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Etiqueta: Mario Oliva Medina

Mariátegui y Haya: precursores de las luchas actuales del pueblo peruano. Mario Oliva Medina, in memoriam

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

La producción sistemática de conocimiento, la elaboración cuidadosa y reflexiva sobre las múltiples dimensiones, ángulos y perspectivas del pensamiento social en nuestra región latinoamericana, pero sobre todo su divulgación del trabajo y de las obras de sus cultivadores más conspicuos, durante la primera mitad del siglo anterior, fueron algunas de las pasiones que caracterizaron el accionar de nuestro recordado amigo y compañero de luchas e ideales latinoamericanistas, el historiador y ensayista Mario Oliva Medina (1956-2021), nacido en el lejano Puerto Montt, al sur de Chile, quien nos dejó el pasado viernes 30 de abril de este segundo año de pandemia, y de una feroz contrarreforma social, un lapso de tiempo que se ha tornado interminable dentro de nuestras percepciones, haciendo que los días parezcan semanas y los meses años, tal ha sido la intensidad del período histórico por el que estamos atravesando.

Revisando en mi biblioteca, en estas semanas, di finalmente con uno de sus trabajos más valiosos, el que se me había extraviado y que el autor publicó bajo el título de “DOS PERUANOS EN REPERTORIO AMERICANO MARIÁTEGUI Y HAYA Universidad Nacional de Costa Rica UNA 2004”, un precioso volumen que Mario nos había dedicado con la gentileza y la bonhomía que siempre lo caracterizaron, a lo largo de los años en que transcurrió nuestra vida académica, dentro de la que compartimos innumerables inquietudes e intereses intelectuales, políticos y culturales.

El triunfo electoral, y la toma de posesión de Pedro Castillo Terrones, como presidente del Perú, el día miércoles 28 de julio recién pasado, en la que un maestro cajamarquino, con su sombrero chotano, y su verbo firme además de sereno, se ha introducido en los círculos más altos del poder político, desafiando la vieja hegemonía oligárquica de un puñado de familias limeñas, con lo que ha marcado el fin de un ciclo histórico de larga duración, después de doscientos años de haberse proclamado la independencia del dominio español, en Lima la capital del viejo virreinato.

Es aquí donde las figuras del amauta José Carlos Mariátegui (1894-1930) y de Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), cuyos aportes en las páginas de la Revista Repertorio Americano (1919-1958) de Joaquín García Monge, son puestos de relieve por Mario Oliva Medina en su libro. Se trata de dos peruanos quienes fueron los creativos fundadores del marxismo latinoamericano, dejando de lado las deformaciones e imposiciones eurocentristas de Moscú, resuenan de nuevo y adquieren nuevas connotaciones a pesar del olvido, la ingratitud, además de la notoria y lamentable traición de las dos últimas generaciones de dirigentes apristas, los que se han hundido en la corrupción más descarada, bajo la conducción de Alan García, terminando sus remanentes por ser aliados del fujimorismo y la derecha totalitaria del Perú. Poco antes de morir, hace ya cuarenta y dos años, en el mes de agosto de 1979, Víctor Raúl Haya de la Torre y un grupo de constitucionalistas de lo más valioso de la izquierda peruana de entonces dejaron el legado de una constitución que defendía las riquezas del país y las conquistas sociales de los más desheredados de la fortuna. El golpe de estado fujimorista, del mes de abril 1992, surgido en medio de la violenta atmósfera creada por la insensata guerra promovida por la ultraizquierda de Sendero Luminoso, le permitió a la derecha peruana imponer una constitución a su medida para malbaratar las empresas creadas con el esfuerzo de todo el pueblo peruano, además de conculcar los derechos de los trabajadores urbanos y de los campesinos.

Hoy, ya en el gobierno, el profesor Pedro Castillo Terrones, el Partido Perú Libre y lo más valioso de la izquierda peruana, con sus partidos y organizaciones de base, comienzan e intensifican una dura lucha, ya sea para restablecer la constitución de 1979, la que Alan García y la corrupta dirigencia aprista post Haya jamás defendieron o para implantar una nueva, siempre con el concurso y la opinión de las grandes mayorías del pueblo peruano.

Recordando a Mario Oliva Medina (1956-2021)

Gerardo Morales García, historiador y escritor costarricense.

En la madrugada del 1 de mayo, Habib Succar me hizo llegar un mensaje de los que uno no quiere que le lleguen nunca. Me informaba de la muerte de Mario Oliva Medina, ocurrida a las diez y resto de la noche, del 30 de abril. Intenté desde ese momento comunicarme con Marta, su esposa o con Marito su hijo y fue, por razones obvias, imposible. No me he repuesto todavía de esa muerte tan cercana, del amigo y del compañero.

Con Mario Oliva no hablaba, curiosamente, desde hacía tiempo, a pesar de que siempre mantuvimos una profunda relación de amigos, casi de hermanos en algunos momentos. Caigo ahora en la cuenta de que tal vez, en mi caso, no acepté que Mario estuviera enfermo y nunca lo vi como tal. En realidad, quería recordarlo siempre como el Mario Oliva que conocí en 1976, justo cuando llegó al país y nos vinculamos desde entonces con muchas actividades de estudio y de promoción cultural, vínculo que se mantendría activo hasta poco antes de su muerte.

Los recuerdos de mi amistad con Mario Oliva se superponen, se entrelazan con otras muchas personas que durante varios años caminamos por los pasillos de la Universidad Nacional y en particular por los pasillos normalistas de la Escuela de Historia. Éramos un grupo grande y bullicioso de estudiantes y estudiosos que se juntaron en una especie de comunidad intelectual, donde cada uno aprendía de los otros.

En ese entonces queríamos revolucionar todo, tomar el cielo por asalto como se dice en estos casos, y para eso participábamos en la vida política universitaria y en particular en la vida de la Escuela.

Nos definíamos como estudiantes de izquierda, o progresistas y nuestros maestros eran los autores radicales de libros de historia que nos llegaban en inglés o traducidos al español, de la talla de Eric Hobsbawm, E.P.Thompson, Georges Rudé, Christopher Hill, Maurice Dobb, Joseph Fontana, Raphael Samuel y muchos más.

Estos libros circulaban entre nosotros y eran discutidos con los profesores, en las aulas, que se constituían a veces en asambleas de historia popular y en las sodas de la Universidad.

En esa Escuela de Historia, de finales de la década de los setenta y de la década de los ochenta fue donde se formó Mario Oliva y la que hizo posible que Mario fuera lo que fue, uno de los más importantes historiadores e investigadores de los movimientos sociales, de los campos intelectuales y culturales, no solo en términos nacionales sino latinoamericanos.

Habría mucho que decir y recordar de la Escuela donde se formó Mario Oliva y de la riqueza cultural de una Escuela y de una Universidad que apostaron como nunca antes al compromiso social y a su necesidad histórica.

Los profesores, los debates, las dinámicas internas, la vida social de la Escuela, los recorridos nocturnos por los bares cercanos de la ciudad de Heredia, donde se continuaban las discusiones iniciadas en las aulas hasta altas horas de la madrugada, en la Choza de Alfredo, y en otros sitios bastante conocidos de la época, todo eso fue parte de un tipo de formación que hoy en día no pareciera existir ya.

En estos recorridos andaba siempre Mario Oliva, generando polémica y afianzando amistades.

Los profesores de la Escuela de Historia, jóvenes algunos y menos jóvenes otros, motivaron siempre el debate, el encuentro, cada uno a su manera.

Campos temáticos como la historia agraria, la historia demográfica, la historia social, la historia de los movimientos sociales, presentes en la Escuela, generaban un ambiente de un aprendizaje extraordinario que todos aprovechamos de la mejor manera.

Profesores como Lowell Gudmundson, José Antonio Fernández, Carlos Araya Pochet, Héctor Pérez Brignoli, Franco Fernández, Carlos Luis Fallas; o Gerardo Mora, de una generación más joven, Gertrud Peters, Mayra Cartín, Edwin Salas, y nuestro querido Rodrigo Quesada, quien llegaría por entonces de Inglaterra con un montón de nuevas ideas y planteamientos, agitaban las mentes de los estudiantes de Historia y de Estudios Sociales que querían ser discípulos aventajados.

Entre estos estudiantes de la Escuela, aparte de Mario Oliva, estaba Carlos Naranjo, Mayela Solano, Jorge Arturo Montoya, Guido Sibaja, Ernesto Feoli, Maroto, quien escribe y otros, quienes, en algún momento y bajo la orientación de Mario Oliva, tuvieron el atrevimiento de fundar una revista con el nombre de Angela Baroni, en recuerdo de las mujeres anarquistas. El anarquismo, otro componente del humus fértil de una Escuela de Historia por entonces muy viva, de la cual no se ha escrito todavía su historia y su aporte a la historiografía costarricense.

Traigo esto al presente y en memoria de Mario Oliva, porque es parte de la historia de una Escuela de Historia que formó a muchos en nuevos campos de las Ciencias Sociales y en particular a nuestro recordado Mario Oliva Medina.

Ya a finales de los ochenta Mario Oliva tenía claramente definido su propio programa de investigación que se consolidaría en los años siguientes con una bibliografía activa de muchos títulos y de campos de interés amplios y fundamentales: la historia de los artesanos y obreros, el aporte de los intelectuales a la vida política y cultural del país, la presencia de José Martí en nuestra cultura, el papel de Joaquín García Monge y el Repertorio Americano, la Guerra Civil española, las ideas antiimperialistas y otros de no menor importancia.

Mario Oliva fue siempre el amigo solidario. Fue un hombre bueno en el mejor sentido de las palabras. El poder burocrático le fue muy circunstancial. Tenía claro que el era un latinoamericanista, un ciudadano de la Patria Grande. Y que su deber era enriquecer la historiografía social y cultural latinoamericana. Para eso trabajó, abriendo campos nuevos que muchos otros historiadores jóvenes retomaron y ampliaron.

Me gusta la idea de que sus cenizas, llevadas por las corrientes del Pacífico, toquen las costas de muchos países con los que se identificó y visitó. Desde México hasta su Chile natal, y en particular su Puerto Montt.

La presencia de Mario Oliva Medina seguirá viva, muy presente, en la historiografía latinoamericana y en el recuerdo de muchos de nosotros, sus amigos y hermanos. Eso al final es lo más importante.

Crónicas del exilio: Mario Oliva Medina in memoriam

“Se de ignorantes que jamás pasaron
Una vigilia en pos de una verdad,
Y más allá de sus carnales muros
Un solo paso no dieron jamás.”
OMAR KHAYYÁM, poeta persa del siglo XIII.

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

La dialéctica implacable o ineludible entre esos dos puntos extremos que los seres humanos llamamos vida y /o muerte nos confronta, de manera inevitable, con lo efímero y pasajero de nuestra condición humana, pero también con el sentido mismo de la existencia de nosotros los humanos, en el caso de que de verdad lo tenga, como unas afirmaciones en voz alta que vienen a ser el sustrato de una serie de reflexiones y sentimientos que acuden en tropel a nosotros, o que más bien fluyen desde el interior de nuestra conciencia cuando el deceso de un amigo muy querido sacude nuestra aparente tranquilidad exterior.

El fallecimiento de nuestro querido amigo, el historiador además de ensayista, editor y gestor cultural de gran trayectoria, Mario Oliva Medina (1956-2021), ocurrido en horas de la noche del pasado viernes 30 de abril de este año de 2021 que transcurre, puso en tensión en nosotros todos esos componentes de esa tensión dialéctica entre vida y muerte. Nuestros sentimientos más hondos terminaron por golpearnos hasta hacer aflorar alguna lágrima, como en el momento en que hablamos con su esposa, quien nos comunicó lo sucedido, aunque casi de inmediato logramos contrastarlos al recordar que su vida no transcurrió en vano puesto que nos dejó un inmenso aporte en el campo de la cultura, de la producción de conocimiento histórico sobre el pensamiento latinoamericano, y acerca del sentido que asume eso que podríamos calificar como “la latinoamericanidad”, como algo que podría dar lugar a interminables y enriquecedoras discusiones.

En medio de todo esto, constatamos, una vez más, el hecho de que nos encontramos sumidos en una tensión dialéctica existencial que a veces asume rasgos complementarios, yuxtapuestos, contrapuestos o enfrentados entre sí, como decía el sociólogo ruso-francés Georges Gurvitch (1894-1965) al formular su teoría del hiperempirismo dialéctico. Conforme transcurre el tiempo, hemos podido ver como muchos de aquellos que conocimos en nuestra temprana juventud ya renunciaron a sus sueños, anhelos y esperanzas de construir un universo mejor, uno donde la vida sea digna de ser vivida, donde el mero vegetar no se convierta en el sentido de la vida, dentro de lo que vendría a ser un verdadero sinsentido, en fin parece que devinieron en una serie de gentes que ahora “descansan en paz” y esperan  su deceso formal, como un mero trámite que pondrá fin a su renuncia a todo lo que alguna vez le dio sentido a su existencia, parece que se marcharán en silencio, aunque lo hicieron hace ya mucho tiempo en los más hondo de su ser.

Mario Oliva Medina, nacido en Puerto Montt, allá en el lejano sur de Chile, fue casi un chilota dada la proximidad de su puerto natal con la mítica gran isla de Chiloé, aquella tierra de las leyendas forjadas por los diversos pueblos que la habitaron desde tiempos inmemoriales, con sus caleuches o caleuche, su legendaria y temida pincoya y otras creaturas marinas de las que nos hablaba, de manera fascinante y alucinada a veces, el escritor y novelista chileno del siglo pasado, Francisco Coloane (1910-2002), un enamorado de esas tierras de ensueño y paisajes contrastantes, en medio de la loca geografía chilena (Benjamín Subercaseaux, dixit) con su interminable costa, quebrada y contrastante, un largo pasadizo entre un mar no tan tranquilo que la baña y la inmensa cordillera de los Andes.

Cercano a esa tierra de huilliches, alacalufes, criollos de ascendencia ibérica y descendientes de alemanes que dio lugar a esa síntesis increíble que es la cultura chilota, nuestro amigo Mario Oliva Medina vio transcurrir las dos primeras décadas de su fructífera existencia hasta que las tempestades políticas lo lanzaron por los sinuosos caminos del exilio, convirtiéndolo en un hombre de muchas tierras y con amores compartidos, como el inevitable exiliado en que se convirtió durante el resto de su vida.

A partir de 1976, la pequeña Costa Rica (Recuerdo como se fascinó Mario, al evocar y recoger aquella expresión amorosa del apóstol cubano José Martí, en una de sus visitas a Costa Rica, cuando la calificó de “pequeña como una esmeralda”), en la parte sur del istmo centroamericano no sólo fue su casa, sino el hábitat donde atesoró nuevos amores y al que le dejó grandes aportes como ese país que lo hizo suyo, y del que también se apropió, en una complementariedad dialéctica que lo convirtió en un latinoamericano errante, pero afincado con hondas raíces en esta tierra del istmo donde hizo una familia, donde amó a una mujer y dejó unos hijos que proyectarán su memoria hacia el tiempo de la larga duración histórica.

Su extensa obra como historiador dejó una huella muy profunda, a partir de su investigación en el campo de la historia social, la que dio como fruto inicial su libro ARTESANOS Y OBREROS COSTARRICENSES (1880-1914), premiada por la Editorial Costa Rica en 1985 y publicada ese mismo año, una obra que se ha convertido en un clásico y en un referente obligado para quien quiera adentrarse en el estudio de estos temas. Dicho libro fue reeditado por la EUNED en años más recientes, dado que la edición original se había agotado hace ya muchos años.

Más recientemente había publicado EL PRIMERO DE MAYO EN COSTA RICA 1913-1986 con el auspicio del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional (SITUN), en el mes de abril de 2013. Por cierto que, ironías del destino, nuestro amigo falleció un primero de mayo, una fecha revestida de una gran carga simbólica.

Sus estudios sobre la presencia de José Martí en Costa Rica y su impacto en el medio cultural costarricense dieron lugar a un importante volumen publicado por la EUNA y a numerosas publicaciones.

Su enorme producción editorial, todavía inconclusa, como compilador y editor de algunas obras colectivas sobre temas sociales y culturales se extendió casi hasta los últimos días de su vida tan valiosa. Cabe destacar la publicación, junto con otros historiadores, de cinco tomos sobre la vida y obra del escritor y humanista costarricense Vicente Sáenz Rojas (1896-1963) auspiciada por la UCR, la UNA y el TEC, otra obra sobre EL PENSAMIENTO ANTIMPERIALISTA DE OCTAVIO JIMÉNEZ,  su recuperación de artículos sobre los aportes del Repertorio Americano de Joaquín García Monge, entre ellos las publicaciones de Gabriela Mistral, también un libro en tres tomos sobre la poesía y literatura en los medios obreros y populares de la Costa Rica de la primera mitad del siglo XX, publicado bajo el título de “CIEN AÑOS DE POESÍA POPULAR EN COSTA RICA, en conjunto con el también historiador costarricense Rodrigo Quesada Monge y más recientemente la recuperación de la obra del pintor chileno Julio Escámez, quien vivió un largo exilio en Costa Rica, con la publicación de un gran libro con la obra pictórica de Escámez, presentado por Mario Oliva Medina, bajo el auspicio de la rectoría de la Universidad Nacional de Costa Rica, pocos años atrás.

Estábamos trabajando en un nuevo volumen temático sobre el exilio chileno en Costa Rica, para el que le había entregado ya un texto de setenta páginas, bajo el título RECUENTO DE UNA LARGA RELACIÓN CON CHILE, SUS GENTES Y SU HISTORIA. Con su habitual disciplina de trabajo le puso fecha a la entrega del texto, cosa que ocurrió apenas hace dos meses. Espero que podamos concluir esa tarea con el concurso de otros amigos.

Habíamos quedado de que lo visitara en su casa, en las montañas al norte de la ciudad de Heredia, hace un par de semanas, para escoger unos libros que quería regalarme, siento como que le fallé o ¿acaso él presentía el fin inminente y no lo capté? Hasta siempre mi querido amigo, te quedas con nosotros compartiendo, discutiendo y reflexionando a la distancia sobre ese inmenso océano de la cultura y ese amor por nuestra región y nuestros pueblos, al que consagraste tantas energías con una entrega y una dosis de pasión infinita, casi en el estilo de André Breton, aunque no necesariamente desde una postura surrealista. Ese es el saldo de una vida fructífera, una vida digna de ser vivida. Gracias por todo Mario Oliva Medina, mi amigo convertido ahora en una especie de chilote universal…