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Etiqueta: Historia Nacional

Un presente costarricense que niega y olvida su pasado

Juan Huaylupo Alcázar1

1 Catedrático pensionado. Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Costa Rica.

En apariencia los ciudadanos costarricenses estamos tranquilos, como siempre respetando el civilismo heredado de otros tiempos, del equilibrio entre la sociedad civil y el Estado, en una época que confiábamos de la estabilidad laboral, seguridad social, vivienda popular, participación ciudadana, con un Código de Trabajo digno y leyes justas. Nunca imaginamos el incremento de la pobreza, inseguridad ciudadana, precariedad en los servicios de salud públicos ni su atención privada solo para pudientes, además de ser una atención mercantilizada y corrupta. También se tenía un sistema judicial oportuno, consistente y pertinente, mientras que en la actualidad existe una negligente práctica administrativa que absurdamente regula el cumplimiento jurídico y como tal, sometida a las jerarquías y procesos inventados para eludir reglamentos, leyes e incluso la propia Constitución de la República. Así, la Sala Constitucional con cientos de resoluciones contradictorias e inapelables y con muchas otras demandas que esperan años sin resolver, a pesar de las evidencias que violentan el espíritu y letra de nuestra Carta Magna. Ello, viola la democracia, los derechos ciudadanos, al orden institucional, al estado social de derecho y de lo mucho que enorgullece moral y socialmente nuestro pasado.

Tampoco conocimos gobernantes que amenazaran a la ciudadanía y la sociedad con la creación de hordas fascistas entre las fuerzas policiales, ni inducir el descontento social contra la institucionalidad pública, que paradójicamente, el propio gobierno estrangula, agudizando su crisis y liquidación. Los fantoches del poder que transgreden permanentemente las históricas conquistas sociales se creen omnipotentes e inmunes por haberse debilitado y liquidado las diversas formas organizativas defensoras de los trabajadores, de la ciudadanía y de la democracia, efectuada por el poder estatal, los partidos políticos y por la traición y corrupción de quienes los representaban.

Los jóvenes de hoy que no conocieron ese Estado ni sociedad sobre nuestro inédito pasado, en parte, por la precariedad de la educación y porque la historia nacional no es la historia del pueblo costarricense que ha sido invisibilizado e ignorado por los individuos que se han impuesto como los hacedores de la historia nacional. La historia es una construcción por el pueblo, no de individuos de rancias familias ni partidos que se han apropiado del pasado costarricense y que aun gozan de privilegios y monopolizan la vida política. Reivindicar la actuación del pueblo es una necesidad en momentos que otros buscan usurpar y privatizar el futuro nacional.

El poder político y económico oculta y desconoce la voluntad capacidad de actuación del pueblo en la historia, para inventar e imponer que el pasado costarricense fue obra de individuos, nunca de pensamientos y actuaciones concientes y consecuentes de la colectividad popular, al que imaginan, aun en nuestros días, ser solo objetos del poder racista y segregacionista.

La relativa inercia y responsabilidad es de los jóvenes, no los culpabiliza, es el sistema, la educación y de los medios, que sistemática e intencionalmente, nos quieren ignorantes e intentan borrar la historia y cultura de los pueblos, para destacar exclusivamente el amarillismo, el fascismo y el poder geopolítico dominante, como expresión de la tiranía política y delincuencial existente.

Un pueblo que ignora su pasado está condenado a perder su identidad, su futuro y humanidad. Conocer nuestra historia trasciende el ámbito cognoscitivo, porque no se trata solo de conocimiento sobre la verdad de los procesos ocurridos, es la impronta que otorga significación, responsabilidad y compromiso al devenir colectivo del pueblo. Es el sello peculiar y característico que va más allá de los acontecimientos sociales que marcaron, no solo su pasado, también contribuyen a conocer el presente y que guían su futuro. Asimismo, analizar el pasado a partir del presente, nos permite interpretar y descubrir muchos de los dilemas y luchas del presente.

Historia y cultura se confunden en una unidad política identitaria, peculiar e inédita, quizás por ello, la dominación política actual aun lucha contra la legitimidad social del pasado, como un fantasma que amenaza su existencia, no solo como parte de la historia, sino porque los intereses, ambiciones, conflictos políticos y de clase, no han desaparecido, por el contrario, se han radicalizado contra los subalternos, la sociedad y la humanidad. La historia oficial ha formalizado, ideologizado y privatizado el poder del presente en un pasado inventado.

Desde luego, esta reflexión no será comprendida por el gobierno actual, por los liberales empiristas ni por los tecnócratas de la economía, que todo lo reducen a magnitudes sobre las finanzas del estado y de la riqueza privada, nunca sobre las repercusiones sociales que causa el mecanicismo economicista promovido y protegido por las tiranías políticas, tampoco han comprendido que la economía como ciencia es una relación social e histórica, que no son cantidades ni representan realidades complejas. Las tragedias sociales y ambientales ocasionadas por esas técnicas solo son vistas como daños colaterales inevitables, como si la sociedad y el mundo estuviera gobernado por una máquina que no puede ser modificada, reprogramada ni destruida. La estupidez de los tecnócratas económicos y de los funcionarios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, son máquinas robotizadas con algoritmos, pero no son esclavos del poder, son simplemente cosas sin vida ni conciencia, por ello se sustituyen y se olvidan, por inservibles.

Una economía sin sociedad, cultura ni historia, nunca podrá ser ciencia. Las mediciones económicas son vacías y superficiales, como el medir el valor de la producción con el Producto Bruto Interno (PIB), o el pseudo equilibrio fiscal, de ningún modo representan la complejidad de una sociedad, como tampoco la riqueza nacional, el bienestar social ni la suficiencia económica estatal. El enriquecimiento privado a través de los bienes y servicios finales en el mercado nacional, generados en un periodo temporal, de ningún modo es progreso nacional ni da cuenta de la situación económica de un país, como fue reconocido por su propio creador Simon Kuznets (1901-1985), a quien el Congreso de EE.UU le encomendó medir la crisis económica mundial de 1929-1932, «… el bienestar de una nación difícilmente puede inferirse de una medida del ingreso nacional» (Kuznets, 1934).

El repetir incesantemente, como verdades absolutas, la situación cuantitativa y las previsiones económicas nacionales de los organismos internacionales, no solo muestra el mecanicismo tecnocrático de la economía, también son evidencias del absurdo desconocimiento del impacto del dinámico devenir político internacional, que inciden en el ámbito económico nacional, a la vez pone de manifiesto el corrupto e interesado compromiso geopolítico, del gobierno y de los partidos del poder, con el cómplice silencio ante la debacle humana con el genocidio contra el pueblo palestino y la confrontación bélica mundial.

Los propietarios del capital ni la jerarquía burocrática estatal crean riqueza ni son autosuficientes, como expresan algunos candidatos, que se disputarán la Presidencia de la República. De este modo, manifiestan su transparente ignorancia e incapacidad previsible, si obtienen los votos de aparente validez.

Explotar a los trabajadores y apropiarse de los recursos del pueblo y de la nación, son auténticos atentados contra la vida y el futuro nacional. Costa Rica nos pertenece a todos, no es un espacio social con dueño, ni el poder estatal es privado. No somos esclavos, somos ciudadanos creadores de nuestro presente y futuro común.

El símbolo del Teatro Nacional no puede cambiarse

Vladimir de la Cruz

Historiador

Fue el gobierno de Luis Guillermo Solís Rivera, 2014-2018 que, por medio de una Ley, firmada por él, institucionalizó y declaró el Teatro Nacional como un Símbolo Nacional del Patrimonio Histórico Arquitectónico y Libertad Cultural.

Tuvo esta ley una aprobación de 40 diputados en su segundo debate. Dicho de otra manera, el Teatro Nacional se declaró Símbolo Nacional por una Ley de la República, no por un Decreto Ejecutivo ni por un acto administrativo del Ministerio de Cultura.

Cuando se declaró Símbolo Nacional se estableció que los días 12 y 13 de mayo del 2018 estuviera abierto de acceso al público para que, mediante visitas guiadas en días, el pueblo pudiera recorrerlo y conocerlo en sus detalles interiores.

La ley estableció que el Ministerio de Educación Pública tiene que incluir en el temario correspondiente en los estudios, en la escuela primaria como en la secundaria, los contenidos respectivos para que se estudie, valore y destaque el Teatro Nacional como Símbolo Nacional.

Desde el 5 de febrero del 2018, cuando se aprobó la declaratoria el Teatro Nacional pasó a ser un Símbolo Nacional más, el número 14 de la lista de símbolos declarados.

Ya había sido reconocido como monumento nacional, así establecido por Decreto No. 3632 del 24 de diciembre de 1965, bajo el gobierno de Francisco Orlich Bolmarcich, 1962-1966. En 1995, en el gobierno de José María Figueres Olsen, 1994-1998, se amparó, en 1995, el Teatro Nacional a la Ley de Patrimonio Histórico Arquitectónico, reconociendo su importancia arquitectónica, patrimonial, cultural e histórica. Así el edificio principal fue declarado Monumento Histórico Nacional; con lo que el Estado costarricense reconoció y estableció la importancia arquitectónica, patrimonial, cultural e histórica del inmueble.

Cuando se creó el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes se estableció que el Teatro Nacional estaría adscrito a este Ministerio, así dependiente desde 1974.

En 1998, en el gobierno de Miguel Ángel Rodríguez Echeverría, 1998-2002, se le declaró Institución Benemérita de las Artes Patrias.

En el 2019 se aprobó, por la Asamblea Legislativa, un Contrato de Préstamo con el Banco Centroamericano de Integración Económica, para darle al Teatro Nacional un Programa Integral de Seguridad y Conservación, siguiendo una iniciativa del Poder Ejecutivo del 2018. Cuando se aseguró la preservación del edificio patrimonial, se excluyó del mismo cualquier actividad de tipo administrativa que representara un riesgo, que alterara la fusión del legado del siglo XIX con las necesidades del siglo XXI.

El Teatro Nacional de Costa Rica (TNCR) había nacido como ente jurídico estatal el 28 de mayo de 1890 cuando el Congreso Constitucional de la República emitió el Decreto XXXIII que en su artículo primero declara “Obra Nacional el Teatro de la Capital de la República», financiado en sus inicios con un impuesto a la exportación de café, para su construcción, fortalecido con Decretos de 1892 y 1893.

En nuestra Historia Nacional tenemos símbolos nacionales del período del Estado (1821-1848) y de la República (1848-2024, hasta hoy). Los símbolos nacionales son objetivos, verdaderos, tangibles y sagrados. Tenemos Símbolos Nacionales que podemos considerar Mayores y los que podemos considerar Menores, todos son SÍMBOLOS NACIONALES.

Los MAYORES son la Bandera, el Escudo, los Escudos de Armas, el Pabellón Nacional, las Letras y Música del Himno Nacional. El Pabellón Nacional es la integración del Escudo y la Bandera en un solo cuerpo, que se presenta solo en el acto correspondiente que preside el titular de cada uno de los Poderes de la República: el Poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial o Electoral.

Nos recuerdan los símbolos nacionales la afirmación del proceso de construcción y del desarrollo democrático nacional. Son síntesis de la historia nacional, la independencia, la libertad y la soberanía. Recogen el pacto social y político de los costarricenses, su unidad nacional y destino común.

Los Símbolos Nacionales MENORES son aquellos que destacan valores y particularidades de la sociedad costarricense, de la cultura nacional, de la tradición histórico cultural, de la biodiversidad geográfica y natural, que distinguen especialmente particularidades del pueblo y de la nación costarricense, así como del territorio nacional en toda su amplitud. Pueden tener características muy regionales o particulares, como son los símbolos asociados o que representan la fauna nacional; el animal y ave nacional, que exaltan la protección y conservación de las aves; la flor nacional y el árbol nacional, que representan la flora costarricense; la carreta costarricense con la cual se destaca el trabajo como valor generador del desarrollo económico, de la riqueza social y como expresión del arte popular.

Los Símbolos Nacionales, son comunes a los costarricenses, son cuerpos independientes entre sí, con su propia historia y desarrollo. Identifican valores de la sociedad, exaltan hechos históricos, concretan idiosincrasia; reflejan aspiración, afán de lucha y progreso de la nación; expresan ideales y la confianza de un hermoso porvenir. Algunos símbolos sobresales sobre los otros. Tienen un reconocimiento público y popular más destacado.

A los Símbolos Nacionales se les rinde respeto, honor y ritual de uso. Parte de ese respeto y ritual de uso es mantener lo particular que distingue a cada símbolo, ya como un emblema, como un logo, como un elemento de identificación, como su genuina cédula de identidad.

Así por ejemplo el logo que históricamente ha identificado al Teatro Nacional, que es parte consustancial de su propia estructura arquitectónica, que desde su construcción ha permanecido como su sello de reconocimiento público, y así ha sido empleado para todos los efectos, la combinación de la T y la N en el cuadrado que las entrelaza.

Los Símbolos Nacionales no pueden ser alterados por actos administrativos o ejecutivos. Lo que por Ley se crea solo por Ley se pude cambiar.

Los gobiernos a veces han tratado de distinguirse con un Logo de la Administración de turno. Es válido para los actos del Poder Ejecutivo en el uso de su correspondencia y papelería oficial.

Nunca ningún logo de gobierno ha sustituido un símbolo propio, particular, de ninguno de los Símbolos Nacionales, con los cuales se reconocen, como ha hecho el actual Ministro de Cultura (¿?), que ha eliminado, entre otros el Símbolo o Logotipo que ha caracterizado al Símbolo Nacional del Teatro Nacional, sustituyéndolo por otro, un rectángulo horroroso, que incluye, destacando en amarillo ,una silueta del país, que más parece un homenaje a las políticas oficiales que amparan la tala de árboles en zonas protegidas, y que proyecta un país sin zonas ni áreas protegidas de bosques o reservas nacionales de conservación y de biodiversidad.

Lo que se trata de imponer es un símbolo vacío. Si así quiere expresar lo que es el actual gobierno, puede hacerlo para la papelería oficial, pero no para sustituir los emblemas con que se han distinguido históricamente los símbolos nacionales en su particularidad.

Comete un grave error el Ministro de Cultura cuando trata de imponer un logo de gobierno como un logo histórico de una Institución Benemérita, como lo es el Teatro Nacional. ¿Cuánto va a durar ese nuevo logo de gobierno? ¿Lo que queda de gobierno, 18 meses?

El Teatro Nacional es un Símbolo Nacional, emblemático, de nuestra cultura y de nuestra sociedad democrática en el momento en que se construyó, por la participación popular que contribuyó en su construcción. El Emblema, el Logo, que lo ha distinguido como reconocimiento institucional es parte de su propia estructura y arquitectura. Como tal no puede ser cambiado.