Réquiem para un hombre. Año 1966 – Homenaje a Calufa
Por Gerardo Aguilar
¡Calufa! No has muerto… Vives en tu obra epopéyica. Los hombres de tu catadura nunca mueren. Viven sempiternamente.
Tu muerte física, Calufa, agigantará lo verdaderamente trascendente de tu existencia, ¡tu lucha! Sí, Calufa, la misma que recuerda el liniero, demacrado por el paludismo. La que quedó impresa en el eco de los bananales, con su verde fruto de ignominia.
1948, Calufa, ¿recuerdas? ¿Claro que sí, cuando levantaste el estandarte de tu clase e ideología contra los maestros de la mentira? ¿Recuerdas el silbido de las balas enemigas, recuerdas el lamento quejumbroso de los heridos, recuerdas la faz curtida del sureño muerto?
No puede ser que desaparezca del recuerdo de los que te conocieron en los campos de batalla tu figura que irradiaba humanismo puro. Es imposible, Calufa, que se borre de la memoria de los jóvenes que te conocimos posteriormente, tu paternal trato y tu rostro no precisamente móvil, sí radiante, de una alegría innata. Tus consejos, entrañable camarada, que emanaban de tu experiencia, como las claras aguas de una fuente eterna de juventud, no pueden desaparecer en la inercia del tiempo.
¡Enséñame Calufa, a ser verdaderamente hombre y camarada! Dame el secreto de tu tesonera vida. Enséñame la lealtad, Califa, que es el principio de los principios y que fue la brújula que te guió en la localización de tu norte, inconmensurable y coronado de luz. Eres dichoso, Calufa, porque te encontraste a ti mismo, cuyo equivalente es la inmortalidad, pero no la in mortalidad que le ofreció la Ninfa Calipso a Odiseo, sino la que nace del hecho de vivir en la conciencia de los hombres, como manantial eterno de ejemplo.
SURCOS comparte la transcripción del texto original que nos fue enviada por Lenin Chacón Vargas con autorización del autor. El texto fue publicado en el semanario Libertad en junio de 1966.