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Etiqueta: siglo XIX

Ambición y ruina: el trágico desenlace de la Sociedad Mora y Aguilar en el siglo XIX

Dr. Fernando Villalobos Chacón
Investigador morista

Don Juan Rafael Mora Porras, se había convertido en un exitoso empresario y exportador luego de una difícil década de 1830. Esto hace que otras personas deseen hacer negocios con él. Muchos tenían el dinero, pero no el conocimiento del mundo como si lo tenía Mora. Uno de estos personajes adinerados fue D. Vicente Aguilar Cubero, con quien en el año 1842 funda una empresa. Esta sociedad prometía ser una de las alianzas comerciales más fuertes de la época, e implica para don Juanito viajar con frecuencia fuera del país.

La compañía suscrita entre los dos empresarios haciendo honor a sus apellidos, es denominada como: “Mora y Aguilar”, constituida con un capital semilla de dieciocho mil pesos aportados por cada uno.

D. Vicente Aguilar Cubero, socio de D. Juan Rafael Mora Porras. Imagen tomada con fines ilustrativos de la web.

El acuerdo inicial de la conformación de alianza Mora y Aguilar, establecía que la empresa se manejaría de la siguiente forma: Vicente Aguilar manejaba los negocios dentro del país, y Mora se encargaba de los negocios en el exterior. Sin embargo, un negocio pujante y promisorio al principio terminó en pesadilla al final. Probablemente sería difícil encontrar en la historia del país, una empresa o relación comercial cuyo manejo y gestión haya sido tan complicada, que haya generado tantas rencillas, odios y litigios en los Tribunales de Justicia. En los estrados judiciales a este caso se le denominó: “Cuestión Mora y Aguilar”. Fue un tema tan mediático en la sociedad costarricense, que llegó a influir fuertemente en la política nacional en la década de los cincuenta. Muchos de los hechos al final de esa década tales como: el derrocamiento de Mora el catorce de agosto de 1859, su inmediato exilio y su trágico final junto con José María Cañas en Puntarenas el treinta de setiembre y dos de octubre de 1860, respectivamente; encuentran su explicación en mucho; en esta amarga relación comercial. Este es un típico caso en el que una rencilla comercial profunda degeneró en un odio inmenso que terminó muy mal para una de las partes. Se puede decir que la empresa fue financieramente exitosa, por lo menos al principio; pero el manejo de las diferencias resultó lamentablemente desastroso.

La sociedad con Vicente Aguilar – en 1845 – tres años después de haberse fundado, presentaba sus primeros síntomas de desgaste, por la forma en que, según Aguilar, don Juanito conducía algunos proyectos de la compañía. El socio de don Juanito reclamaba que éste último se aprovechaba de la sociedad para su propio beneficio, o que revolvía los negocios personales con los de la empresa, lo que según las reclamaciones de don Vicente le mermaban fuertemente sus ganancias. No obstante, esta primera divergencia se solventa con un nuevo acuerdo donde se esclarecen mejor las delimitaciones de los negocios a favor de uno y otro. En este sentido, el nuevo pacto dejaba claro que cualquier negocio de Mora o Aguilar en la sociedad, beneficiaría a la otra parte en idénticas condiciones. En el año de 1845, la sociedad Mora y Aguilar, se había convertido en una de las corporaciones mercantiles más sólidas de Costa Rica.

No obstante, estas discrepancias iniciales entre don Juanito y don Vicente Aguilar; en el mismo año de 1845 constituyen otra sociedad acompañados de otros dos accionistas: Nicolás Ulloa y Rafael Moya, con el objetivo de buscar oro en los Montes del Aguacate; empresa que fracasó posteriormente y fue disuelta. Esto denota que, aunque había diferencias entre ambos socios, aún se tenían algún grado de confianza.

Vicente Aguilar Cubero era un personaje bastante reconocido en el país y don Juanito también. Aguilar había sido congresista. Era una persona de familia, medianamente instruida, conservadora y muy meticulosa en todos sus negocios. Además, se le ha considerado como una persona sumamente avara y codiciosa, según descripciones de Mora y sus allegados.

Don Juanito manejaba los grandes negocios, pero era un poco descuidado en los detalles de las cláusulas y poco precavido en algunas inversiones, en las que arriesgaba más de la cuenta. Precisamente ésta era otra de las quejas recurrentes de Aguilar, en el sentido que en varias ocasiones sin consulta previa a su socio había adquirido compromisos o deudas riesgosas, complicadas de poder honrar si algo no salía bien, lo que podía poner en riesgo absoluto el patrimonio familiar de ambos, cosechado con trabajo y ahorro de toda una vida. Esta conducta si se quiere decir temeraria – propia de los grandes comerciantes, – exasperaba a Aguilar en demasía, y sería una causa frecuente de fuertes roces entre ambos.

Transcurridos apenas seis años de la conformación de la sociedad, don Juan Rafael comenzó a darse cuenta de un evidente faltante de fondos en perjuicio de su parte proporcional de participación en dicha entidad mercantil, razón por la cual de inmediato decidió disolver su vínculo mercantil con Aguilar Cubero en febrero de 1848. En vista del faltante detectado y sospechando de las malas intenciones de su socio, con la idea de conservar pruebas para entablar un posible litigio en los Tribunales de Justicia, don Juanito cautamente conservó los libros mercantiles y registrales de la fenecida Sociedad Mora y Aguilar.

Don Juanito, que había incursionado brevemente en la política nacional en 1847, renuncia a la Vicepresidencia del país en 1848 y liberado de ese compromiso, realiza un viaje de negocios entre octubre y diciembre de 1848 a Chile. Durante el viaje tuvo mucho tiempo para estudiar los manejos de Aguilar con la compañía y regresa muy molesto de este periplo el veinticuatro de diciembre y escribe una severa carta a don José María Cañas, en la cual relata a su amigo y cuñado, su enfado con Aguilar por supuestas prácticas tramposas en los negocios, a criterio de Mora. Esto significará el inicio del diferendo entre ambos ex-socios, de infaustos recuerdos y larga data en el país. A continuación, se transcribe textual e íntegramente, la misiva de don Juanito, en la que se retrata lo agudo del conflicto que se avecinaba y que daría origen a las acusaciones mutuas que se harían ambos personajes en los años siguientes:

Puntarenas, diciembre 24 de 1848,

Señor don José María Cañas – Reservada.

Querido hermano:

He tenido el pesar de no encontrarlo en este, pues, pensaba dejarlo descargando el buque, mientras yo pasaba a esa a dar una vuelta, por cuatro días; pero ya que he sido burlado, espero que se venga lo más pronto para que me ayude a despachar los efectos, pues tengo un asunto muy importante que ventilar en esa, con mi memorable socio Aguilar, y por esto quiero pasar a esa lo más pronto.

Tengo mucho que contarle, pues el tal Aguilar ha tratado de arruinarme, pues además de quedarse con mi capital y utilidades que tenía en la compañía, se pensaba apropiar más de sesenta mil pesos, que maliciosamente te dejó sin cargar en el inventario o balance que forjó muy a sus anchar. ¡Qué hombre tan descarado! Pero le aseguro que hasta por la prensa he de publicar todos sus manejos. Sí, yo le juro que he de poner en claro sus conductas, que ya no es desconocida de muchos.

U. es testigo de lo que yo he sufrido a este hombre, cerrando los ojos a todos sus sucios manejos. Se acuerda U. que hicimos un cálculo de las facturas que yo compré para la compañía, y que sacamos por resultado que no bajaban de sesenta por ciento libre la utilidad que en 450.000 pesos, con lo que hemos negociado, serían 270.000 pesos. Todo esto puede probarse hasta la evidencia, haciendo un inventario de todas las facturas, y poniéndoles los precios a que aparezcan vendidos otros de la misma especie, y haciendo un reconocimiento de los libros que él llevaba, para cotejar el contenido con las facturas, pues puedo probarle que no apuntaba las ventas que hacía al contado, ni se cargaba las grandísimas partidas de efectos que pasaba a su tienda y otras transacciones que probaré.

Solo espero que él me conteste, y si su contestación no es satisfactoria, (como lo creo por el conocimiento que tengo de este avaro) entonces, inmediatamente, sin entrar en más correspondencia, daremos principio al reconocimiento judicial de documentos, contratas, facturas, libros, etc., pues tengo un campo más vasto que el océano.

Además de las utilidades que hemos hecho en los efectos, debe haber otra muy grande de compras de café, réditos, certificaciones; y, en fin, de tantas operaciones que se han hecho por la compañía; pero la que en particular debe haber producido mucho es, las compras de café a veinte reales, y después reconocido a cinco pesos por café a veinte reales para el año siguiente, por manera que en dos años era más que doble el capital. Todo lo puedo probar en pocos días…

Hace algún tiempo me echaba la cantinela de que la compañía le debía como noventa mil pesos; yo me reía a mis solas del descaro de este hombre; pero me hacía de la vista gorda como era tan fácil averiguar lo que correspondía a la compañía y él era el único administrador y tenedor de libros, papeles e intereses, a su tiempo veríamos esos noventa mil pesos, y más de otro tanto que quedaba a retaguardia. ¡Sí, hermano, solo peleando puedo sacarle a este monstruo de ingratitud lo que me ha usurpado! Pelearemos, pues, pondremos en juego todos los recursos que me suministran sus mismas operaciones, pues es tan fácil poner todo en claro, que antes de dos meses estará concluido el asunto, y para prestigiar el asunto haremos por la imprenta una relación minuciosa y extensa de todos los hechos que han ocurrido desde que hicimos el primer negocio por la compañía: publicaremos certificados, pruebas y también la carta que con esta fecha le he dirigido. Si, y tendré actividad, me volveré escritor, y cuando U. quiera, pero el triunfo será seguro, pues tengo la justicia en mi favor y no habrá una sola persona que no se compadezca de mí.

Ya se acordará U. de lo que nos reímos cuando él proyectó aquel viaje a Inglaterra, el cual jamás tuvo en mira realizar, pero lo que le interesaba era arribar a un arreglo y hacerse de comprobantes. ¡Qué malicioso ignorante!, ¿Pues qué, no es el responsable de los intereses que ha administrado? Ya veremos.

U. extrañará que aun a pesar de todo, yo todavía le preste servicios a Aguilar, como lo he hecho de esta vez en Valparaíso; pero además de que siempre he tenido por principio la buena fe, como podía yo informar de todo a los señores John Thompson, cuando hasta muy tarde vine a descubrir por las cuentas, las cantidades que se usurpaba Aguilar. ¿Qué concepto se formarían de mí habiendo hablado tan bien en su favor, y veinte días después decirles lo contrario? Era imposible, me fue forzoso llevar adelante mi papel y mis buenos oficios para con este ingrato, pero hay más tiempo que vida.

Estoy muy agradecido de mis consignatarios, pues me han dado pruebas de su deferencia y confianza en mi favor, que llegó hasta tal punto que me preguntaron si me era en alguna manera perjudicial que aceptasen los negocios de Aguilar, para rehusarlos, y yo les contesté que no, y que les suplicaba lo sirviesen tanto como a mí, que aun cuando se había disuelto la compañía, nosotros nos favorecíamos mutuamente, prestándonos servicios y caminando de acuerdo en todos los negocios. ¡Servicios a quien me quiere arruinar! ¡Qué anomalías!

El saldo que resultó contra la compañía es tan grande que cuando lo vi me sorprendió tanto, que no sé cómo no me mató la aflicción, hasta que el mismo apuro me hizo revisar más de cien veces, las cuentas, hasta que con sumo gozo vine a descubrir que Aguilar se había dejado de cargar grandes sumas. Qué ceguedad de hombre, ¿cómo podría creer que esto no se descubriera? Entonces despertado del abatimiento que me consumía, toda mi furia se dirigió al usurpador, y entonces ofrecí escarmentarlo, publicando sus hechos, y arrancarle lo que me corresponde. Si, lo haré o acabará hasta con mi vida.

Hermano, en el caso desgraciado a que la suerte pudiese conducirme, tendría valor; y la tranquilidad de mi conciencia creo me bastaría para ser feliz, si, el pan que se arrebata a otro no puede saborearse con tranquilidad. Los perversos están flacos, macilentos por el tósigo que los acosa, yo no, me veré gordo y colorado, y con más valor.

No tengo más tiempo que para decirle que lo espero pronto. Saludos a Melico, al Dr. Castro, al General Quiróz mis buenos amigos, y en fin, a toda esa caterva de amigos y deudos. Un abrazo a la Lupita, un beso a mis sobrinos, y U. mande a su hermano q.b.s.m. – Juan R. Mora.

Adición. – Dígale a José María que tenga esta por suya, pues no tengo tiempo. – Vale —. (Carta tomada del Folleto “Cuestión Mora y Aguilar”. San Salvador, marzo 7 de 1861, citada por Vargas 2007).

La carta simplemente es reveladora y detalla con bastante precisión, que don Juanito había comprobado por fin el desfalco sistemático del que había sido víctima por parte de su socio Aguilar Cubero. Mientras Mora buscaba negocios en el exterior, como era el acuerdo; su asociado tramaba el desfalco en su perjuicio en los negocios internos. Con posterioridad, y para el amplio período de tiempo transcurrido entre 1849 y 1857, el Presidente Mora decidió no entablar proceso judicial alguno en contra de Aguilar, dada la investidura presidencial que ejercía. Lo anterior a pesar de que durante esos años don Juan Rafael había logrado sustentar sus sospechas iniciales, pues, efectivamente, existió un sistemático y gravoso desfalco en su contra que, según los cálculos contables realizados con base en los libros de la Sociedad Mora y Aguilar, ascendió a la ostensible suma de 350.000 pesos. Así las cosas, para 1857 y comprendiendo de modo paralelo que el plazo de prescripción para entablar un proceso judicial en contra de Aguilar estaba por fenecer, Mora decidió por fin actuar al respecto. Fue en medio de esta coyuntura cuando Aguilar Cubero le planteó la rúbrica de una transacción alterna que evitase llevar el litigio a sede judicial y dilapidar su reputación de hombre correcto, lo cual fue aceptado por don Juanito de buena fe en 1859 (Rodríguez, 1986).

Don Juan Rafael Mora, un comerciante atrevido tuvo la mala suerte de asociarse con una persona dispuesta a enriquecerse a cualquier costo. Vicente Aguilar Cubero llegó a ser la persona más adinerada del país. Sus manejos cuestionados le ocasionaron a don Juanito una pérdida en su patrimonio de un millón y medio de francos. A sabiendas de su mala fe y malos manejos contables y con el temor de verse arruinado en su imagen Aguilar no tuvo más remedio que aceptar una conciliación debiendo pagar medio millón a don Juanito en tres tractos.

Mora logra recuperar una parte de su patrimonio lesionado, pero se gana con esto el enemigo más cizañoso que se podía tener: Vicente Aguilar Cubero. De ahí en adelante se ocupó de buscar arruinar a don Juanito en todos los aspectos que le fueron posibles; así como ser parte del grupo que orquestó su golpe de estado concretado el catorce de agosto de 1859 y su brutal muerte en setiembre de 1860. Lamentablemente Aguilar tenía una inmensa fortuna capaz de comprar conciencias. Lo peor de la política costarricense estaría por venir.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

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Henri Pittier y los intrigantes caciquillos costarricenses

Torre de observaciones meteorológicas erigida por Pittier en los predios del Liceo de Costa Rica, donde también había un laboratorio de física y química, más un auditorio de ciencias.

Luko Hilje (luko@ice.co.cr)

Cuando se analiza la historia de las ciencias naturales en Costa Rica, se percibe que, en sus albores, a mediados del siglo XIX, su desarrollo obedeció a esfuerzos individuales y dispersos, gracias a europeos de variopintas nacionalidades.

En efecto, el primero de ellos en recorrer en nuestro territorio, en 1839, fue un austríaco, Emanuel Ritter von Friedrichsthal. Aunque no era científico, sino diplomático con afición por la botánica, hizo esfuerzos por recolectar plantas de manera más o menos sistemática; en realidad, estuvo apenas de paso, por pocas semanas, tras lo cual se enrumbó hacia Nicaragua y Yucatán, lugares que le interesaban mucho más.

Desde entonces, hubo que esperar siete años para que, en 1846, apareciera el botánico danés Anders Oersted —primer naturalista residente—, quien permaneció año y medio, financiado con fondos propios. Su labor fue realmente sorprendente, pues recolectó casi 700 especies de plantas, escaló los volcanes Poás, Barva e Irazú, tomó datos geográficos y climáticos, y dibujó mapas y perfiles de la Cordillera Volcánica Central, todo lo cual lo incluyó en su libro La América Central. Y, cuando a inicios de 1848 ya se alejaba del país, tras cruzar la frontera con Nicaragua, allá se topó con el botánico polaco Josef von Warszewicz, quien venía de Guatemala, rumbo a Suramérica; en su breve estadía aquí, éste recolectó plantas y algunos animales, que vendía a coleccionistas, museos y jardines botánicos en Europa.

Desde entonces se creó una especie de interregno o vacío, que no sería llenado sino seis años después, con el arribo de alemanes, dos de ellos médicos y naturalistas, Karl Hoffmann y Alexander von Frantzius, y el otro horticultor, Julián Carmiol. De ellos, este último permaneció en el país hasta su muerte, dedicado a la recolección y venta de plantas y animales a coleccionistas y museos extranjeros, así como a la importación y venta de plantas ornamentales exóticas; Hoffmann murió de manera prematura, tras participar como médico en la Campaña Nacional contra el ejército filibustero de William Walker; y von Frantzius regresó a Alemania, después de vivir casi 15 años en el país, y publicar numerosos artículos científicos. Para el lector interesado, su inmenso legado está compendiado en mi libro Trópico agreste; la huella de los naturalistas alemanes en la Costa Rica del siglo XIX (2013).

En mi criterio, y así lo expreso en el prólogo de dicho libro, “ese fue el período genesíaco o fundacional de nuestras ciencias naturales, afianzado pocos años después por el botánico Helmuth Polakowsky”. En efecto, aunque éste estuvo apenas un año pues resultó cesado debido a una grave falta disciplinaria, fue un gran explorador de nuestra flora, así como muy prolífico como autor, al punto de que su legado pervive hasta hoy.

Los logros de la Reforma Liberal

Cabe acotar que Polakowsky fue contratado en 1875, junto con unos pocos profesores europeos más, y ello obedeció a una necesidad del país, como lo fue la creación del Instituto Nacional, el primer ente de educación secundaria en la capital. Su promotor fue el general Tomás Guardia Gutiérrez, adalid de la doctrina liberal en el país.

De connotación anticlerical, esta corriente privilegiaba la razón por sobre la religión, a la vez que sostenía que solo el conocimiento científico, traducido en técnicas útiles (ingenieriles, médicas, industriales, agrícolas, etc.), permitiría el dominio y la transformación de la naturaleza en beneficio del ser humano y de la sociedad como un todo. Para entonces el liberalismo había tomado gran fuerza en casi todo el mundo, y representó el fundamento filosófico y político de los gobiernos de los militares Próspero Fernández Oreamuno (1882-1885) y Bernardo Soto Alfaro (1885-1890).

Además de la decisión de convertir la educación en laica, con la Reforma Liberal se resolvió clausurar la Universidad de Santo Tomás, para, con el presupuesto que le asignaba el Estado, crear un robusto sistema de secundaria. En consecuencia, se crearon tres entes de secundaria: el Liceo de Costa Rica, el Colegio Superior de Señoritas y el Instituto de Alajuela.

Todas estas acciones fueron lideradas por el abogado Mauro Fernández Acuña, secretario de Instrucción Pública, y tan fructíferas fueron que, gracias a la intermediación del diplomático Manuel María de Peralta y Alfaro, residente en Londres como encargado de negocios de Costa Rica, se decidió contratar educadores en Suiza para esos entes de enseñanza. Y fue así como ya en febrero de 1886 arribaban al país los primeros, para al final reclutar 14 profesores de secundaria. Cuatro de ellos permanecerían por muchos años en el país: los naturalistas Paul Biolley Matthey y Henri François Pittier Dormond, el geógrafo Juan Rudín Iselin, y el químico Gustavo Louis Michaud Monnier.

Asimismo, de manera complementaria, desde años antes se había vislumbrado la necesidad de fundar la Escuela Nacional de Agricultura, Artes Mecánicas y Oficios, para formar profesionales en campos aplicados del saber, y así propiciar el desarrollo del país. Y, aunque el Congreso aprobó la creación de dicha entidad en 1883, su vida fue efímera, al punto de que tres años después se le encomendó al abogado Pedro Pérez Zeledón —subsecretario de Instrucción Pública— efectuar un viaje a varios países europeos (Francia, Bélgica, Suiza, Alemania e Inglaterra) y a EE. UU., “con el fin de estudiar y comparar todo lo relativo al establecimiento de las mejores Escuelas de Agricultura, Artes y Oficios”, como consta en una carta de fines de mayo de 1886, suscrita por su superior Fernández.

Si bien Pérez emprendió el viaje, y después vertió un amplio y detallado informe, tan loable iniciativa topó con varias dificultades, que pospusieron hasta 1889 el nacimiento del Instituto Nacional Agrícola, el cual no superaría un año de funcionamiento, lamentablemente. Eso sí, un rédito de la labor de Pérez fue el establecimiento de un programa de becas que permitió que estudiaran en Europa el botánico ramonense Alberto Manuel Brenes Mora, más otros promisorios jóvenes, Francisco Quesada, Adolfo Casorla, Luis Matamoros, Carlos Pupo y Teodoro Picado.

¿Por qué Pittier?

De los suizos recién citados, es Pittier nuestro personaje de interés, y pronto se verá por qué.

Gracias a su vasto y profundo legado, tanto en Costa Rica como en Venezuela, acerca de él hay abundante información en cuatro libros biográficos. El primero, originado en Costa Rica, es Henri Pittier (1975), de Adina Conejo Guevara, mientras que el segundo surgió en Venezuela 22 años después, Henri Pittier: caminante y morador de nuestro trópico (1997), de Luis Alberto Crespo. El tercero; Henri Pittier (1857-1950), Leben und Werk eines Schweizer Naturforschers in den Neotropen (Vida y obra de un naturalista suizo en el Neotrópico) (2000), de Beatrice Häsler y Thomas Baumann, data de 13 años después. Finalmente, el más reciente es Henri Pittier le “Humboldt suisse” (2019), de Jöelle Magnin-Gonze, aparecido hace seis años; en realidad, es un número monográfico —breve pero sustancioso, así como bella y profusamente ilustrado y muy bien diagramado— de la serie Portrait de Botanique.

El libro más reciente sobre Henri Pittier.

A ellos se suman cuatro biografías cortas. Una proviene de un amigo suyo, el ingeniero y naturalista venezolano Alfredo Jahn Hartmann, intitulada Prof. Dr. Henry Pittier (1937), la cual fue publicada en el Boletín de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales. La segunda se denomina Dos colosos de la biología costarricense del siglo XIX: Anastasio Alfaro y Henri Pittier (2002), que corresponde a un capítulo del libro Ciencia y técnica en la Costa Rica del siglo XIX, editado por Giovanni Peraldo; sus autores son Julián Monge-Nájera y Víctor Hugo Méndez-Estrada. La tercera se denomina Vida y obra del Dr. Henri Pittier, aparecida en Tribuna del Investigador, en Venezuela, y fue escrita por Luisa Pérez, Héctor Fernández y Daniel Sarmiento. La última, cuyo título es Henri Pittier: el primer científico conservacionista en Costa Rica (2022), la escribí con el colega botánico Gregorio Dauphin, y es parte de un proyecto amplio sobre su vida y su obra, coordinado por Gregorio; nuestro artículo apareció en la Revista de Ciencias Ambientales, de la Universidad Nacional (UNA).

Asimismo, se cuenta con dos amplios artículos académicos, en los cuales Pittier es la figura central. Uno es The origins of modern science in Costa Rica (1999), de Marshall C. Eakin, aparecido en la revista Latin American Research Review, mientras que el otro es Henri F. Pittier’s professional contributions and the status of geography in Costa Rica after his permanent departure (2000), de Leon Yacher, publicado en la revista Brenesia.

Y, por si no bastara, aparte de estas semblanzas biográficas, hace cuatro años vio la luz el excelente documental La Gyranthera. Traces de Henri Pittier Explorateur, de la amiga abogada, periodista y cineasta germano-suiza Mürra Zabel, filmado en gran parte en Costa Rica, la cual —ya traducida— se espera proyectar este año en Costa Rica.

Pittier y Costa Rica

Dado tal acervo de información, no es del caso relatar aquí detalles acerca de su vida o de sus contribuciones científicas y técnicas, sino más bien arrojar luz acerca de un hecho muy lamentable en la historia de nuestras ciencias naturales, como lo fue la lamentable e irreparable partida de Pittier hacia el extranjero, cuando estaba en la plenitud de sus quehaceres científicos.

En todo caso, sí hay que destacar que, aunque él no fue el primer naturalista suizo que llegó a nuestras costas, fue el más sobresaliente de todos. Con un sólido bagaje de conocimientos en geografía y botánica, el mundo tropical le abrió nuevas puertas y oportunidades y, gracias a su preclara inteligencia y su infatigable espíritu de explorador, incursionó no solo en dichas disciplinas, sino también en la climatología, la cartografía, la etnografía y la arqueología. De ello dan fe sus extraordinarios aportes científicos, pero también su ánimo de constructor, pues contribuyó de manera determinante en la institucionalización de nuestras ciencias naturales.

No obstante, antes de referirme a ello, debo destacar que, en congruencia con sus postulados, el gobierno liberal de Bernardo Soto aprobó la creación del Museo Nacional, el 4 de mayo de 1887; quedó bajo el liderazgo del joven Anastasio Alfaro González, por entonces con apenas 22 años de edad. En ese momento Pittier no había arribado al país, lo cual ocurriría en noviembre de ese año, con 30 años de edad.

En realidad, el contrato de Pittier estipulaba que su compromiso era impartir lecciones de ciencias físicas y naturales, geografía e higiene, tanto en el Liceo de Costa Rica como en el Colegio Superior de Señoritas. Sin embargo, para él eso era insuficiente —quizás hasta trivial—, con tanto que había que investigar, descubrir y hacer en el conocimiento del mundo tropical. Esto explica que, menos de seis meses después de su arribo, convenciera al gobierno para establecer el Instituto Meteorológico Nacional, lo cual se concretó el 7 de abril de 1888.

Ahora bien, dada su capacidad como científico, el gobierno además lo nombró directivo del Museo Nacional, y fue desde ahí que visualizó que era preferible articular y unificar las dos entidades existentes bajo una nueva figura científico-administrativa, más integradora. Fue así como un año después, el 11 de junio de 1889, nacía el Instituto Físico-Geográfico Nacional, con tres dependencias: el Observatorio Meteorológico, el Servicio Geográfico y el Museo Nacional. Este último incluía un herbario, cuyo curador sería su compatriota Adolphe Tonduz, reclutado por el propio Pittier en un viaje a Suiza, y quien llegaría a mediados de 1889. No obstante, por razones no del todo claras, ya en diciembre de ese año el gobierno revertía la decisión, y resolvía segregar e independizar al Museo Nacional, aunque el herbario permaneció en el Instituto Físico-Geográfico.

En otro ámbito, aunque complementario, es pertinente destacar que Pittier fundó dos importantes revistas, los Anales del Instituto Físico-Geográfico Nacional y el Boletín del Instituto Físico-Geográfico Nacional, una para científicos y la otra de carácter divulgativo, para personas con un alto nivel educativo. Para entonces ya existían los Anales del Museo Nacional de Costa Rica, revista dirigida por Anastasio Alfaro.

Finalmente, como lo sustentamos en nuestro artículo —ya mencionado—, a Pittier le corresponde el mérito de haber sido el primer científico que planteó conceptos y realizó acciones de claro enfoque conservacionista en Costa Rica, al igual que en Venezuela, países donde dejó una imperecedera huella.

Pittier en líos

Para hacer lo mucho que Pittier logró, y en tan poco tiempo, tras sumergirse en el ambiente aldeano y anodino de la Costa Rica de entonces, sin duda que se necesitaba poseer un carácter acucioso, metódico, recio, determinado y ambicioso, y quizás hasta intransigente.

El geógrafo y botánico suizo Henri Pittier.

Esto podría explicar que fuera calificado como “de voluntad férrea, incansable y tiránico” por los biólogos Luis Diego Gómez Pignataro y Jay M. Savage en el artículo Investigadores en aquella rica costa: biología de campo costarricense 1400-1980, que corresponde a un capítulo del libro Historia natural de Costa Rica (1986), editado por Daniel Janzen. Y, como nadie hasta entonces lo había expresado de modo tan contundente, es de suponer que el recordado Luis Diego había hurgado en la correspondencia de Pittier, mucha de ella disponible en el Museo Nacional, del cual él fue director por 15 años (1970-1985).

Por cierto, en dicho artículo, se acota que “a su alrededor, aunque a veces contra su voluntad, estaban Adolphe Tonduz, Carl Wercklé, George Cherrie, y veintenas de investigadores extranjeros que visitaron el país por su insistencia, o que estudiaron las colecciones enviadas desde el Instituto Geográfico o el Herbario Nacional”. Aunque la idea central de este párrafo es algo nebulosa, pareciera reforzar la idea de que Pittier era conflictivo.

Al respecto, debo manifestar que tanto Gregorio como yo hemos criticado seriamente a Pittier, por no haber sido equitativo con sus colegas Tonduz y Biolley. En el primer caso, lo ignoró por completo y de manera deliberada en la elaboración del libro Primitiae Florae Costaricensis, que Pittier publicara con el taxónomo belga Théophile Durand; así lo detalla y sustenta Gregorio en su libro Adolphe Tonduz y la época de oro de la botánica en Costa Rica (2019). Asimismo, en el artículo Los primeros exploradores de la entomofauna costarricense (2013), narro que Pittier publicó con Biolley tres extensos artículos sobre insectos, en los cuales él figuró como el primer autor, sin ser entomólogo, como sí lo era Biolley.

Lamentablemente, salvo que se pudiera revisar muy a fondo su correspondencia —escrita en francés, inglés, alemán y español—, hasta hoy no hay suficientes elementos para realizar una caracterología objetiva y justa de tan singular personaje; de otro modo, todo juicio que emitamos tendrá mucho de especulativo y, por ello, de injusto. Por fortuna, Gregorio domina esos cuatro idiomas y —como parte del proyecto que tenemos— pudo empezar a leer y analizar el cúmulo de más de 500 cartas, escritas o recibidas por Pittier; no obstante, hasta ahora ha revisado apenas una pequeña muestra, pues nuestro proyecto carece de financiamiento.

En todo caso, frontal, temperamental o dotado del carácter que tuviera, lo cierto es que —por lo visto—, las autoridades del país percibían de manera positiva la inusitada capacidad de emprendedor de Pittier, así como su don de mando o gestión, al igual que su habilidad para concretar los proyectos que se proponía. Por eso siempre lo apoyaron.

No obstante, hubo un episodio que desentonó de esta norma. En efecto, con gran visión, Pittier insistía en la necesidad de elaborar un mapa de Costa Rica lo más completo posible, nutrido con información no solo física, sino que también climática, geológica, botánica y zoológica. Empero, debido a sus altos costos, esta iniciativa requería el aval del Congreso, durante la administración del conservador José Joaquín Rodríguez Zeledón, lo cual lo llevaría a soportar días de gran tirantez y hasta de desilusión.

Al respecto, en la biografía escrita por su amigo Jahn —a quien, de seguro, Pittier le confió información privada—, se narra que el médico Pánfilo Jesús Valverde Carranza —por entonces secretario de Instrucción Pública y presidente del Consejo de Ministros— le advirtió a Pittier que “ni el presidente ni el Consejo de Ministros encontraban juicioso el plan propuesto por él para el levantamiento y exploración del país, pero que someterían el asunto a una asamblea de técnicos, compuesta de todos los ingenieros nacionales y extranjeros residentes en el país, los agrimensores y diversas autoridades científicas de cuya opinión no se podía prescindir”. Hecho esto —narra Jahn—, Pittier pudo persuadir a todos los ingenieros, “pero fue violentamente rebatido por otros miembros del improvisado tribunal, quienes aprovecharon la oportunidad para descargar su saña contra los extranjeros, y hacer alarde de sus extensos conocimientos matemáticos”.

Aunque, en medio de tanta crispación, y cuando el proyecto del mapa estaba empantanado y a punto de fenecer, con valentía y gran ejecutividad Valverde le dio su apoyo, y logró que fuera aprobado. Gracias a tan oportuna intervención, a partir de entonces y por varios años Pittier y Tonduz se dedicaron a recorrer el país de costa a costa y de frontera a frontera, en sus exploraciones geográficas y biológicas; tan corajudo e infatigable era Pittier, que una crónica cojera que lo afectaba desde joven, así como un extravío por poco más de un mes en las cercanías del Cerro de la Muerte, no le impidieron cumplir sus metas. El producto de sus faenas científicas fue un detallado y excelente mapa —hoy preservado en el Museo Nacional—, más la sorprendente cifra de 18.000 especímenes de plantas recolectados.

Los perniciosos caciquillos

En realidad, la muy fructífera labor de Pittier no tuvo parangón alguno en Costa Rica. Y, de seguro, él hubiera permanecido aquí hasta su muerte, de no haber sido por personajes que, de manera abierta o velada, lo adversaron acremente.

Me percaté de esto desde la primera vez que leí el libro de Adina Conejo, en uno de cuyos pasajes se menciona una carta fechada el 2 de febrero de 1904. Dirigida al geólogo alemán Karl Sapper, le contaba con preocupación que su contrato expiraría en agosto de ese año, y que había enfrentado problemas con caciquillos costarricenses”, en obvia alusión a burócratas que ocupaban posiciones de poder, cuyos nombres omitió mencionar. Por cierto, puesto que Adina fue mi profesora de Estudios Sociales en el Liceo de San José, hace unos años —en una fiesta de egresados—, le consulté al respecto, pero me dijo no haber podido indagar más acerca de esos personajes.

Ahora bien, posteriormente, en el ya citado artículo de Monge-Nájera y Méndez-Estrada se menciona, aunque apenas de refilón, el “misterio sobre el rumorado enfrentamiento” entre Anastasio Alfaro y Pittier, y también se alude a “las fricciones frecuentes [de Pittier] con sus colegas y las autoridades locales”, pero sin especificar la naturaleza de esas desavenencias ni quiénes eran esos funcionarios estatales; ambas ideas se reiteran de manera literal en el libro Costa Rica- Historia natural (2003), de los mismos autores. Por su parte, Eakin afirma que “desafortunadamente, Pittier se convirtió en adversario de la principal figura científica de Costa Rica, Anastasio Alfaro, por motivos que permanecen desconocidos”, pero sin aportar sustento documental alguno.

En realidad, estas suposiciones o afirmaciones son de cuidado, pues han dado origen a verdades a medias, que adquieren visos de veracidad conforme se propagan y repiten una y otra vez. Así lo he escuchado varias veces, incluso de personas bien informadas, quienes dan como un hecho que —si no el principal—, don Anastasio fue uno de los mentados caciquillos.

Al respecto, debo manifestar que nunca he creído en esta pseudo-verdad. En primer lugar, porque, aunque es muy posible y hasta lógico que él tuviera desacuerdos con Pittier en diversos momentos y circunstancias —pues el conflicto es parte del mundo natural, así como de la naturaleza humana—, me parece que don Anastasio era un genuino caballero y un hombre sumamente honorable, incapaz de recurrir a armas innobles o de atacar a alguien por la espalda.

No obstante, hace poco Gregorio me alertó de un juicio descarnado de parte de Pittier, en una carta dirigida en 1948 a su amigo Paul Adams, al señalar que “Alfaro es difícilmente un recolector, botánicamente hablando, puesto que se limitó al envío de algunos helechos y otras plantas a Mr. John Donnell Smith. Él es ante todo un abogado local y su trabajo en Historia Natural es de tipo amateur”. Este juicio tiene mucho de cierto, pues en realidad don Anastasio fue más un administrador y un divulgador científico que un biólogo de campo, pero Pittier se excede al calificarlo simplemente como un naturalista aficionado y abogado —título obtenido en 1915—, cuando él ya tenía un fructífero recorrido de 28 años en el campo de la historia natural.

Aparte de éste, nunca he leído un solo juicio negativo acerca de él, con excepción de las acciones del matemático portorriqueño Enrique de Mira Villavicencio y del educador español Juan Fernández Ferraz —narradas en mi libro Trópico agreste—, quienes le tenían celos y buscaron perjudicarlo. Como era de esperar, don Anastasio supo replicar con total solvencia y rectitud ante esas infundadas acusaciones.

Además, su integridad como ser humano se capta en sus escritos, en los cuales tengo más de cinco años de estar trabajando, para el libro Anastasio Alfaro: el maravilloso mundo de la historia natural costarricense. Ensayos científicos, que el recordado amigo Elías Zeledón Cartín no pudo publicar en vida; en realidad, no son artículos realmente científicos, sino divulgativos, de popularización de la ciencia. Ellos transpiran humildad, alegría de vivir, donaire, amor por la naturaleza y por el prójimo, así como bonhomía y nobleza en sus juicios acerca de las personas. ¡Era un espíritu demasiado magnánimo, como para caer en bajezas!

Para que no subsistan dudas, un hecho ineludible de mencionar es que desde fines de 1897 don Anastasio se había alejado de su puesto en el Museo Nacional, pues hubo un conato de guerra con Nicaragua y, como buen patriota, así como gracias a la formación militar que tenía, marchó hacia la frontera norte, donde permaneció varios meses. Fue reemplazado por el recién citado Fernández Ferraz —cuyos hermanos Valeriano y Víctor fueron destacados educadores—, quien se mantuvo en ese puesto por casi siete años, durante las administraciones de Rafael Iglesias Castro y Ascensión Esquivel Ibarra. Al retornar de la fallida guerra, Iglesias reubicó a don Anastasio como oficial mayor de la Secretaría de Estado, cartera a cargo del abogado José Astúa Aguilar. Al año siguiente, el 16 junio de 1898, fue nombrado director de los Archivos Nacionales, puesto que ocupó hasta octubre de 1903.

En síntesis, desde unos siete años antes de la partida de Pittier, don Anastasio actuó como funcionario de dos entes estatales que no tenían injerencia alguna en el ámbito en el que laboraba éste, por lo que no cabe inculparlo de haber incomodado u hostigado al científico suizo, al punto de forzarlo a alejarse de Costa Rica.

Una reveladora carta

Ahora bien, en las postrimerías del siglo XIX se vivió una coyuntura muy desfavorable para el país, como lo indica el recordado botánico Jorge León Arguedas en su artículo La exploración botánica de Costa Rica en el siglo XIX, correspondiente a un capítulo del ya citado libro Ciencia y técnica en la Costa Rica del siglo XIX (2002). Según él, para entonces la economía del país fue muy afectada por una fuerte reducción de los precios del café en los mercados internacionales, lo cual coincidió con la ya mencionada amenaza de guerra con Nicaragua. Ello tuvo un serio impacto en varios aspectos de la vida del país, incluida la clausura del Instituto Físico-Geográfico a inicios de 1899, el cual ya de por sí se había debilitado mucho, como consecuencia de esta crisis.

Es en este contexto que se debe entender una carta remitida por Pittier en setiembre de 1899 a su compatriota, el reputado botánico Casimir de Candolle, la cual reza así:

Tal y como Ud. ha sido informado muy exactamente, mi puesto y, primitivamente el Instituto Geográfico igualmente, fueron suprimidos por paro ministerial del pasado 7 de enero [de 1899], y me encontré cesante después de doce años de servicios ininterrumpidos. El pretexto de esta supresión fue la necesidad del Estado de hacer economías, pero no era más que un pretexto y el verdadero motivo fue el odio falto de inteligencia de un Ministro de Estado, [Pedro] Pérez Zeledón, notable exclusivamente por su odiosa antipatía por los extranjeros. Aprovechó la ausencia del Presidente para hacer su golpe, y cuando el último volvió, habían pasado cinco meses, fui llamado a un puesto materialmente mucho más ventajoso que el que yo ocupaba antes, y mis obligaciones de familia, muy pesadas (tengo tres hijos en internados en Europa, mi mujer y una bebé -Margarita- en San José), que no me permitían retomar mi antiguo puesto en las mismas condiciones. No nos pudimos entender, y no nos entenderemos nunca probablemente; sin embargo, por instancia mía, el Presidente reabrió el Instituto y colocó personal de mi escogencia para conservar las colecciones y los archivos y continuar, con mi ayuda, los trabajos en vía de ejecución, hasta que se tomaran otras disposiciones”.

Según León (2002), las colecciones del Instituto fueron trasladadas al Museo Nacional, por entonces dirigido por Fernández Ferraz. Asimismo, se le reorientó hacia el campo agropecuario, algo esencialmente alejado de los intereses de Pittier.

La carta aquí transcrita fue recopilada por Häsler y Baumann en la biblioteca del Jardín Botánico de Ginebra, e incluida en su libro, el cual contiene mucha información original, hasta entonces inédita. Escrita por Pittier en francés, fue traducida por Gregorio, y compilada para la segunda edición de su libro sobre Tonduz, en 2019. Esto explica que haya permanecido bastante desconocida hasta hoy.

Cuando la leí por primera vez, me sorprendió muchísimo, y realmente no lo podía creer, pues Pedro Pérez Zeledón —sobre quien se han publicado numerosos artículos y dos libros biográficosfue un connotado jurista y un destacado funcionario público, que sirvió al país en varios ministerios, al igual que como diputado y embajador. Además, de manera póstuma, desde 1931 se le dedicó un floreciente cantón ubicado al suroeste del país, cuya cabecera es San Isidro de El General.

El abogado y político Pedro Pérez Zeledón.

Sorprende, asimismo, el aserto de su odiosa antipatía por los extranjeros”, algo inimaginable, por cuanto Pérez participó en numerosas misiones de carácter diplomático a lo largo de su vida, incluida la mencionada al principio del presente artículo, en busca de colaboración técnica de parte de Francia, Bélgica, Suiza, Alemania, Inglaterra y EE. UU. Y, por si no bastara con esto, desde mayo de 1898 hasta julio de 1899 ocupó el cargo de ministro de Relaciones Exteriores, en el gobierno de Iglesias. Llama la atención, además, que cuando se decretó el cierre del Instituto Físico-Geográfico, Pérez desempeñaba el citado puesto, el cual a primera vista no tenía una relación cercana con el campo científico. Pero, en fin…, eso fue lo que escribió Pittier acerca de él.

Palabras finales

Sería deseable que algún día se pudiera esclarecer la verdad completa de lo ocurrido con Pittier en los últimos años de su dilatada y fructífera presencia en Costa Rica, para lo cual habría que analizar no solo la correspondencia depositada en el Museo Nacional, sino que también aquella resguardada en museos, jardines botánicos y centros de investigación con los que mantuvo colaboración en el extranjero. No obstante, lo que sí es claro es que —a falta de evidencias tangibles y fehacientes— no se le puede imputar a don Anastasio Alfaro lo que hasta hoy, injusta e infundadamente, se ha dicho sobre él.

Sin duda, la partida de Pittier fue muy lamentable para nuestro país. Perdimos y malogramos la oportunidad de tenerlo con nosotros hasta los 92 años —que fue cuanto vivió—, tras mantenerse activo hasta casi el final de su vida. En efecto, a los 16 fructíferos años que vivió en Costa Rica sumó 14 años laborando para el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, tras lo cual —ya con 60 años a sus espaldas— fue contratado por el gobierno de Venezuela. Ahí dejaría una indeleble impronta en los campos de la botánica, la geografía y la conservación de los recursos naturales.

Al respecto, y al fin de cuentas, nos quedan el consuelo, la satisfacción y la alegría de que le correspondió a un hermano país latinoamericano beneficiarse del fecundo acervo de sabiduría proveniente del brillo intelectual y las visionarias acciones prácticas de un científico de tan colosales proporciones, como sin duda lo fue Henri Pittier.

Segundo episodio (sin pompa) relatos literarios intimistas siglos XIX, XX Y XXI. (I parte)

Alberto Salom Echeverría

I. 1.Contexto social y político del siglo XIX. 2.Intimismo en la literatura de la segunda mitad del siglo XIX.

En este artículo no he hecho más que intentar darle seguimiento al anterior, basado en la misma temática. Advierto una vez más que, si bien me creo un buen lector soy neófito en el tratamiento de las corrientes literarias y por eso me he esforzado en este relato, para que todo quedara debidamente respaldado; una parte importante del escrito está basado predominantemente en lo que he leído a lo largo de mi vida. Por lo consiguiente, no esperen que mi estudio sea sistemático; es más bien salteado, aunque deseo fervorosamente que, les resulte serio, entretenido e interesante.

1. Contexto histórico, social y político en el siglo XIX.

El siglo XIX me resulta una de las centurias más ricas y, a la vez entreveradas. Rica desde los inicios del siglo en lo cultural, tanto como en lo artístico, en lo literario y en la música. Pienso que lo cultural fue, particularmente en esta época, toda una reverberación de los intrincados, por complejos y plurales movimientos sociales, ora predominando las pujantes corrientes revolucionarias emanadas de las postrimerías del siglo de las luces, de la Revolución francesa, de Alemania e Inglaterra, ora resaltando más bien las fuerzas conservadoras que tiraban de la cuerda del poder en sentido opuesto, para intentar retrotraer o acaso tan siquiera, para ralentizar o lentificar la rueda de la historia. Estos movimientos sociales y culturales tan contradictorios que se disputaban el poder fueron los que hicieron de esta época algo tan hermoso, pero a la vez intricando.

Por otra parte, fue la centuria del auge de los imperios neocoloniales, hacia el final de estos cien años, cuando la riqueza generada por la fuerza humana de trabajo entremezclada con la tecnología y auspiciada por la segunda revolución industrial bajo el nuevo mandato de la triunfante burguesía industrial, provocó la aparición de unas gigantescas masas de capital, cuyos jugosos excedentes migraron hacia los bancos para recrearse, reproducirse y generar la aparición del capital financiero. Aparece entonces la burguesía financiera, tras una suerte de fusión entre el capital bancario y el industrial que, pujante como nunca, presionó por trascender las fronteras nacionales europeas y migrar esta vez, con un nuevo ímpetu neocolonial hacia todas las partes del mundo.

Con fuerza irrefrenable, el nuevo capital financiero de los países capitalistas más desarrollados de Europa, se lanzó por todo el orbe; en África despedazando y desmembrando culturas enteras, etnias y tribus, para someterlas a un inédito mapa conformado por nuevas fronteras de supuestos “estados nacionales”, todos los cuales quedaron subordinados a los nuevos imperios neocoloniales, mediante la acción militar, la exacción de multas e impuestos y la extracción y explotación de materias primas indispensables para darle un nuevo y fabuloso empuje a la industria europea. Asia no fue una excepción al hambre de conquista neocolonial; La India por ejemplo fue un caso tempranero de salvaje conquista, explotación y latrocinio sin par, por parte del Imperio Británico. Así fue como la India, desde el año de 1770 pasó a formar parte de ese vasto imperio. De esta manera, quedó sometida una extensa civilización que, había sido hasta entonces poseedora de sus propias costumbres, idioma y religiones sólidamente acendradas desde milenios.

América tampoco se quedó atrás, los imperios neocoloniales se la disputaron y la fraccionaron sojuzgando hasta las nuevas burguesías nacionales que, habían emergido al influjo de los gritos de independencia: el de Morelos en México el 14 de setiembre de 1813, precedido por el “grito de Chuquisaca” (hoy ciudad de Sucre, en honor de uno de los principales libertadores, el Gran Antonio José de Sucre), el cual se produjo en el seno de la propia cordillera andina en lo que hoy es Bolivia en Sudamérica, un 25 de mayo de 1809 y preconizó los demás movimientos independentistas en diferentes direcciones, en La Paz, en Cusco, en Lima e incluso en Buenos Aires y Santiago de Chile. No puedo dejar de mencionar el inicio de la independencia de España en “La Nueva Granada” (conformada por lo que hoy son las Repúblicas de Venezuela, Colombia, Panamá, en esa época anexada a Colombia y, por último, el Ecuador). Simbólicamente se afirma que “un florero” fue el detonante que desató el “grito de independencia de Colombia”, el 20 de julio de 1.810. Igualmente oportuno es recoger de la investigación, el hecho ya reconocido de que un costarricense que hacía estudios de medicina en Guatemala, en la temprana fecha del 2 de mayo de 1.808, lanzó “el primer grito de independencia de los pueblos de Hispanoamérica”; en tales circunstancias quedó sembrada una de las primeras semillas de la independencia en toda Hispanoamérica, por el prócer costarricense Pablo de Alvarado, quien debió pagar con la cárcel durante varios meses su osadía, acusado por la Corona española como instigador. (Cfr. Mora, Elvis. Docente, semanario universidad.com. 14 de abril de 2020).

Junto a la depredación, explotación, repartición o disputa de muchos territorios en todos los continentes del mundo, fueron migrando en diferentes períodos, los fabulosos movimientos culturales europeos. Las nuevas naciones de América en general eran las que estaban mejor preparadas para recibir la impronta de las culturas europeas. De modo que, en numerosas ocasiones, la influencia cultural europea pasó por el tamiz de la crítica literaria, musical y artística, en América del Norte y en Hispanoamérica. Lo que resultó de este proceso fue sin más, un sincretismo indoeuropeo o hispano europeo, mediante el cual la “nueva” literatura procedente del viejo continente se hizo vernácula. En otros continentes, e incluso en algunas partes en el mismo continente americano, surtió, en cambio, el efecto de la domesticación cultural, adocenando a cientos de millones de personas, con lo que contribuyó enormemente a la labor de conquista que se había impuesto el neocolonialismo. Hay vivos ejemplos de lo anterior en la cultura, por lo que, en muchos de estos contextos daremos cuenta de algunos de ellos en los siguientes parágrafos.

2. Intimismo en la literatura de la segunda mitad del siglo XIX.

No tendré más remedio que desarrollar este episodio de la serie, yendo al inicio de este y regresando posteriormente hasta mediados de la centuria y de ahí en adelante, con el objeto de establecer los vínculos adecuados de los movimiento intimistas y culturales de todo el siglo XIX.

El romanticismo, movimiento cultural que hunde sus raíces en las postrimerías del siglo XVIII, como lo dejamos expresado en el artículo anterior, es un terreno muy fértil para la expresión de la literatura intimista, tanto en la poesía como en la dramaturgia o la novela, así como en el arte y la música. Este movimiento, se extiende a lo largo de las primeras tres décadas del siglo XIX, expresando ya fuera rencor, odio, abatimiento, o por el contrario esperanza, alegría y toda la pasión hija de los más sublimes sentimientos subjetivos que es capaz de albergar el alma humana. La ocasión era propicia, habida cuenta del advenimiento de un nuevo mundo que se abría campo en Europa y América. En Europa, la cúspide de esas cumbres la constituyó la “Revolución Francesa”, escenificada en la “Toma de la Bastilla” en la que se condensó el ascenso de una nueva clase social, la burguesía industrial que, no sin mediar intereses económicos, deja sentadas las máximas filosóficas que perduran hasta hoy de “Libertad, Igualdad y fraternidad”. Había razón para la expresión de los anhelos y esperanzas de la humanidad. En la música, una de las cumbres más altas del romanticismo lo fue Ludwig van Beethoven; para mí la cumbre más alta, en especial con sus nueve sinfonías, en particular desde mi humilde criterio, la sinfonía número tres o “Heroica”, la número cinco, que también se le conoce como “Sinfonía del Destino”, gracias a Anton Schindler, secretario y biógrafo de Beethoven (mi preferida) y la nueve o “Coral”. No muy lejos de ellas la sinfonía número seis o “Pastoral”.

Más avanzado el siglo, y extendiéndonos hasta las primeras décadas del siglo XX, he encontrado una sistematización de los movimientos literarios que prevalecieron en la siguiente secuencia: El Romanticismo de nuevo que, está presente en las primeras décadas del siglo y con altibajos entre 1830-1880; El Realismo y el Naturalismo 1880-1900; el modernismo 1900-1920. Luego, más allá las vanguardias entre 1920 y 1925. En suma, el Romanticismo fue el movimiento cultural y, político también, surgido en el siglo XVIII y desarrollado en la primera mitad del siglo XIX, aunque con ramificaciones que se extendieron más allá. Creció el romanticismo y se desarrolló exaltando principalmente la idea de la libertad. Muy importante es en mi opinión retener, como lo acabamos de expresar que, el auge cultural de la época estuvo marcado por el ascenso de la burguesía y los ideales de la Revolución Francesa de igualdad, libertad y fraternidad. De acuerdo con los datos acopiados, el movimiento literario que predominó en la Europa de la segunda mitad del siglo fue el naturalismo, una reacción frente a los dos movimientos culturales anteriores contrapuestos como fueron el romanticismo y el realismo.

A finales del siglo, el género más cultivado fue la poesía, con autores de gran calado como Heirich Heine en Alemania, Giacomo Leopardi en Italia y, muy connotado Yevgueni Baratinski, el cual inauguró la Edad de Oro de la Literatura rusa. (Cfr. https://www.cervantesvirtual.com>obra-visor>html).

Por otra parte, muchos consideran que uno de los movimientos que se cultivó con más fruición e intensidad por parte de los escritores fue el posromanticismo, el cual, obviamente se expresó durante la segunda mitad del siglo XIX. Se afirma, además que, el género poético creció mucho en el posromanticismo, destacándose la poesía intimista. Dos autores que se mencionan con insistencia, en el contexto español que, descollaron creando poemas intimistas fueron: Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), escritor español romántico tardío, por lo que muchos lo consideran posromántico, y Rosalía de Castro (1837-1885). Los autores posrománticos se diferencian de los románticos, porque “…sin rebelarse a fondo contra la forma de vida burguesa como hicieron los románticos, se refugian en su intimidad, en la soledad, en la marginalidad […] Estas posturas nacen de la falta de identidad burguesa, que les produce un característico inconformismo. En su deseo de evadirse de la angustia que les provoca la hipocresía de la sociedad burguesa (especialmente notoria en la sociedad victoriana) caen en ciertos vicios como el alcohol y las drogas. A veces, inclusive enloquecen o se suicidan”. (Cfr. Robert Milder, Exiled Royalties: Melville and the Life We Imagine, Oxford University Press US, 2006, p41. ISBN 0195142322 y Claudia Moscovici, Romanticism and Post-romanticism, Lexington Books, 2007, p110. ISBN 0739116746).

Son narradores posrománticos Herman Melville, Thomas Carlyle, G. K. Chesterton; la Madame Bovary de Gustave Flaubert es una novela posromántica. Lord Alfred Tennyson, Oscar Wilde, Elizabeth Barrett-Browning y su marido Robert Browning, Algernon Charles Swinburne y Rainer Maria Rilke son también poetas posrománticos. En Italia puede citarse a Giovanni Pascoli y en Portugal a António Nobre.

En la música se funden el Romanticismo y el Barroco en Johannes Brahms, Serguéi Rajmáninov, Giacomo Puccini (La Bohème, Madame Butterfly), Charles Gounod, Erik Satie y Piotr Ilich Chaikovski. También Gustav Mahler pertenece a esta estética. (Cfr. Ibidem).

En el género poético, contrario a lo acontecido con otros géneros, siguió predominando el romanticismo, buscando eso sí, lo íntimo, subjetivo y personal de una manera clara, contundente. La poesía devino más intimista, resalta lo emotivo y sensorial y se escribe en favor de lo puramente lírico y formal. Deseo rematar esta descripción con una cita que, me ha parecido una buena síntesis que caracteriza las diferencias entre escritores románticos y realistas: “… se podría afirmar que, en líneas generales, la crítica de la época distingue entre idealismo y realismo. Una primera escuela incluye las teorías que defienden una preponderancia del intimismo y los sentimientos y, una segunda, requiere un mayor cientificismo y objetividad. El naturalismo sería una especificidad del realismo. Altamira, siguiendo a Blanco Asenjo, fue uno de los críticos que defendió con mayor claridad esta sistematización. (cfr https://www.scielo.sa.cr/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2215-26362019000300169).

No puedo resistir la tentación de solazarlos con la poesía quizás más famosa y bella de Gustavo Adolfo Bécquer y con esto termino este relato:

Fue el gran abanderado del romanticismo en España. En sus poemas habla de la creación poética, el amor, la muerte… Estas seis estrofas que componen “Volverán las oscuras golondrinas”, de Gustavo Adolfo Bécquer, son una oda a la fatalidad y al amor perdido.

Volverán las oscuras golondrinas, de Gustavo Adolfo Bécquer.

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

 

Pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres…

¡esas… no volverán!

 

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.

 

Pero aquellas, cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día…

¡esas… no volverán!

 

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar;

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.

 

Pero mudo y absorto y de rodillas

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido…; desengáñate,

¡así… no te querrán!

(Cfr. https://www.zendalibros.com/volveran-las-oscuras-golondrinas-gustavo-adolfo-becquer/).

 

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