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Etiqueta: xenofobia

¿Cuán diferente es Costa Rica? ¿somos los costarricenses “ticos” excepcionales?

ADRIANO CORRALES ARIAS

Mucho se ha discutido y se discute sobre la supuesta excepcionalidad de la nación costarricense y de sus habitantes en el concierto de países centroamericanos y, en general, en el amplio mundo hispanoamericano y de más allá. Desde la leyenda blanca de la “Suiza centroamericana” hasta el bocadillo cotidiano de país democrático, pacífico, culto, ecológico, igualitario, se ha tejido una telaraña ideológica “tica” que muchas veces alcanza alarmantes decibeles de chauvinismo y xenofobia rayanos en fórmulas neofascistas. Esa telaraña extiende un enorme velo sobre la gran noche precolombina y esconde con cinismo la invasión europea que reconfigura con brutalidad un continente luego rebautizado como América. El violento machetazo de la conquista y la colonia europeas hizo desaparecer miles de años de historia cultural de nuestros habitantes primigenios. Algunos estudiosos consideran que a la llegada de los españoles, el territorio de lo que hoy se conoce como Costa Rica, estuvo poblado por una cifra cercana a los cuatrocientos mil o medio millón de indígenas. A la vuelta de cien años quedaban alrededor del cinco por ciento. La mayoría pereció en los terribles viajes hacia el trabajo forzado de las minas del sur del continente, por enfermedades y epidemias transmitidas a través de virus desconocidos hasta entonces o por la violencia directa de la cruz y la espada. Por ello Costa Rica es un país nuevo, en todo caso repoblado por un flujo constante de conquistadores, imigrantes, visitantes y hasta aventureros en su breve y tumultuosa historia.

Al interior de la misma nación hay defensores y detractores de esas líneas ideológicas que potencian la excepción hasta el mito o desnudan a la reina de la democracia criolla, la cual, según estos, deambula inmaculada por calles y avenidas políticamente incorrectas. Dichas disputas se realizan tanto a nivel académico, como a nivel político/publicitario y popular rayano en un folclor lastimero donde se mezclan la exclusividad religiosa, geográfica, telúrica, “racial” y hasta deportiva, como si de un paraíso alterno se tratase. Incluso se habla de la descendencia o ascendencia de una suerte de Atlántida caribeña o del tardío emerger del istmo costarricense/panameño, lo que le confiere a estas tierras lozanía y juventud americanas y terráqueas, pero también riqueza agro ecológica y paisajística. Y algo de ello ha de haber puesto que en el pequeño territorio se aloja el cinco por ciento de la biodiversidad del planeta. Por demás, es bueno subrayar que ese pequeño territorio, desde la extensa profundidad prehispánica, ha servido de puente entre las dos grandes masas continentales: la influencia Náhuatl/Mayense llega hasta el Guanacaste (la Gran Nicoya, donde acaba lo que hoy se conoce como Mesoamérica) y el centro, caribe norte y zona sur estaban bajo la influencia sudamericana de signo Chibcha. Dicho de otro modo, ya desde entonces era este un territorio de encuentros, confluencias y resistencias; un área de frontera con un intenso intercambio sociocultural, un “país” multiétmico, plurilingüe y multicultural. Hoy, en especial desde los años setenta del siglo pasado (durante el siglo XIX y principios del XX, fueron poblaciones prusianas/alemanas, chinas, jamaiquinas, italianas, francesas, libanesas, entre muchas más, las que enriquecieron el paisaje sociocultural con alimentos, bebidas, artes, ciencias, tecnologías, religiones, creencias, ideas políticas, en fin, formas distintas de comprender el mundo), sigue siendo un país receptor de migrantes pero, además, expulsor de nacionales y plataforma de tránsito para muchos que buscan la vida en sitios más propicios allá en “el norte brutal y revuelto”, según denominación de José Martí.

De tal modo que el constructo de la nación costarricense no ha estado exento de tensiones, alegorías, contradicciones, disputas, impugnaciones y excesos. Y de importantes aportes e injertos de otras latitudes y formaciones culturales. Aunque debemos aceptar que ya desde los inicios de su vida republicana, el incipiente estado/nación fue alejándose con lentitud del conglomerado centroamericano, cuyas élites criollas se debatían entre las asimetrías de un entramado colonial impuesto sobre el racismo y la explotación multiseculares a base de una arquitectura política y socioeconómica diferenciada. Costa Rica firmó su acta de independencia el 29 de octubre de 1821 y muy temprano se dio su propio ordenamiento con el “Pacto de Concordia”, primera constitución provisional entre 1821 y 1823, denominada “Pacto Social Fundamental Interino de la Provincia de Costa Rica”. Más tarde la “nueva provincia” se adhiere a la República Federal Centroamericana, sin embargo, el Pacto Federal se disuelve de facto entre 1838/1839 y cada provincia declara su independencia. Es en ese contexto de dispersión que Costa Rica se convierte en República en 1848.

No obstante lo anterior, para algunos historiadores y estudiosos la verdadera independencia de Costa Rica se firma con sangre y fuego en las jornadas por la soberanía de 1856/1860. Junto con otros países centroamericanos y bajo el liderazgo del libertador Juan Rafael Mora Porras, para entonces presidente de la joven república, y su hermano Joaquín, Jefe Supremo de los ejércitos centroamericanos, Costa Rica se lanza a la guerra contra los esclavistas usamericanos que pretendían anexarse la región al mando del filibustero William Walker. El Ejército Expedicionario Costarricense fue la vanguardia que permitió la victoria ante las huestes del naciente imperio estadounidense; la batalla de Santa Rosa en Moracia, hoy Guanacaste, fue la primera derrota militar que sufre la política usamericana del “Destino Manifiesto”. Después de esas heroicas jornadas y, a pesar del golpe de estado y del fusilamiento del héroe de las mismas don “Juanito” Mora Porras, junto a su mano derecha y concuño, el General salvadoreño José María Cañas Escamilla, el país, maltrecho por la epidemia del cólera, en la cual pereció más menos el diez por ciento de su población, y por la división interna, logra erigir un estado nacional que se expande por casi todo su territorio. Desde muy temprano se adopta una política a favor de la educación con el objetivo de garantizar la perennidad de las instituciones democráticas. La enseñanza gratuita y obligatoria se instaura en 1869. El militarismo no prospera y el funcionamiento del estado se funda con solidez sobre tres poderes claramente definidos.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, el país también conoce una transformación económica y social gracias a la expansión de las exportaciones de café y a la institución del “sufragio universal” en 1889, aunque todavía sin el voto femenino y el de la población afrodescendiente. Los dirigentes liberales inician una reforma educativa de influencia europea que toca a todos los costarricenses, lo cual en mucho permite afianzar los pilares democráticos y el alcance de una cultura de convivencia pacífica, sin que para nada olvidemos las grandes injusticias que el régimen liberal impone a grandes sectores de la población, tanto por el modelo agroexportador como por la cada vez mayor presencia del capitalismo norteamericano con la construcción de los ferrocarriles y las nacientes plantaciones de banano y la minería como enclaves imperiales. Pero hay un gran esfuerzo desde ya, a través del proyecto educativo liberal, para dotar a la nación de las instituciones, mitos, héroes, cultos y leyendas necesarios para alimentar el sentimiento de unidad y de comunidad nacionales. Ese proyecto, de paso, invisibiliza a los grandes héroes de 1856/1860, los hermanos Mora Porras y sus crímenes de estado (“Juanito” Mora y Cañas Escamilla), a la vez que reinventa a un “héroe nacional” tipo “soldado desconocido”: el tamborcillo de Alajuela, Juan Santamaría. Dicho héroe proviene del símbolo o imagen del “labriego sencillo”, prototipo o personaje central del mito de una democracia agraria acuñado ya durante la colonia. Como nos lo recuerda Anne-Marie Thiesse estudiando el caso europeo, “para que nazcan estas ‘comunidades imaginadas’ que son las naciones, fue necesario dar una historia, un idioma, una cultura común. Fue una gigantesca empresa que movilizó durante decenios sabios, escritores y artistas”. (Thiesse, 2004; citada por Soto Quirós, Ronald en “Imaginando una nación de raza blanca en Costa Rica: 1821-1914”, en Amérique Latine. Histoire & Mémoire, 15 / 2008. https://journals.openedition.org/alhim/2930 (05-05-2020).

Los años cuarenta del siglo pasado, al igual que la heroica gesta de 1856-1860, son claves para comprender el actual estado de cosas. El liberalismo inicia su declive con la Primera Guerra Mundial la cual genera el cierre de los mercados europeos para el café costarricense. La crisis del régimen liberal se prolonga durante varias décadas y no será hasta los años cuarenta cuando empiece a perfilarse un nuevo modelo o régimen de “convivencia nacional”. En ese contexto se genera un clima de inestabilidad política con golpes de estado y revueltas de diversa índole. La dictadura militar liderada por Federico Alberto Tinoco Granados como presidente de facto, y su hermano José Joaquín Tinoco Granados como ministro de Guerra, tras el Golpe de Estado de 1917 al presidente Alfredo González Flores que culmina con la salida del dictador Tinoco hacia Francia tres días después del ajusticiamiento de su hermano y tras una serie de insurrecciones armadas y masivas protestas civiles conocidas como la Revolución de Sapoá, donde asesinan al intelectual y patriota Rogelio Fernández Güell junto a cinco de sus compañeros, así como el Movimiento Cívico Estudiantil de 1919, son unas de las páginas más sangrientas pero heroicas de la “historia patria”. Se asiste a un ascenso de la organización y de las luchas populares, así como al surgimiento de nuevos movimientos sociales y políticos para canalizar las inquietudes y demandas de los sectores marginados por el modelo de “patria” liberal, especialmente la fundación del Partido Comunista en 1931. En 1940 llega al poder el Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia en medio de una ola de popularidad muy elevada y con el beneplácito de la oligarquía gobernante. Casi de inmediato dicha oligarquía lo abandona y, en alianza inédita con la Iglesia Católica y el Partido Comunista Costarricense, el “doctor” inicia una serie de medidas que mejorarán las condiciones de los trabajadores costarricenses: promulga entre otros, el Código de Trabajo, el capítulo constitucional de las Garantías Sociales y funda la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) y la Universidad de Costa Rica, ambas instituciones en mucho responsables de los buenos índices de desarrollo humano del cual goza el país hoy día. Sin embargo, la época era difícil y compleja en el marco de la Segunda Guerra Mundial y la popularidad de Calderón Guardia fue descendiendo debido a rumores sobre corrupción de su gobierno y sus funcionarios. Sin ser una figura política al momento de los hechos, José Figueres Ferrer (posterior Presidente de la República durante tres períodos) denuncia, el 8 de julio de 1942, actos irregulares y de corrupción por parte del gobierno, en un discurso radiofónico. Antes de concluir el discurso, autoridades oficiales toman la radioemisora y Figueres Ferrer es apresado y encarcelado. Cuatro días después es exiliado a El Salvador. Un año después se le permite la entrada al país.

En 1944 accede a la presidencia el maestro Teodoro Picado Michalski, miembro del Partido Republicano Nacional que había llevado al poder al Dr. Calderón Guardia, quien lo promueve en el cargo, pero en medio de elecciones cuestionadas por la oposición. Picado Michalski promulga una serie de garantías electorales para las elecciones de medio periodo en 1946, lo que produjo que la oposición aumentara su representación en el Congreso. El Partido Acción Demócrata de Figueres Ferrer se une a las fuerzas opositoras y continúa las duras críticas al gobierno argumentando ya no solo los actos de corrupción y mal manejo de los fondos públicos por parte del Gobierno, sino la impureza electoral. En las elecciones del 8 de febrero de 1948 se obtienen resultados favorables para el candidato de oposición Otilio Ulate Blanco, basados en los resultados enviados por telegrama, debido a un incendio en el actual Colegio Superior de Señoritas que destruye parte del material electoral, hecho nunca esclarecido. Esta es una de las razones por las cuales el Congreso Constitucional, de mayoría oficialista, anula las elecciones presidenciales ya que las mismas habían sido impugnadas por el Dr Rafael Ángel Calderón Guardia, lo cual significaba una seria violación a los acuerdos que habían puesto fin a la Huelga de Brazos Caídos de julio-agosto de 1947, mismos que expresaban, en el punto dos, que los resultados de las elecciones no podrían impugnarse.

En 1948, tras la anulación de las elecciones por parte del Congreso, los partidarios del candidato opositor Otilio Ulate Blanco se levantan en armas y lanzan una impetuosa ofensiva, pues se consideran los vencedores legítimos de la elección. La confrontación civil estalla entre los partidarios de Ulate Blanco, dirigidos por José Figueres Ferrer, y el grupo que apoya al expresidente Calderón Guardia, fundamentalmente los comunistas quienes defendían las Garantías Sociales. Los enfrentamientos se extienden pocas semanas entre marzo y abril, pero marcan a fondo un país con una guerra fratricida que, aunque breve, ocasiona profundas heridas. Los partidarios de Ulate vencen y Figueres Ferrer toma el mando al frente de una Junta Militar que ostenta el poder durante dieciocho meses. Al final de ese período entrega el poder a Otilio Ulate Blanco, considerado como el vencedor de las elecciones anuladas en 1948. Durante el período de la Junta Militar se promulga una nueva Constitución, misma que conserva la normativa social del período de Calderón Guardia (1940-1944). Esto da nacimiento a la “Segunda República”, aún vigente. Esta nueva Constitución crea un poder electoral independiente (Tribunal Supremo de Elecciones), responsable de garantizar la transparencia de las elecciones futuras. Por otra parte, José Figueres Ferrer decide abolir el ejército, estimando que éste implicaba gastos inútiles y que no garantizaba la estabilidad del país. El último acontecimiento es altamente significativo pues no solo se borra de la historia la institución castrense y sus gastos se dirigen hacia la seguridad social, la educación, la infraestructura, electricidad, telecomunicaciones, vivienda y cultura; sino que permite la eclosión de una cultura de paz donde la ausencia de militares es un elemento central en la actual cosmovisión del costarricense con las condiciones de atmósfera sociocultural y vida ciudadana que ello significa. Debe precisarse, sin embargo, que los perdedores fueron perseguidos, reprimidos y exiliados. El Partido Comunista fue proscrito y el naciente Partido Liberación Nacional (procedente de Ación Demócrata y del “Ejército de Liberación Nacional” de Figueres Ferrer) se convierte en la fuerza política hegemónica con postulados socialdemócratas y con un evidente anticomunismo bajo el cual se perpetran infames crímenes como el de El Codo del diablo (18 de diciembre de 1948) donde perecieron seis personas, cuatro dirigentes sindicales y dos civiles, fusiladas. Es significativo, no obstante, el hecho de que Costa Rica, desde los años sesenta del siglo pasado, no haya padecido el horror de las dictaduras militares ni deba buscar todavía, como en países de la región centroamericana o del sur, desparecidos o haber experimentado el ominoso fenómeno del exilio en masa.

Las medidas que estableció la Junta de Gobierno dejaron en claro que había un proyecto político de reforma estatal y modernización del país. La nacionalización bancaria decretada por la Junta otorgó un papel decisivo al Estado en el crecimiento económico. También se creó el Instituto Costarricense de Electricidad para impulsar la producción de energía eléctrica y el desarrollo de las telecomunicaciones. Posteriormente, en la Constitución de 1949, se establece, además de la abolición del ejército como institución permanente, el derecho al voto de la mujer y de la población afrodescendiente y su movilización por todo el territorio nacional (hasta ese momento sólo se le permitía habitar en la región Caribe, no podían traspasar la frontera del apartheid ubicada en Turrialba de Cartago), la eliminación de la reelección de diputados y la disminución de atribuciones del Poder Ejecutivo. Además, se establecen el régimen de instituciones autónomas, la Contraloría General de la República y el Servicio Civil. De esa manera el sistema político costarricense profundiza su carácter civilista con la creación de instituciones para evitar el fraude electoral y asegurar la estabilidad política, proceso que se acompañará de la consolidación del papel protagónico del Estado en diversos aspectos de la vida económica y social del país. En otras palabras, se erige un robusto Estado Social de Derecho.

Como han señalado varios historiadores, hubo una etapa en que para explicar las diferenciaciones del país se recurría a las supuestas diferencias raciales, es decir, a la idea de que “Costa Rica es diferente, porque Costa Rica es blanca”. Pero con el desarrollo y profesionalización de las ciencias sociales, especialmente de la “nueva” historia, mucho se ha avanzado hacia una crítica denodada sobre ese tipo de “explicaciones”, siendo que somos una sociedad mestiza. La nueva historia destaca que, si bien toda Centroamérica desarrolló economías agroexportadoras, mientras la mayoría implementaba sistemas de peonaje por deudas u otras formas de coerción de la mano de obra, Costa Rica lo hizo basada en pequeños y medianos productores de café. Y que mientras en toda Centroamérica hay una prevalencia de regímenes presidencialistas, Costa Rica, a finales del siglo XIX y principios del XX, transita hacia una democracia más efectiva y funcional, lo cual, probablemente, explica por qué es el único país de la región en donde la mayoría de la población dice no estar dispuesta a aceptar un gobierno no democrático aunque este resolviera sus problemas. Sin embargo, para muchos estudiosos, el ejemplo más claro de por qué Costa Rica es “diferente” consiste en la inversión casi cinco veces mayoritaria en la educación de sus habitantes que sus vecinos centroamericanos. Entonces puede observarse una diferencia sustantiva en cuanto a la percepción costarricense del “desarrollo” en comparación con el resto de países del istmo. Sin duda, la mejor situación de Costa Rica está correlacionada con la educación; el sistema educativo costarricense ha logrado alfabetizar de primero a toda su población y ello no tiene nada que ver con la raza o con explicaciones metafísicas tales como el supuesto pacifismo del “tico”. Debe aceptarse, eso sí, que dicha alfabetización y democratización educativa ha estandarizado la cosmovisión del costarricense, a la vez que ha exacerbado la idelogización de lo mitos fundacionales a la vez que ha cooptado la iniciativa social potenciando un individualismo feroz y una plasticidad muy “a la tica”.

Por cierto, permítaseme una digresión: una cosa es ser costarricense y otra ser o considerarse “tico”. Desde hace más de cien años los costarricenses comenzamos a usar el “tico” no sólo como apócope sino como intensificador: si decimos que no entendemos nada, es normal, no entendemos nada; pero si decimos que no entendemos naditica, es mucho lo que no podemos entender. Si decimos que algo es negro o negrito, pasa por castellano estándar, pero si decimos que algo es negrititico, es una forma propia para decir que es “muy” negro o negrísimo. Este rasgo fue observado por nuestros vecinos y de esa forma empezaron a llamarnos “ticos”. En principio lo asumimos como un apelativo positivo, usándolo cual fórmula familiar, de cercanía, para identificarnos frente a la solemnidad y el formalismo atrabiliarios. Así, lo tico, ciertamente, no tiene que ver tanto con diminutivos, como con aumentativos. De modo tal que pasamos de costarricenses a “ticos” de una manera, digamos, acentuada. Ahora bien, he venido subrayando que el ser costarricense es un constructo histórico que involucra y hace suya una línea identitaria propia (fueron costarricenses quienes marcharon a pelear contra los filibusteros en 1856-1857, no ticos; por ejemplo) y el tico, como vimos, es un apelativo surgido de la tendencia del costarricense a apocopar o aumentarse en “chiquitico” o “chiquititico”. Pienso que esa versión, a pesar de la función aumentativa, en mucho paradójica, empequeñeció al costarricense, tanto desde su visión propia (autopercepción) como desde lo externo (los nicaragüenses nos llaman “los tiquillos”, despectivamente) y el tico devino, cada vez más, especialmente en la época globalizada por el capital transnacionalizado, en un ser ambiguo, aculturado e influenciable por todas las esquinas, convirtiéndose en una categoría cuya “identidad”, para decir lo menos, es porosa, plástica, moldeable. El costarricense puede vivir diez años fuera y regresa ustedeando y voceando sin haber perdido su “acento”, su prosodia; el tico, en cambio, va tres días a España – es un ejemplo – y regresa tuteando y hablando (imitando) tal como los españoles. Y aunque la identidad, o más bien, las identidades – porque no hay un costarricense único ni medio, tampoco un “tico” esencializado – son dinámicas y se transforman constantemente en cosmovisiones, actitudes y estilos de vida cambiantes, tengo para mí que, en general, el costarricense es una persona auténtica y sin poses; el tico una cacatúa. Por eso prefiero lo costarricense, no lo “tico”.

Regreso: la nueva historia considera que ciertamente es posible encontrar, desde la primera mitad del siglo XIX, tanto en documentos oficiales como en crónicas de viajeros y textos periodísticos, una tendencia a caracterizar a los costarricenses como pacíficos. Sin embargo, considera que el acento puesto en la índole pacífica de la sociedad costarricense podría reflejar una particularidad propia, pero también, a la vez, un dispositivo que opera como discurso civilizador cuyo fin era encauzar tanto el descontento social como la competencia por el poder por vías legales e institucionales. (Iván Molina Jiménez, “Paz social e identidad nacional en Costa Rica durante los siglos XIX y XX. Una introducción al problema”, en Istmo, revista de estudios literarios y culturales centroamericanos, n° 11, julio-diciembre 2005, http://collaborations.deninson.edu /istmo/n11/proyectos/paz.html; 05/05/2020). También el deseo implícito de “blanquear” tenía probablemente ese sentido de “igualar” como elemento ideológico para la contención de la protesta social. Por eso, de la mano del historiador estadounidense Howard Zim, podemos afirmar que no puede aceptarse la memoria de los estados como cosa propia; las naciones no son comunidades y nunca lo han sido. La historia de cualquier país, si nos la presentan como tradicionalmente se estila, como la de la gran “familia nacional”, disimula terribles conflictos de intereses (lo más explosivo, lo casi siempre reprimido) entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados por razones de raza, sexo, género u orientación sexual.

No debe olvidarse que el estado está constituido por “el pueblo estatal” (Staatsvolk), dentro del cual, según Mao Tse Tung, por citar un dirigente clásico del socialismo histórico no ortodoxo, habría contradicciones socioeconómicas y, por lo tanto, culturales. La nación, en cambio y según el filósofo costarricense Alexander Jiménez, “designaría, en principio, una comunidad de procedencia, lengua, cultura e historia” (El imposible país de los filósofos, Ediciones Perro Azul, 2002: 96). En otras palabras, el ámbito político es el del “pueblo del estado” (de los ciudadanos: la ciudad estado), y el cultural el de la nación. El pueblo del estado es el conjunto de sus ciudadanos, compartan o no la comunidad de procedencia, cultura e historia. Dicho en palabras de Foucault y con ribetes marxistas, deben tenerse muy en cuenta las relaciones de poder históricamente constituidas dentro de una formación discursiva que obedece a determinada formación social. Como plantea Jiménez, las sociedades actuales necesariamente son heterogéneas, plurales, y no debe obviarse la historia en tanto las víctimas sigan presentes en la memoria popular y los victimarios vivos y actuando (1860/1918-19/1948). Discurrimos sobre las luchas que pretenden el reconocimiento y la reivindicación ante la discriminación y la desigualdad, pero también por la soberanía. Por eso hay que acudir a las “imaginaciones generosas” para concebir nuevos espacios de cooperación entre individuos, grupos y pueblos distintos, pero no necesariamente desiguales, lo cual, debe subrayarse, no implica transacción y olvido.

Alexander Jiménez logra desactivar el discurso legitimador de la filosofía institucional costarricense que denomina “nacional étnico metafísico” (o “nacionalismo étnico metafísico”), el cual nos narra una Costa Rica idílica, “blanca”, homogénea, de pobreza igualitaria, con destino democrático, geografía sin excesos y un pasado colonial sin mayores contradicciones, casi “primitiva socialista”. Un país ciertamente imaginario. Se trata entonces de revisar algunas tradiciones narrativas que han construido un discurso nacional ahistórico y alejado de las luchas sociales y culturales, es decir, un discurso que topa con límites fácticos y conceptuales. Debe decirse, sin embargo, que a pesar del aporte que hace Jiménez por descodificar, o desconstruir, las “metáforas nacionales” y sus elementos metafísicos, se percibe en su texto una especie de “mea culpa” puesto que los filósofos hasta ahora no han acudido a la plaza pública, sino que han sido simples “espectadores del naufragio” desde sus aireados gabinetes en la academia y el “pensamiento”. Y, agrego yo, con métodos y sistemas de pensamiento eurocéntricos, es decir, con el pesado lastre de la colonialidad del saber y del poder. El “mea culpa” parecería oportuno siempre y cuando se rectifique y se opte por un pensamiento más apegado a los mercados y paredes de la ciudad, a las calles de polvo y barro del campo; siempre y cuando se busquen las otras metáforas escritas en las paredes de la propiedad privada exigiendo lo imposible con prácticas contraculturales y desmitificadoras: la contracorriente del discurso nacionalista étnico metafísico. Por lo demás, de alguna manera, el discurso de Jiménez descuida el patio trasero histórico, al sospechar, lúcidamente es cierto, de un país imaginario que al final queda desnudo conceptual y políticamente, por lo que, en la actual etapa de globalización bajo esquema neoliberal, podría ser objeto de reelaboración y arbitraje para un nuevo mapa internacional. Dicho de manera más clara: podría ser subsumido por los voraces apetitos transnacionales del imperio y sus nuevas reconfiguraciones geopolíticas. Si el país es imaginario, no existe, y, como no existe, nos lo pueden birlar. Así, la incitación justificaría el contrasentido: lo que no existe no se incauta.

Me tomo la libertad de una nueva digresión: es probable que al filósofo, al académico, al estudioso, al artista, en fin, al intelectual costarricense, le convenga integrarse a la plaza pública para que se empape del realismo fresco y provocador de las culturas populares con sus narraciones hiperbólicas y desinhibidas; para que se alimente con las imágenes de arcilla, madera y cartón piedra, con la música de guitarras, tambores, marimbas, acordeones y chirimías; para que pruebe y saboree bebidas fuertes y se embriague con las carnestolendas del carnaval multicolor o de la feria comunal sin vanidades; para que aprenda a desconstruir y desacralizar los discursos perennes de la superficie y hurgar en la profundidad del sueño y de la poesía; para que se entusiasme con las visiones de pueblos indígenas y mestizos que resisten con renovación cíclica y con el delirio vital para burlar a la muerte con la vida, para agonizar haciendo el amor, procreando nuevos mundos, otras utopías. En fin, para que reconsidere su labor en comunidad, para que re/piense su escenario frente a los otros, esos de la voz extraña y ajena que resisten y sobreviven diariamente en su ciudad y más allá, en los campos, los bosques y montañas, en las costas, en el mar. Los que conformaron una nación imaginada, nunca realizada. Aquéllos de antes, éstos de ahora, los olvidados de siempre. He allí el reto del intelectual periférico contemporáneo, hoy casi programado por la falsa globalidad. Debe subrayarse, eso sí, que duda cabe, que para la investigación, la reflexión, el trabajo teórico y la creación, siempre es importante cierto distanciamiento, así como espacios, tiempos e insumos propicios.

De tal manera que debemos repensarnos desde todas las perspectivas y aristas para comprendernos en la dialéctica del “ellos y nosotros/nosotros y ellos” y tratar de suprimir las ambivalencias para la cohesión del grupo: cerca/lejos; más como yo/menos como yo. Metáforas y percepciones tales como las del idílico “vallecentrismo” que niega o minimiza las periferias del país, o afirmaciones como “los ticos compartimos el mismo destino, nos enriqueceremos o caeremos en la misma desgracia juntos; pero ellos se aprovechan de nuestras calamidades y se resienten por nuestros triunfos”, deben ser superadas definitivamente. O “nosotros nos ayudamos mutuamente mientras ellos aprovechan nuestros fallos”; “nosotros nos entendemos, pensamos y sentimos lo mismo; ellos son extraños, impenetrables, taimados, siniestros, primitivos.” Así es como se fija nuestra seguridad intelectual y emocional y se establecen lealtades, derechos y deberes, pero también crudas exclusiones. Adentro hay un orden conocido y predecible; afuera caos, oscuridad, peligro. Pero, ¿quiénes son ellos? En principio, los de “más allá”, los venidos “del otro lado”, los “raros”, los eternamente sospechosos. Lo sorprendente es que cualquier grupo de “nosotros” necesita de “ellos”, por eso, si no existen se les inventa, ya con tintes de xenofobia, ya con grotescos rasgos de aporofobia. Porque en la etapa neoliberal del capitalismo colonial globalizado hay millones de marginales y condenados: foráneos interiores o desadaptados (“outsiders”, perturbadores, desleales); esos “chivos expiatorios” cuyo nombre se pluraliza y varía delincuencialmente en las discontinuidades de la historia: indios, negros, cholos, chinos o “amarillos”, emigrantes, brujas, hechiceros, agnósticos, locos, ateos, “judíos errantes”, gitanos, putas, drogadictos, espías, anarquistas, comunistas, afeminados, homo(trans)sexuales, “terroristas”… Muchas veces se les considera “agentes de un poder extranjero”, en todo caso antipatriotas, traidores, enemigos del pueblo (rojos o reaccionarios), etc. Aunque, y esto es de suyo interesante y paradójico, siempre hay una gran admiración o fascinación por los “agentes dobles” y por los extranjeros blancos, “cultos”, poderosos, “civilizados”, inversores; es decir, solventes. Por ello muchos costarricenses parecen excusarse ante ciertos extranjeros cuando se les acusa de “excepcionalidad”. Más bien son algunos extranjeros quienes reconocen esas diferencias y bondades: un reconocido escritor salvadoreño ha catalogado al país como el “buen samaritano” de Centroamérica debido a sus expresiones solidarias históricamente constatadas en la recepción de migrantes, por ejemplo. Al contrario, algunos de nuestros intelectuales tratan de suavizar las diferencias, parecen ofrecer disculpas: al guardar el polvo debajo de los muebles se tornan hipercríticos hacia adentro, pero timoratos, mansos, resignados, hacia afuera; así evitan controversias y escándalos con los “hermanos vecinos”. El “tico” es reacio a la polémica, por eso evita a toda costa la posibilidad de que se mal interprete su singularidad aunque defienda grotescamente sus “valores típicos”; por indolencia o ignorancia no es capaz de justificar sus auténticas ventajas comparativas, casi que se avergüenza; su chauvinismo de pacotilla no le permite la contemplación sosegada y objetiva. Por su parte, en una actitud un tanto contradictoria, muchos extranjeros blancos, “civilizados”, “cultos”, sobre todo “intelectuales” – los oscuros, indocumentados y pobres son explotados, tienen bajos salarios y trabajos precarios o desprestigiados, es decir, poco calificados, y, sin saberlo quizás, desplazan mano de obra nativa pues no reparan en la ausencia de garantías sociales, por tanto no pueden organizarse ni protestar – que conviven con nosotros, muchas veces encuentran mayores “oportunidades” profesionales y laborales que los nacionales, e incluso no saben lidiar con cierta “tolerancia”, liviandad o desidia aldeanas, sobrepasándose con críticas ácidas al experimentar cierta licencia e inmunidad. Los inmigrantes de Estados Unidos o de Europa, que vienen en busca de “paz y tranquilidad”, sobre todo los jubilados, no participan de la vida nacional, se aíslan en sus amplias residencias por playas y montes, siguen con sus prácticas socioculturales y de consumo importador, y no se preocupan, siquiera, por aprender el castellano. Los otros inmigrantes, los oscuros, son sus servidores.

Ellos son pues el extraño, el raro, el “extranjero de dentro”, el “interno foráneo”; son quienes nos perturban y nos hacen cerrar filas en situaciones límites. Su mayor característica es la vulnerabilidad, por eso se les asigna un nicho particular en las historias retorcidas y en el inconsciente colectivo. Se crea cierto apartheid metafísico/cultural y virtual que pronto puede adquirir grotescas características en la realidad. El extraño/otro es perturbador porque desacredita o afea lo ética y estéticamente establecido; es un iconoclasta, pero sobre todo un sacrílego. Su mayor ofensa consiste en poner en cuestión casi todo lo que parecía incuestionable; desafía lo normal o la normalidad; desafía las distinciones, las diferencias, los prejuicios y estereotipos de los mitos del “ser nacional” y racional. El extraño o el “extranjero” también pueden convertirse en un “francotirador” (intelectual) que desenmascara, devela y revela mentiras e ideologías, relativiza el pensamiento único. Generalmente el francotirador es un artista, intelectual o escritor; por eso se le silencia “bajándole el piso”, como bien señalaba nuestra vilipendiada Yolanda Oreamuno, es decir, causándole una muerte simbólica. Pero cuando es un extranjero “oscuro”, pobre y en busca de subsistencia (un des/asalariado posmoderno: neoesclavo), entonces se convierte en el sospechoso perenne y en el portador de nuestras desgracias, por tanto, debe suprimírsele puesto que significa peligro y degradación; no existe. Hasta 1992 los indigenas Ngöbe Buglé (castellanizados como “Guaymíes”) que habitan la frontera costarricense/panameña y se desplazan por la zona sur hasta la “zona de los Santos” haciendo labores de recolección y construcción, recibieron cédulas de identidad; hasta entonces se les consideró ciudadanos. No obstante, en Talamanca y en el sur del país ellos, junto a Borucas, Bribris y Cabécares, siguen acosados por finqueros “blancos” que usurpan y roban sus tierras asesinando a dirigentes con total impunidad. Los indígenas, los primeros habitantes de este territorio, nunca han existido para la cosmovisión costarricense blanqueada e intoxicada por la historia oficial. Lo mismo sucede con los centroamericanos, en especial los trabajadores nicaragüenses. En el imaginario de esas fronteras físicas y mentales, el sistema/mundo, integrado por heterarquías de complejas redes en una modernidad colonial, se ha globalizado en nombre de una supuesta posmodernidad donde priva la colonialidad del poder, del saber y del ser, en nombre de supuestos universales localizados en Europa y Estados Unidos, es decir, en Occidente. Así, en nuestros países periféricos se resiente, con sumo dolor, las más de las veces con rabia e impotencia, la extensa y violenta herida colonial.

Sí, Costa Rica es un país nuevo y de inmigrantes, multiétnico y plurilingüístico, que ha logrado diferenciarse en el orbe centroamericano no por razones discursivas metafísicas o raciales, sino por acciones colectivas que potenciaron la consecución de un pacto social que, a su vez, propició la construcción de un singular Estado Social de Derecho. Ello no es óbice para reconocer graves consecuencias en su idiosincracia como lastres nacionalistas y coloniales; tales el racismo, la soberbia democrática e incluso cierta prepotencia criolla teñida de superioridad, sobre todo en las clases medias y en los “nuevos ricos”, debido a mitos y constructos ideológicos ya señalados, pero en especial por el desconocimiento de la historia y cultura propias como efecto del galopante deterioro educativo y sociocultural, así como por la intoxicación ideológica inducida por el discurso único y fundamentalista político, económico y religioso (“La negrita” católica, Virgen de los Ángeles, “patrona nacional”, que no “matrona”, desplazada por el mercado pentecostal) materializado por los medios corporativos de masas y las mal llamadas “redes sociales” con sus secuelas de templos e improvisados predicadores. Las luchas sociales y la vida de miles de costarricenses empujaron reformas y transformaciones para conseguir un país relativamente estable en los últimos setenta años. Hoy, con la contrarreforma neoliberal de las élites corporativas, tanto a nivel nacional como internacional, aquel pacto y el Estado Social de Derecho están en entredicho, mejor dicho, seriamente debilitados. De la ratificación de dicho pacto y de la defensa y profundización de ese estado, dependerá en mucho el que las ventajas comparativas alcanzadas se mantengan o que también ingresemos a la vorágine centro y latinoamericana como un país altamente desigual, asimétrico y condenado por la impagable deuda externa y la expoliación imperial; en otras palabras, un país sumido en la anomia y la violencia estructural. Para ello se impone un cambio radical en las reglas de la conversación, tanto en su forma como, por supuesto, en su contenido. Se precisa de un giro epistémico que propicie un saber fronterizo donde lo europeo/occidental se armonice con los saberes locales, tanto americanos como procedentes de otros continentes hasta ahora periféricos y coloniales: África, Asia, Oceanía. Y, claro está, con nuestra singular y profunda historia en sus principales logros económicos, políticos, científicos y socioculturales, así como los debidos reconocimientos e inclusiones de minorías y periferias, para garantizar una “Tercera República” más solidaria, incluyente, justa y equitativa, con una conciencia ecológica y con una comprensión planetaria de la buena vecindad, por ende, con relaciones internacionales amistosas, tolerantes, cooperativas. Una nueva visión de colonial, fraterna y cósmica desde el centro del continente para un renacimiento americano y pluriversal.

San José, Costa Rica, diciembre 2019/noviembre 2020.

 

ADRIANO CORRALES ARIAS. Escritor y Profesor Catedrático del Instituto Tecnológico de Costa Rica en el Campus de San José.

Antes de cruzar la frontera

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Escondido entre la polifonía de temas que nos abruman durante estos días, en los que predomina la lenta vuelta a la normalidad en el norte global ya casi vacunado y en lugares como Nueva York ha sido dictado el fin del uso de la mascarilla, la tensión y represión social en Colombia y la escalada de violencia que una vez más sacude la relación entre Israel y Palestina, aparece el drama humanitario de la movilidad humana en la fronteriza ciudad de Ceuta, ubicada entre España y Marruecos.

Como salidas de una triste película documental que muestra la desesperación en alta mar de miles de personas intentando poner pies y esperanzas en las costas españolas, las imágenes sobre la deshumanización son elocuentes.

La orden girada a las fuerzas de seguridad españolas es disuadir, impedir, negar, devolver al vacío de las aguas mediterráneas a todo aquel que procure ingresar a sitio seguro. Por eso la policía fronteriza cumple órdenes y los niños y niñas migrantes no entienden de políticas migratorias criminalizantes. Para ellos la salvación está allí a pocos pasos pero puede más la acción cohercitiva y gendarme de estados que han preferido el miedo como recurso para gestionar las movilidades humanas contemporáneas.

Es notable el impacto que aún genera el cambio en la estrategia europea de atención a las contingencias migratorias al promediar la década anterior, al pasar del programa de salvamento y rescate “Marenostrum” a uno más álgido enfocado en la contención fronteriza denominado Tritón.

En un contexto de excepción como el actual, las movilidades continúan siendo visualizadas como amenazas que solo logran conmover cuando la comunicación global espectaculariza lo que podría ser una acción humana natural: un abrazo para consolar, solidarizarse, brindar apoyo.

Lo hizo Luna, una voluntaria de la Cruz Roja Internacional, al ofrecer su hombro a un inmigrante africano en plena línea divisoria. La imagen ha sido viral pero también lo ha sido una reacción en cadena donde el racismo y la violencia verbal contra la voluntaria denotan que más allá de la pandemia sanitaria, otra enfermedad todavía más potente como el odio mezclado con racismo y xenofobia campean libremente por el planeta.

A miles de kilómetros de Ceuta, hace apenas unos años, la escritora chiapaneca Chary Gumeta documentaba el paso incesante de las movilidades humanas centroamericanas, en un incontenible conteo que al día de hoy no se detiene.

Sus observaciones y conversaciones fueron plasmadas en un texto poético titulado Despatriados publicado en 2018 por Editorial Metáfora (Quetzaltenango, Guatemala). Sobre la escritura de este poemario la autora ha dicho que se trata de un ejercicio de poesía testimonial donde impulsa la idea de hacer visible desde la voz poética, esas condiciones de dolor y drama que viven aquellos que se movilizan como estrategia de sobrevivencia.

En una sesión de trabajo realizada recientemente en el Taller del Sur, espacio de escritura creativa que acompañamos en la Universidad Nacional (Costa Rica), Chary compartió su experiencia y su voz llena de sensibilidad y reconocimiento hacia el otro.

Quizá el drama en Europa nos parezca lejano pero un abrazo como el de Luna también debe llegar a quienes se movilizan buscando sobrevivir y alcanzar su sueño en la región centroamericana. Tal y como lo dice Gumeta en el siguiente texto:

ANTES DE CRUZAR LA FRONTERA

Antes de cruzar la frontera
Antes de poner un pie en ese territorio de tinieblas
Te daré un beso como muestra de amor
Y Te diré como aprendí a amarte
Bajo las sombras de los árboles
En nuestro lejano Quezaltepeque.
Una vez que nos pegue el viento extranjero
Dejaremos que nos devore el humo y el ruido
De ese animal maldito,
Y si todavía estamos juntos
Cerraremos los ojos
Y haremos de cuenta
Que estamos soñando.

El ejercicio de la empatía inicia por cruzarnos en nuestros cuerpos las marcas del despojo y la pérdida de dignidad a la que miles de personas en el mundo son sometidas cuando caminan a través de las fronteras. Empecemos por sentir sus pasos como nuestros y colectivizar el entendimiento. Cerremos fronteras al odio. Es posible hacerlo.

Xenofobia y violación a DDHH de las personas migrantes

La Plataforma Regional de Organizaciones Basadas en la Fe (OBF) invita al foro virtual: Xenofobia y violación de los DDHH a las personas en migración en México y Centroamérica.

La actividad será este jueves 22 de abril de 2:00 a 4:00pm, vía Zoom. Y tendrá la participación de las expositoras Melissa Vertiz, Leslie Voguel y Tracey King.

Usted puede acceder a este foro en el siguiente enlace:

https://us02web.zoom.us/j/81645499938

El otro Navas

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

En los últimos días la industria futbolística que mueve miles de millones de dólares en todo el planeta mostró como hazaña la actuación de Keylor Navas en el partido de la Champions League escenificado en París, entre el equipo local y el flamante F.C. Barcelona, de España. Una y otra vez los medios televisivos globales reprodujeron el episodio entre el arquero costarricense y el que para muchos es considerado todavía hoy en día el mejor jugador de futbol del planeta, el argentino Lionel Messi.

Una y otra vez, las imágenes replican una gesta más del jugador costarricense, originario de Pérez Zeledón, según la prensa costarricense y mundial. El argentino se apresta a cobrar una falta de penal y el costarricense espera. El desenlace resulta en una estirada absoluta del arquero y la desviación del gol inminente. Ni el VAR por presunto movimiento irregular detuvieron el resultado: un penal desviado al mejor jugador de futbol del mundo.

Titulares de medios de comunicación reconocidos a nivel europeo como L’Equipe, Marca y Diario Sport, ubicaron la figura de Navas como trascendental en la clasificación del equipo parisino a los cuartos de final de la contienda futbolística por clubes más mediática a nivel global.

Sin embargo, las referencias de la prensa europea a Navas en términos positivos no han sido permanentes. Sus primeros pasos por el Club Real Madrid estuvieron salpicados siempre de constantes alusiones a su origen centroamericano. Un temprano artículo publicado por el sitio digital español «La Galerna» en el año 2015 titulado » Keylor Navas y la xenofobia de la prensa» señalaba que algunos medios españoles construían argumentos para lograr que la titularidad de la portería madridista fuera asumida por un arquero español.

El autor del artículo, Jesús Bengoechea, indicaba que no hacía falta proferir insultos racistas o construir argumentos directamente discriminatorios para considerar un discurso periodístico como xenofóbico. Aseguraba que incluso un periodista de uno de los medios se había preguntado (en privado) cómo un equipo como el Real Madrid estaba considerando dejar la responsabilidad de su arco en un «tipo» de un país como Costa Rica.

Luego de ese artículo, como recordaremos, muchas cosas pasaron con Keylor Navas y su desempeño en el Real Madrid, incluidas tres copas de la Champions League que difícilmente sean emuladas en lo inmediato por jugador alguno del entorno de CONCAFAF (Confederación Norte, Centroamérica y del Caribe de Futbol).

Pero también muchas cosas pasaron en la sociedad española luego de ese texto. Bengoechea señalaba que no podía atribuirse como generalización el que dicha sociedad fuera toda xenofóbica. Decía que la inexistencia de un partido político de corte racista o xenófobo con respaldo popular podría disuadir la prevalencia de tales actitudes. Ya todos sabemos cómo en los últimos años surgieron en aquel país iniciativas políticas con claros referentes nacionalistas como VOX y sus agendas claramente antiinmigrantes, por señalar solo un ejemplo.

La figura de Keylor Navas en el tema es central. Cuando la prensa costarricense habla de su desempeño como futbolista de élite en el contexto global, acostumbra siempre a referirse a su origen, buscando quizá un guiño con esas historias sobre el muchacho que nació en un lugar alejado del centro del país, que lo dejó todo para seguir sus sueños y cuyo sacrificio individual lo llevó a ubicarse en un escenario de exposición mediática, ingresos económicos altos y reconocimientos a su labor dentro y fuera de las canchas.

Sin embargo, esa referencia no pasa de Pérez Zeledón, cantón ubicado al sureste de la provincia de San José. Lo que no se dice, es el pasado Térraba de sus familiares directos, en particular su padre y su abuelo. No se señala tampoco esa relación entre rasgos físicos claramente contrahegemónicos que presenta Navas en relación con el resto de personas costarricenses auto adscritas como blancas en el último censo de población.

El pueblo Térraba tiene, por cierto, «otros navas» que libran quizá partidos más importantes que los que organiza la industria mediática y deportiva global. Al escribirse las notas finales de este artículo, se conoce de nuevos episodios de tensión entre personas recuperadoras de sus territorios ancestrales y personas no indígenas, usurpadoras, que contando con la complacencia de autoridades de seguridad y la inoperancia estatal a su favor, violentan, amedrentan y discriminan el derecho de los pueblos originarios costarricense a permanecer en sus territorios.

Quizá sea buen momento para recordar cada vez que se hable de Navas, el ídolo, que no es solo originario de Pérez Zeledón. Que su pasado y su presente está determinado por su ancestralidad térraba, que es imposible borrar sus marcas corporales, blanquear su identidad a través de discursos homogenizadores.

Pero sobre todo, recordar que otros Navas se enfrentan hoy a una lucha sin retorno: el reconocimiento de sus derechos por el territorio y por su autodeterminación. De ese partido, todos y todas deberíamos estar pendientes. Siempre.

Donald Trump: Palabras; Joe Biden: Acciones Bélicas

Lic. José A. Amesty R.

  • A pesar de su fama de terrorífico y belicoso, Trump ha sido el único presidente en varias décadas que no ha iniciado una guerra.

Biden tiene una larga carrera política, de apoyo a las guerras de los Estados Unidos, desde la invasión de Irak en 2003, a la prolongada ocupación de Afganistán.

  • Trump, vociferó la creación de un muro en la frontera mexicana, para erradicar la migración.

Biden, durante su campaña política, no hizo ninguna propuesta política concreta, para poner fin a las guerras interminables.

  • Donald, cree que se pueden deportar a 11 millones de inmigrantes. “Están trayendo sus drogas, están trayendo su crimen. Son violadores y algunos, asumo, son buenas personas”.

Biden, apoyó la guerra en Yemen, durante la administración de Obama.

  • Trump, cree que el cambio climático es una mentira.

Biden cuando fue Senador, votó para autorizar la invasión a Irak y propuso dividir Irak en tres regiones separadas, basadas en la identidad étnica y sectaria.

  • Trump, se burla de los inmigrantes y las personas gordas. “Un muro en la frontera con México, nos ahorraría muchísimo dinero”.

Biden está recurriendo a los halcones favorables a las guerras, de la era de Obama para conformar su gabinete actual.

  • Donald, cree que nunca se equivoca.

Joe, actualmente más de un tercio, de su equipo de transición en el Pentágono, tiene como el empleo más reciente, a compañías que son financiadas por la industria armamentística o son directamente parte de esa industria bélica.

  • Trump, cree que le ganaría a China, “¿Cuándo fue la última vez que alguien vio ganarle, digamos, a China, en un acuerdo comercial? Nos matan. Yo le gano a China todo el tiempo. Todo el tiempo”.

Biden, las compañías de las que se nutre, tienen antecedentes comprobados de haber impulsado guerras y nuevos sistemas de armas, como los drones asesinos.

  • Trump, “¿Si Hillary Clinton no puede satisfacer a su esposo, qué la hace pensar que satisfará a EEUU?”.

Biden, con Obama a su lado, intervino en Libia, impulsó la criminal guerra del Yemen, continuó la ocupación de Afganistán, apoyó al golpe de Estado en Honduras.

  • Donald, “Mis dedos son largos y bellos, como se ha documentado muy bien sobre otras partes de mi cuerpo”.

Joe, ahora, se está rodeando del mismo equipo de asesores y consultores, que ayudaron a embarcar a Estados Unidos en guerras sin destino.

  • Trump, “Lo bello de mí es que soy muy rico”.

Biden, fue uno de los cerebros de las políticas que se impusieron en Colombia, como fue el Plan Colombia, y toda la visión contrainsurgente ligada en ese plan.

  • Donald, “Nueva York está congelada y llena de nieve, necesitamos calentamiento global”. “El concepto de calentamiento global, fue creado por y para los chinos, para volver a la industria manufacturera estadounidense no competitiva”.

Joe, durante su gobierno con Obama, proclamó la paz y la democracia, pero detrás de ese mensaje de paz, detrás de ese mensaje de democracia, se impulsaron confrontaciones militares abiertas; a pesar de su mensaje de paz, de su premio de paz, desarrolló confrontaciones militares en todo el mundo.

En resumen, ex funcionarios militares y operativos políticos, señalan que las palabras de Trump, no coinciden con sus acciones, como una de las principales razones por las que los militares acudieron en masa al candidato demócrata; y en sus palabras hay en muchas ocasiones: desconocimiento, racismo, xenofobia, burla, ingenuidad, orgullo, prepotencia, entre otras.

Y en relación a Joe Biden, quien todavía no asume la presidencia, pero sabe de los entretelones (y las cloacas) del imperio, declaró recientemente que, con él al frente, Estados Unidos está “listo para liderar al mundo y no retirarse, para volver a sentarse a la cabeza de la mesa, listo para desafiar a nuestros adversarios…”.

Biden, quizás quiera enmendar su impronta guerrera, anunciando recientemente colocar el combate contra el cambio climático en su agenda de prioridades.

Por esto, quisimos hacer mucho énfasis en el carácter guerrerista de Joe Biden y sin querer justificar a Trump. En lenguaje popular, Trump: bocón, jetón, Biden: de armas tomar.

 

Imagen tomada de la BBC.

La extrema derecha de Dios

La internacional cristo-neofascista al asalto del poder blandiendo la Biblia

Juan José Tamayo

En América Latina, Estados Unidos y Europa estamos asistiendo a un avance de las organizaciones y partidos políticos de extrema derecha, que conforman un entramado perfectamente estructurado y coordinado a nivel global y están en conexión orgánica con grupos fundamentalistas cristianos, hasta conformar lo que Nazaret Castro llama “la Internacional neofascista” y yo califico de “Internacional Cristo-neofascista” y “Extrema derecha de Dios”.

Uno de los ejemplos más emblemáticos de esta Internacional en España es la complicidad y total sintonía entre las organizaciones católicas españolas ultraconservadoras HazteOír, El Yunque, Infocatólica y otras, y el partido de extrema derecha Vox.

En Colombia fracasaron los acuerdos de paz porque los evangélicos fundamentalistas y los católicos integristas hicieron campaña en contra alegando que en ellos se defendían el matrimonio igualitario, el aborto y la homosexualidad. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Costa Rica en 2018 ganó el pastor evangélico Fabricio Alvarado con un discurso a favor de los “valores cristianos” y del neoliberalismo y contra el aborto y el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos favorable al matrimonio entre personas del mismo sexo.

En Brasil, los partidos evangélicos fundamentalistas fueron decisivos en la reprobación de Dilma Rousseff y en la elección del exmilitar Jair Messias Bolsonaro como presidente del país. Son ellos realmente los que inspiran y legitiman su política declaradamente homófoba, sexista, xenófoba y antiecológica.

El Gobierno de El Salvador parece seguir similares derroteros. En su toma de posesión el presidente de la República, Nayib Bukele, invitó a dirigir una oración al pastor evangélico argentino Dante Gebel, conocido por sus vínculos con pastores ultraconservadores de Estados Unidos. La diputada de Conciliación Nacional, Eileen Romero, presentó en la Asamblea Legislativa una moción para decretar la lectura obligatoria de la Biblia en las escuelas.

En Bolivia, los militares y los grupos religiosos fundamentalistas dieron un golpe de Estado contra Evo Morales, presidente legítimo de la República Plurinacional, que colocó a las comunidades indígenas en el centro de su política social, cultural, económica y en la cartografía mundial. Y lo hicieron con la Biblia y el crucifijo para legitimar el golpe, lavar las muertes producidas por el mismo, confesionalizar cristianamente la política, negar la identidad de las comunidades indígenas, justificar la represión contra ellas y desprestigiar sus cultos, calificándolos de “satánicos”.

Felizmente la ciudadanía ha devuelto la democracia a Bolivia en las elecciones del 18 de octubre, en las que el candidato del partido de Evo Morales, Movimiento al Socialismo (MAS), Luis Arce, ex ministro de Economía con Evo, ha obtenido la mayoría absoluta en la primera vuelta con el 53% de los votos y tomará posesión de su cargo como presidente de la República Plurinacional de Bolivia el 8 de noviembre para un periodo de 2020 a 2025.

Tras los fenómenos aquí analizados producidos en diferentes países creo puede hablarse de una alianza cristo-bíblico-militar-neoliberal-patriarcal neofascista que actúa coordinadamente en todos los continentes, muy especialmente en América Latina, y utiliza irreverentemente el nombre de Cristo. Estamos ante una crasa manipulación de la religión y una perversión de lo sagrado que se alimenta del odio, crece e incluso disfruta con él, lo fomenta entre sus seguidores y pretende extenderlo a toda la ciudadanía y que nada tiene que ver con la orientación liberadora e igualitaria del cristianismo originario.

La Internacional cristo-neofascista ha cambiado el mapa político y religioso en Estados Unidos, está cambiándolo en América Latina y va camino de hacerlo en Europa. El salto a la política del movimiento religioso fundamentalista en alianza con la extrema derecha supone un grave retroceso en la autonomía de la política y de la cultura, en la secularización de la sociedad, en la separación entre Estado y religión, en la autonomía de la ciencia, en las políticas ecológicas y en la opción por las personas, los colectivos y los pueblos oprimidos.

El cristo-neofascismo no tiene intención de abandonar el escenario político y religioso. He venido para quedarse, posee un importante protagonismo en la agenda política internacional y está consiguiendo cada vez más seguidores. Actúa coordinadamente en todos los continentes, y muy especialmente en América Latina, utiliza irreverentemente el nombre de Cristo y defiende la “teología de la prosperidad” como legitimación del sistema capitalista en su versión neoliberal. Y, a decir verdad, lo hace con excelentes resultados: refuerza gobiernos autoritarios, derroca a presidentes elegidos democráticamente, da golpes de Estado enseguida legitimados por otros Estados y organismos internacionales, impide la aprobación de leyes en defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, de los derechos LGTBI y de los derechos de la Tierra, encarcela a dirigentes políticos, etc.

 ¿Tendremos que resignarnos ante esta extrema derecha de Dios y sus violentas manifestaciones? En absoluto. Coincido con la intelectual alemana Carolin Emcke en su brillante ensayo Contra el odio (Taurus) en la necesidad de hacer un elogio de lo diferente y lo “impuro”, enfrentarnos al odio como condición necesaria para defender la democracia, adoptar una visión abierta de la sociedad y ejercer la capacidad de ironía y duda, de la que carecen los generadores de odio.

Este artículo es una reelaboración actualizada y ampliada del publicado en la Agenda Latinoamericana 2021. Una exposición más amplia y fundamentada se encuentra en mi libro La Internacional del odio. ¿Cómo se construye? ¿Cómo se deconstruye?, que aparecerá a mediados de noviembre en la editorial Icaria.

 

Foto: https://laicismo.org/

Enviado a SURCOS por Arnoldo Mora.

¿Discriminación, violencia y xenofobia en la crisis sanitaria?

Este miércoles 19 de agosto, la Organización Internacional Pro-Derechos Humanos, invita al webinar “¿Discriminación, violencia y xenofobia en la crisis sanitaria?

Estará a cargo de Marco Castillo Rojas y el moderador será Linford Patterson.

Más información en la siguiente imagen.

 

*Imagen destacada ilustrativa.

Del distanciamiento a la convivencia digna

Aprender a convivir no basta; es preciso aprender a convivir con justicia.
Adela Cortina

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo

            El distanciamiento recomendado para evitar el contagio del Covid19 es de apenas 1.8 M. Sin embargo, siguiendo el mal ejemplo de quienes levantan muros, un país que ha gozado del reconocimiento internacional por su hospitalidad y la promoción y defensa de los derechos humanos, se está dejando contagiar por el virus letal de la insolidaridad: un distanciamiento desproporcionado e injusto.

            No se trata de cualquier distanciamiento. Tiene una dimensión de violencia simbólica y psicológica que cultiva el odio hacia los “otros amenazantes” (Carlos Sandoval), en el caso de los inmigrantes nicaragüenses ahora, además, convertidos en los principales agentes o “vectores” de contagio. Y una dimensión de violencia socioeconómica por parte de inescrupulosos empresarios, quienes aprovechándose de su condición de indocumentados y de pobreza, se les explota sometiéndolos a situaciones infrahumanas, con la complacencia de los gobiernos de turno. Cabe destacar que todavía hay reservas de hospitalidad solidaria que nos hermanan, y que debemos fortalecerlas.

            Como bien señala la filósofa Adela Cortina, “aprender a convivir no basta; es preciso aprender a convivir con justicia”[1]. En este sentido, destaca esta autora que las sociedades deben proteger los “derechos humanos de segunda generación”, que corresponden a la “ciudadanía social”: “Aunque las Naciones Unidas cargan la tinta en el racismo y la xenofobia como obstáculos ante la conciencia de la igualdad, el mayor obstáculo sigue siendo la aporofobia, el desprecio al pobre y al débil, al anciano y al discapacitado”[2].

            El país está lejos de una convivencia justa que garantice ese derecho fundamental a la ciudadanía social. Especialmente, cuando se favorece -lo que, paradójicamente, se ha venido convirtiendo en “política de Estado”-, la evasión y la elusión fiscal por parte de las grandes empresas y el sector financiero. Asimismo, una campaña de odio y desprestigio contra los trabajadores y pensionados del sector público, presentándolos ante la opinión pública como delincuentes que viven a costas de los impuestos del pueblo.

            Con este falso discurso se busca desviar la atención sobre los verdaderos privilegios producto de una relación “incestuosa” entre gobierno y sectores económicos dominantes, hoy dispuestos a desmantelar el Estado social de Derecho y privatizar la institucionalidad pública.

            El discurso del odio de Donald Trump, que estigmatizó al inmigrante latino, y particularmente al mejicano, como delincuente y terrorista, ha encontrado su réplica en nuestro país ¿Cómo es posible que llevados por mezquinos intereses de una élite insolidaria, cuyo dios es el dinero y el poder a cualquier precio, se haya caído tan bajo, emulando a uno de los líderes políticos más nefastos y vergonzosos del mundo? ¿Hacia dónde quieren llevar el país las fuerzas políticas y mediáticas, utilizando las armas letales del miedo y el odio en una guerra permanente contra su mismo pueblo?  No basta la escandalosa desigualdad que nos separa, ahora también se trata de concitar el odio para conducirnos al fratricidio.

            Para el escritor mejicano, Alberto Ruy Sánchez, “el problema no es la crisis humanitaria, sino que en el poder de varias potencias estén desquiciados amantes de la violencia y de las armas, incluyendo las armas nucleares. Y que estos poderosos adinerados detesten a la cultura o la vean como algo decorativo. El mundo nunca ha dejado de estar en crisis humanitaria. Pero al salir de la última guerra mundial en el siglo XX se trató de establecer una nueva convivencia basada en los derechos humanos, incluyendo los culturales y de salud. La avaricia del dinero y poder avasallantes quiere pretender que todo eso no existe y no es necesario. Y eso es indignante”[3].

            La pandemia actual está contribuyendo, como si fuese un actor político de primer orden, a exponer a la luz el verdadero rostro, cultural y éticamente empobrecido, de los poderes “fácticos” de un sistema neoliberal, que viene cultivando la frivolidad, la violencia y el autoritarismo. Y que ahora, en su desesperación, como la bestia herida de muerte, se ha vuelto más insensible y agresivo. Y como señala, el autor citado, lo más indignante es que le ha declarado la guerra a la cultura. La más devastadora porque ataca al “sistema inmunológico” de las sociedades humanas. Desestructurar las culturas ha sido la estrategia de dominación por excelencia de los imperios coloniales y neocoloniales.

            Uno de los símbolos más elocuentes de este sistema insensible y violento es la rodilla del policía blanco de Houston Texas, Derek Chauvin, presionando hasta provocar la muerte por asfixia del ciudadano negro, George Floyd. Ambos ciudadanos de una misma patria, distanciados en un país sometido a la supremacía blanca, acicateada por el actual gobierno racista y aporofóbico de Donald Trump.

            Es un símbolo trágico que retrata de cuerpo entero a un sistema que se resiste a morir, y uno nuevo y diferente que pugna por nacer (Gramsci). Efectivamente, ante la desesperación de no poder justificar tanta injusticia se acude a las armas más innobles para someter y asfixiar a quienes protesten o se rebelen: criminalización de la protesta social.

             Sin embargo, cada vez son más visibles las manifestaciones de quienes apuestan, con decisión y voluntad, por superar el distanciamiento radical, insolidario y deshumanizante que impide la “hospitalidad universal” (Kant), la convivencia justa y afectiva entre los seres humanos y con la naturaleza.

            Esta pandemia nos está convocando a un cambio de rumbo sustantivo, como bien señala el historiador Frank Snowden: “No es el fin del mundo, pero sí un claro mensaje de la naturaleza de que estamos viviendo de un modo no sostenible.  Ese desafío no va a desaparecer incluso si la Covid 19 desaparece o aparece una vacuna contra ella”[4].

            El desafío, en lo fundamental, apunta a la construcción un nuevo proyecto de convivencia global donde nos dispongamos a fortalecer las relaciones empáticas como especie y con nuestro hábitat; elevar al máximo nuestras potencialidades y capacidades afectivas para la convivencia digna y justa.

            El país requiere con urgencia rectificar, en esa dirección. La mesa para el diálogo social constructivo sigue vacía. Se agota el tiempo y también la paciencia. La clase dirigente debería despertar, para darse cuenta que la presión de su “rodilla” está llevando al pueblo a los límites de la asfixia.

[1] Cortina, Adela (1999). Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía. Madrid, Alianza Editorial p. 254.

[2] Ibid, p.238

[3] Paniatowska, Elena et.al. (2017) Trump. México te habla. Grandes esinnobles ycritores mexicanos opinan sobre Donald Trump. Entrevistas de Raúl Godínez. México, Nueva Imagen. P.57

[4] https://www.infobae.com/economia/2020/05/31/frank-snowden-historiador-de-epidemias-el-desafio-no-es-tener-cuarentenas-permanentes-sino-reabrir-la-economia-con-el-menor-costo/

Consideraciones sobre la xenofobia en Costa Rica en el contexto COVID-19

Existen varias consideraciones importantes a las cuales se debe prestar atención en relación con el incremento de los discursos de odio hacia las personas migrantes en el país, mayoritariamente son nicaragüenses.

Guillermo Acuña González, sociólogo y escritor comentó con SURCOS como esta tendencia xenofóbica en el país responde a relaciones históricas, sociales, económicas y culturales, no únicamente al contexto de crisis sanitaria que enfrentamos actualmente.

 

Imagen ilustrativa, UCR.