Y ahora… un poema
Por Memo Acuña
Sociólogo y escritor costarricense
Empieza una semana intensa en Ecuador. Hemos dejado atrás un día de mucha emoción magnética al encontrarnos con ese paradigmático lugar llamado la mitad del mundo. Dicen que las búsquedas internas empiezan reconociéndose desde el centro con todo lo que esté presente. Ciertamente debo confesar que estar en ese lugar emblemático me movilizó de una forma que aún trato de comprender.
Empieza una semana inolvidable en Quito, la capital de la poesía, y otros sitios de ese resiste Ecuador, a través de la Edición VXII del Festival Internacional de Poesía Paralelo 0. Y es ciertamente por allí, por ese lugar exacto del corazón donde se cruzan los dos hemisferios, es por allí que la poesía hizo su trabajo.
Es una mañana fría de lunes en un Quito que volví a reconocer. No era mi primer viaje a este hermoso país. Entonces mi experiencia había sido otra, más académica, en la que tuve el honor de celebrar junto a otros y otras colegas investigadoras del sistema FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) los 50 años de aporte a la sociedad regional.
Entonces eran otras mis ideas sobre la movilidad humana, la desigualdad, el racismo. Ahora con un poco más de horas de vuelo recorridas confirmo, recompongo, construyo desde el lugar más digno que me puede dar la palabra: la poesía.
Esa mañana nos dirigimos en un taxi hacia un centro educativo donde nos esperan alrededor de 80 jóvenes. A bordo viaja la historia Latinoamericana de aquellos que han resistido una dictadura, de quienes han hecho de la poesía un acto político permanente. Es una figura menuda, más bien reservada, que cuando dice su poesía obtura una de las voces más potentes que mis oídos han escuchado alguna vez en un encuentro como estos.
Elvira Hernández, (seudónimo de quien en realidad es Rosa María Teresa Adriasola Olave) es una poeta chilena, que dice lo que tiene que decir desde su palabra y la legitimidad que le otorga ser una de las voces más intensas de la poesía latinoamericana en estos momentos.
Con ella, apenas en las primeras horas de este torbellino poético que nos atravesó a quienes fuimos invitados, viajo en un taxi en una fría mañana de Quito, a encontramos con 80 muchachos y muchachas que estoy seguro nos devolvieron con mucha alegría y emoción algo de lo que nuestros textos les evocaron.
Con Elvira viajo. Elvira, la que en la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Literatura en Chile en el año 2024 dijera: “Pertenezco a una generación que se forjó en la época de la dictadura y en ese periodo la poesía se fortaleció. Fuimos una palabra coral que creo que habría que examinar porque es parte de la historia”. Ella, la segunda mujer chilena en la historia en recibir ese galardón. Ella que al responder las preguntas de los y las estudiantes significó el poder de la palabra y el lenguaje contra el silencio. Ella.
No puede haber silencio cuando la belleza cruza un corazón y lo subvierte.
Durante todo el encuentro (que transcurrió en una semana) pensé en mi propio proceso. Pensé en los caminos recorridos, las distancias acortadas, mi relación ahora distinta con la academia y el pensamiento académico. No es que me aparte de su importancia. Es que pienso que si no le acompañas de un poco de fibra sensible, te volvés un autómata de los libros, de los seminarios, de los coloquios.
Para mí el reconocimiento viene ahora desde otro lugar, menos tallado con las aspiraciones personales y más labrado con la satisfacción de que pudiste encontrar sintonía con otros seres humanos a los que ni siquiera conoces. Más desde lo colectivo.
Eso me ocurrió de forma profunda en la lectura organizada por la Dirección de Cultura en el Municipio de Latacunga, provincia de Cotopaxi. Recibidos por el cálido Gabriel Cisneros, la inmensa Steffany Almeida y el escritor Miguel Ángel Rengifo, esa ciudad nos abrazó tanto que aún puedo percibir su calor, a pesar de la habitual baja sensación térmica que la caracteriza.
Esa noche, al leer el texto que dedico a la pérdida de la memoria de mi padre, noté que una joven no podía contener sus lágrimas. Al terminar la lectura se acercó y me agradeció por ese texto. Su abrazo se quedó en mí como suele ocurrir cuando te abrazan desde adentro. Otro asistente me confesó que se había emocionado tanto, porque su padre había fallecido hace 4 años y nunca había podido expresar nada sobre su partida. Mi poesía lo llevó a eso: apalabrar. Quedamos en que alguna vez m enviaría lo que escribiría. Aguardo con gratitud y afecto.
De este encuentro en Latacunga me llevo los abrazos con Yanier, Gaby, Ricardo, Ernesto y Adalber, poetas entrañables con los que compartí 24 horas de una extraordinaria complicidad. En particular con Ricardo, poeta argentino con quien salí a caminar y recorrer ese hermoso lugar que nos recibió con los brazos abiertos.
Y es que fueron tantos momentos con poetas de aquí y de allá: Juan Carlos, Néstor, Yolanda, Mar, Piero. Y las entrañables Verónica, Amanda y Lucrecia, con quienes crucé en momentos de alta espiritualidad poética. Sé que no los nombré a todos y todas. Pero deben saber que están allí, como dice la canción de Ángeles Negros, “en un rinconcito de mi corazón”.
Ahora la tarde es una hermosa cortina de teatro que se abre para encontrarnos. Hace sol y un verdor nos acuerpa con su luz. Son las últimas horas de festival y hay una inevitable emoción de nostalgia que empieza a recorrernos. Solo la podemos esquivar con el ritual de las fotografías y los últimos intercambios de libros. Pero sabemos en el fondo que lo inevitable está a punto de ocurrir
Esa tarde de clausura nos despide un hermoso sitio dedicado al arte, enclavado en las montañas de Quito. La Galería Sara Palacios nos abrigó para que entregáramos nuestros últimos alientos con nuestra voz. Y correspondimos.
Nos llevamos tanto afecto, tanta nueva tribu, tanta poesía para seguir diciendo sobre la violencia, el genocidio, la migración, la pobreza, el amor, la vida cotidiana, el padre, la madre, el dolor, la sensualidad, el fútbol, la sonrisa… tanta nueva red que vamos tejiendo para no desamarrarnos jamás.
Durante los días de Festival le agradecí de varias maneras al maravilloso Xavier Oquendo por su invitación, extensiva a su grupo de trabajo. Hace unos años nos conocimos en el Festival de San Cristóbal de las Casas invitados por nuestra querida Tía Chary Gumeta. Allí escuché al poeta Oquendo por primera vez. Pero también escuché al cantante Oquendo entregarlo todo en el escenario de un mítico Karaoke sancristobalense, cantando algo de su querido Aute.
En recuerdo, escribí algo que salió publicado en mi último libro Almas Pequeñas (Editorial La Chifurnia, El Salvador, 2024).
Amigos, amigas, ya que tengo su atención, les voy a leer un poema:
SLOWLY
De los maderos
bajan todavía
al encuentro de los puentes,
las amnistías en bocas
parecidas a las tuyas.
Nos piden firmeza
Pero los mástiles
Están tristes esta tarde
Y no somos los de siempre.
Reconozco que no es buen día
Para soltar amarras
traer el alimento y el pan,
Significar el grito,
reprimir el firmamento
que en vos se acuesta.
Hago el pasto
lo huelo
y me acurruco en su tibieza,
como el más contundente ser,
despacio y azul,
sobre las horas.
Hasta la poesía, siempre.












