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Etiqueta: Nicolás Aguilar Murillo

¿La Trinidad, o Punta Nicolás Aguilar?

Vista aérea de la punta de La Trinidad, donde se libró la batalla en la que sobresalió Nicolás Aguilar Murillo. Foto: Elvin Hernández.

Publicado originalmente en la revista digital europea MEER

Luko Hilje (luko@ice.co.cr)

Hasta hace unos 14 años, no había tenido la oportunidad de conocer La Trinidad, bello paraje silvestre donde el río Sarapiquí vierte sus aguas en el majestuoso San Juan. Además, fue ahí donde se libró una batalla clave durante la Campaña Nacional de 1856-1857 contra el ejército filibustero que, conducido por William Walker, pretendía implantar la esclavitud y anexar a EE. UU. los cinco países centroamericanos. Lo hice en diciembre de 2010, gracias a una invitación de la Municipalidad de Sarapiquí para conmemorar dicha efeméride.

1. Desembocadura del río Sarapiquí en el San Juan, con la punta de La Trinidad a la izquierda y Punta Alvarado a la derecha. Foto: Luko Hilje.

En cuanto a este topónimo, pensé que obedecía al triángulo formado por las respectivas esquinas de las dos riberas del río Sarapiquí, más la punta que, en territorio nicaragüense, se denominaba Punta Hipp o Punto Hipp en el siglo XIX, debido a que ahí tenía una fonda el joven alemán Wilhelm Hipp —naturalizado estadounidense—, quien además vendía leña para abastecer los pequeños vapores que recorrían el río. En mi artículo En la boca del Sarapiquí (Nuestro País, 28-XII-2011), señalo que “visto en una imagen de satélite, poco antes de desvanecerse en el San Juan [el Sarapiquí] traza un semicírculo casi perfecto. Del lado opuesto, en territorio de Nicaragua, el contorno de esa otra ribera se parece al perfil de un simio, cuya nariz se ubica exactamente frente a la boca del Sarapiquí”. Sin embargo, tiempo después me enteré de que, en realidad, con dicho topónimo se honra al general nicaragüense José Trinidad Muñoz Fernández (1790-1855), y por un motivo más bien fortuito.

3. La punta de La Trinidad, vista desde Punta Alvarado. Foto: Luko Hilje.

No obstante, antes de referirme a eso, es pertinente una digresión para indicar que ello tuvo relación directa con el puerto de San Juan del Norte, donde el río San Juan desemboca en el mar Caribe. Como lo explica la recordada historiadora Clotilde Obregón Quesada en su libro El río San Juan en la lucha de las potencias (1821-1860), el citado puerto era parte del vasto reino selvático de la Mosquitia, habitado por los indios misquitos, pero su rey permitió que en 1845 la Gran Bretaña lo declarara como un protectorado de esta nación.

Ahora bien, según narrara el célebre historiador Rafael Obregón Loría en su libro Costa Rica y la guerra contra los filibusteros, en octubre de 1847 las autoridades misquitas comunicaron al gobierno nicaragüense que, por estar en su territorio, tomarían el puerto de San Juan del Norte, de gran auge comercial pocos años después. Esto provocó la airada reacción de dicho gobierno, que decidió enviar un batallón de 500 hombres, encabezados por el mencionado general Muñoz. Puesto que, antes de desplazarse hacia San Juan del Norte, acampó con su tropa en la desembocadura del río Sarapiquí, este sitio “desde entonces tomó el nombre de La Trinidad”, en palabras del académico Obregón.

Este historiador relata otros detalles de ese conflicto, para señalar que Muñoz se pudo apoderar de San Juan del Norte, donde reinstaló a las autoridades locales y regresó a Granada, tras dejar un contingente en La Trinidad. No obstante, apenas un mes después, los ingleses no solo retomaron el puerto, sino que incursionaron río adentro en lanchas artilladas con cañones, y derrotaron a la tropa acantonada en La Trinidad. Hecho esto, continuaron aguas arriba y se apoderaron de las fortificaciones del Castillo Viejo y el fuerte de San Carlos. Al final de cuentas, Nicaragua tuvo que ceder San Juan del Norte a las autoridades misquitas, que incluso lo bautizarían con el nombre Greytown, en honor de Sir Charles Edward Grey, gobernador de Jamaica.

En síntesis, no hubo un solo hecho heroico o siquiera destacable de parte de Muñoz y su batallón, que amerite y justifique que la desembocadura del río Sarapiquí se haya denominado La Trinidad por nada menos que 175 años.

Sin embargo, apenas un decenio después, el lunes 22 de diciembre de 1856, sí ocurriría un acontecimiento significativo, que cambiaría de manera determinante el curso de las acciones bélicas contra Walker, a favor de los ejércitos centroamericanos, que ya se habían aliado para combatir a las huestes filibusteras en territorio nicaragüense.

De manera muy resumida, los filibusteros tenían en sus manos el estratégico punto de La Trinidad. Por tanto, para desalojarlos hubo que atacarlos por sus espaldas, para lo cual las tropas costarricenses debieron ingresar por el territorio de San Carlos y después navegar por el río homónimo y por el San Juan, hasta La Trinidad. Fueron muchas las vicisitudes y adversidades ocurridas, sobre todo porque no se tenía experiencia alguna en confrontaciones navales ni fluviales.

Para enfrentar a Walker en el río San Juan, se enviaron dos batallones. El de vanguardia, de 200 hombres, partió de la capital el 3 de diciembre, al mando del sargento mayor Máximo Blanco Rodríguez, mientras que el de retaguardia, de 500 hombres, lo hizo el día 15, conducido por el general José Joaquín Mora Porras. Es pertinente indicar que este segundo batallón arribó a Muelle de San Carlos —que era el punto de partida para las acciones en el San Juan— el 22 de diciembre, es decir, el mismo día de la batalla en La Trinidad. Por tanto, Mora y su gente ignoraban por completo lo que ya estaba ocurriendo ese día decenas de kilómetros aguas abajo, en la ribera derecha del San Juan.

Es oportuno destacar que la víspera del combate debieron pernoctar cerca del estero del Colpachí, hacinados en sus rústicas embarcaciones. Además de estar empapados y entumecidos por la incesante lluvia, nuestros combatientes debieron soportar hambre, al igual que las inclementes picaduras de zancudos, que los acosaban por miles. Aun así, tan deseosos estaban de luchar que, apenas clareó, desembarcaron y penetraron en la montaña para hacer una fogata que les permitiera secar los fusiles y la muy mojada pólvora que llevaban. Hecho esto —que no fue muy exitoso, como se verá pronto—, cerca de las diez de la mañana avanzaron por tierra hacia La Trinidad, con bastante dificultad, pues en esos casi dos kilómetros el terreno era muy anegado y de vegetación difícil.

Detectada la posición de los filibusteros, que estaban distraídos alrededor de una gran mesa, cerca de la hora del almuerzo Blanco dio la orden de atacar. Fue así cómo, organizados en cuatro columnas, 30 combatientes irrumpieron a trote en el campamento enemigo, a la vez que disparaban sus fusiles. Sin embargo, apenas cinco de las húmedas armas funcionaron y, ya alertados de lo que ocurría, de inmediato los filibusteros se desplazaron a las dos trincheras que tenían, para resguardarse y contraatacar. Para entonces, una ya había sido tomada por los nuestros y cuando desde la otra un enemigo se preparaba para disparar metralla con un cañón emplazado ahí, de súbito corrió hacia esta trinchera el cabo Nicolás Aguilar Murillo, le clavó en el pecho la bayoneta de su fusil y lanzó al filibustero a un lado.

Aparte de la importancia específica de tan audaz y hasta temerario acto, que evitó muertes en las filas costarricenses, esto insufló coraje y osadía a sus compañeros. A falta de pólvora, y duchos ellos en el uso de la bayoneta, sus muy filosas cuchillas causaron numerosas muertes en el bando enemigo. Además, aterrorizados por lo que veían, muchos filibusteros se lanzaron al San Juan, cuyas corrientes los arrastraron hasta hundirlos y ahogarlos. Al final de cuentas, en apenas 40 minutos de combate murieron 60 filibusteros, en tanto que dos fueron capturados —entre ellos el comandante Frank Thompson—, y seis lograron llegar con vida después a San Juan del Norte. En nuestras filas hubo apenas dos heridos.

Como era urgente continuar con el ataque sorpresivo, esa misma tarde Blanco y una tropa abordaron varias de las embarcaciones rústicas para dirigirse a San Juan del Norte, donde, al amanecer, capturarían con astucia y facilidad varios de los vapores utilizados por Walker. Y, ya con una fuerza naval en manos propias, se empezaría a tomar posiciones clave en el río San Juan, como el Castillo Viejo y el fuerte de San Carlos. Es por eso que, como lo hemos sostenido varios de quienes hemos estudiado en detalle lo ocurrido en el San Juan en esos tiempos, la derrota en La Trinidad representó el principio del fin de las aspiraciones colonialistas de Walker.

2. El héroe nacional Nicolás Aguilar Murillo. Foto: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.

Ahora bien, para retornar al combate en La Trinidad, el valiente cabo Nicolás Aguilar, quien era oriundo de Barva, Heredia, contaba con apenas 22 años de edad cuando ejecutó tan meritoria acción. Ello justificaba que se le premiara con 500 pesos —en una época en que un ministro ganaba 160 pesos al mes—, para así honrar una promesa del oficial Joaquín Fernández Oreamuno, pero esto no se cumplió sino hasta 1886. Asimismo, en 1892, cuando frisaba los 64 años, ya sin poder trabajar y en estado de pobreza, se le otorgó el grado de coronel, se le condecoró y se le asignó una pensión de 60 pesos mensuales, que pudo disfrutar por apenas seis años. Todo ello está sustentado de manera prolija en el documento Nicolás Aguilar Murillo, un barveño héroe nacional, compilado en años recientes por el microbiólogo barveño Miguel Rodríguez Ruiz, para fundamentar que se le concediera dicho título. Hoy, y desde diciembre de 2013, ostenta la condición de héroe nacional, junto a Juan Santamaría, Juan Rafael Mora Porras y Francisca (Pancha) Carrasco Jiménez.

A este lauro, de sobra justo, consideramos que debiera sumarse otro: la denominación, con su nombre, de la esquina izquierda de la desembocadura del río Sarapiquí, en el sitio exacto donde tuvo lugar la batalla de La Trinidad. Podría llamarse Punta Nicolás Aguilar Murillo, Punta Nicolás Aguilar o Punta Aguilar, al igual que, por ejemplo, hasta hace poco en el país hubo cantones con nombres como Valverde Vega y Alfaro Ruiz, y que en el actual cantón de Pérez Zeledón haya un distrito llamado Daniel Flores. Al respecto, cabe acotar que a la esquina derecha de esa boca se le ha llamado Punta Alvarado de manera informal, pero merecida, pues el botero cartaginés Francisco Alvarado Mora, residente ahí por largo tiempo, fue un personaje muy importante en las batallas del río San Juan, aunque en los anales históricos se le haya ignorado, más bien por desconocimiento; lo fue como diestro guía en la construcción de botes y balsas, hábil capitán de vapores y valeroso combatiente.

Propongo, entonces, que la Municipalidad de Sarapiquí realice las gestiones pertinentes ante la Comisión Nacional de Nomenclatura, para designar de manera oficial ambas puntas de tan emblemática desembocadura con los nombres de estos dos grandes patriotas, que no dudaron en defender a Costa Rica cuando hubo que hacerlo. Sin embargo, bautizar por bautizar no tiene mayor sentido, si no se educa a la sociedad, y en particular a los niños y jóvenes, acerca del significado de su aporte.

Una manera de hacerlo es promover visitas a los sitios donde ocurrieron batallas significativas, para entender en el propio lugar de los hechos cómo y por qué sucedieron. Aún más, ya desde hace varios años la muy dinámica y eficiente Municipalidad de Sarapiquí ha planteado la posibilidad de establecer eco-museos en varios puntos, en los que se articulen tan importantes sucesos de la guerra libertaria contra Walker con otros aspectos históricos de la zona, así como con aquellos asociados con la gran riqueza biológica de esta región del país, donde el bosque tropical muy húmedo alcanza su mayor esplendor.

En tal sentido, debería promoverse el turismo histórico a Sarapiquí, que tiene en La Trinidad y Sardinal dos de los tres hitos clave de la Campaña Nacional en el territorio nacional —junto con Santa Rosa, en Guanacaste—, y que hoy son parte de la Ruta de los Héroes de 1856-1857. Por fortuna, se cuenta con un eficiente servicio de botes, que permiten hacer ese recorrido en pocas horas. Para un residente del Valle Central, se puede llegar a Puerto Viejo en un par de horas y, tras un viaje apacible y seguro hasta La Trinidad, regresar a sus hogares antes de que anochezca. La recompensa será más que gratificante: disfrutar de las bellezas escénicas del río, de su flora y su fauna, así como impregnarse de historia patria y amor por nuestro terruño.

Asimismo, es pertinente destacar que hoy ese recorrido también se puede hacer por tierra —algo inimaginable hasta hace poco tiempo—, gracias a los empeños de varias personas y entidades. Al respecto, es de resaltar el aporte del amigo Mauricio Ortiz Ortiz, quien, con gran generosidad y patriotismo, de su propio peculio financió una amplia exploración arqueológica de La Trinidad. Liderada por la especialista Maureen Sánchez Pereira, esto permitió desenterrar más de un millar de objetos, tanto de uso cotidiano como bélico; los resultados aparecen en el artículo Arqueología en el sitio La Trinidad: un campo de batalla del siglo XIX (revista Yulök, 2021), en tanto que la colección está depositada en el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría. Ingeniero de formación, así como empresario en el ramo de los fletes y las mudanzas internacionales, Mauricio es hijo del recordado médico Juan Guillermo Ortiz Guier —benemérito de la Patria—, y ha sido un muy activo miembro del grupo cívico La Tertulia del 56 y de la Academia Morista Costarricense.

En fin, dejo planteada aquí la iniciativa para que emerjan los topónimos propuestos, con la ventaja de que no habría necesidad de eliminar el nombre de La Trinidad que, aunque insustancial y carente de sentido para los costarricenses, ya tiene un fuerte arraigo en la geografía, la cartografía y la historia nacionales.

5. Monumento de la batalla de La Trinidad, en Punta Alvarado. Foto: Elvin Hernández.

Legado y permanencia del Héroe Nacional Nicolás Aguilar Murillo

El Programa de Gestión Local de la UNED le invita este próximo jueves 10 de setiembre de 6 p.m. a 7 p.m. al webinario donde se hablará del legado y permanencia del Héroe Nacional Nicolás Aguilar Murillo. El facilitador de esta actividad será el Dr. Miguel Rodríguez Ruíz, quien recuperó la historia de un barveño héroe nacional.

«Éste fue el ejército espiritual y moral con que se enfrentaron al filibustero, principio y valores que los y las enaltecían, en el caso concreto, los de la vanguardia nacional» (Los Zapadores).

Inscripción:
https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSd3TLnDWL_ZOS5bQTSc2umg6allSgaMAhFOCnEQO7se8kh6gQ/viewform?usp=sf_link
Enlace a la reunión:
https://uned-ac-cr.webex.com/uned-ac-cr-sp/j.php?MTID=mb1b6ebcc27f3e23d3eb000ccb761c97

Le invitamos a descargar el libro Nicolás Aguilar Murillo. Un barveño Héroe Nacional.

Presentación del libro de la historia de Nicolás Aguilar Murillo

Presentación del libro de la historia de Nicolás Aguilar Murillo

La Unión Cantonal de Asociaciones de Desarrollo de Barva, junto a sus alianzas, acaba de lograr el reconocimiento como héroe nacional del barveño Nicolás Aguilar Murillo. La declaración en la Asamblea Legislativa se aprobó recientemente luego de mucho esfuerzo.

La presentación oficial del libro que recoge su historia fue el miércoles 27 de noviembre en el Salón de Expresidentes de la Asamblea Legislativa.

 

Información de SURCOS.

“La guerra oculta”: Los mártires del 56

Presentación del libro de la historia de Nicolás Aguilar Murillo

Como parte de la acción beligerante, los filibusteros aplicaron elementos humanos de sus tropas que murieron de la enfermedad llamada cólera morbus, echando sus cuerpos a letrinas y pozos los cuales serían utilizados por soldados costarricenses.

La bacteria que produce la enfermedad, el Vibrio cholerae, se manifiesta por un morbo tan violento que produce una profusa diarrea, deshidratando en pocas horas. La deshidratación es ocasionada por la eliminación de 20 a 30 litros de líquido por día, lo cual lleva a la persona a que su piel se pegue a los huesos, no tenga lágrimas, ni saliva, tomando una apariencia cadavérica al hundírsele las cuencas de los ojos y saltarse los glóbulos oculares; también se hunden las mejillas sobresaliéndose los huesos de los pómulos , además se pierde el pulso del cuerpo y la presión sanguínea significativamente baja por lo que muchos fueron literalmente enterrados vivos, tal mortalidad hizo que centenas de cadáveres fueran enterrados en zanjas o fosas comunes.

Pero la guerra bacteriológica, la guerra oculta no sólo fue ocasionada por el Vibrio cholerae, sino que por la descripción de los documentos encontrados hace pensar que otra bacteria coadyuvó a diezmar la población, apareciendo la disentería bacteriana la cual a diferencia del cólera que no manifiesta dolor abdominal, ésta produce dolor, retortijones, temperatura, deshidratación, diarrea con sangre y moco, igualmente letal.

Este brutal ataque oculto en su inicio provocó que los soldados de la libertad huyeran desde Rivas en desbandada, sin orden, en un abismal caos ocasionado por el pánico al enemigo invisible; muriendo en el camino o llegando al hogar desfallecidos, sin ánimo a morir en sus casas o ranchos. Ciento veinte a ciento sesenta muertes por día en el país, de los cien mil habitantes, fallece el diez por ciento de la población, unos diez mil costarricenses en tan solo dos meses y medio. El cólera tiene una presencia súbita de 1 – 4 días, con diarrea, enfriamiento, deshidratación, shock, colapso y muerte, donde familias enteras desaparecieron y la mitad de la población enfermó. Se culpa a los cadáveres de las emanaciones por el aire, pues se creía que el responsable de la enfermedad estaba en el aire que respiraban; sangre coagulada pudriéndose en las calles, fosas comunes donde a veces no cabían los cadáveres nauseabundos. Se enterraron miles de personas, se atendieron miles de enfermos y el cólera desapareció abruptamente, Las muertes fueron tres veces más en número por el cólera que las ocasionadas por las balas. Ante la presencia del descomunal ataque, obligó a presenciar, enloquecer o tolerar hasta donde fue posible, el ver el enterrar a sus seres queridos, en condiciones tan inhumanas; los que eran recogidos en carretas desde sus casas o ranchos. Los enterradores no podían dar abasto, por lo que utilizó gente posiblemente alcohólica, privados de libertad o vagabundos. Los cadáveres eran llevados directamente al lugar donde iban a ser depositados sin velorio, ni funeral sólo los enterradores estaban presentes.

Entonces, el acompañamiento de llantos, quejas, lamentos, gritos de desesperación, rasgó el apacible invierno del 56, anclando el ambiente mortuorio en los regazos de la impotencia. Ante el pesado fardo de sus angustias, se tenía encima la beligerante acción de la primera campaña contra los filibusteros, el desconocimiento de quienes habían sobrevivido o no, la incertidumbre de la espera y el llanto por los que no regresaron.

El escenario del martirio es indescriptible, por la vivencia del dolor que imperaba, es obvio entonces que el común denominador del Instinto de conservación violentado, se hiciera presente a través de la angustia , miedo, inseguridad, pánico, sentimientos de culpa, castigo, futuro incierto ,consecuentemente daños psicológicos, físicos, mentales, daños emocionales desbordados provocando heridas, que se expresaron con temores irracionales, supersticiones, castigo y hasta posiblemente muertes al no poder procesar o elaborar en su mente y en su corazón lo que sucedía, la negación del momento al ver morir en pocas horas a seres queridos ,en forma despiadada y cruel. Muchos quedaron huérfanos de ambos padres o uno de ellos o bien vieron morir a sus hijos (as) o toda una familia.

El cólera dejó en la conciencia de las siguientes generaciones hasta principios del siglo XX el dicho popular “antes del cólera” o después del cólera, cuando quería referirse a algún acontecimiento a destacar en familia o a nivel nacional.

Nuestros abuelos y abuelas… ¿Quién se acuerda de su martirio? ¿Quién se acuerda de sus amarguras, sufrimientos, desesperación y angustias que sobrepasaron el umbral del dolor? ¿Quién eleva una plegaria por los mártires de mayo- julio de 1856? ¿A quién le importa si existieron o no?

Lamento que se sepultó con ellos los valores patrios de honestidad, lealtad, fraternidad y los sentimientos de amor para los más desprotegidos, hundiendo el legado ofrecido por nuestros antepasados en el fango de la codicia y la corrupción.

En reverencial agradecimiento al valor y martirio de nuestros antepasados, que sus dolores y angustias se hayan cambiado en Paz… sus lágrimas y tormentos en Plenitud.

Por mis bisabuelos y tías abuelas quienes fueron la segunda generación de la epopeya, escuché acontecimientos que en forma oral me transmitieron y que fueron legadas por sus propios bisabuelos (as) testigos y mártires de la guerra oculta, la gran guerra bacteriológica de mayo – julio de 1856.

Miguel A. Rodríguez Ruiz.

M.Q.C

 

Presentación del libro de “Nicolás Aguilar Murillo, un barveño Héroe Nacional”

Se realizó el miércoles 27 de noviembre en el Salón de Expresidentes de la Asamblea Legislativa. La actividad fue coordinada con el despacho de la diputada herediana y vecina de Barva Yolanda Acuña.

“Desde la batalla del 22 de diciembre de 1856, la hazaña de Nicolás Aguilar Murillo fue olvidada”. Hasta 1894 recibió los honores como héroe. “Luego, una segunda fase de olvido ocurre en el periodo 1940 a 1990, cuando la Unión Cantonal de Asociaciones de Desarrollo de Barva, apoyó el rescate desde el olvido colectivo. Y emerge nuevamente la figura del Zapador, del Héroe Nacional”.

 

Para descargar el libro, puede hacerlo desde:

https://db.tt/Kd0JduzJ

 

Información enviada a SURCOS por el autor.

 

El Coronel Olvidado

Dr. Miguel A. Rodríguez M.Q.C

 

En el hitos que se encuentra en el Muelle  de San Carlos, en su placa al pie del mismo indica sin lugar a dudas la importancia que tuvo la Batalla de la Trinidad para derrotar al filibustero, no sólo en Costa Rica si no de todo Centro América.

El hitos en cuestión dice: “de este lugar salió el ejercito expedicionario costarricense para librar la campaña militar más importante y decisiva en la guerra contra el invasor filibustero: la toma de la vía del tránsito.”

Sin lugar a dudas el joven soldado Nacional quien bloqueó al artillero principal y enfrentó solo durante un corto tiempo la batalla mientras llegaban sus compañeros, fue el barveño Nicolás Aguilar Murillo de 22 años de edad.

Más de treinta años desde la fecha del combate, hasta que le  reconocieran sus meritos, en un proceso de investigación profunda y sistemática que se le hizo al Zapador, desde que éste solicitara el premio que había ganado, hasta la conclusión de la misma. (1885-1892).

Se le da entonces los honores de héroe nacional por nuestros abuelos de esa época (casi dos generaciones después).

Señalo entonces:

1.         Decretos del Congreso Constitucional confirmando el hecho histórico del Zapador.

2.         Los quinientos colones ofrecidos antes de la batalla.

3.         Pensión de sesenta colones.

4.         Grado de Coronel de las Milicias Nacionales.

5.         Medalla de oro: “La Patria agradecida por su Heroísmo.

6.         Retrato a la municipalidad de Barva.

7.         Placa de bronce conmemorativa a la acción heroica.

8.         Placa al centenario del nacimiento el 10 de setiembre de 1834.

9.         Nombre de la casa comunal de Barva de Heredia.

10.       Cambio de nombre el distrito del tigre a distrito Aguilar en montes de oro Puntarenas.

11.       Nombre del Liceo de Monte Rey en San Carlos.

12.       Tumba en el cementerio de Barva con placa y columna truncada.

13.       Himno a Don Nicolás Aguilar Murillo.

14.       Consideraciones por escritores con prosas y poemas.

 

El nombramiento como héroe nacional en 1892 fue celebrado junto a Juan Santamaría.

Tuvo entonces el coronel dos olvidos colectivos a nivel nacional, el primero de 1856 a 1892 y el segundo cerca de los años 40 al 17 de octubre del 2013. En sumatoria más de un siglo de olvido.

Pero lo más patético y profético que rescato de todo este silencio y descuido nacional son las ideas y pensamientos que en razón de la acción heroica de nuestros abuelos y abuelas del 56 y 57 que con patriotismo amor y abnegación por nosotros sus descendientes se ven en marcados en el libro de William Walker “la guerra de Nicaragua” en la traducción de Ricardo Fernández Guardia, apunta en su introducción y en la de un escritor norteamericano(James Jeffrey Roche), The Story of the Filibustero, Londres,1894, “el filibustero a modo de Walker ha sido suplantado por el especulador, sin que se note que la moral del mundo haya ganado nada con el cambio…”.

“Esta frase lapidaria entraña una advertencia que tenemos que tener presente, ya que indica con claridad el nuevo peligro que nos amenaza la esclavitud económica”.

El Coronel no necesita honores,  ni reconocimientos fastuosos, él cumplió con la Patria. Pero nosotros si necesitamos recobrar los valores y principios de nuestros antepasados, es necesario levantar del pesado fardo del olvido colectivo, que nuevos zapadores rescaten y nos defiendan del filibusterismo económico, de este capitalismo salvaje, turbo capitalismo, con que los nuevos invasores han robado la paz de una Costa Rica que brillo por su democracia nativa, ya hace también muchos años atrás.

Don Nicolás Aguilar fue nombrado HEROE NACIONAL en 1892 y los barveños – heredianos, tenemos la evidencia clara en la tumba del cementerio de Barva donde la placa sella con realidad objetiva esta calidad de héroe:

 

“A Don Nicolás Aguilar Murillo

SET.1834 –  ABRIL  1898

HEROE DE LA

CAMPAÑA NACIONAL

1856 Y 1857

HOMENAJE DE LA

MUNICIPAÑIDAD DE BARBA

1939”

Por tal razón la UCA (Unión Cantonal de Barva) lo celebra como Héroe Nacional desde el año 2002 al igual que muchos heredianos conocedores del tema.

El Coronel Nicolás Aguilar Murillo, DOS VECES HEROE, DOS VECES OLVIDADO.

El Himno al Coronel

 Música: Juan R. Alfaro.

Letra: Luis Flores.

Este himno se volvió a escuchar después de muchos años de “ausencia” en la Municipalidad de Barva el 5 de septiembre del 2011, que por medio de un casset  y a capella, doña Dora Rodríguez Prendas “desenterró el papiro en que se había sumido”.

Doña Dora de 83 años o más cuenta como en la escuela los maestros le contaban el significado de la letra de este himno. Doña Dora ejecutó como sólo puede hacerlo personas que llevan arraigado el respeto y el amor por su época y por su matriarcal señorío; al igual que otras personas de su edad y tiempo también lo llevan en su corazón. En ese mismo acto, el maestro Marvin Camacho reconocido músico nacional, después de que se escuchara a doña Dora lo interpreto con un muy importante elenco.

Entre los hallazgos que produjo la investigación del doctor Rodríguez se encuentra una réplica del mismo, la cual aparece en el libro “Nicolás Aguilar Murillo, Un barveño Héroe Nacional”.

Con el afán de ir divulgando este himno la Unión Cantonal de Barva lo ha llevado a escuelas  y colegios de este cantón.

 

Información enviada a SURCOS por el autor.