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Etiqueta: supremacismo

La amenaza del fascismo

Por Arnoldo Mora

Ante el sombrío panorama que actualmente se cierne sobre la humanidad entera, sólo me cabe evocar aquello de que un fantasma recorre el mundo: el fantasma del fascismo. Pero por desgracia, ahora no se trata tan sólo de un fantasma sino de una angustiante realidad, que no se percibe en sueños como una pesadilla, sino como una amenaza real que se vive tanto más agudamente cuanto más despiertos estemos. La amenaza del fascismo no es sólo la que incuba una conflagración que alcanzaría hasta el último rincón del planeta, sino que traería acarreado el fin de la vida en el mismo. En efecto, los conflictos más graves que hoy vivimos como son los de la guerra en Ucrania y en Medio Oriente, involucran como agentes directos a potencias dotadas de un arsenal nuclear capaz de destruir todo vestigio de vida sobre la tierra; en ambos casos, Rusia e Israel, no ocultan el poderío de que disponen; en ambos escenarios bélicos, la confrontación es entre Occidente y las potencias emergentes.

Es dentro de este tétrico contexto, como consecuencia de la crisis estructural en que está sumergida la economía postneoliberal que surgen movimientos fascistoides, tanto en Europa como en nuestro continente americano, sea en el Norte, sea en Nuestra América. La característica fundamental de los movimientos fascistas actuales, donde quiera que hayan surgido y cualesquiera que hayan sido las circunstancias que los hayan provocado y alimentado, es que consideran las libertades democráticas y las instituciones que las sustentan, como el causante principal de todos los males que se ciernen sobre las masas populares; de ahí, que el demagógico lenguaje que emplean tiene como objetivo conquistarse el apoyo de esas masas gracias al carisma de un líder mesiánico en quien éstas depositan toda su confianza; todo lo cual se da dentro de un contexto de crisis de la democracia formal debido a que la democracia social ha sido socavada. Una vez en el poder, estos líderes pseudomesiánicos se convierten en sanguinarios déspotas, que desnaturalizan los partidos políticos y los convierten en sectas fundamentalistas, como ha hecho Trump con el Partido Republicano, recurriendo a actitudes xenófobas, racistas y supremacistas que justifican recurriendo a creencias religiosas; esos líderes se sienten investidos de poderes supernaturales porque creen ser los representantes de su dios en la tierra. Los ejemplos son múltiples, basta con mostrar algunos. En las grandes manifestaciones en Núremberg, Hitler decía a una masa enardecida que él era el hombre que la divina providencia había enviado a salvar al pueblo alemán; en las moneda que mandó a acuñar, la peseta, Franco rodeaba su efigie con un texto que decía: “Caudillo por la gracia de Dios”; el régimen norteamericano ha justificado sus reiteradas y genocidas agresiones imperiales al traspatio del Sur, invocando una doctrina pseudoteológica denominada “El destino manifiesto”; hoy el gobierno de Israel es liderado por movimientos fundamentalistas que recurren a textos bíblicos para justificar las masacres en Gaza; los regímenes de seguridad nacional, impuestos por Kissinger en Nuestra América legitimaban el terrorismo de Estado argumentando que lo hacían para “salvaguardar las civilización cristiana del peligro del comunismo ateo”; un pastor evangélico fue el mayor genocida que ha tenido Guatemala en su historia… Y no sigo, los ejemplos mencionados son prueba suficiente de lo que digo.

La amenaza fascista se ha agravado por el peligro de que cualquier conflicto local degenere en una amenaza de guerra planetaria recurriendo a esas infernales armas nucleares, es real. Por desgracia, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no está en capacidad ni siquiera formal – dado que las grandes potencias tienen el derecho al veto – de convertirse en instrumento eficaz de garantizar la paz a esta enloquecida especie que se autocalifica un tanto narcisistamente “sapiens”. Dichosamente los pueblos parecen estar dando muestras de sensatez. Así en Europa, países donde el movimiento fascista ha crecido hasta el punto de que han estado a punto de conquistar el poder, como es el caso de España y más recientemente Francia, los sectores democráticos han logrado mantener el poder. Otro tanto han hecho en Nuestra América Colombia, Chile, Honduras, Guatemala y las grandes potencias de la región, Brasil y México. Pero el peligro sigue latente y amenazante, como lo muestran Bolsonaro y Milei en Sudamérica, el fascismo imperante en Italia y el creciente movimiento Alternativa para Alemania, esas mismas potencias donde nació el nazifascismo en la primera postguerra, y que son las principales responsables de la más sangrienta conflagración que ha tenido la humanidad, como fue la II Guerra Mundial que causó más 50 millones de muertes y, al final, hizo surgir la bomba atómica. Hoy ninguna de esas amenazas ha desaparecido.

Conviene no olvidar que todo este tétrico panorama que hoy aterroriza a la humanidad ha sido provocado por el hombre mismo y no por cataclismos causados por la Naturaleza, como se dio durante los siglos y milenios de la evolución. Por eso, la solución de estos problemas provocados por el hombre está en manos del mismo hombre. Y ésta es radical, como radical es la problemática que la suscita. Se trata de hacer que la humanidad y, sobre todo, sus dirigentes, abandonen de una vez por todas y para siempre la idea de que el poder viene de la violencia y recuerden las enseñanzas de los grandes maestros que dieron origen a la culturas originales: los filósofos de Grecia y los profetas de Israel; el patriarca de los primeros, Sócrates, nos enseñó que la raíz de todos los males está en la ignorancia, por lo que la solución a los desafíos que se plantean a la humanidad radica en cultivar una sabiduría basada en las luces de la razón. En cuanto a la prédica de los profetas bíblicos, Isaías, el mayor de ellos, decía que la paz es obra de la justicia; todo lo cual lo resumió Jesús de Nazaret en el maravilloso Sermón de la Montaña. Figuras como Gandhi, Martin Luther King, Monseñor Romero, quienes con su sangre sellaron la fidelidad a sus principios, nos señalan el camino; en el campo de las ciencias, figuras emblemáticas como Pasteur en ciencias de la salud y Oppenheimer en ciencias físicas, señalan el camino para hacer de la ciencia un instrumento al servicio del bienestar y de la paz, y no para el lucro y la guerra. En política, debemos crear un Estado planetario con poder suficiente como para hacer realidad tan sublime como impostergable utopía. Si no se logra, el s. XXI será el último de la especie sapiens.

La invención de la Tierra de Israel. De Tierra Santa a madre patria

Israel es un constructo geopolítico, pero es necesario conocer los detalles que llevaron a su creación desde una fuente israelí. Shlomo Sand es un prestigioso historiador que ha dedicado su vida a desmontar los mitos sobre los que se edifica el supremacismo racista del sionismo judío y no judío. Juan Carlos Cruz Barrientos.

En su introducción el autor escribe:

«Los fragmentados recuerdos aparentemente anónimos que subyacen en este libro son vestigios de mis días de juventud y de la primera guerra israelí en la que tomé parte. En beneficio de la transparencia y de la integridad, creo que es importante compartirlos desde el principio con los lectores para mostrar abiertamente los fundamentos emocionales de mi aproximación intelectual a las mitologías de la tierra nacional, de los antiguos y ancestrales cementerios y de las grandes piedras talladas».

SURCOS invita a leer el libro, el cual se comparte con fines formativos.

W.P.

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

El video arbitraje asistido, conocido como V.A.R por sus siglas en inglés, vino a revolucionar el fútbol global o al menos en aquellas regiones donde las condiciones materiales y económicas han permitido equipar salas como si fuesen verdaderos estudios de televisión.

Algunos apuntan que dicha transformación le ha restado emoción, arte, belleza, escena e improvisación a un deporte que no termina de asombrar. Otros, en cambio, celebran la corrección, el ajuste, el equilibrio, la eliminación del error. La discusión sigue latente.

Pero si hay un hecho que ha sacudido los cimientos de la puesta en escena en cancha, es la producción televisiva que un día sí y otro también expone con primeros, primerísimos planos las acciones, los gestos, las jugadas elaboradas y también las formas de discriminación que a menudo los jugadores cometen y luego encubren y justifican señalando que las mismas eran parte del “calor del juego”.

Ha sido tal el impacto de la imagen en la dinámica del fútbol global que los protagonistas han ingeniado formas artificiosas para que la audiencia global no logre alcanzar a ver sus provocaciones verbales, su vocabulario explícito, la altanería en sus reclamos frente al encargado de impartir justicia. Algunas veces logran esconder su trama. Otras no. Y se convierten, como se suele llamar ahora, en una viralización (vaya paradoja) que termina resultando en tendencia en redes sociales.

El último suceso, no por ello menos importante, ocurrió en la Eurocopa que por estos días se disputa. En este caso no solo fue la pericia de la imagen. Es algo que vas más allá y nos obliga a analizar el discurso y la simbólica producida en el hecho.

Al anotar un gol con su selección frente a Macedonia Norte, el jugador austríaco Marko Arnautovic realizó una señal con sus manos que en apariencia significaba un mensaje de aprobación. La señal, sin embargo, iría acompañada de un insulto considerado racista en contra de los Albanos. Inclusive en algunas imágenes internacionales se logra apreciar a David Alaba, compañero del jugador, tratando de inhibirlo para que no continuara con sus exabruptos. Al momento de escribirse esta columna se conoce que el jugador fue multado por la UEFA con un partido de suspensión por estas acciones, catalogadas como discriminatorias y antideportivas.

Desde distintos análisis compartidos se ha considerado que la señal de Arnautovic remitía a un gesto altamente criticado por ser vinculado a la simbólica del supremacismo blanco. La formación que el jugador hizo con sus manos en la celebración del gol, refiere a las letras WP, que se vinculan a la expresión «white power» (poder blanco) utilizado por tales movimientos en años anteriores.

Justamente para “desviar” la atención en sus presentaciones públicas y mitines, el movimiento supremacista hacia uso de la figura, disfrazándola de un “todo está bien” o un “okey” que parecían estar expresando. Sin embargo, en el fondo la señal constituye una afrenta simbólica y discursiva frente a las poblaciones y grupos que han sido maltratados por tales movimientos.

Las formas de opresión y discriminación son cotidianas y se expresan en las prácticas y más aún en los lenguajes. Por eso apoyo absolutamente aquellas acciones afirmativas que resultan en posibilidades de reivindicación social y política de grupos histórica y estructuralmente excluidos.

A la carga simbólica del gesto del jugador en la Eurocopa podríamos sumarle tantas otras formas de opresión en contextos más cercanos. Lo que ocurre en Costa Rica con los territorios indígenas es un buen ejemplo. No es solo una cuestión semántica la instalación de un supremacismo blanco, clasista y usurpador, como el que experimentan muchos pobladores indígenas legítimamente constituidos por derecho ancestral, en ocupantes de territorios que por historia les pertenecen.

No es solo un asunto de una seña racista que carga con un fuerte peso simbólico. Se trata en el fondo de cientos de años de opresión y racismo que no han logrado ser superados en contextos como el costarricense. En este caso, la seña es ingeniosa y urge descodificarla. A esa tarea deberíamos avocarnos de inmediato, para empezar a desterrar esos lenguajes de superioridad que en nada ayudan a la necesaria convivencia que como país nos urge reconstruir.

Imagen: https://www.lasexta.com

Después de Trump

Arnoldo Mora

La conciencia que la humanidad tiene del rol preponderante que juegan los Estados Unidos, el más reciente y último –eso esperamos- imperio universal de Occidente, quedó patente, una vez más, con la actitud asumida casi unánimemente por los pueblos de la tierra, frente a los acontecimientos que tuvieron verificativo en ese país durante las elecciones presidenciales pasadas y, sobre todo, ante los acontecimientos que pusieron término – ¿por ahora? – dramáticamente al conato de golpe de estado. Ese intento de golpe de estado, inspirado en la manera como ellos mismos lo acostumbran hacer en todas partes en donde ven amenazados sus “intereses”- es decir, los intereses de sus trasnacionales, que se nutren de la explotación de las materias primas de los países periféricos – puso en vilo a la humanidad entera; todo el mundo estaba consciente de que allí se jugaba, en medida no desdeñable, el destino de la especie sapiens; no era un asunto doméstico de quienes lo habían provocado; podría devenir en un asunto de vida o muerte para la humanidad entera; un golpe de estado de índole fascista en Washington haría realidad lo que Hitler intentó hacer y tuvo como desenlace la II Guerra Mundial. No nos ha de extrañar, por ende, el sentimiento de alivio que muchos en todos los rincones del planeta experimentaron cuando se dio el feliz desenlace de tan arriesgada y riesgosa aventura; sentimiento acentuado con la inusual ceremonia – marcada por las medidas militares de precaución ante la amenaza de terroristas nacionales y para evitar el contagio de la Covid-19- de la toma de posesión del nuevo presidente, un anciano de endeble salud y formado en la más rancia tradición política, pues su único oficio conocido es haber sido senador. La escogencia de Biden sólo puede interpretarse como una visceral y clara reacción de la mayoría del electorado yanqui, ante el fracaso de la afirmación de Trump de que todos los males de la sociedad norteamericana provenían de la corrupción del establishment político, incrustado en las instituciones consideradas, desde los días de los padres de la patria, como base fundamental del edificio “democrático” de la nación, y ubicadas en la Casa Blanca y el Capitolio; esto explica el ataque de hordas fascistas al Capitolio y el berrinche de Trump al verse obligado a abandonar, sino hasta el último minuto y sugiriendo que volvería, las instalaciones de la Casa Blanca.

El fracaso de Trump – ¿momentáneo? – es el fracaso de un intento de deslegitimar las tradiciones o, más exactamente, la rutina del ejercicio del poder político imperial. Pero, en realidad, sólo se trataba de cambiar las formas, no el fondo del quehacer político; más aún, si algún “mérito” (¿?) le hemos de reconocer a Trump, es haber puesto en evidencia la podredumbre que excreta el poder imperial de la Roma americana; como en la conocida y divertida leyenda, bastó que un niño –Trump- señalara que la noble dama Lady Godiva andaba desnuda, para que la impúdica farsa del poder imperial quedara al desnudo ante la mirada estupefacta del mundo entero.

Pero, no nos hagamos ilusiones, Trump puede estar no sólo ya muerto políticamente y a un tris de parar con sus huesos de viejo y degenerado corrupto en la cárcel -¡ojalá¡- pero sólo como persona física, porque el movimiento que él ha suscitado, sale hoy más fuerte que hace 4 años; las cifras no engañan: más de 74 millones votaron por él, 45% de los cuales le siguen con perruna fidelidad aún hoy día; 95% de los que votaron por Trump creen que hubo fraude, es decir, están firmemente convencidos de que el nuevo gobierno es espurio y, por ende, antidemocrático; la fe en el sistema “democrático” norteamericano está severamente golpeada; haga lo que haga la nueva administración, siempre será objeto de sospecha y rechazo por casi la mitad de los ciudadanos yanquis, pues en la política pasa lo mismo que en el amor: si se pierde la confianza todo está arruinado. Esto lo cambia todo; hoy el enemigo de Estados Unidos no está afuera; en vano se buscaría en Pekín o Moscú, y menos en Pyongyang, Caracas o la Habana, porque está en sus propias entrañas; como en la lúcida y esclarecedora película de Bergman, la serpiente ha incubado un huevo que engendrará una nueva víbora. Desde este punto de vista, buscar las causas de los males endémicos de la “democracia” norteamericana fuera de sus fronteras, no deja de ser un acto de mala fe, como sospecho parece estar incurriendo el nuevo Secretario de Estado; si insiste en ese trillado e irresponsable juego, como ya lo advirtió en la cumbre (virtual) de Davos el líder de China, la consolidada potencia hegemónica mundial, el nuevo gobierno yanqui pondría en peligro la paz mundial en detrimento de todos, incluidos en primer lugar, quienes lo provoquen. Por su parte, Putin, al derrotar en Siria a la OTAN y a sus aliados regionales del régimen sionista, ha demostrado estar mucho más avanzado en tecnología bélica y estrategias militares que sus adversarios occidentales. China ha proseguido con su política de conformar pactos de amplio espectro en el campo comercial, como lo demuestra la formación de una zona de libre comercio – la más amplia y poderosa del mundo actualmente- con todos los países de Asia y Oceanía, con la – ¿momentánea? – excepción de la India; en la misma línea de apertura mundial en los mercados, ha de interpretarse el acuerdo recién firmado entre China y la Unión Europea. Con ello, queda claro que el epicentro de las finanzas mundiales no es más Wall Street.

Las repercusiones en los ámbitos económico, social y político no han hecho sino ahondar y acelerar la crisis estructural del fallido modelo neoliberal, crisis que, desde 2008, ha venido siendo el protagonista principal del escenario de la geopolítica mundial. Hasta ahora, las medidas adoptadas por los sectores hegemónicos de la metrópoli imperial para enfrentar su crisis interna, no sobrepasan el ámbito coyuntural, muy justas por lo demás, tales como dar de inmediato multimillonarios subsidios a los sectores más empobrecidos, solventar el problema de los inmigrantes, contrarrestar la ola racista y combatir los prejuicios supremacistas tan en boga en la administración anterior y, lo más importante, tratar de imponer mayores cargas impositivas a las minorías plutocráticas. Pero esto no basta; para llegar al fondo del problema se debe cambiar radicalmente el “orden” económico-mundial imperante desde los acuerdos de Breton Wood, impuestos por la potencia que se creyó ganadora luego del cataclismo de la II Guerra Mundial. La solución no está en exportar la guerra a los países periféricos con el único fin de satisfacer los apetitos criminales de ganancias del complejo militar industrial, el más poderoso lobby en los sinuosos pasadizos de Washington; las élites imperiales deben, por fin, llegar al convencimiento de que la guerra ya no es un negocio, como lo ha señalado en múltiples ocasiones el Papa Francisco. Para lograr una salida a la crisis actual, se requiere que los países periféricos se unan y conformen un bloque que les dé protagonismo en el escenario de la geopolítica mundial; la pandemia ha demostrado fehacientemente que la humanidad es una sola, por lo que ya no hay problemas locales: las calenturas de unos pocos pronto se convierten en la pulmonía de todos…

Y para poner punto final a estas reflexiones, cabe preguntarse: y en Tiquicia ¿qué? Ese asunto lo trataré en un próximo artículo.

El mundo recupera la esperanza

Mujeres por Costa Rica

Con el triunfo electoral de Biden-Harris, el mundo recupera la esperanza de hacer cambios impostergables para el cuido de los ecosistemas del planeta y la superación de las condiciones de desigualdad que empujan a millones de personas a vivir en la pobreza y con hambre.

Celebramos la llegada de Kamala Harris.  Ella será la primera mujer, y la primera persona de ascendencia afroasiática en ocupar dicho cargo. Su agenda en favor de las minorías y con enfoque de género, revive esperanzas en momentos en que el supremacismo blanco amenaza los derechos civiles alcanzados desde la década de 1960.

Felicitamos a los movimientos de mujeres de los Estados Unidos y del mundo que se unieron en una sola voz para impedir la reelección y la consolidación de un gobierno negacionista de la pandemia, la ciencia, los derechos de las mujeres, las minorías étnicas y raciales y defensor del capitalismo salvaje.

El nuevo mundo demanda el respeto a los derechos humanos, el reconocimiento del multilateralismo, la solidaridad internacional y el cuido de la naturaleza como la única vía posible para la construcción de una comunidad internacional que viva en paz.