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Etiqueta: subordinación

Cambios del poder en la sociedad

Juan Huaylupo Alcázar

La historia de los pueblos muestra su continuidad y ruptura en su devenir, sin perder sus raíces constitutivas, rasgos que permanecen como un sello indeleble. Desconocer los rasgos esenciales de los pueblos constituye una limitación para comprender, no solo su pasado, también su presente. Jorge Santayana afirmaba “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, que sin la pretensión del mecanicismo del corsi y recorsi de Giovanni Vico, nos permite reflexionar que no existe presente sin pasado, que la historia no es la narración de lo que no volverá, es el reconocimiento de los hechos y tendencias que marcan e inciden en nuestra cotidiana existencia social.

Estas líneas intentan sintéticamente comprender la significación del poder, a través de un breve recuento general de su historia en las sociedades.

El poder es una facultad de decidir y disponer de la actuación de otros, en sus propios o ajenos contextos, determinados o impuestos socialmente. No es una capacidad definida individualmente, tampoco es un proceso estandarizado en la organicidad de una comunidad estructurada, es una relación social, inherente de una vida compartida en ámbitos, circunstancias, necesidades y problemáticas dinámicas.

El poder primigeniamente no era ajeno a los individuos, fue creado socialmente por y para las colectividades, constituyendo una necesidad cotidiana en la organicidad del trabajo de la vida comunitaria.

El poder posee la impronta de la sociedad donde surge, de sus tradiciones, anhelos, creencias e ilusiones creadas de una vida en común, a través de los tiempos en sus medios espaciales. Luego, los poderes no eran ni pueden ser iguales entre sociedades, como tampoco inmutables ni necesariamente compartidos entre las distintas colectividades.

En el pasado las identidades de las personas estaban referidas a su pertenencia a pueblos y familias, no siendo relevante su particular identificación, lo cual era suficiente para establecer relaciones y confraternizar entre individuos, lazos que también se convertían en vínculos familiares y espaciales, unificando y enriqueciendo culturas y formas de vida de pueblos, a pesar de sus diferencias originarias. Esto es, el respeto a las diferencias culturales, constituían una relación igualitaria en la heterogeneidad social, constituyendo un poder encarnado colectivamente.

El surgimiento de formas superestructurales en la organicidad societal, marcaron drásticas rupturas entre las personas y sus pueblos que se separaban ante el imperio de Estados que delimitaron el espacio de sus dominios e impusieron identidades ideológicas privadas, así como sujetaban a las poblaciones a patrones de vida, producción, comercio, guerras y estratificaciones sociales que subordinaban a poblaciones, no propietarias, al trabajo esclavo o servil para quienes los habían dominado por la fuerza bruta e ideológica de bandas armadas y religiosas. Épocas donde se impusieron poderes a los dominados y creando las condiciones para la conservación del poder elitizado, en un universo de esclavitud, servidumbre o de proletarización, conformando formas y estructuras de clases distintas y antagónicas, pero conservando los propietarios, los privilegios del dominio, la explotación, la segregación y la privatización del bienestar a expensas del trabajo y vidas de las clases empobrecidas. Formas sociales que explícitamente enunciaban el poder clasista existente, esclavista, feudal y burgués para cada época.

La historia nos revela que la organicidad y el poder fue privatizado burguesamente desde el siglo XVIII hasta el presente globalizado, donde lo fundamental gira en torno de los intereses, voluntad y actuación de los propietarios del capital, comprometiendo el pensamiento y la acción de una sociedad modelada por las relaciones que se imponían con la directa intervención de un Estado, déspota contra sus subalternos, genocida contra las poblaciones originarias y depredador de los recursos y riquezas naturales y nacionales.

La revolución francesa y la americana conquistaron derechos igualitarios, libertad, democracia, fraternidad, soberanía popular, entre otros, que liquidaron las formas monárquicas y colonialistas en sus contextos, así como se creaban las nuevas relaciones económicas que se gestaban y se expandían, tras la crisis del mundo medioeval. Esas revoluciones inauguraron la ciudadanía y la política en sus espacios sociales de capitalismo incipiente. En tiempos posteriores algunas sociedades, los sectores subalternos, en su desigualdad e inequidad, lograron conquistar derechos y libertades, creando institucionalidad pública, democracia y libertades formales, morigerando la desigualdad y la inequidad desde la regulación estatal, conocidos como Estados de Bienestar, como ocurrió en Costa Rica en la década del cuarenta del siglo pasado.

No obstante, los logros sociales alcanzados por algunas sociedades no fueron modo generalizados ni estables, por el contrario, se truncaron y degradaron, tanto en Francia, en Estados Unidos de Norte América, como en los Estados europeos y otros que habían instaurado Estados de Bienestar. En cuatro décadas el liberalismo económico evidenció la dependencia estatal, ante las fluctuaciones y vaivenes críticos de la economía, así como de las ambiciones de los propietarios del capital que liquidaban y privatizaban las conquistas sociales.

El debilitamiento de las políticas institucionales, que aún continúan, así como el crecimiento de la exacción de excedentes y la apropiación de los recursos sociales y naturales, entre otras características, mostraron la imagen del poder estatal como una red integrada de la dominación del capital.

Estos procesos liberales de capitalismo salvaje conviven con formas económicas de reproducción simple, que sobreviven en relaciones solidarias y democráticas entre los subalternos en sus pequeñas organizaciones y comunidades pobres, no relevantes para la economía ni el poder capitalista.

El poder concentrado y centralizado está relativizando su vínculo clasista para ser la manifestación de los intereses y actuación de los mayores propietarios de la riqueza acumulada del mundo, proveniente de los sectores financieros y tecnológicos que ambicionan, sin mediación alguna, ser los amos del planeta.

De este modo, el poder actual se individualiza por la actuación e influencia de los multimillonarios y un gobierno que compiten, agreden y disputan el poder mundial absoluto, creando un escenario propicio para una tercera conflagración mundial, con la participación de pueblos y gobernantes en el binomio imperial-totalitario, del cual no está excluido Costa Rica como cómplice ni como víctima.

La indiferencia social

Juan Huaylupo Alcázar

La indiferencia aparece como la incomunicación entre actores implicados socialmente, lo cual puede ser interpretado como una relativa ruptura creada artificialmente por actores que crean barreras que no son arbitrarias. El carecer del apego a alguien o situación particular, no es característico del ser social, que valora, actúa y es consecuente en sus relaciones cotidianas. Imaginar una indiferencia a todo, es la negación a la propia existencia humana, como individuo, ciudadano y ser social, sin duda sería una extrema patología, una muerte en vida, un sujeto convertido en objeto, sin capacidad de valorar ni reflexionar.

La indiferencia es originada externamente, creada por determinaciones culturales, grupales o ideológicas, que se encubre en una aparente indiferencia. Esto es, revela la separación, la diferenciación del pensamiento, condición social, etc., no es sobre lo desconocido o ignorado, sino sobre lo conocido y despreciado. Es la evidencia de la toma de posición sobre aspectos que se asumen no tener interés porque lo comprometen como sujeto social, sin ser desconocimiento de lo existente.

La abstención intencional al establecimiento de determinadas relaciones o estar inmersos en situaciones indeseadas, son valoraciones separatistas, excluyentes o antagónicas aprehendidas en contextos particulares que ubican a las personas con afinidades e identidades grupales, estamentales o clasistas en la heterogeneidad social.

La indiferencia posee una implícita relación de poder entre los actores, pues es excluyente la decisión de ignorar, desoír o despreciar el pensamiento y acciones de los otros, pero también expresa la imposibilidad de desaparecer lo que perturba o disgusta. Esto es, la indiferencia no es arbitraria, representa una posición e intencionalidad específica entre los sujetos en interacción no armoniosa que trasciende la actuación de los actores, para comprometer al contexto societal.

La sociedad capitalista ha configurado un espacio individualista de competitividad y explotación asociado con procesos de corrupción y violencia con formas jurídicas desiguales e inequitativas. Asimismo, ha conformado mafias asociadas con el sistema financiero y el poder estatal para los sistemáticos despojos de la riqueza social, así como las democracias se convierten en dictaduras de propietarios y delincuentes. Procesos que han creado medios insolidarios y de desconfianza que liquidan las formas culturales éticas de solidaridad y cooperación colectiva. La desigualdad inherente del sistema, es la impronta de las diferencias sociales, racistas y segregacionistas que promueven separaciones intolerantes e indiferentes en un sistema que lo incentiva, como función reproductora de poder y dominio. Esto es, el contexto contemporáneo es el ámbito propicio donde se inscribe la indiferencia, como una forma aparente de ignorancia y temor social ante la inseguridad delincuencial, legal, económica y estatal.

Alejarse o aparentar indiferencia ciudadana es una alternativa para no ser visto como adversario o enemigo por poderes o posiciones intolerantes y violentas que no aceptan discrepancias, visiones alternativas ni plurales.

La indiferencia y cinismo del poder clasista no ignora la condición de los subalternos, por el contrario, son causantes de su situación. La intolerancia política crea indiferencia y miedo ante la impotencia e imposibilidad de desafiar o liquidar a los otros.

En la unilateral y desigual violencia totalitaria, o del monopolio represivo del Estado, como del control y dominio privado del aparato estatal, no solo son transgresiones del Estado Social de derecho, también liquida todo vestigio de democracia y organicidad social y política. El miedo y el totalitarismo convierte a las víctimas en cómplices e incluso en victimarios contra su pueblo. Esas viejas prácticas terroristas son comunes en los delincuentes para anular, aislar y asesinar testigos, así como, en la represión privada contra trabajadores que temen el despido, la desaparición o ser víctimas del sicariato, o la represión estatal que intencionalmente aprisiona y asesina inocentes para amedrentar a opositores y poblaciones indefensas. Procesos que no están aislados, se relacionan y complementan en la crítica cotidianidad en más espacios latinoamericanos.

En ese contexto, tan peculiar en el presente, la indiferencia social es aparente, el no importar sobre lo que acontece, es una máscara que oculta lo que se conoce, no se cree o teme. La indiferencia está determinada por la desigualdad, la diferenciación y el distanciamiento social, como también por la acción de poderes autocráticos que inciden y promueven el aislamiento de las personas y grupos. El totalitarismo crea indiferencia de la cual se nutre, además de encubrir su despotismo, ante una aparente aceptación, sin oposición.

“La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes.
La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el pantano que rodea a la vieja ciudad y la defiende mejor que la muralla más sólida, mejor que las corazas de sus guerreros, que se traga a los asaltantes en su remolino de lodo, y los diezma y los amilana, y en ocasiones los hace desistir de cualquier empresa heroica.
La indiferencia opera con fuerza en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad, aquello con lo que no se puede contar, lo que altera los programas, lo que trastorna los planes mejor elaborados, es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la estrangula.” (Gramsci, 2017: 19).[1]

La inacción de los indiferentes forma parte del contingente social que permite la continuidad del poder y del mantenimiento del statuo quo, pero en el sistema son otros muchos los actores subalternos que lo sostienen y alimentan. Un sistema totalizante como el capitalista ha creado una inmensa red de procesos de subordinación formal y real del trabajo que genera riqueza que es privatizada, así como en las desiguales relaciones mercantiles que contribuyen a la reproducción de la polaridad e iniquidad social, procesos en cual están insertas gran parte de las naciones occidentales.

De este modo, las afirmaciones expresadas mucho antes de David Ricardo, que son los trabajadores la fuente de la riqueza y poder, se confirman por doquier. Así, en las labores productivas, la riqueza empresarial es creada por quienes desprecian, odian y explotan; o de los trabajadores privados y del Estado que son compelidos a envilecer los servicios públicos y financieros que violentan derechos sociales; o de magistrados que interpretan leyes en beneficio propio y dictaminan resoluciones contra la letra y espíritu de la Constitución y validan leyes indignas; o los profesionales en salud pública que violentan el juramento hipocrático y se coluden corruptamente cuando atentan contra la salud y vida ciudadana; o los militares, como en el Perú, que ciegos y obedientes, violentan su propia constitución y existencia, asesinando a quienes defienden los intereses y derechos sociales y nacionales.

Las necesidades de subsistencia de los subalternos, son los medios para que los propietarios del capital y el Estado, manipulen el trabajo y los trabajadores para crear colaboradores y cómplices, así como indiferentes, aun cuando son los subalternos del mundo quienes sostienen el sistema imperante.

La indiferencia y cinismo del poder clasista no ignora la situación y condición de los explotados, por el contrario, son sus intencionados causantes. La pobreza es el medio para someter y dividir salarialmente a las poblaciones trabajadoras, así como la indiferencia estatal es protagonista de la creciente desigualdad social al liquidar las políticas públicas y privatizar los servicios públicos y recursos nacionales. La práctica estatal totalitaria obstruye y niega a los trabajadores el pensamiento y la actuación propia y original, para ser obligados a asumir como propia la del poder. La indiferencia creada por el poder despoja a las personas de lo propio, de su identidad social para subordinar totalmente del sujeto colectivo.

La indiferencia social del poder es un absurdo, imaginar que los gobernados son ajenos del gobierno, es una concepción totalitaria y de ignorancia extrema de un poder que se cree omnipotente, capaz de dominar y explotar eternamente. La ilusa e impotente autosuficiencia totalitaria, cree poseer las capacidades para sacrificar eternamente derechos sociales y nacionales para beneficio propio, clasista y de cómplices. En la historia de la humanidad ningún poder totalitario ha poseído tales capacidades ni han perdurado. Los anhelos democráticos de los pueblos liquidan los sistemas autoritarios.

[1] Palabras duras, pero están descontextualizadas, el breve escrito de Gramsci fue elaborado en febrero de 1917, hace más de un siglo, tiempo y situación muy distinta al presente, citado para la reflexión ante la creciente indiferencia en el presente globalizado. (Odio a los indiferentes. Editorial Planeta).

El desafío de América Latina frente a Trump: ¿Subordinación o soberanía en el nuevo orden multipolar?

Mauricio Ramírez Núñez

Mi tesis central radica en que las posturas agresivas y unilaterales de Trump hacia la región, lejos de ser exclusivamente negativas, podrían generar un punto de inflexión en el que los países latinoamericanos se vean obligados a tomar una postura más clara, soberana y unificada frente a Estados Unidos, a diferencia de la estrategia «soft» de los demócratas, que suele ser percibida como más sutil pero igualmente intervencionista. Esta es una tesis que países como Rusia la deben de tener muy clara en todo aspecto.

Durante el primer mandato de Trump, México vivió una transformación política significativa. Las posturas abiertamente xenófobas y agresivas de Trump hacia los mexicanos minaron el discurso tradicional de partidos como el PRI, que históricamente habían mantenido una relación servil con Estados Unidos. Esto abrió paso a un sentimiento nacionalista que favoreció el ascenso de Andrés Manuel López Obrador, cuya retórica de soberanía resonó con una población cansada de la corrupción de aquellos partidos, así como de la subordinación política y económica a Washington.

Aquí trazo un paralelismo interesante de considerar: lo que ocurrió en México podría replicarse en toda América Latina. La lógica detrás de esta afirmación es que las amenazas y actitudes confrontativas de Trump, como la idea de recuperar el Canal de Panamá o imponer sanciones unilaterales, podrían obligar a los gobiernos y las sociedades de la región a articular una respuesta más firme y cohesionada, anclada en la multipolaridad emergente liderada por actores como India, China y Rusia. Además de reactivar en la región la semilla para el surgimiento de nuevas fuerzas políticas e ideológicas.

Sin duda Trump seguirá la doctrina Monroe que busca reafirmar el control estadounidense sobre la región mediante una estrategia directa y matonesca, a diferencia de la estrategia más «soft» de los demócratas, que se reviste de un lenguaje progresista y diplomático pero que, en esencia, busca los mismos objetivos hegemónicos. Este contraste pone de relieve una cuestión clave: ¿es preferible enfrentar una hegemonía explícita y directa o una que actúa tras bambalinas? Desde mi perspectiva, la primera opción, aunque más dura, podría ser un catalizador para una mayor autonomía o despertar regional.

En este contexto, queda en evidencia la decadencia de Estados Unidos — por su desesperación por recuperar influencia y recursos— lo cual representa una oportunidad única para América Latina de redefinir su papel en el sistema internacional, dejando de ser un «patio trasero» y posicionándose como una región estratégica dentro del nuevo orden multipolar. Creo que Rusia y China pueden tener una lectura algo similar de esto.

La pregunta central es, ¿Qué postura tomaremos?, es tanto un llamado a la acción como un desafío político. En un escenario de crisis y confrontación, América Latina podría optar por dos caminos: mantener la subordinación histórica a Estados Unidos o construir una respuesta soberana y colectiva que aproveche las dinámicas del sistema multipolar. Esto último implicaría fortalecer la integración regional, diversificar las relaciones exteriores y revalorizar los principios de autodeterminación y soberanía.

Tampoco podemos dejar de lado riesgos de esto. Aunque Trump pueda actuar como un catalizador de cambios, la posibilidad de enfrentar sanciones, desestabilización económica o conflictos internos podría complicar la consolidación de una postura unificada en la región. Además, la creciente influencia de actores como China y Rusia en la región plantea sus propios desafíos en términos de dependencia y negociación.

Es momento de pensar en lo que desde hace tiempo ya varios políticos y académicos han planteado sobre un No Alineamiento Activo que nos permita tener equidistancia estratégica, así como una postura independiente y soberana en la política internacional.

Desigualdad de las mujeres en la publicidad y la propaganda

Desde el proyecto de ley que impulsa regular la imagen de la mujer en los elementos publicitarios, se plantea un análisis a las conductas dentro la publicidad que reproducen violencia simbólica, sexualización, reproducción de estereotipos o de subordinación. Si bien ya existe la Ley N° 5811, se atribuye una reforma para cubrir elementos que no se habían planteado en esta.    

La diputada del Frente Amplio Rocío Alfaro aseguró que el aprobar esta ley sumaría a disminuir, proteger y prevenir la violencia hacia la mujer, y asegurar a que las trabajadoras en el medio de la publicidad puedan ser protegidas. Donde la Ley N° 5811 quitaba la publicidad mas no sanciona a quienes la producían, en esta nueva reforma se establece esta nueva dinámica que permite proteger a la mujer. 

Además, Camila Ordoñez creadora del Observatorio de la Imagen de la Mujeres en la Publicidad del CIEM, también estableció que además de quitar y sancionar a los responsables de estas publicidades, también se contemplan las plataformas digitales y las estrategias publicitarias que anteriormente no se tomaban en cuenta.

Por cuanto, desde este proyecto se plantea una respuesta institucional ante la publicidad que empobrece la imagen de la mujer y le da un significado errado ante la sociedad, promoviendo un mensaje simbólicamente sexista.

Compartimos el video del conversatorio:

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