contra los empleados públicos y sus dirigentes sindicales que “inventaron” las convenciones colectivas.

En fin, que el interés y la ignorancia se fueran a pasear un día…

Sé de muy buena fuente, aunque usted no lo crea, que las convenciones colectivas no son invención de don Albino Vargas, ni de ninguno de los dirigentes sindicales del sector público.

Existen desde hace muchos años en la inmensa mayoría de los países occidentales, y constituyen verdaderas instituciones de derecho en las democracias más avanzadas del mundo.

En Europa los convenios colectivos de trabajo están generalizados no solo en el sector público, sino también en el privado. En algunos países funcionan como acuerdos de validez nacional para todos los trabajadores de un mismo gremio; en otros –como en el nuestro- se negocian y suscriben entre los trabajadores y los patronos de cada empresa.

La negociación colectiva es, sin duda, un instrumento de gran importancia en la procuración de justicia social, porque frente al poder del patrono, el trabajador individual no tiene la fuerza suficiente para negociar mejoras en sus condiciones de trabajo, ni siquiera para hacer valer sus derechos mínimos, garantizados por la ley.

La convención colectiva regula las relaciones laborales en su sentido más amplio (salarios, jornadas, periodos de descanso, condiciones ambientales) entre muchas otras, así como los mecanismos de solución de conflictos.

En Costa Rica solo hay convenciones colectivas en el sector público, pues sabemos que en el sector privado la sindicalización está prohibida de hecho, aunque sea legal en el papel, y sin sindicatos difícilmente podría haber convenios colectivos de trabajo.

Posiblemente a esta diferencia se deba en parte la significativa brecha que existe entre los trabajadores del Estado y los de la empresa privada en casi todos los aspectos. Una brecha que algunos políticos y medios de comunicación aprovechan, con despliegue de cinismo, para alimentar la discordia entre ambos sectores laborales.

Las convenciones no solo son legítimas sino que son instrumentos necesarios de la democracia y es un deber del Estado garantizar a los trabajadores de todos los sectores el derecho de sindicalización y de negociación colectiva.

La trampa

De lo anterior no debería deducirse que todo esté bien en relación con las convenciones colectivas vigentes en el sector público. Ciertamente, hay abusos y desproporciones y eso es algo que hasta los propios dirigentes sindicales se ven obligados a reconocer en voz baja.

La política ha puesto la trampa. Y hablamos de la política en sentido amplio, la que desarrollan tanto los sindicatos como los partidos políticos.

Luego de firmarse las primeras convenciones colectivas en el sector público, algunas a finales de la década de 1960, pero la mayoría en las décadas de los años 70 y 80, se fue imponiendo una dinámica que a la postre se volvería insostenible. Dicha dinámica consiste en que cada vez que se renegocia una convención, generalmente al cabo de dos años de vigencia, se hace imperativo introducir nuevas mejoras en las condiciones de trabajo.

Con ello, los dirigentes sindicales exhiben triunfos que afirman su compromiso con los trabajadores que representan y garantizan su reelección, mientras que los políticos que dirigen las instituciones atraen votos para sus partidos y, eventualmente, para ellos mismos.

En algún momento, las reivindicaciones salariales empezaron a ponerse difíciles, ya sea por directrices del Poder Ejecutivo o porque generaban desequilibrios en los escalafones internos. En compensación, los jerarcas empezaron a ceder beneficios de otra naturaleza (permisos especiales, pagos por llegar temprano al trabajo, por trabajar en un segundo piso, etc.) sin detenerse a considerar su racionalidad y sus efectos presupuestarios.

Esa lógica se ha convertido en una bola de nieve, sobre todo en momentos en que existe una creciente preocupación por el déficit fiscal. Los sectores más favorecidos, tradicionalmente reacios a pagar impuestos, han encontrado el argumento ideal para seguir negándose: ¡que el gobierno elimine las convenciones colectivas, recorte el gasto y después hablamos!

Por supuesto, quienes manejan este discurso no mencionan las multimillonarias exenciones que han disfrutado durante décadas diversos sectores empresariales: exportadores, generadores turísticos, empresas de zona franca, para mencionar algunos. Ni se refieren a la masiva evasión fiscal que, según estudios del ministerio de Hacienda, representan una suma igual o ligeramente superior a la que el Estado recauda. Es decir, que sin evasión no existiría déficit fiscal, con convenciones colectivas y todo.

En suma: es demagógico satanizar las convenciones colectivas y hacerlas culpables de todos los males del país. Las convenciones deben seguir existiendo, aunque sería deseable establecer ciertas normas que eviten la reiteración de abusos.

Sin embargo, Costa Rica es un estado de derecho. La racionalización de estos acuerdos laborales es un proceso que debe conducirse de forma ordenada, respetando derechos adquiridos y procurando mantener los beneficios justificables que inciden positivamente en la calidad de vida de los trabajadores y sus familias.

 

*Imagen con fines ilustrativos.

Enviado a SURCOS Digital por Marcela Zamora Cruz.

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ANDE convoca a toda su afiliación al Movimiento en Defensa de la Clase Trabajadora

ANDE, junto con organizaciones sociales que integran el Bloque Sindical Unitario y Social Costarricense, convocó a las y los educadores(as) y a los(as) trabajadores(as) en general, a marchar este viernes 16 de octubre, a partir de las 10 a.m. en la Fuente de la Hispanidad para salir rumbo a Casa Presidencial, en defensa de la clase trabajadora.

Se finalidad de la marcha fue:

  • En contra de los proyectos de Educación Dual, que se encuentran en la Asamblea Legislativa
  • La dignificación de los(as) funcionarios(as) del sector público
  • Contra los proyectos de Ley de Empleo Público (Salario Único)
  • En defensa de la educación pública, gratuita e integral y en contra de una educación dual al servicio de las transnacionales
  • Contra el congelamiento de los salarios y la política salarial
  • Por el derecho a negociar convenciones colectivas
  • Por un plan fiscal justo, que no responsabilice a la clase trabajadora de la crisis fiscal que enfrenta el país

 

“Marcharemos Contra Las Propuestas Que Buscan Eliminar Los Derechos De La Clase Trabajadora Y Que Atentan Contra La Educación Pública”.

 

Información tomada de la página de Facebook de la ANDE.

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