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La revuelta del algoritmo: Nepal, la Generación Z y el futuro de la democracia

Mauricio Ramírez

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

En Nepal, cientos de personas, en su mayoría de la Generación Z (1995-2010), han tomado las calles en las últimas semanas. La chispa fue la decisión del gobierno de bloquear el acceso a redes sociales como TikTok, YouTube, Instagram y Facebook, con el verdadero propósito de acallar la disidencia bajo el disfraz de combatir la desinformación. Se trata de una medida con el aroma de las viejas lógicas del siglo XX, incapaz de comprender el papel central que estas plataformas cumplen en la vida social y política contemporánea. Lejos de sofocar el malestar ciudadano, el bloqueo desató una ola de protestas que muy pronto trascendió lo digital y se convirtió en un cuestionamiento abierto al sistema político, marcado por la corrupción, el desempleo y la falta de oportunidades.

Las calles de Nepal arden no solo por la indignación de una juventud hastiada, sino también por la fricción entre dos épocas que colisionan. Lo que se vive en el Himalaya no es simplemente una protesta social contra la precariedad y la corrupción; es un verdadero sismo político que deja al desnudo la fragilidad de nuestras estructuras de poder, incluida la democracia misma. Y ahí está la clave: la democracia no está muerta, pero sí corre el riesgo de volverse irrelevante si no se reforma a tiempo para dialogar con una realidad digital que ya ha superado los marcos institucionales tradicionales.

Aquí es donde el pensamiento de Byung-Chul Han ilumina el trasfondo. Han nos recuerda que el poder contemporáneo ya no actúa solo prohibiendo o reprimiendo, sino seduciendo y permitiendo. Es un poder que se reviste de libertad y que opera bajo la lógica del rendimiento y la autoexplotación. La Generación Z, nacida en este ecosistema, experimenta el contraste entre un Estado que todavía ejerce un poder disciplinario y coercitivo —bloqueando, censurando, limitando— y unas plataformas digitales que se presentan como espacios “permisivos, horizontales y liberadores”, aunque en realidad respondan a intereses privados y a algoritmos que moldean la percepción colectiva.

De ahí la ambigüedad de esta particular revuelta. A primera vista parece un acto emancipador, un grito contra la corrupción y el autoritarismo. Pero no podemos descartar que también sea, en parte, un síndrome de abstinencia: una reacción visceral al corte del acceso a redes sociales que constituyen el hábitat natural de esta generación. La protesta se mueve, entonces, en dos planos: como defensa de derechos democráticos y como defensa inconsciente de plataformas privadas que han reemplazado a la plaza pública.

La disputa central no es solo entre jóvenes y Estado, sino entre soberanía estatal y soberanía digital. El Estado nepalí y muchos otros a nivel mundial no han perdido por completo su autoridad, pero ahora la comparten y la disputan con corporaciones globales que ejercen un poder no coercitivo, sino persuasivo y capilar en este ámbito. En este nuevo escenario, los algoritmos se convierten en árbitros invisibles que deciden qué voces se amplifican y cuáles se silencian. Esto no es un problema menor.

La libertad, bajo este régimen digital, aparece como una espada de doble filo. Se vive como herramienta de empoderamiento y organización, pero también funciona como trampa de un totalitarismo liberal posmoderno que no reprime desde fuera, sino que captura desde dentro. La revuelta nepalí muestra así el rostro ambiguo de la libertad contemporánea: emancipadora y, a la vez, instrumentalizada.

El caso de Nepal obliga a repensar el futuro de la democracia. Si no logra reformarse para dialogar con estas nuevas generaciones, con sus códigos de inmediatez, supuesta horizontalidad y transparencia radical, quedará rezagada o degradada a infocracia, como el mismo Han lo afirma, frente a los poderes factuales del mundo digital. La pregunta no es si la democracia está muerta, sino si está dispuesta a renacer para no volverse irrelevante ¿obsoleta? en un terreno ya redibujado por el poder invisible de datos y algoritmos que deciden por los humanos.

Se esfuma la idea de los 40 diputados y Chaves sigue a la baja en el «Wall Street» tico

Freddy Pacheco León

Freddy Pacheco León

El apoyo al Chaves sigue cuesta abajo. En menos de un año, bajó del 63 % al 52 %, pese a su intensa «campaña electoral» con fondos públicos. Y mientras eso sucede, no encuentra la manera de trasladarle ese remanente, a la candidata chavista. Resulta que a doña Laura Fernández, no la apoya el 88 % del electorado, consecuencia de que, de cada 4 chavistas con el presidente, solo UNO la respalda. ¡Y eso que no ha empezado a hablar!

Cuando 8 de cada 10 costarricenses no tiene partido político, y solo Álvaro Ramos (6 %) y Ariel Robles (5 %) aparecen tímidamente, no hay presunto ganador de previo al inicio oficial de una campaña, donde nadie es el presunto ganador.

Y es que la confusión es tal, que incluso hay chavistas «básicos», que al no saber ni donde están parados, dicen estar dispuestos a votar por el presidente ( ? ). ¡Ve vos!

Asimismo, la contradicción parece increíble, pues mientras más de la mitad «respalda» al Chaves y dice que «su gobierno merece» seguir, un elevado 75 %, que incluye a esos mismos, expresa que «el gobierno tuvo tiempo de hacer cosas y no las hizo«!

Mientras, por otro lado, un 62 % dice preferir otro partido en el poder. Es decir, ¡Como que sí y como que no, al derecho y al revés!

Otra vez, la lectura del estudio del CIEP-UCR enciende las luces.

Feudos digitales entre ruinas democráticas: necesidad de una alfabetización política urgente

Frank Ulloa Royo

Hace unos meses, un buen lector y amigo—maestro rural y dirigente sindical—se acercó con un libro de Yanis Varoufakis, señalando que debía ser lectura obligatoria para entender esta democracia que se nos escapa entre los dedos. Pero más allá de la academia y algunos círculos críticos, su análisis parece importar poco. En este Día Internacional de la Democracia, mientras se alzan discursos que celebran libertades formales, nosotros caminamos entre los escombros invisibles del Estado social, superado por una realidad digital que no se discute, pero que nos reconfigura.

La casa democrática costarricense, construida con pactos entre comunistas y socialdemócratas, con café, bananos, fe en la educación pública y salud universal, está siendo devorada por termitas digitales que no hacen ruido, pero sí marcarán nuestra historia. No es una invasión con tanques: es una colonización silenciosa, algorítmica, disfrazada de eficiencia y modernidad, acompañada de un discurso autoritario que se esconde detrás de la supuesta ineficiencia del Estado y sus instituciones democráticas.

Los sindicatos, guardianes de la dignidad laboral, parecen dormidos en esta nueva selva. Muchos intelectuales, atrapados en bibliotecas sin ventanas, no ven que el feudo ha cambiado de rostro: ya no se llama finca bananera, sino plataforma digital. Y los siervos ya no llevan machete, sino celular. Pero siguen siendo siervos.

Los nuevos señores feudales: del capital transnacional al algoritmo

El capitalismo industrial, con sus fábricas, plantaciones y zonas francas, está siendo desplazado por un orden donde el poder ya no se mide en producción, sino en control de datos, atención y acceso. Amazon, Google, Meta: no venden productos, sino que alquilan espacios en sus feudos digitales. Son los nuevos señores, los nubelistas, como los llama Yanis Varoufakis, quienes “no compiten en mercados, sino que los reemplazan por feudos digitales donde extraen rentas” (Varoufakis, 2024).

Cédric Durand, desde una mirada más estructural, advierte que “vivimos en un feudalismo propio de los tiempos modernos, muy alejado de la libertad y la equidad prometida por las nuevas tecnologías” (Durand, 2021). Las plataformas no solo extraen valor: disciplinan comportamientos, fragmentan el trabajo y mercantilizan la vida cotidiana. Una generación de jóvenes en motos se autoexplota y, sin embargo, se siente libre. Los cambios en las relaciones laborales son tan violentos que no los entendemos a tiempo. Los centros de llamadas no son el problema principal—aunque los sindicatos no tengan acceso a ellos—pero anuncian la crisis del trabajo del futuro y el surgimiento de los esclavos del siglo XXI.

Shoshana Zuboff, por su parte, nos alerta sobre el impacto subjetivo de este modelo: “El capitalismo de vigilancia convierte la experiencia humana en materia prima para prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción y venta” (Zuboff, 2020). Ya no somos ciudadanos: somos datos.

La democracia costarricense: del pacto social al simulacro de ciudadanía

Costa Rica construyó su democracia en la lucha social y en la esperanza de un modelo de desarrollo que garantizaba educación, salud y trabajo. Así fue como abolimos el ejército, universalizamos la salud, democratizamos el conocimiento. Pero hoy, esa casa está siendo vaciada desde adentro. La educación pública se convierte en gasto, la salud en negocio, el trabajo en contrato temporal. El Estado social se reduce a gestor de plataformas, y la ciudadanía se transforma en audiencia. En lugar de pensamiento crítico, se repiten estupideces como un TikTok infinito, donde la lectura se abandona y se sustituye por imágenes en una nueva forma de alienación.

Celebramos el Día de la Democracia mientras el autoritarismo se disfraza de algoritmo y la dominación se presenta como innovación. ¿Qué democracia celebramos si las mayorías no comprenden el nuevo modelo que las somete?

La urgencia de una alfabetización política

Necesitamos una alfabetización política que no enseñe solo a votar, sino a leer el código del poder. Que entienda que el feudo digital no es futuro, sino presente. Que forme sindicatos capaces de resistir no solo al patrón, sino al servidor. Que despierte intelectuales que escriban desde la calle, no solo desde la cátedra. Que enseñe que la democracia no vive por llevar nuevas diputaciones a una Asamblea Legislativa, sino en la empresa piñera que explota migrantes, en la clínica, en el aula, en el sindicato, en la comunidad.

¿Acaso podemos luchar por una democracia social que no se rinda a los cantos de un flautista autoritario que lleva a las mayorías al suicidio colectivo?

La democracia costarricense no debe ser mercancía. Debe ser memoria viva, acción colectiva y horizonte común. Debe escuchar los murmullos del bananal, las voces del aula sindical.

Solo una verdadera formación política puede ayudar a resistir el feudo digital con pedagogía, con organización, con poesía. Nuevas formas de llevar el mensaje político a las mayorías son urgentes, como lo intentan los frentes de defensa de la democracia impulsados por algunos sectores intelectuales, frente a una campaña electoral que no permite la reflexión, donde las redes de ignorancia sustituyen con imágenes el pensamiento crítico.

Porque si no alfabetizamos políticamente a las mayorías inconscientes, el Día de la Democracia será solo una ceremonia para celebrar el fin de una sociedad en grave estado de salud: una democracia en ruinas por el avance del tecnofeudalismo.

Referencias citadas

Varoufakis, Y. (2024). Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo. Ariel.

Durand, C. (2021). Techno-féodalisme. Critique de l’économie numérique. La Cebra.

Zuboff, S. (2020). La era del capitalismo de la vigilancia. Paidós

La selección de quienes dirigen es clave

Marlin Óscar Ávila.

Por Marlin Oscar Ávila Henríquez

Siempre he pensado en que seleccionar y elegir un buen dirigente es clave para el buen futuro de una organización. Desde un regidor, un alcalde o un presidente de la nación.

Desde que Donald Trump fuera electo en los Estados Unidos de Norte América por primera vez, hemos estado pasando por sin sabores que ahora llegan al extremo de provocar una crisis que supera a la de los 80s.

Hemos estado cruzando los dedos para que el señor Donald Trump, se abstenga de tomar más iniciativas que pretendan hacerlo aparecer como un héroe mundial, con resultados totalmente deplorables para nuestra economía.

Tal parece que no tuvimos la «suerte», puesto que lo previsto está sucediendo.

El imperio estadounidense está cayendo en el precipicio económico por las medidas irreflexivas del gobernante. Si sólo fuera la crisis nacional, la preocupación no sería tan grave como lo es. El efecto dominó es lo grave cuando somos dependientes en varios aspectos de la economía en Washington. Si dependiéramos solamente en los alimentos, el problema se reduce a más de la mitad, pero entre más nuestras sociedades se han modernizado, menos independencia y autonomía tenemos. Nuestros hábitos van tejiendo diariamente los hilos que nos atan a la «modernidad». Un joven estudiante en el área urbana es más dependiente que el del área rural. Sucede igual con los profesionales adultos que viven en áreas urbanas modernas en comparación con los rurales.

Visualizando lo macro, el gobierno de Washington pensó en reducir sus gastos y ajustar sus gastos a sus ingresos, como lo hace cualquier equipo que dirige las finanzas de una empresa. Para ello el gobierno aplicó un listado de aranceles internacionales, sin mayor reflexión a los efectos colaterales.

Ahora, uno de los grandes inversores, como lo es la potencia china, está retirando sus capitales y no menos de una docena de empresas están trasladándose a otros países más cercanos y amigos.

Consecuentemente, se está dando el efecto dominó, dejando a muchos empresarios en la quiebra.

Así es que, además de los Estados Unidos, están muchos países que venimos dependiendo de esas empresas estadounidenses, entramos de inmediato en una probable recesión económica.

Habrá que socarse la faja.

Relato de yerros y aciertos del gobierno de Rodrigo Chaves Robles

Alberto Salom Echeverría 

Introducción: Entre la expectativa y la decepción

El ascenso de Rodrigo Chaves Robles a la presidencia de la República se dio en un contexto marcado por el desencanto hacia los partidos tradicionales y el deseo de ruptura con las élites políticas que, durante décadas, ejercieron el poder en Costa Rica. Para muchos ciudadanos, su elección representó una oportunidad para “sacudir el tablero”, para oxigenar la política y enderezar rumbos torcidos por la corrupción y la ineficiencia estatal. Sin embargo, a más de la mitad del mandato, la evaluación de su gobierno arroja un balance mixto en donde, aunque hay algunos logros formales, prevalecen las señales de alarma en lo político, económico, institucional y social.

Aciertos

  1. Cierta estabilidad macroeconómica

Uno de los argumentos que esgrime el gobierno como su mayor logro es la estabilidad de algunos indicadores macroeconómicos. El crecimiento proyectado del 4% del PIB para 2025 y una inflación relativamente controlada se destacan como señales de buena salud económica. Para sectores empresariales y organismos internacionales, esto representa una señal positiva.

No obstante, este crecimiento está concentrado en sectores altamente privilegiados como las zonas francas, que operan al margen de las cargas tributarias nacionales y no generan encadenamientos significativos con la economía interna. Por tanto, aunque hay una “ilusión de bonanza”, esta no se traduce en una mejora real para la mayoría de los ciudadanos.

  1. Comunicación directa con sectores populares

Chaves ha sabido conectarse con ciertos segmentos sociales, particularmente con sectores de bajo nivel educativo y con un fuerte resentimiento hacia la clase política tradicional. Su estilo confrontativo y su discurso “antipolítico” han tenido impacto, construyendo una base de apoyo que, aunque menguante, sigue vigente.

Yerros

  1. Precarización del empleo

Aunque el gobierno celebra una reducción histórica en las cifras de desempleo, el detalle fino de los datos revela una realidad más sombría: la mayoría de los nuevos empleos se ubican en el sector informal (138.000 de ellos en 2024), mientras que solo 12.000 se generaron en el sector formal, según datos de la CCSS. Esto implica que muchos trabajadores no tienen acceso a seguridad social, crédito ni estabilidad laboral.

El gobierno ha optado por presentar estas cifras sin el necesario análisis cualitativo, desfigurando la realidad y promoviendo una narrativa de éxito sustentada en datos mal interpretados o manipulados.

  1. Deriva autoritaria y desprecio por la institucionalidad

Una de las acusaciones más graves contra el gobierno de Chaves es su permanente tensión con los otros poderes del Estado y organismos autónomos: Poder Legislativo, Poder Judicial, Contraloría General de la República, Fiscalía General, e incluso la prensa libre.

El irrespeto por la división de poderes y los reiterados intentos de concentrar funciones en el Ejecutivo, han sembrado dudas sobre su apego a los principios democráticos. Muchos advierten señales de autoritarismo en su gestión, lo que genera un ambiente político polarizado y beligerante.

  1. Crisis de seguridad e impacto del narcotráfico

En un contexto de creciente desigualdad y abandono social, el narcotráfico ha logrado penetrar comunidades vulnerables, particularmente en zonas rurales y urbanas marginadas. Jóvenes fuera del sistema educativo se convierten en presa fácil del crimen organizado, generando un aumento sostenido de la violencia y el debilitamiento del tejido social.

A pesar de la gravedad del fenómeno, el gobierno ha fallado en presentar estrategias eficaces, integrales y sostenidas para enfrentar esta amenaza estructural.

  1. Intento de regresión ambiental

El intento del gobierno de autorizar la exploración y eventual explotación petrolera y gasífera representa un retroceso peligroso para un país que ha construido su imagen internacional sobre una marca verde. Costa Rica ha sido un referente mundial en sostenibilidad, y alejarse de ese camino por intereses de corto plazo y dudosa rentabilidad económica, podría significar un daño irreparable a su reputación y ecosistemas.

  1. Asfixia presupuestaria a la educación y la cultura

El debilitamiento del sistema educativo público se presenta como uno de los más graves síntomas del deterioro institucional. El gobierno ha incumplido con la asignación constitucional del 8% del PIB a la educación y ha promovido recortes presupuestarios a la cultura, reduciendo su asignación del 0.86% al 0.3%.

Esto no solo limita el acceso y la calidad de la educación, sino que erosiona las capacidades del país para formar ciudadanos críticos, informados y creativos. La subejecución presupuestaria, además, parece ser consecuencia de una gestión ineficiente dentro del propio Ejecutivo.

  1. Desinformación desde el poder

El estilo comunicacional del presidente, centrado en conferencias de prensa semanales de corte farandulero y en mensajes populistas, ha creado un clima enrarecido donde la desinformación y la manipulación de datos se convierten en política de Estado. Esto mina la confianza ciudadana en las estadísticas oficiales y atenta contra la transparencia democrática.

Epílogo: ¿Hacia dónde vamos?

Rodrigo Chaves llegó al poder enarbolando una bandera de cambio, pero sus acciones han estado marcadas más por la confrontación que por la construcción. La falta de visión estratégica, el uso electoralista de los datos, el debilitamiento institucional y el desinterés por el impacto social de sus políticas dibujan un cuadro preocupante.

Si bien aún conserva algún respaldo, su capital político se desgasta aceleradamente. Costa Rica, país de larga tradición democrática, enfrenta hoy el desafío de preservar sus instituciones frente a los impulsos autoritarios, y de reconstruir un pacto social basado en la equidad, el conocimiento, la transparencia y el respeto al Estado de Derecho.

En el mes de la Patria: Mitos y Realidades de la Democracia Costarricense

José Manuel Arroyo Gutiérrez*

         Los principales mitos de la identidad nacional costarricense han girado en torno a que somos una sociedad igualitaria, forjada desde la Colonia (siglos XVI-XVIII) por pequeños propietarios sumidos en el aislamiento, una agricultura/ganadería de sobrevivencia y una pobreza generalizada; además,  se ha instalado en el imaginario colectivo que somos una comunidad homogénea, mayoritariamente blanca y cristiana católica. A lo anterior hay que agregar el mito de que somos por naturaleza pacíficos, amantes del diálogo y el acuerdo, antes que del conflicto o la guerra. Finalmente, siempre se ha sostenido que los costarricenses creemos en el Estado de Derecho, la educación pública que nos hace una patria con más maestros que soldados, y que la justicia social es pilar  fundamental de nuestra democracia.[1]

         Esta reflexión pretende distinguir mitos de realidades; hacer un análisis crítico de cuánta verdad hay en esa imagen idealizada y romantizada de lo que  se llegó a bautizar como la “Suiza Centroamericana”. Para lograr este propósito nos valdremos de algunos datos y hechos históricos que deslinden certezas de suposiciones, y así pintar un cuadro lo más objetivo posible.

         Tendremos como brújula la idea cardinal de que la Democracia es una Cultura, entendiendo que se define y construye no sólo en las epopeyas históricas, los grandes liderazgos o los programas reformadores o revolucionarios, sino en la participación vigilante y cotidiana de la gente que decide luchar por sus derechos, conservarlos y ampliarlos. La democracia es la dinámica social que avanza en la conquista de derechos, en busca de un horizonte nunca alcanzado por completo. Si la democracia no avanza, se estanca y retrocede; si no fortalece sus instituciones y garantiza su eficacia, se vuelve una parodia de ritos y formalidades vacías. La Democracia no es la dictadura de las mayorías, su esencia pasa por el respeto irrestricto y la integración de las minorías. Ideas como “dictadura en democracia” o “en este país hay exceso de democracia”, o bien, “yo encarno la voluntad del pueblo y por eso soy demócrata”, son sólo variaciones de un peligroso autoritarismo que nada tiene que ver con el auténtico espíritu democrático. En fin, la democracia es un producto cultural que se vive y construye día a día, o se deteriora y languidece sin remedio, bien hacia la anarquía, o peor aún, hacia la demagogia y la tiranía.

  1. Luces y sombras del pacifismo costarricense

         En el largo devenir de la democracia patria, hay que decir, en primer lugar, que el proceso de la Conquista y Colonización de la parte sur del istmo centroamericano fue tardío e incompleto. Pero además, como toda conquista imperial, fue un período violento, cruento y costoso, ante todo en el aspecto humano. Según estimaciones científicas, hacia 1550 la población aborigen en lo que hoy es Costa Rica, ascendía a unas 400 mil personas, organizadas y dispersas por todo el territorio en consolidados cacicazgos. Tan sólo un siglo después, alrededor de 1650, quedaban apenas unos 10 mil nativos americanos, victimas sobre todo de las enfermedades traídas por los europeos, pero también por el sometimiento a regímenes de esclavitud, servidumbre, o bien por su huida voluntaria hacia las regiones montañosas más remotas, como Talamanca.  Hubo que esperar hasta la década de 1920 para que este país volviera a tener aquellos 400 mil habitantes.[2]

         La historia nacional, a pesar de largos períodos de estabilidad política y paz interna, conoció sin embargo varias revueltas y enfrentamientos armados fratricidas: el enfrentamiento entre San José-Alajuela contra Cartago por la capitalidad (Guerra de Ochomogo, 1823); la Guerra de la Liga (1835) con la cual se consolida esa capitalidad en San José; la invasión de Morazán para promover la unidad de Centroamérica (1842);[3]  la revuelta popular que derrocó  la dictadura de los Tinoco (1919); el levantamiento armado del Ejército de Liberación Nacional contra el gobierno de Teodoro Picado (1948). También la pacífica Costa Rica conoció enfrentamientos bélicos en defensa de su soberanía e integridad territorial, como la Campaña Nacional contra la invasión filibustera desde Norteamérica, liderada por William Walker (1856-1857); la llamada Guerra de Sixaola, que perdimos, por disputas fronterizas con Panamá (1921); así como nuestro activo involucramiento en la Revolución Sandinista contra la tiranía de los Somoza en Nicaragua (1979-1982).[4]

         Pero es igualmente cierto que la mayor parte del tiempo vivido por esta pequeña nación, a partir de su independencia, ha estado marcada por períodos prolongados de paz y con una buena dosis de convivencia democrática. Ya en 1823, pese a controlar el poder con apoyo militar, Gregorio José Ramírez lo entregó a una Junta Civil para evitar el agravamiento de las tensiones políticas de entonces.[5] Sobresalen en este sentido también los hechos acontecidos en 1889 –para algunos el “Acta de Nacimiento” de la democracia costarricense- en la que el oficialismo liberal (Presidente Bernardo Soto) prefirió entregar el poder a la oposición conservadora  (José Joaquín Rodríguez), antes que provocar un enfrentamiento armado entre los bandos. Son dignos de mencionarse asimismo eventos similares cuando el candidato Arturo Echandi cedió sus pretensiones presidenciales ante una coalición de republicanos y reformistas (1924), con el mismo propósito de evitar enfrentamientos entre conciudadanos. Lo propio puede decirse de la derrota electoral -que se termina aceptando-, por parte de las fuerzas políticas recién alzadas en armas para la conformación de la Asamblea Constituyente de 1949, que echó por tierra el proyecto social-demócrata de nueva Constitución, acontecimientos históricos que terminaron consumando la entrega del poder a Otilio Ulate, vencedor en los comicios previos a la Revolución de 1948. Finalmente, no se puede dejar de mencionar el liderazgo del Gobierno de Costa Rica, encabezado por el Presidente Oscar Arias Sánchez, en la superación de la peor crisis bélica del Siglo XX en Centro América, con la promoción de los Acuerdos de Paz, Esquipulas I y II (1986-1987) que pusieron fin a uno de los capítulos más sangrientos del continente  y que le valió a Arias Sánchez el Premio Novel de la Paz.[6]

  1. Igualitarismo social

         Es cierto que esta fue una región remota del Imperio Español; un lugar tan alejado de Guatemala y México como de Colombia o el Perú. Es cierto también que no hubo ni grandes yacimientos de minerales, ni tampoco la disposición de numerosa mano de obra para esclavizar o reducir a servidumbre.  Como consecuencia, es verdad que hubo durante el periodo colonial aislamiento, ausencia de latifundio y relativa pobreza generalizada.[7]

         Lo que no es del todo veraz es que, por aquél entonces, Costa Rica fuera una sociedad por completo igualitaria. Una importante diferenciación de clases se perfiló ya desde el siglo XVI. Hubo colonos españoles y sus descendientes  con propiedades más extensas que otros; hubo familias que lograron acceder a mayor riqueza, según la explotación agrícola y ganadera que prosperaban antes de la independencia (1821). Y por cierto, hubo explotación esclavista de afro-caribeños y siervos aborígenes, obligados al servicio de las élites económicas emergentes. Hubo también una clara discriminación de estos mismos sectores, auténticos guetos en los márgenes de los principales centros urbanos. Incluso se promovió la prohibición del ingreso de personas de raza negra y china al Valle Central, políticas que fueron cesadas hasta 1948.  Así que el idílico igualitarismo, en realidad fue muy relativo desde nuestros remotos orígenes.[8]

  1. Homogeneidad étnica

         Si bien es correcto afirmar, entonces,  que la sociedad colonial fue bastante homogénea, la segregación de afro-descendientes y aborígenes fue cediendo a un mestizaje que para finales del siglo XVIII y principios del XIX era más que evidente. La nuestra es una comunidad compuesta, en la actualidad, por personas que tienen, cual más cual menos, abuelos europeos, otros indígenas y también ancestros africanos. Ese mestizaje, para fortuna nuestra, se sigue ampliando y profundizando con la llegada de asiáticos, europeos no españoles y americanos de todas las latitudes, a partir de la segunda mitad del siglo XIX y hasta nuestros días.

         Como hito de la cuestión racial, desde el punto de vista constitucional, la esclavitud como institución fue abolida en el marco de las primeras constituciones de la Federación Centroamericana (1822-1824), a las que Costa Rica se adhirió.[9] En la actualidad, rige la Ley 10120 de 2 de febrero de 2022 en la que, reconociendo la discriminación y racismo que históricamente han sufrido los afro-descendientes, se imponen acciones alternativas para su integración social a todo nivel.

  1. Opción por el Estado Constitucional de Derecho

         En la conformación de Costa Rica como Estado de Derecho hubo tres acontecimientos mundiales que la influyeron de manera definitiva: la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América, sus primeras constituciones (1781 y 1789) y su Declaración de Derechos Civiles (1791); la Revolución Francesa y su Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789); y la Constitución de Cádiz, España  (1812).[10]  Consta como dato histórico real que, sobrevenida la Independencia, se impuso una clara voluntad por hacer de Costa Rica un Estado de corte republicano, regido por el principio de legalidad. Esta tendencia se inició a partir del Pacto Social Fundamental Interino (Pacto de Concordia, 1821), seguido de una serie de Cartas Fundamentales y Constituciones Políticas que definieron el marco jurídico, la división de poderes, la organización político-administrativa básica del territorio nacional y el reconocimiento de los derechos y obligaciones ciudadanos.  Por otra parte, es cierto que hubo golpes de Estado y gobiernos de facto como los de Braulio Carrillo Colima (1838-1842), Tomás Guardia Gutiérrez (1870-1882), Federico Tinoco Granados (1917-1919) y la Junta Fundadora de la Segunda República, encabezada por José Figueres Ferrer (1948-1949). Sin embargo, curiosamente, con la excepción de Tinoco, se trató de gobiernos en muchos aspectos progresistas. Carrillo se convirtió en el legislador-fundador del Estado costarricense por medio de la promulgación del Código General (1841) y otras leyes estratégicas como la Ley de Vagancia que procuraba maximizar la mano de obra en la naciente producción e industria del café y el trazado de carreteras. El General Guardia abrió las puertas a la Era Liberal con importantes reformas en orden a la secularización del Estado, la construcción del Ferrocarril al Atlántico, la educación pública y la abolición de la pena de muerte.[11]  De igual manera, el período liderado por Figueres Ferrer no sólo respetó las garantías sociales y los derechos laborales de la etapa que lo precedió, sino que sentó las bases de la expansión para la educativas primaria y secundaria, impulsó la construcción de carreteras e infraestructura y revolucionó la producción de energía y telecomunicaciones Todo lo anterior marcó la Era del Estado Social de Derecho o Estado de Bienestar que llega hasta finales del siglo XX. Tres hitos más, de gran relieve y que no pueden dejar de mencionare en este recuento del compromiso histórico de la sociedad costarricense con el Derecho fueron, en primer lugar, la apertura de tribunales civiles por todo el país a partir de 1821, que desplazaron la influencia de la Iglesia en la resolución de conflictos de familia, incluida la violencia doméstica[12]; en segundo lugar, la promulgación y vigencia del Código Civil de 1888, de impronta liberal, que trajo entre muchos otros avances, la temprana legalización del divorcio. El otro hecho de gran trascendencia fue la creación de una Sala especializada en Derecho Constitucional, como parte de la Corte Suprema de Justicia, para la tutela efectiva de los derechos fundamentales de todas las personas (1989).

         Aunque hubo que esperar décadas para que otras minorías accedieran a sus derechos fundamentales, la tutela de las poblaciones aborígenes conoció la Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (2007), y el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 1989. En el plano nacional, destacan la Ley Indígena (1977) que garantiza derechos indígenas y tribales, protege sus tierras, culturas y organización social. Está también la Ley de Biodiversidad (1998) que reconoce los “Derechos Comunitarios Intelectuales” y la Ley de Nacionalidad Costarricense (2019) que otorga el derecho a la nacionalidad costarricense a personas aborígenes transfronterizas.  Por su parte, los derechos de personas sexualmente diversas, aunque muy lentamente, han ido avanzando. En el año 1971 se despenalizó las relaciones sexuales consentidas entre adultos del mismo sexo y, mediante fallo de la Sala Constitucional de 2020, se autorizó el matrimonio entre homosexuales. A estos logros normativos, se han unido en los últimos años diversas políticas públicas en favor de la población LGTBI y contra su discriminación.

  1. El sufragio como derecho político fundamental

         Un tema que ilustra muy bien el principio de igualdad política y su relatividad en el tiempo, está dado por la evolución de los derechos civiles y políticos, en particular los derechos electorales. La naciente Costa Rica, con la llegada de la independencia en la primera mitad del siglo XIX, comenzó a cultivar su democracia política en el seno de los cabildos (gobiernos locales) de aquella época.[13] La participación en ellos, sin embargo, estuvo limitada sólo para los varones adultos, propietarios con un determinado monto patrimonial y, circunstancialmente, también “ilustrados”, es decir, que supieran leer y escribir. Los sistemas electorales conocieron otra restricción por el sistema indirecto de los comicios: una primera ronda para escoger un número determinado de electores, y una segunda vuelta para que este pequeño grupo nombrara Jefe de Estado, en un principio, o bien Presidente de la República y diputados del Legislativo posteriormente. No fue sino hasta 1913 que se “universalizó” el voto directo siempre para varones adultos sin otros requisitos; y no fue sino hasta 1925 que se impuso el voto secreto, con lo cual se superó, en parte, las manipulaciones de los sectores dominantes sobre la población electoral, de manera especial, la vigilancia que terratenientes y capataces podían ejercer sobre los campesinos a su servicio. A todo lo anterior hay que agregar que el sistema de sufragio estuvo controlado, hasta mediados del siglo XX, por el mismo Poder Ejecutivo. Esto hizo que los Juntas electorales y los primigenios Consejos o Tribunales electorales, estuvieran designados por el Presidente de la República, algunos de sus ministros y sus agentes políticos regionales. No fueron pocas las veces que este sistema fue cuestionado, pues el oficialismo de turno, tuvo mucho poder para controlar las sucesiones en puestos de relevancia en los procesos electorales.  Huelga decir que no fue sino hasta en la Constitución de 1949 que se conformó un Tribunal Supremo de Elecciones con garantías de independencia y neutralidad suficientes, con las competencias debidas y con un Registro Civil adjunto encargado de llevar el control de las personas con derecho a la ciudadanía y conformar así un padrón electoral confiable.  En esta misma Constitución se reconocieron, por fin, los derechos políticos de las mujeres, que pudieron votar y ser electas a partir de ese momento. La democratización del derecho electoral se terminó de ampliar por último, en 1971, con la reforma constitucional que rebajó la condición de adulto con plenos derechos políticos de los 21 a los 18 años de edad.[14]

  1. El acceso a la educación: columna vertebral de la Democracia

         Más allá de las idealizaciones románticas acerca del compromiso costarricense con la educación, es un hecho real que ya desde la Colonia hubo preocupación por el tema de alfabetizar a los pobladores de estas remotas tierras y darles acceso a la lectura y escritura. Sin duda, a partir de la independencia resulta significativo que tanto el primer Jefe de Estado, don Juan Mora Fernández, como el primer Presidente de la República, José María Castro Madriz, fueran ambos maestros de profesión. Mora Fernández, además, trajo al país la primera imprenta, con lo cual se inaugura en Costa Rica el afán por informar, difundir ideas y respetar la libre expresión.[15] Pero también es cierto que todos los esfuerzos hechos en educación durante el siglo XIX y principios del XX llegaron a porcentajes muy reducidos de la población. Para 1913, el maestro Omar Dengo denunciaba que sólo un 8% de los niños y niñas concluía la educación primaria. La escasez de mano de obra obligaba a la infancia del campo a ayudar en tareas agrarias y domésticas desde muy tempranas edades. Se ha calculado también que todavía para la década de 1930, el presupuesto nacional destinaba más en seguridad pública (cohersión) que en educación.[16]

         En 1814 se fundó la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, con aspiraciones de instruir en estudios superiores. En la época de gestación de la República se fundaron muchas escuelas primarias y ya en 1869 se decreta la educación primaria como un derecho obligatorio, gratuito y costeado por el Estado y tanto para niños como para niñas. Los liberales avanzaron con una reforma profunda estableciendo colegios de segunda enseñanza de gran calidad en los principales centros urbanos del país e incluyendo centros educativos para hombres y mujeres (décadas de 1880 y 1890). Se trajeron profesores europeos y se becó a jóvenes talentosos para ir a prepararse a Chile. De ahí surgieron figuras intelectuales de enorme importancia para la evolución de la educación en Costa Rica como Roberto Brenes Mesén, Joaquín García Monge, José Fidel Tristán, Isabel Carbajal (Carmen Lyra). Después de un sostenido esfuerzo nacional y de casi todos los gobiernos, se funda la Universidad de Costa Rica (1940) y a partir de la década de los años 70 inicia un proceso de fortalecimiento de la educación secundaria y universitaria en el país surgiendo la Universidad Nacional con sede en Heredia (UNA-1973), el Instituto Tecnológico en Cartago (TEC-1971), la Universidad Estatal a Distancia (UNED-1977), la Universidad Técnica Nacional radicada en Alajuela (UTN-2008) y un centro especializado en la formación de oficios, el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA-1965). La década de 1970 exhibió la inversión en educación más alta en la historia nacional, alrededor de un 30% del presupuesto anual. Ese monto ha ido bajando con los años y en estos momentos se lucha por hacer realidad el 8% que exige la Constitución Política.[17] La norma constitucional vigente, artículo 76, decreta la obligatoriedad y gratuidad de la educación preescolar, general básica y la diversificada.

         En esa misma década de 1970 empiezan a brotar centros educativos privados a todo nivel, también universitarios. La calidad de estos últimos ha sido muy variada y la producción de profesionales se ha vuelto abundante, pero sin control de su calidad. Este fenómeno ha sido parte de las políticas de liberalización y privatización de servicios básicos, en el marco de la transición de Costa Rica del Estado de Bienestar al Estado de Libre Mercado.

  1. Luchas populares: garantías sociales y derechos laborales

         Los primeros movimientos de organización de trabajadores y huelgas asociadas a la reivindicación de sus derechos y condiciones laborales pueden ubicarse en la segunda mitad del siglo XIX. En 1874 se funda la primera sociedad de artesanos de Costa Rica y en ese mismo año estallan disturbios de trabajadores chinos en los campamentos de construcción del Ferrocarril al Atlántico. El conflicto termina en enfrentamiento con tropas estatales y mueren cinco trabajadores. De nuevo en el proceso de construcción de esta vía férrea, se desata la “Huelga de los Tútiles” (1888), en la que operarios italianos paralizaron la obra en protesta por bajos salarios, pésimas condiciones laborales e incumplimientos contractuales.

         Sobrevino de esta manera un importante período en el que siguen conformándose organizaciones y sindicatos, asociados a periódicos que les sirven de medios de comunicación masivos. Así fue como estalló la huelga de panaderos en 1901 y diez años después se produjo una rebelión de obreros en la minas de Abangares, dándose como resultado la muerte de varios capataces a manos de los mineros. Para 1912 se promulga la primera legislación obrera, la Ley de Salarios y se funda la Confederación de Obreros. Un año más tarde surge la Confederación General de Trabajadores (CGT), se inicia la tradición de conmemorar el 1º de mayo como Día Internacional del Trabajo y surge el grupo Germinal, alianza de intelectuales y obreros para la reivindicación de los derechos ciudadanos.  Los esfuerzos de organización y los movimientos huelguísticos se siguieron produciendo. Una alianza de estudiantes, maestros y trabajadores jugó un papel decisivo en la caída del dictador Tinoco (1919); importantes huelgas del sector de ebanistería y carpintería así como de obreros, artesanos y empleados públicos. se desataron en 1920. Como resultado de estos movimientos se decretó la Ley de la Jornada Laboral de Ocho Horas y la Ley de Protección Social de la Salud Pública, antecedente del seguro social de dos décadas después. La CGT en 1922 organizó un amplio movimiento popular contra el alza de los alquileres que también concluyó con la emisión de la Ley de Emergencia del Inquilinato, que vino a regular, limitar y aliviar los abusos que se daban en el cobro de alquileres de viviendas. Como logro del Partido Reformista de Jorge Volio, se promulgó  la Ley de Accidentes de Trabajo en el año 1924. Por otra parte, el auge de la producción bananera en el país trajo los primeros mítines contra la United Fruit Company (1926), y la ocupación de Nicaragua por parte del ejército estadounidense inspiró campañas anti-imperialistas de solidaridad contra esa intervención (1927).

         Para agosto de 1934, con el liderazgo de dirigentes del Partido Comunista recién fundado, se declara la gran huelga bananera contra la United Fruit Co., que concluyó en el mes de diciembre siguiente con la obtención de muchas de las reivindicaciones reclamadas por los trabajadores de las plantaciones. Otro logro con el liderazgo de diputados comunistas fue normativa que impulsó la construcción de viviendas para personas de escasos recursos.[18]

         Por último, con los antecedentes mundiales de la Revolución Mexicana, la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la crisis económica de 1929,  llega al poder el Dr. Calderón Guardia (1940-1944) en cuyo período se sientan las bases de la seguridad social costarricense, como reivindicación de todas las luchas sociales en el país: se funda la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), se introduce el Capítulo de Garantías Sociales en la Constitución y se promulga el Código de Trabajo.[19]

  1. Derechos de las mujeres: sufragio, igualdad y violencia de género

         En octubre de 1923 un grupo destacado de mujeres fundó la Liga Feminista, cuyo principal propósito fue luchar por el derecho al voto. También se propuso alcanzar la igualdad de salarios entre maestros y maestras. Pocos años después, en 1927 se funda la Liga Cultural Feminista con ideales similares. Aunque los derechos políticos de las mujeres se alcanzan hasta en la Constitución de 1949, lo cierto es que durante la primera mitad del siglo XX las mujeres participaron y lideraron en gran medida. los principales movimientos políticos y sociales del país.

         Pero es a partir de la década de 1980 que se produce una auténtica revolución en la normativa internacional y nacional en pro de los derechos políticos y sociales, el principio de igualdad y contra la violencia a las mujeres. Costa Rica ha conocido, desde entonces, su compromiso con la  CEDAW suscrita por el país en 1984, así como la organización de múltiples colectivos feministas y organizaciones de mujeres, incorporadas a estas luchas, con gran impacto en las políticas públicas nacionales y con un liderazgo que trasciende nuestras fronteras.[20]

  1. Del Estado de Bienestar al Estado de Libre Mercado: una democracia amenazada

         Desde una perspectiva sociológica, el modelo de Estado Benefactor (1950-1980) tuvo un importante impacto en la movilidad y ascenso social de varias generaciones de costarricenses, cuyos efectos están aún vigentes, aunque hace ya décadas que este impulso se desaceleró, se estancó y parece estar hoy día experimentando un franco retroceso.

         Pero además, en el período que va de 1960 a 1990, en plena Guerra Fría, el modelo costarricense sirvió de contrapunto a los movimientos revolucionarios y de guerrillas que se experimentaron en América Latina (Cuba, Centro América, Chile), lo que le trajo a Costa Rica grandes ventajas para su financiación y apoyo internacional, sobre todo de parte de los Estados Unidos de América (Alianza para el Progreso) y de Europa Occidental.

         A partir de la década de 1980, al calor de las crisis cíclicas del capitalismo mundial, Costa Rica se vio arrastrada por cambios profundos en su modelo económico, político y social. Las principales respuestas desde los centros de poder a estos tiempos críticos, han llegado a nuestra región con la marca de un neo-liberalismo prepotente y agresivo,  liderado por la alianza Reagan/Thatcher, el Consenso de Washington y los dictados del Banco Mundial (BN) y del Fondo Monetario Internacional (FMI).   Por medio de los “Ajustes Estructurales” y los “Tratados de Libre Comercio”, el país empezó a sentir presiones brutales para decretar la reducción del Estado; la privatización de instituciones y servicios públicos estratégicos (salud, educación, pensiones, electricidad, telecomunicaciones, agua); la apertura a la banca privada y el rompimiento del monopolio de seguros;  la liberalización de reglas “para la competencia”; la “flexibilización” o eliminación abierta de derechos laborales, entre otros temas relevantes.

         Los efectos de este nuevo estado de cosas está siendo evidente: un deterioro en la seguridad social y la atención médica en los centros hospitalarios de la CCSS; una deuda gigantesca del Estado para con esta institución pública; una franca crisis en la enseñanza pública a todo nivel; recortes presupuestarios en los rubros de la asistencia social de los sectores vulnerables; un crecimiento de la pobreza y la inequidad social.[21] Si a lo anterior agregamos el deterioro de la seguridad ciudadana en razón del avance del crimen organizado y el trasiego de sustancias prohibidas, que han convertido a Costa Rica en uno de sus principales territorios de acción, la única conclusión posible es que esta democracia centenaria está enfrentando un claro proceso de disolución o desintegración, sin poderse vislumbrar salidas fáciles en el horizonte.

         Estos abruptos cambios no han estado exentos de respuestas y resistencias desde los sectores medios y bajos de la sociedad.  Ya para 1953 se reagrupó la Confederación General de Trabajadores Costarricenses (CGTC), con fuerte influencia de los comunistas proscritos electoralmente; se siguió celebrando el 1º de mayo con participación importante de trabajadores que conmemoraron su día, y se dieron múltiples huelgas en el sector de maestros y otros servidores estatales.

         En abril de 1970, con los antecedentes de Mayo del 68 en París y la matanza de estudiantes en la Plaza Tlatelolco, México, ese mismo año, el estudiantado costarricense, junto a otros sectores sociales, se manifestó multitudinariamente contra el contrato-ley que se discutía en la Asamblea Legislativa concediendo a la transnacional ALCOA la explotación a cielo abierto de bauxita en el sur del país. Otra gran movilización social se produjo en el año 2000 cuando la resistencia popular impidió la privatización de la electricidad y las telecomunicaciones en manos del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE). Por último, conviene mencionar la gran organización y movilización popular para rechazar el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (2007), última gran gesta de una buena parte de la ciudadanía costarricense contra los avances del modelo neoliberal, que terminó imponiéndose con métodos espurios. El proceso de erosión del Estado Social de Derecho ha continuado. Los sectores conservadores controlan el Parlamento y casi todos los partidos políticos se han convertido en correas de transmisión de las mismas élites económicas. Si a lo anterior se añaden los graves y frecuentes casos de corrupción con la concurrencia de actores públicos y privados, así como el poder destructivo de la delincuencia organizada y el narcotráfico, hay poco espacio para ser optimistas, a no ser que las reservas morales y políticas del pueblo costarricense despierten y nos den una nueva lección, porque esta Patria sigue valiendo la pena.[22]

BIBLIOGRAFÍA

-Arroyo, José Manuel et altere; Centroamérica: rendir cuentas para que la gente cuente; Coordinación, Introducción y Presentación: Luis Guillermo Solís Rivera y Sergio Ramírez Mercado; Editorial Sexto Piso S.A. de C.V.; México, 2025.

-Cortés, Carlos; Conquistas Sociales en Costa Rica; C.R. Grupo Nación GN S.A.; 1º Edición;  San José, 2014.

-Molina Iván, Palmer Steven; Historia de Costa Rica: breve, actualizada y con ilustraciones; 3º Edición; Editorial UCR; San José, 2022.

-Obregón Quesada, Clotilde (Editoras); Las Constituciones de Costa Rica; Volúmenes I, II, III, IV y V; Editorial Universidad de Costa Rica; San José, 2007.

-Pérez Brignoli, Héctor; Meléndez Chaverri, Carlos; Quesada, Juan Rafael; Salazar Mora, Orlando; Rodríguez, José Miguel; Araya Pochet, Carlos; Acuña, Víctor Hugo; Democracia y Cultura Política en Costa Rica; Coordinador: Jorge Mario Salazar; Ministerio de Cultura-Universidad de Costa Rica; San José, 1990.

-Zelaya, Chester; Aguilar Bulgarelli, Oscar; Camacho, Daniel; Cerdas, Rodolfo; Schifter, Jacobo; ¿Democracia en Costa Rica?: 5 opiniones polémicas; Editorial Universidad Estatal a Distancia: San José, 1979.

Notas:

[1] Aguilar Bulgarelli, Óscar; Costa Rica: Evolución Histórica de una Democracia; En: ¿Democracia en Costa Rica? 5 Opiniones Polémicas; Editorial EUNED, San José, 1979; pp. 27-36. El autor expones visión idílica de Costa Rica en autores como Francisco Trejos Quirós (Origen y Desarrollo de la Democracia en Costa Rica, 1939); Ricardo Fernández Guardia (Crónicas Coloniales, 1967); Carlos Monge Alfaro (Historia de Costa Rica, 1966; Eugenio Rodríguez Vega (Apuntes para una Sociología Costarricense, 1953), entre otros.

[2] Molina, Iván y Palmer, Steven; Historia de Costa Rica: breve, actualizada y con ilustraciones; Editorial Universidad de Costa Rica; San José, 2022; pp.19-38. Ver también: Meléndez Chaverri, Carlos; Orígenes y Naturaleza de la Cultura Democrática Costarricense; en: Democracia y Cultura Política en Costa Rica, Ministerio de Cultura-UCR, San José, 1990: pp. 44-50.

[3] Molina, Iván y Palmer, Steven; ob. cit., pp. 52-57.

[4] Meléndez Chaverri, Carlos; ob. cit., pp 46-54.

[5] Aguilar Bulgarelli, Oscar; ob.cit. p. 36.

[6] Aguilar Bulgareli, Oscar; ob.cit., pp. 44-77. Ver además: Molina, Iván y Palmer, Steven; ob.cit.; p. 75.

[7] Zelaya, Chester; Apuntes Historiográficos sobre la Democracia en Costa Rica; en ¿Democracia en Costa Rica? 5 Opiniones Polémicas; Editorial EUNED, San José, 1977; p. 9-10.

[8] Meléndez Chaverri, Carlos; ob. cit., pp. 42-45. Ver además: Aguilar Bulgareli, Oscar; ob. cit., pp. 27-33. Asimismo: Molina Iván y Palmer, Steven; ob. cit.,  pp. 29-62.

[9] Meléndez, Carlos y Duncan, Quince; El Negro en Costa Rica; Editorial Costa Rica; San José, 2012; pp. 51-52.

[10] Costa Rica, sin dejar de inscribirse desde el punto de vista político-jurídico en la tradición Continental Europea (Roma-Francia-España), opta por un esquema de organización política republicano, con división de poderes, antimonárquico y con reconocimiento de los derechos ciudadanos esenciales, propios de los movimientos revolucionarios norteamericano y francés. Se reconoce también como influencia de los Estados Unidos un esquema de división de poderes con un Ejecutivo fuerte, sólo controlado por el Legislativo de manera excepcional y puntual. Donde más se notan las diferencias jurídicas entre ambos modelos es en el campo de la justicia penal: por un lado, un sistema anglosajón de corte acusatorio (oral, público, adversarial) y con un debido proceso legal muy definido, frente a un sistema más bien inquisitivo (escrito, secreto, no-adversarial) dominante en el mundo de tradición continental-europeo, como es adoptado en casi toda Latinoamérica.  Las ventajas en cuanto a eficiencia y pragmatismo del sistema anglosajón, ha hecho que el continental-europeo haya migrado, en las últimas décadas,  hacia regímenes cada vez menos inquisitoriales y más acusatorios.

[11] Salazar, Jorge Mario; Partidos Políticos y Participación; en: Democracia y Cultura Política en Costa Rica, Ministerio de Cultura-UCR, San José, 1990: p. 112. Ver, además: Meléndez Chaverri, Carlos; ob. cit., p.51.

[12] Molina, Iván y Palmer, Steven; ob. cit.; pp. 57-58.

[13] Aguilar Bulgarelli, Oscar; ob. cit., p. 35.

[14] Salazar Mora, Orlando; Democracia y Sistema Electoral en Costa Rica; en: Democracia y Cultura Política en Costa Rica; Ministerio de Cultura-Universidad de Costa Rica; San José, 1990; pp. 93-106. Ver además: Salazar, Jorge Mario; ob.cit., p. 109-132, así como: Pérez Brignoli, Héctor; La Cultura Política como Cultura Popular; en: Democracia y Cultura Política en Costa Rica; Ministerio de Cultura-Universidad de Costa Rica; San José, 1990; p. 27; y Molina, Iván y Palmer, Steven; ob.cit., p.83.

[15] Meléndez Chaverri, Carlos; ob. cit.; pp. 47-51. Ver además: Aguilar Bulgarelli, Oscar; ob. cit.; pp. 36-37.

[16] Quesada C., Juan Rafael; Educación y Democracia en Costa Rica; en: Democracia y Cultura Política en Costa Rica; Ministerio de Cultura-Universidad de Costa Rica; San José, 1990; pp.  57-72

[17] Aguilar Bulgarelli, Oscar; ob. cit., p. 37. Ver también: Pérez Brignoli, Héctor; ob. cit.; p. 71 y 83-84.

[18] Molina, Iván y Palmer, Steven; ob.cit., pp. 77-118. Ver además: Salazar Mora, Orlando; ob. cit.; p. 98 y Salazar, Jorge Mario; ob. cit.; p. 119.

[19] Cortés, Carlos; Conquistas Sociales en Costa Rica; pp. 84-88. Ver también: Molina, Iván y Palmer, Steven; ob.cit., pp. 77-118 y Pérez Brignolli, Héctor; ob. cit.; pp. 75-77.

[20] Los principales Instrumentos Internacionales para la defensa de los Derechos Humanos de las Mujeres son: (1) Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, 1979. Entró en vigor en 1981.y fue ratificada por Costa Rica en 1984): (2) Declaración de Viena 1983; (3) Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Convención Belem Do Pará). OEA 1994. (4) Declaración y Plataforma de Acción de Beijing 1995; (5) Declaración de los Objetivos de Desarrollo del Milenio ONU 2000; (6) Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. ONU 2015. Por su parte, en el ámbito de la legislación nacional destacan: (1) Ley de igualdad Real entre mujeres y hombres, 1990; (2) Ley contra la Violencia Doméstica, 1996; (3) Ley de Penalización de la Violencia contra las Mujeres, 2007; (4) Modificación a la Ley de Violencia Doméstica, 2011; (5) Ley contra el Hostigamiento sexual en el empleo y la docencia, 2010; (6) Sistema Nacional para la Atención y Prevención de la Violencia Contra las Mujeres y la Violencia Intrafamiliar (Ley No. 8688 del 4 de diciembre del 2008); (7)  Política Nacional para la atención y la prevención de la violencia contra las mujeres de todas las edades en Costa Rica 2017-2032; (8) Ley contra la trata de personas y creación de la Coalición Nacional contra el Tráfico Ilícito de Migrantes y la Trata de personas, 2012; (9) Ley para la Prohibición del matrimonio con personas menores de 15 años, 2007; (10)  Ley 9406 para el fortalecimiento de la protección legal de las niñas y las adolescentes mujeres ante situaciones de violencia de género asociadas a relaciones abusivas. (Ley contra relaciones impropias, 2016).

[21] El indicador que mide la desigualdad (Gini) refiere un proceso de concentración de la riqueza social en cada vez menos personas. En tan sólo 30 años se ha pasado de un rango de 0.4 a un rango de 0.6. La pobreza no ha sido posible bajarla de un 20% desde hace décadas.

[22] Molina, Iván y Palmer, Steven; ob. cit.; pp. 145-186.

*Ex magistrado de la Corte Suprema de Justicia y Profesor Catedrático de la Universidad de Costa Rica.

Los bloqueos y las guerras de EEUU impiden el desarrollo de la humanidad

Hoy, a 50 años de la victoria del pueblo vietnamita sobre el imperialismo estadounidense, no solo se recuerda una hazaña militar y política, sino también una lección histórica de dignidad y resistencia.

Vietnam, con una extensión de 331.210 km y una población de poco más de 104 millones de habitantes hace ver que los logros actuales, son impresionantes. Pero primero lo primero, Vietnam logró lo que parecía imposible, derrotar al ejército invasor más poderoso del mundo. Lo hizo con la fuerza de su pueblo, con el liderazgo de Ho Chi Minh y el Frente Nacional de Liberación, y con una convicción inquebrantable de que la independencia y la dignidad no se negocian.

El costo humano fue inmenso, más de 5 millones de muertes, ciudades devastadas, generaciones enteras afectadas, hasta hoy, por los efectos de las bombas estadounidenses y el uso criminal de armas químicas como el napalm y el agente naranja. Sin embargo, la voluntad del pueblo vietnamita y la dirección del Partido Comunista fueron más fuertes que la maquinaria de guerra de los yanquis.

Medio siglo después, Vietnam es un ejemplo de cómo un país puede levantarse de las ruinas y construir desarrollo. Pasó de tener un 95% de analfabetismo en 1945, a alcanzar hoy un 95% de alfabetización y estar entre los primeros lugares en pruebas educativas internacionales. En cuanto a la salud pública, la esperanza de vida pasó de 58 años en 1975 a más de 77 años en la actualidad, con cobertura gratuita para toda la población.

En lo económico, Vietnam pasó de ser un país agrícola arrasado por la guerra, a convertirse en una potencia manufacturera y agroexportadora, con un PIB per cápita que en 1980 era de 100 dólares y que hoy supera los 4.000 dólares. Su crecimiento económico ronda el 5,4% anual y es uno de los destinos turísticos y productivos más dinámicos de Asia, donde se esperan más de 18 millones de turistas este año.

Todo esto nos demuestra algo fundamental, cuando una nación es libre de bloqueos criminales, de acoso militar y de guerras impuestas desde afuera, puede alcanzar grandes niveles de desarrollo en beneficio de su pueblo. Vietnam es la prueba viviente de que la soberanía, el socialismo y la dignidad nacional son la base de un progreso verdadero.

El ejemplo de Vietnam, un país que fue devastado por la guerra más brutal, que enfrentó bombas químicas, millones de muertos y destrucción, pero que logró levantarse hasta convertirse en un país próspero y en desarrollo, se puede comparar con la magnitud del crimen que hoy se comete contra Cuba.

Si Vietnam pudo reconstruirse y progresar, fue también porque tuvo la oportunidad de hacerlo sin estar sometido a un bloqueo económico, comercial y financiero criminal, como el que Estados Unidos mantiene contra Cuba desde hace más de seis décadas.

Ese criminal bloqueo de EEUU, que en las Asambleas de la ONU han condenado de forma casi unánime año tras año (sólo EEUU, Israel y alguna que otra isla sometida por los gringos se han opuesto), limita el acceso del pueblo cubano a medicinas, alimentos, tecnología, financiamiento y comercio justo. Es una política diseñada con un solo objetivo, asfixiar al pueblo y obligarlos a rendirse, a ponerse de rodillas. Lo que por supuesto no han logrado ni lograrán.

Se trata de un acto de guerra permanente que golpea la vida cotidiana de millones de cubanos y que, en términos políticos y éticos, constituye un verdadero genocidio. Estados Unidos no perdona que Cuba haya elegido ser libre, soberana y socialista, que sea un ejemplo de dignidad ante los demás pueblos del mundo.

Hoy, mientras Vietnam muestra que un país en paz puede lograr altos niveles de educación, salud y crecimiento económico, Cuba sufre cada día el peso de un cerco criminal e inhumano que impide que su pueblo despliegue todo su potencial.

Pero a propósito de esto, hay buenas noticias. Cuba y Vietnam, precisamente, aprobaron recientemente más de 50 nuevos acuerdos para fortalecer y diversificar los nexos bilaterales materia de economía, comercio, inversiones e intercambio científico y técnicos en diferentes campos. Los mismo ha sucedido con Acuerdos con China y Rusia.

Entre los Acuerdo con Vietnam figuran los relativos a comercio, inversiones, agricultura, pesca, biotecnología, salud, construcción, transporte, ciencia, tecnología y medio ambiente, cultura, turismo, deportes, industria, energía y minas, finanzas y aduanas, educación superior, trabajo y seguridad social, información y comunicaciones, radio y televisión, lo que también reflejan los nuevos tiempos para la humanidad y la multipolaridad que se desarrolla con China, Rusia, los BRICS, el OCS recientemente divulgado, el ALBA y muchas otras iniciativas que rompen el terrorismo militar y económico de los EEUU en el planeta.

Sólo gobiernos sumisos, serviles y también criminales, se someten a los EEUU, a sus criminales políticas de privatizaciones, recortes presupuestarios, destrucción de la institucionalidad pública, congelamiento salarial, falta de vivienda y opciones de trabajo dignas.

Costa Rica y muchos otros países no son pobres, son países empobrecidos y saqueados por el capitalismo salvaje, la corrupción y, lamentablemente también por el narcotráfico, herramienta criminal que también maneja EEUU para someter a los pueblos a la miseria, la pobreza y la muerte.

Le invitamos a ver el video de 5 Minutos o Menos donde se realiza esta análisis de Martín Rodríguez Espinoza: https://www.facebook.com/share/p/178m8YvZQK/

Cerrando la puerta al Autoritarismo Populista

Cuando la manipulación y la demagogia no tienen ideología

JoseSo (José Solano-Saborío)

La historia política del último siglo nos ha dejado un catálogo inquietante de líderes que, desde trincheras ideológicas opuestas, han coincidido en algo esencial: la habilidad para seducir, manipular y someter a sus pueblos bajo un relato cuidadosamente diseñado. El fenómeno inicia en el Siglo XX y se sigue consolidando, con líderes carismáticos como Mussolini y Hitler, con su estética marcial y su retórica de destino nacional; Stalin, con su culto al proletariado y su maquinaria de terror; Bolsonaro, con su nostalgia militarista y su cruzada contra “enemigos internos”; Daniel Ortega, con su revolución convertida en feudo personal. Todos, a su manera, han entendido que el poder no se sostiene solo con armas, sino con narrativas que colonizan la mente colectiva. Y en esto, la psicología social tiene mucho que decir: la construcción de un “nosotros” virtuoso frente a un “ellos” corrupto o peligroso activa mecanismos tribales ancestrales, reforzados por la repetición constante y la simplificación de problemas complejos en consignas fáciles de digerir.

La politología observa que, más allá de la etiqueta ideológica, estos liderazgos comparten un patrón: concentración de poder, debilitamiento de contrapesos institucionales y uso estratégico de crisis —reales o fabricadas— para justificar medidas excepcionales. La sociología añade que, en contextos de desigualdad y frustración, el líder fuerte se presenta como el atajo emocional frente a la lentitud de la democracia deliberativa. Y la antropología recuerda que el mito del caudillo salvador es tan viejo como las primeras aldeas: siempre hay quien promete orden a cambio de obediencia, y siempre hay quien acepta el trato.

En el plano histórico, la popularidad inicial de estos personajes suele estar anclada en un momento de quiebre: la humillación de Versalles para Hitler, la crisis del liberalismo italiano para Mussolini, la devastación de la guerra civil rusa para Stalin, el colapso institucional brasileño para Bolsonaro, la transición fallida en Nicaragua para Ortega. El guion se repite: identificar un enemigo común, desacreditar a la prensa y a la academia, monopolizar la interpretación de la realidad y, cuando es necesario, reescribirla.

En este punto, resulta inevitable que algunos analistas tracen paralelismos con líderes contemporáneos, incluso en democracias consolidadas. En Costa Rica, el presidente Rodrigo Chaves Robles ha sido señalado por especialistas por su estilo autoritario, confrontativo y por el uso de la posverdad como herramienta política. Al igual que otros líderes populistas, ha atacado de forma sistemática a la prensa independiente, desacreditando a periodistas y medios para erosionar la confianza ciudadana en las fuentes de información verificable. La estrategia es conocida: si el mensajero es percibido como enemigo, el mensaje deja de importar. Además, su confrontación con otros poderes del Estado y su retórica de “yo contra la élite” encajan en el molde clásico del outsider que, paradójicamente, se convierte en el centro absoluto del poder.

El método es casi artesanal en su eficacia: conferencias de prensa convertidas en monólogos, interrupciones y descalificaciones públicas a colaboradores para reafirmar jerarquía, uso de un lenguaje que mezcla tecnicismos con frases coloquiales para proyectar simultáneamente autoridad y cercanía. El resultado, como en los casos históricos, es una polarización creciente que fortalece la base leal y margina a los críticos. Y aunque las circunstancias costarricenses distan mucho de los escenarios de represión abierta de un Stalin o un Ortega, la lógica subyacente —controlar el relato, debilitar contrapesos, personalizar el poder— es inquietantemente familiar.

La ironía, claro, es que muchos de estos líderes llegan al poder prometiendo devolverlo “al pueblo”. Pero, como bien sabe la historia, el pueblo rara vez recibe la factura completa hasta que es demasiado tarde. Y entonces, el “salvador” se revela como lo que siempre fue: un hábil narrador de epopeyas que, entre líneas, escribía su propio manual de permanencia. Porque, al final, la ideología puede ser de izquierda o de derecha, pero el molde del autócrata populista aspirante a dictador es universal… y, por desgracia, atemporal.

Milei, Laje y el wokismo: dos caras, una moneda

Mauricio Ramírez

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

El liberalismo radical y el antiprogresismo de Javier Milei y Agustín Laje, presentados como supuestas trincheras contra la izquierda posmoderna y el llamado “marxismo cultural”, no son en realidad una alternativa a ese fenómeno, sino su reflejo invertido. Ambos insisten en que el wokismo es socialismo, colectivismo o incluso marxismo en estado puro, pero nada más lejos de la verdad; lo woke no es marxismo, es liberalismo llevado hasta su extremo. Por eso, más que enemigos ideológicos, Milei, Laje y el wokismo son variantes de una misma raíz moderna: la disolución de todo lazo comunitario y la glorificación del individuo aislado (solitario). La aparente guerra entre ellos no es una confrontación de sistemas como lo venden, sino una disputa entre herederos de la misma matriz liberal.

La llamada cultura woke, donde se inscribe la ideología de género que muchos insisten en negar, no es un desprendimiento del marxismo, como suelen repetir sus críticos, sino la culminación más coherente del liberalismo. Rousseau ya lo había formulado en su célebre premisa: “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Con ella no anticipaba lo woke, desde luego, sino una lógica contraria a todo colectivismo: la sospecha hacia los vínculos comunitarios y la desconfianza frente a las instituciones clásicas —Estado, Iglesia, familia, nación— vistas como estructuras opresivas contra la supuesta bondad natural del individuo. Esta bandera, retomada por el liberalismo, se convirtió en doctrina: liberar al individuo de cualquier identidad o pertenencia común. Incluso el marxismo, consciente o no, terminó asumiendo sin crítica buena parte de estos supuestos liberales.

Ahora bien, surge la aparente paradoja: si lo woke es profundamente individualista, ¿cómo explicar que sus activistas se organicen como colectivos y luchen unidos? La respuesta es sencilla: no se trata de construir una verdadera comunidad, sino de disolver pertenencias más amplias —como la nación, la tradición o la familia— para fragmentar al individuo en microcolectivos cada vez más pequeños, cuya única cohesión es la identidad subjetiva. En vez de fortalecer lo común, esta lógica lo divide en pedazos, sustituyendo comunidades amplias y orgánicas por tribus identitarias tan débiles como volátiles. 

El contraste ideológico con la premisa ilustrada de Rousseau se evidencia claramente al compararlo con la tradición católica. Para esta, el hombre se realiza en comunidad; es en el bien común donde se supera el pecado original, mediante la abnegación, el sacrificio y la ayuda mutua. Incluso desde más antes, Aristóteles, y posteriormente Santo Tomás, habían comprendido que la justicia social y la vida compartida son el orden natural del ser humano. El liberalismo, en cambio, niega ese principio y coloca al individuo en el centro, reduciendo la existencia a un cálculo de intereses privados, sin finalidad trascendental ni espiritual. Así, lo colectivo, lo común y lo trascendente son descartados como obstáculos frente a la razón individual, subordinando la vida compartida a la lógica del beneficio personal.

El protestantismo preparó este terreno al desligar la fe de las obras y convertir la riqueza material y su acumulación en signo de predestinación divina. De ahí se desprende el burgués liberal moderno: un ser definido por su interés individual y no por su capacidad de entrega al bien común.

El wokismo es visto como una fuerza de izquierda, sin embargo, su base doctrinal no es colectivista ni socialista: es liberal de cabo a rabo. Este parte de la supremacía del individuo sobre lo colectivo, de la desconfianza hacia el Estado y de la necesidad de deconstruir toda forma de identidad compartida tradicional. En nombre de los derechos individuales, relativiza cualquier noción de comunidad, tradición o verdad trascendente.

Esto no es herencia del socialismo, sino de la Ilustración liberal. Kant lo expresó con claridad en 1784 cuando definió la Ilustración como la “salida del hombre de su minoría de edad”, es decir, la emancipación de todo principio de autoridad externo —ya sea religioso, político o social— para que el individuo piense por sí mismo. Esa proclamación de autonomía absoluta no es una idea socialista ni comunitaria: coloca al individuo como juez supremo, por encima de cualquier jerarquía mayor, sea Estado, Iglesia o familia.

El mito de que antes del siglo XVIII no había derechos, ni libertad, ni civilidad —sino solo oscuridad y barbarie— fue invento de Rousseau, Locke, Voltaire y compañía. El marxismo adoptó ese relato en lugar de cuestionarlo. Pero lo que incorpora es un ADN ajeno: el ADN liberal. Por eso, cuando Laje denuncia que el wokismo es marxismo cultural, confunde los términos. No es marxismo real lo que late en el corazón de lo woke, sino la más pura exaltación (neo)liberal del individuo posmoderno desarraigado.

Aquí se revela la paradoja. Milei y Laje defienden el liberalismo económico extremo y combaten al wokismo como si fuera su enemigo. Pero en realidad tanto liberalismo como wokismo son dos expresiones de la misma raíz. Milei predica la disolución del Estado, la primacía absoluta del individuo y el mercado como árbitro supremo. El wokismo promueve la disolución de identidades colectivas, la primacía de la autoidentificación individual y el deseo personal como medida de la realidad. ¿Qué diferencia esencial hay entre ambos proyectos? Ninguna. Son dos caras de una misma moneda.

El error de Laje es creer que combate un enemigo externo cuando en realidad combate al hijo legítimo de la ideología que él mismo defiende. Y el error de Milei es pensar que el liberalismo puede sobrevivir sin producir exactamente esas derivas culturales que él repudia.

Ese es el verdadero debate que Milei y Laje evaden: el liberalismo no es el remedio contra el wokismo, es su condición de posibilidad. Mientras sigamos atrapados en ese falso dilema, las alternativas comunitarias, trascendentes y sociales seguirán siendo sofocadas en nombre de un individuo abstracto que, paradójicamente, termina más desprovisto de sentido y manipulado que nunca. Al final, la diferencia entre la izquierda cultural y la llamada nueva derecha no es de esencia sino de matiz, la primera es liberal progresista, la segunda liberal conservadora. Dos estilos, un mismo tronco; el del nuevo totalitarismo de nuestra época, que, bajo la máscara de libertad absoluta, impone sus normas y redefine lo que se puede pensar, decir o sentir.

De los símbolos patrios y su uso ante el Mes de la Patria

Vladimir de la Cruz

El Mes de la Patria, que se celebra tradicionalmente durante el mes de setiembre, asociado a la Declaración de la fecha de Independencia de Guatemala, del 15 de setiembre, que sirvió de detonante para que cada Provincia que integraba la Capitanía General de Guatemala, con conocimiento de esa decisión, así se pronunciara.

La noticia de ese acontecimiento llegó a Costa Rica, el 13 de octubre, acompañada de la Declaración de Independencia, del 28 de setiembre, tomada en Nicaragua, la conocida por su expresión de declarar su Independencia “hasta que se aclararen los nublados del día”, lo que rectificaron el 11 de octubre.

A partir del 13 de octubre en el país el último gobernador colonial, Juan Manuel de Cañas, no pudo ocultar la noticia de la desintegración colonial que estaba sucediendo en el Virreinato de México y en la Capitanía General de Guatemala, a los cuales pertenecíamos. La puso en conocimiento de los pueblos con la intención de que nombraran delegados para reunirse en Cartago, la capital de la Provincia de Costa Rica, en aquellos años, el 29 de octubre para tomar la decisión correspondiente.

Así en Cartago se reunieron las autoridades políticas más importantes de Costa Rica, en ese momento, junto a los delegados de Ujarrás,

Alajuela, los Legados de San José, Heredia, Barba, delegados de los Ayuntamientos Bagaces, y ese 29 de octubre declararon la “Independencia absoluta del Gobierno español”.

De seguido, como lo hicieron las provincias de la Capitanía General de Guatemala, se dispuso “observar la Constitución y las Leyes que promulgue el Imperio Mexicano”, de Agustín de Iturbide, integración que no llegó a concretarse, dando campo al desarrollo que desde 1824 hasta 1838 funcionó con nuestra presencia, las Provincias Unidas del Centro de América y la República Federal de Centroamérica.

En 1824 el Congreso Federal resolvió establecer la fecha del 15 de setiembre como una fecha a celebrar en toda la Federación, a la vez que se debía celebrar la fecha en que cada Provincia, o Estado, en ese momento, debía celebrar la propia, El Salvador el 21 de setiembre, Honduras el 28 de setiembre, Nicaragua, el 11 de octubre y Costa Rica el 29 de octubre.

Desintegrada la República Federal, el 31 de agosto de 1848, el Dr, José María Castro Madriz, declaró siguiendo un acuerdo del Congreso Nacional, del 30 de agosto, la República de Costa Rica recogiendo las iniciativas que en ese sentido habían propuesto un grupo de municipalidades.

El Mes de la Patria, que se celebra, así debería arrancar con la fecha del 30 y del 31 de agosto de 1848, cuando el Congreso Nacional tomó la decisión, a iniciativa de ese grupo de municipalidades, de declarar la República de Costa Rica, lo que el 31 de agosto afirmó y así lo proclamó en definitiva el Dr. José María Castro Madriz, dejando de usarse el término Estado de Costa Rica, nombre que habíamos tenido dentro de la República Federal.

Si el Mes de la Patria está asociado a esa fecha de la Independencia, bien debe prolongarse su celebración, como realización de actividades cívicas y protocolarias, conmemorativas a la identidad de nuestro país, de nuestra Nación y de nuestro sistema democrático, hasta el mes de octubre, para que quede cubierta la fecha del 29 de octubre, cuando en Cartago se proclamó y decidió, como capital que era de la Provincia de Costa Rica.

Las celebraciones que se realizan durante este mes exhiben banderas de Costa Rica, en todos los establecimientos escolares, edificios públicos, en todas las casas, empresas e instituciones de distinto tipo, que de esa manera se unen a la celebración. Cuando no se ponen banderas se exhiben los colores de la bandera, azul, blanco y rojo, Bandera Nacional también establecida por el Dr. José María Castro Madriz, que son los colores de los revolucionarios franceses de 1789, establecidos también en la Bandera de Francia.

La Bandera Nacional como Símbolo Patrio es el más distinguido de todos los símbolos existentes, es el que más nos representa a todos los costarricenses, y a Costa Rica en el concierto internacional de las Naciones. La Bandera Nacional desde su origen, el 29 de setiembre de 1848, ha permanecido inalterable, invariable, como ha sucedido de igual manera con la música del Himno Nacional, aprobada en el gobierno de Juan Rafael Mora Porras, escrita e interpretada el 11 de junio de 1852.

Los Símbolos Mayores de nuestra Patria son la Bandera Nacional y el Escudo Nacional, que nació con la Bandera, el Pabellón Nacional, que es la integración de la Bandera y el Escudo, la Música y la Letra del Himno Nacional. Desde 1939 se han creado otros símbolos nacionales MENORES, cuando

Los Símbolos Nacionales tienen normas de uso que deber seguirse y de respetarse. Es importante tenerlas presentes, especialmente en este mes, que se populariza al extremo su uso.

Entre las normas, o reglas que deben acatarse con la Bandera, están las siguientes:

1.- No se puede usar para cubrir tribunas de ningún tipo. Cuando en un acto, reunión o actividad cívica, no hay tribuna se coloca a la derecha del lugar de honor o de más distinción en que pondrá.

2.- La bandera nunca debe usarse, en ninguna forma, como colgadura. En su lugar se usa estameña roja, blanca y azul.

3.- Cuando flota o se coloca junto con las banderas de provincias, ciudades o sociedades se debe poner más alto y en el centro

4.- La Bandera nunca se debe desplegar sucia, rota, deshilachada o desteñida. Tampoco puede guardarse rota, sucia o con daño alguno. A la hora de desplegarse o izarse hay que asegurarse que no se le producirá daño alguno.

5.- La Bandera nunca debe usarse como traje.

6.- No se le puede bordar la Bandera en cojines, tapetes, manteles, servilletas o pañuelos, en etiquetas de botellas o cosas de uso temporal, ni tampoco en propaganda política.

7.- No debe servir de anuncio, ni propaganda comercial de ningún género.

8.- No se le pueden poner, ni debe tener, inscripciones ni letras de ninguna naturaleza. Es usual grabarle “Costa Rica”, lo que no debe hacerse.

9.-No se le puede destinar a usos impropios ni se le puede poner nada encima, ni pegarle figuras, diseños, logos, insignias comerciales o de cualquier tipo.

10.- La bandera debe no puede estar en contacto con lo que esté debajo de ella, suelo, basuras, agua, o lo que sea.

11.- La bandera no se puede usar como cortina.

12.- La bandera no se puede exhibir plegada, sino que siempre debe tener una caída libre

13.- Sobre la Bandera, o a su derecha, no se podrá poner ninguna otra bandera.

14.- En las fiestas patrias se debe izar la bandera en todos los edificios públicos.

15.- Por respeto a la Bandera Nacional no debe izarse cuando hay inclemencia climática.

16.- No se debe colocar atrás de los vehículos o los transportes.

17.- Si la Bandera se usa en situaciones de duelo se debe colocar a media asta.

18.- Cuando se usa o se permite su uso para cubrir ataúdes, de grandes personalidades nacionales, éste debe ser llevado hacia adelante y la bandera con las franjas hacia adelante.

19.-Nunca se debe permitir que la bandera entre en la fosa, ni se puede enterrar, ni que toque el suelo. Tampoco se puede usar para cubrir parte de un cuerpo, el corazón por ejemplo, que se le extraiga a un cuerpo para ser enterrado aparte.

20.- En las iglesias cuando está en el presbiterio la Bandera Nacional se coloca al lado derecho del clérigo, dándole el frente a los fieles, y los estandartes religiosos se ponen a su izquierda. Fuera del Presbiterio se pone a la derecha y de frente a los fieles.

21.- Para destruir una Bandera dañada se debe quemar en privado.

La Bandera Nacional como símbolo supremo solo puede ser usada en lo que le es propio, y debe izarse cuando así lo ordene el Poder Ejecutivo.

Una cuestión importante que se debe seguir, con el uso y respeto que se le debe tener a la Bandera Nacional, es la forma de saludarla.

Hay tres formas de saludarla. Una es extendiendo el brazo derecho al frente, al pasar delante de donde está enarbolada; la segunda, colocando la palma de la mano derecha sobre el corazón y, la tercera, colocando el antebrazo derecho en forma horizontal frente a la garganta.

La colocación de la palma derecha sobre el corazón es símbolo de la disposición de arrancarse el corazón y de ofrendar la vida en defensa de la Bandera, la Patria y la Nación en ella representada.

La colocación del antebrazo derecho en forma horizontal frente a la garganta es compromiso de que antes de proferir palabras o pensamientos contra la Patria y la Nación se está en disposición de cortarse la garganta, de que jamás se dirán tales expresiones y de cortarse la cabeza antes que actuar de esa forma.

En todos los casos en que se salude a los Símbolos Nacionales, las personas presentes deben ponerse de pie y dar la cara a la Bandera al momento de hacerlo. Quienes usen sombrero o gorra se la deben quitar y poner en el hombro izquierdo. Los extranjeros presentes en estos actos tienen el deber de ponerse de pie.

Cuando la bandera no esté izada, o no se ice, y se ejecute el Himno Nacional, las personas al saludar este Símbolo, dan la cara hacia donde se entona la música y se ponen de pie.

En el momento en que se despliega la Bandera es cuando se realiza el saludo. Si el Himno se ejecuta cuando ya la Bandera está presente, entonces las personas deben dirigir su cara hacia la bandera y proceder a realizar el saludo, permaneciendo en esa forma hasta el final.

Los símbolos nacionales expresan lo mejor de evolución histórico política de la nación y exaltan la esencia del ser costarricense, de sus momentos de gloria.

Se considera la Bandera como el símbolo más distinguido y preciado de la unidad del pueblo, del patriotismo y la soberanía.

Es ante la Bandera que se realiza el Juramento de las autoridades públicas que lo deben rendir, y se debe saludar a los Símbolos Nacionales con la mayor solemnidad.

El Mes de la Patria debe provocarnos a pensar sobre la Costa Rica que queremos. Debe invitarnos a reflexionar, analizar y decir qué Costa Rica queremos construir en el futuro inmediato y percibir la Costa Rica del largo plazo, la que exige un Pacto Nacional para impulsarla.

Compartido con SURCOS por el autor.