Apoyarse en el pueblo

Álvaro Montero Mejía

Álvaro Montero Mejía

 

En un material que escribimos junto a nuestra compañera Laura Pérez Echeverría y que aún no hemos publicado, comenzábamos diciendo lo siguiente:

«Una de las mayores carencias de nuestro movimiento social y político, y probablemente el de algunos otros países de América Latina, es la ausencia de un debate permanente sobre la realidad nacional. Es justo recordar que, hace ya muchos años, al comienzo de los años 70, un notable intelectual y pensador costarricense, hoy desaparecido y con quien mantuvimos notables diferencias, Rodolfo Cerdas Cruz, llamaba insistentemente al conocimiento y discusión sobre la realidad nacional. Aún no hemos avanzado lo suficiente en ese terreno. La tarea sigue pendiente. Si logramos impulsar la discusión, con profundidad y tolerancia, entre todos los interesados en los cambios sociales de Costa Rica y sobre todo, sobre las vías y los procedimientos para la realización de esa ímproba tarea que constituye la derrota del neoliberalismo y la continuación del proyecto social nacional, con seguridad alcanzaremos éxitos».

No cabe ninguna duda de que los pueblos, aún pequeños y con un escaso desarrollo, como es el caso de Costa Rica, acumulan reservas éticas y morales que son el resultado de su quehacer y, sobre todo, de sus luchas y sus conquistas sociales.

Siempre se repite que los pueblos tienen una memoria corta, pero no estamos de acuerdo. Hay momentos y circunstancias en que afloran a la superficie las experiencias de lucha, la conciencia acumulada en las batallas cívicas y en esos momentos, los pueblos parecen recordar hasta en sus menores detalles, el empuje y la determinación que puso en esos combates.

Cualquier ciudadano medianamente informado sabe que sóloexiste una manera de producir riqueza y crear bienestar: trabajando mucho y distribuyendo mejor. En Costa Rica, tal como lo han señalado importantes estudios realizados por especialistas o expresado con insistencia en los materiales del «Estado de la Nación», la producción crece lentamente y la riqueza producida se acumula en muy pocas manos. En esas condiciones y en el corto plazo, solo existe un modo de hacerle frente a las crecientes necesidades de la población tales como vivienda, salud y educación, que se han considerado siempre como las urgencias vitales inmediatas de las grandes mayorías sociales. Es posible, si se logra trasladar una parte de la riqueza producida y de las ganancias del capital, a la solución de esas urgencias.

Pero cada pueblo debe resolver estos problemas apoyado en sus características nacionales y sus particularidades históricas. Por eso no constituye en absoluto una apreciación chovinista hacer acopio de las experiencias del proceso de desarrollo nacional de Costa Rica y hacer énfasis en los aspectos positivos que ese desarrollo ha tenido. Cada pueblo, en su corta o larga historia, exhibe sus particularidades, hace aparecer la evolución y las condiciones en que han forjado su identidad, no como una vitrina para exhibirlos sino para aprender, repetidamente, de ellos.

Una incorrecta valoración de las particularidades propias de cada pueblo, imposibilitan a los luchadores sociales y a todos los que se proponen construir una sociedad mejor, para saber cómo y de qué manera proceder.

Porque una nueva sociedad no se decreta, por capaces y respetables que sean sus proponentes o dirigentes sociales. Y ésa es, precisamente, la característica fundamental de una Revolución Social, que pone en tensión toda la potencia constructora de un pueblo, el que en difíciles y prolongadas jornadas, transforma y aprende, aprende y transforma, hasta dotar el proceso social de la madurez y la fuerza necesarias para que esos cambios se preserven y se mejoren.

Por eso los cambios sociales y las revoluciones sociales, no pueden simplemente decretarse. Las leyes o los decretos que definen propósitos transformadores, son una parte, sin duda decisiva, de la movilización y la conciencia de los pueblos que conduce hasta ellos. Un gobierno, por amplias y nobles que sean sus intenciones, no podría decir, por ejemplo:

«decretamos que ha finalizado el período neoliberal en Costa Rica, y que de ahora en adelante, damos por recuperado el proyecto nacional…»

Es obvio que los procesos sociales no se pueden decretar. Incluso una Revolución Social, está sujeta a los plazos en que maduran y se confirman en la conciencia de los pueblos, sus grandes determinaciones. El neoliberalismo, por ejemplo, no dejará de existir porque lo diga una ley o una Constitución. Porque el neoliberalismo se ha convertido en deformación sistémica, en una suspensión y modificación radical de la evolución económica de muchos de nuestros países.

No significa, de ninguna manera, que en nuestros pueblos prevaleciera una economía al servicio directo de los intereses nacionales y colectivos ni que hubiésemos derrotado los profundos lazos de dependencia y supeditación a las economías y las políticas imperiales. Simplemente, el neoliberalismo ha intentado borrar de un plumazo, todos los rasgos propios de una economía y un Estado nacional independiente.

Desde comienzos de los años 80 hasta la fecha, el neoliberalismo echó profundas raíces en toda la estructura social, económica y política de Costa Rica. De tal suerte que desarraigarlo, requiere de un proceso que involucre, literalmente, todas las fuerzas vivas de la nacionalidad costarricense. Lo que sí es posible hacer es programar , aún con grandes riesgos, es cómo y con cuáles decisiones centrales harán posible la iniciación de ese proceso de recuperación nacional.

Aquí entra en juego un elemento decisivo. Se trata de la unidad política de todas las clases y las fuerzas sociales, interesadas en participar como actoras, en las tareas que implican esa recuperación.

Por «recuperación nacional» entendemos, en primer lugar, la devolución a manos del pueblo costarricense de su irrestricta capacidad para decidir por sí mismo, cómo y de qué manera, es posible construir una democracia avanzada donde el bienestar de las grandes mayorías y nuestra capacidad para tomar las decisiones cardinales, se fortalezcan día a día.

En la historia nacional costarricense, hay un hecho particular que está presente casi desde el momento mismo en que proclamamos nuestra independencia y nos constituimos como un Estado Nacional y Soberano. Se trata de un espíritu abierto a los cambios, sin temor a las transformaciones democráticas y favorable a la ejecución de importantes reformas políticas y sociales.

Junto a esta voluntad reformista y como un hecho singular y aparentemente contradictorio, nos manifestábamos en muchos aspectos como un pueblo conservador, reacio a aceptar con facilidad, fórmulas políticas o cambios que parecieran inspirados por otras realidades.

Pero ocurrió lo inevitable. El sistema capitalista local sufrío de manera directa las consecuencias irrefrenables de la expansión del gran capital metropolitano, principalmente estadounidense, cuyos efectos fueron más y más notorios conforme se desarrollaba la fase imperial del capitalismo desarrollado. Esas consecuencias, con distintas facetas, métodos o instrumentos, las sufrimos hasta el día de hoy.

Conforme la oligarquía fue adquiriendo más y más poder, conforme el poder político y el poder económico establecieron una alianza poderosa, a la que se sumó la fuerza ideológica de los grandes medios de comunicación, ese espíritu conservador se convirtió en un arma de las clases privilegiadas para detener, sobre todo, el espíritu de solidaridad latinoamericana y la búsqueda local por profundizar las reformas ya realizadas.

Esta característica adquirió una mayor relevancia durante el período de la Guerra Fría. El comunismo y el socialismo fueron objeto de la ofensiva ideológica más descomunal de la historia pero es necesario preguntarse ¿por qué se les combatía con tanta saña y encono? Porque en la mayor parte de los países del mundo y principalmente en América Latina, las fuerzas progresistas y de izquierda eran objeto de una persecución implacable?

Esa persecución no era simplemente una confrontación periodística o literaria, sino que en algunos países, como en Guatemala, El Salvador, Argentina o Brasil, por citar sólo cuatro casos, constituía una verdadera actividad de exterminio. Tanto los comunistas, los socialistas, los cristianos comprometidos, los dirigentes sociales, intelectuales, campesinos o dirigentes juveniles, eran objeto de una vigilancia constante y luego capturados en una acción policial que generalmente terminaba con la prisión, la desaparición y la muerte. Entonces repetimos la pregunta ¿Por qué ese encono? La respuesta es extremadamente simple. Porque la lucha de las fuerzas progresistas podría implicar la derrota política y económica de las clases oligárquicas y de los grandes monopolios principalmente norteamericanos. Estas fuerzas, bajo el amparo de las dictaduras o regímenes de apariencia democrática, habían acumulado casi desde la Independencia, cantidades incalculables de riquezas.

No se trataba tanto de una confrontación ideológica o filosófica. Es que simplemente las fuerzas progresistas atentaban contra los intereses de los grandes monopolios y sus aliados internos. Y como resultaba absolutamente lógico, exhibir los errores y las aberraciones del llamado «socialismo real», muchos de los cuales serán absolutamente reales, era sólo un pretexto de naturaleza propagandística y publicitaria. Aun así, y sin renegar de sus convicciones, Manuel Mora y sus compañeros, continuaron con la tarea de adaptar sus convicciones ideológicas y programas partidarios, a las más urgentes necesidades del país.

Los socialistas que proveníamos del Partido Socialista Costarricense, fundado como movimiento en 1970, trabajamos también intensamente, muchas veces en alianza directa con los compañeros de Vanguardia Popular, en el desarrollo de tareas sociales y políticas. También incursionamos en las luchas campesinas y fuimos responsables de una buena parte de la colonización de las reservas de Chambacú, en la zona norte. La culminación de aquellos esfuerzos unitarios, fue la fundación de la coalición electoral Pueblo Unido en 1977, que participó, con relativo éxito, en las elecciones de 1978 y 1982.

Aún en condiciones particularmente adversas, el pueblo costarricense no dejó nunca de escuchar la voz de los luchadores y los conductores sociales, que lo llamaban a defender los intereses de las grandes mayorías. En estos días, cuando el tema de la ética ha retornado con particular fuerza, en gran medida gracias al empeño de los fundadores del PAC, es justo recordar que ese fue un tema recurrente y el empeño constante de los partidos de la izquierda nacional, lo que quedó plasmado, de manera indeleble, en los periódicos partidarios.

Hemos pensado, que esta particularidad ideológica de una gran parte de la población costarricense, incluidos los trabajadores urbanos, los pequeños y medianos agricultores y las clases medias, de combinar un espíritu sumamente progresista por un lado y cierto conservadurismo ideológico por el otro, le dieron un singular aporte y potencia, como contingente electoral, intelectual y político, al Partido Liberación Nacional que representó con gran habilidad, las características ideológicas y los intereses inmediatos de estos sectores sociales cobijados bajo la denominación común de «pequeña burguesía». El Dr. Arnoldo Mora nos explicaba magistralmente, no hace mucho tiempo, que el movimiento armado emprendido por José Figueres en el año 48, no habría tenido éxito si no hubiese atraído a esas clases sociales, es decir, a los campesinos y agricultores, a los pequeños y medianos propietarios y muchos profesionales de la región central del país.

De todos modos, no deseamos ser mal interpretados. A las grandes mayorías de los trabajadores manuales e intelectuales, junto a los campesinos, a no pocos representantes de las clases medias e incluso un sector muy importante del empresariado nacional, sólo puede representarlos legítimamente, una fuerza política realmente transformadora, que con espíritu ecuménico y pluralista, sea la heredera de las grandes corrientes progresistas de la historia nacional y latinoamericana.

Ahora que se inicia un nuevo gobierno, el que ha declarado su determinación de romper definitivamente con las deformaciones y las malas prácticas políticas y éticas instauradas sobre todo en la última etapa del Partido Liberación Nacional, es legítimo preguntarse:

¿Es acaso posible comenzar a resolver con seriedad y en el corto y mediano plazo, la crisis económica y social por la que atraviesa nuestro pequeño país?

¿Es posible retomar el proceso continuo de reformas sociales que, como dijimos, fueron posibles en Costa Rica casi a partir de su Independencia, hasta que se vieron detenidas violentamente con la instauración del proceso neoliberal, iniciado bajo la égida de Ronald Reagan, a partir del gobierno de don Luis Alberto Monge con las salvedades que es necesario señalar?

¿Es posible edificar un sistema social que haga posible terminar con la pobreza, que garantice un creciente bienestar de la población, que avance hacia la conquista de la soberanía alimentaria, junto a una adecuada distribución de la riqueza?

Es posible, contestamos nosotros, aunque no es fácil. Las clases acaudaladas y las grandes corporaciones han acumulado, a expensas del pueblo de Costa Rica, sumas enormes de beneficios monetarios y políticos, merced a mecanismos locales y externos, sólidamente instaurados en los procesos productivos y mercantiles.

Estos sectores lograron imponer la infausta tesis de que entre más riqueza acaparen los ricos, mayor será su capacidad de inversión y por ende, a mayor inversión más empleo y más riqueza. En síntesis: una sociedad sólo puede ser rica si los ricos son cada vez más ricos; el resto viene por añadidura. Fue el economista inglés Keynes, durante la crisis del 29 si mal no recordamos, el que demolió esta tesis y propuso en cambio, que los ricos pagarán más impuestos y que al mismo tiempo, el Estado gastara más, creara miles de empleos y así despertara al propio capitalismo del letargo de la crisis.

Y aunque muchos no lo crean, todavía a estas alturas de la historia, en estas primeras dos décadas del siglo XXI, los grupos y las fuerzas políticas de extrema derecha en los Estados Unidos, y también en Costa Rica, mantienen en pie su empeño por evitar que les aumenten los impuestos a las grandes fortunas.

En verdad no hay mucho donde inventar. Si el gobierno desea comenzar a resolver los agudos problemas del déficit e incluso de la deuda, sólo tiene un camino de tres vías.

1-           La primera de ellas es llegar a un acuerdo consistente con las clases acaudaladas y con el sector financiero en primerísimo lugar, que le permita recuperar recursos monetarios crecientes provenientes del pequeño grupo de la población que se deja un enorme porcentaje del PIB y que de inmediato, proceda a examinar y enmendar, los gigantescos privilegios de las corporaciones transnacionales. No se trata de espantar las inversiones ni desestimular las que ya existen, sobre todo si generan empleos y representan intereses nacionales. Se trata de evitar que esa brecha de desigualdad creciente se profundice, como ocurre ahora y se comience a revertir ese proceso. Pero el resultado material no puede ser otro que incrementar significativamente la capacidad y el volumen de la recaudación fiscal.

 

2-           La segunda vía, posee una denominación reconocida pero que se ha quedado en las palabras; se llama soberanía alimentaria. Esta soberanía, que es un ingrediente esencial de la soberanía política, parte del reconocimiento de que los agricultores pequeños, medianos y muchos de los grandes, más que una clase social, son la fuerza económica y social constitutiva de la nacionalidad costarricense. Este esfuerzo por recuperar a los agricultores como una de las fuerzas motrices del desarrollo nacional, requiere la movilización integral de la institucionalidad política, financiera y de servicios, cuya meta no puede ser otra que dar un salto en la producción alimentaria, en los beneficios económicos de los agricultores y en el grado real de su participación en las grandes decisiones políticas del país.

 

3-           La tercera vía, como manifestación del poder del Estado, consiste en impulsar grandes proyectos productivos y de servicios nacionales, cuyos mejores antecedentes, pero que deben ser retomados y actualizados, son el Sistema Ferroviario, hoy prácticamente desmantelado; el Consejo Nacional de Producción, CNP, en proceso de liquidación y destrucción sistemática; el Sistema de Servicios Aeroportuarios, inicuamente entregado a intereses foráneos; el Instituto Costarricense de Electricidad, ICE; Acueductos y Alcantarillados, AyA; RECOPE y el propio Sistema Municipal, que puede ser considerado como una gran empresa nacional productiva y de servicios, en manos de las comunidades de toda la nación.

Las nuevas empresas, con énfasis en construcción, pesca y explotación marina e industrialización de productos locales, tendrían sobrada capacidad para aprovechar abundantes recursos, marítimos y terrestres. Para que no se diga que proponemos aumentar desmedidamente el tamaño del Estado, estas nuevas empresas podrían, sin dificultad alguna, involucrar en condición de socios a pequeños, medianos o grandes empresarios nacionales, junto a las organizaciones sociales y cooperativas. Al mismo tiempo, debe examinarse con lupa ese collar de acero que nos tiene puesto, como una carlanca, el llamado Libre Comercio y cuyo saldo espantoso es un insoportable déficit comercial. La tesis de la promoción de las exportaciones llevada hasta sus últimos extremos, ha sido en muchas ocasiones una maquinaria de trituración del empresariado nacional y sobre todo, del que produce para el mercado interno.

Debemos tener en cuenta que esta crisis que padecemos, producto del desmantelamiento institucional, es una herencia económica y política de los gobiernos anteriores. Pero es decenas de veces más dañina que las pillerías de algunos malvivientes que se han enriquecido con la corrupción y el manejo inescrupuloso del aparato del Estado. De modo que hablamos de ÉTICA. Y lo expresamos así, porque algunas veces se piensa que el intercambio desigual, algunos TLC y la falta de rigor en el reparto de la riqueza social, no tienen nada que ver con la ética y la moral. Existen, naturalmente, la ética y la moral personales, pero están también la ética social y política, como principios que defienden los valores nacionales, los deberes de los gobernantes y los derechos de los pueblos, frente a la irrefrenable codicia del capitalismo desbocado de nuestro tiempo.

Pero no debemos olvidar que iniciamos esta reflexión cuando decidimos hablar de la conciencia de los pueblos. Por eso debemos echar la mirada para ver lo que ocurrió a mediados del siglo pasado.

Durante los años 1940 hasta bien entrados los años 60, se produjeron en nuestro pequeño país, las conquistas sociales más importantes de su historia. Fue en este período, cuando pasamos de ser un «Estado de Derecho», tal como había sido edificado por los viejos liberales durante el siglo XIX, a un «Estado Social de Derecho» gracias al capítulo Constitucional de las Garantías Sociales y el Código de Trabajo principalmente y luego a un «Estado Social de Derecho y de Servicio Público». Fue la obra de nuestros grandes reformadores: Rafael Ángel Calderón Guardia, Monseñor Víctor Sanabria Martínez, Manuel Mora Valverde y José Figueres Ferrer.

Éstas conquistas que todos reconocemos y admiramos, conservan íntegro su valor social transformador y humanista. Aunque hubo sangre e innumerables sacrificios de por medio, aquellos constructores y dirigentes visionarios, nos ahorraron por muchísimos años, dolores y enfrentamientos aún mayores. El pueblo costarricense comprendió que todos los actores involucrados, los mencionados y otros eminentes ciudadanos como el padre Volio, Rodrigo Facio, Carlos Luis Fallas o Carmen Lira, Luisa González, Alberto Martén, Luis Barahona, Luis Demetrio Tinoco, Arnoldo Ferreto, Jaime Cerdas, Montero Vega, Isaías Marchena y muchos otros, fueron parte de una generación de auténticos revolucionarios al estilo costarricense.

Allí estuvieron presentes los portaestandartes, hombres y mujeres, del pensamiento social de la Iglesia Católica, de la Socialdemocracia, del Comunismo y el socialismo a la tica, junto a miles de productores, agricultores, trabajadores e intelectuales de distintas corrientes ¿Alguien puede suponer que seríamos el país democrático y civilista de que tanto presumimos si estas reformas no se hubieran realizado?

Hago un paréntesis necesario. Don Manuel Mora Valverde, entrañable amigo y compañero, me contaba que, en determinado momento, el gobierno del Dr. Calderón Guardia estaba a punto de caerse. Entonces él se acercó y le dijo:

«Dr. Calderón, Usted debe salvar su gobierno y llevar adelante todo lo que prometió durante su campaña. Ahora Usted se encuentra aislado y la misma oligarquía que lo apoyó para que fuera elegido Presidente, le da la espalda y quiere botarlo, porque le teme a sus propuestas de reforma social. Pero Ud puede, estimado Doctor, salvar y fortalecer su gobierno. Pero sólo hay un camino: «¡Apóyese en el pueblo Dr.; si el pueblo se convence de que Usted está dispuesto a servirle, le dará todo su apoyo y no habrá fuerza capaz de impedirle gobernar!»

Ahora debemos hablar de lo ocurrido hace apenas unos pocos años. Casi inmediatamente después de terminado el gobierno de don Rodrigo Carazo, fuerzas económicas muy poderosas, de adentro y afuera, comenzaron a buscar la manera de apoderarse de algunas de las grandes obras realizadas por el pueblo de Costa Rica. Le pusieron la puntería al ICE y se trajeron a Millicon, una gran corporación que pretendía arrebatarnos el negocio de la telefonía. Fracasaron. Luego se propusieron convertir algunas de nuestras instituciones en sociedades anónimas. También fracasaron. Luego vino el famoso combo del ICE y sufrieron una nueva derrota. Una y otra vez, el pueblo salió la calle y derrotó todos esos proyectos entreguistas. Al final, vino el asunto del TLC y el pueblo costarricense dio muestras de su coraje y determinación. No fue vencido. Al TLC lo impusieron con fraudes y malas artes, pero pocas luchas nos dejaron mayores enseñanzas.

Y ahora, finalmente podemos caer en nuestros días. Contrario a lo que le sucedió a Calderón Guardia que llegó en hombros de la oligarquía, don Luis Guillermo Solís fue electo Presidente en un gesto de abrumadora voluntad, confianza y esperanza por parte del pueblo costarricense, que no había olvidado esas conquistas y luchas de que hablamos, pero que están a punto de perderse ¿Quiénes deben salir a defenderlas? ¿Qué más conciencia y apoyo de parte de nuestro pueblo necesita el Presidente para emprender los cambios necesarios?

El pueblo sólo espera ser convocado y llamado con urgencia a recuperar esas mismas reformas sociales que son los pilares, hoy tambaleantes, sobre las que se levantó el Estado Social de Derecho y de Servicio Público. Sin ellas, Costa Rica sólo sería una caricatura de democracia y sólo tendría, una caricatura de gobierno.

San José. 1 de Setiembre de 2014

 

Enviado a SURCOS Digital por el autor.

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