Hay un sentido en el cual la nación es el territorio pero hay un sentido en el cual la nación es el espíritu. Y territorio estéril como espíritu poseído de odios poco vale o significa en el orden de las cosas destinadas a permanecer. Omar Dengo.
Álvaro Vega Sánchez, sociólogo
La paciencia tiene sus límites. Y este gobierno sigue haciéndose de oídos sordos a lo que ya es un clamor popular: convocar a la mesa del diálogo y concertar un nuevo pacto social, atendiendo a los urgentes desafíos, tanto del actual contexto de pandemia como de la crisis económica y social que venimos arrastrando, desde hace cuatro décadas, donde los altos índices de pobreza se han estancado y el desempleo continúa creciendo.
Un gobierno que no escucha al pueblo, es un gobierno que ha perdido lucidez y sensibilidad. No alcanza a desatar el principal nudo que lo tiene amarrado a un poder que no se basta a sí mismo, pero que pretende legitimar con la arrogancia y la prepotencia propia de las formas autoritarias de gobierno, las cuales no han encontrado cabida en un país presto a celebrar un bicentenario de vida republicana, y que ha sido ejemplo al mundo de gestión democrática y paz social.
Los costarricenses somos un pueblo noble, de sentimientos solidarios –que obviamente, la pandemia ha develado su devaluación cualitativa, en algunos sectores– y, ante todo, de voluntad y capacidad para encontrar salidas a los más álgido problemas por las vías pacíficas del diálogo y la concertación.
Despreciar esta tradición, que nos ha colocado en un lugar de prestigio y reconocimiento en el concierto de las naciones, es no solo carecer de visión y sentido patriótico, sino, fundamentalmente, de cualidades humanas y espirituales para saber leer los signos de los tiempos y actuar en consecuencia.
No podemos seguir apostando, como lo ha hecho este y otros gobiernos, a pequeños grupos de “notables”, la mayoría personas respetables y capaces, pero que por no representar a organizaciones sociales, empresariales, académicas, sindicales, etc. no tienen el músculo político necesario para hacer viables sus propuestas. La realidad ha confirmado que estas iniciativas se agotan en documentos que se archivan en los escritorios del Ejecutivo.
Tampoco reduciendo el dialogo y los acuerdos que se dan entre el Ejecutivo y el Legislativo, cuando se ha puesto en evidencia las limitaciones significativas de esos acuerdos para encarar los más apremiantes problemas del país. Por lo demás, más que un diálogo esos acuerdos han sido resultado de un monólogo porque no se ha dado muestra de contrapesos significativos, que garanticen que los mismos sirvan a los intereses generales de la patria.
Llegó la hora de la sensatez y la verdad. El pueblo costarricense requiere sentarse reposadamente y templar el ánimo y la voluntad política para construir una agenda común, en donde el gobierno sea un actor más, ya que no ha querido, como le correspondería, ser el protagonista de esta iniciativa.
En tiempos de pandemia, las horas son días, los días son meses y los meses años. Hay que actuar ¡ya! La postergación, en contextos de crisis, no es el camino de la sensatez y la humildad, que son los aditamentos fundamentales para construir comunidad de intereses y proyectos compartidos para el bien común.
Para ello, siguiendo el consejo de nuestro maestro Omar Dengo, tenemos que erradicar, como nación, la “esterilidad del territorio” y el “espíritu del odio”. Reconocernos como hijas e hijos de una patria que hoy demanda unidad de voluntades para conjuntar las mejores ideas y espíritu de concordia para respetarnos y reconocernos como agentes proactivos y corresponsables para proyectar el nuevo rumbo del país.
Emulemos el noble gesto de gobernantes y gobernados de la década de 1940, que antepusieron los intereses partidistas e ideológicos a los más caraos intereses de la patria, y alcanzaron a construir un pacto social sobre las sólidas bases de convergencia humanista, ética y afectiva. Sus frutos los seguimos recogiendo hasta el día de hoy. Heredemos a las nuevas generaciones, un nuevo pacto social. Es una responsabilidad histórica ineludible. “Sepamos ser libres no siervos menguados, derechos sagrados la patria nos da”.
La consigna de esta convocatoria debería ser, parafraseando a Paulo Freire, “nadie convoca a nadie, nadie se convoca solo, nos convocamos en comunión”. La hora de la sensatez y la humildad ha llegado. Tiempo oportuno para superar la “esterilidad” y el “odio”, que impiden construir la patria de todos y todas.