Este fin de semana en la ciudad de Londres se llevaron a cabo manifestaciones en que buscaban posicionar la idea de una patria común, en la que no tienen cabida los inmigrantes irregulares.
Es de sobra conocido el impulso que las ideas racistas, fascistas y nacionalistas ha recibido en varios países del mundo. No es fácil olvidar que no muy lejos de nuestra región, en el Estados Unidos de Donald Trump, continúan las redadas y los operativos contra cualquier persona sospechosa de provenir de un país distinto a ese. Paradoja de paradojas en un escenario formado históricamente por personas migrantes.
Las marchas convocadas este sábado 13 de setiembre contaron con varios personajes de la extrema derecha europea y un saludo por medio de un video del magnate estadounidense Elon Musk, quien ha aprovechado para enviar un mensaje sobre la vigorosidad de las ideas conservadoras a nivel global.
En la jornada la consigna a la patria ha sido la tónica. Bajo un discurso aglutinador en esa línea y contrario a la migración irregular, más de 100.000 personas se concentraron en esta manifestación, que contó con una contra en las cercanías, sobre el antirracismo, de apenas cinco mil seguidores.
Es claro. Vivimos aún los tiempos pospandémicos en que los reacomodos del mundo han visto crecer como una ola las ideas xenófobas, racistas y discriminatorias en todos sus extremos.
En Costa Rica se celebran en este mes las fechas conmemorativas a la obtención de la independencia. Los tonos celebratorios no llegan aún, por suerte, a esas escalas nacionalistas extremas.
Pero se debe estar alertas y atentos.
En estas fechas me gusta sugerir un material audiovisual que coloca en contexto esa diversidad que somos. Se trata de la pieza “Pongámonos de pie” disponible en YouTube (de la que desconozco fecha y autoría) en la que el himno nacional es cantado por varias voces, algunas de ellas representativas de las disidencias y las minorías.
Es que esas voces también son este país. Recordemos siempre este tronco común, para no salir aquí a buscar ese “reino” odioso en nuestro ADN.
Uno de los recuerdos que me llegan recurrentemente me lleva al Estadio Alejandro Morera Soto, observando un partido entre las Selecciones de Costa Rica y Estados Unidos.
Era domingo y entonces se jugaba en horario habitual de las 11:00 de la mañana. Me parece estar ahí porque hice parte de uno de los grupos artísticos encomendados a nuestro colegio, el Conservatorio Castella. Si la memoria no me falla habíamos dado un espectáculo de Square Dance.
Era el momento de los himnos. Al sonar el de Estados Unidos todo se paralizó y empezó lo que para mí sería una de las primeras manifestaciones contra la guerra fría que observaba en directo.
Eran los años ochenta y el gobierno del actor Ronald Reagan ordenaba el mundo junto a aliados de peso como Margareth Tatcher, entonces primera ministra del Reino Unido.Corrían los días más intensos de la guerra fría, el anticomunismo flanqueaba hasta el propio Vaticano (quien no podrá olvidar la reprimenda al sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal por parte del Papa Juan Pablo Segundo en el propio aeropuerto de Managua, debido a su decidida participación en los primeros años de la revolución sandinista) y la carrera armamentista predominaba.
Centroamérica era un hervidero político y social. Y Estados Unidos mantenía una actitud de predominio al financiar la compra de armas a la Contra nicaragüense, establecer una base militar en Comayagua, Honduras y buscar alianzas con gobiernos como el del salvadoreño Napoleón Duarte.
Sonaba el himno de Estados Unidos y todo se detuvo en mi memoria. Un grupo de estudiantes universitarios se saltaron la malla en gradería de sol y entraron a la cancha para desplegar una manta, ahora no recuerdo si en repudio por las actuaciones de aquel país en el contexto centroamericano o exigiendo la liberación de presos políticos en Centroamérica. Su acto duró muy poco, el suficiente para recordar que el deporte como cualquier actividad humana, está provisto de un gran sentido político.
Esta significación ha vuelto a mí en estos días, en que pienso que el silencio no puede ser opcional ante la masacre más atroz de la historia contemporánea y en la que un pueblo entero, el palestino, está siendo borrado del mapa literalmente.Es un genocidio que debe ser llamado por su nombre.
Algunos hechos reconocen esta barbarie. Se han producido justamente en el mundo del deporte y la industria cultural global.
En la vuelta ciclística a España, por ejemplo, participa un equipo denominado “Israel Premier Tech”. En algunas de sus etapas se ha visto interrumpido el paso de la caravana por algunas ciudades que completamente se han volcado a apoyar al pueblo palestino con banderas y solicitudes a la organización para que retire a la escuadra de aquel país de la competencia.
En respuesta y para mantenerse en competencia, el propio equipo suprimió el nombre de Israel de sus signos externos, camisetas y otros identificadores, para quedarse solo con la marca comercial.
De igual manera se gestó un movimiento colectivo tendiente a solicitar a FIFA cancelar el juego Italia-Israel, eliminatorio para el mundial de fútbol 2026 y que debería llevarse a cabo a inicios de semana.
El mismo Hollywood con todo y su parafernalia de industria cultural, ha quebrado su propio silencio. Un reciente filme inspirado en los últimos momentos de vida de la niña Palestina Hind Rajab, ha salido a la luz con el apoyo de figuras del cine como Brad Pitt, Joaquín Phoenix y otros más. La película recrea el drama que sufrió la niña a bordo de un vehículo alcanzado por ráfagas de más de 335 disparos, que terminaron con su vida.
Son gestos estos en el deporte y la cultura, que valen porque significan y dignifican. La humanidad no toda esta perdida, pero hay que salir a buscarla en su fuero interno.
Una lectura rápida, pero no menos implicada, a algunas noticias aparecidas en medios nacionales los últimos días, permiten constatar el punto de no retorno en una sociedad como la costarricense.
Mientras la realidad campea en lo que podríamos denominar una radiografía de la incertidumbre, quedamos notificados de que la parálisis organizativa y la respuesta persisten sin evidencia de su recomposición.
La ofensiva sociocultural desplegada hace unos años desde sectores conservadores ha dado su resultado más rotundo: la atomización, el secuestro del concepto de pueblo por versiones populistas y perversas hábiles en la comunicación dirigida y sus variantes, así como la naturalización de dimensiones que hasta hace poco eran impensadas en este país, son solo algunos de esos efectos inmediatos y devastadores.
Empecemos por la peor debacle de todas, la pesadilla lapidaria: este país entró en un apagón educativo que está amenazando a amplios sectores de la población.
Si aquella, la de los ochenta, fue la década perdida, estos años sin lugar a dudas serán recordados como el cierre con candado a varias generaciones que fueron confinadas al peor de sus ostracismos.
El cuento se cuenta solo, porque no se parece siquiera a un chiste que es como se diría correctamente la frase: pésima comprensión de lectura en estudiantes de varios niveles y debilidades en la enseñanza de las matemáticas, por causa de malos manejos en lasherramientas didácticas por parte de las personas docentes.
El último informe del Estado de la Educación fue todo un obituario. De eso estamos seguros.
En la misma semana que este informe se daba a conocer, los medios de comunicación nos hablaban de la transversalización del enfoque de la violencia en todos sus alcances: en la Costa Rica del chifrijo, cada diez horas ocurre un asesinato, cada nueve días un femicidio, que hasta la semana anterior contabilizaba 27 homicidios de mujeres a manos de sus parejas.
Para aquellos y aquellas acostumbrados a explayarse en ese tan cacareado excepcionalismo costarricense en la región centroamericana, les tengo una noticia: las extorsiones, el cobro de peajes y el desplazamiento violento de familias enteras de sus viviendas por parte del crimen organizado, está ocurriendo en esta tan linda su Costa Rica, la suiza centroamericana.Nada que no ocurra en un barrio empobrecido de San Salvador o Tegucigalpa.
Como si este punto de inflexión no fuera suficiente, las soluciones extremas y populistas parecieran ganar espacio en el inconsciente colectivo atolondrado y mareado por tanto discurso provocador: una mega cárcel resumiría la política social del estado costarricense para acabar con la delincuencia.
Hace muchos años facilitaba en El Salvador un evento de juventudes centroamericanas sobre participación política. El caso de la delegación tica era contundente: su desprecio por las demás delegaciones y su poca vinculación con el resto, les hizo granjearse rápidamente una percepción negativa de parte del resto.
Hoy esa actitud arrogante y proponente debe ser abandonada y transitar hacia una humilde escucha de quiénes han experimentado esos viajes de los cuales no han regresado.
Mirar por encima del hombro y con arrogancia al conjunto de la región, no es opción. Nos hemos estandarizado. Reconocerlo es el primer paso para la reparación de eso que alguna vez fuimos.
La frase no es mía, por supuesto. La tomé prestada de una reciente publicación en redes de mi querido colega y al que considero amigo y orientador en mi trayectoria como cientista social, Abelardo Morales Gamboa.
La escribió al recordar a Carlos Sojo, director de FLACSO Costa Rica, quien falleciera en el año 2014 y al enterarnos en su publicación de la muerte de otro gran científico social centroamericano, Gabriel Aguilera.
Al leer su escrito, no pude dejar de recordar mi paso como investigador de la Sede de FLACSO en Costa Rica. Los aprendizajes cotidianos en las conversaciones con los propios Carlos, Abelardo, Juan Pablo, Marian, Alen, Ilka, Don Manuel, Guillermo. Pienso que nos tocó una época linda y de transición en la que aprendimos a construir equipo.
Yo tomé para mí las enseñanzas de Carlos, a quien acompañé varias veces a la región y lo vi gestionando como los grandes esas Ciencias Sociales comprometidas, vigorosas y para nada palaciegas.
No puedo olvidarme de los trabajos de campo con Abelardo, sus orientaciones como investigador consolidado en la temática migratoria, de la cual ahora soy signatario con mucho compromiso y sensibilidad para devolverle tanto de lo que me enseñó. De hecho, Abelardo tuvo la deferencia de acompañarme como lector de mi tesis doctoral, actitud que siempre agradeceré por lo que vale.
Tampoco puedo pasar por alto mi experiencia como miembro del consejo editorial de la Revista Centroamericana de Ciencias Sociales que publicábamos en FLACSO Costa Rica, de la mano de un gran docente e investigador, Don Manuel Rojas Bolaños. Su experiencia me aportó algo de lo que hoy le entrego a la académica como investigador y gestor académico.
Es cierto.
El desafío que plantea Abelardo para las ciencias sociales regionales es mayúsculo. Durante todos estos años de quiebre del acuerdo social costarricense, por ejemplo, he reflexionado sobre qué tan bien le hubiera hecho a este país una actualización de aquel enorme trabajo de interpretación de nuestra sociedad: “Igualiticos: la construcción social de la desigualdad en Costa Rica”, escrito por Carlos.
Estoy seguro de que muchas de las incertidumbres que hoy nos plantea este escenario tan disruptivo, hubieran sido claramente explicadas por su visión amplia como sociólogo de nuestro país.
Ese desafío que Abelardo nos plantea, debemos asumirlo quienes aún nos encontramos vigentes. Es imperativo. Es necesario salirnos de los muros y palacios y abrir los ojos a una región centroamericana que estamos perdiendo rápidamente.
Como si la metáfora no fuera suficiente, la principal vía de comunicación que conecta el Aeropuerto Internacional con la ciudad capital, San José, sufrió un colapso producido por aguaceros intensos, rayería e inundaciones. La carretera se llenó de escombros de todo tipo.
La imagen, valga decirlo, asemeja en mucho a la de un país que ha sido entregado sin dilación a los poderes fácticos, que ahora sí hacen lo que les venga en gana. El país se llenó de escombros, se entrampó, se inundó todo de su propia agua profunda.
No solo los efectos del clima producidos por el hombre y sus modelos económicos extractivistas y lacerantes fue lo que tuvimos este fin de semana en esta Costa Rica, ya para nada excepcional.
En menos de 48 horas, seis asesinatos nos muestran la gravedad de lo que nos hemos convertido: el sicariato salió de las pantallas y de las narconovelas para convertirse en una realidad absoluta. Como tantas otras cosas que nos han ocurrido en el pasado reciente, llegó para quedarse.
Es claro.
El dejar hacer, dejar pasar en materia de seguridad tiene un propósito político: convencer a la ciudadanía de que el único camino posible para “detener” esta violencia, implica la construcción de una megacárcel al estilo salvadoreño. Todo ello bajo la operación de una oprobiosa industria que hace millones a costa de respuestas populistas como esta.
Esos escombros en que nos hemos convertido en materia de seguridad apuntan a la instalación de un régimen de excepción (al igual que en El Salvador) en el que, a cambio de restablecer la paz, todo lo demás y de forma irregular se justifica: las desapariciones, los juicios sumarios, las detenciones arbitrarias contra defensores y defensoras de los derechos humanos.
Estamos a un minuto para que esto ocurra en Costa Rica.
Para evitar esa debacle, el camino, la vía costarricense como ha sido llamado históricamente a ese pacto sociopolítico, debe ser recuperado. Si hay un elemento que ha dibujado ese cierto excepcionalismo, es la forma cómo hemos recuperado el rumbo cuando estamos a punto de perderlo.
La denuncia publicada en redes sociales no pudo ser más elocuente. Se trata de un estudiante afrodescendiente de la carrera de biología de la Universidad de Costa Rica, que detalló un odioso episodio sucedido durante la Feria Vocacional en ese centro de estudios.
Jay Robleto Quesada manifestó en un video haber sido victima de un acto racista cometido por un grupo de estudiantes de colegio a los cuales les estaba brindando información sobre su carrera.
Entre risas y burlas, algunos de ellos imitaron los sonidos de un mono, en una clara alusión racista a su color de piel. Este hecho no es para nada aislado en una sociedad que históricamente ha basado su pigmentocracia en una profunda actitud discriminatoria contra las poblaciones afrodescendientes e indígenas.
No hace muchos años, allá por la década de los ochenta, recuerdo asistir con mi padre al viejo estadio nacional en San José a ver partidos de la selección nacional contra sus homólogas centroamericanas.
Siempre me llamó la atención el sonido que la gradería emitía cuando salía alguno de estos equipos regionales al campo. La imitación de los supuestos sonidos con que las películas estadounidenses identificaban a los indígenas en sus luchas contra los hombres blancos, era habitual. Y también era racista.
En extremo.
Entonces está en el ADN costarricense aquello de las actitudes racistas, aquello de los sonidos insultantes.
Pensar en una sociedad cuyos parámetros de convivencia siguen estando falseados por una idea de comunidad integrada, es preguntarnos quiénes somos realmente. Algo anda mal si desde la misma institucionalidad se generan acciones de exclusión, que atentan contra los derechos humanos en su integralidad.
¿Quiénes somos realmente?
La Sala Constitucional emitió recientemente un fallo en el que aprobaba un Recurso de Habeas Corpus interpuesto en marzo anterior por el comunicador Mauricio Herrera en contra del Estado costarricense.
Su demanda enfatizaba en la privación de libertad a la que fueron expuestas 200 personas migrantes deportadas por el gobierno de Donald Trump y cuyo destino fue negociado con las actuales autoridades costarricenses.
Resulta vergonzoso señalar este hecho. Indignante y vergonzoso en medio de una carrera estrepitosa hacia la debacle en el juego democrático en el país. A eso vamos. A la debacle política y cultural.
Mientras existan estos actos bochornosos propios de regímenes autoritarios, no podemos vanagloriarnos de lo que alguna fuimos, sin preguntarnos ahora por lo que somos.
Un artículo de reciente publicación titulado “Hablo porque no sé hasta cuándo podré hacerlo” de Eduardo Alvarado, plantea una premisa impensable en un país como Costa Rica hasta hace unos años.
Habla, y sí que lo hace, de la necesidad de contrarrestar la desinformación y la laxitud de contenidos disparados en redes sociales frente a la batalla cultural instalada contra medios de comunicación que han sido colocados en el discurso oficial como “los enemigos del pueblo”.
Estamos claros que el origen de algunos de esos medios está basado en la confluencia de intereses económicos y políticos y que durante muchos años han construido una agenda que impulsa su proyecto, su enfoque y su visión de mundo.
Pero este hecho no puede llevarnos a aprobar los feroces ataques que sistemáticamente ha sostenido el poder ejecutivo actual contra cierta prensa, que claramente le ha señalado sus yerros y equivocaciones, que no han sido pocas.
Habla Alvarado, y sí que lo hace, en un artículo en el peridodico La Nación, de la forma como los núcleos duros de opinión llevaron a Kamala Harris a la derrota frente a Donald Trump; refiere un estudio de opinión que plantea que 6 de cada 10 personas temen hablar del gobierno de Nayib Bukele en El Salvador.
Esto último no es una ficción. Me ocurrió con una querida amiga artista plástica y poeta salvadoreña a la que cité en una columna y que luego me solicitara eliminar esa referencia, pues temía represalias del gobierno salvadoreño sobre sus opiniones.
En Costa Rica aún marcamos el paso de la libertad de opinión y de expresión. Sin embargo, los límites han venido creciendo a pasos agigantados. Urge hablar, como lo hizo Alvarado en su columna. Urge defender el espacio público del intercambio y la reflexión.
Cualquier otra cosa nos habrá llevado irremediablemente a un lugar del cual no podremos salir intactos. No permitamos que el miedo se instale como opción.
Ya no resulta lugar común la frase “El futuro ya está aquí”. El escenario global nos ha demostrado con creces que aquello que decíamos avizorar en el horizonte, nos ha alcanzado.
Este 2025 hemos asistido en pocos meses a la teatralización de la guerra y el recrudecimiento de la barbarie contra pueblos como el palestino, que sigue soportando a pesar del ensañamiento y el silencio de los grandes tomadores de decisiones a nivel mundial.
Hambrunas, catástrofes climáticas provocadas por el hombre, la sinrazón de los exilios forzados, la preeminencia de una instrumentalización artificial sobre la inteligencia social y humana.
Todo había sido pronosticado como si el futuro quedara ubicado en la lejanía. No.
Ya está aquí.
En el plano doméstico, Costa Rica enfrenta su hora más complicada desde que se hizo refundar su pacto social, a mediados de la década de los años cuarenta del siglo anterior.
Los niveles de deterioro de los principales indicadores sociales que por años sostuvieron el proyecto de sociedad costarricense, muestran que el futuro al que muchos sectores temíamos, ya está aquí: desigualdad, pobreza, desempleo, desconfianza en el sistema democrático, femicidio galopante, narrativas de odio desde las voces que dirigen los destinos del país, socavamiento de la institucionalidad base de la apuesta país, inmersión desmedida de los poderes fácticos en todos los órdenes de la vida cotidiana.
Todos estos indicadores bastan para comprobar esta condición actual.
Imaginar lo que viene es tarea urgente. Por eso, las Ciencias Sociales costarricenses están llamadas a señalar el camino con las herramientas que la prospectiva le plantea. No es posible intervenir el ahora, sin señalar ese futuro que sigue alcanzándonos.
Es imperativo, por ello, profundizar los análisis y particularmente las propuestas centradas en esa imagen de sociedad que queremos. La academia debe asumir esa tarea. Las ciencias sociales deben liderar ese proceso.
Todo ha terminado. Nos dirigimos al aeropuerto Internacional de Caracas para emprender el regreso a casa. Como no puede ser de otra manera, este Festival maravilloso en su edición 19 termina con una magia prodigiosa, una epifanía asombrosa.
Parte de los poetas palestinos cantan tonadas de su país en medio de algarabias y aplausos. Imposible para quien que no los conoce ni los escuchó leer durante días, saber que por medio de la poesía dicen para que el mundo los escuche.
Dicen, cantan, viven.El lenguaje del amor vuelto poesía.
Es una tarde hermosa en el barrio San Agustín. Histórico, resistente, popular.Su origen recrea la identidad afrocaribeña, la pasión por la salsa como himno originario, el color de sus murales y sus gentes.
Huele a barrio. A gasolina de las motocicletas que algunos lugareños reparan.A pocos metros, detrás del teatro de la localidad, una animada contienda de baloncesto certifica que la cotidianidad de los pueblos latinoamericanos se asemeja a una cintura ancha, hermosa, en movimiento. Y con ellos va la poesía.
La querida Esmeralda Torres lanza su homenaje a nuestra, de todos, Amanda Durán: la mujer mantequilla.
¿Where are my children? Se pregunta Esmeralda que a su vez es Amanda que a su vez está en todos nosotros. En el momento justo de decir en su texto algo sobre la lluvia, el petricor apenas anuncia que nos mojaremos con las palabras y lo que ellas predicen “Amanda traviesa”, dice con amor esta inmensa poeta latinoamericana que es Esmeralda.
Y el festival se toma para sí un local donde la historia del grupo Madera está tatuado en las paredes. Y la palabra y la salsa se confunden en una tarde inolvidable.
Inmensa Esmeralda como inmensa la poeta homenajeada en esta edición: Belén Ojeda.
Su sola presencia en todos los espacios basta para comprobar la grandeza de su espíritu, el don de la vida, la permanencia, la profunda y política sencillez. Una poeta así puede darse el lujo de presentarse en cualquier escenario con pequeños origamis que va pasando suavemente entre sus manos hasta formar con ellos un jardín potente de amor por Palestina, los afectos, los lugares de permanencia.
Los palestinos cantan y se va lentamente nuestro hermoso encuentro.Pero el canto inició la noche anterior de forma espontánea en la mesa de la cena: Argentina, Bolivia, México, China.Es que la poesía es eso. El canto a la palabra.
La palabra que brotó en ese lugar de ensueño no más iniciado el Festival.Seis niños y niñas ganadores del Segundo Certamen de la Escuela Nacional de Poesía Juan, se encargaron de decirnos dónde estábamos. En qué lugar preciso del corazón íbamos a guardar para siempre esta hermosa temporada en Caracas y otros hermosos sitios de este gran y combativo país.
La Escuela, el concepto, es solo una excusa.Porque lo que menos tiene es un aire academicista y elitista.Es todo menos canon. Es todo menos formalismo.Es que la poesía no se enseña. Se siente.Y eso es lo que más de 3.000 niños y niñas de toda Venezuela tienen para sí: sentir la poesía a través de la sensibilidad y el gusto por la lectura. Me traigo ese olor a alegría para esparcirlo en mis territorios, acompañar sensibilidades.
Y esa sensibilidad es la que inundó todos los espacios posibles: la lectura inolvidable y aún epidérmica de los poetas palestinos, la gran mañana con las poetas del mundo, el homenaje al maestro Juan Calzadilla, en cuyo nombre la Escuela Nacional de Poesía honra ese patrimonio inmaterial de la palabra.
La permanencia es un acto político y liberador.Se permanece en ese lenguaje que refunda, recrea, transforma.Es ese el pacto primero con el fuego que abraza.Que renueva.Que existe mientras haya una sola persona en el planeta que, al cerrar sus ojos, encuentre poesía y flores en la oscuridad.
A permanecer.Son días de flores. Háganoslas brotar en el poema.
Nos dirigimos en un taxi hacia la comuna 13 en Medellín. Somos tres personas en apariencia de orígenes distantes, pero con el alma común de la palabra. Viajamos Huu Viett, de Vietnam, Lorca Sibeity, del Líbano y este poeta proveniente de una pequeña ciudad costarricense llamada Heredia.
Es un día soleado.
Lorca acompaña al chofer y canta en árabe para ponerle banda sonora a una conversación sobre quiénes somos. Resulta que los tres comunicamos: Viett es periodista en un medio escrito en Hanói, Lorca es presentadora en un programa de televisión matutino en Beirut y yo cumplo en unas semanas cinco años de producir un espacio en Streaming sobre arte y cultura latinoamericana y caribeña, además de escribir en columnas como estas durante mucho tiempo.
Los tres somos académicos de base. Esto es importante de recordar para aquella gente que acostumbra a deslindar el arte de la formación y preparación. Yo estoy claro que mi ejercicio como sociólogo e investigador en temas de movilidad humana ha recibido una contribución enorme del arte y viceversa. Esa para mí es la verdadera interdisciplinariedad.
A los tres también nos une el ritual de la palabra. Por eso estamos en Medellín, que no es poca cosa. Nos convoca una invitación que nunca olvidaremos y que estoy seguro cambiará nuestras vidas para siempre.
Lorca sigue cantando una hermosa canción en árabe. Viett percute la cámara de su celular para captar las impresiones que nos va dejando el camino hacia comuna 13.
Es este un sitio ritual que trasmutó el dolor a través del arte. La historia de este espacio comunitario de alrededor de 250.000 habitantes tiene un antes y un después en el que violencia, conflicto y desplazamiento dieron paso a expresión, memoria y resistencia.
Llegamos al punto de reunión junto a los demás compañeros escritores y escritoras de diversas partes del mundo. Nos espera Catalina, artista local, rapera y gestora cultural que nos guiará en la travesía. Ella misma, su cuerpo, está marcada por el dolor al haber perdido familiares en la epoca en la que la Comuna 13 era escenario habitual de la violencia que hizo de Medellín una referencia mundial, pero de forma negativa.
Ahora canta y usa el arte como medio para ver la vida de otra manera. Canta como Lorca, dice como ella tantas cosas a través de la musicalidad de su voz.
Pienso en ello mientras recorro ese sitio junto con Lorca, Viett y el resto de los compañeros en la palabra, que fuimos convocados aquí para compartir nuestros afectos, nuestras visiones de mundo, pero sobre todo para certificar la emergencia de la vida liberada del hierro, consigna que durante ocho días resignificó la palabra en todo Medellín.
El 35 Festival de Poesía celebrado en esta ciudad, tuvo en esta ocasión algunos datos históricos: más de 60 poetas de todo el mundo visitamos comunidades, centros educativos, espacios culturales, lugares históricos. Hubo espacio para la poesía dicha por mujeres jóvenes, por poetas palestinos, por poetas africanos, asiáticos y americanos.
Otro hito que quedará grabado en la memoria de este Festival es que por primera vez la televisión nacional colombiana en la figura del Sistema de Medios Públicos emitió más de 30 horas de actividades llegando a cerca de 600.000 hogares colombianos. Este hecho histórico tuvo como resultado que la Colombia profunda, rural y campesina, por ejemplo, tuviera acceso a las distintas formas de ritualización de la palabra.
Esto fue completado con dos anuncios hechos durante la clausura del Festival: la apertura de un programa radial permanente sobre poesía y la instauración del Premio Nacional de Poesía RTVC en una señal más que dice que cuando los medios se lo proponen pueden ser aliados de la cultura.
Es este un festival de ensueño. Pero no solo por la estética que lo dice todo. Por el fuego de la palabra, que lo alumbra todo. Por la tradición que acompaña ya primeras, segundas y terceras generaciones de familias asistentes, que lo significan todo.
No. No es solo por eso.
Es que permite la militancia viva a través del arte y la expresión. Solo así es posible entender lo sucedido en un panel donde se habló de la importancia de la poesía para La Paz del mundo.
Allí escuché el testimonio del poeta colombiano Duvan Carvajal sobre el conflicto en su país, que le arrancó a su familia y cambió su vida para siempre, así como las dolorosas palabras de Murad Sudani, Director de la Unión de Poetas Palestinos, sobre la vida hecha escombros en su Palestina natal, que ha obligado en los últimos tiempos a más de 7.000.000 millones de compatriotas a vivir la dureza del exilio, que ha cobrado la vida de más de 50 escritores y 200 periodistas , que ha desaparecido cerca de 20.000 personas.
Es que no son datos fríos.
La cacería humana sobre Gaza se ha cobrado la vida de más de 60.000 personas y mientras tanto el resto de la humanidad vuelve a ver para otro sitio. Por ello, la poesía es útil como instrumento, como forma de apalabrar lo que no se puede decir más en el mundo habitual de las ideas y las racionalidades teóricas de cafetín y protocolo.
Es una tarde cálida en Medellín.
El teatro al aire Libre Carlos Vieco en el Cerro Nutibara es testigo del cierre de este hermoso festival. Es imposible no sentir un nudo en la garganta al observar más de 2.000 personas escuchar poesía una vez más en devoción y gratitud. Los agradecidos somos nosotros, poetas del mundo, por ser testigos de una historia que se sigue escribiendo.
Lorca se despide con su canto y los poetas árabes cierran con ternura y esperanza por una pronta liberación de Palestina. Yo aún no salgo de mi asombro. Con flores en mano, algo en mí ha sido tocado.
Algo hermoso. Significativo.
Para siempre.
Comuna 13Comuna 13Clausura del 35 Festival Internacional de Poesía de Medellín.Clausura del 35 Festival Internacional de Poesía de Medellín.