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Etiqueta: Trump

La cúpula militar de Estados Unidos temió un Golpe de Estado de Donald Trump

Gabe Abrahams

Llega ya a las librerías una novedad editorial que desvela hasta qué extremo el radicalismo político de Donald Trump preocupó a la cúpula militar de Estados Unidos, la cual temió un Golpe de Estado por parte del expresidente y preparó una respuesta contra el mismo.

El libro de investigación que trata sobre este asunto se titula I Alone Can Fix It: Donald J. Trump’s Catastrophic Final Year y ha sido escrito por dos periodistas del periódico The Washington Post, Carol Leonnig y Philip Rucker. Verá la luz a finales de julio.

El libro desvela que directamente el Jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, Mark A. Milley, llegó a temer que Donald Trump diese un Golpe de Estado. Y narra también que, ante esa situación, Milley, el general de mayor rango en Estados Unidos, decidió planificar una respuesta para detener el posible Golpe de Estado de Trump. 

Según Leonnig y Rucker, Milley se alarmó cuando Trump adoptó una actitud desafiante después de las elecciones de noviembre de 2020, no reconociendo la victoria de Joe Biden. Y empezó a pensar que estaban obligados a preparar una respuesta ante un posible Golpe de Estado. 

Milley tuvo muy claro desde esa fecha que Trump estaba avivando disturbios para encontrar una excusa que le permitiese «invocar la Ley de Insurrección y llamar a los militares». 

El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, cuando las hordas de simpatizantes de Trump marcharon hasta el edificio sede del Congreso federal en Washington DC. fue el momento clave. No llegó a mayores, porque Trump no se atrevió a llegar hasta donde la cúpula militar de Estados Unidos pensó que era capaz de hacerlo. 

Según la información que suministra el libro de Carol Leonnig y Philip Rucker, Milley y los otros militares de alto rango consideraron que Estados Unidos se enfrentaba a un «momento Reichstag», en referencia a la quema de la sede del parlamento alemán en 1933 que conllevó el control totalitario de Alemania por parte del partido de Hitler. 

Durante el periodo de conspiración, Milley llamó a los simpatizantes de Trump «camisas pardas», en referencia a los grupos paramilitares que sirvieron a Adolf Hitler en Alemania en los años ’30; y nazis a los asaltantes del Capitolio seguidores de Trump.

Parece evidente que Donald Trump era un peligro para la democracia. El acoso que llevó a cabo contra la democracia de su país, en cualquier caso, no fue menor que el acoso brutal que llevó a cabo contra otros sistemas políticos o Estados no sometidos a sus caprichos.

Por los caminos tenebrosos de Trump y Bolsonaro

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo

No faltaba más que nuestro gobierno emulara los tenebrosos caminos elegidos por Donald Trump y Jair Bolsonaro para encarar la pandemia. Es decir, impulsar medidas tímidas que subestiman la crítica situación actual, cuando los contagios cobran cada día más víctimas, especialmente entre jóvenes, los hospitales están saturados y los trabajadores de la salud y la educación se exponen cada vez más a contagios y muertes.

Un paciente de 27 años con 102 días conectado a un respirador artificial y otros 11 en condiciones similares, un destacado y querido periodista de mediana edad fallecido recientemente y 20 muertos por día en promedio por semana, al parecer, no son razones suficientes para una declaratoria de alerta roja. Estamos frente a un gobierno que da las espaldas a la realidad y a las demandas de un cuerpo médico que sí tiene sensibilidad para sopesar las dimensiones de la crisis por la que atraviesa el país. Tampoco atiende al llamado de los educadores, que se parten la espalda para atender a sus estudiantes desde la casa y con sus recursos (computadora, pago de internet, electricidad y muchas horas extras no pagadas).

 Se pregunta uno, cuáles son los cálculos políticos o económicos detrás de estas medidas paliativas que se resisten a “tomar el toro por los cuernos”, y dar un mazazo que nos ponga en cintura. Continúa este gobierno poniendo la carreta delante de los bueyes. Es decir, protegiendo la economía de los pocos que no se han visto afectados por la pandemia: las grandes cadenas de supermercados, los exportadores y el sistema bancario que continúa con sus arcas llenas, mientras los pequeños y medianos comerciante y emprendedores regatean las migajas que caen de la mesa.

No hay voluntad para tomar medidas más restrictivas porque no se quiere tocar el bolsillo de quienes sí pueden aportar para que haya un salario universal digno para desempleados y subempleados, al menos mientras se supera esta etapa crítica y se abren mejores horizontes para una reactivación social y económica.

Este país se siente huérfano con un gobierno que no le escucha, y más bien se enclaustra en su palacio; incluso no da la cara en los momentos más álgidos, cuando los médicos se enfrentan a la disyuntiva de a quién dejar vivir y a quién exponer a la muerte por falta de camas.

El expresidente Donald Trump dijo: “siempre quise minimizarlo. Todavía prefiero minimizarlo, porque no quiero crear pánico”. Por su parte, ya sabemos de los desplantes de Bolsonaro calificando de “gripiña” a la enfermedad producida por el Covid 19.

No hemos escuchado esos exabruptos de don Calos Alvarado, pero ¿acaso la actitud y el comportamiento, rayano en la resistencia a tomar medidas restrictivas adecuadas, no dice lo mismo o más que esas palabras?

Biden: más allá de los insultos

Arnoldo Mora

Estrenando no más su mandato, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ha desagradablemente sorprendido al mundo entero por el inusitado y brutal insulto proferido, en una entrevista a un periodista, al calificar de ”asesino” al presidente ruso Vladimir Putin; lo cual provocó, como era de esperar ante semejante agresión verbal, la inmediata respuesta del aludido; quien, no sólo devolvió el apelativo, sino que igualmente aprovechó la ocasión para mostrar una mayor madurez política al ofrecerle la posibilidad de un encuentro al más alto nivel. Lo anterior viene a agregarse a los reiterados ataques de Biden al gobierno chino; confirmando esta tendencia, recientemente en su primer encuentro con una delegación de alto nivel de la potencia asiática, los enfrentamientos fueron en extremo virulentos. Hemos de concluir, en consecuencia, que no estamos ante una escalada de exabruptos del anciano presidente yanqui, ni de una reacción agresiva debida solamente a su entorno inmediato, sino que debemos concluir que, en este caso, no se trata de una actitud personal, sino de una política de este gobierno, que no obedece a causas circunstanciales o coyunturales, sino a causas estructurales, que se expresan en una línea política claramente definida de antemano por el equipo que actualmente ha asumido las riendas de la Casa Blanca. Cabe, entonces, preguntarnos si no estamos ante la nueva versión de la Guerra Fría, que uno creería que había terminado con la caída del Muro de Berlín hace ya 30 años; podríamos, igualmente, pensar que Biden no desea proyectar una imagen de debilidad al asumir su gobierno; por lo que no quiere dar la impresión de que su política internacional, basada en priorizar los métodos tradicionales de la diplomacia, al asumir los problemas más álgidos dejados por su antecesor en el convulso escenario de la política internacional de una potencia imperial que viene dando, una vez sí y otra también, signos inequívocos de declive y de corrupción interna desde mucho antes de Donald Trump.

Esta posición me parece la más acertada. Toda la política exterior de este nuevo equipo demócrata busca debilitar, mediante un enfrentamiento directo, hasta ahora tan sólo en el campo político y no militar, al eje Pekín-Moscú; el cual, viene dando muestras fehacientes de haberse convertido en el nuevo centro del poder mundial. La pandemia provocada por el Covid.19, no ha hecho sino acrecentar la presencia planetaria de estas dos potencias, surgidas de sendas revoluciones inspiradas en el pensamiento marxista; dado que, si bien la pandemia surgió en una ciudad china, este país ha sabido superar la epidemia y sus secuelas, tanto sanitarias como económicas y políticas, con una solvencia que ha hecho palidecer y languidecer a las potencias occidentales. Las más derechistas de estas últimas han sido las que mayor fracaso han exhibido ante los ojos del mundo entero en el combate a la epidemia; Estados Unidos en América del Norte, Reino Unido en Europa y Brasil en Nuestra América, han sido los países con la mayor cantidad de muertos y contagiados por causa del covid-19; lo cual demuestra a ojos vista el fracaso estrepitoso de las políticas neoliberales impuestas por sus gobiernos; por su parte, las empresas transnacionales, que monopolizan los productos farmacéuticos en el mundo capitalista, acaparan la producción y venta de medicamentos, se han mostrado rotundamente insensibles e inhumanas en cuanto a la distribución de la vacuna. Por el contrario, Rusia, China y la India, por no mencionar a Cuba, que ha demostrado, una vez más, ser una potencia en ciencias médicas, han sido de una encomiable generosidad y solidaridad con todos los países, pero especialmente con los más marginados.

Ante esta incuestionable realidad, la debilidad del otrora incontestable poderío yanqui en la escena mundial, es patente. Los Estados Unidos evidencian estar siendo afectados por profundas e irreparables grietas internas; su mayor debilidad no está fuera sino dentro de sus fronteras; el intento de golpe de Estado, perpetrado por una horda de trumpistas y el desconocimiento de la legitimidad del resultado de las últimas elecciones presidenciales por parte de la mayoría de los que votaron por Trump, demuestra que las heridas provocadas por el ascenso de la extrema derecha en ese país, no ha hecho sino rasgar profundamente el vínculo que unía a unos estados, que hoy confirman que están más desunidos que nunca desde los ya lejanos días de la Guerra de Secesión. La pandemia hizo de Lincoln su principal y más ilustre víctima; más bien, esta epidemia desencadenó una crisis que venía incubándose desde décadas atrás. Todo lo cual no es más que la verificación de una ley de la historia, según la cual cuando un imperio decae, sus divisiones internas se hacen más y más profundas e irreversibles. Las contradicciones internas y no los enemigos de fuera son la causa de la caída de los imperios; desde “La Ciudad de Dios” de San Agustín, lo sabemos. En un imperio universal no hay política exterior, porque para sus dirigentes no hay exterior, todo el planeta está sujeto a su jurisdicción; para un imperio planetario no hay conflictos externos, todos son domésticos. Los Estados Unidos se erigieron por sí y ante sí en gendarmes del mundo; todo conflicto o crisis política, cualquiera sea el rincón del planeta donde se dé y cualesquiera sean las causas que la provoquen, debe ser dirimido según convenga a sus intereses; y para que, si a alguien se le ocurra pensar lo contrario, miles de bases militares están diseminadas en todo lado, hasta el punto de que el mundo entero podría convertirse en una prisión yanqui.

Pero las crisis internas de un imperio debilitan su poderío exterior; para ocultarlo, esos imperios se empeñan en seguir mostrando su poder dondequiera; para lograrlo, deben mostrar músculo y, si no lo pueden hacer con su fuerza militar, deben hacerlo con gestos y retórica de prepotencia y arrogancia; lo cual podría parecer histriónico, pero tratándose de potencias que poseen el más alto poderío nuclear, el riesgo de sobrepasar los límites pone en peligro de extinción a la especie humana más que cualquier pandemia provocada por la naturaleza. Una vez más se hace realidad aquello de que el mayor enemigo del hombre es el hombre mismo. Pero si el hombre es el causante de un mal, también el hombre debe ser el que produzca su curación. Todos los hombres y mujeres razonables y honestos del mundo, deben levantar su voz y emprender una cruzada en pro de la paz, una paz fundada en la justicia exigiendo el estricto cumplimiento de los principios del derecho internacional, encauzando los ingentes recursos económicos y científicos que hoy se destinan a la construcción de armas destructivas, a combatir la pobreza de los pueblos y a la defensa de la Naturaleza. Lo que no se haga en ese sentido no pasa de ser demagogia. Todo lo dicho, en las circunstancias actuales es algo más que una utopía, es un imperativo moral; más aún, es la conditio sine qua non que tiene la humanidad para lograr sobrevivir. La especie sapiens ha sido la más exitosa de todas las especies de mamíferos; lo cual la ha llevado a crear la más ingente acumulación de poder que jamás podría imaginarse. EL imperativo imprescindible en la actual encrucijada de nuestra historia, es poner ese inmenso poderío al servicio de las mejores causas. De no lograrlo, cualquier pandemia presente o futura, no será más que el preludio “de un apocalipsis anunciado”.

Después de Trump

Arnoldo Mora

La conciencia que la humanidad tiene del rol preponderante que juegan los Estados Unidos, el más reciente y último –eso esperamos- imperio universal de Occidente, quedó patente, una vez más, con la actitud asumida casi unánimemente por los pueblos de la tierra, frente a los acontecimientos que tuvieron verificativo en ese país durante las elecciones presidenciales pasadas y, sobre todo, ante los acontecimientos que pusieron término – ¿por ahora? – dramáticamente al conato de golpe de estado. Ese intento de golpe de estado, inspirado en la manera como ellos mismos lo acostumbran hacer en todas partes en donde ven amenazados sus “intereses”- es decir, los intereses de sus trasnacionales, que se nutren de la explotación de las materias primas de los países periféricos – puso en vilo a la humanidad entera; todo el mundo estaba consciente de que allí se jugaba, en medida no desdeñable, el destino de la especie sapiens; no era un asunto doméstico de quienes lo habían provocado; podría devenir en un asunto de vida o muerte para la humanidad entera; un golpe de estado de índole fascista en Washington haría realidad lo que Hitler intentó hacer y tuvo como desenlace la II Guerra Mundial. No nos ha de extrañar, por ende, el sentimiento de alivio que muchos en todos los rincones del planeta experimentaron cuando se dio el feliz desenlace de tan arriesgada y riesgosa aventura; sentimiento acentuado con la inusual ceremonia – marcada por las medidas militares de precaución ante la amenaza de terroristas nacionales y para evitar el contagio de la Covid-19- de la toma de posesión del nuevo presidente, un anciano de endeble salud y formado en la más rancia tradición política, pues su único oficio conocido es haber sido senador. La escogencia de Biden sólo puede interpretarse como una visceral y clara reacción de la mayoría del electorado yanqui, ante el fracaso de la afirmación de Trump de que todos los males de la sociedad norteamericana provenían de la corrupción del establishment político, incrustado en las instituciones consideradas, desde los días de los padres de la patria, como base fundamental del edificio “democrático” de la nación, y ubicadas en la Casa Blanca y el Capitolio; esto explica el ataque de hordas fascistas al Capitolio y el berrinche de Trump al verse obligado a abandonar, sino hasta el último minuto y sugiriendo que volvería, las instalaciones de la Casa Blanca.

El fracaso de Trump – ¿momentáneo? – es el fracaso de un intento de deslegitimar las tradiciones o, más exactamente, la rutina del ejercicio del poder político imperial. Pero, en realidad, sólo se trataba de cambiar las formas, no el fondo del quehacer político; más aún, si algún “mérito” (¿?) le hemos de reconocer a Trump, es haber puesto en evidencia la podredumbre que excreta el poder imperial de la Roma americana; como en la conocida y divertida leyenda, bastó que un niño –Trump- señalara que la noble dama Lady Godiva andaba desnuda, para que la impúdica farsa del poder imperial quedara al desnudo ante la mirada estupefacta del mundo entero.

Pero, no nos hagamos ilusiones, Trump puede estar no sólo ya muerto políticamente y a un tris de parar con sus huesos de viejo y degenerado corrupto en la cárcel -¡ojalá¡- pero sólo como persona física, porque el movimiento que él ha suscitado, sale hoy más fuerte que hace 4 años; las cifras no engañan: más de 74 millones votaron por él, 45% de los cuales le siguen con perruna fidelidad aún hoy día; 95% de los que votaron por Trump creen que hubo fraude, es decir, están firmemente convencidos de que el nuevo gobierno es espurio y, por ende, antidemocrático; la fe en el sistema “democrático” norteamericano está severamente golpeada; haga lo que haga la nueva administración, siempre será objeto de sospecha y rechazo por casi la mitad de los ciudadanos yanquis, pues en la política pasa lo mismo que en el amor: si se pierde la confianza todo está arruinado. Esto lo cambia todo; hoy el enemigo de Estados Unidos no está afuera; en vano se buscaría en Pekín o Moscú, y menos en Pyongyang, Caracas o la Habana, porque está en sus propias entrañas; como en la lúcida y esclarecedora película de Bergman, la serpiente ha incubado un huevo que engendrará una nueva víbora. Desde este punto de vista, buscar las causas de los males endémicos de la “democracia” norteamericana fuera de sus fronteras, no deja de ser un acto de mala fe, como sospecho parece estar incurriendo el nuevo Secretario de Estado; si insiste en ese trillado e irresponsable juego, como ya lo advirtió en la cumbre (virtual) de Davos el líder de China, la consolidada potencia hegemónica mundial, el nuevo gobierno yanqui pondría en peligro la paz mundial en detrimento de todos, incluidos en primer lugar, quienes lo provoquen. Por su parte, Putin, al derrotar en Siria a la OTAN y a sus aliados regionales del régimen sionista, ha demostrado estar mucho más avanzado en tecnología bélica y estrategias militares que sus adversarios occidentales. China ha proseguido con su política de conformar pactos de amplio espectro en el campo comercial, como lo demuestra la formación de una zona de libre comercio – la más amplia y poderosa del mundo actualmente- con todos los países de Asia y Oceanía, con la – ¿momentánea? – excepción de la India; en la misma línea de apertura mundial en los mercados, ha de interpretarse el acuerdo recién firmado entre China y la Unión Europea. Con ello, queda claro que el epicentro de las finanzas mundiales no es más Wall Street.

Las repercusiones en los ámbitos económico, social y político no han hecho sino ahondar y acelerar la crisis estructural del fallido modelo neoliberal, crisis que, desde 2008, ha venido siendo el protagonista principal del escenario de la geopolítica mundial. Hasta ahora, las medidas adoptadas por los sectores hegemónicos de la metrópoli imperial para enfrentar su crisis interna, no sobrepasan el ámbito coyuntural, muy justas por lo demás, tales como dar de inmediato multimillonarios subsidios a los sectores más empobrecidos, solventar el problema de los inmigrantes, contrarrestar la ola racista y combatir los prejuicios supremacistas tan en boga en la administración anterior y, lo más importante, tratar de imponer mayores cargas impositivas a las minorías plutocráticas. Pero esto no basta; para llegar al fondo del problema se debe cambiar radicalmente el “orden” económico-mundial imperante desde los acuerdos de Breton Wood, impuestos por la potencia que se creyó ganadora luego del cataclismo de la II Guerra Mundial. La solución no está en exportar la guerra a los países periféricos con el único fin de satisfacer los apetitos criminales de ganancias del complejo militar industrial, el más poderoso lobby en los sinuosos pasadizos de Washington; las élites imperiales deben, por fin, llegar al convencimiento de que la guerra ya no es un negocio, como lo ha señalado en múltiples ocasiones el Papa Francisco. Para lograr una salida a la crisis actual, se requiere que los países periféricos se unan y conformen un bloque que les dé protagonismo en el escenario de la geopolítica mundial; la pandemia ha demostrado fehacientemente que la humanidad es una sola, por lo que ya no hay problemas locales: las calenturas de unos pocos pronto se convierten en la pulmonía de todos…

Y para poner punto final a estas reflexiones, cabe preguntarse: y en Tiquicia ¿qué? Ese asunto lo trataré en un próximo artículo.

De la Marcha sobre Roma a la Marcha sobre Washington

Vladimir de la Cruz

Los sucesos del 6 de enero en Washington me hicieron recordar la Marcha sobre Roma que organizó Mussolini en Italia, en 1922, momento de su ascenso al poder, comparable con la intención de Trump de hacerse por la fuerza del Gobierno y la Presidencia que perdió en elecciones.

El fascismo italiano se había desarrollado al finalizar la I Guerra Mundial, en 1919, con la complacencia del Rey Víctor Manuel III, y se mantuvo como régimen o sistema político hasta 1945, al finalizar la II Guerra Mundial. Benito Mussolini se había destacado como el principal líder dentro del Partido Nacional Fascista.

En 1922 Mussolini organizó una Marcha sobre Roma, la que se llevó a cabo, en su movilización, entre el 22 y 29 de octubre de 1922.

El resultado político de la Marcha fue que Mussolini se hizo con el poder, acabó con el sistema parlamentario imperante en Italia y más tarde acabó con los partidos de la oposición política prohibiéndolos, imponiéndose como un dictador, un gobernante autoritario.

El discurso de Mussolini era contra los socialistas y comunistas, exaltaba la violencia y las movilizaciones de sus simpatizantes, organizados como brigadas de choque social contra opositores, con grupos armados inclusive. Hacía un discurso violento desde cualquier espacio público que se le facilitara.

En 1921 Mussolini había sido electo diputado desde donde empezó a combatir a todo el sistema político imperante en Italia.

Mussolini atacó al liberalismo y a la democracia desde sus posiciones populistas, que eran muy atractivas para los grupos sociales desplazados por las consecuencias de la I Guerra Mundial, afectados por la crisis social generada por ellas y por la “amenaza” que sentían del surgimiento de la Revolución Rusa, y sus impactos en Italia como en el resto de Europa, especialmente durante los años 1919-1921, y de que pudieran llegar al poder.

En octubre de 1922 Mussolini impulsó convocatorias para que se realizaran concentraciones públicas en toda Italia. Así prepararon su Gran Marcha sobre Roma, llegando a Roma en tren, en autos, o a pie, para forzar o presionar la renuncia de las autoridades políticas, especialmente en las regiones donde había autoridades socialistas, que dominaban principalmente el norte de Italia. El objetivo de la Marcha era tomar el poder para Mussolini. Desde el 22 de octubre de 1922 empezaron a llegar a Roma, amenazando de hecho con la guerra civil si les impedían la llegada. Trump ha creado condiciones para un enfrentamiento civil en la sociedad norteamericana, desde las acciones policial represivas contra negros y afrodescendientes hasta la de enfrentamientos de sus seguidores con otros ciudadanos.

La situación llegó a ser tan tensa que el entonces Primer Ministro italiano, Luigi Facta, impuso un estado de sitio, para la ciudad de Roma, acto que el Rey, Víctor Manuel III, lo suspendió, facilitando que el 31 de octubre se realizará la gran concentración convocada, permitiendo que Mussolini al día siguiente se hiciera con el poder, impusiera su Gobierno e iniciara su dictadura, la que fue estructurando poco a poco, pero de manera acelerada.

Características del fascismo fue su nacionalismo, su totalitarismo, su antiliberalismo, su antimarxismo, su antisocialismo, su anticomunismo, el culto a la personalidad de Mussolini procurando, con ello, un control y la subordinación de todas las autoridades y líderes políticos, el control del Partido Nacional Fascista, convirtiéndose Mussolini en el líder de masas más importante de ese momento en Italia. El culto a la “personalidad” individualista de Trump es parte de su arraigo en una gran masa de ciudadanos y votantes.

Como gobernante Mussolini impulsó una serie de leyes y acciones administrativas de actos de gobierno contra personas y grupos sociales, con un profundo carácter racial, en ese momento contra judíos, exceptuando a los “judíos convertidos en arios”, o que prestaban ciertos servicios al Estado. Estableció leyes que impedían matrimonios con judíos, que emplearan judíos, que impedían el ingreso de judíos a Italia, de retiro de la ciudadanía italiana, que impedían inscribir niños judíos en escuelas públicas.

Estas leyes se impulsaron por la influencia de Hitler en Italia, y por el acercamiento político de Mussolini y de Hitler.

Mussolini exhortó a que los italianos se declararan racistas. Hasta llegaron a elaborar el “Manifiesto de la raza”, con apoyo de una gran cantidad de intelectuales y personajes de la cultura. Allí se hablaba de la existencia de razas humanas, razas grandes y pequeñas, de la raza como concepto biológico, de la pura “raza italiana”, de distinguir entre mediterráneos de Europa, de los orientales y los africanos, excluyendo categóricamente a los judíos de la raza italiana, entre otros conceptos.

En 1922 en Italia había una crisis del sistema político, un vacío de poder. La Marcha sobre Roma fue un movimiento político, una acción política para imponer un gobierno de derecha y autoritario. La base social de Mussolini era el sindicalismo con la Confederación Italiana de los Sindicatos Económicos y la Confederación Nacional de Corporaciones Sindicales, particularmente. La base social de Trump también es de sectores laborales y sindicales, de campesinos y de habitantes de zonas rurales.

El 27 de octubre de 1922 el gobierno italiano, del Primer Ministro Facta, dimitió mientras los fascistas iban controlando el escenario político. La izquierda italiana, incluido el Partido Comunista, nada pudo hacer contra la Marcha. Los otros líderes políticos trataban de llegar a un acuerdo político con Mussolini, que impuso el 30 de octubre un Gobierno de Coalición, controlado por Mussolini, de nacionalistas, de los grupos llamados populares, de los democrático sociales nittianos, giolittianos, salandrinos e independientes filofascistas, mientras la Marcha avanzaba sobre Roma.

La llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos fue intempestuosa. Tradicionalmente no era un cuadro político, un líder político, ni siquiera de larga tradición y vínculo con el Partido Republicano, hasta había apoyado en el pasado a líderes y candidatos del Partido Demócrata. No era en sentido estricto un militante político. Nunca ejerció un cargo de elección popular. Era un intruso en ese Partido Republicano y en la política tradicional norteamericana, donde logró imponerse en las elecciones internas de ese partido, en las llamadas elecciones primarias.

Su campo principal de acción estaba en los negocios e inversiones. En el campo político desplazó líderes tradicionales e históricos dentro del Partido Republicano, haciendo uso social, especialmente, de las redes sociales digitales, que en las elecciones norteamericanas empezaron a desempeñar un gran papel desde las elecciones del 2008, en ese momento usándolas Barak Obama.

Las redes sociales sustituyeron espacios tradicionales de comunicación de líderes, candidatos y partidos políticos, sin que los desplazaren del todo, con la ventaja de que son mecanismos al instante, más baratos, directos a los públicos que están destinadas, fáciles de conexión, con cantidades masivas de participantes o de “seguidores”.

Donald Trump, quienes le han estudiado, afirman, que se vinculó a estas redes desde el 2009, con sus actividades profesionales y empresariales, logrando gran alcance de masas.

A la cuenta de Twitter, su medio favorito de comunicación, se vinculó desde ese mismo año, 2009. Así hizo su campaña del 2016 y así la repitió en el 2020. Pero no solo hizo campañas electorales de esa forma. Todo su gobierno, 2016-2020, lo manejó y comunicó principalmente en sus acciones constantes, al instante, mediante su Twitter, con más de 40.000 twitts, según lo han estudiado, durante todo este período. También utilizó hashtags, retuis, las plataformas digitales como Instagram, Facebook y otras.

La imagen proyectada de Trump es la del Héroe, la del superhéroe capaz de hacer grande a los Estados Unidos y de volverlo a hacer, como planteó para esta campaña electoral.

Para Trump los Estados Unidos estaba primero, había que recuperar su economía, sus espacios económicos, de manera que sus relaciones económicas no fueran deficitarias, de allí el ataque y la rediscusión de los tratados de libre comercio con Canadá, México y su disputa con China. El retorno de empresas a Estados Unidos para revitalizar su economía fue clave, la recuperación de empleos en sus primeros años de gobierno le dieron fuerza, la crítica a la infraestructura vial y de comunicaciones que hacía le depararon seguidores, su preocupación por el empleo fue determinante antes de la Pandemia.

Para Trump el papel de los Estados Unidos se había debilitado internacionalmente, de allí que cuestionara el proceso globalizador del que formaba parte, rompiendo alianzas estratégicas militares, económicas y políticas, saliéndose de algunos compromisos internacionales, impactando los escenarios geopolíticos y geoestratégicos.

En lo interior arremetió contra el Partido Demócrata al que constantemente atacaba de socialista y de querer introducir el comunismo en Estados Unidos, sabiendo que en Estados Unidos el Partido Comunista existe desde 1919. Esta lucha contra el socialismo la quiso llevar, sin éxito, y sin investigaciones del Congreso, casi hasta los niveles de la época macartista de la década del 50, a pura publicidad y ataques mediáticos.

Hizo del Partido Demócrata su principal enemigo político y le convirtió en su principal adversario a derrotar por el bien de los Estados Unidos y del pueblo norteamericano, porque los males internos de los Estados Unidos se los achacaba a este partido y a las estructuras políticas e institucionales dominantes en ese país.

Poca atención prestó a los problemas sociales de los negros, de los afroamericanos, de los latinos. Su discurso contra los mexicanos y puertorriqueños, desde el inicio de Gobierno, lo era contra todos los latinos, contra todos los migrantes, contra los mexicanos, con su lucha por el muro fronterizo, casi una obsesión, logró detener bastante los procesos migratorios terrestres hacia los Estados Unidos, estableciendo una alianza estratégica con el con Gobierno de México el que puso casi 30.000 efectivos militares a resguardar la frontera para contener a los migrantes.

Su principal atención eran los ciudadanos norteamericanos y no los que habían llegado, como migrantes, o ilegalmente, a Estados Unidos. Sus políticas antimigratorias dividió familias, separó niños de sus padres, se acentuaron cotidianamente.

Ley y Orden, consignas fundamentales, que autoritariamente blandía para recordar la mano dura de su gobierno.

Cuando Trump se enfrentó a Hillary Clinton, en el 2016, la presentó como la representante de las estructuras de poder, que él cuestionaba. Cuando se enfrentó a Joe Biden, en el 2020, lo presentó como el parásito de la política, que tenía 46 años de estar en política, que nunca había trabajado, decía.

A Hillary como a Biden los presentó como lo más negativo siendo Trump el factor positivo, el salvador de los Estados Unidos, presentándose, en muchas ocasiones como la víctima de los medios de comunicación, a pesar de que tenía los propios que lo defendían y exaltaban. Este campo para Trump era un campo minado contra la corrupción imperante.

El discurso de Trump fue vulgar, ofensivo, insultante, siempre negativo hacia sus contrincantes, siempre combatiendo todo lo que se le oponía o creía que se le enfrentaba. Atacó instituciones, medios de comunicación, personas, líderes de todo tipo.

En las elecciones que acaban de pasar, el 3 de noviembre, Trump enfrentó su peor crisis de gobierno, de sus políticas y acciones Ejecutivas, especialmente por el impacto del surgimiento de la Pandemia del Coronavirus Covid-19, y su imponente desarrollo en los Estados Unidos, que también paralizó el mundo en sus relaciones económicas internacionales, que bloqueó las redes de intercambios productivos, de comercio, de transportes internacionales y locales, de turismo, de millones de contagiados y de muertos.

En el caso del gobierno de Trump despreciando el papel de los científicos en esta lucha, contra el COVID-19, estimulando con su actitud la expansión de la pandemia en los Estados Unidos, como un elemento de limpieza “étnica”, entendiendo que los afectados con este virus son principalmente sectores y poblaciones pobres, de migrantes, de negros y afroamericanos, de latinos, poblaciones marginales. Quizá su desinterés estaba asociado a la eliminación de votantes, por la pandemia, más del Partido Demócrata que del Republicano.

Irresponsablemente convocando a manifestaciones en el período electoral, de carácter masivo o presencial, facilitando de esa manera los contagios.

Frente a las elecciones últimas, sabiendo de la situación de la pandemia, de las dificultades de las concentraciones humanas, del resultado preliminar de las encuestas desfavorables a él, empezó a cuestionar todo el proceso electoral, presentándose como una víctima del mismo y de los mecanismos de fraude que podían hacerse mediante los sistemas de emisión de votos que hay en Estados Unidos, debilitando la institución federal de correos en este campo, incitando a la población que le sigue fanaticamente a que se estaba fraguando un fraude en su contra, apoyándose en bases sociales incultas, de poca educación, de los grupos fascistas, nacionalistas, racistas, supremacistas, anti migracionistas, misóginos, conservadores en general, en los miembros de la Asociación del Rifle Norteamericana, en la población de tradición religiosa pentecostal, especialmente de la población de los Estados centrales y rurales de los Estados Unidos. Mientras Mussolini combatió y persiguió a los pentecostales, en una sociedad italiana muy católica, Trump los apoyó y los hizo sus aliados estratégicos, en una sociedad no tan católica.

Nadie como Trump había cuestionado el proceso y el sistema electoral de los Estados Unidos, que se tenía como un modelo democrático casi ideal, de larguísima tradición histórica, confiable en todos sus extremos, donde la posibilidad de hacer fraude electrónico es de 0.009 %. Con este cuestionamiento quebró la credibilidad de la misma población norteamericana en su propia estructura democrática. Siempre habló de que las elecciones y su triunfo se la habían robado. Este fue parte del argumento que utilizó para la Marcha sobre Washington, impedir el robo de su elección y triunfo.

Cuestionó el mismo sistema electoral de votos populares donde fue ampliamente derrotado, así como el de los electores del Colegio Electoral, que surgen de esos votos populares, donde también sufrió una amplia y contundente derrota, que son los que en definitiva definen el ganador.

De acuerdo al sistema electoral de los Estados Unidos, cada uno de los 50 Estados, más el Distrito Capital, tienen sus propios sistemas de votación y de conteo de votos. De hecho, son 50 procesos electorales, cuyos resultados tienen que tenerse el 14 de diciembre, habiendo sido las elecciones el 3 de noviembre. Certificados estos procesos electorales de los Estados su informe de resultados se pasa al Congreso el 6 de enero, lo que sucedió, para sobre las certificaciones de votación declarar el candidato ganador de las elecciones para que asuma, formalmente, el 20 de enero la Presidencia de los Estados Unidos.

No satisfecho Trump con los resultados empezó a cuestionar, bajo el pretexto de fraude hecho de distintas maneras, resultados electorales de aquellos Estados que más Electores dan al Colegio Electoral con la finalidad de cambiar el resultado final. Impugnó casi en 60 localidades, de los distintos Estados, la emisión de votos, sin resultado favorable a sus pretensiones, así fallados en su contra por Cortes Federales.

No satisfecho con esto desde el mismo día 14 de diciembre empezó a preparar el ambiente contra lo resuelto que tenía que conocerse el pasado 6 de enero en el Congreso.

Su objetivo, al estilo de la Marcha sobre Roma de Mussolini, una gran Marcha sobre Washington el 6 de enero cuando el Congreso debía conocer los resultados, para detener allí el robo electoral que se le había hecho, sitio en el que todavía se podían impugnar resultados conforme se fueran dando los informes de las certificaciones electorales de los resultados de las votaciones, y tratar de anularlos con el propósito de que, en situación extrema, el resultado pasara a la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, donde tiene una amplia y holgada mayoría de Jueces nombrados por el Partido Republicano, y por su propio Gobierno, todos de características conservadoras en su formación profesional.

La Marcha sobre Washington no solo para presionar con la multitud, sino para actuar, como lo hicieron, sobre los Congresistas reunidos, e impedir de esa manera la proclamación y reconocimiento de la Presidencia para Joe Biden. La Marcha sobre Washington, fue debidamente planeada, hasta en el asalto al Congreso, para cambiar los resultados electorales por la presión de los manifestantes. La Marcha sobre Washington no fue una movilización de desobediencia civil, fue una acción debidamente impulsado de desacato, de desconocimiento, de no aceptación del resultado de la elección del 3 de noviembre, ni fue un simple asalto al Congreso como inicialmente lo pintaron. Fue una acción contra los congresistas, su institucionalidad y contra la misma Constitución Política de los Estados Unidos.

Los movilizados iban con la intención de tomar el Congreso, de asaltarlo, de impedir que sesionara. Minutos antes los convocados a Washington, que llegaron de distintas partes de los Estados Unidos, se habían reunido en la Casa Blanca, donde fueron alentados por miembros de la Familia Trump a actuar violentamente contra los congresistas. De la Casa Blanca fueron invitados a marchar sobre el Congreso, al edificio del Capitolio, para tomarlo. Así se movilizaron las hordas trumpistas.

De hecho, Trump esperaba una imposición de la multitud sobre los congresistas, del “pueblo” sobre sus “representantes”. Estaba a las puertas de un Golpe de Estado, de una situación de sedición popular, que alentó constantemente desde que cuestionó el resultado electoral aún días antes de que se produjera la votación.

Llamaba a que se reconociera que él debía seguir gobernando, que debía mantenerse en la Presidencia, que desconociera a Joe Biden. De hecho, proponía un golpe de Estado institucionalmente ejecutado en su favor.

Las elecciones para Trump habían sido un éxito, aun en su derrota electoral. Había llegado casi a los 75 millones de votantes en su favor, lo que lo convertía en un líder popular, populista, como no tiene el Partido Republicano, como tampoco lo hay en Estados Unidos en el campo político. Trump como fenómeno político había irrumpido como el principal dirigente político de masas en los Estados Unidos. Había desplazado a todos los dirigentes de la estructura organizativa del Partido Republicano y no había casi ninguna duda de que sería el candidato de las elecciones del 2024, a las que ya había anunciado que volvería a participar.

Las elecciones para el Partido Republicano también fueron exitosas a nivel del Congreso, donde aumentó el número de diputados. Perdió el Senado, por la derrota del 5 de enero de los senadores de Georgia, que en parte ya había perdido desde el 3 de noviembre. La actitud de Trump contra el proceso electoral en general, de fraude en su contra, se ha señalado como una causa adicional para que el 5 de enero estos dos senadores republicanos perdieran, dándole un triunfo apretado al Partido Demócrata del Senado, y del Congreso, lo que obligará al Presidente Biden a un gran proceso de negociaciones políticas constantes, en lo que tiene gran experiencia.

La derrota de Trump no ha acabado con la derrota del fascismo en Estados Unidos. Con Trump se ha alimentado esta tendencia política, que en Estados Unidos tiene más de 1000 distintas organizaciones fascistas y filofascistas de diferentes tipos, que agrupan todo tipo de ciudadanos, lo que explica parcialmente también por qué Trump tiene seguidores latinos, afroamericanos, entre otros grupos. Trump puede convertirse en su líder más importante aun cuando lo llegaren a marginar de procesos político-electorales. Trump puede seguir siendo el emblema del fascismo actual en los Estados Unidos y el agitador político más importante de oposición al nuevo gobierno que inicia el 20 de enero. Podría llegar a convertirse en un mártir político si se le llega a apresar con motivo de los juicios y acusaciones que le seguirán.

Con esta tendencia populista de Trump quizás entramos a una nueva etapa de liderazgos políticos en los Estados Unidos, liderazgos de masas, de populismos políticos…

Los sucesos de asalto al Capitolio, que se señalan de terroristas, que le imputan a Trump su responsabilidad, lo que ha abierto es un juicio político contra él, ya aprobado en el Congreso, ahora en manos del Senado, juicio que puede concluir, ya no en su destitución, sino en una sanción político-jurídica que lo inhabilite para participar en futuros procesos electorales y a puestos de elección pública. Este es el resultado óptimo que esto puede tener.

Si de algo no va a escapar Trump es de la persecución judicial a la que será sometido por una serie de acusaciones que ya le tienen montadas, de las que difícilmente saldrá triunfante de todas ellas.

La Marcha sobre Washington sigue latente para el próximo 20 de enero, con posibilidades de altos grados de violencia, y hasta de actos terroristas contra su realización, y de posibles atentados contra Biden y las nuevas autoridades públicas norteamericanas. Lo que tradicionalmente ha sido una actividad de traspaso de poder festiva, popular, y tranquila, la del 20 de enero es un traspaso de poder que se realizará con un público altamente militarizado, con uniformes militares, con medidas extremas de seguridad y posiblemente sin caminata del Congreso a la Casa Blanca…con protestas republicanas y pro trumpistas en diferentes partes de los Estados Unidos. Será, por todo esto, más una ceremonia virtual que física presencial. Estos son los nuevos Estados ¿Unidos?

¿Incidentes o golpe de Estado?

Marcos Chinchilla Montes

Claro que lo sucedido hoy en Estados Unidos de América es más que bochornoso, el presidente Trump instrumentalizó a sus fanáticos seguidores para disparar su último cartucho contra lo que él considera una elección fraudulenta. En otras palabras, digamos que intentó dar un golpe de Estado, cosa que EUA sabe hacer muy bien, aunque no en su geografía.

La institucionalidad democrática de ese país terminó resquebrajándose aún más, y avisora un cisma de enormes proporciones que se extenderá por varias décadas; cuidado y no, la fractura política pueda ensancharse más en una coyuntura en que la hegemonía del imperio muestra evidentes signos de erosión.

Esos actos e imágenes nos resultan muy familiares en América Latina, prácticamente todos los golpes de Estado que hemos vivido en la región, llevan el sello Made in USA, y las sangrientas dictaduras que se instalaron tenían la misma marca de origen. La diferencia mayor radica que en nuestra América la intervención yanqui se saldó con miles de muertos y desaparecidos, torturas, violación a los derechos humanos, interrupción del “orden” constitucional, y destrucción del medio ambiente entre otras atrocidades; mientras que la confusa intentona golpista acabó por el momento con la vida de una de las mujeres manifestantes y 15 personas detenidas.

Algunas perlas que me parece no podemos dejar pasar desapercibidas:

  1. Conociendo la convocatoria que hizo Trump para que sus seguidores -blancos y supremacistas- se manifestaran contra la confirmación electoral del Biden, la policía hizo poco o nada para anticiparse a la toma del Congreso (hay que reconocerle al hotel Harrington de Washington que prefirió cerrar por varios días antes de aceptar a los supremacistas de Proud Boys), todo apunta a complicidad por parte de las autoridades. Cosa contraria, prácticamente todas las manifestaciones del Black Lives Matter fueron reprimidas y terminaron con decenas de personas detenidas y un llamado de los sectores conservadores a extinguirlas. 
  2. El silencio del denominado Grupo de Lima; regularmente tienen la osadía de despotricar contra Venezuela y Maduro, pero no tienen nada de testosterona para pronunciarse contra los ademanes antidemocráticos de Trump. Como buenos perros falderos, tienen que guardar silencio, o hablar cuando así se los indica el amo.
  3. La posición de la OEA y Luis Almagro se resumió en 97 palabras y caracteriza el intento de golpe de Estado como “incidentes”. Claro que con Nicaragua, Venezuela, Cuba y Bolivia ha sido implacable. Yo imagino que como mínimo, Almagro designará una comisión de observadores y hará recomendaciones para fortalecer la maltrecha democracia norteamericana.

Hoy Estados Unidos de América experimentó una cucharadita de la medicina que le ha recetado al mundo: violencia, imposición, sedición, muerte. ¿Se repetirá la incapacidad de sus líderes para entender qué sucede a lo interno del país, o mirarán en la dirección equivocada como sucedió con el ataque a las Torres Gemelas aquel infausto 11 de septiembre del 2001?

 

Imagen tomada de El Comercio, Perú.

¿Ocaso o aurora?

Arnoldo Mora

Dos acontecimientos, de origen y naturaleza diferentes pero que la historia y, sobre todo, la política, los ha ligado íntimamente en los últimos meses, razón por la cual este año pasará a la historia signado por los mismos, como son el inesperado surgimiento de una pandemia cuya universalidad planetaria y cuyas consecuencias económicas y sociales marcarán los rumbos que habrá de tomar la política mundial en el futuro; y, por otro lado, la derrota electoral de Donald Trump, un presidente norteamericano que evoca la figura y el abominable legado de Adolfo Hitler.

Ambos eventos, insisto, marcarán el futuro inmediato que tomará la historia de la humanidad, dada la repercusión que tienen debido, no sólo a su extensión planetaria, sino también a la revolución tecnológica de los medios de comunicación colectiva, que están haciendo desaparecer las barreras del espacio y del tiempo, convirtiendo de hecho a la humanidad en una sociedad, cuyas decisiones inciden directamente en el destino y la sobrevivencia de la especie sapiens. Como un invitado de piedra, el coronavirus se convirtió en el epicentro de ese terremoto electoral, que sacudió a la que ha sido considerada la mayor potencia política y económica del mundo en las últimas décadas, aunque hoy, como lo muestra la espernible figura de su presidente, da muestras de una creciente e indetenible decadencia, tanto política como moral; la incapacidad de contener las secuelas letales de esa epidemia, se han convertido en un factor determinante de la derrota electoral de esa detestable figura; como reza el dicho popular: no hay bien que por mal no venga.

La incidencia de la pandemia en las elecciones norteamericanas se comprueba en el hecho de que al inicio de año el triunfo de Trump parecía indetenible, como lo mostraban las cifras del crecimiento económico y de la disminución del desempleo; paradójicamente, el histriónico terrorismo con que el presidente ninguneaba a sus contendientes y a su propio entorno que osaba mostrarse mínimamente crítico, era del agrado de un vasto sector de una sociedad acostumbrada a ver en la conquista del Oeste la premonición de lo que debería ser el sojuzgamiento de todo el planeta.

Hoy la humanidad parece respirar con cierto aire de alivio ante la derrota de ese abominable sujeto… Pero no nos hagamos ilusiones; las causas que lo llevaron al poder hace cuatro años continúan; su presencia en la Casa Blanca no fue un accidente fortuito, sino un efecto cuya causa estructural sigue intacta; un 30% de la población norteamericana nunca reconoció a Obama como SU presidente debido a su ascendencia africana, incluso cuestionaron la autenticidad de su nacionalidad; el Partido Republicano fue controlado por una fanática secta religiosa, el Tea Party, violando el legado de los padres fundadores, que se refleja en una Constitución que establece el carácter laico o aconfesional del Estado; hoy ese partido alberga una peligrosa falange de energúmenos inspirados en una ideología pseudoteológica denominada “Destino Manifiesto”; jamás aceptarán el resultado de las elecciones, como lo prueba la violencia fascistoide que han desatado desenfrenadamente en las calles; el propio Trump, en el momento en que escribo estas líneas, se ha negado a reconocer el triunfo de sus adversarios; lo mismo ha hecho su Partido; ambos dicen que recurrirán a los tribunales y, eventualmente, a la Corte Suprema de Justicia, donde cuentan con mayoría. Pero aun perdiendo ampliamente estas elecciones, que han sido las más concurridas de la historia de ese país, los republicanos han mejorado su presencia en la Cámara Baja (representantes) si bien siguen siendo minoría, y parece que contarán con mayoría en la Cámara Alta o Senado. Todo lo anterior confirma que las tendencias fascistoides de un significativo sector de la población siguen incidiendo, de manera ominosa, en la escena política de ese poderoso vecino. Esto tiene raíces históricas; Franklin D. Roosevelt, el mejor gobernante yanqui del siglo pasado, no pudo declarar la guerra al eje nazi-fascista sino hasta después del ataque japonés a Pearl Harbor (1941) debido a la obstinada obstrucción del Partido Republicano, en cuyas filas abundaban los simpatizantes del Tercer Reich; el más admirado y más poderoso empresario industrial, modelo y emblema del éxito de la tecnología norteamericana, como era Henry Ford, se declaraba simpatizante de los nazis; otro tanto hacía Charles Lindbergh verdadero mito del imaginario colectivo de su pueblo…Los ejemplos podrían multiplicarse.

Pero lo realmente preocupante es que las raíces ideológicas siguen vigentes, hoy acrecentadas debido al apoyo reiterado de la Administración Trump; los promotores de crear esta atmósfera de odio y terror que se ensañan especialmente contra las minorías, como son los latinos y los afrodescendientes, son hordas de rubios supremacistas y policías racistas. Como consecuencia de este ambiente intoxicado de extremismos, el país se ha dividido en bandos hostiles, como sólo se había visto en tiempos de la Guerra de Sesión (1861-1865); hoy los “States” ya no son tan “United”. Eso explica las palabras del presidente electo, Joe Biden, llamando a la concordia y la unidad nacional. Pero más allá de las buenas intenciones del presidente electo, están las realidades políticas. Ese país sólo podrá despertar de esa espantosa pesadilla con ribetes neofascistas si surge un nuevo sujeto político jugando un papel protagónico, conformado por sectores progresistas de clase media y esas mal llamadas “minorías” que ya no lo son tanto y que, incluso, podrían llegar ser la mayoría; las estadísticas lo prueban: 18% de la población son latinos y 14% a afrodescendientes, que se caracterizan por tener el mayor crecimiento demográfico; lo cual explica, pero no justifica ni mucho menos, la criminal furia de los grupos racistas y supremacistas.

En las masas oprimidas radica su propia liberación; pero para ello deben crecer en conciencia política y conformar una organización que forje un proyecto nacional genuinamente democrático…Todo lo cual está por verse. De ahí que sigue flotando en el ambiente la gran interrogante que dio título a estas líneas: ¿estamos ante el ocaso que presagia una noche tenebrosa, o son los primeros rayos luminosos de la aurora que anuncia la llegada de un día radiante, no sólo para ese país sino para la humanidad entera?

El contexto de las elecciones presidenciales en EEUU. Trump y las ideologías políticas que han definido históricamente al Partido Republicano y al Partido Demócrata

Vladimir de la Cruz

El Partido Republicano de los Estados Unidos hoy encarna a la derecha política y conservadora de ese país.

Originalmente, fue fundado en 1792 por Thomas Jefferson, lo que lo convierte en el partido más viejo de los que participan en el proceso electoral del próximo 3 de noviembre, aunque su fecha de fundación, para la actualidad, la remontan al 20 de marzo de 1854, como una organización que también hundía sus raíces en el Partido Whig que existió desde 1834.

El Partido Demócrata, su principal contrincante, considerado liberal, progresista, fue fundado en 1828 hoy acusado por Donald Trump de representar la “izquierda”, y algunas veces lo ha acusado de “comunista”, cuando realmente responde más a las corrientes actuales políticas que podrían encajar en socialdemócratas.

El Partido Comunista de los Estados Unidos que no está participando en las elecciones, con candidatos propios, pero que existe, fue fundado en 1919. Sus raíces estaban en el Partido Socialista de América. Los otros partidos políticos que están en la lista electoral estadounidense son más recientes, entre ellos los partidos Libertario, el Verde y 17 partidos más. En algunos Estados de la Unión Americana también se llevarán elecciones legislativas y estatales gubernamentales.

En las elecciones principales está en juego la Presidencia, sacar o mantener a Donald Trump, derrotar la mayoría republicana en el Senado o mantenerla, igualmente derrotar la mayoría Demócrata en el Congreso o mantenerla.

El escenario se orienta hacia una posible derrota de Trump y hacia una derrota de los republicanos en el Senado. Pero, hasta que no haya elecciones no se sabrán sus resultados.

En sus orígenes el Partido Republicano fue la fuerza política antiesclavista, abolicionista, y proteccionista desde el punto de vista económico, que agrupaba más a los pobladores de los estados norteños de los Estados Unidos. En las elecciones de 1860 fue el Partido de Abraham Lincoln.

Desde 1869 hasta 1933 la mayoría de Presidentes de los Estados Unidos han pertenecido al Partido Republicano, que gobernaron, de este período, 48 años, y les siguieron 20 años, hasta 1953, de gobiernos del Partido Demócrata. Este período fue el de auge de las políticas reformistas, impulsadas por el Partido Demócrata, en el contexto del impacto de la Crisis Mundial de 1929 y de la Segunda Guerra Mundial, políticas de salarios, pensiones, incentivos laborales, legislación laboral, fortalecimiento sindical, reformas sociales y económicas que no pudieron ser abatidas por los republicanos a su regreso en 1953.

En la década de 1960 se invirtieron los papeles de estos partidos. El Demócrata avanzó hacia el progresismo social, defensor de los derechos de los negros y de minorías, y el Republicano agrupó los grupos conservadores, racistas y todavía “esclavistas” existentes en los Estados Unidos.

Con Ronald Reagan el Partido Republicano consolidó sus posiciones dentro del conservadurismo estadounidense. Reducción de impuestos, inversiones, ahorro público, más empleo, más ingresos, reducción del gasto público, eliminación de la burocracia estatal, reducción y eliminación de programas sociales, economía de libre mercado fueron sus consignas, al impulso de la llamada Revolución Conservadora, con fuerte manto protector religioso, convirtiéndose desde ese momento en un partido altamente conservador, lo que lo ubica, en el plano político, en la derecha del espectro electoral norteamericano, con una base social más compacta y unida, más homogénea.

En la tradición norteamericana, desde el punto de vista del lenguaje político, se acuñó ser Liberal como ser del sector de izquierda, y no de la derecha como significa para casi el resto del mundo. En su lugar ser Conservador es ser de derecha.

El Partido Republicano está afiliado a la Unión Internacional Demócrata, donde también participan partidos demócratas cristianos.

Como en todos los partidos políticos en el Partido Republicano hay sus fracciones, desde moderados hasta ultraconservadores, así como hay distintos componentes sociales y raciales, entre ellos blancos, hispanos, negros y afroamericanos. Muchos de los negros y afrodescendientes que participan bajo las banderas del Partido Republicano responden a militancias en movimientos nacionalista negros, de tipo conservador y también anticomunistas. En este último sentido también participan latinos, especialmente cubanos. Por ello se encuentran como activistas del Partido republicano e identificados plenamente con Trump. No casualmente es importante el Estado de la Florida en estas elecciones. El anticomunismo organizado, aún existente, en cientos de asociaciones en el territorio de los Estados Unidos es parte de la base de apoyo de Trump, por ello sus discursos anti izquierda y anti comunistas del Presidente contra el Partido Demócrata y su candidato Joe Biden.

En el caso del Partido Republicano, en los últimos 40 años, han llegado a tener un gran peso político interno los sectores más conservadores, unidos a grupos fundamentalistas, de tipo religioso, de distintas iglesias y grupos religiosos no católicos, dando origen también a tendencias políticas teoconservadoras, o de la derecha cristiana.

El conservadurismo político del Partido Republicano se expresa, principalmente, en temas sociales, familia, matrimonio, gays en general, LGTBIQ, aborto, sexo, conservadurismo fiscal relacionado con recortar gastos públicos, reducir impuestos, establecer menos regulaciones, aunque también hay republicanos opuestos a estas políticas.

La base social de blancos del Partido Republicano se identifica con ser blancos no hispanos, de tradición más europea, no española ni portuguesa, más sajones y protestantes religiosamente.

La elección de Donald Trump, como candidato presidencial en el 2016, creó mucha tensión interna, en el Partido Republicano, por ser considerado un intruso político, sin trayectoria militante política, que se ha mantenido hasta hoy, porque no se apega al “guion” histórico de los presidentes republicanos. Incluso desde el 2017 hubo voces disonantes contra Trump en el propio partido Republicano, pero desde el 25 de enero del 2019 el Comité Nacional del Partido Republicano le dio un respaldo no oficial a la candidatura a Donald Trump.

Como candidato actual mantiene esa tensión, y hoy más, por su individualismo extremo en su toma de decisiones, por su manera temperamental de atender asuntos, por su intransigencia, por sus posturas supremacistas, por su desprecio a los hispano mexicanos, puertorriqueños y latinos en general, por su abierto apoyo a los grupos racistas y supremacistas, por la defensa de la represión policiaca brutal, por su negativa a dar informes tributarios, que por ley está obligado, por sus disparates expresados constantemente en su cuenta de twitter, por su poca educación y mal trato con gobernantes y líderes de gobiernos, por sus juicios poco pensados sobre mujeres, latinos, afroamericanos, por sus tendencias dictatoriales y aislacionistas internacionalmente, por sus posturas desglobalizadoras, considerando que con ello se benefician los intereses norteamericanos.

Su tendencia dictatorial, autogolpista que impulsa cuestionando el propio proceso electoral y su legitimidad, negándolo, afirmando que está preñado de fraude, intentando postergarlo, acusando públicamente al Partido Demócrata de estar realizando el fraude con el voto por correo, su cuestionamiento al voto de las minorías negras, afroamericanas, hispano mexicanas, está en función de considerar que su postura autoritaria y dictatorial es para proteger la democracia norteamericana, “su” democracia, su mantenimiento en el Poder, puesto que el exceso de democracia puede ser peligroso para la misma Democracia y para resguardar o proteger los valores democráticos.

A propósito de este supuesto fraude en marcha en las elecciones de los Estados Unidos, la Organización de Estados Americanos, de la cual Estados Unidos es miembro, debería integrar una Misión Oficial de Observación del Proceso electoral de los Estados, así como se integran para vigilar y supervisar procesos electorales en América Latina, con el voto y anuencia de los Estados Unidos. Desde 1962 la OEA ha desplegado en el continente casi 250 Misiones de este tipo, en 27 países, de los 34 que integran la OEA.

Para Trump el posible triunfo del Partido Demócrata es un paso hacia el crecimiento del socialismo, de la izquierda, del comunismo, que pone en peligro la democracia norteamericana y la estabilidad de su sistema.

Trump impulsa una nueva Guerra Fría internacional, en torno a la competencia comercial que tiene Estados Unidos con la República Popular China, y presiona, en ese sentido a los países, como se hacía durante la Guerra Fría contra la Unión Soviética y los otros países socialistas, para su ruptura, si fuera posible hoy, o por el debilitamiento de esos lazos comerciales. No es ya, un problema de relaciones políticas, como lo era en preocupación de Estados Unidos hasta 1990, sino que es de relaciones económicas y de control de mercados. La Ruta de la Seda, que impulsa la República Popular China, no la puede evitar en el nivel mundial que puede llegar a alcanzar.

Estas posturas conservadoras, o neoconservadoras, linda con elementos fascistas, de allí también el movimiento AntiFa, como parte de los movimientos que adversan la candidatura de Trump, que se ha desatado en los Estados Unidos.

Una expresión de estos movimientos conservadores fue el surgimiento en los Estados Unidos de los Libertarios, con repercusiones internacionales, en oposición a los liberales clásicos.

La apelación religiosa, que constantemente hace Trump, está en función de enfatizar la religión como la base esencial de la sociedad, lo que ha fortalecido el surgimiento de movimientos políticos religiosos, o movimientos religiosos con fines y objetivos políticos.

“Hacer Grande a América”, el grito de guerra de Trump, en este momento, recuerda el “Pacto con América”, agitado en la elección de 1994, donde no hubo un triunfo político en toda la línea, en la posibilidad de que Trump pudiera ganar la Presidencia.

Donald Trump impulsa un nacionalismo extremo, en su lucha contra los migrantes, una justificación contraria a la naturaleza misma de los Estados Unidos, que nació como resultado de procesos migratorios intensos, multiculturales, que hoy tiende Trump a quebrar, de esa manera, que es la esencia e identidad de la grandeza de los Estados Unidos.

Esta posición lleva a Trump a dirigirse en sus discursos y actuaciones a la derecha típica norteamericana, que en los Estados Unidos, tiene cerca de 1000 grupos, que abarcan desde partidos políticos hasta asociaciones, de todo tipo, muchos de ellos de larga tradición histórica. Quienes han analizado la derecha en Estados Unidos sostienen que surgió desde los mismos días de la Independencia.

Derecha e Izquierda se traduce hoy en Estados Unidos como Conservadores y Progresistas, aunque desde la campaña electoral del 2016, por los ataques que le hacía Donald Trump a Hillary Clinton, se exaltó en el lenguaje popular el término de Izquierda para calificar al Partido Demócrata y el de Derecha para referirse al Partido Republicano, y para significar en ese concepto de Izquierda al comunismo. Los nazi americanos se identifican más con la derecha y extrema derecha y rechazan la identificación con el conservadurismo o el neoconservadurismo. La Organización del Ku Klux Klan, fundada en 1865, tampoco se reconoce como conservadora o neoconservadora.

El conservadurismo norteamericano es hoy una articulación de movimientos que se expresan en las luchas callejeras, con expresiones muy importantes en el campo intelectual, que ha permitido que se exprese, en distintos momentos, en la propia Casa Blanca, desde Nixon hasta Trump.

Un elemento importante del conservadurismo en Estados Unidos es su nacionalismo y su anticomunismo, que es la esencia común de los movimientos conservadores norteamericanos. En su anticomunismo hoy no está la URSS pero está China, la República Popular China, que Trump la exaltado en su discurso electoral, no así la República Popular Democrática de Corea o la de Vietnam, ni tampoco está en es nivel Cuba, a pesar del debilitamiento de relaciones que ha hecho respecto a lo que el Presidente Barack Obama había avanzado.

La base social del Partido Republicano, en el sector rural y central de la geografía norteamericana deviene, de la identificación de estos sectores productivos que desde hace décadas se manifiestan contrarios a las intervenciones estatales reguladoras de mercados, de precios, y por sus tradiciones históricas conservadoras, que los lleva a mayor identificación con el conservadurismo político y religioso. En las condiciones actuales, de la crisis de la Pandemia del Coronavirus y el descalabro económico que eso ha significado para todos los países y todas las economías, esta situación se ha desbalanceado y hoy el Partido Demócrata tiene más proyección con este electorado, lo que se manifiesta en el menor respaldo que recibe Trump ante Biden.

Ronald Trump es hoy el Presidente Republicano número 19. ¿Continuará su mandato? Eso está por verse el próximo 3 de noviembre.

Trump, las elecciones de noviembre y el COVID 19. La apuesta por el caos y la limpieza étnica

Vladimir de la Cruz

Con asombro se ha visto, como desde el principio del desarrollo y expansión de la Pandemia del Coronavirus COVID 19, el Presidente Trump, en Estados Unidos, le ha restado importancia, ha retado a las autoridades científicas, de su propio país, en las medidas que hay que tomar, de carácter público y privado para enfrentar la expansión y controlar a los infectados.

Ha impuesto cambios en los mandos científicos que se han atrevido a cuestionarlo, o que sencillamente dan declaraciones científico médicas, que por su naturaleza desdicen lo que el propio Presidente afirma y alardea.

Trump ha desdibujado, sin que la realidad se lo confirme, el impacto de la pandemia, el número de contagiados y el de fallecidos. Para el día de las elecciones, el 3 de noviembre, se calcula que los infectados por la Pandemia, estarán en Estados Unidos alrededor de los 7 millones con casi medio millón de muertos.

Son las propias autoridades de algunos de sus Estados las que se han impuesto la tarea de enfrentar, con decisiones estatales, desde las Gobernaciones o desde las Alcaldías, especialmente las que están en manos del Partido Demócrata, que ha asumido un compromiso con la ciencia, la lucha por detener el impacto de la pandemia, por disminuir contagios y muertes, y por la vida.

Llevamos, desde diciembre hasta hoy, desde cuando se anunció el virus, casi 10 meses, de dicho impacto. Hasta marzo no se llegó a tener claro el impacto mundial, especialmente por la parálisis económica que empezó a producir, por el impacto en el desempleo que generó, por el rompimiento del encadenamiento mundial de las relaciones productivas y comerciales, por la parálisis del movimiento de mercaderías y de personas, con el cese durante semanas de medios de transporte internacional de todo tipo, debido a que esta es una de las fuentes más importantes de transmisión del virus.

Vimos como Trump utilizó, frente a la ciencia, el discurso de usar medicamentos que nada tenían que ver con la detención de la pandemia, y por el contrario, estimuló el uso de medicamentos que, en algunos casos, podían generar otros problemas a quienes los emplearan.

Finalmente, Trump ha tenido que ponerse el bozal, el tapa bocas, para algunos actos, en tanto se acerca el final de la campaña electoral, a escasas siete semanas, con cuatro partidos principales, el Republicano, el Demócrata, el Libertario y el Verde, y 16 partidos más de menor significado, sabiendo que no debe contagiarse ni enfermarse, de manera que lo incapaciten por varios días severamente.

Sin embargo, el bozal y el tapa bocas no le ha impedido seguir hablando, ahora exagerando, de que tendrá la vacuna para millones de personas antes del 3 de noviembre, día de la votación presidencial, de 34 senadores y de toda la Cámara del Congreso, donde arriesga a perder la mayoría que tiene su partido en el Senado. También anunciando que comprará, si pudiera hacerlo, todas las vacunas que se produzcan para su uso inmediato en Estados Unidos.

Con la elección presidencial también hay elecciones legislativas y de gobernadores en algunos Estados. Además, en algunos Estados se ha autorizado para que jóvenes de 16 años puedan votar por primera vez. Por ahora, su esfuerzo en el campo electoral, está en debilitar hasta donde pueda el proceso electoral mismo, restarle confianza a las elecciones, amenazar de que hay en marcha un gran proceso de fraude por parte de los demócratas, por el llamado a votar que hacen, de acuerdo a lo que la ley en Estados Unidos permite, por medio del voto llamado “ausente” y el voto “adelantado”. Estos votos se pueden emitir por correo.

El voto emitido por correo es una opción real y existente en todos los Estados de los Estados Unidos. Se necesita una excusa válida para solicitar esta forma de voto. La excusa válida existente hoy en Estados Unidos es la expansión de la Pandemia, de sus contagios y sus muertes, que es el principal país afectado en toda su magnitud, y la necesidad de no convocar ni hacer aglomeraciones humanas. En los Estados se tiene clara esta causa, para justificar las solicitudes que se hagan, para emitir el voto por correo, y no necesariamente en forma de voto presencial.

El Partido Demócrata ha llamado a quedarse en casa, para resguardar la salud y la vida de los norteamericanos, pero llamando a los electores a emitir su voto por correo, a ejercer el voto ausente y el voto adelantado. El Presidente Trump ha lanzado la gente a la calle. Para las elecciones quiere que menos gente vote por correo. Y promueve, con sus convocatorias y mensajes, reuniones masivas, con el efecto real del contagio, y de muertes.

En el voto adelantado no se requiere una justificación por parte del votante, pero en algunos Estados se requiere que este voto se haga en persona en la Oficina local donde se reciben estos votos. También los ciudadanos norteamericanos pueden votar desde el extranjero.

La dificultad electoral mayor es que en los Estados Unidos cada Estado tiene sus propias reglas electorales, particulares, junto a estas formas nacionales de emitir el voto. Lo que es real es que el Coronavirus ha impuesto la necesidad de que todos los Estados acepten, y faciliten que los ciudadanos puedan emitir su voto en ausencia por medio de Correo.

El Servicio Postal en Estados Unidos es de lo más seguro, eficiente, y rápido que hay. Es un organismo federal independiente. Los delitos que se cometen en este servicio se consideran delitos federales. Su organización es de lo más efectivo, creíble y preciso. Por correo es usual que se hagan pagos y se envíen cheques de cualquier monto. Es tan importante y seguro el Servicio Postal que las direcciones en Estados Unidos se dan y reconocen por las que tiene establecido el sistema postal, en ese país, de la misma manera como operan las licencias de conducir para la identidad de las personas. El servicio de correos es de lo más valorado y sagrado de la vida cotidiana de los estadounidenses, y emplea casi un millón de personas.

Trump ha puesto en duda su credibilidad y confianza, diciendo que por correo lo que se planea es un “fraude por el voto universal”, con todo el propósito de sabotear las elecciones, su resultado. A ello ha agregado que el voto por correo será “catastrófico”, “que nunca se va a saber cuando acaba la elección”, “que el resultado de las lecciones no se va a conocer” en “meses o años” porque las “papeletas se van a desaparecer”, Incluso ha maniobrado con la intención de posponer las elecciones, lo que se ha señalado que constitucional y legalmente no puede hacer.

Los expertos en las votaciones norteamericanas señalan, por los estudios que se han hecho de esos procesos electorales, que la posibilidad de fraude, por voto presencial, es de un 0,0001%, y de voto por correo, es de un 0.0002%, lo que no altera en nada prácticamente ningún proceso electoral.

En su campaña contra el Servicio de Correos Trump ha debilitado sus fondos públicos, hizo despedir miles de trabajadores de esa institución, ha propuesto aumentar las tasas de envío de paquetes hasta un 400%, ha recortado el pago de horas extras, ha establecido interrupción de repartos de paquetes y correspondencia, ha retirado buzones de correos de las ciudades, ha retirado máquinas clasificadoras automáticas de correspondencia de algunas oficinas, y en forma deliberada ha llamado a perder la confianza pública en el servicio de correos, y hasta ha hablado de privatizar el servicio.

Ha nombrado un director en el Servicio de Correos que intencionalmente ha hecho que no funcione bien, con el efecto inmediato de que no puedan cumplir a cabalidad para el día de las elecciones con su trabajo postal, y afectar de esa manera a los votantes que, obligados por la Pandemia no quieren ir a emitir su voto en persona, pudiéndolo hacer por correo, y exigiendo que lo hagan presencialmente, a la par del envío de su voto por correo, provocando de previo, lo que sabe Trump, un atascamiento en el conteo de votos, para que eso, el resultado, en caso de ser parejo, o con poco margen de ventaja para Biden, el resultado que impugnará él, señalando fraude, pase finalmente a la Corte Suprema de Justicia, que tendría la última palabra en definir el resultado, como ya lo hizo, en contra del partido Demócrata, en procesos electorales atrás.

Trump domina, con jueces republicanos la mayoría de la Corte. La reciente muerte de la Jueza demócrata lo está haciendo correr para asegurar su sustitución antes del 3 de noviembre, y fortalecer más la mayoría de jueces republicanos y conservadores.

Esta es quizá la carta que está jugando Trump con más fuerza. Provocar tal incertidumbre en el resultado para que eso lo decida la Corte.

El elector norteamericano no tiene la cultura política electoral de los electores latinoamericanos o europeos. Es baja y por ello casi no se presentan a votar. La Pandemia es un desincentivo para presentarse en urnas, de allí la importancia del voto por correo. Por ello la lucha de Trump por debilitar el Servicio Postal y cuestionarlo desde ya, de antemano, de que es el vehículo del posible fraude que puede sufrir, sabiendo que las encuestas le colocan hasta en 10 puntos de desventaja con Biden, aunque tenga sus zonas fuertes de votantes, a las que motiva a movilizarse el 3 de noviembre. El mismo Trump tiene que usar el voto por correo porque tiene su inscripción electoral en Florida y no en Washington.

El impacto de la Pandemia en la población norteamericana es principalmente en la población pobre, hispana, negra y afroamericana. De todos estos sectores la afroamericana es la mayor afectada. ¿Por qué? Porque tienen las peores condiciones de salud, de habitación, forman parte del desempleo, por la segregación histórica que han sufrido que los ha alejado de las posibilidades reales de servicios públicos buenos y satisfactorios, porque no hay inversiones en las comunidades afroamericanas, por las inequidades sociales a que son sometidos, porque tienen menos seguros de salud, menos ingreso y menos ahorros, porque los trabajadores negros o afroamericanos se ven obligados a seguir trabajando en las calles, en empleos que se realizan en las calles, haciendo trabajos duros y pesados. En este sentido se ha cuestionado la calidad de datos, sobre la Pandemia, que el gobierno de Trump ha saboteado, que no son claros y son manipulados.

Situación similar a la de los afroamericanos sufren los latinos o hispanos en Estados Unidos. A esto suman los ilegales o indocumentados, en Estados Unidos, que son millones. La cifra de muertos en Estados Unidos la disputan latinos y negros. Por número de casos de enfermos los latinos llevan la delantera, seguidos de los negros. Los “blancos” de Estados Unidos representan poco menos del 25% del total de enfermos y de fallecidos.

En la composición poblacional de los Estados Unidos, sobre casi 330 millones de habitantes, 196 millones se consideran blancos, 62 millones hispanos, 48 millones negros y 24 millones de otros grupos étnicos. Entre los hispanos el 62% son mexicanos, 9% centroamericanos y 8 % portorriqueños.

En general, los daños colaterales de la pandemia son la pérdida de empleos, el subempleo, el incremento de trabajos informales, la reducción y pérdida de ingresos y de ahorros, quiebra y cierre de empresas, inseguridad, desatención de las enfermedades crónicas, se han interrumpido parcial o completamente servicios para el tratamiento de la hipertensión; para tratamiento de diabetes y complicaciones relacionadas con la diabetes; para el tratamiento del cáncer y para emergencias cardiovasculares entre otros daños.

Para el Presidente Trump su indiferencia frente al problema de la Pandemia en Estados Unidos, calza con su visión de limpieza étnica que puede ocurrir con la Pandemia, enseñoreándose con negros, afroamericanos, latinos, mexicanos, portorriqueños, estos dos últimos grupos a quienes ha venido atacando, y refiriéndose a ellos despectivamente, desde que asumió la Presidencia. La pandemia le puede disminuir población, no importa en cuanta cantidad de millones, si es necesario, si lo que mueren son negros, afroamericanos, latinos, mexicanos, portorriqueños, y pobres, sobre todo si mueren votantes de estos grupos poblacionales. El aumento de muertos en la población blanca significa apenas un 10%, mientras que en negros es un 32% y en latinos o hispanos un 45%.

A esto apuesta Trump, limpieza étnica como daño colateral de la Pandemia. Es su cifra oculta de muertos. La convocatoria a la apertura y obligatoriedad del curso lectivo, valorando a los maestros como “trabajadores esenciales”, y teniendo claro que los niños serán propagadores silenciosos del Coronavid. La Asociación de Maestros de Estados Unidos ha denunciado que los quieren poner a trabajar sin garantizarles los recursos y las protecciones necesarias para hacerlo de manera segura, sabiendo que los están exponiendo, a maestros y estudiantes, al contagio, la enfermedad y la muerte.

Para Trump el escenario inmediato es el de la mayor apertura en la vida social, económica y educativa de los Estados Unidos, más muertes de afroamericanos y latinos principalmente, menos votantes en contra suya, caos electoral, cuestionamiento de las elecciones por supuestos fraudes ante la Corte Suprema de Justicia, posibilidad de que le atribuyan su triunfo si ese estudio de las elecciones se diferencia por poco margen en favor de Biden… una manera discreta, al estilo Trump, de hacer una autogolpe de Estado para permanecer en el Gobierno…

De resultar así, para el mundo, Trump simbolizará la pandemia mundial de la desglobalización, en todas sus facetas si sigue insistiendo en la ruptura de los procesos globalizadores que se han venido estableciendo de manera especial después de 1990, y tratando de imponerse mundialmente como única potencia, destruyendo el multilateralismo que se ha gestado. En pocas semanas sabremos cuál es el camino a seguir.

(Artículo publicado en Wall Street International Magazine el miércoles 23 de setiembre del 2020 y compartido con SURCOS por el autor).

La guerra del Coronavirus y sus daños colaterales

Vladimir de la Cruz

El impacto de la Pandemia del Coronavirus COVID-19 es de tal magnitud, por su alcance y trascendencia internacional, que ha roto, ha quebrado, todo el orden de las relaciones internacionales en todos los sentidos. Ha afectado obviamente las relaciones comerciales, productivas, de los procesos de encadenamiento económico a nivel internacional y a nivel local de cada uno de los países afectados.

Ha afectado áreas productivas, mercados internacionales de producción y abastecimientos de partes para la industria en general, ha afectado mercados de mano de obra barata en todos los continentes, ha afectado los mercados de colocación de mercaderías, estimulando, en cierta forma, todavía a escala reducida, los mercados internos de producción y de abastecimientos. Su impacto social, aún no evaluable, es el de llegar a causar mayor pobreza general y de mayor pobreza extrema en todos los países, junto el hambre, “hambrunas”, para grandes masas de personas, quizá sin que hayamos superado el impacto de la presencia del COVID-19.

El mundo del transporte aéreo, terrestre y marítimo se desplomó, por los controles de la expansión del Coronavirus que se han impuesto. La industria y la actividad turística, en todas partes del mundo, ha caído, con expectativa negativa para los próximos 18 meses por lo menos, y la economía de encadenamientos sujeta a ella ha sufrido igual impacto.

Las pequeñas empresas productivas, la MIPYMES y PYMES en general, son las más golpeadas, las empresas de venta y consumo de comidas, de servicios han cerrado estrepitosamente, creando un mayor impacto en las economías nacionales cuando estas pequeñas empresas son mayoritarias, y mayoritariamente empleadoras, en las actividades económicas de cada país, que con poca o baja contratación de personal, son también las que mantienen la mayor cantidad de empleo nacional, y en la situación actual conducen, por sus cierres, a que los índices de desempleo real aumenten de modo preocupante, agravando la situación social, de vida, de trabajo, de hambre real y de tensiones sociales y políticas que ello pueda producir.

El COVID-19 ha afectado el mundo del trabajo provocando cierres de empresas, despido de empleados, rebajo de jornadas de trabajo, nuevas formas laborales intensivas como el tele trabajo, el trabajo parcial con reducción de jornadas, y rebajo consecuente de salarios y beneficios sociales, desempleo total y desempleo parcial, con pérdida y reducción de salarios y sus beneficios sociales, ha afectado la capacidad de pago de obligaciones de trabajadores, de pequeños, medianos y algunos grandes empresarios. Los sindicatos mismos van a sufrir este impacto en su afiliación real, en sus cuotas de pago sindicales, así como en su actividad organizativa, y hasta en sus luchas.

Ha afectado los vínculos diplomáticos alterando las relaciones de países fronterizos por los cierres de fronteras, impuestos de cada lado, para mitigar, con el control de los procesos migratorios y de desplazamiento de nacionales y extranjeros, la posibilidad de expansión y contagio del Coronavirus. Ha cuestionado internacionalmente a aquellos gobernantes que no se han sometido a los parámetros de la Organización Mundial de la Salud para atender la pandemia, e irresponsablemente, en sus países, han sido laxos frente al avance del Coronavirus, con las repercusiones internacionales que eso tiene.

El Coronavirus ha surgido como una fuerza de combate en guerra en todos los países, contra todas las personas, sin que estuvieran preparados para ella.

El Coronavirus se ha desarrollado como un movimiento guerrillero, apareciendo por aquí y por allá, y simultáneamente en todos los países, como si fueran diferentes frentes de combate, donde no se le puede enfrentar en el campo militar. De allí, por ahora su fuerza, por su capacidad sorpresiva de aparición provocando daños directos y daños colaterales en cada país y sociedad, por el temor que desata su existencia. En unos países impacta más que en otros, pero nadie está exento de sufrir su presencia ni daños colaterales. Y dentro de los países hay regiones más afectadas que otras.

Por ahora es una guerra que está comenzando, con un enemigo que se le conoce, que se la ha logrado identificar, el COVID-19, pero que no se tiene capacidad de controlarlo, y no se sabe aún con certeza cuando podrá acabársele y de qué modo se hará, porque su manera de combatir es silenciosa, sorpresiva, universal, y en muchos casos precisa y fulminante.

Uno de los efectos más dramáticos que ha provocado es que no se ha logrado una acción internacional contra el Coronavirus.

El único campo internacional que opera es el de la ciencia médica y epidemiológica, donde se hacen esfuerzos de coordinación día a día, para ir analizando los movimientos y comportamientos del Coronavirus, como sus posibilidades de mutación, para buscar, en el campo de la ciencia, los mecanismos y armas para detenerlo y controlarlo. Si es por una vacuna, se ha dicho, es un proceso que puede durar por lo menos hasta dos años, de allí que lo más claro es que el Coronavirus ha llegado para quedarse y tengamos que aprender a vivir con él, como vivimos con un montón de bacterias, virus y microorganismos, que siguen causando muertes, y por miles, muchos de los cuales hoy los controlamos y disminuimos sus muertos con vacunas.

El Coronavirus ha declarado, en cierta forma, una guerra contra toda la Humanidad. La guerra en que nos ha metido el Coronavirus no ha terminado. Los efectos devastadores de esta guerra todavía no los conocemos en toda su dimensión.

En el campo científico es una Guerra Total, que ha obligado a que todos los países muevan sus recursos y fuerzas, hasta donde se pueda, para destruir su capacidad contagiosa y de expansión. Como Guerra Total supone la subordinación de la política, no a la guerra como es la idea clásica militar, sino a la Ciencia, lo que no ha hecho el gobierno de Trump, y algunos otros, y que sí se hace en la mayoría de los países. Aquí, en Costa Rica, el Gobierno ha hecho muy bien de poner al frente, día a día, de esta batalla, incluso por el manejo de las Conferencias de Prensa diarias, al Ministro de Salud y al Presidente de la Caja Costarricense del Seguro Social. Hasta hoy el discurso oficial, en Costa Rica, descansa sobre todas las cosas en la ciencia para combatir el Coronavirus.

Importante papel puede llegar a jugar el Instituto Clodomiro Picado, de la Universidad de Costa Rica.

Por ahora el COVID-19 asusta por las muertes y contagios en todos los países, y atemoriza por el daño causado a la economía mundial, que es el daño colateral impuesto por este Coronavirus.

En las guerras modernas, y recientes, especialmente después de 1990, desde la Guerra del Golfo Pérsico, se habla de los daños colaterales, aquellos causados que están fuera de los objetivos militares a destruir, que son las víctimas civiles, particularmente, y así se justifican por quienes provocan estos daños colaterales, en estas guerras, generalmente por resultado de los bombardeos.

Se habla de daño colateral de aquel causado sin intención, de manera accidental, o por repercusión sin haberlo deseado, pero como resultado de una operación militar. En la sucia guerra de Vietnam los Estados Unidos usó este término para referirse al asesinato de civiles y la destrucción de sus propiedades.

Los daños colaterales militarmente se han extendido a las construcciones, hasta hospitalarias y diplomáticas, como ha sucedido, así como a los equipos y el personal, que puede ser afectado, en una operación militar, de fuerzas amigas de los atacantes. El daño colateral no quiere decir sin intención, aunque los ejércitos tratan de darle ese contenido conceptual. Es el daño adicional, subordinado, secundario, que resulta de una acción militar. Es el acto que puede resultar consciente, si es una ventaja táctica militar, en donde al destruir un objetivo deben eliminarse civiles e inocentes, o destruir instalaciones que no son objetivos militares.

El Coronavirus como agente militar, como arma de guerra, directamente ataca personas. El Coronavirus, en sus daños colaterales, afecta toda la economía, las fábricas, el transporte en todas sus manifestaciones, ciudades y pueblos completos, las refinerías lo que ha hecho caer el precio y la producción diaria de petróleo mundial. Afecta la salud emocional de las personas, sobre todo por los encierros obligados, las “cuarentenas” y restricciones de usos sociales, de comportamientos y de relaciones sociales que ha impuesto.

La autonomía de desplazamiento del Coronavirus en su ataque es demasiado amplia, llega donde tenga oportunidad de llegar, atacar y ocasionar el daño directo y el colateral respectivo. El Coronavirus por blanco estratégico tiene a los seres humanos. Eso está claro, de allí la necesidad de su protección.

En curso de la II Guerra Mundial, al mediar la década de 1940, las potencias aliadas impulsaron tres organismos de carácter mundial, en perspectiva del mundo que surgiría después de esa horrorosa guerra, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, ambos en 1944, como resultado del Tratado de Breton Woods, y las Naciones Unidas, en octubre de 1945.

Al terminar la II Guerra Mundial el mundo había cambiado. Derrotado el nazifascismo surgió de manera poderosa un Sistema Mundial de países socialistas, que hizo cambiar el escenario de las relaciones internacionales. El mundo se enfrascó en una división internacional de Socialismo versus Capitalismo y de un escenario militar, la Guerra Fría.

El resultado práctico inmediato por parte de los Estados Unidos fue impulsar en la Europa capitalista existente el Plan Marshall, con el propósito de meter 12.000 millones de dólares, de esa época, para la reconstrucción europea, y presentar la Europa capitalista como una vitrina frente a la Europa socialista que también estaba surgiendo. Ello produjo en el campo militar, luego, el desarrollo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, por un lado y del Pacto de Varsovia por otro, para mantener los equilibrios militares en ese continente.

En América Latina el Plan Clayton, entre 1946 y 1947, se propuso igual propósito para contribuir a desarrollar la economía de la región, especialmente en el sector agrario o campesino, y frenar o neutralizar en el continente los movimientos insurgentes que estaban dándose. Para la parte militar en América Latina se impuso el Plan Truman. En 1948 se impulsó militarmente el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, con la OEA de fondo y de soporte.

Después del Coronavirus el mundo va a ser otro. Frente al Coronavirus no se impulsan organizaciones de este tipo ni políticas de esta naturaleza, de carácter colectivo. Lo más cercano a ello es el apoyo a la Organización Mundial de la Salud, la abanderada internacional en la lucha contra el Coronavirus, y sus organismos regionales, como la Organización Panamericana de la Salud, hoy sin el apoyo económico del gobierno norteamericano, y del Presidente Trump, que ha anunciado quitarle los fondos económicos que le daban, acusándola de estar plegada, en esta situación pandémica, a los intereses de la República Popular China.

Igualmente, esos organismos, son hoy objeto de atención, y de llegada, para apoyar gobiernos y países con préstamos y políticas económico-financieras para enfrentar el Coronavirus en sus impactos financieros internos.

En el momento actual debe operar la política realista, de la diplomacia y de las acciones concretas y prácticas para atender la pandemia, cuando no hay un Gobierno mundial, ni hay un “ejército mundial” en capacidad de combatir el Coronavirus, que debe enfrentarse en cada país con las fuerzas médico-científicas que se tienen, y con las estructuras de salud pública y de seguridad social que cada país tiene y ha desarrollado históricamente.

El Coronavirus ha alterado en la práctica el equilibrio de poderes existentes en el mundo actual, ha debilitado a las grandes potencias, las ha alejado de sus propias relaciones, les ha debilitado sus carreras armamentistas para enfrentar al enemigo no tan invisible del Coronavirus. La “paz” internacional, exceptuando las guerras locales o regionales aún existentes, que han pasado a guerras de baja intensidad momentáneamente, también se ha alterado.

Para Trump la situación internacional es grave por el impacto que ella tiene al interior de los Estados Unidos en su elección de noviembre de este año. La torpeza con que ha actuado lo ha alejado del liderazgo internacional que los Estados Unidos ha significado, pero le ha debilitado su liderazgo interno, a nivel nacional y regional con sus propios Estados y sus autoridades locales, los gobernadores.

Pareciera que Trump siguiendo a Maquiavelo quisiera usar el mal para tratar de lograr el bien. Por ello engaña, hace trampa, mal informa, se enfrenta a la ciencia de su propio país, intriga contra quien se le oponga, enfrenta y limita la acción de los medios de información y de prensa, obliga a su Partido Republicano y a sus dirigentes a seguirle ciegamente, amenaza desarrollar los super poderes que se le permiten al Poder Ejecutivo en Estados Unidos, expulsa migrantes detenidos enfermos de coronavirus a sus países de origen, con el propósito de que enfermen en sus países de origen, como está haciendo con guatemaltecos repatriados.

Para Trump, como yo lo veo, el Coronavirus se le ha presentado como un elemento de limpieza étnica mundial, y en los propios Estados Unidos, por las personas que son afectadas mayoritariamente.

En la línea de enfrentamiento al Coronavirus el realismo político descansa en las decisiones racionales, científicas y médicas, que puedan tomarse e impulsarse para frenarlo, detenerlo y saberlo combatir y para superar, en el mayor corto plazo posible, los efectos colaterales que está provocando, especialmente en el plano de las economías nacionales, y en la reconstrucción de las redes de la economía mundial.

El interés nacional es lo que resalta en los países frente al Coronavirus. En Estados Unidos Trump ha sido muy claro “América Primero”. No son casuales sus políticas públicas internas y sus planteamientos internacionales en torno a cómo enfrentar y combatir el Coronavirus. Se trata de su supervivencia y su propia seguridad, no la del planeta. Por eso niega las políticas internaciones de ataque y confrontación al Coronavirus.

Con el Coronavirus no tenemos en el escenario internacional un país agresivo, una potencia amenazante de otros países, o de todos, por su carácter pandémico. Trump está tratando de pintar a la República Popular China, como esta amenaza, por el origen del Coronavirus, en la ciudad de Wuham, y para ver a este país como el agente agresivo internacional. Es parte de su estrategia geopolítica mundial frente al impacto que tiene la República Popular China en la economía mundial, y la disputa que tiene Estados Unidos en ese escenario para no ser desplazado.

El problema fundamental para Trump es que en la lucha contra el Coronavirus todos los Estados del mundo tienen igualdad de enfrentamiento, y no quieren ser derrotados por el Coronavirus.

El Coronavirus no nos ha metido en el mundo de Tomas Hobbes, el de la lucha, o de guerra, de todos contra todos. Al contrario, nos ha impuesto la tarea de enfrentarlo como una sola fuerza. La diversidad de países, y de posiciones políticas de cada uno de ellos, tiene que conducir a políticas unitarias de acción internacional. Este es el reto que nos impone la pandemia.

La estructura internacional de las Naciones Unidas, y sus organismos internacionales, nos da la posibilidad de actuar cooperativamente en nombre de toda la Humanidad.

Estamos ante un interés público, hoy un interés común, de toda la sociedad, de todas las sociedades existentes, por la defensa del bienestar, la felicidad y la satisfacción de las necesidades básicas de todos los seres humanos.

Enviado a SURCOS por el autor.

Imagen: https://news.un.org/es/story/2020/04/1472832