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Etiqueta: poesía chilena

TODO NERUDA

Manuel Delgado

Fue en Isla Negra, la última morada del poeta, donde decidí emprender una aventura completamente nueva: leer todo Neruda. Les cuento que fue eso, toda una inigualable aventura.

Generalmente se lee de un libro algunos poemas de manera más o menos desordenada, y los libros se escogen mucho al azar, tomándolos de distintas época o temáticas. Pero leer de corrido es otra cosa.

Lo primero es que leer así, en orden cada libro, página por página, abre ante nosotros la experiencia de una vida entera. Ante nuestros ojos discurre todo el proceso de maduración, de búsqueda incesante, de ir y venir.

Debe ocurrir con todos los poetas, pero con Neruda es más evidente el transcurso del tiempo histórico, el discurrir a los hechos: las guerras, las luchas, los dolores, las victorias populares. Su obra es una enciclopedia del siglo XX, un espejo del tiempo. Esta enciclopedia cubre una producción de dimensiones inmensas, muy desconocida para el común de los lectores, depositaria de un talento inigualable de observador sagaz. Neruda va por el mundo sintiendo el mundo, recobrando en cada nuevo hecho, en cada nuevo puerto, en cada nuevo acontecimiento, esa esencia de sí mismo que viene el sur lluvioso de su patria, de sus hermanos trabajadores en todos los ámbitos, de su naturaleza y del mar, ese amigo inseparable. En ese ir y venir desde el presente hasta el pasado, desde el mundo hacia el alma, desde el testimonio combatiente hasta el corazón enamorado, van surgiendo portento (libro) tras portento (otro libro).

Como Virgilio, nuestro bardo reúne en sí un enorme poderío lírico combinado con sus dotes de gran poeta épico, con sus poemas naturalistas, al estilo de las Geórgicas, y con su voz de profeta, de crítico activo frente al mundo (para no hablar de su talento dramático, género por el que pasó rápidamente, no sin éxito).

La aventura comienza con el furor de sus veinte años, viaje que desemboca en los “Veinte poemas de amor y una canción desesperaba” (perdonen las comillas, pero no hay de otra). Hasta allí la etapa de formación, una mezcla de estética postmodernista y primera vanguardia. Luego viene una transición forzosa, las “Residencias”, que es algo así como la “época azul” de Picasso: encantadoramente difícil, metafísicamente amarga, solipsista, pero que no deja nunca su resaca de madera y bosque chilenos. (Es muy interesante pensar que muchos poetas vanguardistas forjaron su poesía en París y llevan esa impronta. Nuestro poeta no. Él tuvo que batallar el Asia y en su trópico. Por eso en ellos hay un sabor, junto a la lluvia y la madera, a costa y a sal).

De pronto un volcán explota: es la “Tercera residencia”, que a partir de “Reunión bajo las nuevas banderas” va a cambiar la poética, pero también la vida y el destino del poeta. Lo otro nunca dejó de ser grande, pero era embrionario. Con la “Tercera residencia” la crisálida se hizo mariposa, y el niño emergió armado de hombre. Este soldado que nace con esta obra ya no lo abandonará jamás.

Un acontecimiento lo ha marcado como ninguno: la guerra civil española. Estará con los combatientes de la República en vida y en poesía y con ellos marcha primero al exilio francés y luego a México. Este último poemario contiene su “España en el corazón”, que es algo así como el Guernica de la literatura. Nunca abandonará esa causa que lo ha trasformado por completo.

Su vida y su poesía se vuelven a hacer carne en nuestra América en la abarcadora aventura del “Canto general”, un recuento del paisaje continental, de sus piedras y sus bosques, de su fauna y su habitante, del invasor español y de sus libertadores, de sus dictaduras y de la lucha del pueblo. Es el más grande retrato de nuestra historia jamás escrito. Es nuestra Ramáyana y nuestra Ilíada.

“Las uvas y el viento” es un libro apoteósico, un testimonio de ese mundo que nace de la tragedia de la guerra y empieza a levantarse en medio de las dificultades. Es el libro del optimismo posterior a la tragedia y de recobro de la fe. Es un testimonio de la lucha obrera en Europa y del nacimiento del nuevo mundo socialista en Europa oriental y Asia. A través de somos testigos de un mundo que no conocíamos o habíamos olvidado.

Pero pareciera que las cosas no han sido suficientemente bien descritas y hay que volver a ellas. A la rosa y la alcachofa, a la cerca de alambre de púas, a la papa, al maíz, al picaflor. Ese acercamiento tan profundo y tan sensible a las cosas más sencillas se recogen en los tres libros de las “Odas elementales”, uno de los grandes hallazgos de la literatura de todos los tiempos. Después de esos tres libros quedarán muchas cosas o miradas o perspectivas de ellas a las que volverá Neruda en obras posteriores, tanto en “Navegaciones y regresos” como en la mirada ornitológica de “Arte de pájaros” o la voz del geólogo-poeta en “Las piedras de cielo”. Son todas cantos a la naturaleza, pero sobre todo canto al hombre y la mujer desde la naturaleza.

Una cosa evidente en los libros de “Odas” es la constante justificación de su poesía, su arte poética. Como si tuviera algo de qué excusarse este maestro del combate y del compromiso. Pero sí, su poesía “comprometida” fue siempre objeto de rechazo y de burla de parte de muchos, de los academicistas, que se incomodan cuando la poesía se ensucia las manos con el barro del pueblo, pero sobre todo de los reaccionarios, que nunca han perdonado su compromiso revolucionario y su pertenencia al Partido Comunista. Como si el arte no fuera siempre “comprometido”, con la causa del hombre y de su lucha como en el caso de Neruda, con el desapego y el olvido, es decir, con el silencio frente al dolor y el crimen, como la otra poesía.

Con ese mismo “Con permiso” toma un recreo y vuelve a sus cosas, a su vida íntima llena de amores y de recuerdos. De allí surge “Estravagario”, un maravilloso álbum de viajes por sus viejos destinos físicos, por las ciudades y países, y por sus destinos interiores, sus amores y pasiones. Está comenzando su relación con Matilde, y de ella se nutre ahora su poesía.

Pero “cuidad de confundirlo con un místico ardiente” (Oda a Lenin): el poeta no se ha ido, está aquí, sigue con nosotros, en la marcha y en la huelga, se acompaña de las cosas simples y su compromiso político. Son las “Navegaciones y regresos” ya mencionado, que se alterna con los “Cien sonetos de amor” dedicados a su eterna Matilde, y con “Canción de gesta”, también de amor, la primera obra dedicada a Fidel y la naciente revolución cubana.

Arriba en lo alto, en una cordillera o un templo maya o inca, se enciende el fuego de la ceremonia. Es como una vuelta al “Canto general”, pero no en signo narrativo sino en canción litúrgica. “Cantos ceremoniales” es por eso uno de los más misteriosos y más encantadores de sus libros, que empata con “Plenos poderes” y que deriva en “Memorial de Isla Negra”, una especie de rendición de cuentas de una vida entera de aventura y compromiso. Su curriculum vitae escrito en verso. Con su casa a la orilla del mar la única relación que tiene es de ubicuidad, es que fue escrita allí, en los años reposados del poeta a su regreso a Chile. Acerca de esta edificación escribirá por esa misma fecha “Una casa en la arena”, una pieza maestra de la prosa (Neruda era un gran prosista), escrita como homenaje a esa alcahueta de sus sueños, sus versos y sus fiestas.

El poeta frisa los sesenta, y esa edad siempre viene cargada de pensamientos, de búsquedas de balances. De ellos nace una de las piezas más exquisitas, obra de orfebrería: “La barcarola”, donde dialogan los versos de su vida íntima con los que tratan de la historia y las relaciones sociales.

Con este poemario comienza la obra de madurez del poeta, el trabajo que lo acompaña hasta la muerte acaecida diez años después.

Nueve obras va a publicar el poeta en esta última década de su vida. Siete más quedarán sin ser llevadas a la imprenta. Fueron sacadas clandestinamente del Chile pinochetista y publicadas póstumamente en los meses que siguieron a su muerte. Son un total de 16 poemarios, más o menos uno cada siete meses. ¡Una productividad impresionante!

Esos 16 libros son una delicia. No puedo y no quiero decir cuál me gusta más. Cada uno con su característica específica, como si el poeta hubiera decidido siempre renacer de cero. Cada uno lleno de su propia riqueza verbal y rítmica, y un puño de ideas y sentimientos que rescatan y profundizan los temas de 40 años de labor literaria. En todos ellos, sin embargo, está el propósito de brindar una rendición de cuentas, adobadas con la nostalgia que debe producir la certeza de la cercanía de la muerte (ya mucho antes le habían diagnosticado el cáncer y todos sabían que el suyo era mortal).

“Manos del día”, “Fin de mundo”, “Maremoto”, “Aún”, “La espada encendida”, la ya mencionada “Las piedras del cielo”, “Geografía infructuosa”, “La rosa separada”, “Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena”. La penúltima es un bello canto a la Puerto Rico sacrificada en el colonialismo y ensalzada en su lucha. El “nixonicidio” es un libro delicioso. Es el último combate antes del golpe militar, del asesinato de Allende y de su propia muerte y viene a sobresaltar la tranquilidad de esos últimos momentos. “Amor, adiós, hasta mañana, besos!/Corazón mío, agárrate al deber/porque declaro abierto este proceso” (el proceso contra Nixon). Es la voz en tercetos que nos recuerda a Dante justo en las puertas del infierno.

Póstumos quedaron “2000”, “Elegía”, “El corazón amarillo”, “Jardín de invierno”, “Libro de las preguntas”, “Defectos escogidos”, “El mar y las campanas”. Todos son joyas. Algunos me llamaron especialmente la atención (sobre todo “El libro de las preguntas”, llenas de ingenio y furor). Todas cargadas de esa alma clara que, como el cisne, canta con amor al atardecer.

Las Obras Completas de Neruda me las encontré un día en una bodega y, como es de suponer, las hice mías. Leerlas ahora en su totalidad y orden cronológico ha sido toda una aventura que ya estoy pensando repetir con otros poetas. Pero cuidado, tengo un libro más de Neruda que no aparece en esta colección (jo,jo) y que espero reseñar en un próximo articulito.

En el Río Bío Bío, Sueño azul de mi gente azul

Poesía de Elicura Chihuailaf

Elel mu kechi malal!
Kalli amulepe ñi ko
Elel mu kechi malal!

wiño petu ñi kuyfimogen
Feypi Willi Kvrvf ñi Pvllv.
mogeley tati
iñchiñ ñi kom pu che,
ñi ou wenvy: mulfen ñi mogen

La Luna es el ave
que va alumbrando
mis palabras
su canto memoria
del Sol sobre mis aguas

Fui Fui, Kaallv Pewma
ñi Kuyfikeche, feypimeken
Iñche tati kvpan zugual
mi Piwke mu
mi kelluafiel ñi wewal
tañi pu kayñe

Que mis raudales sigan
que vuelva en flor
la vida libre
espíritu del viento
respiro de llovizna
¿se quedará sin sombra
el valle en que florece
el pensamiento, el aire
que sembramos?
Somos danza del amor
cuando amanece.

¿Quién es Elicura Chihuailaf?

Es un poeta, escritor y traductor Mapuche, uno de los grandes referentes en la poesía contemporánea chilena. Nació en la provincia de Cautín con el Mapudungun como lengua materna, obstetra de profesión por la Universidad de Concepción, pero dedicado a las letras desde la misma década de 1970. Es parte de la llamada “generación dispersa”, un grupo de escritores y poetas surgidos en el contexto de la dictadura, que se vieron forzados a migrar dentro o fuera de Chile, por tanto, Chihuailaf es una de las voces críticas más representativas frente al Estado chileno.

En el 2020 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Chile.

 

Compartido con SURCOS por Isabel Ducca.