Valles y montañas… entre la agonía y la muerte
Marco Tulio Araya Barboza
De pronto aparece verde como una gran alfombra tapizada de pinos, maizales y frijolares. Al avanzar valle adentro la fertilidad de sus tierras brota como negra simiente deseosa de semillas. Pero al levantar la vista para admirar las montañas protectoras de los valles y generosas en manantiales, nos encontramos con un inmenso lunar, con un horrible cráter de tierra erosionada y estéril justo encima de los pueblos.
“Es la mina” dice con retenido rencor un campesino. Algo malo está pasando con la mina que se muestra en las palabras, en las miradas, en los cuerpos. Es como una inmensa desilusión que los viene envolviendo y que se arrastra por el valle envenenando los cuerpos, pero sobre todo las almas.
Es la decepción que salta a la vista cuando los sueños se ven truncados; es la amargura fruto del engaño, porque cuando la empresa minera iba a iniciar operaciones prometieron empleo bien remunerado, educación, buenas carreteras, salud, mejores viviendas, trabajo, trabajo para todos. Hablaron de progreso y bienestar y quién no quiere un legado de felicidad para sus hijos.
En Honduras, Guatemala, Nicaragua y Panamá, se repite esta historia: un buen grupo de vecinos se ilusionó… fueron contagiados con la fiebre del oro, esa extraña enfermedad que solo se cura con el tiempo, cuando la persona se percata de que el oro se le escapa de las manos, cuando la persona ve que el oro en lugar de brillar nubla y en lugar de alegrar entristece.
Porque da tristeza ver hoy los callejones secos y empedrados por donde, no hace mucho, bajaban de los cerros cantando los ríos y las quebradas.
Porque da tristeza ver la piel escamosa que pica y arde al contaminarse con el agua y con el aire antes limpio y puro.
Porque da tristeza ver la cabeza de los niños y niñas con pellizcos arrancados por las sustancias dañinas que antes de la mina no existían.
Lo más grave es que la intoxicación es lenta pero letal, a tal grado que muchos habitantes de estos valles, aún no saben que día a día y poco a poco se están envenenando.
La prohibición de la minería metálica es un paso hacia adelante, porque la minería no es una opción de desarrollo o bienestar, al contrario, las comunidades donde opera una mina siempre quedan en peores condiciones económicas, sociales y ambientales que como estaban. Los empresarios mineros se llevan las riquezas y dejan la tierra, el agua y los bosques contaminados por años y años.
Las opciones duraderas para los habitantes de los campos son, entre otras, la agricultura orgánica y el turismo rural pero estas actividades no se pueden dar donde opera una mina ni después de que se van. Cuando el oro se acaba la empresa se va y la contaminación sigue afectando por décadas y hasta siglos. ¿Quién descontamina la tierra y el agua? ¿Quién desintoxica la población?
En Costa Rica quieren revivir el fantasma de la minería metálica lo cual es un paso hacia atrás. El saqueo criminal que hacen coligalleros ilegales no es excusa para abrir de nuevo las compuertas a la contaminación. Lo que falta es voluntad política para defender nuestra soberanía.