Ir al contenido principal

Etiqueta: Socialismo Democrático

DE LA ESTULTICIA Y EL LARGO CAMINO HACIA EL OLVIDO

Columna Libertarios y Liberticidas(26)
Tercera época
Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

Principio del formulario

La estulticia de los gobernantes, y de buena parte de las gentes de la llamada «sociedad civil» costarricense de la segunda mitad de los años cincuenta del siglo anterior, no soportó la presencia de la historia viva, expresada en el extraordinario patrimonio arquitectónico que nos dejaron las generaciones anteriores, a lo largo de un siglo, pues según esas gentes había que modernizar la capital de la República llenándola de horribles edificaciones de varilla y cemento, todas casi idénticas y espantosas. La encarnizada destrucción del Palacio Nacional, edificado entre 1855 y 1857 por un arquitecto alemán, hasta entonces sede de la Asamblea Legislativa de Costa Rica es equivalente en nuestro medio a la quema (o alguna de las sucesivas destrucciones) de la Biblioteca de Alejandría, por parte de monoteístas cristianos o musulmanes, en dos momentos históricos diferentes, ateniéndonos a la especificidad del contexto histórico, social y cultural en el que tales hechos se produjeron. Ni siquiera vale la pena lamentarse, somos el país que nunca fue, a pesar del pretencioso chauvinismo con el que miramos hacia las otras naciones de la América Central, las que por cierto han conservado su patrimonio arquitectónico.

Nos convertimos en un país sin historia, a la pérdida del patrimonio cultural strictu sensu siguió un extendido analfabetismo por desuso, donde no hay lectura e investigación que llegue a grandes sectores de la población, la que hoy está inmersa en los avatares de la globalización, la que nos rotula como seres sin identidad propia. Sucede, entonces, que al no estar visibles los lugares donde ocurrieron los hechos históricos de más importancia, de los que ya no hay evidencia material, su recuerdo se diluye de la memoria de las gentes, sobre todo de las mayorías populares. Las siguientes generaciones difícilmente se van a identificar con algo que no ven, pasan preguntando donde quedaba la plaza tal o la institución llamada…no es posible que las hagan suyas, más allá de la «aburrida» lectura a la que son obligados dentro de la educación formal.

En medio de todo esto, nos encontramos con que el PLN o Partido Liberación Nacional, que alguna vez fue el partido político más importante en este país no existe como tal desde hace muchos años, lo que quedó fue la franquicia electoral de la que disfrutan los herederos de los padres y abuelos fundadores quienes quedaron reducidos a la condición de estatuas, cuando no condenados al olvido, ahora es una fábrica o sindicato para hacer diputados YES MEN AND ALSO YES WOMEN, como dijo con acierto el recordado Alberto Cañas Escalante.

Del socialismo democrático, o de algo así, del que tanto se hablaba en tiempos de Rodrigo Facio Brenes, Daniel Oduber Quirós, Carlos Luis Jiménez Maffio, Luis Alberto Monge, Rodolfo Solano Orfila, los hermanos Fernando y José Manuel Salazar Navarrete, Enrique Azofeifa Víquez, Cecilia González, Jorge Luis Villanueva, Piquín Garro, Fernando Volio Jiménez, Manuel Carballo y tantos otros, de grata memoria, no quedó ni el recuerdo, es como si no hubiese existido ni siquiera como la formulación de una política posible o, al menos utópica en el mejor sentido del término.

El Manifiesto de Patio de Agua para una revolución democrática de 1968, suscrito por tantos socialdemócratas de entonces, que tanta ira suscitó en el diario La Nación y en toda la derecha cavernícola de aquel gobierno reaccionario de José Joaquín Trejos, al parecer quedó para la crítica devoradora de las ratas como dijo Karl Marx, a propósito de uno de sus textos de juventud.

Lo mismo sucede en cuanto al Keynesianismo rooseveltiano de don José Figueres Ferrer –por así llamarlo- con sus políticas redistributivas del ingreso, la intervención del estado para regular el mercado y los salarios crecientes, un tema del que creo que muchas gentes de este cambio de siglo ni siquiera han oído hablar, además de que es una herejía o quienes lo hagan estarían incurriendo en el dogmatismo cuando lo políticamente correcto es ser pragmáticos, FOR EVER, entre los politiquillos que usufructúan de lo que quedó del viejo PLN, beneficiándose de un modelo económico en el que la libre competencia no pasó de ser un slogan. Muchos piensan que es mejor seguir las enseñanzas económicas neoclásicas de la Escuela de Chicago, con Von Mises y Hayek como obispos y profetas precursores, aunque sin aplicar sus consabidos preceptos.

Ahora hay que vender, malbaratándolas a precio de remate, las instituciones que se hicieron con los esfuerzos de todos los costarricenses, una tarea que deja inconclusa, aunque bastante encaminada, el cortesano Carlos Alvarado, para lo que tuvo la decisiva ayuda parlamentaria de los diputados del PLN PAC PUSC y demás partidos de la coalición gobernante que se integró en abril de 2018, con el concurso no tan periférico de los panderetas del RN y NR.

No hay duda, a falta de otras señales, de que Rodrigo Chaves se encamina por esa ruta, tras vencer en unas elecciones donde los poderes fácticos hicieron hasta lo imposible para impedir su llegada a la Casa Presidencial del barrio de El Zapote, en una de las campañas políticas más sucias de nuestra historia reciente. ¿Podríamos darle, al menos, el beneficio de la duda al recién llegado? ¿Se atreverá a obligar a los grandes evasores tributarios a pagar la inmensa deuda que han acumulado con el fisco? ¿detendrá o podrá detener la liquidación de la Caja Costarricense de Seguro Social y el saqueo sistemático de sus dos regímenes? ¿La Nación y los grandes medios de la radio y la TV le pagarán al fisco, en valores indexados al presente, sus franquicias para seguir utilizando el espacio radioeléctrico o, en su defecto, el nuevo presidente tendrá que sobornarlos? ¿Se terminarán las cochinillas y las trochas? La lista es muy larga.

Principio del formulario

Honduras socialista y democrática

Luis Fernando Astorga Gatjens

El compromiso, claro y firme, de la presidenta Xiomara Castro de llevar a Honduras, por la senda del socialismo-democrático, debe llenar de esperanzas a un pueblo azotado por la pobreza y la miseria, la desigualdad social y la desesperanza, la corrupción rampante y la violencia, a la que lo empujaron, con mayor profundidad y fuerza, los once años de gobiernos neoliberales y corruptos, que preceden su mandato.

El jueves, 27 de enero le fue colocada la banda presidencial a la primera mujer hondureña en convertirse en la jefa del Ejecutivo, en los 200 años de vida republicana del hermano país centroamericano.

Su primer discurso como presidenta, expresado ante su pueblo y delegaciones representantes de diversos Estados, fue sólido y categórico, en distintos sentidos. No se anduvo por las ramas. Ni edulcoró las cifras duras de la realidad social y económica de su país (tal y como la deja la presidencia de Juan Orlando Hernández), ni dejó de expresar que tomará distancia del neoliberalismo, que ha heredado cifras trágicas para su país, al convertirlo en el más pobre del continente americano.

La pobreza en Honduras alcanza alrededor del 70 % de su población y se incrementó hasta un 75 % como consecuencia de la pandemia, combinada con las graves inundaciones y otras secuelas, provocadas por los huracanes Eta e Iota. Prácticamente, ocho de cada 10 hondureños son pobres. Igualmente, la miseria ha alcanzado a una mayor cantidad de familias, mientras la riqueza se ha concentrado aún más.

La crisis económica y la descomposición social son causas, junto a violencia delictiva, en gran medida provocada por la actividad del narcotráfico, de la migración hacia el norte del continente. Muchas familias y personas al vislumbrar un horizonte tan sombrío para sus vidas se organizan en caravanas para aventurarse a un peligroso viaje en la ruta Guatemala-México para llegar a la hostil frontera estadounidense.

La presidenta Castro Sarmiento fue electa en noviembre anterior, como candidata del Partido Libertad y Refundación (LIBRE). Obtuvo una holgada diferencia en la segunda ronda. Se impuso con el 51,12 % de los votos frente a Nasry Asfura del oficialista Partido Nacional, que logró el 36,93 %. En el año 2009, Manuel Zelaya fue derrocado por desarrollar políticas sociales que favorecieron a los trabajadores y al pueblo de su país, y por proyectar convertir el aeropuerto de la base militar de Estados Unidos en Palma Sola, en un aeropuerto comercial; lo que no fue bien visto por el gobierno de Obama-Biden que –con su actuación y omisiones– mostró que respaldó el golpe contra Zelaya.

En su discurso, la presidenta formuló una apreciación situacional del país tan esclarecedora como sombría. Mostró como en el periodo que calificó de dictadura (2009-2022), el país fue saqueado en distintos campos y se impuso un gobierno corrupto y vinculado con el narcotráfico, que ha ido tan lejos en su complicidad como que un hermano del expresidente saliente ha sido condenado a cadena perpetua en Estados Unidos por narcotráfico. Asimismo, Juan Orlando Hernández para eludir la justicia y asegurarse disfrutar la impunidad en los próximos cuatro años, se hizo elegir diputado en ese refugio inoperante que es el Parlamento Centroamericano.

«El Estado de Honduras ha sido hundido estos últimos 12 años y lo recibo en bancarrota, el país debe de saber qué hicieron con el dinero y dónde están los 20 millones de dólares que sacaron en préstamos, mi gobierno no continuará con la vorágine de saqueo que ha condenado a las generaciones de jóvenes a pagar la deuda que contrajeron a sus espaldas. Debemos arrancar de raíz la corrupción de los 12 años de dictadura; tenemos el derecho de refundarnos sobre valores soberanos, no sobre la usura y el agiotaje», expresó Xiomara Castro con energía y claridad meridiana.

Por su parte, en el ámbito de la política exterior, se pronunció a favor del multilateralismo y la complementariedad entre los Estados y naciones del orbe. Con ello toma una prudente distancia con las políticas de la Casa Blanca, que sigue obsesionada en un unilateralismo hegemonizado por Estados Unidos, cuando este país nunca se ha encontrado en una posición de tanta debilidad como en el presente, tanto en el crepitar de su deteriorada democracia como en un mundo caracterizado por una creciente multilateralidad.

Al final de su esperanzadora alocución, la presidenta de Honduras enumeró 22 medidas económicas, sociales, anticorrupción, por la justicia y la seguridad. Tengo la certeza de que tiene por delante un camino muy empinado y desafiante. Hay poderosas fuerzas externas e internas que buscarán evitar que avance en la ejecución de su programa de Gobierno y que, incluso, lo buscarán descarrilar. De hecho, aún antes de jurar como mandataria, ha debido enfrentar la traición de 18 diputados de su partido, que se aliaron con los partidos del desastre reciente, a la hora de definir al presidente del Poder Legislativo. Así las cosas, se ha elegido dos directorios para el Congreso Nacional; situación que está en las sedes judiciales y que tendrá que quedar definida pronto.

«Nuestra visión del mundo antepone al ser humano por sobre las reglas del mercado…», expresó Castro Sarmiento, con lo que busca orientar un cambio del modelo que ha prevalecido en los últimos tiempos. Se trata de transitar del individualista modelo neoliberal (terrible para las mayorías, exitoso para una minoría plutocrática) a uno centrado en la inclusión social y en la defensa de los derechos humanos, para todos.

Con un profundamente sentido: «¡Hasta la victoria siempre!», la presidenta Xiomara Castro selló un discurso que traza un camino hacia un Socialismo Democrático hondureño, que aviva las esperanzas del pueblo catracho por mejores tiempos y que debe ser motivo de aliento de los pueblos latinoamericanos, que han venido eligiendo en los años recientes, gobiernos de corte progresista que rompen con un neoliberalismo, que es responsable de desastres sociales por doquier.

Ojalá que este flujo de corrientes progresistas de la región se exprese en estas elecciones del 6 de febrero en nuestro país, para que la democracia costarricense sea fortalecida y retornemos por la senda abandonada por los Gobiernos del PLN, PUSC y PAC, de un Estado Social de Derecho, como el que singularizó al país a finales del siglo anterior.

(1 de febrero, 2022)

La democracia en peligro

Dr. Juan Jaramillo Antillón

Hace 2.500 años, el filósofo griego Platón señalaba: “El Estado es lo que es porque sus ciudadanos son lo que son. Por lo tanto, ni esperemos siquiera tener mejores Estados, mientras no tengamos mejores hombres”. “Un problema de la democracia es que no existe igualdad perfecta de oportunidades en ella “. “Además, es muy difícil lograr en una población la suficiente educación en la mayoría de las gentes para desempeñar adecuadamente cargos públicos, y por ello solo aquellos que habían demostrado tener sabiduría, capacidad y honestidad en su labor diaria deberían ser elegidos para gobernar”. Por supuesto Platón sabía que eso era solo un sueño.

La utopía de un gobierno perfecto no se ha logrado y creo que no es realizable con excepción de lo logrado en algunos países nórdicos, a la cabeza en ese sentido. La razón de esto es, la característica propia del ser humano por ser imperfecto en muchos aspectos tanto físico como mentalmente, a lo que se suma el hecho de si a los niños en el hogar, sus padres no les enseñan las diferencias entre el bien y el mal, y si le agregamos que el niño pequeño asimila mucho lo que ve (ejemplos), y si estos no son buenos, ahí se inicia la deformación en la formación de su carácter y futura conducta.

Hemos aprendido que, así como la democracia nos depara libertad y supuestamente igualdad de oportunidades debido a nuestra preparación, sin embargo, también nos muestra sus fallas, entre ellas permitir “la incompetencia e irresponsabilidad” en la función pública algo bastante generalizado. Además, hay otro aspecto que debilita la imagen de la democracia, como es la “corrupción”, la cual se da por avaricia y deshonestidad de muchos gobernantes, que, al tener el poder, creen tener el derecho a usufructuar las ventajas en su beneficio y no en las del pueblo que lo eligió.

La responsabilidad de actuar bien, de parte del empleado público, desde el más alto puesto como es la presidencia, al más simple trabajador estatal, es un “sine qua non” para que la democracia funcione. El problema es que grupos de empresarios privados de todo nivel, buscan cómo lograr beneficios económicos ilegítimos y logran esto con ayuda del corrupto empleado público; los ejemplos que la prensa nos muestra de los alcaldes y de lo sucedido en la Caja Costarricense de Seguro Social son pequeños ejemplos de lo que nos está pasando y sucede en todo el mundo, agregado a esto el narcotráfico cuya influencia y poder están destruyendo a los gobiernos de cualquier ideología.

Una de las más grandes ventajas de la democracia es la libertad de opinión y el derecho que tenemos todos de expresar nuestro malestar o disgusto ante hechos que nos parecen incorrectos en todas las actividades de la vida. Para que esto se dé se requiere la existencia en el país de una prensa libre independiente y honesta. La libertad de opinar y sobre todo la de actuar, no puede ser irrestricta, ya que sabemos que nuestros derechos acaban donde comienzan los de los demás; o para decirlo mejor, la seguridad de la sociedad vale más que el individuo, aunque con esto el individualismo del liberalismo, deba ceder paso al socialismo democrático.

Esa libertad es a la vez una debilidad y también, una forma de autocorrección que no existe en otro tipo de gobierno como son las dictaduras de izquierda o derecha cuando llegan al poder. La debilidad se genera cuando, al existir un hecho doloso en el gobierno, la prensa en libertad para informar, con razón lo muestra a la población; como las fallas son constantes y a todo nivel, así va creciendo la desilusión de los ciudadanos sobre si la democracia es un gobierno adecuado para avanzar hacia un mejor desarrollo social y económico.

Las deficiencias generan desconfianza y pérdida de la credibilidad en los partidos políticos tradicionales y en sus candidatos, entonces el ciudadano comienza a preguntarse y hasta aceptar la idea de “una mano fuerte para gobernar”. Así es como las democracias ceden paso al totalitarismo.

El problema es que, no puede existir una sociedad democrática sin el derecho a un cuestionamiento cívico de los sucesos de su gobierno. En el momento que se pierda la libertad de opinar abiertamente, la democracia comienza a sucumbir. Los ciudadanos deben aceptar que la democracia más que una meta, es en realidad un largo camino, que se va perfeccionando con los años y las correcciones que le hagamos. En ciencias a eso se le llama “la prueba y el error” y es así como esta avanza, aunque no le agrade a más de uno, pero es con este tipo de ciencia que hemos logrado los progresos y avances de la sociedad.

Aceptamos que, al no haber seres perfectos, debemos elegir para gobernarnos a personas honestas, que ofrezcan programas realizables para los recursos que poseemos, y sobre todo que tengan una clara visión de nuestras limitaciones y de los valores que se deben proteger.

TODOS somos responsables en menor o mayor grado por la elección de las personas a puestos políticos, y por ello, hay que tener el máximo cuidado al elegir al que consideremos el mejor posible si es que lo hay, y si no, aunque cueste decirlo, al menos malo. Esto último sucede, porque precisamente el pueblo (hombres y mujeres) mayores de edad, honestos y trabajadores no suelen participar en la formación de los partidos, en las campañas políticas e incluso en ocupar cargos públicos, dejando entonces que, el oportunista político sea al final elegido, aunque esté lleno de defectos.

Aristóteles decía: “el hombre no actúa movido por ideales éticos, es preciso coaccionar su voluntad por medio de la ley para que haga lo correcto”. “Con la ley, el hombre es el ser más perfecto, sin ella es el más salvaje. Por eso precisa de una buena organización social, el Estado, el cuál mediante leyes, lo obliga a obrar rectamente”.

La democracia a pesar de su imperfección contribuye a que el Estado creado dentro de ese sistema, sea el mejor posible para los ciudadanos. Por eso debemos contribuir a mejorarla no a destruirla.

La Crisis de las crisis

Esteban Beltrán Ulate

Las crisis implican una comprensión de sociedad en tensión constante, situación que responde a una concepción desde la cual existen puntos de presión y “escenarios en tensión”, bajo una multiplicidad de formas. Pensar la humanidad, implica necesariamente pensar la diversidad, por tal razón, decir humanidad es decir pluralidad. No obstante, debido a la globalización que se ha consolidado en nuestra época, bajo una orientación política que instaura una visión de mono-cultura, mono-lengua, y mono-economía, desencadena una hiper-crisis: la crisis de las crisis.

Dicho de otra manera, las crisis son una condición necesaria de todo grupo social donde nada está totalmente asentado, pues la disposición entre tesis y antítesis son constantes, desde diversas dimensiones. El problema que quiero exponer es que, con la modernidad (colonialista, capitalista, patriarcal) se ha constituido una suerte de Torre de Babel, se ha instalado un sentido común, donde la una subjetividad totalizante extiende un discurso a partir de las diferentes estructuras de dominación.

La crisis de las crisis es aquella que perpetra una parálisis de los sistemas de pluri-pensamiento, a partir de la instauración de un macro orden que bajo el discurso a la carta de las necesidades previamente condicionadas por estrategias de comunicación inducen a las sociedades a un modo de “sub-vida”. La crisis de las crisis es aquella donde ya ni siquiera podemos tensar-nos como parte de nuestra condición diversa como especie humana, sino que nos encontramos bajo una condición de dominación que está avanzando de manera turbulenta sobre nuestras sociedades bajo una forma de un “sentido común”, que desencadena nuevas consecuencias en una subjetividad neoliberal masiva.

Es necesario reflexionar sobre la naturaleza de las crisis y sus condiciones, esto imprime en hombres y mujeres la necesidad de re-elaborar estrategias teórico-práctica para actuar. En este escenario, las izquierdas deben re-inventarse, y sin olvidar la tradición de sus fuentes, asumir nuevos derroteros discursivos que propicien alternativas que no solo procuren dirigir la mirada al «pan con mantequilla» sino a «al trigo y la vaca». Esto implica dejar de dirigir los ataques a las sombras del esbirro y enfrentar al esbirro mismo. Lo que permitirá volver a la vida de las crisis, donde las izquierdas, bajo diferentes formas, incluso bajo la forma de socialismo democrático, pueda coexistir como modelo, que pueda ser asumido y desarrollado, en consonancia con la vida, dentro de un esquema global y plural.

El socialismo democrático frente a liberales y antiliberales

Adrián Velázquez Ramírez y Francesco Callegaro

Septiembre 10 del 2020

El socialismo democrático ha tenido relaciones conflictivas con autoproclamados liberales y diferencias fundamentales con quienes rechazan algunos de los fundamentos de la tradición liberal. Esta tensión puede ayudar a comprender los lineamientos ideológicos socialdemócratas, a la vez que alumbrar algunas de sus problemáticas posiciones actuales.

La reconstrucción de un lenguaje

El surgimiento de una derecha liberal con capacidad de movilización popular se nos presenta como un auténtico desafío político e intelectual. Dentro del amplio y heterogéneo espacio que es la izquierda, resulta indispensable reflexionar sobre cómo articular una oposición que, sin sacrificar los principios y objetivos que la identifican, también resulte efectiva para contrarrestar su avance. Un eje sobre el cual empieza a transitar este debate se relaciona con el lugar que tienen los valores liberales dentro de la propia izquierda.

La precipitación de esta discusión es entendible en la medida en que se percibe que parte de las llamadas «nuevas derechas» amenazan el propio marco de la democracia liberal con el que, por cierto, llegan al poder y cuyos recursos explotan. Las garantías que esta forma política parece ofrecer para mantener un espacio político son puestas en tensión por un discurso que no las considera esenciales para la vida en común. De ahí que lo que antes nos parecía un piso mínimo y hasta insuficiente se nos manifieste ahora como un objeto de deseo que nos convoca a emprender su defensa. Sin embargo, este acto-reflejo debe ser meditado y reflexionado. El peligro es que esta maniobra defensiva nos impida sostener el ímpetu de una crítica al liberalismo que ha sido sumamente productiva para el pensamiento democrático.

En tal sentido, es necesario revisar la relación histórica entre socialismo y liberalismo. Particularmente, es preciso hacer foco en la forma en que esa amplia tradición identificada como socialismo democrático produjo una crítica al liberalismo que funcionó como una plataforma desde la cual fue posible trazar principios y conceptos que han dejado una impronta en las democracias contemporáneas tan importante (o más) que el propio liberalismo. Con este objetivo, nos proponemos ofrecer un breve recorrido histórico-conceptual, focalizando en tres momentos de esta trayectoria. Intentaremos mostrar que, en la crítica dialéctica al liberalismo, el socialismo democrático fue generando un lenguaje político propio al cual es posible acudir para enfrentar el desafío actual, sin que ello signifique perder el rumbo.

Justicia social: el inicio de un camino

Luego de la Revolución Francesa, la invención del individuo como sujeto de derechos favoreció la disolución de la intrincada red de privilegios del Antiguo Régimen. La igualdad de todos los ciudadanos frente a la ley permitió dar cauce a buena parte del impulso revolucionario. Sin embargo, y de forma un tanto paradójica, la luminosidad que prometía traer la figura del individuo emancipado fue acompañada por una densa sombra que envolvió inéditas relaciones de sujeción y coacción. La libertad de contratar o vender fuerza de trabajo, con la única condición de que esta transacción expresara el mutuo acuerdo entre las partes, contrastaba con la asimetría de los sujetos concretos que establecen este vínculo. Bajo la igualdad formal del discurso liberal yacía un mundo por descubrir y transformar. Dentro de este estado de cosas, el socialismo emerge durante el siglo XIX con el propósito de hacer inteligible ese ámbito de relaciones sociales.

Es precisamente del concepto de sociedad de donde el socialismo declinó su nombre. Y es aquí donde empiezan las diferencias –y también las confusiones– con la tradición liberal. Si el liberalismo decimonónico solo podía pensar lo social como una aglomeración de individuos cuya función coordinadora únicamente podía ser ejercida por el mercado en el marco jurídico definido por el Estado, para el socialismo la sociedad era un torrente complejo en donde coexisten grupos sociales, tradiciones culturales y lazos de interdependencia. Desde este parámetro, el individuo formal y abstracto no podía ser considerado como otra cosa que como una ficción. Esta crítica, sin embargo, no implicó una reacción antimoderna. Por el contrario, la idea del socialismo surge en las décadas de 1820 y 1930 para enfrentarse a la reacción contrarrevolucionaria, con el propósito explícito de salvar la revolución, desplazando y relanzando sus ideales.

Socializar la libertad significaba completar la tarea revolucionaria poniendo sus conquistas al alcance de todos, buscando establecer la solidaridad ahí donde se descubría subordinación. En este punto resulta central advertir la torsión socialista del concepto de libertad. La idea fundante del liberalismo solo podía ser preservada siendo alterada. A la concepción negativa de la libertad, pensada como ausencia de interferencia garantizada por las leyes, los socialistas opusieron una concepción positiva de la libertad, que buscaba englobar los derechos en un conjunto de obligaciones vinculantes, fruto de las relaciones sociales y su redefinición política y jurídica. Esta idea socialista de libertad puede resumirse con las palabras de Pierre-Joseph Proudhon (que expresan un núcleo de sentido compartido por todos los socialistas, desde Saint-Simon hasta Karl Marx y más allá): «El hombre más libre es aquel que guarda más relaciones con sus parecidos».

Es a partir de esta creación conceptual, en la cual se condensa la superación socialista del liberalismo, como se puede y se debe entender su aporte distintivo a la cultura política moderna. A partir de esta nueva manera de entender la libertad como libertad social, fruto de las relaciones sociales y de su dinámica antagónica, el socialismo llegó a la conclusión de que solo en la realización de la justicia social era posible sostener el proyecto moderno. Parido por esos seres extraños que fueron los saint-simonianos, la silueta de la justicia social iniciaba ahí donde el liberalismo acababa. A partir de este momento, el término se convirtió en un principio dinamizador que modificaría y daría sustancia al propio horizonte democrático.

Pluralismo social: el viraje institucional

El efecto dinamizador del principio de justicia social alcanzó un nuevo cénit en las primeras décadas del siglo XX. La progresiva organización de la sociedad fue dando origen a distintas asociaciones que lograron reinscribir al individuo en múltiples pertenencias más allá del Estado. El reconocimiento jurídico de estas asociaciones estuvo lejos de ser un camino montado en terciopelo. Para el liberalismo, los clubes, partidos, mutuales, cooperativas y sindicatos representaban un cuerpo extraño situado entre el Estado y el individuo, pues solo podía interpretarlas en el marco del derecho privado. Es decir, en tanto las consideraba como privadas de toda incidencia política efectiva. En este punto también se entiende la relación de tensión entre socialismo y liberalismo. Lo propio del socialismo no ha consistido, en efecto, en la reivindicación de la autonomía de la sociedad civil y de sus asociaciones: en este punto sería imposible distinguirlo del liberalismo. El socialismo ha defendido las asociaciones en su capacidad perturbadora del reparto liberal de lo sensible, caracterizado por la división entre lo público-estatal y lo privado. Por el contrario, es en el carácter excedente de lo social donde el socialismo ha encontrado un argumento para interpretar las asociaciones como una forma de organización capaz de fortalecer los lazos de solidaridad que al mismo tiempo condensaba las dinámicas políticas.

Esta trayectoria ascendente de organización social tuvo en la idea de derecho social uno de sus puntos culminantes. De talante socialista, el derecho social fue un proyecto que intentó sintetizar y formalizar la centralidad que había logrado este pluralismo de asociaciones reconociendo su capacidad para crear vínculos jurídicos, transformándolas con ello en instituciones indispensables para la organización de la solidaridad social. Se trataba de crear una nueva rama jurídica que descentraba la importancia del derecho emitido desde el Estado y le otorgaba al pluralismo social un lugar estrictamente político que nuevamente trastocaba el marco liberal. El derecho es entonces social porque procede de la sociedad y sus grupos organizados, no porque se ocupa de cuestiones «sociales» o «económicas». El énfasis está puesto en su modo de producción (social) y solo secundariamente en su objeto.

En efecto, este pluralismo excede por mucho la forma en que era interpretado este valor desde la tradición liberal, pues no se agotaba en la tolerancia a la diversidad de corrientes de opinión presentes en el espacio público ni a la discusión entablada ahí. Se trataba, por el contrario, de hacer de la pluralidad de asociaciones verdaderos puntos cardinales de la función de gobierno. La tensión con la distinción entre Estado y sociedad civil resultaba inevitable. Este pluralismo social no negó las instituciones tradicionales de representación basadas en el ciudadano individual (una persona, un voto) como el Parlamento, sino que buscó su complementariedad y ampliación a través de instancias de participación colectiva o gremial, como los Consejos Económicos y Sociales, que en algunos casos lograron un estatuto constitucional.

Tal fue la conmoción que provocó esta tendencia a la autoorganización democrática de la sociedad que intelectuales como el jurista León Duguit en Francia o el politólogo Harold Laski en Gran Bretaña dieron por superado el principio de soberanía estatal. Si en este entramado pluralista el Estado era solo una entre otras asociaciones, no cabía entonces pensar esta nueva realidad desde el prisma de un principio que se presumía indivisible. Ante esto, Duguit se propuso repensar la función del Estado desde la idea de «servicio público» y Laski ensayó una teoría pluralista del Estado retomando el federalismo social de Proudhon. En esta misma perspectiva, se sitúa la anticipación sociológica del Estado social como Estado de la sociedad, sensible en los trabajos de Émile Durkheim y Marcel Mauss, en tanto acentuaron la función de un centro de gobierno encargado de introducir y sostener las mediaciones necesarias a la producción democrática del derecho social, desde una visión renovada de la nación.

Estado social y democrático de derecho: la definición de un proyecto político

Esta tendencia a la democracia social llevó al pensamiento político de la época a proyectar nuevos dispositivos constitucionales que permitieran asegurar una instancia de gobierno capaz de coordinar este pluralismo social. Este es el problema que nos conduce a nuestra última parada. Fue el socialista democrático Herman Heller quien logró dar lugar a la formulación «Estado social de derecho» en la historia de los conceptos. Se trató de una formulación que, en la segunda mitad del siglo XX, permeó de manera profunda nuestra comprensión de la democracia y su diseño institucional.

En la invención de este concepto volvemos a encontrarnos con el mismo gesto dialéctico en relación con el liberalismo. El Estado social de derecho era, al mismo tiempo, una crítica al Estado de derecho liberal y burgués y una superación de este en la que se conservaban algunos de sus elementos principales. Es justamente en la selección retrospectiva de las libertades dignas de valor donde se puede medir el sentido de la superación socialista del liberalismo: para Heller, el liberalismo que merecía ser preservado era el de los derechos susceptibles de abrir un espacio político antagónico, condición de posibilidad de la puesta en cuestión de las relaciones de producción. En su justificación del Estado social de derecho, Heller aducía que la adhesión del proletariado a las instituciones y procedimientos de la democracia representativa había provocado una ampliación y una transformación tanto de los valores del liberalismo como de sus instituciones. No solo eso, sino que la falta de voluntad de una burguesía entorpecida y cínica para aceptar estos cambios y ser coherentes con sus propios principios había apartado definitivamente a las clases dominantes del sendero democrático y las había puesto en el camino de la dictadura, tal como lo evidenciaba el fascismo en Italia y el nacionalsocialismo en Alemania.

Heller nos ofrece así, al igual que otros sociólogos socialistas, una grilla de lectura que sigue vigente, en tanto nos permite entender que el liberalismo no contiene dentro de sí los propios antídotos de su deriva autoritaria. Paradójicamente, librado a su suerte, el liberalismo sienta las bases de su propia negación y solo se preserva en su superación socialista. Para Heller, solo en el marco de un Estado social de derecho el liberalismo podía conservar su vitalidad, siendo parte subordinada de una democracia ampliamente pensada y realizada como el aspecto definitorio de una nueva forma de vida. Esta democracia estaba caracterizada por la participación efectiva de los grupos en las decisiones del gobierno a partir de las mediaciones necesarias para hacer del antagonismo social un principio productivo y generador de orden. Las libertades que aseguraban la participación social y política representaban, en este sentido, una condición indispensable para que el Estado pudiese cumplir cabalmente su función social: la de organizar la cooperación social.

Detrás de la máscara neoliberal

La reconstrucción de la tradición del socialismo democrático nos permite comprender la génesis de nuestro presente y vislumbrar la salida del aparente laberinto en el que nos encontramos actualmente. En sus fuentes intelectuales, el neoliberalismo se perfiló como un contraataque frente al auge del socialismo democrático, tal y como pudo expresarse –parcial, pero de manera concreta– en los Estados sociales de Europa y América Latina. Friedrich Hayek estuvo entre los liberales más lúcidos al respecto, pues identificó las coordenadas principales del proyecto que había que desmantelar: la justicia social resultaba, ante sus ojos, un sinsentido que había llevado a la propia subversión del liberalismo. Al traer al centro de la escena el conflicto entre los grupos sociales, la justicia social condujo a un fatal punto de inflexión para el Estado que era necesario remediar. En este sentido, el neoliberalismo no surgió para agregar un complemento político y gubernamental al liberalismo económico del siglo XIX, sino más bien para reafirmar la misma tradición liberal, económica y política con el objetivo de frenar la tendencia al gobierno democrático de la sociedad.

El ataque neoliberal ha vaciado la democracia, reduciendo su sentido a la gestión administrativa de los costos del capitalismo a través de mecanismos mínimos de subsistencia y precarización. Sobre todo, ha acabado imponiendo una forma de pensar que hace ilegible la sociedad, al reducir cualquier relación social a un encuentro interesado entre individuos en el mercado. Sin embargo, no todo ha sido destruido. La tradición del socialismo democrático no solo está grabada en nuestra memoria, sino que también persiste en la letra de nuestras constituciones formales y en algunas de sus instituciones. Sobre todo, está presente como promesa en todas partes donde no se resigna al olvido la promesa de justicia social y los derechos y obligaciones comunes que este principio conlleva.

En un momento en el cual la crisis del neoliberalismo se agudiza y que de sus ruinas vemos emerger un nuevo «monstruo político» –al cual nos apresuramos a calificar de «populismo» o «neofascismo»–, lo que necesitamos no es defender el liberalismo tout court, sino más bien volver a recorrer la senda del socialismo democrático, en tanto engloba los valores liberales y sobrepasa sus instituciones. Se trata de una tarea que supone una alianza intelectual y política, pues requiere la capacidad de sostener una mirada a la vez histórica, sociológica y jurídica sobre las prácticas, capaz de resaltar la presencia activa de aquellas tendencias que, en respuesta a la deriva autoritaria del neoliberalismo en crisis, apuntan hoy a la definición de nuevos derechos sociales, como ya lo evidencia el debate actual, llevado adelante por movimientos y partidos, en Europa y América Latina, sobre la renta ciudadana y el salario social. En la comprensión de la radical diferencia entre una y de otra alternativa se juega toda la tensión que a la vez vincula y separa el liberalismo del socialismo democrático.

Fuente de información e imagen: nuso.org

Enviado a SURCOS por Isabel Ducca Durán.

Carta al Cardenal Rodríguez

Tegucigalpa M.D.C. 7 de enero de 2015

Del escritorio de José Manuel Zelaya Rosales

 

Su Eminencia Reverendísima

Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga

 

Ciudad del Vaticano

Su Despacho

 

Su Eminencia:

Con todo respeto, me dirijo a Usted en relación a sus últimas declaraciones cuestionando la validez del Socialismo Democrático, como proyecto alternativo que hemos planteado frente al brutal modelo económico social de explotación que se aplica en nuestro país con efectos oprobiosos en contra de millones de hondureños(as) que son cruelmente excluidos del modelo económico y sacrificados por escuadrones de la muerte o sicarios a sueldo.

Los organismos internacionales ya identifican los peligrosos indicadores de Honduras, cuando nos califican como uno de los países más empobrecidos de América Latina, el más violento del mundo y uno de los más corruptos. Me refiero a la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Transparencia Internacional (TI). Las cifras de la OMS indican que la tasa de homicidios en Honduras es la más alta del mundo: 103.9 por cada cien mil habitantes. Sin que importe mucho la diferencia numérica en esta macabra disputa estadística con las cifras oficiales, debemos reconocer que vivimos en un clima de creciente violencia, inseguridad cotidiana y espanto colectivo.

La remilitarización del Estado hondureño, los abusos de poder y las constantes violaciones de los derechos humanos, que evidencian la crisis en materia de seguridad así como la violencia que desangra nuestra sociedad fue denunciada por la Misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en su visita “in loco” a Honduras al final del año que acaba de concluir. El informe anual de “Human Rights Watch” (World Report, 2014) evidencia también la crisis.

Por todos estos hechos públicos y trágicos para nuestra sociedad, por quinto año consecutivo a partir del año 2010 se nos ha negado nuevamente el acceso a los fondos de la Cuenta del Milenio en los Estados Unidos de Norteamérica. Esta negativa aumenta el descrédito y la pérdida de confianza de la comunidad internacional. Así lo demuestra la carta enviada por más de cien congresistas norteamericanos, que se pronunciaron en 2014 protestando por las violaciones a los DDHH, la represión militar contra los diputados en el Congreso Nacional y el estado de coacción que vive el pueblo hondureño.

La deuda pública aumentada irracionalmente en estos últimos 5 años, es inmoral e impagable. El año 2014 cerramos la economía con una deuda que asciende a casi los 9 mil millones de dólares, sin considerar la deuda flotante, y junto a esta escalada de endeudamiento se ha impuesto al pueblo hondureño más de nueve ajustes fiscales (“paquetazos”, como los llama el pueblo) que superan los 15 mil millones de lempiras anuales en nuevos impuestos. Estas cifras eran impensables hace 5 años, a inicios de 2009, cuando la deuda era apenas del 17% del PIB.

La Ley de la “Tasa de Seguridad” es un nuevo y oneroso impuesto de más de 2 mil millones de lempiras, de los cuales no se rinden cuentas a nadie. Se ha perdido la trasparencia en el manejo de los fondos públicos. El saqueo de más de 5 mil millones de los fondos de los beneficiarios del Seguro Social continúa impune ya que los verdaderos responsables están protegidos por tratarse de grandes proveedores o políticos de alto rango del Partido de Gobierno. La ley que permite la secretividad del quehacer estatal, aprobada recientemente, NO tiene otro fin que no sea el de ocultar las cuentas de los altos funcionarios y promover la opacidad en el manejo de los fondos y los asuntos públicos. Esa ley de secretos modificó arbitrariamente la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública aprobada en mi administración.

Todos los ingresos extras administrados ahora de forma secreta y generados por los infames ajustes o “paquetazos” que con tanto sacrificio paga el pueblo hondureño, al igual que la política de devaluación permanente del lempira frente al dólar; resultan insuficientes para satisfacer los caprichos superfluos del actual gobernante, siempre dispuesto a la compra de aviones de lujo y armas, así como al mantenimiento de una millonaria campaña política y publicitaria en su beneficio personal. Estos nuevos ingresos deberían servir para sacar de la miseria y enfermedad a miles de niños y jóvenes que se encuentran sin empleo y sin educación y no para satisfacer los caprichos personales del Presidente de la República.

La inseguridad, la crisis económica y la falta de oportunidades que hemos denunciado de manera constante, han contribuido a generar el doloroso éxodo infantil que conmovió al mundo ya que se puso en evidencia la gravísima crisis humanitaria en la frontera sur de los Estados Unidos de Norteamérica. Asimismo ha aumentado las migraciones, y como consecuencia las deportaciones crueles de que son víctimas los indocumentados e “ilegales”. Tan sólo por la vía aérea, es decir desde Estados Unidos, el año pasado llegaron como repatriados más de 36 mil compatriotas y los deportados por la vía terrestre, es decir desde México, duplican con creces esa cantidad.

¿Y qué deberíamos decir sobre las privatizaciones de los servicios públicos y los despidos laborales masivos, disfrazados como “suspensiones”, y de las innumerables violaciones a los derechos laborales de los trabajadores del campo y la ciudad, incluida la sostenida represión contra el magisterio nacional, cuyos derechos han sido cercenados al igual que al sector sindical? Nunca como ahora, la clase trabajadora hondureña había sido sometida a tanta persecución, humillación y violaciones, sin protección alguna del Ministerio del Trabajo y de las autoridades responsables de la tutela de esos derechos.

Su Eminencia, en nuestro país se desarrolla un lento pero creciente proceso de construcción de una dictadura institucional, cuyas consecuencias desde ya las estamos sufriendo. El Gobierno de Juan Orlando Hernández, intenta detener las demandas del pueblo por cambios estructurales, mediante la amenaza, el chantaje, la persecución, la limitación del debate abierto y tolerante sobre las ideas, y el control de las instituciones y poderes del Estado; pretendiendo implementar un sistema único y hegemónico sobre el desarrollo, que asfixia el libre pensamiento.

El Congreso Nacional, recientemente aprobó de forma arbitraria decenas de leyes orientadas a reforzar la base supuestamente “legal” de la nueva arquitectura jurídica que requiere la dictadura en ciernes. Leyes como la de Escuchas e Intervención de las Comunicaciones privadas de los ciudadanos, al más puro estilo de los regímenes totalitarios y policíacos; la Ley Antiterrorista; la ley contra las denominadas “conspiraciones” y otras que dan fuerza y “normatividad” a la remilitarización del Estado.

Estas leyes todas fueron aprobadas en sesiones de dudosa legalidad, a la velocidad del rayo, sin siquiera dar oportunidad para un remedo de debate público. Es evidente que el gobernante actual, abusando de su condición de Presidente del Poder Legislativo en el gobierno anterior, utilizó su alto cargo para preparar el camino hacia su mandato personal, tan autoritario y tirano, como fraudulento.

En su delirio y afán de poder, el actual gobernante y sus principales colaboradores han llegado a plantear el continuismo presidencial de manera descarada, para que sea la Sala Constitucional, impuesta durante el año anterior de forma ilegal y corresponsable de autorizar la venta del territorio nacional a través de las llamadas Zonas Especiales (ZEDEs); la que habilite el reeleccionismo continuista, en una abierta y nueva violación de la Constitución, negando al pueblo su derecho a ser consultado en un plebiscito o referéndum (consulta popular) tal como lo manda la Ley fundamental de la República.

Reverendísimo Cardenal: su estadía en Roma puede ser una oportunidad única para informar al santo Padre sobre la trágica realidad que vive nuestro pueblo y sobre la difícil situación que todos enfrentamos. Estamos a tiempo de detener el retorno de épocas oscuras y terribles donde quienes se atrevieron a luchar por la verdad murieron torturados. Usted es el sacerdote cristiano que me enseñó la moral de decir siempre la verdad, sin medir el costo o beneficio involucrados, pero también me enseñó a defender el sagrado derecho a la vida como don de Dios y base fundamental de la existencia humana. Por esas enseñanzas pido respetuosamente a la Iglesia Católica que rompa el silencio y haga la diferencia con sus principales prelados y representantes.

Asimismo, en atención a la nueva visión que se advierte en El Vaticano y tomando en cuenta el origen latinoamericano del nuevo Papa, conocedor profundo de nuestros dramas y tragedias en América Latina, estimo que su Eminencia si no lo ha hecho, debe informar al Santo Padre sobre el escarnio y sufrimiento que está viviendo la sociedad hondureña.

Ruego a su Eminencia prestar atención a esta Carta Pública, que la hace este servidor con la mejor intención y en respuesta a sus recientes declaraciones de prensa. Le pido actuar en consecuencia con su alta investidura y aprovecho esta ocasión para presentar a Usted las muestras de mi más alta y distinguida consideración.

 

José Manuel Zelaya Rosales

Ex presidente Constitucional de Honduras

2006-2010

 

Enviado a SURCOS Digital por Marlin Óscar Ávila.

Suscríbase a SURCOS Digital:

https://surcosdigital.com/suscribirse/