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Etiqueta: proyecto sociocultural

Costa Rica: proyecto sociocultural en construcción

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

En su trabajo No vuelvas (Almadía, 2018), el periodista argentino Leonardo Tarifeño escudriña la vida de las personas deportadas de Estados Unidos que terminan circulando en las sombras de Tijuana. Al preguntar a Pepe Rojo, escritor mexicano, sobre el rol de la cultura en la atención de los deportados, éste comenta que no es suficiente, pero que el verdadero proyecto cultural de la ciudad “consiste en mantenerse al día”.

Entender un fenómeno así en un espacio de incertidumbre, complejo, paradójico, desigual, implica profundizar en ese concepto sociocultural por el que la ciudad transcurre: prácticamente su horizonte de futuro se ha esfumado, al quedar atrapado en un presente de tránsitos, violencias, devoluciones.

En varias de las reflexiones compartidas en este espacio, hemos trabajado la idea de cierto abandono de un proyecto común para el caso costarricense, una ausencia de orientación, un nosotros difuminado. De igual manera, nos parece que la escenografía del país atiende a esa complejidad y desigualdad a la cual hemos asistido sin descanso ni pausa en los últimos 20 años.

Cuestionarnos ahora por ese proyecto sociocultural costarricense nos devuelve respuestas con algunas evidencias de un proceso que lentamente empieza a derivar hacia la pérdida de sentido comunitario, para dar paso a una matriz conservadora irreversible y hegemónica. Esta matriz, dicho sea de paso, ha sido impulsada no solo desde centros de pensamiento, think thanks de la industria cultural , sino desde las mismas evidencias de un enojo, enconado y cierto, de un buen sector de población costarricense desafecto con su clase política cuando no también con su sistema democrático.

El avance hacia el individualismo como expresión cultural ha quedado en evidencia en estos dos años de pandemia en los que la idea de cuido colectivo ha quedado relegada por la imposibilidad de construir una experiencia común, un lenguaje a partir de cual todos y todas entendernos.

En su lugar, la falta de empatía, el quiebre de los lazos y los tejidos sociales, las rupturas de las posibilidades de integración horizontal, han posibilitado el debilitamiento de una noción que conjunte esto que somos en la actualidad, y hacia el futuro.

Si lo de Tijuana se inscribe en una ausencia absoluta de futuro, lo de Costa Rica como noción de país revela un significado en suspensión, un proyecto sociocultural que se decanta hacia su lado conservador, inmovilizador, excluyente. Está por verse si en el balotaje de abril se profundiza, sin retorno, ese posible escenario. Para la respuesta social que inevitablemente debe venir, también está por verse de que tamaño será su desafío.

Individualismo versus cuido mutuo: un proyecto sociocultural en declive en Costa Rica

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Durante 40 años seguidos, el proyecto sociocultural en marcha en Costa Rica validó un esquema basado en la actitud individual como base para la construcción de su modelo socioeconómico: se apeló al éxito como fin último de la acción social y muchas concepciones relacionales e identitarias fueron modificadas: del usuario de los servicios del estado se pasó al concepto de cliente, del micro empresario al emprendedor, del trabajador al colaborador.

La creencia en una estructuración societaria organizada de esta manera supuso una serie de condiciones contenidas en las formas de respuesta de las personas ante coyunturas y contingencias: responsabilidad, orientación, criterio.

Por otro lado, el sentido de colectividad, ese al que podríamos acudir hoy bajo la premisa del cuido mutuo, solo fue y es apelado desde la maquinaria industrial de la comunicación de masas y la polifonía de las redes sociales.

La épica de la gloria deportiva, por ejemplo, siempre fue propicia en todos estos años para conjuntar de nueva cuenta esa comunidad imaginada y activar los dispositivos de una identidad nacional que aunque frágil y repleta de remaches, aún funcionaba. Hoy ni siquiera la apelación a la sangre roja del costarricense pareciera tener sentido. Pero en realidad poca cosa pareciera tener sentido en una experiencia fallida de comunidad como la que estamos experimentando durante estos días.

En otras reflexiones sobre la noción de comunidad ampliada y su resquebrajamiento en el caso costarricense, hemos adelantado que existen hoy otras figuras que aglutinan y dan sentido de comunidad: el número de tarjetahabientes que existen en el país se asemeja o supera inclusive al total de la población nacional. Si esto no es una forma de denominar esa otra colectividad basada en la organización del mercado, ya nada podría explicar el comportamiento aparentemente errático endosado preliminarmente a una falta de responsabilidad individual.

Desde el proyecto civilizatorio puesto en marcha a partir de los años ochenta en Costa Rica, la pertenencia a una base social común solicitó peajes de entrada: éxito individual, capacidad de consumo, competencia rampante, a toda costa, a cualquier costo.

De esta manera, una comunidad real y sustentada sobre valores como la protección, la horizontalidad y el apoyo fue disuelta del discurso y las prácticas cotidianas.

Por ello cuando acciones organizativas y orgánicas desde lo colectivo se han levantado, han sido opacadas y silenciadas. Algunas enfrentadas desde la fuerza del estado, otras instrumentalizadas como las de ciertos derechos de poblaciones y comunidades específicas. En los últimos años una subjetividad política joven trató de levantarse, pero rápidamente fue estigmatizada y procesada por un discurso academicista y adultocéntrico que la descalificó ad-portas.

Los derechos colectivos están hoy más que nunca conculcados y truncados. El derecho legítimo a manifestarse fue proscrito. Los defensores de la territorialidad indígena son amenazados permanentemente y en los últimos dos años han sido asesinados dos líderes en medio de una inacción gubernamental sin precedentes. Y una vez más las poblaciones migrantes han sido utilizadas como chivo expiatorio de los males sociales, económicos y sanitarios que aquejan al país.

El discurso ha sido hábil para responsabilizar a la población de una tremenda desidia para acatar órdenes sanitarias y guardar un comportamiento ejemplar. Pero ni lo uno ni lo otro ha sido evidenciado con vehemencia para hacer ver la responsabilidad de los actores económicos, las hegemonías y sus presiones hacia la acción gubernamental.

Es claro que luego de décadas de una permanente individualización de la experiencia colectiva puesta en marcha por la maquinaria comunicativa y cultural hegemónica, la noción de cuido mutuo a partir de una acción personal responsable, fracasó absolutamente. Y ha fracasado porque sencillamente no hay colectividad imaginada que cuidar.

En el año 2020 el politólogo francés Bertrand Badie mencionaba en una entrevista para la Revista Nueva Sociedad, que la humanidad había transitado en un periodo de tiempo muy corto en tres extinciones visibles: la de la crisis financiera de 2008; la del espionaje planetario que supuso la eliminación de las libertades y la extinción sanitaria, a partir de 2020. Para el caso costarricense, en específico, se ha abierto una clausura de un proyecto de sociedad iniciado en el siglo XIX y que el rasgo sociocultural homogenizante de los últimos cuarenta años se ha encargado de diluir. Asistimos a nuestra propia extinción y en eso continuamos siendo creativos y excepcionales.

O como diría Roque Dalton: «País mío, no existes».

Tomarán décadas para volver a levantar de nuevo una idea solidaria e incluyente de ese país en el que todos y todas nos sintamos pertenecientes. Y esta no es una tarea de la postpandemia: es urgente iniciarla ya.

 

Imagen tomada de https://elsoldeoccidente.com